11/30/09

“Necesitamos una esperanza fiable”


El Papa, con motivo del Ángelus del día 29



¡Queridos hermanos y hermanas!
Este domingo iniciamos, por la gracia de Dios, un nuevo Año litúrgico, que se abre naturalmente con el Adviento, tiempo de preparación a la Natividad del Señor. El Concilio Vaticano II, en la Constitución sobre la liturgia, afirma que la Iglesia “en el ciclo anual presenta todo el misterio de Cristo, desde la Encarnación y la Natividad hasta la Ascensión, el día de Pentecostés y la espera de la bienaventurada esperanza y del retorno del Señor”. De esta manera, “recordando los misterios de la Redención, abre a los fieles las riquezas de las acciones salvíficas y de los méritos de su Señor, de manera que están presentes de alguna manera en todos los tiempos, para que los fieles puedan acercarse a ellas y llenarse de la gracia de la salvación” (Sacrosantum Concilium, 102). El Concilio insiste en el hecho de que el centro de la liturgia es Cristo, como el sol en torno al cual, como los planetas, rotan la Bienaventurada Virgen María –la más cercana- y los mártires y los demás santos que “en el cielo cantan a Dios la alabanza perfecta e interceden por nosotros” (Ibidem, 104).
Ésta es la realidad del Año litúrgico vista, por así decirlo, “desde el lado de Dios”. ¿Y desde el lado –digamos- del hombre, de la historia y de la sociedad? ¿Qué importancia puede tener? La respuesta la sugiere propiamente el camino del Adviento, que hoy emprendemos. El mundo contemporáneo necesita sobre todo esperanza: la necesitan las poblaciones en vías de desarrollo, pero también las económicamente desarrolladas. Cada vez más advertimos que nos encontramos en una misma barca y debemos salvarnos todos juntos. Sobre todo nos damos cuenta viendo caer tantas falsas seguridades, de que necesitamos una esperanza fiable, y ésta se encuentra sólo en Cristo, quien, como dice la Carta a los Hebreos, “es el mismo ayer, hoy y siempre” (13,8). El Señor Jesús vino en el pasado, viene en el presente y vendrá en el futuro. Él abraza todas las dimensiones del tiempo, porque ha muerto y resucitado, es “el Vivo” y, compartiendo nuestra precariedad humana, permanece para siempre y nos ofrece la estabilidad misma de Dios. Es “carne” como nosotros y es “roca” como Dios. Quien anhela la libertad, la justicia y la paz puede volverse a levantar y alzar la cabeza, porque en Cristo la liberación está cerca (cf. Lc 21,28) –como leemos en el Evangelio de hoy. Podemos por tanto afirmar que Jesucristo no sólo mira a los cristianos, o sólo a los creyentes, sino a todos los hombres, porque Él, que es el centro de la fe, es también el fundamento de la esperanza. Es la esperanza que todo ser humano necesita constantemente.
Queridos hermanos y hermanas, la Virgen María encarna plenamente la humanidad que vive en la esperanza basada en la fe en el Dios vivo. Ella es la Virgen del Adviento: está bien arraigada en el presente, en el “hoy” de la salvación; en su corazón recoge todas las promesas pasadas; y se extienden al cumplimiento futuro. Introduzcámonos en su escuela, para entrar de verdad en este tiempo de gracia y acoger, con alegría y responsabilidad, la venida de Dios a nuestra historia personal y social.
Sobre el Proyecto de “Ley del aborto” en España


Mensaje de los obispos tras la XCIV Asamblea Plenaria de la CEE



La Asamblea concluye cuando el Congreso de los Diputados ha comenzado el debate sobre el Proyecto de Ley Orgánica de salud sexual y reproductiva y de la interrupción voluntaria del embarazo. Ante un asunto de tanta trascendencia para la sociedad española, los obispos quieren hacer las siguientes consideraciones:
1. La Asamblea Plenaria hace expresamente suya la Declaración del pasado 17 de junio de la Comisión permanente titulada Sobre el anteproyecto de ley del aborto: atentar contra la vida de los que van a nacer convertido en “derecho”. Los obispos recomiendan encarecidamente su lectura.
2. Según decía la Declaración de la Comisión Permanente, este Proyecto de Ley “constituye un serio retroceso respecto de la actual legislación despenalizadora, ya de por sí injusta”. Nadie que atienda a los imperativos de la recta razón puede aprobar ni dar su voto a este proyecto de ley. En particular, los católicos deben recordar que si lo hacen, se ponen a sí mismos públicamente en una situación objetiva de pecado y, mientras dure esta situación, no podrán ser admitidos a la Sagrada Comunión (Cf. Carta del Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, de junio de 2004, al Presidente de la Conferencia Episcopal de los Estados Unidos de América).
3. Los católicos estamos por el “sí” a la vida de los seres humanos inocentes e indefensos que tienen derecho a nacer; por el “sí” a una adecuada educación afectivo-sexual que capacite para el amor verdadero; por el “sí” a la mujer gestante, que ha de ser eficazmente apoyada en su derecho a la maternidad; por el “sí” a leyes justas que favorezcan el bien común y no confundan la injusticia con el derecho.
Los obispos invitan a proseguir sin descanso el trabajo a favor de estas nobles metas y exhortan a no desfallecer en la plegaria, especialmente durante este año dedicado a la oración por la vida.

11/28/09

Adviento: La espera de la Esperanza

Mario J. Paredes, presidente de la Asociación Católica de Líderes Latinos de los Estados Unidos


Con el tiempo de adviento comienza otro año en la vida litúrgica de los católicos. Adviento es vocablo latino que significa espera de lo que ha de venir, expectación de algo que está en advenimiento, de lo que llega, de lo que vendrá y plenificará el presente.

Que sería de la vida del ser humano sin la esperanza! Naufragaríamos en el mar de la incertidumbre, del sufrimiento, del dolor, del mal, sin que nada nos alentara a seguir confiando, luchando, trabajando, proyectando, amando, confiando, creyendo, esperando...

Los cristianos somos, esencial y fundamentalmente, hombres y mujeres de esperanza. Es decir, hombres y mujeres que viven en permanente adviento: en la espera de que el nacimiento de Dios llegue en la navidad, en la espera de los encuentros cotidianos con Dios mediante su creación, mediante el hermano especialmente el más pobre, mediante la liturgia, mediante los sacramentos, mediante tantos signos y circunstancias que Dios se nos acerca y viene a nuestro encuentro cada día. El cristiano vive en la espera de que las promesas de Dios lleguen a su cumplimiento, que el Reinado de Dios triunfe sobre el reinado del mundo, que la misericordia de Dios triunfe sobre el desamor y que el poder de Dios venza sobre los podercitos mezquinos del hombre.

Pero el cumplimiento de estas esperanzas, para que - como dice el salmo del adviento - en sus días florezca la justicia y la paz abunde eternamente, exige que los cristianos construyamos, con nuestros hechos y palabras, con nuestros anuncios y denuncias, nuestros comportamientos, actitudes y trabajos, espacios y tiempos en los que la esperanza cristiana sea posible, es decir, espacio-tiempos en los que el Reinado de Dios se haga presente por medio nuestro.

Así, la esperanza que esperamos nos saca de una actitud resignada y pasiva y nos mueve a construir la esperanza que esperamos, el cielo y la tierra nueva que anhelamos. Más aún, el cristiano sabe que las esperas cotidianas de felicidad se plenifican sólo en nuestra esperanza: Cristo y su vida en nosotros. La esperanza cristiana no es una esperanza que se agota en las satisfacciones temporales y efímeras sino que empuja todo nuestro presente hacia un futuro plenificador y totalizante en Dios.

Adviento, este tiempo litúrgico que antecede a la espera de la Navidad, es - más que un tiempo litúrgico - una actitud de vida y un compromiso personal y comunitario del creyente y de los que en Iglesia creemos en el Evangelio de Jesucristo y de un mundo en el que lo divino nazca, aparezca y se manifieste en lo más humano y cotidiano de nuestra historia presente.

De esta esperanza que no se agota en el día a día, de la esperanza que anima todos nuestros instantes, de la esperanza infinita y sin condiciones, de la esperanza que no pasa y no muere, de la esperanza que nos abre al mas allá de esta intrahistoria limitada, de la esperanza que vence toda forma de mal, de dolor y de muerte nos habla la liturgia en este tiempo de Adviento.

Hoy más que nunca urge vivir el espíritu del Adviento. Nos circundan por todas partes manifestaciones de crisis: crisis del espíritu humano, crisis de logros que otrora soñó la humanidad, crisis de confianza en lo que puede el hombre y sus instituciones, hay crisis de confianza en los gobiernos, en los regímenes, en los modelos políticos y económicos, hay desconfianza entre los pueblos y las naciones, hay incredulidad en los lideres espirituales, hay desilusión, hay desesperanza porque hay hambre y mil formas de inequidad, de injusticia, de violencia y de muerte. Hay un sentir colectivo según el cual nuestro presente es de no-futuro. Hay incertidumbre, hay pérdida del sentido de la vida, hay angustia, vivimos tiempos difíciles en todos los ámbitos del quehacer humano y sin embargo, la liturgia católica, en este tiempo de Adviento nos invita, una vez más, a la espera de la Esperanza, al compromiso y construcción de tiempos mejores...

Deseo a todos que este Adviento 2009 nos llene de esperanza, de un aliento siempre renovado para hacer posible nuestra Esperanza: el Evangelio de Jesucristo entre nosotros, vivido y anunciado por nosotros, para la construcción de un mundo mejor, más justo, más humano y con ello más según el querer de Dios.

11/27/09

Año nuevo (vida nueva)


Por monseñor Jesús Sanz Montes, arzobispo electo de Oviedo



Es sabido que los cristianos siempre comenzamos el año un poco antes. Cabe recordar ese dicho popular de "año nuevo, vida nueva",que quiere expresar algo muy humano: que nuestro corazón no se resigna al fatalismo de lo que acontece; que nuestro corazón tiene derecho a decir ¡basta! a tantas cosas que no van; que nuestro corazón es justo cuando a pesar de todos los pesares tiene la osadía de soñar una vez más.
Quizás por eso nos ponemos de acuerdo todos en una fecha mágica: 1º de enero, el año nuevo civil, para indultarnos mutuamente y concedernos unos a otros una especie de "amnistía" bonachona: nos perdonamos la tristeza, el cansancio, el sopor y aburrimiento; nos perdonamos los desmanes, los rencores, las mentiras. Así, desde la trinchera de todas nuestras pesadillas nos atrevemos a levantar con timidez la blanca bandera de los sueños en un mundo feliz. Lamentablemente, tan deseada "amnistía" suele durar lo que dura la resaca de unas fiestas, para luego zambullirnos en la opacidad de un cotidiano desilusionado y cansino, que tan rutinariamente siempre termina igual: en desencanto.
Podemos decir "año nuevo, vida nueva" porque "la hemos visto con nuestros ojos y palpado con nuestras manos... lo que vimos y escuchamos esto os anunciamos" (1 Juan 1, 1-3). La Vida Nueva que año tras año, e instante tras instante podemos celebrar, se llama Jesucristo.
Esto quiere decir que ni la mentira, ni el caos, ni la muerte, tienen la última palabra desde que Alguien tuvo la locura o el atrevimiento de proclamar "Yo soy la Verdad, y el Camino, y la Vida". Y nosotros creemos en esa Vida Nueva que se ha hecho uno de nosotros, que puso su tienda de encuentro en las contiendas de nuestras insidias. O estaba loco para decir semejantes cosas, o sencillamente era Dios... y Hombre verdadero. El Evangelio de este domingo es una invitación a la vigilancia. Una serie de imperativos tratarán de acercarnos al asombro de esta espera: "levantaos, alzad la cabeza, tened cuidado, estad despiertos, manteneos en pie" (Lc 21,34-36). Vale la pena escuchar ese grito de nuestro corazón que continuamente nos reclama el milagro de una novedad que no caduque, y reconocer que Alguien, como ningún otro y para siempre jamás, tomó en serio ese grito, abrazó el grito del corazón humano, de mi corazón, pudiendo desde entonces volver a estrenar esperanzas y brindar felicidades.
El adviento cristiano siempre es recordar a Aquel que vino ya, es acoger su venida incesantemente presente, y por último es prepararnos al día de su vuelta prometida. Esta es la paradoja de nuestra fe: hacer memoria de quien vino, desde la acogida de quien nunca se ha marchado, para prepararnos a recibir a quien volverá. La paradoja consiste en que el sujeto es la misma persona: Jesucristo. Este es el tiempo que nos prepara a la celebración de la Navidad cristiana. Levantémonos, despertemos. Es posible una novedad, que no dependa de las uvas ni del champán, ni de unas fechas pactadas, sino de algo que ha sucedido, de alguien que está entre nosotros. Feliz año nuevo, feliz vida nueva.
Salvaguardar los derechos del niño inmigrante


Mensaje del Papa Benedicto XVI con motivo de la Jornada Mundial del Migrante


Queridos hermanos y hermanas:
La celebración de la Jornada Mundial del emigrante y del refugiado me ofrece nuevamente la ocasión para manifestar la solicitud constante de la Iglesia por los que viven, de distintas maneras, la experiencia de la emigración. Se trata de un fenómeno que, como escribí en la encíclica Caritas in veritate, impresiona por el número de personas implicadas, por las problemáticas sociales, económicas, políticas, culturales y religiosas que plantea, y por los desafíos dramáticos que supone para las comunidades nacionales y para la internacional. El emigrante es una persona humana con derechos fundamentales inalienables que todos deben respetar siempre (cf. n. 62). El tema de este año -"Los emigrantes y los refugiados menores de edad"- toca un aspecto al que los cristianos prestan gran atención, recordando la advertencia de Cristo, que en el juicio final considerará referido a Él mismo todo lo que se ha hecho o dejado de hacer "con uno sólo de estos más pequeños" (cf. Mt 25, 40-45). Y ¿cómo no considerar entre "los más pequeños" también a los emigrantes y los refugiados menores de edad? El propio Jesús de pequeño vivió la experiencia del emigrante porque, como narra el Evangelio, para huir de la amenaza de Herodes tuvo que refugiarse en Egipto junto con José y María (cf. Mt 2, 14).
Si la Convención de los Derechos del Niño afirma con claridad que hay que salvaguardar siempre el interés del menor (cf. art. 3), al cual hay que reconocer los derechos fundamentales de la persona de la misma manera que se reconocen al adulto, lamentablemente en la realidad esto no siempre sucede. Aunque en la opinión pública crece la conciencia de la necesidad de una acción concreta e incisiva para la protección de los menores de edad, de hecho, muchos de ellos son abandonados y, de varias maneras, corren el riesgo de ser explotados. De la dramática condición en la que se encuentran se hizo intérprete mi venerado predecesor Juan Pablo II en el mensaje enviado el 22 de septiembre de 1990 al Secretario General de las Naciones Unidas con ocasión de la Cumbre Mundial para los Niños. "He sido testigo -escribió- de la desgarradora tragedia de millones de niños en los distintos continentes. Ellos son los más vulnerables porque son los que menos pueden hacer oír su voz" (L'Osservatore Romano, edición española, 14 de octubre de 1990, p. 11). Deseo de corazón que se dedique la debida atención a los emigrantes menores de edad, que necesitan un ambiente social que permita y favorezca su desarrollo físico, cultural, espiritual y moral. Vivir en un país extranjero sin puntos de referencia reales les genera innumerables trastornos y dificultades, a veces graves, especialmente a los que se ven privados del apoyo de su familia.
Un aspecto típico de la emigración infantil es la situación de los chicos nacidos en los países de acogida o la de los hijos que no viven con sus padres, que emigraron después de su nacimiento, sino que se reúnen con ellos más tarde. Estos adolescentes forman parte de dos culturas, con las ventajas y las problemáticas ligadas a su doble pertenencia, una condición que sin embargo puede ofrecer la oportunidad de experimentar la riqueza del encuentro entre diferentes tradiciones culturales. Es importante que se les dé la posibilidad de acudir con regularidad a la escuela y de acceder posteriormente al mundo del trabajo, y que se facilite su integración social gracias a estructuras formativas y sociales oportunas. Nunca hay que olvidar que la adolescencia representa una etapa fundamental para la formación del ser humano.
Una categoría especial de menores es la de los refugiados que piden asilo, huyendo por varias razones de su país, donde no reciben una protección adecuada. Las estadísticas revelan que su número está aumentando. Se trata, por tanto, de un fenómeno que hay que estudiar con atención y afrontar con acciones coordinadas, con medidas de prevención, protección y acogida adecuadas, de acuerdo con lo previsto en la Convención de los Derechos del Niño (cf. art. 22).
Me dirijo ahora especialmente a las parroquias y a las numerosas asociaciones católicas que, animadas por espíritu de fe y de caridad, realizan grandes esfuerzos para salir al encuentro de las necesidades de estos hermanos y hermanas nuestros. A la vez que expreso mi gratitud por todo lo que se está haciendo con gran generosidad, quiero invitar a todos los cristianos a tomar conciencia del desafío social y pastoral que plantea la condición de los menores emigrantes y refugiados. Resuenan en nuestro corazón las palabras de Jesús: "Era forastero y me acogisteis" (Mt 25, 35); como también el mandamiento central que Él nos dejó: amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con toda la mente, pero unido al amor al prójimo (cf. Mt 22, 37-39). Esto nos lleva a considerar que cada intervención concreta nuestra tiene que alimentarse ante todo de fe en la acción de la gracia y de la divina Providencia. De este modo, también la acogida y la solidaridad con el extranjero, especialmente si se trata de niños, se convierte en anuncio del Evangelio de la solidaridad. La Iglesia lo proclama cuando abre sus brazos y actúa para que se respeten los derechos de los emigrantes y los refugiados, estimulando a los responsables de las naciones, de los organismos y de las instituciones internacionales para que promuevan iniciativas oportunas en su apoyo. Que la Santísima Virgen María vele maternalmente sobre todos y nos ayude a comprender las dificultades de quienes están lejos de su patria. A cuantos tienen relación con el vasto mundo de los emigrantes y refugiados les aseguro mi oración e imparto de corazón la Bendición Apostólica.
Vaticano, 16 de octubre de 2009
BENEDICTUS PP. XVI
Un silencio que contempla y adora


Las oraciones apologéticas en la Misa, por Mauro Gagliardi, consultor de la Oficina de las Celebraciones Litúrgicas del Sumo Pontífice



La Sagrada Liturgia, que el Concilio Vaticano II califica como la acción sacerdotal de Cristo, y por tanto fuente y cumbre de la vida eclesial, no puede reducirse nunca a una mera realidad estética, ni puede ser considerada como un instrumento con fines meramente pedagógicos o ecuménicos. La celebración de los santos misterios es, sobre todo, acción de alabanza a la soberana majestad de Dios, Uno y Trino, y expresión querida por Dios mismo. Con ella el hombre, personal y comunitariamente, se presenta ante Él para darle gracias, consciente de que su mismo ser no puede alcanzar su plenitud sin alabarlo y cumplir su voluntad, en la constante búsqueda del Reino que está ya presente, pero que vendrá definitivamente el día de la Parusía del Señor Jesús[1].
Desde esta perspectiva, está claro que la dirección de toda acción litúrgica -que es la misma tanto para el sacerdote como para los fieles-- se dirige hacia el Señor: hacia hacia el Padre a través de Cristo en el Espíritu Santo. Por eso "sacerdote y pueblo ciertamente no rezan el uno hacia el otro, sino hacia el único Señor"[2]. Se trata de vivir constantemente "conversi ad Dominum", orientados hacia el Señor, que implica la conversio, es decir, dirigir nuestra alma hacia Jesucristo y, de ese modo, hacia el Dios viviente, hacia la luz verdadera[3].
De este modo, la celebración litúrgica es un acto de la virtud de la religión que, coherentemente con su naturaleza, debe caracterizarse por un profundo sentido de lo sagrado. En ella, el hombre y la comunidad han de ser conscientes de que viven un encuentro, en particular, ante Aquel que es tres veces Santo y Trascendente. De ahí que, "un signo convincente de la eficacia que la catequesis eucarística tiene en los fieles es sin duda el crecimiento en ellos del sentido del misterio de Dios presente entre nosotros"[4].
La actitud apropiada en la celebración litúrgica no puede ser otra que una actitud impregnada de reverencia y sentido de estupor, que brota del saberse en la presencia de la majestad de Dios. ¿No era esto, acaso, lo que Dios quería expresar cuando ordenó a Moisés que se quitase las sandalias delante de la zarza ardiente? ¿No nacía, acaso, de esta conciencia, la actitud de Moisés y de Elías, que no osaron mirar a Dios cara a cara?[5].
En este contexto se entienden mejor las palabras del Canon II de la santa Misa que definen perfectamente la esencia del ministerio sacerdotal: "astare coram te et tibi ministrare". Así pues, son dos las tareas que definen la esencia del ministerio sacerdotal: "estar en presencia del Señor" y "servir en tu presencia". El Santo Padre Benedicto XVI, comentando esta segunda tarea, apuntaba que el término servicio se adopta fundamentalmente para referirse al servicio litúrgico. Éste implica muchas dimensiones y entre otras señalaba la cercanía, la familiaridad. Concretamente señalaba: "Nadie está tan cerca de su señor como el servidor que tiene acceso a la dimensión más privada de su vida. En este sentido, 'servir' significa cercanía, requiere familiaridad. Esta familiaridad encierra también un peligro: el de que lo sagrado con el que tenemos contacto continuo se convierta para nosotros en costumbre. Así se apaga el temor reverencial. Condicionados por todas las costumbres, ya no percibimos la grande, nueva y sorprendente realidad: Él mismo está presente, nos habla y se entrega a nosotros. Contra este acostumbrarse a la realidad extraordinaria, contra la indiferencia del corazón debemos luchar sin tregua, reconociendo siempre nuestra insuficiencia y la gracia que implica el hecho de que él se entrega así en nuestras manos"[6].
Ante toda celebración litúrgica, pero de forma especial en la Eucaristía -memorial de la muerte y resurrección de su Señor, por el que se hace realmente presente este acontecimiento central de salvación y se realiza la obra de nuestra redención- hemos de ponernos en adoración delante de este Misterio: Misterio grande, Misterio de misericordia. ¿Qué más podía hacer Jesús por nosotros? Verdaderamente, en la Eucaristía nos muestra un amor que llega « hasta el extremo » (Jn 13, 1), un amor que no conoce medida[7]. Ante esta realidad extraordinaria permanecemos atónitos y aturdidos: ¡Con cuanta condescendencia humilde ha querido Dios unirse al hombre! Si dentro de pocas semanas nos conmovemos ante el pesebre contemplando la encarnación del Verbo ¿qué podemos sentir ante el altar, donde Cristo hace presente en el tiempo su Sacrificio mediante las pobres manos del sacerdote? Sólo queda arrodillarse y adorar en silencio este gran misterio de fe[8].
Consecuencia lógica de lo dicho es que el Pueblo de Dios necesita ver, en los sacerdotes y en los diáconos, un comportamiento lleno de reverencia y de dignidad, que sea capaz de ayudarle a profundizar en las cosas invisibles, incluso sin demasiadas palabras y explicaciones. En el Misal Romano, denominado de San Pío V, así como en diversas Liturgias orientales, se encuentran oraciones muy hermosas, con las cuales el sacerdote expresa el más profundo sentimiento de humildad y de reverencia delante de los santos misterios: revelan la sustancia misma de cualquier Liturgia[9]. Estas oraciones presentes en el Misal Romano, denominado de San Pío V -que en su edición de 1962 es el Misal propio de la forma extraordinaria, han sido recogidas en parte en el Misal Romano promulgado después del Concilio Vaticano II y se denominan tradicionalmente "apologías".
A estas oraciones se refiere la Institutio Generalis Missalis Romani (Institución General del Misal Romano) en su número 33. Después de referirse a las oraciones que el sacerdote, como celebrante, pronuncia en nombre de la Iglesia afirma que otras veces, cuando reza: "lo hace solamente en su nombre, para poder cumplir su ministerio con mayor atención y piedad. De tal manera que las oraciones que se proponen antes de la lectura del Evangelio, en la preparación de los dones, así como antes y después de la Comunión, se dicen en secreto".
Así pues estas breves fórmulas rezadas en silencio invitan al sacerdote a personalizar su tarea, a entregarse al Señor, también con su mismo yo. Y son, al mismo tiempo, un modo excelente de encaminarse como los demás al encuentro del Señor, de manera enteramente personal, pero a la vez juntamente con los otros. Este es un primer aspecto esencial pues sólo la medida en que se interioriza y se comprende la estructura litúrgica y las palabras de la liturgia, se puede entrar en consonancia interior con ella. Cuando esto sucede, el sacerdote celebrante ya no sólo habla con Dios como una persona individual, sino que entra en el "nosotros" de la Iglesia que ora.
Si la celebración es oración y coloquio con Dios, de Dios con nosotros y de nosotros con Dios, se transforma el propio "yo" del celebrante que entra en el "nosotros" de la Iglesia. Se enriquece y se ensancha el "yo", orando con la Iglesia, con sus palabras, y se entabla realmente un coloquio con Dios. Así celebrar es realmente celebrar "con" la Iglesia: el corazón se ensancha y no se hace algo, sino que se está "con" la Iglesia en coloquio con Dios. En este proceso las oraciones apologéticas y el silencio contemplativo y adorante que producen son un elemento esencial, por eso forman parte de la estructura de la celebración eucarística desde hace más de mil años.
En segundo lugar, en el camino hacia el Señor nos damos cuenta de nuestra propia indignidad. Se hace necesario pedir a lo largo de la celebración que el mismo Dios nos transforme y acepte que participemos en esa acción de Dios que configura la liturgia. De hecho, el espíritu de conversión continua es una de las condiciones personales que hace posible la actuosa participatio de los fieles y del mismo sacerdote celebrante. "No se puede esperar una participación activa en la liturgia eucarística cuando se asiste superficialmente, sin antes examinar la propia vida"[10].
El recogimiento y el silencio antes y durante la celebración se sitúan en este contexto y facilitan que sea realidad la premisa: "Un corazón reconciliado con Dios permite la verdadera participación"[11]. De ahí que resulte claro que las oraciones apologéticas desempeñan un papel importante en la celebración.
Por ejemplo, las oraciones apologéticas "Munda cor meum", recitada antes de la proclamación del Evangelio, o "In spiritu humilitatis", previa al lavabo después de la presentación de las ofrendas, permiten al sacerdote que las reza tomar conciencia de la realidad de su indignidad y, al mismo tiempo, de la grandeza de su misión. "El sacerdote es servidor y tiene que esforzarse continuamente en ser signo que, como dócil instrumento en sus manos, se refiere a Cristo"[12]. El silencio y los gestos de piedad y recogimiento del celebrante, también mueven a los fieles que participan en la celebración a darse cuenta de la necesidad de prepararse, de convertirse, dada la importancia del momento en el que se encuentran de la celebración: antes de la lectura del Evangelio, en el inicio inminente de la Plegaria Eucarística.
Por su parte las apologías "Per huius aquae et vini" durante el Ofertorio o "Quod ore sumpsimus Domine" durante la purificación de los vasos sagrados, se encuadran perfectamente en ese deseo de ser introducidos y transformados en y por la acción divina. Una y otra vez hemos de traer a nuestra mente y corazón que la liturgia eucarística es acción de Dios que nos une a Jesús a través de su Espíritu[13]. Estas dos apologías, a las que nos referimos, encaminan nuestra existencia hacia la Encarnación y la Resurrección. Y, en realidad, constituyen un elemento que favorece la realización de ese deseo de la Iglesia: que los fieles no se queden, asistiendo al misterio de fe, como extraños y mudos espectadores; sino que den gracias a Dios y aprendan a ofrecerse a sí mismos a Cristo [14].
No nos parece atrevido afirmar que las apologías también desempeñan un papel de primera línea a la hora de "recordar" al ministro ordenado que "desempeña el papel del mismo Sacerdote, Cristo Jesús. Si es asimilado al Sumo Sacerdote, por la consagración sacerdotal recibida, entonces goza de la facultad de actuar por el poder de Cristo mismo a quien representa (virtute ac persona ipsius Christi)"[15].
Al mismo tiempo estas oraciones recuerdan al sacerdote que, por ser ministro ordenado, es "el vínculo sacramental que une la acción litúrgica a lo que dijeron y realizaron los apóstoles, y por ellos a lo que dijo y realizó Cristo, fuente y fundamento de los sacramentos"[16]. Las oraciones dichas por el celebrante en secreto, constituyen por eso un medio extraordinario para unirse unos a otros, formar una comunidad que es "liturga" y que participa toda ella orientada hacia Dios por Jesucirsto.
Una de las apologías, conservada en el actual Ordo Missae, plasma perfectamente lo que estamos diciendo: "Domine Iesu Christe Fili Dei vivi qui ex voluntate Patris cooperante Spiritu Sancto per mortem tuam mundum vivificasti" ("Señor Jesucristo, Hijo de Dios vivo, que por voluntad del Padre y cooperación del Espíritu Santo, diste con tu muerte vida al mundo"). De hecho, las oraciones que el sacerdote reza en secreto, y ésta concretamente, pueden ayudar de modo eficaz --a sacerdotes y fieles-- a alcanzar la clara conciencia de que la liturgia es obra de la Santísima Trinidad. "La oración y la ofrenda de la Iglesia son inseparables de la oración y la ofrenda de Cristo, su Cabeza. Se trata siempre del culto de Cristo en y por su Iglesia"[17].
Así pues, las apologías desde hace más de mil años, se configuran como sencillas fórmulas acrisoladas por la historia, llenas de contenido teológico, que permiten al sacerdote cuando las reza, y al pueblo fiel que participa viviendo el silencio, darse cuenta del misterio de fe en el que participan y así unirse a Cristo y reconocerle como Dios, hermano y amigo.
Por estos motivos, tenemos que alegrarnos por el hecho de que, a pesar de que la reforma litúrgica post-conciliar ha reducido drásticamente su número y ha retocado notablemente el texto de estas oraciones, siguen estando presentes también en el Ordinario de la Misa más reciente. Es una invitación a los sacerdotes a no descuidar estas oraciones durante la celebración, así como a no transformarlas de oraciones del sacerdote a oraciones de toda la asamblea, leyéndolas en voz alta al igual que las demás oraciones. Las oraciones apologéticas se basan y expresan una teología diferente y complementaria a la que constituye el telón de fondo de las demás oraciones. Esta teología se manifiesta en la manera silenciosa y reverente con la que son rezadas y acompañadas por el sacerdote y acompañadas por los demás fieles.
[1] JUAN PABLO II, Mensaje a la Asamblea plenaria de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos (21.IX.2001)
[2] J. RATZINGER, Prefacio al primer volumen de mis escritos.
[3] Cfr. BENEDICTO XVI, Homilía Vigilia pascual, 22.III.2008.
[4] BENEDICTO XVI, Ex. apost. post. Sacramentum caritatis, n. 65.
[5] Cfr. JUAN PABLO II, Mensaje a la Asamblea plenaria de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos (21.IX.2001)
[6] BENEDICTO XVI, Homilía Misa Crismal, 20.III.2008.
[7] JUAN PABLO II, .Carta enc. Ecclesia de Eucharistia, 11.
[8] JUAN PABLO II, Carta a los sacerdotes el Jueves Santo 2004.
[9] Cf. JUAN PABLO II, Mensaje a la Asamblea plenaria de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos (21.IX.2001)
[10] BENEDICTO XVI, Ex. apost. post. Sacramentum caritatis, n. 55.
[11] Idem.
[12] BENEDICTO XVI, Ex. apost. post. Sacramentum caritatis, n 23.
[13] Cfr. BENEDICTO XVI, Ex. apost. post. Sacramentum caritatis, n. 37.
[14] Cf. Const. Sacrosanctum Concilium, 48.
[15] PÍO XII, Carta encíclica Mediator Dei cit. en Catecismo de la Iglesia Católica, 1548.
[16] Catecismo de la Iglesia Católica, 1120.
[17] Catecismo de la Iglesia Católica, 1553.

11/25/09

Hugo y Ricardo de San Víctor, intérpretes de la Escritura

Audiencia General del Papa

 

Queridos hermanos y hermanas:

En estas Audiencias del miércoles estoy presentando algunas figuras ejemplares de creyentes que se han empeñado en mostrar la concordia entre la religión y la fe y a testimoniar con su vida el anuncio del Evangelio. Hoy quiero hablaros de Hugo y Ricardo de San Víctor. Ambos están entre esos notables filósofos y teólogos conocidos con el nombre de Victorinos, porque vivieron en la abadía de San Víctor, en París, fundada a principios del siglo XII por Guillermo de Champeaux.El mismo Guillermo fue un maestro renombrado, que consiguió dar a su abadía una sólida identidad cultural. En San Víctor, de hecho, se inauguró una escuela para la formación de los monjes, abierta también a estudiantes externos, donde se realizó una síntesis feliz entre las dos formas de hacer teología, del que ya he hablado en catequesis anteriores: es decir, la teología monástica, orientada mayormente a la contemplación de los misterios de la fe en la Escritura, y de la teología escolástica, que utilizaba la razón para intentar escrutar estos misterios con métodos innovadores, de crear un sistema teológico.

De la vida de Hugo de San Víctor tenemos pocas noticias. Son inciertas la fecha y el lugar de su nacimiento: quizás en Sajonia o en Flandes. Se sabe que llegado a París – la capital europea de la cultura de la época –, transcurrió el resto de sus años en la abadía de San Víctor, donde fue primero discípulo y después maestro. Ya antes de su muerte, sucedida en 1141, alcanzó una gran notoriedad y estima, hasta el punto de ser llamado un "segundo san Agustín": como Agustín, de hecho, meditó mucho sobre la relación entre fe y razón, entre ciencias profanas y teología. Según Hugo de San Víctor, todas las ciencias, además de ser útiles para la comprensión de las Escrituras, tienen un valor en sí mismas y deben ser cultivadas para engrandecer el saber del hombre, como también para corresponder a su anhelo de conocer la verdad. Esta sana curiosidad intelectual le indujo a recomendar a los estudiantes que no ahogaran nunca el deseo de aprender y en su tratado de metodología del saber y de pedagogía, titulado significativamente Didascalicon (sobre la enseñanza), recomendaba: "Aprende gustoso de todos lo que no sabes. Será el más sabio de todos quien haya querido aprender algo de todos. Quien recibe algo de todos, acaba por convertirse en el más rico de todos" (Eruditiones Didascalicae, 3,14: PL 176,774).

La ciencia de la que se ocupan los filósofos y los teólogos de los Victorinos es de forma particular la teología, que requiere ante todo el estudio amoroso de la Sagrada Escritura. Para conocer a Dios, de hecho, no se puede sino partir de lo que Dios mismo ha querido revelar de sí mismo a través de las Escrituras. En este sentido, Hugo de San Víctor es un típico representante de la teología monástica, totalmente fundada sobre la exégesis bíblica. Para interpretar la Escritura, propone la tradicional articulación patrístico-medieval, es decir el sentido histórico-literal, ante todo, después el alegórico y analógico, y finalmente el moral. Se trata de cuatro dimensiones del sentido de la Escritura, que también hoy se redescubren de nuevo, porque se ve que en el texto y en la narración ofrecida se esconde una indicación más profunda: el hilo de la fe, que nos conduce hacia lo alto y nos guía sobre esta tierra, enseñándonos cómo vivir. Con todo, aun respetando estas cuatro dimensiones del sentido de la Escritura, de modo original respecto a sus contemporáneos, insiste – y esto es algo nuevo – en la importancia del sentido histórico-literal. En otras palabras, antes de descubrir el valor simbólico, las dimensiones más profundas del texto bíblico, es necesario conocer y profundizar el significado de la historia narrada en la Escritura: de lo contrario – advierte con un ejemplo eficaz – se corre el riesgo de ser como los estudiosos de gramática que ignoran el alfabeto. A quien conoce el sentido de la historia descrita en la Biblia, las circunstancias humanas parecen marcadas por la Providencia divina, según un designio bien ordenado. Así, para Hugo de San Víctor, la historia no es el resultado de un destino ciego o de un caso absurdo, como podría parecer. Al contrario, en la historia humana opera el Espíritu Santo, que suscita un maravilloso diálogo de los hombres con Dios, su amigo. Esta visión teológica de la historia pone en evidencia la intervención sorprendente y salvífica de Dios, que realmente entra y actúa en la historia, casi se hace parte de nuestra historia, pero siempre salvaguardando y respetando la libertad y la responsabilidad del hombre.

Para nuestro autor, el estudio de la Sagrada Escritura y de su significado histórico-literal hace posible la teología verdadera y auténtica, es decir, la ilustración sistemática de las verdades, conocer su estructura, la ilustración de los dogmas de la fe, que representa en sólida síntesis en el tratado De Sacramentis christianae fidei (Los sacramentos de la fe cristiana), donde se encuentra, entre otro, una definición de "sacramento" que, posteriormente perfeccionada por otros teólogos, contiene rasgos aún hoy muy interesantes. "El sacramento", escribe, "es un elemento corpóreo o material propuesto de forma extraña y sensible, que representa con su parecido una gracia invisible y espiritual, la significa, porque con este fin ha sido instituido, y la contiene, porque es capaz de santificar" (9,2: PL 176,317). Por una parte la visibilidad en el símbolo, la "corporeidad" del don de Dios, en el que con todo, por otra parte, se esconde la gracia divina que proviene de una historia: Jesucristo mismo ha creado los símbolos fundamentales. Tres son por tanto los elementos que concurren en la definición de un sacramento, según Hugo de San Víctor: la institución por parte de Cristo, la comunicación de la gracia, y la analogía entre el elemento visible, el material y el elemento invisible, que son los dones divinos. Se trata de una visión muy cercana a la sensibilidad contemporánea, porque los sacramentos son presentados con un lenguaje entretejido de símbolos y de imágenes capaces de hablar inmediatamente al corazón de los hombres. Es importante también hoy que los animadores litúrgicos, y en particular los sacerdotes, valoren con sabiduría pastoral los signos propios de los ritos sacramentales – esta visibilidad y tangibilidad de la Gracia – cuidando atentamente su catequesis, para que cada celebración de los sacramentos sea vivida por todos los fieles con devoción, intensidad y alegría espiritual.

Un digno discípulo de Hugo de San Víctor es Ricardo, procedente de Escocia. Fue prior de la abadía de san Víctor entre 1162 y 1173, año de su muerte. También Ricardo, naturalmente, asigna un papel fundamental al estudio de la Bibia, pero a diferencia de su maestro, privilegia el sentido alegórico, el significado simbólico de la Escritura con el que, por ejemplo, interpreta la figura veterotestamentaria de Benjamín, hijo de Jacob, como símbolo de la contemplación y cumbre de la vida espiritual. Ricardo trata este argumento en dos textos, Benjamín menor y Benjamín mayor, en los que propone a los fieles un camino espiritual que invita ante todo a ejercitar las diversas virtudes, aprendiendo a disciplinar y a ordenar con la razón los sentimientos y los movimientos interiores afectivos y emotivos. Solo cuando el hombre ha alcanzado el equilibrio y la madurez humana en este campo, está preparado para acceder a la contemplación, que Ricardo define como "una mirada profunda y pura del alma dirigido a las maravillas de la sabiduría, asociada a un sentido extático de asombro y de admiración" (Benjamin Maior 1,4: PL 196,67).

La contemplación es por tanto el punto de llegada, el resultado de un arduo camino, que comporta el diálogo entre la fe y la razón, es decir – una vez más – un discurso teológico. La teología parte de las verdades que son objeto de la fe, pero intenta profundizar su conocimiento con el uso de la razón, apropiándose del don de la fe. Esta aplicación del razonamiento a la comprensión de la fe se practica de modo convincente en la obra maestra de Ricardo, uno de los grandes libros de la historia, el De Trinitate (La Trinidad). En los seis libros que lo componen reflexiona con agudeza sobre el Misterio de Dios uno y trino. Según nuestro autor, dado que Dios es amor, la única sustancia divina comporta comunicación, oblación y dilección entre dos Personas, el Padre y el Hijo, que se encuentran entre sí con un intercambio eterno de amor. Pero la perfección de la felicidad y de la bondad no admite exclusivismos y cerrazones; al contrario, reclama la eterna presencia de una tercera Persona, el Espíritu Santo. El amor trinitario es participativo, concorde, y comporta sobreabundancia de delicia, goce de alegría incesante. Es decir, Ricardo supone que Dios es amor, analiza la esencia del amor, qué es lo que está implicado en la realidad del amor, llegando así a la Trinidad de las Personas, que es realmente la expresión lógica del hecho que Dios es amor.

Ricardo con todo es consciente de que el amor, si bien nos revela la esencia de Dios, nos hace "comprender" el Misterio de la Trinidad, es sin embargo sólo una analogía para hablar de un Misterio que supera a la mente humana, y – poeta y místico como es – recurre también a otras imágenes. Compara por ejemplo la divinidad a un río, a una ola amorosa que brota del Padre, fluye y vuelve a fluir en el Hijo, para ser después felizmente difundida en el Espíritu Santo.

Queridos amigos, autores como Hugo y Ricardo de San Víctor elevan nuestra alma a la contemplación de las realidades divinas. Al mismo tiempo, la inmensa alegría que nos procuran el pensamiento, la admiración y la alabanza de la Santísima Trinidad, funda y sostiene el compromiso concreto de inspirarnos en ese modelo perfecto de comunión y de amor para construir nuestras relaciones humanas de cada día. ¡La Trinidad es verdaderamente comunión perfecta! ¡Cómo cambiaría el mundo si en las familias, en las parroquias y en toda otra comunidad las relaciones se vivieran siguiendo siempre el ejemplo de las tres Personas divinas, en donde cada una vive no solo con la otra, sino para la otra y en la otra! Lo recordaba hace algún mes en el Ángelus: "Sólo el amor nos hace felices, porque vivimos en relación, y vivimos para amar y para ser amados"(L’Oss. Rom., 8-9 junio 2009, p. 1). Es el amor el que realiza este incesante milagro: como en la vida de la Santísima Trinidad, la pluralidad se recompone de unidad, donde todo es complacencia y alegría. Con san Agustín, tenido en gran honor por los Victorinos, podemos exclamar también nosotros: "Vides Trinitatem, si caritatem vides - contempla la Trinidad, si ves la caridad" (De Trinitate VIII, 8,12).

Carta a los sacerdotes sobre la obediencia


Arzobispo Mauro Piacenza, secretario de la Congregación vaticana para el Clero



Queridos hermanos en el sacerdocio:
A pesar de que no están vinculados al solemne voto de obediencia, quienes van a recibir el Sacramento del Orden pronuncian la "promesa" de "filial respeto y obediencia" al propio ordinario y sus sucesores. Aunque sea diferente el estatuto teológico entre un voto y una promesa, es idéntico el compromiso moral totalizador y definitivo, e idéntico el ofrecimiento de la propia voluntad a la voluntad de Otro, a la voluntad Divina, eclesialmente mediada.
En nuestro tiempo, entretejido de relativismo y de modelos democráticos, de autonomismos y liberalismos, parece que sea cada vez más incomprensible - cada vez más - esta promesa de obediencia. Tantas veces se la concibe como una disminución de la dignidad y de la libertad humana, o como una permanencia arcaica de costumbres obsoletas, típicas de una sociedad incapaz de una auténtica emancipación.
Nosotros, que vivimos la obediencia auténtica, sabemos muy bien que no es así. Nunca la obediencia en la Iglesia ha sido contraria a la dignidad y al respeto de la persona y nunca debe concebirse como una substracción de la responsabilidad o como fruto de una alienación.
El rito utiliza un adjetivo fundamental para una comprensión adecuada de tal promesa; define la obediencia añadiendo el "respeto" y el adjetivo "filial". El término "hijo", en todo idioma, es un nombre relativo, que implica la relación entre padre y el mismo hijo. En este contexto relacional debe entenderse la obediencia, que hemos prometido. Un contexto en el que el padre ha sido llamado a ser verdaderamente padre, y el hijo a reconocer la propia filiación y la belleza de la paternidad, que le ha sido dada. Como ocurre en la misma ley de la naturaleza, nadie elige a su propio padre y, por ende, nadie elige a sus propios hijos. Así pues, todos hemos sido llamados, padres e hijos, a contemplarnos mutuamente con una mirada sobrenatural, de gran misericordia recíproca y de gran respeto, es decir, con esa capacidad de ver siempre en el otro el Misterio que lo ha generado y que en última instancia le constituye. En definitiva, el respeto es simplemente esto: mirar a alguien teniendo presente a Otro.
Sólo en un contexto de "filial respeto" es posible una auténtica obediencia, que no sea sólo formal o una mera ejecución de las órdenes, sino que sea apasionada, en plenitud, atenta y que pueda producir en sí frutos de conversión e de "vida nueva" en quien la vive.
La promesa se hace al ordinario en el momento de la ordenación y a sus "sucesores", porque la Iglesia huye siempre de excesivos personalismos. Tiene como centro la persona, pero no los subjetivismos, que le hacen perder el contacto con la fuerza y de la belleza histórica y teológica de la institución. También en la institución, que es de origen divino, está presente el Espíritu. Por su propia naturaleza, la institución es carismática y lógicamente debe unirnos libremente a ella; en el tiempo (sucesores) significa poder "permanecer en la verdad", permanecer en Él, presente y operante en su cuerpo vivo que es la Iglesia, en la belleza de la continuidad del tiempo y de los siglos, que nos une sin rupturas a Cristo e a los Apóstoles.
Pidamos a la Esclava del Señor --obediente por excelencia, a Ella que en el cansancio cantó su " aquí estoy, hágase en mí según tu palabra"-- la gracia de una obediencia filial, plena, alegre y pronta; una obediencia que nos libre de todo protagonismo y pueda mostrar al mundo que es verdaderamente posible entregarse totalmente a Cristo y realizarse plenamente como auténticos hombres.

11/24/09

La realeza divina de Jesucristo


Benedicto XVI, durante el Ángelus del día 22



Queridos hermanos y hermanas:
En este último domingo del Año litúrgico celebramos la solemnidad de Jesucristo Rey del universo, una fiesta de institución relativamente reciente, pero que tiene profundas raíces bíblicas y teológicas. El título de “rey” referido a Jesús es muy importante en los Evangelios y permite dar una lectura completa de su figura y de su misión de salvación. Se puede notar a propósito de esto una progresión: se parte de la expresión “rey de Israel” y se llega a la de rey universal, Señor de cosmos y de la historia, y por tanto mucho más allá de las esperanzas del propio pueblo hebreo. En el centro de este itinerario de revelación de la realeza de Jesucristo está una vez más el misterio de su muerte y de su resurrección. Cuando Jesús fue llevado a la cruz, los sacerdotes, los escribas y los ancianos se burlaban de él diciendo: “Es el rey de Israel; que baje ahora de la cruz y creeremos en él” (Mt 27,42). En realidad, precisamente en cuanto que es el Hijo de Dios Jesús se entregó libremente a su pasión, y la cruz es el signo paradójico de su realeza, que consiste en la victoria de la voluntad de amor de Dios Padre sobre la desobediencia del pecado. Es precisamente ofreciéndose a sí mismo en el sacrificio de expiación como Jesús se convierte en Rey universal, como declarará Él mismo apareciéndose a los apóstoles tras la resurrección: “Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra” (Mt 28,18).
¿Pero en qué consiste el “poder” de Jesucristo Rey? No es el de los reyes y el de los grandes de este mundo; es el poder divino de dar la vida eterna, de liberar del mal, de derrotar al dominio de la muerte. Es el poder del Amor, que sabe sacar el bien del mal, ablandar un corazón endurecido, traer paz en el conflicto más áspero, encender la esperanza en la oscuridad más espesa. Este Reino de la Gracia no se impone nunca, y respeta siempre nuestra libertad. Cristo vino a “dar testimonio de la verdad” (Jn 18,37) – como declaró frente a Pilato –: quien acoge su testimonio, se pone bajo su “bandera”, según la imagen querida a san Ignacio de Loyola. A toda conciencia, por tanto, se hace necesaria – esto sí – una elección: ¿a quién quiero seguir? ¿A Dios o al maligno? ¿A la verdad o a la mentira? Elegir a Cristo no garantiza el éxito según los criterios del mundo, pero asegura esa paz y esa alegría que sólo Él puede dar. Lo demuestra, en cada época, la experiencia de tantos hombres y mujeres que, en nombre de Cristo, en nombre de la verdad y de la justicia, han sabido oponerse a las adulaciones de los poderes terrenos con sus diversas máscaras, hasta sellar con el martirio esta fidelidad suya.
Queridos hermanos y hermanas, cuando el Ángel Gabriel llevó el anuncio a María, Le preanunció que su hijo habría heredado el trono de David y reinado para siempre (cfr Lc 1,32-33). Y la Virgen creyó antes aún antes de entregarlo al mundo. Debió después, sin duda, preguntarse qué nuevo tipo de realeza era la de Jesús, y lo comprendió escuchando sus palabras y sobre todo participando íntimamente en el misterio de su muerte en cruz y de su resurrección. Pidamos a María que nos ayude también a nosotros a seguir a Jesús, nuestro Rey, como hizo Ella, y a dar testimonio de Él con toda nuestra existencia.
“El deterioro de la formación religiosa y moral no es bueno para nadie”


Los obispos españoles abordan los problemas de la asignatura de Religión


La Conferencia Episcopal Española (CEE) abordará los problemas de la enseñanza de la Religión y Moral católica en la escuela, la organización del clero, la crisis económica y el ya próximo Congreso Eucarístico Nacional, en su asamblea plenaria de otoño, que se está celebrando del 23 al 27 de noviembre
Así lo señaló el presidente de la CEE, el cardenal Antonio María Rouco Varela, en su discurso al abrir la asamblea, este lunes por la mañana.
“Los obispos continuamos preocupados, junto con los profesores y muchos padres de alumnos, por la deficiente regulación jurídica de la enseñanza de la Religión y Moral Católica en la escuela”, confesó.
“Los problemas se remontan a la aplicación normativa de la LOGSE y siguen sin ser resueltos y, por tanto, agravados”, continuó.
“Estimamos que la regulación vigente sobre esta materia no se adecua a lo previsto en el Acuerdo sobre Educación y Asuntos Culturales entre la Santa Sede y España”, afirmó.
Heroicidad pedagógica
Para los obispos, “la carencia de una verdadera alternativa académica coloca a los profesores y alumnos de Religión y Moral Católica en una permanente situación de verdadera heroicidad pedagógica”.
“El deterioro de la formación religiosa y moral en la escuela no es bueno para nadie y, menos, para los jóvenes que en la práctica se ven privados de ella u obligados a recibirla en condiciones difíciles y discriminatorias”, destacó.
El arzobispo de Madrid también mostró la preocupación de los obispos de España por el conjunto de asignaturas llamadas “Educación para la ciudadanía”.
“Por su carácter obligatorio, habría de ser programada como materia de formación estrictamente cívico-jurídica y no - según es ahora el caso - como una materia de formación moral y de visión del hombre, de la vida y del mundo, fórmula típica de una enseñanza ideológica y adoctrinadora”, señaló el cardenal.
El arzobispo también destacó otros problemas del sistema educativo como los altos porcentajes de fracaso escolar, la indisciplina y violencia en las aulas y la pérdida de autoridad de los profesores.
También lamentó “una educación sexual impartida sin criterios morales y sin que los padres de los alumnos la conozcan”.
El cardenal destacó la necesidad de revisar estos problemas con criterios pedagógicos y “según el fin último de la educación, claramente definido a la luz de la verdad del educando”.
Educar en la integridad
“Se trata de educar a la persona humana en la plenitud e integridad de su ser, que implica la trascendencia de su destino”, indicó.
“El que debe ser educado es el ser humano, en su condición de ser corporal y espiritual, que aspira a superar los límites de la culpa y de la muerte, dotado de libertad y de conciencia y llamado a la responsabilidad personal y social según los imperativos de la justicia, de la fraternidad y del amor”, añadió.
También recordó que los titulares del derecho a la educación “son, en primer lugar, los padres de familia y la sociedad con las diversas instituciones que la integran; el Estado es también titular de ese derecho de forma subsidiaria”.
También destacó que, “si hay voluntad de lograrlo, de respetarlo y de cuidarlo en la legislación ordinaria, en la administración y en la praxis social, el pacto escolar podría ser una realidad fecunda para el futuro de la educación en España”.
Sacerdotes
Por otra parte, el cardenal Rouco explicó que la asamblea de esta semana se centrará en estudiar la situación de las diócesis y perfilar propuestas para renovar el ministerio sacerdotal en España.
“Los sacerdotes somos menos y de más edad que hace algunos años”, reconoció.
La media de edad del clero diocesano español es de 63,30 años, alcanzando en algún lugar los 72,04 años.
Cada sacerdote secular ha de atender, como término medio, a 3.445 personas, dijo el purpurado, y en algunas partes de España, el número se eleva hasta 9.000.
Los obispos reflexionarán sobre estos y otros datos “para ir perfilando propuestas concretas en orden a la renovación a fondo del ministerio sacerdotal en la España de hoy, tanto por lo que toca a la vida de los presbíteros como a su distribución, a la organización de su trabajo y al fomento de vocaciones”.
El cardenal explicó que “han quedado atrás las manifestaciones más agudas de la llamada 'crisis del sacerdocio' de los años siguientes al Concilio”.
Destacó la esperanza que supone que numerosos jóvenes y hombres ya más formados estén respondiendo a la vocación sacerdotal en España.
E indicó también que “la preparación y la celebración de la próxima Jornada Mundial de la Juventud el 2011, en Madrid, se nos ofrece como una ocasión excepcional para la promoción de la pastoral juvenil y, en particular, de la vocacional”.
“La política, al servicio del bien común”

Manifiesto del XI Congreso Católicos y Vida Pública




La razón de ser de la política está en el bien común. Por eso resulta radicalmente pervertida cuando se pone al servicio de intereses particulares, personales o partidarios, con daño del interés general, como ponen de manifiesto los graves y frecuentes casos de corrupción en la actividad política, o en ámbitos vinculados con ésta. Pero esta corrupción, que tanto escandaliza a la sociedad, pone a la vez de relieve la pasividad política y la anemia moral de esta misma sociedad. Servir al bien común es crear y asegurar las condiciones de la vida social que hagan posible a las asociaciones y a cada uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección. Exigencias y elementos esenciales del bien común son ante todo el respeto y promoción de los derechos y libertades fundamentales de la persona, el bienestar social, subordinado al bien de cada persona. Sin el respeto a los derechos y libertades fundamentales, no es posible un verdadero orden democrático en el que ninguna voz quede excluida del debate público. La libertad hemos de conquistarla y defenderla cada día, hemos ejercerla cada día. En estos momentos, aun en Estados que se dicen democráticos, y de manera muy clara en España, la libertad de conciencia, la libertad religiosa, la ideológica, la educativa son objeto de preocupantes restricciones, cuando no de grave vulneración, por la ofensiva laicista que intenta imponer como ética pública una particular opción que se quiere hacer pasar por común, simplemente por el hecho de que aparece desvinculada de toda referencia religiosa. Defender la libertad religiosa contra los frecuentes ataques a los que se ve hoy sometida, desde los más burdos y ofensivos hasta los más encubiertos, no es desatar ninguna guerra de religión sino sencillamente proteger una fundamental libertad constitucional, sin respeto a la cual la democracia no subsiste. Una política al servicio del bien común ha de asegurar el derecho fundamental, primero y primario, de toda persona humana, a la vida desde el instante mismo de su concepción, en el que ya ha de reconocérsele su dignidad ontológica de persona, hasta la muerte natural. Esto exige desarrollar una política eficaz de protección integral a la maternidad, mediante un sistema coherente de ayudas que permita a toda mujer, por desfavorables que sean sus circunstancias, acoger y educar a sus hijos. Una política al servicio del bien común es la que defiende y protege a la familia, constituida sobre el matrimonio verdadero que une a un hombre y a una mujer. Para la vida y la familia constituye hoy una amenaza especialmente grave --frente a la que lanzamos una apremiante alerta-- la difusión de la llamada ideología de género que ha conseguido en España imponer un conjunto de leyes absolutamente incompatibles con el respeto a la vida humana, con la dignidad de la mujer, con una recta concepción del matrimonio y de la institución familiar. Bajo la luz y el impulso de la encíclica Caritas in veritate, subrayamos la dimensión moral de toda la actividad económica, la necesidad ineludible de que el mercado atienda a las exigencias éticas que lo ordenen al bien común, la necesidad de una nueva economía cuya dinámica esté marcada por la solidaridad y la subsidiariedad.No basta denunciar la corrupción política, en todas sus vertientes, incluida la culpable pavorosa incapacidad de no pocos para la gestión de la cosa pública; no basta esa denuncia, ni aun podremos hacerla con autoridad, si no asumimos todos la grave responsabilidad moral que a cada uno nos corresponde de hacer que toda la actividad política esté orientada a la consecución del bien común. Y ésta es la hora en que resulta imperiosamente necesaria la presencia de los católicos en el ámbito de la Política en su más estricto sentido, entendida como actividad específica, orgánica e institucionalmente consistente en la ordenación del todo social a la consecución del bien común, mediante los diversos modos de ejercicio del Poder. La actividad política estricta ha de vivirse como una auténtica vocación y un compromiso moral. Las exigencias de orden moral a las que debe atenerse el político católico no son distintas de las que debe atender el no católico, si bien la fe le proporciona al creyente especial luz para percibirlas con toda claridad y la gracia, especial fuerza para cumplirlas. Más aún: en la perspectiva de la fe, la actividad política constituye un lugar de santificación y medio privilegiado para lograrla, en cuanto la política es lugar e instrumento para la realización estructural de la caridad, la caridad política, mediante decisiones y actuaciones que permiten crear "estructuras de gracia" que hagan más seguro y pleno el logro del bien común. La presencia de católicos en la Política será verdaderamente eficaz y relevante cuando ellos y la comunidad a la que pertenecen estén poseídos por la convicción de la fuerza política del amor. Con ella serán capaces de ofrecer no una mera alternancia política, mera variante de lo mismo, sino una verdadera alternativa cultural, axiológica, moral. En la presente situación: -proclamamos la necesidad de la actuación urgente de todos y cada uno para regenerar moral y democráticamente la vida y las instituciones políticas.Por último, reiteramos nuestra disposición al diálogo y a la colaboración con cuantos, desde sus diversas opciones religiosas e ideológicas, están comprometidos en la lucha contra la corrupción política y en la realización del bien común; con cuantos reconocen en la persona el "principio, sujeto y fin de todas las instituciones"; con cuantos afirman la dignidad de la persona en todos los momentos de su existencia, desde la concepción, hasta la muerte natural y los derechos fundamentales radicados en esa dignidad; con cuantos, desde este respeto incondicionado a la persona, apuestan por la justicia y la libertad en una sociedad auténticamente democrática.

11/23/09

Un ateo defiende la religión


Un nuevo libro se enfrenta a los ataques de los no creyentes


Por el padre John Flynn
La Iglesia católica es una de las mayores fuerzas del mal en el mundo, al menos es lo que afirma el ateo Richard Dawkins. Este es sólo el último de sus muchos ataques contra la religión y Dios.
Sus observaciones se publicaban el 23 de octubre en la sección de religión de la página web del Washington Post, al ser preguntado sobre la medida de la Iglesia católica de facilitar la entrada a los anglicanos.
Siguen adelante las polémicas de los últimos años sobre la religión en libros y comentarios. Un reciente debate en Londres, sobre la afirmación de que la “Iglesia católica es una fuerza para bien en el mundo”, atrajo más de 2.000 personas, informaba el 23 de octubre el Catholic Herald.
Stephen Fry y Christopher Hitchens, que defendieron la afirmación contraria, obtuvieron una sustancial victoria contra sus oponentes – Ann Widdecombe, parlamentaria del partido conservador, y el arzobispo Onaiyekan de Abuja, Nigeria – obteniendo 1.876 votos contra 268.
Otro ejemplo reciente viene de Australia donde la columnista Catherine Deveny sentó a Dios en el diván del psiquiatra y proclamó que: “Dios tiene un desorden de personalidad narcisista”.
En un artículo suyo publicado el 2 de septiembre en el periódico Age, Deveny afirmaba que Dios sufre de “sentimientos de grandeza”, y una “obsesión con fantasías de éxito”, junto con una “carencia de empatía” y “comportamiento arrogante”.
A su vez, la ofensiva de los ateos ha dado lugar a numerosos libros que defienden a Dios y a la religión institucional. Un paso interesante en el debate viene de un libro recientemente publicado por alguien que no cree en Dios pero, aun así, defiende la religión.
Le ha ido mejor
En “An Atheist Defends Religion: Why Humanity is Better Off with Religión Than Without It” (Un Ateo defiende la Religión: Por qué a la Humanidad le ha ido mejor con la Religión que sin ella) (Alpha Books), Bruce Sheiman ofrece una nueva perspectiva al enfrentamiento entre creyentes y ateos.
La “cuestión de Dios” puede no resolverse satisfactoriamente para ambas partes, reconoce, pero lo que Sheiman precisa que hay que hacer es considerar el valor de la religión en sí misma. No busca probar la existencia de Dios, sino defender la religión como institución cultural.
En cuanto a sus opiniones personales, Sheiman explica que él no es una persona de fe, pero no “niega a Dios de forma ostentosa”. Se describe a sí mismo como un “aspirante a teísta” porque “la religión proporciona una combinación de beneficios psicológicos, emocionales, morales comunes, existenciales e incluso de salud que ninguna otra institución puede reproducir”.
La mejor manera de dejar a un lado de modo convincente el ateísmo, explica en la introducción a su libro, no es mediante argumentos que intenten probar la existencia de Dios, sino demostrando la aportación duradera de la religión.
“Las fechorías de la religión pueden dar para una provocativa historia, pero las buenas obras diarias de miles de millones de personas son la verdadera historia de la religión, que ha ido a la par del crecimiento y prosperidad de la humanidad”, afirma Sheiman.
Uno de los modos en que nos beneficia la religión es dando significado a nuestras vidas, observa Sheiman. Somos conscientes de vivir en un mundo de gran poder y potencialidad, pero en contraste con los animales que sólo viven en una relación utilitaria con el mundo, los humanos son conscientes de que este mundo existe a parte de ellos mismos.
Sheiman cuenta algunos ejemplos de cómo las sociedades primitivas buscaban dar sentido a sus vidas en medio de un mundo más extenso por medio de la religión. Sus mitos y rituales ayudaban a aquellos pueblos a conectar las realidades mortales con lo eterno y espiritual.
En el mundo moderno la ciencia ha reemplazado en muchos casos a la religión en términos de explicación del mundo y del universo, pero Sheiman apunta que, aunque podamos aceptar lo que la ciencia dice sobre cómo funciona el universo, esto no nos explica lo que significa para nuestras vidas.
En otras palabras, cómo funciona el mundo no es lo mismo que por qué funciona el mundo. En nuestro impulso por descubrir lo que Sheiman denomina verdad en minúscula – hechos y conocimiento – hemos sacrificado la verdad con mayúscula – significado y propósito.
Naturaleza moral
Otro aspecto de la religión es la moralidad. Está claro que la gente puede ser moral sin la religión, afirma Sheiman, pero también es evidente que la religión hace a la gente buena. De hecho, afirma, los seres humanos muestran un comportamiento ético que va más allá del poder explicativo de la cohesión del grupo.
Sheiman cita investigaciones que demuestran cómo la actividad religiosa se asocia con una mayor interacción social. Al mismo tiempo que la religión construye la comunidad, también fomenta la moralidad, añade.
Esto lo hace a través de la comprensión de que la acción moral es el camino para una unión con Dios y de que tenemos una especie de contrato moral por el que hacer el bien hace que participemos en un bien mayor.
Lo intrínseco a todas las religiones es la creencia en la bondad, tanto divina como humana, explica Sheiman. Los ateos suelen carecer de esta comprensión de la moralidad, sostiene. No es un simple sistema recompensa/castigo. “Los muy cínicos ven en la religión una obediencia ciega a una autoridad moral y un sistema opresivo de control del comportamiento”, comentaba.
Aunque algunos seguidores religiosos muestran una orientación autoritaria, esto pasa también con personas no religiosas, mantiene Sheiman. Para la mayoría de la gente Dios es visto como un padre amoroso, y la moral el estadio más alto a que aspiran los humanos, afirmaba.
Una aportación de la religión a la sociedad que Sheiman pone de relieve es la noción cristiana de que los hombres están hechos a imagen de Dios. Al decir que los humanos comparten la naturaleza divina, deben ser respetados como hijos de Dios.
Esta visión lleva a incontables actos de sacrificio y compasión diarios, comenta. De hecho, estudios sociológicos revelan que las personas religiosas son más cariñosas y compasivas que las no religiosas y dan más dinero a caridad. Esta práctica no se restringe a una religión en particular, precisaba.
La religión también proporciona un fundamento sólido para el comportamiento moral a través de la adhesión a valores absolutos. En contraste, observa Sheiman, sin la religión la gente puede tener una moralidad, pero si los preceptos morales están hechos por el hombre se vuelven falibles e insustanciales, un resultado de opiniones personales o incluso de calculado auto interés.
Esto le lleva a comentar que nuestras mentes están llamadas a algo más que una verdad relativa. Como seres humanos nos esforzamos por encontrar la causa primera y, si los imperativos morales no dependen de Dios, entonces no son absolutos y se quedan en relativos.
La ciencia por sí misma no puede llevar a una cultura moral, continúa. “Lo bueno y lo malo no vienen de la física o de la biología”.
“La religión se convierte así en la fuente cultural e institucional más importante de principios éticos precisamente porque se la considera que está por encima del capricho humano”, añade.
Progreso
En otro capítulo del libro, Sheiman cuenta cómo la religión ha estado detrás del progreso del mundo occidental en campos como la democracia y la libertad, la ciencia y la tecnología.
A lo largo del tiempo en que hemos crecido como civilización esto ha sido al menos en parte gracias a la religión, argumenta. Aunque esto no absuelve a los líderes religiosos de sus acciones destructivas, concluye, esto nos lleva a concluir que la religión en general ha tenido un impacto positivo.
La conclusión alternativa es que estaríamos más adelante en nuestra trayectoria sin la religión. Esto no resulta plausible, mantiene Sheiman, puesto que los historiadores no han podido identificar ninguna otra fuerza cultura tan robusta como la religión que pueda llevar adelante la civilización.
Sheiman también critica la lectura selectiva de la historia hecha por algunos ateos, que sólo muestran rapidez para atribuir los aspectos más negativos de la historia a la religión, mientras que rara vez reconocen la deuda de la civilización con la religión.
Un creyente podría muy bien replicar a Sheiman que su fe en Dios no depende de ganancias y beneficios contables en la historia o en su vida personal. No obstante, en un momento en que muchos ateos denigran a las iglesias y a la fe como totalmente irracionales y negativas, el libro de Sheiman sirve de útil antídoto para estos superficiales e irracionales ataques a la fe.

11/21/09

Jesús, rey


Por el cardenal Lluís Martínez Sistach



Pilato preguntó a Jesús: "¿Eres tú el rey de los judíos?" Él le respondió con esta afirmación: "Mi realeza no es de este mundo". Para todos los cristianos, Jesucristo se nos presenta como verdadero rey, pero de una manera original y diferente a como son los reyes de este mundo.
Jesucristo llevó a cabo el misterio de la redención de los hombres y sometió a su poder a toda la creación. Dios quiso fundar todas las cosas en su Hijo amado. Pero, a la vez, nuestro creador confió a la humanidad la obra de la creación, como nos lo recuerda el libro del Génesis con estas palabras: "Creced, multiplicaos y dominad la tierra".
Es verdad que los cristianos vivimos en una situación constante de tensión entre el más allá definitivo y el más acá fugaz, pero presente, actual, vivido ahora y aquí. La fe nos dice que hemos de orientar toda nuestra vida hacia las cosas de arriba, hacia aquel conjunto de realidades celestiales que Cristo ya posee plenamente. No obstante, a la vez, hemos de ser fieles al mundo que Dios nos ha confiado y es preciso que tengamos una prontitud diligente hacia la tierra, trabajándola con buen ánimo.
Sabemos que la salvación de Jesucristo no se identifica con la promoción humana. Pero no podemos olvidar estas palabras del Concilio Vaticano II: "Aunque el progreso terrenal ha de distinguirse cuidadosamente del crecimiento del reino de Cristo, con todo, porque puede contribuir a ordenar mejor la sociedad humana, interesa muchísimo al reino de Dios. El reino ya está presente en esta tierra, pero cuando el Señor vendrá entonces será consumado".
Es aquí en la tierra donde se deciden los destinos eternos y donde se prepara la tierra nueva y el cielo nuevo hacia el que caminamos. Así pues, hay que evitar el divorcio entre la fe que profesamos y la vida cotidiana y de presencia responsable y comprometida en el mundo.
La voluntad de Dios y la realeza de Cristo sobre la creación sólo se van realizando progresivamente a medida que los hombres ponen las cosas creadas al servicio real de toda la humanidad. Estamos llamados a ser constructores del Reino con el anuncio de la buena nueva de la salvación y con la promoción de los valores de la verdad, de la libertad, de la justicia, de la solidaridad, de la dignidad humana y de la comunión fraterna.
Dios ha dado la tierra a todo el linaje humano para el mantenimiento de todos sus habitantes, sin excluir ni privilegiar a ninguno. Aquí se encuentra la raíz primera del destino universal de los bienes de la tierra. El mundo, por su gran fecundidad y por su necesidad de satisfacer las necesidades del hombre, es el primer don de Dios, destinado al sostén de la vida humana.
El apóstol Pablo dice que "el reino de Dios es de justicia, paz y alegría en el Espíritu". Y San Cirilo de Alejandría nos dice que "sólo un corazón puro puede decir con seguridad. ‘Venga a nosotros tu Reino". Aquel que se mantiene puro en sus acciones, en sus pensamientos y en sus palabras, puede decir a Dios: "Venga a nosotros tu Reino".
Los cristianos hemos de distinguir entre el crecimiento del reino de Dios y el progreso de la cultura y de la sociedad en la que están comprometidos. Esta distinción no es una separación. La vocación del hombre a la vida eterna no suprime sino que refuerza su deber de poner en práctica las energías y los medios recibidos del Creador para servir en este mundo a la justicia y a la paz.
Crucifijos y crucificados


Por monseñor Sanz Montes, nuevo arzobispo de Oviedo



Alguna vez los había visto en los típicos documentales de cine o televisión. Con la debida distancia para que no te asalte demasiado la comodidad o comprometa la educada despreocupación por tus semejantes ignorados. Pero hete aquí que el Señor ha dispuesto en su providencia que las cosas se combinasen para que cayera de bruces ante esa realidad que tiene nombre, domicilio y edad.
He debido hacer la visita apostólica a algunas comunidades de Lumen Dei, esa Asociación de la que soy superior general desde que el Santo Padre me nombrara el pasado mes de mayo Comisario Pontificio. Perú, Argentina y Chile, en escasamente diez días, ha supuesto un periplo agotador. Pero el Señor me ha permitido ver con ojos no prestados el mucho bien que Lumen Dei realiza en aquellos lares, y las realidades a las que en tantos rincones de este mundo se nos pide responder.
En las alturas inmensas del Cuzco peruano, pude ver la penuria en los rostros abrasados por el aire, por el sol y por la indiferencia de tantos que sostenemos un mundo insolidario, engolado y obeso de sí mismo. Allí, la entrega de los misioneros de Lumen Dei -sacerdotes, hermanas y laicos- era el abrazo concreto del buen Dios con el que Él seguía gritando que la vida de sus hijos le importa, saliendo al paso de sus precariedades inmensas a través de los colegios, de los pequeños hospitales y de los centros de asistencia. El pan del alimento, el pan de la cultura y el pan de la gracia de Dios, se partía y se repartía con la medida del amor, llegando a calmar e incluso colmar las hambres nutriendo el cuerpo, superando la ignorancia y anunciando la buena nueva de Cristo en nombre de la Iglesia.
Fue en Chile donde la pobreza tenía otra visual, apostando estos misioneros por una educación integral y cristiana en medio de una barriada periférica llena de violencia y corrupción. Las familias rotas y la juventud desnortada hace increíble que un mundo nuevo y distinto pueda renacer allí. Pero el corazón de los más pequeños, el corazón de sus adultos también, tiene inscrito un ansia incensurable que tan sólo espera que alguien se lo despierte, se lo acompañe, se lo encauce y posibilite: en ansia de ser felices en la bondad, la belleza y la verdad para las que hemos nacido. Aunque en la noche escuchara los tiroteos de las mafias, viese el temblor de la inseguridad y la engañifa de una dicha tan falsa como barriobajera y barata que te vacía más y más, vi mucho más el brillo de la esperanza en los niños y los jóvenes que se dejaban llevar por el Dios que les acompaña a través de la entrega de los hijos de la Iglesia.
Finalmente en los aledaños del Buenos Aires argentino, volví a toparme con la indigencia brutalmente escenificada en las "villas miseria" que por allí pululan. Ante esa inimaginable pobreza que tiene carne de niño y de mujer, nuevamente estos misioneros de Lumen Dei me ayudaron a comprender cómo duele esta humanidad nuestra tan falta de lo que superfluamente nos sobra a tantos. Aquella pobreza duele en el alma, hasta hacerla llorar, hacerla rezar y hacer que nos preguntemos tantas cosas que nos ponen delante de la falta de caridad del amor solidario.
Nuestra Cáritas sabe bien de esta procesión de la penuria en momentos de honda crisis económica y moral. Los pobres saben bien a qué puerta llamar, y no lo harán jamás ante la puerta de los que quieren quitar los crucifijos, o la de quienes organizan su sainete para protestar por los espacios cedidos para construir una parroquia. Pero nadie nos podrá quitar a los crucificados ni cerrar la puerta de nuestro cristiano hogar. Para ellos, y tantas veces en solitario, queremos seguir siendo cirineos con el bien y la paz.
Relativismo y dopaje ético


Por el profesor Andrés Ollero, en el XI Congreso "Católicos y vida pública" que se celebra en la Universidad CEU San Pablo de Madrid.


A nadie sorprendería que, planteado el problema de cuál sea el fundamento de los llamados derechos fundamentales, el relativismo ético apareciera como el principal obstáculo. Si nada es verdad ni mentira, si cada uno tiene su idea de la justicia y todo el mundo es bueno, empeñarse en calificar como fundamental un derecho es un modo de perder el tiempo como otro cualquiera. Responder que habría que considerar fundamentales a los derechos humanos replantearía desde otro ángulo idéntica cuestión: qué es eso de la naturaleza humana, desde qué semana y hasta qué año somos humanos y, sobre todo, una cosa es predicar los derechos humanos (que todo el mundo se apuntará...) y otra dar trigo.
Como no sería bueno que mi función introductoria se desarrollara por los trillados cauces de lo previsible, comenzaré a poner en cuestión que la principal amenaza para los derechos humanos derive del relativismo que nos invade; y no por no considerar irreal tal invasión. Suscribo sin mayores dudas que nos movemos "en un contexto social y cultural, que con frecuencia relativiza la verdad, bien desentendiéndose de ella, bien rechazándola" (BENEDICTO XVI Caritas in veritate, 2). Es esto sin duda lo que lleva a convertir a la ley natural en una fórmula indescifrable, descartándola como posible fundamento de esos derechos. Es lógico pues que se identifique al relativismo como su decisivo enemigo.
Mis dudas provienen del convencimiento de que nuestra sociedad, lo sepa o no, no es en absoluto relativista; ni lo son tampoco las figuras más comerciales de la reflexión ética en España. Todos ellos y ellas han coincidido en excluirse de tan estrafalario club. Habría que reservar semejante audacia a algunos libertarios anarcoides, como Rorty (al que ya tuve ocasión de aludir con más detenimiento en Congreso anterior). Vayamos a ejemplos concretos.
Toda España ha estado durante estos días en vilo ante la trágica situación de unos pescadores, compatriotas nuestros con bandera o sin ella, secuestrados por unos piratas notoriamente relativistas. Los efectos del relativismo se han hecho sin duda notar entre nosotros. Cuando se suscribe alegremente que la ley es la ley, y que no tiene nada que ver con lo que sobre la justicia pueda pensar cada cual, pues por visto eso sería ética privada, el resultado es previsible: la que públicamente se desprestigia no es la justicia sino la ley. A nadie se le ha ocurrido poner públicamente en duda que liberar a un secuestrado sea exigencia elemental de justicia y ningún defensor gubernamental de que la ley es la ley, contra toda posible objeción de conciencia, ha salido en defensa de unos abnegados jueces empeñados, ante los asombrados ciudadanos, en que no cabe soltar piratas porque lo dice no se sabe qué librito que ellos llaman ley. Obviamente se da por hecho que los piratas por uno u otro sistema acabarán en libertad.
Dejando al margen este pequeño detalle, nadie ha cometido tampoco el error de pretender que la mancha de relativismo con relativismo se quita. El argumento más contundente ha sido: "Dos delincuentes no pueden perjudicar a treinta y seis inocentes"; más claro agua. Las cifras no son irrelevantes. Si se hubiera tratado de treinta y seis delincuentes y sólo dos inocentes, alguien se estaría pasando varios pueblos; de relativismo nada...
Al relativismo se lo invoca para socavar la ética objetiva de la ley natural, heredada de nuestra cultura cristiana; pero el resultado no es un vacío relativista, sino algo aún más grave: la asimilación inconsciente de otra ética no sólo objetiva sino incluso empírica. Bentham descubrió esa ética verdadera, fruto del cálculo de expectativas de placer y dolor, que ha llegado a presentarse con acierto como una aritmética en imperativo. Es la que nos ilustra, por ejemplo, sobre cuántos seres humanos embrionarios podemos sacrificar para poder participar en el sorteo de la curación del Alzheimer. De relativismo nada; en nuestra sociedad hay una ética objetiva que, en términos informáticos, acaba imponiéndose por defecto: el utilitarismo. Algunos la califican engoladamente de ética pública, pero no es sino la mera expresión de las únicas leyes hoy fuera de discusión: las del mercado.
Los medios de comunicación, más de una vez inconscientemente, nos adoctrinan en ella a diario. El bebé medicamento es recibido como el no va más del altruismo. El problema no es en este caso que sean menos los piratas que los inocentes; es que ahora ni se habla de cuántos hayan sido los inocentes embriones sacrificados, porque cualquier cantidad se consideraría utilitariamente despreciable.
El bueno de Habermas, al que la falta de fe no le impide negarse a renunciar a la razón con el mismo denuedo que Benedicto XVI, se enfada no poco ante a una escéptica opinión pública, que considera que la dinámica imparable de ciencia, técnica y economía genera unos hechos consumados que no cabe someter a control ético; de ahí que, preocupado por El futuro de la naturaleza humana, lamente las poco entusiastas posturas disidentes ante el avance de las investigaciones que el mercado de capitales haya tenido a bien financiar.
Queda sólo por descifrar lo del dopaje. No es difícil en un país de héroes del ciclismo. El dopaje ha empujado a la ciencia a estudiar no sólo sustancias capaces de permitir subir una pared, sino también otras destinadas a enmascararlas en cualquier posible control. De ahí que se considere producido un positivo también cuando aparecen restos de este intento de camuflaje. Lo mismo ocurre con el relativismo. Es en efecto pieza decisiva del actual dopaje ético de nuestra sociedad; pero sólo como vía insuperable para facilitar la callada e inconsciente generalización del utilitarismo. No sé si escandalizo a alguien, pero me encantaría verme rodeado de más relativistas; vivir sometido a la ética por la cuenta de la vieja de los utilitaristas me da un asco invencible; qué quieren que les diga...
“El aborto tiene muchos 'cómplices'”


Monseñor José Ignacio Munilla Aguirre, nuevo obispo de San Sebastián



Buscar titulares de impacto, suele tener el riesgo de la simplificación caricaturesca. Lo hemos comprobado en el modo en que nos fue servida la noticia de las declaraciones del Secretario de la Conferencia Episcopal Española, referente a la responsabilidad de los políticos católicos en la votación de la Ley del Aborto. Esa misma sensación la he tenido yo al leer en un titular, las siguientes palabras puestas en mis labios: "Quien apruebe la Ley del Aborto estará en situación de complicidad de asesinato". Ciertamente..., es así... Pero, las afirmaciones tienen un contexto explicativo que no puede ser ignorado.
La mujer no es la única responsable
La doctrina moral católica aborda la cuestión de la responsabilidad moral en los actos en que hay una cooperación con el mal. La culpabilidad no recae exclusivamente en quien realiza materialmente el mal, sino también, en mayor o menor grado, en aquellos que han cooperado con él. En el caso del aborto: aquellos que han incitado, o incluso, presionado para que la mujer aborte; el médico y el personal sanitario que realiza la operación; el dueño de la clínica abortista que se enriquece con el "negocio"; la clase política que ha dado amparo legal a la eliminación de la vida inocente...
La responsabilidad moral del político
La vocación política tiene la finalidad de buscar el bien común, poniendo un especial énfasis en la defensa de los más débiles. Como es obvio, cualquier legislación proabortista es totalmente contradictoria con esta vocación política. Es un absurdo que existan más respaldos legales para acabar con la vida humana, que para ayudar a sacarla adelante.
Así se entienden las declaraciones que hemos realizado los obispos: Los políticos católicos que voten a favor de una ley del aborto, se colocan en una situación de total y abierta contradicción con su fe (además de legislar contra natura, esto es, de forma contraria a su propia vocación política).
Tampoco estará de más recordar que existe una complicidad por "omisión", es decir, por dejación de las responsabilidades políticas. Me refiero al caso de aquellos que, aunque no voten a favor de una ley del aborto, no cumplen con su obligación moral de derogarla cuando posteriormente alcanzan el poder.
Acordémonos de Mandela
Sorprende comprobar las reacciones producidas ante este posicionamiento de la Iglesia. Parece como si el problema estribase en una agresión de la Iglesia hacia la clase política... Sin embargo, lo único cierto es que los agredidos son los niños a los que no se les permite ver la luz, por la única razón de que no son "deseados".
No olvidemos que Mandela pasó veintisiete años en la cárcel porque pensaba (y no se callaba) que los negros son iguales que los blancos. Nosotros afirmamos que los niños que están en el seno de sus madres, tienen la misma dignidad que los que están fuera... No sé si tendrán que pasar otros veintisiete años para que una afirmación tan "atrevida" pueda ser expresada públicamente, sin caer por ello en el ostracismo...
¡¡Cómo nos duele a todos que nos recuerden nuestras responsabilidades morales!! Sin embargo, como dijo Jesucristo: "La Verdad nos hace libres". Y yo añado: "¡aunque escueza!".
La objeción de conciencia y los médicos católicos


Por el doctor José María Simón Castellví, presidente de la Federación Internacional de Asociaciones Médicas Católicas (FIAMC), en el XI Congreso "Católicos y vida pública" que se celebra en la Universidad CEU San Pablo de Madrid.



EL CONTEXTO SOCIO-SANITARIO ESPAÑOL
Un aspecto poco comentado del avance de la Cultura de la muerte es su sistemática perversión del Derecho en Occidente. Pero sólo en la singularidad del Derecho a la vida. Sería inaudito que se retorciese con idéntica torsión el derecho mercantil o el procesal. Nos crearía tantas dificultades a los adultos sanos que no se plantea, por ahora.
En España, donde esta perversión ha alcanzado cotas de récord, existe una ley que despenaliza el delito del aborto provocado en unos supuestos. Pero estos supuestos son absolutamente vacíos. Si uno no se adapta al deseo del legislador, se recurre al siguiente o al posterior. Y si ninguno se adapta, generalmente no sucede nada. Si analizamos atentamente la ley y su praxis nos encontraremos con episodios similares a los de los hermanos Marx intentando que un contrato se ajuste a sus locuras. Y si es necesario se rompe el papel por donde está escrito el artículo. El bloque ley-praxis favorece sistemáticamente la destrucción de vidas, incluida la de la madre (el padre sólo existe para pagar y no lo digo como broma). Lo triste es que se juega con vidas humanas.
En el primer supuesto clásico despenalizador, el caso de violación, no se castiga el aborto hasta las 12 semanas (la normativa no dice cómo se cuentas las semanas; y eso que existen dos maneras de hacerlo que varían en hasta dos semanas). Si una gestante ya ha superado las semanas, puede acogerse al segundo supuesto: en caso de riesgo de malformaciones, 22 semanas. Si su caso no se ajusta al segundo supuesto, se acoge al tercero: sin límite en caso de peligro psicofísico o sociológico. En el caso rarísimo de que se procese a un abortero y se le encuentre culpable, el gobierno aplicará el indulto, como ya ha sucedido en el pasado.
Además, la protección maternal con dinero público es mínima (salvo en las recientes excepciones madrileña y valenciana), los medios de comunicación social hablan siempre del "derecho a abortar" a pesar de que jurídicamente no existe tal, los colegios de médicos no intervienen o protegen a sus colegiados aborteros y las distintas administraciones descentralizadas del estado casi no mueven un dedo en la protección del no nacido.
Se añade que el aborto no es punible cuando es practicado por un médico o bajo su dirección, lo cual indica que ni siquiera ha de ser ginecólogo y que cualquiera puede realizarlo bajo la genérica dirección de un médico. El frecuente síndrome del postaborto no es contemplado en los planes públicos de salud. Y, para terminarlo de torcer, la legislación es absolutamente cruel con los restos de los niños abortados. Son sólo material biológico.
LA OBJECIÓN DE CONCIENCIA
En este contexto de ley injusta y estructuras de pecado se sitúa la objeción de conciencia del médico y del resto del personal sanitario en España. No es necesario ser "católico" para ver y entender el aborto como algo extremamente repugnante. Cualquier persona de buena voluntad puede percibirlo como nosotros aunque es cierto que la fe ayuda a la razón y a mantener la voluntad en la defensa de la vida inocente. De hecho, el aborto provocado es profundamente antihumano: pertenece al inframundo.
La objeción es un derecho paradójico. Se trata del último baluarte de la persona para evitar hacer algo que le repugna profundamente. Y esto está bien. Sin embargo, la acción profundamente repugnante la llevarán a cabo probablemente otros. Uno la evita para sí pero no puede evitarla en sí. Lo repugnante se lleva a término.
La Cultura de la muerte puede tomar la objeción de diferentes maneras. Una, la liberal, afirma que la objeción existe, debe ser operativa, proviene de los Derechos humanos o directamente de la misma Constitución española (no sería necesaria más regulación, ya que toda regulación restringe derechos). Pero afirma también que si alguien quiere matar a sus hijos, no se le debe impedir. Y si algunos médicos objetan, otros llevaran a cabo el acto abortista, por lo que no se ponen especiales trabas al hecho de objetar. Además, cuanto más objetores, tanto más negocio para aquellos que no tienen escrúpulos.
Otra postura frecuente frente a la objeción es la de la regulación del derecho a objetar. Éste existe pero debe estar restringido. En ningún caso deben ponerse trabas al ejercicio del "derecho a abortar" y el médico debe remitir a la "paciente" a otro colega más "compasivo" o realizar él mismo el aborto si es muy complicado derivar a la madre. Los poderes públicos deben incluso obligar al personal sanitario a la realización de actos objetables bajo la excusa del bien público, que estaría por encima de cualquier otra consideración.
No soy partidario de regular demasiado la objeción. Ella existe y ya está en nuestro ordenamiento jurídico. Cualquier regulación restringirá su derecho. Por otra parte, la experiencia práctica en muchos países enseña que si uno es amable y trabaja con competencia profesional, los demás colegas y muchos empresarios le "toleran" algunas "manías y caprichos". Es la objeción práctica, que no requiere ninguna firma por escrito. La mayor parte de las personas no quieren trabajar en perpetuo combate. Sólo algunos con fuerte carga ideológica se permiten estar permanentemente en lucha.
Recientemente la Organización Médica Colegial de España (OMC) se ha planteado crear un registro oficial y centralizado de objetores. Creo sinceramente que sería más operativo crear un registro de médicos aborteros: son muchos menos, se controlaría quizá mejor lo que no deja de ser un delito y así se evitarían presiones hacia los médicos que respetan la vida humana. No hay que temer por la vida de los aborteros ya que el movimiento pro vida es pacífico.
La conciencia es el último baluarte de la persona, su ámbito de intimidad en el que tomará decisiones y será responsable por ellas. Los seres humanos nacemos libres (dicen unos) o nos han creado libres (pensamos otros), pero lo cierto es que somos libres y por tanto responsables. Si no fuéramos libres, la misma Declaración de los Derechos Humanos sería fatua.
Sin embargo, esta misma libertad, que significa en cada momento y para cada persona escoger entre el bien y el mal, hace que cada generación tenga que poner en práctica los derechos. No basta con el sistema, la estructura, por buenos que sean. Es necesario que cada uno ponga en práctica lo firmado. Y, como es natural en el ser humano libre, a veces, se hace lo contrario de lo que se debería hacer...
La conciencia, para sernos útil, debe estar formada, informada y afinada. A nadie puede obligarse a actuar contra su propia conciencia. Hay actos que repugnan tanto a la persona que es de humanidad respetar su conciencia. Claro que los mismos que defienden actos repugnantes o crímenes contra la humanidad no tienen por qué respetar las conciencias... Así, el derecho a la objeción de conciencia debe ser defendido con uñas y dientes. Al poder de la Cultura de la muerte no le place la objeción.
ALGUNOS EJEMPLOS DE DEFENSA PÚBLICA DE LA OBJECIÓN
La Federación Internacional de Asociaciones Médicas Católicas (FIAMC) que me honro en presidir, ha tenido que luchar denodadamente para proteger los derechos de la conciencia de los sanitarios en los Estados Unidos. Así, el 3 de marzo del año en curso, la Asociación Médica Católica Americana (CMA) deploró la decisión de la administración Obama de revertir la "Health and Human Services Rule (HHS Rule)", de diciembre de 2008. Esta decisión representa una importante marcha atrás, especialmente para los médicos y el resto del personal sanitario, en cuanto a los derechos de la conciencia según la Constitución americana y las leyes federales. El presidente de la CMA afirmaba que con ello se mostraba lo lejos que estaba dispuesta a ir la administración Obama para defender y promover el aborto.
El Director ejecutivo de la CMA explicaba que no hay nada "pro-choice" en Obama. Ya ha enviado millones de dólares de los contribuyentes a las agencias extranjeras que promueven descaradamente el aborto como método de planificación familiar (algo prohibido por la Conferencia de las Naciones Unidas de El Cairo) y otros tantos millones al Fondo de las Naciones Unidas para la Población a pesar de su apoyo a la política china de abortos forzados para conseguir su política de un hijo por pareja. Ahora, Obama muestra que está dispuesto a forzar a los médicos y a los proveedores de salus de los Estados unidos a participar en abortos y otras acciones que violan la conciencia y su criterio clínico.
La "HHS Rule" protegía una parte fundamental de la libertad de los norteamericanos (libertades religiosa y de conciencia). Esta, además, se refleja en todo el mundo libre ya que los Estados Unidos son, hasta cierto punto, un modelo a seguir en muchos aspectos de nuestra convivencia. De hecho, la "HHS Rule" reflejaba y aplicaba 30 años de leyes federales establecidas que protegían la conciencia de los proveedores de salud; leyes que fueron aprobadas después de debate público y apoyo de los dos grandes partidos del país.
El presidente Obama, apuntan los médicos católicos norteamericanos, piensa evidentemente que se pueden negar los derechos de la conciencia en algunos asuntos, pero se pueden respetar en otros. Se equivoca. Negar el respeto por la conciencia en una materia amenaza el derecho de cada uno de actuar siempre en conciencia. Además, ello no conlleva una mejor asistencia sanitaria. Al contrario, el acceso a una sanidad de calidad, especialmente para las madres, queda mermado desde el momento en que los médicos de algunas especialidades como la obstetricia y la ginecología abandonan la profesión porque no pueden ejercer en conciencia. Así, la decisión del presidente Obama socava el derecho de la gente a escoger un médico cercano a sus valores. La CMA anima a todos a unirse ante este ataque a la conciencia, a la libertad y a la profesionalidad en la Medicina.
La CMA se unió al movimiento "freedom2care" (www.freedom2care.org ) y otra entidad, la Christian Medical Association, también apoyó la libertad de conciencia.
Por su parte, la propia FIAMC emitió un comunicado sobre la administración Obama y los temas de defensa de la vida. De una manera educada pero muy firme, se desenmascaraban los vicios de la nueva administración, con nombres, apellidos y hechos. Veamos un amplio resumen.
Empezamos diciendo que la elección de Barack Obama como presidente de los Estados Unidos fue un hito en la historia y la cultura de América. En tiempos de crisis económica y geoestratégica, Obama prometió ser una fuerza para un cambio positivo, reconciliación política y gobierno efectivo. Desgraciadamente, el presidente Obama ha comenzado su legislatura con acciones que minan el respeto por la vida y la dignidad humanas y la libertad de las religiones. Pedimos a los médicos católicos, a los proveedores de salud y a las personas de buena voluntad, que no ahorren esfuerzos para tratar de convencer al presidente Obama a que cambie su actitud.
Durante la campaña presidencial de 2008, algunos católicos singulares y grupos de presión católicos apoyaron a Obama basándose en parte en sus ideas de justicia económica y de política exterior, así como en su idea de intentar reducir el número de abortos aumentando las ayudas económicas a las mujeres embarazadas. Sin embargo, ya como senador, Obama tomó decisiones opuestas al respeto por la vida humana. Por ejemplo: desde hace mucho tiempo, aboga por el aborto a demanda apoyando a la Planed Parenthood, el mayor proveedor de abortos de Estados unidos; siempre se ha opuesto a poner limitaciones al aborto, incluidas aquellas leyes que requieren el consentimiento de los padres en caso de las menores de edad; como senador se opuso activamente a proteger a los niños sobrevividos a los abortos; asimismo, durante la campaña presidencial, proclamó orgulloso su apoyo a la "Freedom of Choice Act" (FOCA), una ley que permite una expansión radical del aborto (prometió firmarla como presidente).
Obama además apoya la utilización de fondos federales para investigaciones con células madre que destruyen embriones humanos. En los primeros días de su presidencia, renunció a la "Mexico City Policy", que negaba fondos federales a las agencias internacionales que promueven o ejecutan el aborto como medio de control de natalidad. De manera aún más ominosa, al renunciar a esta política, se mostró partidario de financiar con fondos federales al "United Nations Population Fund", una organización que perdió la financiación norteamericana tras colaborar con la coercitiva política china de un hijo por pareja.
El presidente norteamericano ha llenado su Gabinete y su Administración con personas favorables al aborto, incluidos Hilary Clinton, la Secretario de Estado y Rahm Emanuel, Jefe de gabinete de la Casa Blanca. Se ha opuesto a la "HHS Rule", que protegía los derechos de la conciencia de los profesionales sanitarios. Esta norma había entrado en vigor en los últimos días de la administración Bush como respuesta a las muchas amenazas a la conciencia de médicos, farmacéuticos y en general proveedores de salud en los Estados Unidos.
La FIAMC hacía un llamamiento urgente al presidente Obama para que reconsiderase su apoyo al aborto y a las investigaciones que conllevan la destrucción de embriones humanos. Además, ofrecía apoyo y oraciones para que los médicos católicos norteamericanos y de todo el mundo educaran al gran público y se opusieran a todos los esfuerzos por promover el aborto.
En los últimos meses, Obama ha realizado dos interesantes nombramientos de autoridades que respetan la vida humana. Quizá sea por su pragmatismo o quizá se trate de un milagro. Actualmente, el presidente norteamericano intenta aprobar una reforma sanitaria que no sabemos cómo dejará a la objeción.
Por su parte, Mater Care Internacional (MCI), la agencia de la FIAMC para la cooperación internacional en temas obstétricos y ginecológicos, emitió un comunicado el 4 de abril del año en curso, a cerca de la rescisión de la legislación de protección de la conciencia. Ello es especialmente grave para los profesionales de la obstetricia y la ginecología. MCI está presente en los Estados Unidos, en el reino Unido, en Australia, en Kenia, en Sierra Leona, en Ghana, en Indonesia, en Italia, en Irlanda y en Polonia. Su misión es la de garantizar, con iniciativas de servicio, docencia, investigación y lobby, basándose en los más altos estándares éticos y obstétricos, que todos los embarazos den como resultado vidas humanas, con la mayor salud y bienestar para madres y niños.
Los obstetras y ginecólogos han considerado desde hace tiempo que tienen que tratar a dos personas: la madre y el hijo. En los últimos 40 años, ha habido notables avances en las tecnologías diagnósticas. Ello ha llevado a la subespecialidad de "Medicina materno-fetal" y a poder diagnosticar y tratar al no-nacido como un segundo paciente desde el momento de la concepción. Al mismo tiempo, se ha ido introduciendo en el mundo una legislación en la que el aborto sería la base principal de la salud materno-filial. Así, se han matado incontables millones de seres humanos no nacidos en nombre de un llamado derecho de la madre a decidir. El principio médico ancestral del "primum non nocere" (lo que primero tiene que hacer el médico es no hacer daño) es un axioma que expresa esperanza, tenacidad, humildad y el reconocimiento de que el ser humano, incluso actuando con buenas intenciones, puede obtener consecuencias no deseadas.
La objeción de conciencia, afirma Mater Care, ha sido siempre algo propio de las sociedades civilizadas. Interferir el derecho de actuar contra la propia conciencia es anular el principio de autonomía del médico y los derechos de la maternidad. Forzar a los médicos a realizar actos contra la conciencia es una forma de totalitarismo. La práctica de la obstetricia el los Estados Unidos sufrirá mucho con ello. La Declaración de Ginebra, formulada después de la Segunda guerra mundial, nunca fue más pertinente: "practicaré mi profesión con conciencia y dignidad. Mantendré el máximo respeto por la vida humana, desde los tiempos de la concepción, incluso si está amenazada".
Es aceptado por los gobiernos, las profesiones y las confesiones religiosas que no es ético que los médicos cooperen en la pena capital administrando inyecciones letales o que utilicen sus habilidades quirúrgicas en amputaciones judiciales. En algunos estados ha sido imposible encontrar médicos que apliquen las legales penas de muerte: se trata de un ejemplo que podría también suceder en el caso del aborto. ¡Dios lo quiera!
El congresista John C. Fleming, médico, escribió el 6 de marzo del año en curso una carta al presidente Obama en la que hablaba abiertamente de discriminación hacia los profesionales que se niegan a realizar abortos debido a la nueva legislación.
Con todo ello se va viendo que, a pesar de los avances de la Cultura de la muerte, una parte de la sociedad internacional insiste en proteger el derecho a actuar según la propia conciencia. Esperemos que, en España, por lo menos se respete el Derecho a la objeción y que haya muchos objetores, lo que salvaría, sin duda alguna, numerosas vidas.
Termino con unas palabras trazadas con mano temblorosa por el mártir de la conciencia beato austríaco Franz Jägerstätter. Él se negó a servir a la ideología nazi y, en agosto de 1943, en la prisión militar de Berlín-Tegel dejó escrito: "Aunque escriba con las manos encadenadas, es preferible a tener la voluntad encadenada. A veces, Dios se manifiesta dando fuerza a quienes le aman y no anteponen las cosas terrenales a las realidades eternas. Ni el calabozo, ni las cadenas, ni siquiera la muerte pueden separar a alguien del amor de Dios, ni arrebatarle la fe y el libre albedrío. El poder de Dios es invencible".