6/26/09

El sacerdocio, mucho más que un "servicio"


Intervención del Papa durante la Audiencia General del 24 de junio

Queridos hermanos y hermanas:
El pasado viernes 19 de junio, Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús y Jornada tradicionalmente dedicada a la oración por la santificación de los sacerdotes, he tenido la alegría de inaugurar el Año Sacerdotal, proclamado con ocasión del1 aniversario del 150º "nacimiento para el Cielo" del cura de Ars, san Juan Bautista María Vianney. Y entrando en la Basílica Vaticana para la celebración de las Vísperas, casi como primer gesto simbólico, me he detenido en la Capilla del Coro para venerar la reliquia de este santo Pastor de almas: su corazón. ¿Por qué un Año Sacerdotal? ¿Por qué precisamente en recuerdo del santo cura de Ars, que aparentemente no hizo nada de extraordinario?
La Providencia divina ha hecho que su figura se acercase a la de san Pablo. Mientras de hecho se está concluyendo el Año Paulino, dedicado al apóstol de los gentiles, modelo de extraordinario evangelizador que ha realizado diversos viajes misioneros para difundir el Evangelio, este nuevo año jubilar nos invita a mirar a un pobre agricultor convertido en humilde párroco, que llevó a cabo su servicio pastoral en un pequeño pueblo. Si los dos santos se diferencian mucho por los trayectos vitales que les han caracterizado -uno viajó de región en región para anunciar el Evangelio, el otro acogió a miles y miles de fieles permaneciendo siempre en su pequeña parroquia-, hay sin embargo algo fundamental que les une: y es su total identificación con su propio ministerio, su comunión con Cristo que hacía decir a san Pablo: "No vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí" (Gálatas 2,20). Y a san Juan María Vianney le gustaba repetir: "Si tuviésemos fe, veríamos a Dios escondido en el sacerdote como una luz tras el cristal, como el vino mezclado con el agua". El objetivo de este Año Sacerdotal, como he escrito en la carta enviada a los sacerdotes para esta ocasión, consiste en favorecer la tensión de todo presbítero "hacia la perfección espiritual de la cual depende sobre todo la eficacia de su ministerio", y ayudar ante todo a los sacerdotes, y con ellos a todo el Pueblo de Dios, a redescubrir y revigorizar la conciencia del extraordinario e indispensable don de la Gracia que el ministerio ordinario representa para quien lo ha recibido, para la Iglesia entera y para el mundo, que sin la presencia real de Cristo estaría perdido.
Indudablemente han cambiado las condiciones históricas y sociales en las cuales se encontró el cura de Ars y es justo preguntarse cómo pueden los sacerdotes imitarlo en la identificación con su propio ministerio en las actuales sociedades globalizadas. En un mundo en el que la visión común de la vida comprende cada vez menos lo sagrado, en cuyo lugar lo "funcional" se convierte en la única categoría decisiva, la concepción católica del sacerdocio podría correr el riesgo de perder su consideración natural , incluso dentro de la conciencia eclesial. No es casual que tanto en los ambientes teológicos, como también en la práctica pastoral concreta y de formación del clero, se contrastan, e incluso se oponen, dos concepciones distintas del sacerdocio. Subrayé a propósito de esto hace algunos años que existen "por una parte una concepción social-funcional que define la esencia del sacerdocio con el concepto de 'servicio': el servicio a la comunidad, en la realización de una función... Por otra parte, está la concepción sacramental-ontológica, que naturalmente no niega el carácter de servicio del sacerdocio, sino que lo ve anclado en el ser del ministro y considera que este ser está determinado por un don concedido por el Señor a través de la mediación de la Iglesia, cuyo nombre es sacramento" (J. Ratzinger, Ministerio y vida del Sacerdote, en Elementi di Teologia fondamentale. Saggio su fede e ministero, Brescia 2005, p.165). También la mutación terminológica de la palabra "sacerdocio" hacia el sentido de "servicio, ministerio, encargo", es signo de esta concepción distinta. A la concepción ontológica-sacramental está ligado el primado de la Eucaristía, en el binomio "sacerdocio-sacrificio", mientras que a la otra correspondería el primado de la palabra y del servicio del anuncio.
Bien mirado, no se trata de don concepciones contrapuestas, y la tensión que con todo existe entre ellas debe resolverse desde dentro. Así el decreto Presbyterorum ordinis del Concilio Vaticano II afirma: "Es precisamente por medio del anuncio apostólico del Evangelio que el pueblo de Dios es convocado y reunido, de modo que todos... puedan ofrecerse a sí mismos como 'hostia viva, santa, agradable a Dios' (Romanos 12,1), y es precisamente a través del ministerio de los presbíteros que el sacrificio espiritual de los fieles se hace perfecto en la unión con el sacrificio de Cristo, único mediador. Este sacrificio, de hecho, por mano de los presbíteros y en nombre de toda la Iglesia, se ofrece en la Eucaristía de modo incruento y sacramental, hasta el día de la venida del Señor" (n. 2).
Nos preguntamos entonces: "¿Qué significa propiamente, para los sacerdotes, evangelizar? ¿En qué consiste el llamado primado del anuncio?". Jesús habla del anuncio del Reino de Dios como del verdadero objetivo de su venida al mundo y su anuncio no es sólo un "discurso". Incluye, al mismo tiempo, su mismo actuar: los signos y los milagros que realiza indican que el Reino viene al mundo como realidad presente, que coincide en último término con su misma persona. En este sentido, es obligatorio recordar que, también en el primado del anuncio, palabra y signo son inseparables. La predicación cristiana no proclama "palabras", sino la Palabra, y el anuncio coincide con la misma persona de Cristo, ontológicamente abierta a la relación con el Padre y obediente a su voluntad. Por tanto, un auténtico servicio a la Palabra requiere por parte del sacerdote que tienda a una abnegación profunda de sí mismo, hasta decir con el Apóstol: "No vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí". El presbítero no puede considerarse "amo" de la palabra, sino siervo. Él no es la palabra, sino que, como proclamaba Juan el Bautista, del que celebramos precisamente hoy su nacimiento, es "voz" de la Palabra: "Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezar sus sendas" (Marcos 1,3).
Ahora bien, ser "voz" de la Palabra no constituye para el sacerdote un mero aspecto funcional. Al contrario presupone un sustancial "perderse" en Cristo, participando en su misterio de muerte y de resurrección con todo el propio yo: inteligencia, libertad, voluntad y ofrecimiento de los propios cuerpos, como sacrificio vivo (Cf. Romanos 12,1-2). ¡Sólo la participación en el sacrificio de Cristo, en su kenosis, hace auténtico el anuncio! Y este es el camino que debe recorrer con Cristo para llegar a decir al Padre junto con Él: se haga "no lo que yo quiero sino lo que tú quieres" (Marcos 14,36). El anuncio, por tanto, comporta siempre también el sacrificio de sí, condición para que el anuncio sea auténtico y eficaz.
Alter Christus, el sacerdote está profundamente unido al Verbo del Padre, que encarnándose ha tomado la forma de siervo, se ha hecho siervo (Cf. Filipenses 2,5-11). El sacerdote es siervo de Cristo, en el sentido de que su existencia, configurada ontológicamente con Cristo, asume un carácter esencialmente relacional: el está en Cristo, para Cristo y con Cristo al servicio de los hombres. Precisamente porque pertenece a Cristo, el sacerdote está radicalmente al servicio de los hombres: es ministro de su salvación, de su felicidad, de su auténtica liberación, madurando, en esta asunción progresiva de la voluntad de Cristo, en la oración, en el está "unido de corazón" con Él. Esta es por tanto la condición imprescindible de todo anuncio, que conlleva la participación en el ofrecimiento sacramental de la Eucaristía y la obediencia dócil a la Iglesia.
El santo cura de Ars repetía a menudo con lágrimas en los ojos: "¡Qué miedo da ser sacerdote!". Y añadía: "¡Qué lamentable es un sacerdote cuando celebra la Misa como un hecho ordinario! ¡Qué desgraciado es un sacerdote sin vida interior!". Que el Año Sacerdotal conduzca a todos los sacerdotes a identificarse totalmente con Jesús crucificado y resucitado, para que, a imitación de san Juan Bautista, estemos dispuestos a "disminuir" para que Él crezca; para que, siguiendo el ejemplo del Cura de Ars, adviertan de forma constante y profunda la responsabilidad de su misión, que es signo y presencia se la infinita misericordia de Dios. Confiemos a la Virgen, Madre de la Iglesia, el Año Sacerdotal apenas comenzado y a todos los sacerdotes del mundo.
Los obispos de los países del G-8 hacen un llamamiento por los pobres


Envían un mensaje a los líderes políticos del mundo


Los presidentes de las Conferencias Episcopales del grupo de ocho naciones más ricas del mundo, conocido como G8, han enviado un mensaje conjunto a los líderes de sus respectivas naciones, pidiéndoles que ayuden a los más afectados por la pobreza y el cambio climático.La carta, fechada el 22 de junio, se envió a lo jefes de Estado de Canadá, Francia, Alemania, Italia, Japón, la Federación Rusa, Reino Unido y Estados Unidos. En ella, los obispos subrayan las palabras de Benedicto XVI en favor de los países en vías de desarrollo."Irónicamente, los países pobres son los que menso han contribuido a la crisis económica que está afrontando nuestro mundo -afirman-, pero sus vidas y estilos de vida van a sufrir la mayor devastación porque se debaten en los márgenes de la pobreza extrema".Los prelados piden a sus naciones que asuman su responsabilidad y "promuevan el diálogo con otras economías poderosas para ayudar a prevenir otras crisis económicas".La carta subraya la importancia del "mantenimiento de la paz, para que los conflictos armados no sigan sustrayendo a los países los recursos que necesitan para su desarrollo".Los obispos muestran una particular preocupación en el problema del cambio climático, que constituye un riesgo mayor para los países y los pueblos más pobres."Proteger a los pobres y al planeta no son asuntos contrapuestos; son prioridades morales para todos los habitantes de este mundo", añaden.La carta expresa las confianza en que la cumbre del G8 "sea una luz de esperanza para nuestro mundo"."Preguntándose en primer lugar cómo una política determinada afectará a los más pobres y vulnerables, se puede ayudar a asegurar que se buscará el bien común para todos. Como cualquier familia humana, seremos tan sanos como lo sean sus miembros más débiles".La cumbre del G8 tendrá lugar entre el 8 y el 10 de julio en L'Aquila, Italia. Como es cada vez más habitual, se celebró una cumbre religiosa paralela a la reunión del G-8 y, por tanto, los líderes eclesiales se reunieron durante dos días la semana pasada.

6/24/09

La Iglesia está ante una emergencia educativa


Discurso del Papa a la Conferencia Episcopal Italiana



Queridos hermanos obispos italianos:
Me alegra encontrarme una vez más con todos vosotros juntos, con ocasión de esta significativa cita anual, en la que os reunís en asamblea para compartir las preocupaciones y las alegrías de vuestro ministerio en las diócesis de la amada nación italiana. De hecho, vuestra asamblea expresa visiblemente y promueve la comunión de la que vive la Iglesia, y que se realiza también en la concordia de las iniciativas y de la acción pastoral.
Con mi presencia vengo a confirmar la comunión eclesial que he visto crecer y fortalecerse constantemente. Doy las gracias, en particular, al cardenal presidente, que en nombre de todos ha confirmado la adhesión fraterna y la comunión cordial con el magisterio y el servicio pastoral del Sucesor de Pedro, reafirmando así la singular unidad que vincula a la Iglesia de Italia con la Sede apostólica. Durante estos meses he recibido muchos testimonios conmovedores de esta adhesión. Os digo de todo corazón: ¡gracias! En este clima de comunión el pueblo cristiano, que experimenta la profunda inserción en el territorio, el vivo sentido de la fe y la sincera pertenencia a la comunidad eclesial -todo ello gracias a vuestra guía pastoral, al servicio generoso de tantos presbíteros y diáconos, y de religiosos y fieles laicos que, con su entrega constante, sostienen el entramado eclesial y la vida diaria de las numerosas parroquias esparcidas por todos los rincones del país-, se puede alimentar provechosamente de la Palabra de Dios y de la gracia de los sacramentos.
No ignoramos las dificultades que las parroquias encuentran al llevar a sus miembros a una plena adhesión a la fe cristiana en nuestro tiempo. No es casualidad que muchos pidan una renovación marcada por una colaboración cada vez mayor de los laicos y de su corresponsabilidad misionera. Por estas razones, en la acción pastoral oportunamente habéis querido profundizar el compromiso misionero que ha caracterizado el camino de la Iglesia en Italia después del Concilio, poniendo en el centro de la reflexión de vuestra asamblea la tarea fundamental de la educación. Como he reafirmado en varias ocasiones, se trata de una exigencia constitutiva y permanente de la vida de la Iglesia, que hoy tiende a asumir carácter de urgencia e incluso de emergencia.
Durante estos días habéis tenido ocasión de escuchar, reflexionar y debatir sobre la necesidad de preparar una especie de proyecto educativo, que brote de una visión coherente y completa del hombre, como puede surgir únicamente de la imagen y realización perfecta que tenemos en Jesucristo. Él es el Maestro en cuya escuela se ha de redescubrir la tarea educativa como una altísima vocación a la que, con diversas modalidades, están llamados todos los fieles. En este tiempo, en el que es fuerte la fascinación de concepciones relativistas y nihilistas de la vida y en el que se pone en tela de juicio la legitimidad misma de la educación, la primera contribución que podemos dar es la de testimoniar nuestra confianza en la vida y en el hombre, en su razón y en su capacidad de amar.
Esta confianza no es fruto de un optimismo ingenuo, sino que nos viene de la "esperanza fiable" (Spe salvi, 1) que se nos da mediante la fe en la redención realizada por Jesucristo. Con referencia a este fundado acto de amor al hombre, puede surgir una alianza educativa entre todos los que tienen responsabilidades en este delicado ámbito de la vida social y eclesial.
La conclusión, el domingo próximo, del trienio del Ágora de los jóvenes italianos, en el que vuestra Conferencia ha llevado a cabo un itinerario articulado de animación de la pastoral juvenil, constituye una invitación a verificar el camino educativo que se está realizando y a emprender nuevos proyectos destinados a una franja de destinatarios, la de las nuevas generaciones, sumamente amplia y significativa para las responsabilidades educativas de nuestras comunidades eclesiales y de toda la sociedad.
Por último, la obra formativa se extiende también a la edad adulta, que no queda excluida de una verdadera responsabilidad de educación permanente. Nadie queda excluido de la tarea de ocuparse del crecimiento propio y del ajeno hasta "la medida de la plenitud de Cristo" (Ef 4, 13).
La dificultad de formar cristianos auténticos se mezcla, hasta confundirse, con la dificultad de hacer que crezcan hombres y mujeres responsables y maduros, en los que la conciencia de la verdad y del bien, y la adhesión libre a ellos, estén en el centro del proyecto educativo, capaz de dar forma a un itinerario de crecimiento global debidamente preparado y acompañado. Por esto, junto con un adecuado proyecto que indique la finalidad de la educación a la luz del modelo acabado que se quiere seguir, hacen falta educadores autorizados a los que las nuevas generaciones puedan mirar con confianza.
En este Año paulino, que hemos vivido con la profundización de la palabra y del ejemplo del gran Apóstol de los gentiles, y que de diversos modos habéis celebrado en vuestras diócesis y precisamente ayer todos juntos en la basílica de San Pablo extramuros, resuena con singular eficacia su invitación: "Sed imitadores míos" (1 Co 11, 1). Son palabras valientes, pero un verdadero educador pone en juego en primer lugar su persona y sabe unir autoridad y ejemplaridad en la tarea de educar a los que le han sido encomendados. De ello somos conscientes nosotros mismos, que hemos sido constituidos guías en medio del pueblo de Dios, a los que el apóstol san Pedro dirige, a su vez, la invitación a apacentar la grey de Dios "siendo modelos de la grey" (1 P 5, 3). También sobre estas palabras nos conviene meditar.
Así pues, resulta singularmente feliz esta circunstancia: después del año dedicado al Apóstol de los gentiles, nos disponemos a celebrar un Año sacerdotal. Juntamente con nuestros sacerdotes, estamos llamados a redescubrir la gracia y la tarea del ministerio presbiteral. Este ministerio es un servicio a la Iglesia y al pueblo cristiano, que exige una espiritualidad profunda. En respuesta a la vocación divina, esa espiritualidad debe alimentarse de la oración y de una intensa unión personal con el Señor, para poder servirle en los hermanos mediante la predicación, los sacramentos, una vida de comunidad ordenada y la ayuda a los pobres. En todo el ministerio sacerdotal resalta, de este modo, la importancia de la tarea educativa, para que crezcan personas libres, verdaderamente libres, es decir, responsables, cristianos maduros y conscientes.
No cabe duda de que del espíritu cristiano recibe vitalidad siempre renovada el sentido de solidaridad, que está profundamente arraigado en el corazón de los italianos y encuentra la manera de expresarse con particular intensidad en algunas circunstancias dramáticas de la vida del país, la última de las cuales ha sido el devastador terremoto que asoló algunas áreas de Los Abruzos. Como dijo ya vuestro presidente, durante mi visita a esa tierra trágicamente herida pude darme cuenta personalmente de los lutos, el dolor y los desastres producidos por ese terrible seísmo, pero también he constatado -y esto me ha impresionado enormemente- la fortaleza de espíritu de esas poblaciones, así como el movimiento de solidaridad que se activó inmediatamente en todas las partes de Italia. Nuestras comunidades han respondido con gran generosidad a la petición de ayuda que procedía de aquella región sosteniendo las iniciativas promovidas por la Conferencia episcopal a través de las Cáritas. Deseo renovar a los obispos de Los Abruzos, y a través de ellos a las comunidades locales, la seguridad de mi oración constante y de mi continua cercanía afectuosa.
Desde hace meses estamos constatando los efectos de una crisis financiera y económica que ha sacudido duramente al mundo entero y ha afectado en diversa medida a todos los países. A pesar de las medidas tomadas en varios niveles, se siguen sintiendo los efectos sociales de la crisis, e incluso duramente, de modo especial sobre las franjas más débiles de la sociedad y sobre las familias. Por eso, deseo expresaros mi aprecio y mi aliento por la iniciativa del fondo de solidaridad denominado "Préstamo de la esperanza", que precisamente el domingo próximo tendrá un momento de participación coral en la colecta nacional, que constituye la base del fondo mismo. Esta renovada petición de generosidad, que se añade a las numerosas iniciativas puestas en marcha por muchas diócesis, evocando el gesto de la colecta impulsada por el apóstol san Pablo en favor de la Iglesia de Jerusalén, es un testimonio elocuente de que unos comparten el peso de los otros. En este momento de dificultad, que afecta de modo especial a los que han perdido el empleo, eso es un verdadero acto de culto que brota de la caridad suscitada por el Espíritu del Resucitado en el corazón de los creyentes. Es un anuncio elocuente de la conversión interior generada por el Evangelio y una manifestación conmovedora de comunión eclesial.
Las Iglesias en Italia también están fuertemente comprometidas en una forma esencial de caridad: la caridad intelectual. Un ejemplo significativo es el compromiso en favor de la promoción de una mentalidad generalizada en favor de la vida, en todos sus aspectos y momentos, con una atención particular a la que se encuentra en condiciones de gran fragilidad y precariedad. Testimonia muy bien ese compromiso el manifiesto "Libres para vivir. Amar la vida hasta el final", por el que el laicado católico se empeña de forma unánime en trabajar para que no falte en el país la conciencia de la verdad plena sobre el hombre y la promoción del auténtico bien de las personas y de la sociedad. El "sí" y el "no" que se expresan en ese manifiesto definen los contornos de una auténtica acción educativa y son expresión de un amor fuerte y concreto por cada persona. Por eso, el pensamiento vuelve al tema central de vuestra asamblea -la tarea urgente de la educación- que exige el arraigo en la Palabra de Dios y el discernimiento espiritual, los proyectos culturales y sociales, el testimonio de la unidad y de la gratuidad.
Queridos hermanos en el episcopado, faltan ya pocos días para la solemnidad de Pentecostés, en la que celebraremos el don del Espíritu, que derriba las fronteras y abre a la comprensión de la verdad completa. Invoquemos al Consolador, que no abandona a quienes se dirigen a él, encomendándole el camino de la Iglesia en Italia y a toda persona que vive en este amadísimo país. Que venga sobre todos nosotros el Espíritu de vida y encienda nuestro corazón con el fuego de su amor infinito.
De corazón os bendigo a vosotros y a vuestras comunidades.

6/23/09

Campaña contra los signos religiosos


Denuncia el obispo de Almería


En una carta pastoral, publicada el 19 de junio, con motivo de la consagración de España al Corazón de Jesús, el obispo de Almería, Adolfo González Montes denuncia que existe una campaña contra los signos religiosos que va en contra de la libertad religiosa.
En su carta, el prelado recuerda que se han cumplido noventa años de la consagración de España al Corazón de Jesús e invita a todos los diocesanos a "renovar la consagración de la vida personal y comunitaria de nuestra Iglesia al Corazón de nuestro Salvador". Al hacerlo así, añade, "no pretendo reivindicar con ello ningún tipo de confesionalismo, sino alentar la vida cristiana de la comunidad eclesial diocesana poniéndola al amparo del amor de Aquel que nos ha amado hasta la cruz". El prelado almeriense hace un recorrido histórico del culto a esta devoción "frente a las tendencias de disolución de la fe que irrumpían con fuerza a principios del pasado siglo". Y afirma que "ofrecer a Cristo el amor incondicional de cuantos creemos en él y ofrecerle nuestras vidas como respuesta a su amor crucificado por nosotros, forma parte de nuestra manera de estar en el mundo como cristianos, testigos de Cristo crucificado y resucitado". "Con la consagración de 1919 -recuerda- cobraba expresión el sentimiento cristiano de un pueblo que ofrecía a Cristo un Reinado espiritual que inspirase el conjunto de la vida social, y diese así fundamento a la paz pública, asentándola sobre los principios del Evangelio". Rememorando la agresión sufrida por el monumento al Corazón de Jesús, durante la contienda civil, afirma que "de nuevo ahora se ha emprendido una campaña contra los signos religiosos". "¿Qué sentido puede tener la eliminación de imágenes y signos religiosos en una sociedad que hoy quiere ser abierta y plural?", se pregunta, y añade que "la tolerancia no se construye sobre la previa aniquilación de los signos de la fe, sino sobre su respetuosa aceptación como expresión de las creencias y de la fe religiosa que ha dado vida a la historia de las comunidades de los pueblos y a las naciones". Monseñor González Montes afirma que "contra la ideología del laicismo actual, que se opone tenazmente a la pervivencia de la simbología católica en ámbitos públicos, es preciso reafirmar la libertad religiosa reconociendo lo que es significa". "Libertad religiosa no sólo es libertad de creencias y convicciones -afrma--, sino libertad de practicar la religión, que se expresa, ciertamente, en ritos, pero que incluye además y de forma sustantiva, para poder mantenerse como libertad de religión, modos y maneras de conducta personal y pública que identifica a una colectividad religiosa". Así mismo indica que no se puede "ignorar que las religiones se manifiestan en ámbitos geográficos que delimitan la historia de las naciones", ni afirmar que las "creencias y convicciones" han de contar todas con el mismo estatuto. Esto para el obispo "es contrario a la sociología y la historia de los pueblos, porque es ignorar deliberadamente el significado histórico y social de cada religión". "No significa -añade- negar libertad a las demás confesiones, ni menos todavía los derechos individuales de las personas, sino tratar cada cosa según su realidad. Es preciso tratar del mismo modo realidades iguales, pero no se puede tratar por igual realidades desiguales. Lo pide el sentido de la justicia". Y concluye pidiendo a todos los diocesanos "que honren personal y públicamente a Cristo, y le confiesen como verdadero Señor de nuestras vidas, a quien ofrecemos el homenaje de nuestro amor sin que con ello podamos responder a su amor crucificado por nosotros".

6/22/09

La sociedad, sin la presencia de los sacerdotes, vuelve a la barbarie


Homilía del obispo de Querétaro (México) al inicio del Año Sacerdotal


Con la celebración de la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús dio inicio, en México, el Año Sacerdotal, proclamado por el Papa Benedicto XVI bajo el lema "Fidelidad de Cristo, fidelidad del sacerdote".
Al celebrar ambos acontecimientos, el pasado viernes 19 de junio, el obispo titular de la diócesis de Querétaro, monseñor Mario De Gasperín y Gasperín, pronunció una vibrante homilía en el templo de Santa Clara, dedicado al Sagrado Corazón de Jesús, en la ciudad episcopal de Querétaro, misma que reproducimos a continuación:
* * *
Hermanas y hermanos:1. Hoy celebramos, con toda la Iglesia, la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, fecha escogida por el santo Padre Benedicto XVI para inaugurar el Año Sacerdotal con el tema "Fidelidad de Cristo, fidelidad del sacerdote", recordando también el 150 aniversario de la muerte del santo Párroco de Ars san Juan María Vianney. Tres aspectos de un mismo misterio: a) El misterio del Amor de Dios manifestado en Cristo mediante el signo de su Corazón traspasado en el momento cumbre de su sacrificio en la Cruz; b) su Sacerdocio comunicado a los apóstoles en la institución de la santa Eucaristía, sacramento de su Amor; y c) la transmisión a la Iglesia de ese sacerdocio mediante el sacramento del Orden, cuyo modelo ejemplar de vida sacerdotal es el santo Párroco de Ars, san Juan María Vianney.2. Aquí, en este templo parroquial, dedicado a honrar al Sagrado Corazón de Jesús, se encuentra también una significativa imagen de san Juan María Vianney, herencia de nuestros mayores; ésta es una circunstancia preciosa para sintonizar con el deseo del santo Padre el Papa Benedicto XVI de encomendar al Amor de Cristo a los ministros de su amor que son los sacerdotes. Hoy, solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús honramos y agradecemos a ese Corazón divino el regalo de su Amor a la Iglesia mediante su sacerdocio; y voy a comenzar citando algunas frases del santo Párroco de Ars sobre el Amor de Dios y el sacerdocio; decía, por ejemplo,: "El Sacerdocio: es el Amor del Sagrado Corazón de Jesús"; y comenta el Papa Benedicto en su Carta del 16 de junio: "Esta conmovedora expresión nos da pie para reconocer con devoción y admiración el inmenso don que suponen los sacerdotes, no sólo para la Iglesia, sino también para la humanidad misma". El sacerdocio católico es una bendición para toda la humanidad. Otros textos del santo párroco de Ars: "Si yo encontrara a un sacerdote y a un ángel, yo saludaría primero al sacerdote y después al ángel. Éste es amigo de Dios, pero el sacerdote ocupa su lugar". "Todo nos llega por medio de un sacerdote". "Ustedes no podrán señalar un solo beneficio de Dios, sin encontrar al lado de este recuerdo, la imagen de un sacerdote". "El sacerdote no se llega a comprender si no es en el cielo". "El sacerdote debe siempre permanecer sacerdote para responder a las necesidades de las almas". "Cuando se quiere destruir la religión, se comienza por atacar a los sacerdotes". Todos estos textos están tomados de sus escritos, (Cfr. "Jean-Marie Vianney, Curé D'Ars. Sa pensée - Son Coeur", de Bernard Nodet, Pgs. 110 y 101) que a más de uno ahora podrán parecer exagerados, pero que reflejan la altísima estima que tenía el santo Párroco de Ars por el sacerdocio y por su ministerio sacerdotal y, quizá o sin quizá, muestran nuestra debilitada fe y decadente estima por un "Don y Misterio" tan excelso, como llamaba el papa Juan Pablo II al sacerdocio católico.3. El sacerdocio es la expresión clara del amor de Jesús manifestada en su corazón abierto y también coronado de espinas. Su corazón tuvo que ser traspasado por la lanza y coronado de espinas para que de allí brotara el sacerdocio cristiano. Esto quiere decir que el sacerdocio cristiano y la vida sacerdotal están y estarán siempre marcadas por el dolor, el sufrimiento y la incomprensión. Comenta el Papa: "¿Cómo no recordar tantos sacerdotes ofendidos en su dignidad, obstaculizados en su misión, a veces incluso perseguidos hasta ofrecer el supremo testimonio de su sangre?". Numerosos sacerdotes mexicanos sellaron su amor a Cristo y coronaron su ministerio con el martirio. En medio de situaciones tan difíciles, no deja también de haber, añade el Papa, "situaciones bastante deplorables, en las que la Iglesia misma sufre por la infidelidad de algunos de sus ministros. En estos casos es el mundo el que sufre el escándalo y el abandono". Estas heridas deben ser curadas y el sacerdocio de Cristo tiene que seguir brillando esplendoroso y alegre en un mundo opaco y en una humanidad ensombrecida, que lo necesita no sólo para tener vida en Cristo sino para poder sobrevivir, pues, como decía el santo Párroco de Ars: "Dejen una parroquia sin sacerdote veinte años y adorarán a las bestias". La humanidad, la sociedad, sin la presencia de los sacerdotes, se torna inhumana y vuelve a la barbarie.4. Jesús, puesto de pie, exclamaba en los atrios del templo de Jerusalén: "El que tenga sed, que venga a mi y beba. De aquel que cree en mi, brotarán torrentes de agua viva". Esto lo decía Jesús del Espíritu Santo que habrían de recibir todos los que creyeran en él. Esto lo dice aquí Jesús, para ustedes, hermanos confirmandos, por medio de su Obispo. Vengo a cumplir para ustedes esta promesa del Corazón de Jesús; vengo a darles el Don del Espíritu Santo, que es esa Fuente de agua viva que brota y salta hasta la vida eterna, que es capaz de elevarlos y llevarlos hasta Dios. Voy a citarles también algunas frases del santo párroco de Ars sobre el Espíritu Santo. Dice: "El Espíritu Santo es quien conduce las almas; sin Él, el alma nada puede. El alma poseída por Él es como una vid, de donde brota una vino sabroso cuando se la presiona. Sin el Espíritu Santo, el alma es como una piedra de donde nada se puede obtener". "El Espíritu Santo es como el jardinero que cultiva nuestra alma". "El Espíritu Santo es quien nos hace distinguir la verdad de la mentira, el bien del mal". "Quienes se dejan conducir por el Espíritu Santo experimentan toda clase de felicidad, más allá de ellos mismos; en cambio, los malos cristianos se revuelcan entre espinas y piedras". "Los que piensan que la práctica de la religión es aburrida, es que no tienen al Espíritu Santo". "En el cielo, nos alimentaremos del aliento (Espíritu) de Dios". (Obra citada, Pgs. 54ss). 5. Termino haciendo mía la oración de San Pablo, pues estamos a punto de concluir el año paulino. Así oraba san Pablo por sus fieles: "Me arrodillo ante el Padre, de quien procede toda paternidad en el cielo y en la tierra, para que, conforme a los tesoros de su bondad, les conceda que su Espíritu los fortalezca interiormente y Cristo habite por la fe en sus corazones. Así, arraigados y cimentados en el Amor, podrán comprender con todo el pueblo de Dios, la anchura y la longitud, la altura y la profundidad del amor de Cristo, y experimentar ese Amor que sobrepasa todo conocimiento humano, para que así queden ustedes colmados con la plenitud misma de Dios" (Ef 3, 18s). Sólo Dios puede colmar el deseo de felicidad del hombre. Sin Dios, jóvenes, ni ustedes ni nadie puede ser feliz. Abran su corazón al amor del Corazón de Cristo y déjense llenar el alma con el Espíritu Santo, que ahora les ofrece la Iglesia y su Obispo en el sacramento de la Confirmación. Su vida -y México- cambiará. Es promesa de Dios.
+ Mario De Gasperín GasperínObispo de Querétaro
La sociedad, sin la presencia de los sacerdotes, vuelve a la barbarie


Homilía del obispo de Querétaro (México) al inicio del Año Sacerdotal


Con la celebración de la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús dio inicio, en México, el Año Sacerdotal, proclamado por el Papa Benedicto XVI bajo el lema "Fidelidad de Cristo, fidelidad del sacerdote".
Al celebrar ambos acontecimientos, el pasado viernes 19 de junio, el obispo titular de la diócesis de Querétaro, monseñor Mario De Gasperín y Gasperín, pronunció una vibrante homilía en el templo de Santa Clara, dedicado al Sagrado Corazón de Jesús, en la ciudad episcopal de Querétaro, misma que reproducimos a continuación:
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Hermanas y hermanos:1. Hoy celebramos, con toda la Iglesia, la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, fecha escogida por el santo Padre Benedicto XVI para inaugurar el Año Sacerdotal con el tema "Fidelidad de Cristo, fidelidad del sacerdote", recordando también el 150 aniversario de la muerte del santo Párroco de Ars san Juan María Vianney. Tres aspectos de un mismo misterio: a) El misterio del Amor de Dios manifestado en Cristo mediante el signo de su Corazón traspasado en el momento cumbre de su sacrificio en la Cruz; b) su Sacerdocio comunicado a los apóstoles en la institución de la santa Eucaristía, sacramento de su Amor; y c) la transmisión a la Iglesia de ese sacerdocio mediante el sacramento del Orden, cuyo modelo ejemplar de vida sacerdotal es el santo Párroco de Ars, san Juan María Vianney.2. Aquí, en este templo parroquial, dedicado a honrar al Sagrado Corazón de Jesús, se encuentra también una significativa imagen de san Juan María Vianney, herencia de nuestros mayores; ésta es una circunstancia preciosa para sintonizar con el deseo del santo Padre el Papa Benedicto XVI de encomendar al Amor de Cristo a los ministros de su amor que son los sacerdotes. Hoy, solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús honramos y agradecemos a ese Corazón divino el regalo de su Amor a la Iglesia mediante su sacerdocio; y voy a comenzar citando algunas frases del santo Párroco de Ars sobre el Amor de Dios y el sacerdocio; decía, por ejemplo,: "El Sacerdocio: es el Amor del Sagrado Corazón de Jesús"; y comenta el Papa Benedicto en su Carta del 16 de junio: "Esta conmovedora expresión nos da pie para reconocer con devoción y admiración el inmenso don que suponen los sacerdotes, no sólo para la Iglesia, sino también para la humanidad misma". El sacerdocio católico es una bendición para toda la humanidad. Otros textos del santo párroco de Ars: "Si yo encontrara a un sacerdote y a un ángel, yo saludaría primero al sacerdote y después al ángel. Éste es amigo de Dios, pero el sacerdote ocupa su lugar". "Todo nos llega por medio de un sacerdote". "Ustedes no podrán señalar un solo beneficio de Dios, sin encontrar al lado de este recuerdo, la imagen de un sacerdote". "El sacerdote no se llega a comprender si no es en el cielo". "El sacerdote debe siempre permanecer sacerdote para responder a las necesidades de las almas". "Cuando se quiere destruir la religión, se comienza por atacar a los sacerdotes". Todos estos textos están tomados de sus escritos, (Cfr. "Jean-Marie Vianney, Curé D'Ars. Sa pensée - Son Coeur", de Bernard Nodet, Pgs. 110 y 101) que a más de uno ahora podrán parecer exagerados, pero que reflejan la altísima estima que tenía el santo Párroco de Ars por el sacerdocio y por su ministerio sacerdotal y, quizá o sin quizá, muestran nuestra debilitada fe y decadente estima por un "Don y Misterio" tan excelso, como llamaba el papa Juan Pablo II al sacerdocio católico.3. El sacerdocio es la expresión clara del amor de Jesús manifestada en su corazón abierto y también coronado de espinas. Su corazón tuvo que ser traspasado por la lanza y coronado de espinas para que de allí brotara el sacerdocio cristiano. Esto quiere decir que el sacerdocio cristiano y la vida sacerdotal están y estarán siempre marcadas por el dolor, el sufrimiento y la incomprensión. Comenta el Papa: "¿Cómo no recordar tantos sacerdotes ofendidos en su dignidad, obstaculizados en su misión, a veces incluso perseguidos hasta ofrecer el supremo testimonio de su sangre?". Numerosos sacerdotes mexicanos sellaron su amor a Cristo y coronaron su ministerio con el martirio. En medio de situaciones tan difíciles, no deja también de haber, añade el Papa, "situaciones bastante deplorables, en las que la Iglesia misma sufre por la infidelidad de algunos de sus ministros. En estos casos es el mundo el que sufre el escándalo y el abandono". Estas heridas deben ser curadas y el sacerdocio de Cristo tiene que seguir brillando esplendoroso y alegre en un mundo opaco y en una humanidad ensombrecida, que lo necesita no sólo para tener vida en Cristo sino para poder sobrevivir, pues, como decía el santo Párroco de Ars: "Dejen una parroquia sin sacerdote veinte años y adorarán a las bestias". La humanidad, la sociedad, sin la presencia de los sacerdotes, se torna inhumana y vuelve a la barbarie.4. Jesús, puesto de pie, exclamaba en los atrios del templo de Jerusalén: "El que tenga sed, que venga a mi y beba. De aquel que cree en mi, brotarán torrentes de agua viva". Esto lo decía Jesús del Espíritu Santo que habrían de recibir todos los que creyeran en él. Esto lo dice aquí Jesús, para ustedes, hermanos confirmandos, por medio de su Obispo. Vengo a cumplir para ustedes esta promesa del Corazón de Jesús; vengo a darles el Don del Espíritu Santo, que es esa Fuente de agua viva que brota y salta hasta la vida eterna, que es capaz de elevarlos y llevarlos hasta Dios. Voy a citarles también algunas frases del santo párroco de Ars sobre el Espíritu Santo. Dice: "El Espíritu Santo es quien conduce las almas; sin Él, el alma nada puede. El alma poseída por Él es como una vid, de donde brota una vino sabroso cuando se la presiona. Sin el Espíritu Santo, el alma es como una piedra de donde nada se puede obtener". "El Espíritu Santo es como el jardinero que cultiva nuestra alma". "El Espíritu Santo es quien nos hace distinguir la verdad de la mentira, el bien del mal". "Quienes se dejan conducir por el Espíritu Santo experimentan toda clase de felicidad, más allá de ellos mismos; en cambio, los malos cristianos se revuelcan entre espinas y piedras". "Los que piensan que la práctica de la religión es aburrida, es que no tienen al Espíritu Santo". "En el cielo, nos alimentaremos del aliento (Espíritu) de Dios". (Obra citada, Pgs. 54ss). 5. Termino haciendo mía la oración de San Pablo, pues estamos a punto de concluir el año paulino. Así oraba san Pablo por sus fieles: "Me arrodillo ante el Padre, de quien procede toda paternidad en el cielo y en la tierra, para que, conforme a los tesoros de su bondad, les conceda que su Espíritu los fortalezca interiormente y Cristo habite por la fe en sus corazones. Así, arraigados y cimentados en el Amor, podrán comprender con todo el pueblo de Dios, la anchura y la longitud, la altura y la profundidad del amor de Cristo, y experimentar ese Amor que sobrepasa todo conocimiento humano, para que así queden ustedes colmados con la plenitud misma de Dios" (Ef 3, 18s). Sólo Dios puede colmar el deseo de felicidad del hombre. Sin Dios, jóvenes, ni ustedes ni nadie puede ser feliz. Abran su corazón al amor del Corazón de Cristo y déjense llenar el alma con el Espíritu Santo, que ahora les ofrece la Iglesia y su Obispo en el sacramento de la Confirmación. Su vida -y México- cambiará. Es promesa de Dios.
+ Mario De Gasperín GasperínObispo de Querétaro
Homilía en la renovación de la consagración de España al Corazón de Jesús


Pronunciada por el cardenal Antonio María Rouco Varela el 21 de junio


Mis queridos hermanos y hermanas en el Señor:Aquí, en el Cerro de los Ángeles, centro geográfico de la Península Ibérica, se consagraba España hace noventa años al Sagrado Corazón de Jesús ante la estatua que había sido levantada por la piedad cristiana del pueblo español en este lugar elegido sabiamente para expresar, esculpida en piedra, una plegaria ardiente e incesante: que el Sagrado Corazón de Jesús reinase en España por la gracia de su amor infinitamente misericordioso, la elección del lugar, fruto de una luminosa toma de conciencia histórica y llena de un profundo significado espiritual para el presente y el futuro de España.Eran "tiempos recios" aquellos, como solía decir Santa Teresa de Jesús de los suyos. Había transcurrido poco tiempo después del final de la I Guerra Mundial. Europa y una buena parte del mundo yacían en ruinas. Ruinas materiales que ponían al desnudo el fracaso de una visión del hombre y del mundo que había pretendido construirse a través de una concepción puramente terrena -empírica y positivista- de la realidad. En los proyectos económicos, socio-políticos y culturales del primer siglo de la Ilustración moderna se había querido prescindir de Dios por parte de amplios e influyentes sectores de la sociedad. El resultado estaba a la vista. ¡Detrás de la desolación física se escondía el vacío moral y espiritual! Ni la llamada "cuestión social" con la hiriente y dramática explotación de los trabajadores y sus familias, ni la problemática de la deseada unidad y concordia de las naciones europeas habían encontrado nuevos horizontes que indicasen la recta dirección para una solución justa y duradera. En plena guerra había estallado la Revolución Bolchevique. La Postguerra aparecía ensombrecida por profundas convulsiones revolucionarias... España no estaba ajena, a pesar de su neutralidad durante la contienda, a toda la tragedia que asolaba a los pueblos hermanos de Europa.La Iglesia venía ofreciendo, especialmente desde el siglo XVII, a ese mundo que quería progresar y modernizarse económica, social y políticamente el eterno anuncio del Evangelio a través de una propuesta formulada en términos profundamente renovadores: la propuesta del Misterio del Amor de Dios revelado y donado en Jesucristo para la salvación del hombre y, con la salvación del hombre, para la salvación del mundo. A través de intervenciones singularísimas del propio Señor Jesucristo en almas privilegiadas -hoy recordamos especialmente a Santa Margarita María de Alacoque-, ese Amor infinitamente misericordioso, benigno, sanador, transformador de lo más hondo del ser humano, se nos presentaba bajo el bellísimo simbolismo de su Sagrado Corazón herido físicamente por la lanza del soldado romano y traspasado espiritualmente por nuestros pecados. De esa herida, humano-divina, sale el torrente de gracia y de vida nueva, fruto y don del Espíritu Santo, la Persona-Amor en el Misterio de la Santísima Trinidad. Es esa gracia la que perdona y sana al hombre, elevándolo a la dignidad de los hijos de Dios y haciéndole partícipe de la vida divina. La invitación de entrar por esa espiritualidad del Sagrado Corazón de Jesús podía parecer ilusa a los ojos pragmáticos de muchos; pero era en verdad la única propuesta que podía superar los egoísmos y los odios encendidos de aquella historia, orgullosa de su modernidad, que cifraba en el progreso no de todo el hombre y de todos los hombres, sino del hombre material -"carnal"- y del hombre fuerte, el capaz de triunfar en la lucha por la existencia en este mundo. El "super-hombre" era su ideal.Los tiempos han cambiado noventa años después de aquél acto en el Cerro de los Ángeles 30 de mayo de 1919 que emocionó entonces a toda España, la más oficial y la netamente popular. También hoy necesita nuestra patria los bienes de la reconciliación, de la solidaridad, de la justicia, de la concordia y de la paz. El terrible atentado de ETA que le costó anteayer la vida a un servidor de la seguridad y de la paz de todos los españoles lo pone dramáticamente una vez más de manifiesto. Esos bienes los necesitan especialmente nuestros jóvenes generaciones y sus familias; y la pregunta vuelve a plantearse no con menor urgencia que en 1919: ¿será posible conseguirlos a espaldas de la fe en Jesucristo, ignorando el don de su Amor? El interrogante adquiere incluso -en comparación con otros pueblos de Europa-, un acento de gravedad singular al dirigirlo a una nación marcada en lo más profundo de su alma y de su ser históricos por la profesión de la fe católica de su Pueblo, vivida con admirable fidelidad en el seno de la Iglesia, Una, Santa, Católica y Apostólica, presidida por el Papa, el Sucesor de Pedro en la sede de Roma, como Pastor universal y Vicario de Cristo en la tierra. ¿Puede España encontrar hoy los caminos de un futuro pleno de los bienes que constituyen y aseguran la dignidad de la persona y el bien común de todos sus hijos e hijas abandonando la fe de sus mayores? Porque tenemos la certeza de que el camino de la descristianización no conduce a ningún futuro de salvación y de verdadera felicidad para el hombre, renovamos hoy, en el Cerro de los Ángeles, aquella solemnísima consagración de España al Sagrado Corazón de Jesús que hicieran nuestros antepasados en la Iglesia y en la sociedad en el año 1919 para que alumbrara la luz de la verdadera esperanza en aquellos momentos tan cargados de graves incertidumbres no sólo para ella, sino también para Europa y para el mundo. Lo hacemos pidiéndole para todas las familias de nuestra patria y para todos los españoles lo que San Pablo, "de rodillas", pedía "al Padre de quien toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra": que nos conceda por medio de su Espíritu robustecernos en lo profundo de nuestro ser, que Cristo habite por la fe en nuestros corazones, que el amor sea nuestra raíz y nuestro cimiento; y, así, con todos los santos, logremos "abarcar lo ancho, lo largo, lo alto y lo profundo, comprendiendo lo que trasciende toda filosofía: el amor cristiano" (Ef 3, 14-19). Sí ¡que comprendamos y bebamos el amor en su fuente purísima, en el Sagrado Corazón de Jesús! Sólo así podemos ser testigos de la esperanza gozosa y eterna.¡Quiera Nuestro Señor Jesucristo reinar hoy y siempre en España, en el corazón de sus hijos y de sus hijas, como lo había prometido al Siervo de Dios, Bernardo de Hoyos! Y que el Corazón Inmaculado de su Madre santísima, Madre suya y Madre nuestra, Reina de los Ángeles, nos ayude para acoger de nuevo la gracia del Reinado espiritual de su Divino Hijo en nuestras almas y en nuestras vidas con total disponibilidad y entrega.El Santo Cura de Ars solía repetir que "el sacerdocio es el amor del Corazón de Jesús". Efectivamente, los sacerdotes son los instrumentos imprescindibles de la gracia y del amor salvador de Cristo. El año sacerdotal que acabamos de inaugurar, unidos al Santo Padre, nos lo quiere recordar con nueva viveza. La renovada consagración de España al santísimo Corazón no cuajará en frutos abundantes de vida y testimonio del amor cristiano sin sacerdotes santos ¡España, la España de hoy, necesita muchos y santos sacerdotes según el corazón de Cristo!Amén
San Pío, ejemplo de amor a María


Intervención del Papa al rezar el Ángelus en San Giovanni Rotondo el 21 de junio

Queridos hermanos y hermanas:Al concluir esta solemne celebración, os invito a rezar conmigo --como cada domingo-- la oración mariana del Ángelus. Pero aquí, en el santuario de san Pío de Pietrelcina, nos parece escuchar su misma voz, que nos exhorta a dirigirnos con corazón de hijos a la Virgen Santa: "Amad a la Virgen y haced que la amen". Lo repetía a todos, pero más que las palabras valía el testimonio ejemplar de su profunda devoción a la Madre celestial. Bautizado en la iglesia de Santa María de los Ángeles de Pietrelcina, con el nombre de Francisco, como el Pobrecillo de Asís, siempre experimentó por la Virgen un amor muy tierno. La providencia le trajo después aquí, a San Giovanni Rotondo, al santuario de Santa María de las Gracias, donde permaneció hasta la muerte y donde descansan sus restos mortales. Toda su vida y su apostolado se desarrollaron bajo la mirada maternal de la santísima Virgen y con la potencia de su intercesión. Consideraba la Casa Alivio del Sufrimiento como obra de María, "Salud de los enfermos". Por lo tanto, queridos amigos, siguiendo el ejemplo de padre Pío, también yo quiero encomendar hoy a todos vosotros a la maternal protección de la Madre de Dios. De modo particular la invoco para la comunidad de los Frailes Capuchinos, para los enfermos del Hospital y para los que con amor los cuidan, así como también para los Grupos de Oración que continúan, en Italia y en el mundo, la consigna espiritual del santo fundador. Quisiera encomendar a la intercesión de la santísima Virgen y de san Pío de Pietrelcina de manera especial el Año Sacerdotal, que inauguré el viernes pasado, solemnidad del sagrado Corazón de Jesús. ¡Que sea una ocasión privilegiada para destacar el valor de la misión y de la santidad de los sacerdotes al servicio de la Iglesia y de la humanidad del tercer milenio!
Oremos en este día también por la situación difícil y a veces dramática de los refugiados. Ayer se celebró precisamente la Jornada Mundial del Refugiado, promovida por las Naciones Unidas. Muchas son las personas que buscan refugio en otros países escapando de situaciones de guerra, persecución y calamidad, y su acogida presenta no pocas dificultades, y sin embargo es un deber. Quiera Dios que, con el compromiso de todos, se logre eliminar lo más posible las causas de un fenómeno tan triste.
Con gran afecto saludo a todos los peregrinos aquí reunidos. Expreso mi agradecimiento a las autoridades civiles y a cuantos han colaborado en la preparación de mi visita. ¡Gracias de corazón! A todos os repito: caminad por el camino que el padre Pío os ha indicado, el camino de la santidad según el Evangelio de nuestro Señor Jesucristo. En este camino os precederá siempre la Virgen María, y con mano materna os guiará a la patria celeste.
Lo más necesario: "escuchar a Cristo para cumplir la voluntad de Dios"


Homilía de Benedicto XVI en la tierra del padre Pío el 21 de junio

Queridos hermanos y hermanas:En el corazón de mi peregrinación a este lugar, en el que todo habla de la vida y de la santidad del padre Pío de Pietrelcina, tengo la alegría de celebrar para vosotros y con vosotros la Eucaristía, misterio que constituyó el centro de toda su existencia: el origen de su vocación, la fuerza de su testimonio, la consagración de su sacrificio. Con gran afecto os saludo a todos vosotros, congregados aquí en gran número, y a cuantos nos acompañan a través de la radio y la televisión. Saludo en primer lugar al arzobispo Domenico Umberto D'Ambrosio, que, después de años de fiel servicio a esta comunidad diocesana, se prepara para asumir el cuidado de la arquidiócesis de Lecce. Le doy también de corazón las gracias porque se ha hecho intérprete de vuestros sentimientos. Saludo a los otros obispos concelebrantes. Dirijo un saludo especial a los frailes capuchinos, en particular al ministro general, fray Mauro Jöhri, al definidor general, al ministro provincial, al padre guardián del convento, al rector del santuario y a la Fraternidad Capuchina de San Giovanni Rotondo. Saludo además, con reconocimiento, a cuantos ofrecen su contribución al servicio del santuario y de las obras anejas; saludo a las autoridades civiles y militares; saludo a los sacerdotes, a los diáconos, a los demás religiosos y religiosas, y a todos los fieles. Dirijo un pensamiento afectuoso a quienes están en la Casa Alivio del Sufrimiento, a las personas solas y a todos los habitantes de esta ciudad.Acabamos de escuchar el evangelio de la tempestad calmada, al que se le ha acompañado un breve pero incisivo texto del Libro de Job, en el que Dios se revela como el Señor del mar. Jesús amenaza al viento y ordena al mar que se calme, lo interpela como si se identificase con el poder diabólico. En efecto, según lo que nos dicen la primera lectura y el Salmo 106/107, el mar en la Biblia es considerado un elemento amenazador, caótico, potencialmente destructivo, que solo Dios, el Creador, puede dominar, gobernar y acallar.Pero hay otra fuerza --una fuerza positiva-- que mueve al mundo, capaz de transformar y renovar a las criaturas: la fuerza del "amor de Cristo", ἀγάπη τοῦ Χριστοῦ (2 Corintios 5,15), como la llama san Pablo en la segunda carta a los Corintios: no es, por tanto, una fuerza cósmica, sino divina, trascendente. Actúa también sobre el cosmos, pero por naturaleza el amor de Cristo es "otro" tipo de poder, y el Señor manifestó esta alteridad trascendente en su Pascua, en la "santidad" del "camino" que Él eligió para liberarnos del dominio del mal, como había sucedido en el éxodo de Egipto, cuando hizo atravesar a los judíos las aguas del Mar Rojo. "Oh Dios --exclama el salmista--, qué santo es tu proceder... Tu camino discurría por el mar, por aguas caudalosas tu sendero" (Salmo 77/76, 14.20). En el misterio pascual, Jesús atravesó el abismo de la muerte, porque Dios quiso así renovar el universo: mediante la muerte y resurrección de su Hijo, "muerto por todos" para que todos puedan vivir "para aquel que murió y resucitó por ellos" (2 Corintios 5,16) y no vivan sólo para sí mismos. El gesto solemne de apaciguar el mar en tempestad es claramente un signo del señorío de Cristo sobre las potencias negativas, e induce a pensar en su divinidad: "¿quién es éste --se preguntaban estupefactos y atemorizados los discípulos--, que hasta el viento y el mar le obedecen? (Marcos 4,41). No tenían todavía una fe sólida, se está formando; es una mezcla de miedo y de confianza; el abandono confiado de Jesús ante el Padre es, por el contrario, total y puro. Por este poder del Amor, puede dormir durante la tempestad, completamente confiado en los brazos de Dios. Pero llegará el momento en el que también Jesús experimentará el miedo y la angustia: cuando llegue su hora, sentirá sobre sí todo el peso de los pecados de la humanidad, como una gran ola que está a punto de caer sobre Él. Esa sí que será una tempestad terrible, no cósmica, sino espiritual. Será el último, el extremo asalto del mal contra el Hijo de Dios.Pero en esa hora Jesús no dudó del poder de Dios Padre y de su cercanía, aunque tuvo que experimentar plenamente la distancia entre el odio y el amor, entre la mentira y la verdad, entre el pecado y la gracia. Experimentó este drama en sí mismo de manera lacerante, especialmente en Getsemaní, antes de ser apresado, y después, durante toda la pasión hasta la muerte en la Cruz. En esa hora, Jesús por una parte estaba totalmente unido al Padre, plenamente confiado en Él; por otra parte, solidario con los pecadores, quedó como separado y se sintió como abandonado por Él.Algunos santos han vivido intensa y personalmente esta experiencia de Jesús. El padre Pío de Pietrelcina es uno de ellos. Un hombre sencillo, de orígenes humildes, "conquistado por Cristo" (Filipenses 3,12), como escribe de sí el apóstol Pablo, para hacerse un instrumento elegido por el poder perenne de su Cruz: poder de amor por las almas, de perdón y reconciliación, de paternidad espiritual, de solidaridad concreta con los que sufren. Los estigmas, que le marcaron en el cuerpo, le unieron íntimamente con el Crucificado-Resucitado. Auténtico seguidor de san Francisco de Asís, hizo propia, como el Pobrecillo, la experiencia del apóstol Pablo, tal y como la describe en sus Cartas: "con Cristo estoy crucificado; y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí" (Gálatas 2, 19-20); o también: "en nosotros actúa la muerte, en vosotros la vida" (2 Corintios 5,12). Esto no significa alienación, pérdida de la personalidad: Dios no anula nunca lo humano, sino que lo transforma con su Espíritu y lo orienta al servicio de su designio de salvación. El padre Pío conservó sus propios dones naturales, y también su propio temperamento, pero ofreció todo a Dios, quien de este modo pudo servirse de ellos libremente para prolongar la obra de Cristo: anunciar el Evangelio, perdonar los pecados y curar a los enfermos en el cuerpo y en el espíritu.
Como les sucedió a Jesús, la verdadera lucha, el padre Pío no tuvo que librar el combate radical contra enemigos terrenales, sino contra el espíritu del mal (Cf. Efesios 6,12). Las "tempestades" más grandes que le amenazaban eran los asaltos del diablo, de los cuales se defendió con la "armadura de Dios", con "el escudo de la fe" y "la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios" (Efesios 6,11.16.17). Permaneciendo unido a Jesús, siempre tuvo en cuenta la profundidad del drama humano, y por eso se ofreció y ofreció sus tantos sufrimientos, y supo gastarse en el cuidado y alivio de los enfermos, signo privilegiado de la misericordia de Dios, de su reino que viene, es más, que ya está en el mundo, de la victoria del amor y de la vida sobre el pecado y la muerte. Guiar a las almas y aliviar el sufrimiento: así se puede resumir la misión de san Pío de Pietralcina, como dijo el siervo de Dios, el Papa Pablo VI: "Era un hombre de oración y de sufrimiento" (A los padres Capitulares Capuchinos, 20 de febrero de 1971).Queridos amigos, frailes menores capuchinos, miembros de los grupos de oración y fieles todos de san Giovanni Rotondo, sois los herederos del padre Pío y la herencia que os ha dejado es la santidad. En una de sus cartas escribe: "Parece que el único tratamiento de Jesús para las manos es el de santificar vuestra alma" (Epístolas II, p. 155). Era siempre su primera preocupación, su ansia sacerdotal y paterna: que las personas regresaran a Dios, que pudieran experimentar su misericordia y, una vez renovados interiormente, redescubrir la belleza y la alegría de ser cristianos, de vivir en comunión con Jesús, de pertenecer a su Iglesia y practicar el Evangelio. El padre Pío atraía al camino de la santidad con su mismo testimonio, indicando con el ejemplo el "binomio" que nos conduce a ella: la oración y la caridad.
Ante todo la oración. Como todos los grandes hombres de Dios, el padre Pío se convirtió él mismo en oración, con el alma y con el cuerpo. Sus jornadas eran un rosario vivido, es decir, una continua meditación y asimilación de los misterios de Cristo en unión espiritual con la Virgen María. Se explica así la singular presencia en él de dones sobrenaturales y de sentido práctico humano. Y todo tenía su culmen en la celebración de la santa misa: en ella, él se unía plenamente al Señor muerto y resucitado. De la oración, como de una fuente siempre viva, brotaba la caridad. El amor que él llevaba en el corazón y transmitía a los demás estaba lleno de ternura, siempre atento a las situaciones reales de las personas y de las familias. Especialmente hacia los enfermos y dolientes, sustentaba la predilección del Corazón de Cristo, y precisamente de ella tuvo origen y forma el proyecto de una gran obra dedicada al "alivio del sufrimiento". No se puede entender ni interpretar adecuadamente esta institución si se la separa de su fuente inspiradora, que es la caridad evangélica, animada a su vez por la oración.Todo esto, queridos hermanos, el padre Pío lo presenta hoy a nuestra atención. Los riesgos del activismo y la secularización están siempre presentes; por ello mi visita tiene también el objetivo de confirmaros en la fidelidad a la misión heredada de vuestro queridísimo padre. Muchos de vosotros, religiosos, religiosas y laicos, estáis tan absorbidos por miles de tareas que conlleva el servicio a los peregrinos o a los enfermos del hospital que corréis el riesgo de descuidar lo que es verdaderamente necesario: escuchar a Cristo para cumplir la voluntad de Dios. Cuando os deis cuenta de que corréis este riesgo, contemplad al padre Pío, su ejemplo, sus sufrimientos; e invocad su intercesión, para que os alcance del Señor la luz y la fuerza que necesitáis para continuar con vuestra misión empapada de amor por Dios y de caridad fraterna. Y que desde el cielo él siga ejerciendo esa delicada paternidad espiritual que le distinguió durante su existencia terrena; que continúe acompañando a sus hermanos, a sus hijos espirituales y a toda la obra que él inició. Que, junto a san Francisco y a la Virgen, que tanto amó e hizo amar en este mundo, vele sobre vosotros y os proteja y siempre. Y entonces, también en las tempestades que puedan levantarse de manera imprevista, podréis experimentar el soplo del Espíritu Santo que es más fuerte que cualquier viento contrario, y mueve la barca de la Iglesia y a cada uno de nosotros. Por este motivo debemos vivir siempre con serenidad y cultivar en el corazón la alegría, dando gracias a Señor. Dice el Salmo: "Su amor es para siempre" (Salmo responsorial). ¡Amén!
Homilía del Papa al inaugurar el Año Sacerdotal


En las vísperas de la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús presididas en la Basílica de San Pedro


Queridos hermanos y hermanas:
En la antífona del Magníficat dentro de poco cantaremos: "El Señor nos ha acogido en su corazón"- "Suscepit nos Dominus in sinum et cor suum". En el Antiguo Testamento se habla 26 veces del corazón de Dios, considerado como el órgano de su voluntad: en referencia al corazón de Dios, el hombre es juzgado. A causa del dolor que su corazón siente por los pecados del hombre, Dios decide el diluvio, pero después se conmueve ante la debilidad humana y perdona. Luego hay un pasaje del Antiguo Testamento en el que el tema del corazón de Dios se expresa de manera totalmente clara: se encuentra en el capítulo 11 del libro del profeta Oseas, donde los primeros versículos describen la dimensión del amor con el que el Señor se dirige a Israel en la aurora de su historia: "Cuando Israel era niño, yo le amé, y de Egipto llamé a mi hijo" (v. 1). En realidad, a la incansable predilección divina, Israel responde con indiferencia e incluso con ingratitud. "Cuanto más los llamaba --constata el Señor--, más se alejaban de mí" (v. 2). Sin embargo, Él no abandona Israel en las manos de los enemigos, pues "mi corazón -dice el Creador del universo-- está en mí trastornado, y a la vez se estremecen mis entrañas" (v. 8).
¡El corazón de Dios se estremece de compasión! En la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, la Iglesia presenta a nuestra contemplación este misterio, el misterio del corazón de un Dios que se conmueve y ofrece todo su amor a la humanidad. Un amor misterioso, que en los textos del Nuevo Testamento se nos revela como inconmensurable pasión de Dios por el hombre. No se rinde ante la ingratitud, ni siquiera ante el rechazo del pueblo que ha escogido; es más, con infinita misericordia envía al mundo a su unigénito Hijo para que cargue sobre sí el destino del amor destruido; para que, derrotando el poder del mal y de la muerte, pueda restituir la dignidad de hijos a los seres humanos esclavizados por el pecado. Todo esto a caro precio: el Hijo unigénito del Padre se inmola en la cruz: "habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo" (Cf. Juan 13, 1). Símbolo de este amor que va más allá de la muerte es su costado atravesado por una lanza. En este sentido, un testigo ocular, el apóstol Juan, afirma: "uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua" (Cf. Juan 19,34).
Queridos hermanos y hermanas: gracias, pues respondiendo a mi invitación, habéis venido en gran número a esta celebración en la que entramos en el Año Sacerdotal. Saludo a los señores cardenales y a los obispos, en particular al cardenal prefecto y al secretario de la Congregación para el Clero, junto a sus colaboradores, y al obispo de Ars. Saludo a los sacerdotes y a los seminaristas de los colegios de Roma; a los religiosos y religiosas y a todos los fieles. Dijo un saludo especial a Su Beatitud Ignace Youssef Younan, patriarca de Antioquía de los Sirios, venido a Roma para visitarme y manifestar públicamente la "ecclesiastica communio" [comunión eclesial, ndt.] que le he concedido.
Queridos hermanos y hermanas: detengámonos a contemplar juntos el Corazón traspasado del Crucificado. Una vez más acabamos de escuchar, en la breve lectura tomada de la Carta de san Pablo a los Efesios, que "Dios, rico en misericordia, por el grande amor con que nos amó, estando muertos a causa de nuestros delitos, nos vivificó juntamente con Cristo - por gracia habéis sido salvados y con él nos resucitó y nos hizo sentar en los cielos en Cristo Jesús" (Efesios 2,4-6). Estar en Cristo Jesús significa ya sentarse en los cielos. En el Corazón de Jesús se expresa el núcleo esencial del cristianismo; en Cristo se nos revela y entrega toda la novedad revolucionaria del Evangelio: el Amor que nos salva y nos hace vivir ya en la eternidad de Dios. Escribe el evangelista Juan: "Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna" (3,16). Su Corazón divino llama entonces a nuestro corazón; nos invita a salir de nosotros mismos, y a abandonar nuestras seguridades humanas para fiarnos de Él y, siguiendo su ejemplo, a hacer de nosotros mismos un don de amor sin reservas.
Si es verdad que la invitación de Jesús a "permanecer en su amor" (Cf. Juan 15, 9) se dirige a todo bautizado, en la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, Jornada de Santificación Sacerdotal, esta invitación resuena con mayor fuerza para nosotros sacerdotes, en particular esta tarde, solemne inicio del Año Sacerdotal, que he convocado con motivo del 150° aniversario de la muerte del santo Cura de Ars. Me viene inmediatamente a la mente una hermosa y conmovedora afirmación, referida en el Catecismo de la Iglesia Católica: "El sacerdocio es el amor del Corazón de Jesús" (n. 1589). ¿Cómo no recordar con conmoción que directamente de este Corazón ha manado el don de nuestro ministerio sacerdotal? ¿Cómo olvidar que nosotros, presbíteros, hemos sido consagrados para servir, humilde y autorizadamente, al sacerdocio común de los fieles? Nuestra misión es indispensable para la Iglesia y para el mundo, que exige fidelidad plena a Cristo y una incesante unión con Él; es decir, exige que busquemos constantemente la santidad como hizo san Juan María Vianney. En la carta que os he dirigido con motivo de este año jubilar especial, queridos sacerdotes, he querido subrayar algunos aspectos que califican nuestro ministerio, haciendo referencia al ejemplo y a la enseñanza del santo Cura de Ars, modelo y protector de todos los sacerdotes, y en particular de los párrocos. Espero que este texto mío os sea de ayuda y aliento para hacer de este año una ocasión propicia para crecer en la intimidad con Jesús, que cuenta con nosotros, sus ministros, para difundir y consolidar su Reino, para difundir su amor, su verdad. Y, por tanto, "a ejemplo del santo cura de Ars, dejaos conquistar por Él y seréis también vosotros, en el mundo de hoy, mensajeros de esperanza, reconciliación y paz".
¡Dejarse conquistar totalmente por Cristo! Este fue el objetivo de toda la vida de san Pablo, al que hemos dirigido nuestra atención durante el Año Paulino, que se encamina ya hacia su conclusión; esta ha sido la meta de todo el ministerio del santo cura de Ars, a quien invocaremos particularmente durante el Año Sacerdotal; que éste sea también el objetivo principal de cada uno de nosotros. Para ser ministros al servicio del Evangelio es ciertamente útil y necesario el estudio con una atenta y permanente formación pastoral, pero todavía es más necesaria esa "ciencia del amor", que sólo se aprende de "corazón a corazón" con Cristo. Él nos llama a partir el pan de su amor, a perdonar los pecados y a guiar al rebaño en su nombre. Precisamente por este motivo no tenemos que alejarnos nunca del manantial del Amor que es su Corazón atravesado en la cruz.
Sólo así seremos capaces de cooperar eficazmente con el misterioso "designio del Padre", que consiste en "hacer de Cristo el corazón del mundo". Designio que se realiza en la historia en la medida en que Jesús se convierte en el Corazón de los corazones humanos, comenzando por aquellos que están llamados a estar más cerca de él, los sacerdotes. Nos vuelven a recordar este constante compromiso las "promesas sacerdotales", que pronunciamos el día de nuestra ordenación y que renovamos cada año, el Jueves Santo, en la Misa Crismal. Incluso nuestras carencias, nuestros límites y debilidades deben volvenos a conducir al Corazón de Jesús. Si es verdad que los pecadores, al contemplarle, deben aprender el necesario "dolor de los pecados" que los vuelve a conducir al Padre, esto se aplica aún más a los ministros sagrados. ¿Cómo olvidar que nada hace sufrir más a la Iglesia, Cuerpo de Cristo, que los pecados de sus pastores, sobre todo de aquellos que se convierten en "ladrones de ovejas" (Juan 10, 1 y siguientes), ya sea porque las desvían con sus doctrinas privadas, ya sea porque las atan con los lazos del pecado y de muerte? También para nosotros queridos sacerdotes se aplica el llamamiento a la conversión y a recurrir a la Misericordia Divina, e igualmente debemos dirigir con humildad incesante la súplica al Corazón de Jesús para que nos preserve del terrible riesgo de dañar a aquellos a quienes debemos salvar.
Hace poco he podido venerar, en la Capilla del Coro, la reliquia del santo cura de Ars: su corazón. Un corazón inflamado de amor divino. Que se conmovía ante el pensamiento de la dignidad del sacerdote y hablaba a los fieles con tonos tocantes y sublimes, afirmando que ¡"después de Dios, el sacerdote lo es todo!... Él mismo no se entenderá bien sino en el cielo" (Cf. Carta para el Año Sacerdotal, p. 2). Cultivemos queridos hermanos, esta misma conmoción, ya sea para cumplir nuestro ministerio con generosidad y dedicación, ya sea para custodiar en el alma un verdadero "temor de Dios": el temor de poder privar de tanto bien, por nuestra negligencia o culpa a las almas que nos han sido confiadas o de poderlas dañar. ¡Que Dios no lo permita! La Iglesia tiene necesidad de sacerdotes santos; de ministros que ayuden a los fieles a experimentar el amor misericordioso del Señor y sean sus testigos convencidos. En la adoración eucarística, que seguirá a la celebración de las Vísperas, pediremos al Señor que inflame el corazón de cada presbítero con esa caridad pastoral capaz de asimilar su personal "yo" al de Jesús sacerdote, para así poderlo imitar en la más completa entrega de uno mismo. Que nos obtenga esta gracia la Virgen Madre, de quien mañana contemplaremos con viva fe el Corazón inmaculado. El santo cura de Ars vivía una filial devoción por ella, hasta el punto de que en 1836, anticipándose a la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción, ya había consagrado su parroquia a María "concebida sin pecado". Y mantuvo la costumbre de renovar a menudo esta ofrenda de la parroquia a la santa Virgen, enseñando a los fieles que "basta con dirigirse a ella para ser escuchados", por el simple motivo que ella "desea sobretodo vernos felices". Que nos acompañe la Virgen santa, nuestra Madre, en el Año Sacerdotal que hoy iniciamos, para que podamos ser guías firmes e iluminados para los fieles que el Señor confía a nuestros cuidados pastorales ¡Amen!

6/19/09

El aborto no es un derecho sino un atentado


Declaración de los Obispos españoles ante el Anteproyecto de Ley


La Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Española ha publicado este jueves una declaración sobre el Anteproyecto de "Ley del aborto" en el que se aclara que esta práctica no es un derecho, sino un atentado legal contra la vida humana.
El documento de ocho páginas, lleva por subtítulo: "Atentar contra la vida de los que van a nacer convertido en 'derecho'".
El documento pone de relieve algunos aspectos del "Anteproyecto de Ley de Salud Sexual y Reproductiva e Interrupción Voluntaria del Embarazo" que, "de llegar a convertirse en Ley, supondrían un serio retroceso en la protección del derecho a la vida de los que van a nacer, un mayor abandono de las madres gestantes y, en definitiva, un daño muy serio para el bien común".
Al presentar en una rueda de prensa la declaración, monseñor Juan Antonio Martínez Camino, secretario y portavoz de la Conferencia Episcopal confesó su esperanza de que "este anteproyecto de ley, tan negativo, no se convierta en ley", pues implicaría un grave retroceso en la protección del derecho a la vida.
En particular, como elementos preocupantes destacó la voluntad de madre de poder anular el derecho a la vida del que va a nacer, la salud como excusa para eliminar a un ser humano, la justificación de esta eliminación y la educación moral y sexual instrumentalizada al servicio del aborto.
La declaració subraya que "El aspecto tal vez más sombrío del Anteproyecto es su pretensión de calificar el aborto provocado como un derecho que habría de ser protegido por el Estado".
"He ahí una fuente envenenada de inmoralidad e injusticia que vicia todo el texto", afirma el texto aprobado por unanimidad por todos los obispos reunidos en la Comisión Permanente de la Conferencia.
"El Estado que otorga la calificación de derecho a algo que, en realidad, es un atentado contra el derecho fundamental a la vida, pervierte el elemental orden de racionalidad que se encuentra en la base de su propia legitimidad", afirma el documento.
"La tutela del bien fundamental de la vida humana y del derecho a vivir forma parte esencial de las obligaciones de la autoridad", recuerda el documento.
Por estos motivos, de acuerdo con la doctrina de la Iglesia y el Código de Derecho Canónico, los obispos recuerdan que "ningún católico coherente con su fe podrá aprobar ni dar su voto" al anteproyecto de ley.
Apoyo a las mujeresPor otra parte los obispos subrayan la necesidad de apoyar a las mujeres embarazadas.
"Es una alegría el testimonio de tantas madres y padres que, gracias a la ayuda recibida, han decidido por fin acoger a sus hijos, reconociendo en ellos un don inestimable que trae luz y sentido a sus vidas".
"También es laudable el trabajo realizado por las asociaciones de mujeres víctimas del aborto. Es muy valioso su valiente testimonio público, que ayuda a la sociedad a recapacitar sobre un camino ya demasiado largo de sufrimiento para las mujeres".
"Ellas ponen particularmente de relieve que no es este el tipo de legislación que se necesita para ayudar a las gestantes y para la dignificación de la sociedad".
"Las mujeres tentadas de abortar o las que ya han pasado por esa tragedia encontrarán siempre en la comunidad católica el hogar de la misericordia y del consuelo. Como madre, la Iglesia comprende sus dificultades y nunca las dejará solas con sus problemas ni con sus culpas", afirma el texto.

6/18/09

Una nueva primavera para la Iglesia

Carta del Papa a los sacerdotes con motivo del Año Sacerdotal


Queridos hermanos en el Sacerdocio:
He resuelto convocar oficialmente un "Año Sacerdotal" con ocasión del 150 aniversario del "dies natalis" de Juan María Vianney, el Santo Patrón de todos los párrocos del mundo, que comenzará el viernes 19 de junio de 2009, solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús -jornada tradicionalmente dedicada a la oración por la santificación del clero-.1 Este año desea contribuir a promover el compromiso de renovación interior de todos los sacerdotes, para que su testimonio evangélico en el mundo de hoy sea más intenso e incisivo, y se concluirá en la misma solemnidad de 2010.
"El Sacerdocio es el amor del corazón de Jesús", repetía con frecuencia el Santo Cura de Ars.2 Esta conmovedora expresión nos da pie para reconocer con devoción y admiración el inmenso don que suponen los sacerdotes, no sólo para la Iglesia, sino también para la humanidad misma. Tengo presente a todos los presbíteros que con humildad repiten cada día las palabras y los gestos de Cristo a los fieles cristianos y al mundo entero, identificándose con sus pensamientos, deseos y sentimientos, así como con su estilo de vida. ¿Cómo no destacar sus esfuerzos apostólicos, su servicio infatigable y oculto, su caridad que no excluye a nadie? Y ¿qué decir de la fidelidad entusiasta de tantos sacerdotes que, a pesar de las dificultades e incomprensiones, perseveran en su vocación de "amigos de Cristo", llamados personalmente, elegidos y enviados por Él?
Todavía conservo en el corazón el recuerdo del primer párroco con el que comencé mi ministerio como joven sacerdote: fue para mí un ejemplo de entrega sin reservas al propio ministerio pastoral, llegando a morir cuando llevaba el viático a un enfermo grave. También repaso los innumerables hermanos que he conocido a lo largo de mi vida y últimamente en mis viajes pastorales a diversas naciones, comprometidos generosamente en el ejercicio cotidiano de su ministerio sacerdotal.
Pero la expresión utilizada por el Santo Cura de Ars evoca también la herida abierta en el Corazón de Cristo y la corona de espinas que lo circunda. Y así, pienso en las numerosas situaciones de sufrimiento que aquejan a muchos sacerdotes, porque participan de la experiencia humana del dolor en sus múltiples manifestaciones o por las incomprensiones de los destinatarios mismos de su ministerio: ¿Cómo no recordar tantos sacerdotes ofendidos en su dignidad, obstaculizados en su misión, a veces incluso perseguidos hasta ofrecer el supremo testimonio de la sangre?
Sin embargo, también hay situaciones, nunca bastante deploradas, en las que la Iglesia misma sufre por la infidelidad de algunos de sus ministros. En estos casos, es el mundo el que sufre el escándalo y el abandono. Ante estas situaciones, lo más conveniente para la Iglesia no es tanto resaltar escrupulosamente las debilidades de sus ministros, cuanto renovar el reconocimiento gozoso de la grandeza del don de Dios, plasmado en espléndidas figuras de Pastores generosos, religiosos llenos de amor a Dios y a las almas, directores espirituales clarividentes y pacientes. En este sentido, la enseñanza y el ejemplo de san Juan María Vianney pueden ofrecer un punto de referencia significativo. El Cura de Ars era muy humilde, pero consciente de ser, como sacerdote, un inmenso don para su gente: "Un buen pastor, un pastor según el Corazón de Dios, es el tesoro más grande que el buen Dios puede conceder a una parroquia, y uno de los dones más preciosos de la misericordia divina".3 Hablaba del sacerdocio como si no fuera posible llegar a percibir toda la grandeza del don y de la tarea confiados a una criatura humana: "¡Oh, qué grande es el sacerdote! Si se diese cuenta, moriría... Dios le obedece: pronuncia dos palabras y Nuestro Señor baja del cielo al oír su voz y se encierra en una pequeña hostia...".4 Explicando a sus fieles la importancia de los sacramentos decía: "Si desapareciese el sacramento del Orden, no tendríamos al Señor. ¿Quién lo ha puesto en el sagrario? El sacerdote. ¿Quién ha recibido vuestra alma apenas nacidos? El sacerdote. ¿Quién la nutre para que pueda terminar su peregrinación? El sacerdote. ¿Quién la preparará para comparecer ante Dios, lavándola por última vez en la sangre de Jesucristo? El sacerdote, siempre el sacerdote. Y si esta alma llegase a morir [a causa del pecado], ¿quién la resucitará y le dará el descanso y la paz? También el sacerdote... ¡Después de Dios, el sacerdote lo es todo!... Él mismo sólo lo entenderá en el cielo".5 Estas afirmaciones, nacidas del corazón sacerdotal del santo párroco, pueden parecer exageradas. Sin embargo, revelan la altísima consideración en que tenía el sacramento del sacerdocio. Parecía sobrecogido por un inmenso sentido de la responsabilidad: "Si comprendiéramos bien lo que representa un sacerdote sobre la tierra, moriríamos: no de pavor, sino de amor... Sin el sacerdote, la muerte y la pasión de Nuestro Señor no servirían de nada. El sacerdote continúa la obra de la redención sobre la tierra... ¿De qué nos serviría una casa llena de oro si no hubiera nadie que nos abriera la puerta? El sacerdote tiene la llave de los tesoros del cielo: él es quien abre la puerta; es el administrador del buen Dios; el administrador de sus bienes... Dejad una parroquia veinte años sin sacerdote y adorarán a las bestias... El sacerdote no es sacerdote para sí mismo, sino para vosotros".6
Llegó a Ars, una pequeña aldea de 230 habitantes, advertido por el Obispo sobre la precaria situación religiosa: "No hay mucho amor de Dios en esa parroquia; usted lo pondrá". Bien sabía él que tendría que encarnar la presencia de Cristo dando testimonio de la ternura de la salvación: "Dios mío, concédeme la conversión de mi parroquia; acepto sufrir todo lo que quieras durante toda mi vida". Con esta oración comenzó su misión.7 El Santo Cura de Ars se dedicó a la conversión de su parroquia con todas sus fuerzas, insistiendo por encima de todo en la formación cristiana del pueblo que le había sido confiado.
Queridos hermanos en el Sacerdocio, pidamos al Señor Jesús la gracia de aprender también nosotros el método pastoral de san Juan María Vianney. En primer lugar, su total identificación con el propio ministerio. En Jesús, Persona y Misión tienden a coincidir: toda su obra salvífica era y es expresión de su "Yo filial", que está ante el Padre, desde toda la eternidad, en actitud de amorosa sumisión a su voluntad. De modo análogo y con toda humildad, también el sacerdote debe aspirar a esta identificación. Aunque no se puede olvidar que la eficacia sustancial del ministerio no depende de la santidad del ministro, tampoco se puede dejar de lado la extraordinaria fecundidad que se deriva de la confluencia de la santidad objetiva del ministerio con la subjetiva del ministro. El Cura de Ars emprendió en seguida esta humilde y paciente tarea de armonizar su vida como ministro con la santidad del ministerio confiado, "viviendo" incluso materialmente en su Iglesia parroquial: "En cuanto llegó, consideró la Iglesia como su casa... Entraba en la Iglesia antes de la aurora y no salía hasta después del Angelus de la tarde. Si alguno tenía necesidad de él, allí lo podía encontrar", se lee en su primera biografía.8
La devota exageración del piadoso hagiógrafo no nos debe hacer perder de vista que el Santo Cura de Ars también supo "hacerse presente" en todo el territorio de su parroquia: visitaba sistemáticamente a los enfermos y a las familias; organizaba misiones populares y fiestas patronales; recogía y administraba dinero para sus obras de caridad y para las misiones; adornaba la iglesia y la dotaba de paramentos sacerdotales; se ocupaba de las niñas huérfanas de la "Providence" (un Instituto que fundó) y de sus formadoras; se interesaba por la educación de los niños; fundaba hermandades y llamaba a los laicos a colaborar con él.
Su ejemplo me lleva a poner de relieve los ámbitos de colaboración en los que se debe dar cada vez más cabida a los laicos, con los que los presbíteros forman un único pueblo sacerdotal9 y entre los cuales, en virtud del sacerdocio ministerial, están puestos "para llevar a todos a la unidad del amor: ‘amándose mutuamente con amor fraterno, rivalizando en la estima mutua' (Rm 12, 10)".10 En este contexto, hay que tener en cuenta la encarecida recomendación del Concilio Vaticano II a los presbíteros de "reconocer sinceramente y promover la dignidad de los laicos y la función que tienen como propia en la misión de la Iglesia... Deben escuchar de buena gana a los laicos, teniendo fraternalmente en cuenta sus deseos y reconociendo su experiencia y competencia en los diversos campos de la actividad humana, para poder junto con ellos reconocer los signos de los tiempos".11
El Santo Cura de Ars enseñaba a sus parroquianos sobre todo con el testimonio de su vida. De su ejemplo aprendían los fieles a orar, acudiendo con gusto al sagrario para hacer una visita a Jesús Eucaristía.12 "No hay necesidad de hablar mucho para orar bien", les enseñaba el Cura de Ars. "Sabemos que Jesús está allí, en el sagrario: abrámosle nuestro corazón, alegrémonos de su presencia. Ésta es la mejor oración".13 Y les persuadía: "Venid a comulgar, hijos míos, venid donde Jesús. Venid a vivir de Él para poder vivir con Él...".14 "Es verdad que no sois dignos, pero lo necesitáis".15 Dicha educación de los fieles en la presencia eucarística y en la comunión era particularmente eficaz cuando lo veían celebrar el Santo Sacrificio de la Misa. Los que asistían decían que "no se podía encontrar una figura que expresase mejor la adoración... Contemplaba la hostia con amor".16 Les decía: "Todas las buenas obras juntas no son comparables al Sacrificio de la Misa, porque son obras de hombres, mientras la Santa Misa es obra de Dios".17 Estaba convencido de que todo el fervor en la vida de un sacerdote dependía de la Misa: "La causa de la relajación del sacerdote es que descuida la Misa. Dios mío, ¡qué pena el sacerdote que celebra como si estuviese haciendo algo ordinario!".18 Siempre que celebraba, tenía la costumbre de ofrecer también la propia vida como sacrificio: "¡Cómo aprovecha a un sacerdote ofrecerse a Dios en sacrificio todas las mañanas!".19
Esta identificación personal con el Sacrificio de la Cruz lo llevaba -con una sola moción interior- del altar al confesonario. Los sacerdotes no deberían resignarse nunca a ver vacíos sus confesonarios ni limitarse a constatar la indiferencia de los fieles hacia este sacramento. En Francia, en tiempos del Santo Cura de Ars, la confesión no era ni más fácil ni más frecuente que en nuestros días, pues el vendaval revolucionario había arrasado desde hacía tiempo la práctica religiosa. Pero él intentó por todos los medios, en la predicación y con consejos persuasivos, que sus parroquianos redescubriesen el significado y la belleza de la Penitencia sacramental, mostrándola como una íntima exigencia de la presencia eucarística. Supo iniciar así un "círculo virtuoso". Con su prolongado estar ante el sagrario en la Iglesia, consiguió que los fieles comenzasen a imitarlo, yendo a visitar a Jesús, seguros de que allí encontrarían también a su párroco, disponible para escucharlos y perdonarlos. Al final, una muchedumbre cada vez mayor de penitentes, provenientes de toda Francia, lo retenía en el confesonario hasta 16 horas al día. Se comentaba que Ars se había convertido en "el gran hospital de las almas".20 Su primer biógrafo afirma: "La gracia que conseguía [para que los pecadores se convirtiesen] era tan abundante que salía en su búsqueda sin dejarles un momento de tregua".21 En este mismo sentido, el Santo Cura de Ars decía: "No es el pecador el que vuelve a Dios para pedirle perdón, sino Dios mismo quien va tras el pecador y lo hace volver a Él".22 "Este buen Salvador está tan lleno de amor que nos busca por todas partes".23
Todos los sacerdotes hemos de considerar como dirigidas personalmente a nosotros aquellas palabras que él ponía en boca de Jesús: "Encargaré a mis ministros que anuncien a los pecadores que estoy siempre dispuesto a recibirlos, que mi misericordia es infinita".24 Los sacerdotes podemos aprender del Santo Cura de Ars no sólo una confianza infinita en el sacramento de la Penitencia, que nos impulse a ponerlo en el centro de nuestras preocupaciones pastorales, sino también el método del "diálogo de salvación" que en él se debe entablar. El Cura de Ars se comportaba de manera diferente con cada penitente. Quien se acercaba a su confesonario con una necesidad profunda y humilde del perdón de Dios, encontraba en él palabras de ánimo para sumergirse en el "torrente de la divina misericordia" que arrastra todo con su fuerza. Y si alguno estaba afligido por su debilidad e inconstancia, con miedo a futuras recaídas, el Cura de Ars le revelaba el secreto de Dios con una expresión de una belleza conmovedora: "El buen Dios lo sabe todo. Antes incluso de que se lo confeséis, sabe ya que pecaréis nuevamente y sin embargo os perdona. ¡Qué grande es el amor de nuestro Dios que le lleva incluso a olvidar voluntariamente el futuro, con tal de perdonarnos!".25 A quien, en cambio, se acusaba de manera fría y casi indolente, le mostraba, con sus propias lágrimas, la evidencia seria y dolorosa de lo "abominable" de su actitud: "Lloro porque vosotros no lloráis",26 decía. "Si el Señor no fuese tan bueno... pero lo es. Hay que ser un bárbaro para comportarse de esta manera ante un Padre tan bueno".27 Provocaba el arrepentimiento en el corazón de los tibios, obligándoles a ver con sus propios ojos el sufrimiento de Dios por los pecados como "encarnado" en el rostro del sacerdote que los confesaba. Si alguno manifestaba deseos y actitudes de una vida espiritual más profunda, le mostraba abiertamente las profundidades del amor, explicándole la inefable belleza de vivir unidos a Dios y estar en su presencia: "Todo bajo los ojos de Dios, todo con Dios, todo para agradar a Dios... ¡Qué maravilla!".28 Y les enseñaba a orar: "Dios mío, concédeme la gracia de amarte tanto cuanto yo sea capaz".29
El Cura de Ars consiguió en su tiempo cambiar el corazón y la vida de muchas personas, porque fue capaz de hacerles sentir el amor misericordioso del Señor. Urge también en nuestro tiempo un anuncio y un testimonio similar de la verdad del Amor: Deus caritas est (1 Jn 4, 8). Con la Palabra y con los Sacramentos de su Jesús, Juan María Vianney edificaba a su pueblo, aunque a veces se agitaba interiormente porque no se sentía a la altura, hasta el punto de pensar muchas veces en abandonar las responsabilidades del ministerio parroquial para el que se sentía indigno. Sin embargo, con un sentido de la obediencia ejemplar, permaneció siempre en su puesto, porque lo consumía el celo apostólico por la salvación de las almas. Se entregaba totalmente a su propia vocación y misión con una ascesis severa: "La mayor desgracia para nosotros los párrocos -deploraba el Santo- es que el alma se endurezca"; con esto se refería al peligro de que el pastor se acostumbre al estado de pecado o indiferencia en que viven muchas de sus ovejas.30 Dominaba su cuerpo con vigilias y ayunos para evitar que opusiera resistencia a su alma sacerdotal. Y se mortificaba voluntariamente en favor de las almas que le habían sido confiadas y para unirse a la expiación de tantos pecados oídos en confesión. A un hermano sacerdote, le explicaba: "Le diré cuál es mi receta: doy a los pecadores una penitencia pequeña y el resto lo hago yo por ellos".31 Más allá de las penitencias concretas que el Cura de Ars hacía, el núcleo de su enseñanza sigue siendo en cualquier caso válido para todos: las almas cuestan la sangre de Cristo y el sacerdote no puede dedicarse a su salvación sin participar personalmente en el "alto precio" de la redención.
En la actualidad, como en los tiempos difíciles del Cura de Ars, es preciso que los sacerdotes, con su vida y obras, se distingan por un vigoroso testimonio evangélico. Pablo VI ha observado oportunamente: "El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan, o si escucha a los que enseñan, es porque dan testimonio".32 Para que no nos quedemos existencialmente vacíos, comprometiendo con ello la eficacia de nuestro ministerio, debemos preguntarnos constantemente: "¿Estamos realmente impregnados por la palabra de Dios? ¿Es ella en verdad el alimento del que vivimos, más que lo que pueda ser el pan y las cosas de este mundo? ¿La conocemos verdaderamente? ¿La amamos? ¿Nos ocupamos interiormente de esta palabra hasta el punto de que realmente deja una impronta en nuestra vida y forma nuestro pensamiento?".33 Así como Jesús llamó a los Doce para que estuvieran con Él (cf. Mc 3, 14), y sólo después los mandó a predicar, también en nuestros días los sacerdotes están llamados a asimilar el "nuevo estilo de vida" que el Señor Jesús inauguró y que los Apóstoles hicieron suyo.34
La identificación sin reservas con este "nuevo estilo de vida" caracterizó la dedicación al ministerio del Cura de Ars. El Papa Juan XXIII en la Carta encíclica Sacerdotii nostri primordia, publicada en 1959, en el primer centenario de la muerte de san Juan María Vianney, presentaba su fisonomía ascética refiriéndose particularmente a los tres consejos evangélicos, considerados como necesarios también para los presbíteros: "Y, si para alcanzar esta santidad de vida, no se impone al sacerdote, en virtud del estado clerical, la práctica de los consejos evangélicos, ciertamente que a él, y a todos los discípulos del Señor, se le presenta como el camino real de la santificación cristiana".35 El Cura de Ars supo vivir los "consejos evangélicos" de acuerdo a su condición de presbítero. En efecto, su pobreza no fue la de un religioso o un monje, sino la que se pide a un sacerdote: a pesar de manejar mucho dinero (ya que los peregrinos más pudientes se interesaban por sus obras de caridad), era consciente de que todo era para su iglesia, sus pobres, sus huérfanos, sus niñas de la "Providence",36 sus familias más necesitadas. Por eso "era rico para dar a los otros y era muy pobre para sí mismo".37 Y explicaba: "Mi secreto es simple: dar todo y no conservar nada".38 Cuando se encontraba con las manos vacías, decía contento a los pobres que le pedían: "Hoy soy pobre como vosotros, soy uno de vosotros".39 Así, al final de su vida, pudo decir con absoluta serenidad: "No tengo nada... Ahora el buen Dios me puede llamar cuando quiera".40 También su castidad era la que se pide a un sacerdote para su ministerio. Se puede decir que era la castidad que conviene a quien debe tocar habitualmente con sus manos la Eucaristía y contemplarla con todo su corazón arrebatado y con el mismo entusiasmo la distribuye a sus fieles. Decían de él que "la castidad brillaba en su mirada", y los fieles se daban cuenta cuando clavaba la mirada en el sagrario con los ojos de un enamorado.41 También la obediencia de san Juan María Vianney quedó plasmada totalmente en la entrega abnegada a las exigencias cotidianas de su ministerio. Se sabe cuánto le atormentaba no sentirse idóneo para el ministerio parroquial y su deseo de retirarse "a llorar su pobre vida, en soledad".42 Sólo la obediencia y la pasión por las almas conseguían convencerlo para seguir en su puesto. A los fieles y a sí mismo explicaba: "No hay dos maneras buenas de servir a Dios. Hay una sola: servirlo como Él quiere ser servido".43 Consideraba que la regla de oro para una vida obediente era: "Hacer sólo aquello que puede ser ofrecido al buen Dios".44
En el contexto de la espiritualidad apoyada en la práctica de los consejos evangélicos, me complace invitar particularmente a los sacerdotes, en este Año dedicado a ellos, a percibir la nueva primavera que el Espíritu está suscitando en nuestros días en la Iglesia, a la que los Movimientos eclesiales y las nuevas Comunidades han contribuido positivamente. "El Espíritu es multiforme en sus dones... Él sopla donde quiere. Lo hace de modo inesperado, en lugares inesperados y en formas nunca antes imaginadas... Él quiere vuestra multiformidad y os quiere para el único Cuerpo".45 A este propósito vale la indicación del Decreto Presbyterorum ordinis: "Examinando los espíritus para ver si son de Dios, [los presbíteros] han de descubrir mediante el sentido de la fe los múltiples carismas de los laicos, tanto los humildes como los más altos, reconocerlos con alegría y fomentarlos con empeño".46 Dichos dones, que llevan a muchos a una vida espiritual más elevada, pueden hacer bien no sólo a los fieles laicos sino también a los ministros mismos. La comunión entre ministros ordenados y carismas "puede impulsar un renovado compromiso de la Iglesia en el anuncio y en el testimonio del Evangelio de la esperanza y de la caridad en todos los rincones del mundo".47 Quisiera añadir además, en línea con la Exhortación apostólica Pastores dabo vobis del Papa Juan Pablo II, que el ministerio ordenado tiene una radical "forma comunitaria" y sólo puede ser desempeñado en la comunión de los presbíteros con su Obispo.48 Es necesario que esta comunión entre los sacerdotes y con el propio Obispo, basada en el sacramento del Orden y manifestada en la concelebración eucarística, se traduzca en diversas formas concretas de fraternidad sacerdotal efectiva y afectiva.49 Sólo así los sacerdotes sabrán vivir en plenitud el don del celibato y serán capaces de hacer florecer comunidades cristianas en las cuales se repitan los prodigios de la primera predicación del Evangelio.
El Año Paulino que está por concluir orienta nuestro pensamiento también hacia el Apóstol de los gentiles, en quien podemos ver un espléndido modelo sacerdotal, totalmente "entregado" a su ministerio. "Nos apremia el amor de Cristo -escribía-, al considerar que, si uno murió por todos, todos murieron" (2 Co 5, 14). Y añadía: "Cristo murió por todos, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para el que murió y resucitó por ellos" (2 Co 5, 15). ¿Qué mejor programa se podría proponer a un sacerdote que quiera avanzar en el camino de la perfección cristiana?
Queridos sacerdotes, la celebración del 150 aniversario de la muerte de San Juan María Vianney (1859) viene inmediatamente después de las celebraciones apenas concluidas del 150 aniversario de las apariciones de Lourdes (1858). Ya en 1959, el Beato Papa Juan XXIII había hecho notar: "Poco antes de que el Cura de Ars terminase su carrera tan llena de méritos, la Virgen Inmaculada se había aparecido en otra región de Francia a una joven humilde y pura, para comunicarle un mensaje de oración y de penitencia, cuya inmensa resonancia espiritual es bien conocida desde hace un siglo. En realidad, la vida de este sacerdote cuya memoria celebramos, era anticipadamente una viva ilustración de las grandes verdades sobrenaturales enseñadas a la vidente de Massabielle. Él mismo sentía una devoción vivísima hacia la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen; él, que ya en 1836 había consagrado su parroquia a María concebida sin pecado, y que con tanta fe y alegría había de acoger la definición dogmática de 1854".50 El Santo Cura de Ars recordaba siempre a sus fieles que "Jesucristo, cuando nos dio todo lo que nos podía dar, quiso hacernos herederos de lo más precioso que tenía, es decir de su Santa Madre".51
Confío este Año Sacerdotal a la Santísima Virgen María, pidiéndole que suscite en cada presbítero un generoso y renovado impulso de los ideales de total donación a Cristo y a la Iglesia que inspiraron el pensamiento y la tarea del Santo Cura de Ars. Con su ferviente vida de oración y su apasionado amor a Jesús crucificado, Juan María Vianney alimentó su entrega cotidiana sin reservas a Dios y a la Iglesia. Que su ejemplo fomente en los sacerdotes el testimonio de unidad con el Obispo, entre ellos y con los laicos, tan necesario hoy como siempre. A pesar del mal que hay en el mundo, conservan siempre su actualidad las palabras de Cristo a sus discípulos en el Cenáculo: "En el mundo tendréis luchas; pero tened valor: yo he vencido al mundo" (Jn 16, 33). La fe en el Maestro divino nos da la fuerza para mirar con confianza el futuro. Queridos sacerdotes, Cristo cuenta con vosotros. A ejemplo del Santo Cura de Ars, dejaos conquistar por Él y seréis también vosotros, en el mundo de hoy, mensajeros de esperanza, reconciliación y paz.
Con mi bendición.
Vaticano, 16 de junio de 2009.
BENEDICTUS PP.XVI
1. Así lo proclamó el Sumo Pontífice Pío XI en 1929.
2."Le Sacerdoce, c'est l'amour du coeur de Jésus" (in Le curé d'Ars. Sa pensée - Son Coeur. Présentés par l'Abbé Bernard Nodet, éd. Xavier Mappus, Foi Vivante 1966, p. 98). En adelante: NODET. La expresión aparece citada también en el Catecismo de la Iglesia católica, n. 1589.
3.Nodet, p. 101.
4.Ibíd.,p. 97.
5.Ibíd.,pp. 98-99.
6.Ibíd.,pp. 98-100.
7.Ibíd.,p. 183.
8.A. Monnin,Il Curato d'Ars. Vita di Gian-Battista-Maria Vianney, vol. I, Ed. Marietti, Torino 1870, p. 122.
9. Cf. Lumen gentium, 10.
10.Presbyterorum ordinis, 9.
11.Ibid.
12."La contemplación es mirada de fe, fijada en Jesús. ‘Yo le miro y él me mira', decía a su santo cura un campesino de Ars que oraba ante el Sagrario": Catecismo de la Iglesia católica, n. 2715.
13.Nodet,p.85.
14.Ibíd.,p. 114.
15.Ibíd.,p. 119.
16.A. Monnin,o.c., II, pp. 430 ss.
17.Nodet, p. 105.
18.Ibíd.,p. 105.
19.Ibíd.,p. 104.
20.A. Monnin,o.c., II, p. 293.
21.Ibíd.,II, p. 10.
22.Nodet, p. 128.
23.Ibíd.,p. 50.
24.Ibíd.,p. 131.
25.Ibíd.,p. 130.
26.Ibíd.,p. 27.
27.Ibíd.,p. 139.
28.Ibíd.,p. 28.
29.Ibíd.,p. 77.
30.Ibíd.,p. 102.
31.Ibíd.,p. 189.
32.Evangelii nuntiandi, 41.
33.Benedicto XVI,Homilía en la solemne Misa Crismal, 9 de abril de 2009.
34. Cf. Benedicto XVI,Discurso a los participantes en la Asamblea plenaria de la Congregación para el Clero. 16 de marzo de 2009.
35. P. I.
36. Nombre que dio a la casa para la acogida y educación de 60 niñas abandonadas. Fue capaz de todo con tal de mantenerla: "J'ai fait tous les commerces imaginables", decía sonriendo (Nodet, p. 214).
37.Nodet, p. 216.
38.Ibíd.,p. 215.
39.Ibíd.,p. 216.
40.Ibíd.,p. 214.
41.Cf. Ibíd., p. 212.
42. Cf. Ibíd., pp. 82-84; 102-103.
43.Ibíd.,p. 75.
44.Ibíd.,p. 76.
45.Benedicto XVI,Homilía en la celebración de las primeras vísperas en la vigilia de Pentecostés, 3 de junio de 2006.
46. N. 9.
47.Benedicto XVI,Discurso a un grupo de Obispos amigos del Movimiento de los Focolares y a otro de amigos de la Comunidad de San Egidio,8 de febrero de 2007.
48. Cf. n. 17.
49. Cf. Juan Pablo II, Exhort. ap. Pastores dabo vobis, 74.
50. Carta enc. Sacerdotii nostri primordia, P. III.
51.Nodet, p. 244.