2/28/10

“Jesús solo debe bastar en el camino”

El Papa en el rezo del Ángelus

Concluyeron ayer, aquí en el Palacio Apostólico, los Ejercicios Espirituales que, como de costumbre tienen lugar al inicio de la Cuaresma en el Vaticano. Con mis colaboradores de la Curia Romana hemos pasado días de recogimiento y de intensa oración, reflexionando sobre la vocación sacerdotal, en sintonía con el Año que la Iglesia está celebrando. Agradezco a todos los que han estado cerca de nosotros espiritualmente.

En este segundo domingo de Cuaresma la liturgia está dominada por el episodio de la Transfiguración que en Evangelio de san Lucas sigue inmediatamente a la invitación del Maestro: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome cada día su cruz y sígame” (Lc 9,23). Este evento extraordinario, es un impulso en el seguimiento de Jesús.

Lucas no habla de Transfiguración, pero describe todo lo que pasó a través de dos elementos: el rostro de Jesús que cambia y su vestimenta que se vuelve blanca y deslumbrante, en presencia de Moisés y de Elías, símbolo de la Ley y de los Profetas. Los tres discípulos que asisten a la escena tienen sueño: es la actitud del que, aun siendo espectador de los prodigios divinos, no comprende. Sólo la lucha contra el sopor que le asalta permite a Pedro, a Jaime y a Juan “ver” la gloria de Jesús. Entonces el ritmo se acelera: mientras Moisés y Elías se separan del Maestro, Pedro habla y, mientras está hablando, una nube lo cubre a él y a los otros discípulos con su sombra; es una nube, que, mientras cubre, revela la gloria de Dios, como sucedió para el pueblo que peregrinaba en el desierto. Los ojos no pueden ver más, pero los oídos pueden oír la voz que sale de la nube: “Éste es mi Hijo, el elegido; escuchadle (v.35).

Los discípulos ya no están frente a un rostro transfigurado, ni frente a una vestimenta blanca, ni frente a una nube que revela la presencia divina. Ante sus ojos, está “sólo Jesús” (v.36). Jesús está solo ante su Padre, mientras reza, pero, al mismo tiempo, “Jesús solo” es todo lo que se les da a los discípulos y a la Iglesia de todos los tiempos: esto debe bastar en el camino. Él es la única voz a escuchar, el único a seguir, él que saliendo hacia Jerusalén dará la vida y un día “transfigurará nuestro mísero cuerpo para conformarlo a su cuerpo glorioso” (Fil 3,21).

“Maestro, qué bien estamos aquí” (Lc 9,33): es la expresión de éxtasis de Pedro, que se parece a menudo a nuestro deseo ante a los consuelos del Señor. Pero la Transfiguración nos recuerda que las alegrías sembradas por Dios en la vida no son puntos de llegada, sino luces que Él nos da en la peregrinación terrena, para que “sólo Jesús” sea nuestra Ley y su Palabra sea el criterio que guíe nuestra existencia”.

En este periodo cuaresmal invito a todos a meditar de manera asidua el Evangelio. Auspicio, además, que en este Año Sacerdotal los Pastores estemos realmente llenos de la Palabra de Dios, la conozcamos de verdad, la amemos hasta el punto de que ésta realmente dé su vida y su forma a su pensamiento (Homilía de la Misa crismal, 9 de abril de 2009). Que la Virgen María nos ayude a vivir intensamente nuestros momentos de encuentro con el Señor para que podamos seguirlo cada día con alegría. A Ella dirigimos nuestra mirada invocándola con la oración del Ángelus.

Sólo en el “nosotros” podemos escuchar realmente la Palabra

Palabras del Papa al concluir los Ejercicios Espirituales en el Vaticano

Queridos Hermanos, Querido Don Enrico:

En nombre de todos los aquí presentes querría de todo corazón decirle gracias a Usted, Don Enrico, por estos ejercicios, por el modo apasionado y muy personal con el que nos ha guiado en el camino hacia Cristo, en el camino de renovación de nuestro sacerdocio.

Usted ha escogido como punto de partida, como trasfondo siempre presente, como punto de llegada -lo hemos visto ahora- la oración de Salomón a “un corazón que escucha”. En realidad me parece que aquí se resume toda la visión cristiana del hombre. El hombre no es perfecto en sí mismo, el hombre necesita relación, es un ser en relación. Su cogito no puede cogitare toda la realidad. Necesita de la escucha, de la escucha del otro, sobre todo del Otro con mayúscula, de Dios. Sólo así se conoce a sí mismo, sólo así se convierte en sí mismo.

Por mi parte siempre he visto aquí a la Madre del Redentor, la Sedes Sapientiae, el trono viviente de la sabiduría encarnada en su seno. Y como hemos visto, san Lucas presenta a María precisamente como mujer del corazón a la escucha, que está inmersa en la Palabra de Dios, que escucha la Palabra, la medita (synballein) la compone y la conserva, la custodia en su corazón. Los padres de la Iglesia dicen que en el momento de la concepción del Verbo eterno en el seno de la Virgen el Espíritu Santo entró en María a través del oído. En la escucha concibió la Palabra eterna, dio su carne a esta Palabra. Y así nos dice lo que es tener un corazón a la escucha.

María está aquí rodeada de los padres y las madres de la Iglesia, de la comunión de los santos. Y así vemos y entendemos propiamente en estos días que en el yo aislado no podemos escuchar realmente la Palabra: sólo en el nosotros de la Iglesia, en el nosotros de la comunión de los santos.

Y Usted, querido Don Enrico, nos ha mostrado, ha dado voz a cinco figuras ejemplares del sacerdocio, comenzando por Ignacio de Antioquía hasta el querido y venerable Papa Juan Pablo II. Así hemos realmente percibido de nuevo lo que quiere decir ser sacerdote, convertirse cada vez más en sacerdotes.

Usted también ha destacado que la consagración va hacia la misión, está destinada a convertirse en misión. En estos días hemos profundizado con la ayuda de Dios nuestra consagración. Así, con nuevo coraje, queremos ahora afrontar nuestra misión. El Señor nos ayude. Gracias a Usted por su ayuda, Don Enrico.

2/27/10

Las direcciones de la Cuaresma

Monseñor Rodrigo Aguilar Martínez, obispo de Tehuacán

            El camino de la Cuaresma tiene dos direcciones: Dios y el prójimo. Dos orientaciones que se sustentan mutuamente. No se puede ir a Dios sin ir a los demás, pues se volvería un espiritualismo, o sea algo distorsionado; como no se puede ir a los demás sin ir a Dios, de otra manera sería sólo altruismo.

            Las obras de penitencia -oración, ayuno y limosna- sensibilizan, dirigen y sostienen a la persona en ambos itinerarios.

            La oración nos acerca a Dios... siempre en contexto de comunidad humana, incluso por parte del ermitaño, o sea de quien vive en total soledad física, porque se sabe parte de la familia humana.

            El ayuno significa "abstenernos de" todo aquello que nos aleja de Dios y del prójimo.

            La limosna nos hace avanzar en el desapego personal, indicando que lo que somos y tenemos no nos pertenece en exclusiva, sino que pertenece a los demás, especialmente a los necesitados, lo cual se traduce en expresar nuestra total pertenencia a Dios, que es el espíritu de pobreza.

            San Agustín repetidas veces relaciona en sus Sermones estas tres obras de penitencia, diciendo por ejemplo: "Nuestra oración -apoyada en la humildad y la caridad, en el ayuno y la limosna, en la abstinencia y el perdón de la injuria, en el cuidado que pondremos en hacer el bien en lugar de devolver el mal y de evitar el mal y practicar el bien- busca la paz y la obtiene porque esa oración vuela, sostenida y llevada a los cielos, donde nos ha precedido Jesucristo que es nuestra paz"; o también dice: "Estas piadosas limosnas y este frugal ayuno son las alas que en estos santos días ayudarán a nuestra oración a subir hacia el cielo".

            Todo esto tiene su fundamento en las palabras mismas de Jesucristo, quien relaciona y unifica los dos mandamientos del amor a Dios y el amor al prójimo. "No existe otro mandamiento mayor que éstos" (Mc 12,32).

            De este modo el perseverante propósito de volver a Cristo Jesús y de seguirlo, se ha de manifestar en actitudes y acciones específicas para ser prójimos -o sea próximos-, de personas concretas, especialmente las necesitadas. No se reduce a dar de lo que nos sobre, sino hasta que nos duela, que nos haga modificar algún plan de uso del dinero; dar de nuestras capacidades, de nuestra escucha, gastar nuestro tiempo a favor de los demás, lo cual no será tiempo perdido sino bien invertido; desde luego, es dar sin pretender una segunda intención de recuperar posteriormente con creces.

            Podemos preguntarnos: ¿De qué manera mi relación con Dios me está llevando a mejores actitudes y acciones con los demás? Igualmente ¿de qué manera mi servicio a los demás me sostiene y eleva en la relación con Dios? Que nuestra respuesta se exprese en el avance fructuoso de nuestro camino cuaresmal.

2/26/10

El misterio de la llamada de Dios

La vocación al sacerdocio, en el centro de las reflexiones

Mañana sábado concluirán, con la celebración de los Laudes y una última meditación, los Ejercicios Espirituales predicados al Papa y a la Curia Romana por el salesiano Enrico Dal Covolo, y que este año se han centrado en el tema de la vocación sacerdotal.

“Una vez más, el Pontífice da ejemplo a los fieles sobre la actitud que se debe tener en este tiempo particular de oración, de reflexión, y de conversión”, subraya David Gutiérrez, director de la programación en español de Radio Vaticano, y encargado de comentar los Ejercicios de este año.

Gutiérrez subraya la “profunda vivencia” de estos Ejercicios por parte del Papa, durante toda la semana.

Como explicó el mismo Dal Covolo en una entrevista a ZENIT, cada uno de los días de la semana ha constituido un marco específico desde el que mirar esta vocación al sacerdocio, en línea con el Año Sacerdotal convocado por Benedicto XVI.

Así, el lunes fue una jornada de “escucha”, centrada en la Lectio divina de un pasaje bíblico muy conocido como paradigma de llamada vocacional, la de Dios al profeta Samuel (1 Re, 19, 1-21).

El predicador propuso varias figuras bíblicas y de los Padres de la Iglesia sobre esta actitud de escucha a la llamada divina, y especialmente, el modelo de san Agustín, un santo muy querido al Papa Benedicto XVI.

El martes se dedicó a reflexionar sobre la respuesta del hombre a la llamada divina. Según comenta Gutiérrez, ese día “Enrico dal Covolo, centró sus reflexiones de hoy en la respuesta que da el hombre a ese llamado de Dios, revisando algunas historias bíblicas, especialmente la referida en el evangelio según san Mateo donde Jesús habla sobre construir sobre la arena de nuestros intereses o construir sobre la Roca de Dios”.

“Un énfasis fuerte fue hecho en el sentido que la vocación y la respuesta son para la misión. Este segundo día concluyó con una reflexión sobre el ejemplo sacerdotal del Santo Cura de Ars”.

El miércoles se dedicó a la penitencia, y según explica el comentarista de Radio Vaticano, el propósito fue reflexionar, después de hacerlo sobre la llamada divina y sobre la respuesta del hombre, sobre “los aspectos humanos que están involucrados en ese proceso, especialmente los referidos a lo que podemos llamar las resistencias que presenta el ser humano ante la voluntad de Dios que le llama”.

“Las tentaciones, las dudas, las resistencias forman parte de nuestra historia, lo que genera la conciencia de que siempre somos pecadores, pero también invitan a una apertura a la gracia del Dios que siempre nos perdona. Es la actitud permanente de conversión que la Iglesia pide a sus fieles en este tiempo de Cuaresma, y que el Papa con sus ejercicios espirituales está viviendo en forma profunda”, explica.

El jueves, siguiendo la tradición de la Iglesia de consagrar este día al culto eucarístico y a la veneración del sacerdocio ministerial, fue un día “cristológico”, es decir, dedicado a la reflexión sobre la persona de Jesucristo, y se dedicó a profundizar en la llamada a los primeros discípulos.

“Tanto la lectio divina como las meditaciones de la mañana han seguido este texto para comprender el papel de Jesús en la vida de cada llamado, de cada sacerdote”, explica el responsable de la programación española de Radio Vaticano.

La figura sacerdotal presentada este día por Dal Covolo fue la del salesiano italiano Giuseppe Quadri, cuya vida sacerdotal fue un ejemplo por la humildad y sencillez.

“Su lema era 'trataré de hacerme santo'. Este lema es el mensaje que ha dejado el predicador de los ejercicios del Papa, que todos se hagan santos en el ejercicio de su ministerio sacerdotal”, subraya Gutiérrez.

Hoy viernes, la meditación se ha centrado sobre la Virgen María, modelo de respuesta a la llamada divina. Como explica el padre Gutiérrez, “el Santo Padre y sus colaboradores han meditado, siguiendo los textos del Magnificat y la anunciación, ambos tomados del evangelio según san Lucas, sobre la figura de nuestra madre celestial, viendo en ella el ejemplo de la confirmación de Dios cuando hace un llamado a alguno de sus hijos”.

“El predicador presentó hoy a la reflexión la figura del papa Juan Pablo II, una persona que vivió su ministerio sacerdotal, episcopal y petrino siempre confiando en la Virgen”, explica.

La voz de la brisa


Monseñor Jesús Sanz Montes, arzobispo de Oviedo



No sólo es la voz del tentador la que se nos precipita. Hay también otras voces que Dios mismo nos susurra a la hora de la brisa. Es la escena entrañable del Evangelio de este domingo.
En un atardecer cualquiera, Jesús llevará a Pedro, Juan y Santiago a orar al monte Tabor. Acaso fuera la oración de la tarde, como era costumbre entre los judíos. Y entonces ocurre lo inesperado. La triple actitud ante lo sucedido, es tremendamente humana, y en la que fácilmente nos podemos reconocer: el cansancio, el delirio, y el temor. También nosotros, como aquellos tres discípulos, experimentamos un sopor cansino ante la desproporción entre la grandeza de Dios y nuestro permane­cer como ajenos ["se caían de sueño"]. Incluso, ebrios de nuestra des­proporción, llegamos a delirar, y decimos cosas que tienen poco que ver con la verdad de Dios y nuestra propia verdad ["no sabían lo que decían"]. Y cuando a pesar de todo vemos que su presencia nos envuelve y abraza, dándonos lo que no esperamos ni merecemos, entonces sentimos confusión, miedo ["se asustaron al entrar en la nube"].
El Tabor, donde los tres discípulos se asomarían a la gloria del Mesías, es contrapunto de Getsemaní en donde los mismos se abrumarán ante al dolor agónico del Redentor. Como ámbito exterior: la nube y la voz de Dios. Como mensaje, escuchar al Hijo amado. Como testigos, Elías y Moisés, preparación de la plena teofanía de Dios en la humanidad de Jesucristo.
Escuchar la palabra del Hijo amado, postrero porta-voz de los hablares del Padre, fue también el mensaje en el Bautismo de Jesús: escuchadle. Un imperativo salvador que brilla con luz propia en la actitud de María: hágase en mí su Palabra; que guardará en su co­razón aunque no entienda; e invitará a los sirvientes de Caná a hacer lo que Je­sús diga; y por ello Él la llamará bienaventurada: por escuchar la Palabra de Dios cada día y vivirla; incluso al pie de la cruz donde la muerte pendía, María siguió fiel presintiendo los latidos resucitados de la vida.
El delirio de Pedro, deudor de su temor y de su cansancio, propondrá hacer del Ta­bor un oasis, donde descansar sus sueños, entrar en corduras, y sacudirse sus miedos. Pero Jesús invitará a bajar al valle de lo cotidiano, donde en el cada día se nos reconcilia con lo extraordinario con implacable realismo. La fidelidad de Dios se­guirá rodeándonos, con nubes o con soles, dirigiéndonos su Palabra que seguirá resonando en la Iglesia, en el corazón y en la vida.

2/25/10

La ley del aborto aprobada en el Senado, “grave retroceso”


Según el portavoz de la Conferencia Episcopal Española


La nueva ley sobre el aborto, aprobada este miércoles en el Senado, “supone un serio retroceso en la protección del derecho a la vida de los que van a nacer, un mayor abandono de las madres gestantes, así como, en definitiva, un daño muy serio para el bien común”.
Lo afirmó este jueves el portavoz de la Conferencia Episcopal Española (CEE), monseñor Juan Antonio Martínez Camino, en una rueda de prensa posterior a la reunión cuatrimestral de la Comisión permanente de la CEE.
El prelado también se refirió a las implicaciones de esa ley en el ámbito educativo como “uno de los aspectos más preocupantes de esta nueva ley, que instrumentaliza la educación al servicio de la ideología abortista”.
Rechazó la “educación encaminada al oscurecimiento de la conciencia acerca del derecho a la vida” y consideró que la ley propone una “triste perspectiva”.
Y añadió que el texto aprobado “pone restricciones a la objeción de conciencia de los profesionales”.
El Rey, caso único
Tras la aprobación por parte del Gobierno, del Congreso y del Senado españoles, el proceso para aprobar la Ley de Salud Sexual y Reproductiva e Interrupción Voluntaria del Embarazo pasa por la sanción del texto por parte del Rey.
En respuesta a varias preguntas de los periodistas sobre esta cuestión, monseñor Martínez Camino explicó que “la CEE no quiere pronunciarse sobre la responsabilidad y sobre el acto único que ejerce el rey al sancionar la ley”.
El portavoz de los obispos de España diferenció la situación de Juan Carlos I de la de los políticos ante la votación de la ley. “Es distinto sancionar la ley que votarla”, afirmó.
“Como el acto del Rey es único, muy distinto al del de un político que da su voto a esta ley pudiendo no darlo, la CEE no va a dar consejos -añadió-. No son posibles principios generales”.
No es un derecho
El portavoz del episcopado español aconsejó volver a leer en su integridad la Declaración del pasado 17 de junio de la Comisión permanente titulada “Sobre el anteproyecto de ley del aborto: atentar contra la vida de los que van a nacer convertido en ‘derecho’”.
Remitiéndose a su contenido, el obispo calificó como “triste” y “grave” la aprobación de “una ley que convierte el aborto en un supuesto derecho”, “una ley que da licencia para matar a los hijos”.
Monseñor Martínez Camino destacó “la voluntad de la Iglesia de seguir defendiendo el derecho a vivir de los que van a nacer”.
Al mismo tiempo, indicó que la Iglesia comprende “los problemas que la madre gestante puede encontrarse en su vida” y ofrece “alternativas al drama y al crimen del aborto”.
Respuesta ciudadana
Sobre la respuesta civil a la ley, el portavoz de la CEE declaró que “todo lo que se haga para concienciar para mantener el derecho a la vida de los que van a nacer, por cauces legítimos, es bienvenido, lo haga quien lo haga”.
Afirmó que cada vez hay una mayor sensibilización social hacia la ecología del ser humano y la ecología en general.
También recordó que el próximo 25 de marzo se celebrará la próxima jornada a favor de la vida, de la que los obispos esperan “que sea un momento importante para la revitalización de esta conciencia ciudadana que exija una abolición de esta ley cuanto antes”.
Pulgar hacia abajo
Mientras tanto, la Federación Española de Asociaciones Provida ha manifestado su “dolor por los no nacidos, que quedan por ley despojados de todo su valor y sus derechos” y “por las mujeres embarazadas en dificultades”.
Ha dirigido duras palabras a los políticos que “han puesto el pulgar hacia abajo, entre tantas mentiras y prepotencia”.
En un comunicado enviado a ZENIT este miércoles, la presidenta de la Federación, Alicia Latorre, asegura que “este terrible día, lejos de desanimarnos, nos urge a actuar más fuerza, cariño y dedicación hacia los no nacidos y sus madres y hacia tantas personas que necesitan curarse de las heridas del aborto”.
Anticonstitucional
Por su parte, el Instituto de Política Familiar (IPF) ha calificado la ley de “regresiva y aberrante” y advirtió hará aumentar el número de abortos en España.
Su presidente, Eduardo Hertfelder, denunció que la ley va contra la Constitución española al considerar el aborto como un derecho de la mujer y al imponer esta consideración en la educación.
“Según esta ley ya no tengo derecho a la vida por ser persona, sino que hay otra persona que me da o me quita ese derecho”, declaró.
Además, añadió, “ya no serán los padres los que decidan la educación moral que quieren para sus hijos, sino el Estado”.
El IPF denunciará, el próximo martes en la sede del Parlamento Europeo de Bruselas, lo que supondrá esta ley para Europa.
El padre Loring, a los 89 años, hace de Internet su púlpito


Publica un nuevo libro sobre respuestas a preguntas de fe y vida

El padre Jorge Loring S.I. es incombustible. A sus casi 89 años ha hecho de Internet su púlpito. Trabaja 12 horas al día. Este último año ha estado seis meses en América dando charlas y conferencias por medio continente, además de acudir a programas de radio y televisión.
Acaba de publicar "Más de 200 respuestas a preguntas que usted se ha hecho sobre la fe, la moral y la Doctrina católica" (Vozdepapel) en donde recoge las principales y reiterativas inquietudes y dudas, y sus convenientes respuestas, a las más de 50.000 preguntas que le han hecho por Internet en los últimos años. Y sigue contestando a todo el que le pregunta en jorgeloring@gmail.com.
-¿Cuándo y por qué vio la necesidad de utilizar la nuevas tecnologías para la evangelización?
Padre Loring: Porque pienso que debemos aprovechar los adelantos de la técnica para evangelizar. Por eso me metí en Internet en cuanto comenzó, hace unos diez años. Cuando, en los Juegos Olímpicos de Atlanta (EE UU), un terrorista puso una bomba, yo me enteré que aprendió a hacer bombas en Internet, y me dije: "Internet sirve para hacer terroristas, ¿por qué no va a servir para hacer católicos? Mi libro a Internet". Y así ha sido. He recibido correos electrónicos de ateos y protestantes que han abrazado la fe católica después de leer mi libro. ¡¡¡Con la ayuda de Dios!!!
-Entonces, ¿se podría decir que usted fue de los primeros sacerdotes en utilizar Internet?
Padre Loring: Posiblemente. Pero no me consta ser el primero.
-¿Cuántas preguntas e inquietudes lleva respondidas en estos años?
Padre Loring: Más de cincuenta mil.
-¿Cuántas horas dedica al día a responderlas?
Padre Loring: Cuando no estoy de viaje unas diez horas diarias. Muchas consultas las contesto a bote-pronto. Otras las tengo que pensar cuando me dirijo a decir Misa, pues en mi despacho no paro de escribir. Todo no lo sé. A veces consulto a los compañeros jesuitas de mi comunidad o incluso pregunto a un especialista del tema. Muchas veces las tengo ya escritas: copio, pego y mando. Pues muchas consultas se repiten. Sobre todo los protestantes que siempre repiten lo mismo, pues no quieren enterarse de las soluciones que ya se han dado.
-¿Cuáles son las dudas más comunes: fe, moral o doctrina?
Padre Loring: Las de moral. Mucha gente tiene inquietudes de conciencia. Necesitan que se les oriente. Quizás el anonimato de Internet les ayude. También son frecuentes las preguntas sobre textos bíblicos. Por eso he publicado un libro titulado "Los Evangelios con 2.000 dudas resueltas" (Planeta+Testimonio), pues pongo dos mil notas escogidas de veinte Biblias.
-¿Cuál es la inquietud común y más universal que le han preguntado?
Padre Loring: Las relacionadas con lo que los protestantes acusan a la Iglesia Católica. Muchos internautas son de Hispanoamérica, y allí están invadidos de sectas que les engañan con falacias y sofismas.
-¿Y la respuesta más difícil de responder?
Padre Loring: A los casados por la Iglesia, divorciados, y vueltos a casar que quieren comulgar. Uno quisiera ser amable con todos, pero no siempre puedes decir lo que ellos quieren oír.
Otro tema desagradable es el control de natalidad. Hay muchos matrimonios que no desean más hijos, y cuando se les dice que la solución es el método Billings, no se fían. Sin embargo está demostrado que el método Billings es el más seguro, el más sano, el más barato, el más sencillo y el más moral.
-Usted tiene 88 años, y este verano cumple los 89 ¿A su edad no le gustaría estar felizmente retirado?
Padre Loring: De ninguna manera. Lo que le pido a Dios es ser útil hasta última hora. Cuando me quede imposibilitado, quiero morirme pronto.
-¿Qué es lo que le mantiene con esa vitalidad?
Padre Loring: Porque creo que el sacerdote debe evangelizar mientras no esté imposibilitado. Ahora tengo entre manos varios proyectos apostólicos que creo son de mucha gloria a Dios. Le pido a Dios que me aguante un poco hasta que los realice.
Entre otros estoy gestionando la traducción al chino de "Para Salvarte" por un catedrático de Shanghai. Cuando esté terminada la pienso colgar en Internet para que todos los chinos puedan leerlo gratis. Seguro que algunos, al informarse de la religión católica, abrazarán nuestra fe.
-¿Cuándo vio claro que su en vocación sacerdotal estaba incrustada su vocación de divulgador?
Padre Loring: Porque desde que era joven estudiante jesuita empecé a hablar en cuarteles y cárceles. Al mes de ser jesuita me mandaron a hablar a quince soldados de un cuartel. Me temblaban las piernas debajo de la sotana. Hoy tengo delante tres mil hombres o las cámaras de televisión y estoy tan tranquilo como lo estoy mientras escribo esto. Las "tablas" dan serenidad.
-¿Cuántos libros lleva vendidos de su famoso "Para Salvarte"?
Padre Loring: Más de un millón trescientos mil en España. Además se han hecho ediciones en México, Ecuador, Perú y Chile. Y se ha traducido al inglés en Los Ángeles (California) , al árabe en El Cairo y al hebreo en Jerusalén, Hoy se está traduciendo al ruso en Moscú y al chino en Shanghai.
-¿Le siguen invitando por América para dar conferencias?
Padre Loring: Desde hace tiempo voy todos los años. En 2009 he dedicado a América seis meses, y dentro de dos meses vuelvo otra vez. Va a ser mi 77 salto del Atlántico, pues ya lo he saltado 76 veces. El año pasado he dado conferencias en Miami, San Diego, doce ciudades de México, Bogotá, Medellín y Lima. Ahora vuelvo a repetir en algunas y a otras nuevas.
-¿A cuánta gente calcula que ha hablado en directo a lo largo de su vida?
Padre Loring: Creo que a varios cientos de miles, pues he dado muchos miles de conferencias y en muchas de ellas se han superado los mil asistentes. Conservo fotos de enormes auditorios en teatros, universidades, polideportivos, plazas de toros y fábricas. Durante veinticinco años he dado conferencias mensualmente en tres grandes factorías navales de la bahía de Cádiz de 3.000-4.000 obreros cada una, con una asistencia del 90 por ciento de los obreros.
-¿Qué destacaría de su último libro "Más de 200 respuestas a preguntas…"?
Padre Loring: Que respondo a lo que la gente pregunta. Son temas que están en la calle y no siempre se tienen las respuestas correctas.
-¿Qué utilidad puede tener para sus lectores?
Padre Loring: Aclarar dudas presentes o futuras. A veces me dice la gente que me he adelantado a su duda, pues no se le había ocurrido, pero le gusta mi respuesta.
-¿Cuál puede ser para usted la actividad apostólica más importante que haya tenido?
Padre Loring: Mis intervenciones en la televisión norteamericana EWTN, de la Madre Angélica, donde grabé cuarenta temas de media hora, que emiten, y repiten, desde hace años semanalmente y, según me dijeron allí, lo ven semanalmente 80 millones de hogares en toda Hispanoamérica.
De hecho he experimentado que en mis vuelos, me conoce muchísima gente: el matrimonio que está a mi lado en la cola del mostrador, la azafata que está en el mostrador, el policía de la aduana, varias personas en la sala de embarque, el piloto que pasa hacia el avión, la azafata de vuelo y la persona que se sienta a mi lado en el avión. Naturalmente no todos estos en el mismo vuelo, pero todos son casos reales en distintos vuelos. Y estos casos se han repetido. Es que 80 millones es mucha gente.

2/24/10

La generación del Matrimonio

La juventud considera la felicidad matrimonial como la máxima prioridad

Carl Anderson

Una nueva encuesta de los Caballeros de Colón / Maristas demuestra qué importante es llegar realmente a la próxima generación de católicos. Los resultados de la reciente encuesta a los estadounidenses más jóvenes del Milenio (nacidos entre 1978 y 2000) reveló una combinación de noticias esperanzadoras y áreas de preocupación para la Iglesia Católica, que podría ser útil a los evangelizadores católicos – laicos, sacerdotes y religiosos – y en especial a los que tratan con los jóvenes.

Es alentador que la encuesta mostrara que entre los “milenarios” que se identifican como católicos – no sólo los católicos practicantes – el 85% cree en Dios. Sus prioridades son casarse y estar cerca de Dios. Alrededor del 82% piensa que el matrimonio está infravalorado, y más del 60% piensa que el aborto y la eutanasia son moralmente equivocados.

Esta es la buena noticia. Pero lo verdaderamente preocupante es que el 61% cree que está bien para los católicos practicar más de una religión. Casi 2 de cada 3 se consideran como más espirituales que religiosos, y el 82% ver las cuestiones morales como relativas.

Estos problemas no son sólo especulaciones - son un hecho. Y son un hecho de que Benedicto XVI tuvo la visión increíble de hablar de ellos hace unos cinco años.

Hablando en el funeral de Juan Pablo II, pocos días antes de ser elegido Papa, el entonces cardenal Joseph Ratzinger advirtió al mundo de que se estaba imponiendo una "dictadura del relativismo".

Él dijo: "Hoy en día, tener una fe clara basada en el Credo de la Iglesia, se etiqueta a menudo como fundamentalismo. Mientras el relativismo, es decir, el dejarse 'llevar de aquí para allá, llevado por todo viento de doctrina' parece la única actitud que puede hacer frente a los tiempos modernos. Estamos construyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo, y cuyo objetivo final consiste únicamente en el propio ego y sus deseos".

Un objetivo diferente

En contraste con esa visión distorsionada del mundo, ofreció algo más: "una meta diferente: el Hijo de Dios, el verdadero hombre. Él es la medida del verdadero humanismo. Una fe 'adulta' no es una fe que sigue las tendencias de la moda y las últimas novedades; una fe adulta y madura está profundamente arraigada en la amistad con Cristo. Es esta amistad la que nos abre a todo lo que es bueno y nos da un criterio para distinguir lo verdadero de lo falso, y el engaño de la verdad".

También nos dio una solución: "Tenemos que desarrollar esta fe adulta, tenemos que guiar el rebaño de Cristo a esta fe. Y es esta fe - la fe solamente – la que crea unidad y la que se cumple en el amor".

Esta generación busca el amor. Quieren el matrimonio – es decir, el verdadero amor – más que cualquier otra cosa. Ellos ven que el amor conyugal está infravalorado.
En una entrevista de 2006 con los medios de comunicación alemanes, Benedicto XVI presentó exactamente la manera como aplicar la solución necesaria. Lo que se necesita, dijo, es una presentación de lo positivo, de la felicidad que el cristianismo le ofrece a la vida.

Dijo en aquella ocasión: "El cristianismo, el catolicismo, no es una colección de prohibiciones: es una opción positiva. Es muy importante que se vea así nuevamente, ya que esta idea ha desaparecido casi por completo en la actualidad. Hemos oído hablar tanto de lo que no está permitido, que ahora es el momento de decir: tenemos una idea positiva que proponer, que el hombre y la mujer están hechos el uno para el otro, que la escala de la sexualidad, el eros, el ágape, indica el nivel de amor, y que es de esta manera como el matrimonio se desarrolla, en primer lugar, como un encuentro alegre y lleno de bendiciones entre un hombre y una mujer, y luego la familia, que garantiza la continuidad entre generaciones, a través del cual las generaciones se reconcilian entre sí y también las culturas pueden encontrarse. Así, en primer lugar es importante mostrar lo que queremos ".

Este mes, reiteró este mensaje a los obispos de Escocia, y añadió lo siguiente: "Aseguraos de que se presente esta enseñanza de manera que sea reconocida como el mensaje de esperanza que es".

Para un grupo que tiene al matrimonio como su prioridad principal, y que ve el matrimonio como infravalorado por la sociedad, una Iglesia que sostiene y proclama la belleza del significado cristiano del matrimonio es una Iglesia que presentará un mensaje resonante a la próxima generación de padres católicos.

El camino trazado por Benedicto XVI es exactamente el mismo que tendrá eco en esta generación.

Habrá algunos que creen que no les van a escuchar. Pero deberían considerar esto: casi 2 de cada 3 jóvenes están muy o bastante interesados en aprender más sobre su fe.
Esta es la razón por la que la labor sobre el documento del matrimonio que está preparando el Consejo Pontificio para la Familia – que pueden ahora beneficiarse de la teología y la pastoral de los Papas Juan Pablo II y Benedicto XVI – es tan importante.
Nos toca a nosotros presentar la fe de una manera que tenga sentido para la vida de los jóvenes católicos, y no hay mejor lugar para empezar que - basándose en la gran riqueza de la teología y la pastoral de los Papas Juan Pablo II y Benedicto XVI – mostrando a estos hombres y mujeres jóvenes cómo construir un feliz, sano, y en última instancia, santo matrimonio.

El Gobierno de Benedicto

José Luis Restán

La noticia puede pasar inadvertida en España. El gran cardenal Vlk, testigo de la fe durante la represión de la Primavera de Praga, deja su puesto en la colina de San Vito. Le sustituye Dominik Duka, un dominico que también sufrió arresto y hubo de trabajar en la fábrica de Skoda mientras enseñaba teología en la clandestinidad. Elegir un pastor para Praga no ha sido un desvelo menor para el Papa, pero es sólo uno entre tantos.

La pasada semana fue de infarto: la amargura en torno al caso Boffo, celebración de la Jornada del enfermo, una vibrante lección (sin papeles) a los seminaristas de Roma, y el domingo visita al albergue de Cáritas en la estación Termini. Las cámaras, tan celosas, han captado una lágrima que se escurre de los ojos del Papa mientras escucha la bienvenida de una mujer sin techo: "querido Santo Padre, que Dios le dé la fuerza de permanecer sereno, fuerte y lleno de esperanza, como lo estamos nosotros".

Con razón Benedicto XVI pudo decir, con esa precisión llena de dulzura que ese albergue "es un lugar donde el amor no es sólo una palabra o un sentimiento, sino una realidad concreta, que permite hacer entrar la luz de Dios en la vida de los hombres y de toda la comunidad civil".

El Papa volvió contento a casa, cierto de que la Iglesia tiene dos grandes tesoros: el de sus pobres (radicalmente abiertos a la gracia de Cristo) y el de la fe confiada por los apóstoles y aquilatada en obras y palabras por los santos y los maestros de todos los siglos.

Se recoge temprano, pero no para el legítimo solaz del domingo. Le espera una dura tarea, ya que el lunes recibe a todos los obispos de Irlanda. Una ojeada a los últimos informes sobre la crisis provocada por los casos de abusos sexuales en la Isla de San Patricio, un vistazo al discurso que ha preparado, quizás las últimas correcciones en el margen con su letra menuda, pluma en mano.

La luz de Roma se esfuma mientras el Papa recuerda: "yo no puedo con todo esto, pero no estoy solo, me sostiene la fuerza del Resucitado que envía a Pedro, y de María Santísima que siempre está de nuestra parte, y me acompaña la plegaria de los sencillos, como esa mujer que en el albergue de Cáritas se ha hecho eco del sentir del pueblo cristiano".

¡Ah! Pero son tantas cosas. La Curia, que dicen desgobernada, como si él no conociera sus últimos recovecos. Ya prepara nombramientos cruciales, pero sabe que la Iglesia no se gobierna con ucases sino con el testimonio, el discernimiento y la comunión. Palabras que para él tienen un espesor grandioso, pero que son cristalinas y frescas en su mirada. Dicen que no gobierna, que no decide....

Él, que decidió contra viento y marea la remisión de las excomuniones a los obispos lefebvrianos para favorecer la plena inserción de sus fieles en la Católica, que ha dispuesto una estancia acogedora para los anglicanos que buscan el retorno, que lanzó la potentísima lección de Ratisbona, que se empeñó en el trascendental viaje a Tierra Santa cuando los más cercanos colaboradores le susurraban: "Santidad, no vaya".

Él, que escribió por vez primera a los católicos de China, que acerca a ojos vista a la gran Madre Rusia, que señala la hora de África en el reloj de la Iglesia, que recordó en Aparecida la necesidad de un nuevo inicio para el catolicismo latinoamericano.

Él, Benedicto, que acaba de dar un golpe de timón en la áspera Bélgica y se dispone a un duro viaje en las tierras neblinosas de Inglaterra y Escocia. Él, que ama a los judíos con razón y corazón, que se dejó pero que no acepta condicionantes ni chantajes.

Aun antes de cerrar los ojos, tiempo para corregir las últimas comas del segundo volumen del Jesús de Nazaret, ese hombre que es el rostro del Logos, la carne de la caritas, la forma humana del misterio que llamó a Abraham y al que siguió Moisés por el desierto.

Ese Jesús que le llamó "amigo" una mañana luminosa en la catedral de Freising, cuando sólo Él sabía que aquel joven rubio de rostro tímido y dulce debía prepararse para la dura brega de Pedro en las noches del mundo, cuando parece que el tiempo transcurre sin que hayamos sacado nada.

Ese Jesús al que ha seguido como un sencillo y humilde trabajador en la viña, pero que ha querido auparlo al centro que concita todos los vientos y las tormentas de la historia. Apenas tiempo para las Completas, recitadas entre el dulce recuerdo del albergue de la estación Termini y la tensa espera de la dura labor de corregir y amonestar, de recordar la miseria que anida en el cuerpo humano de la Iglesia. Alegrías y tristezas, todo para lo mismo, todo es parte del sí que repitió pronto hará cinco años. Pasó el tiempo de suplicar "no me hagas esto".

Ahora sólo queda construir, suscitar, enseñar, corregir, sufrir con este cuerpo (con sus pobres, también con sus traidores) porque el Dueño lo ama en cada tendón y en cada víscera. La noche es corta para un hombre ya anciano. Santidad, descanse ahora, pero lleve consigo nuestra esperanza, sea fuerte cada día, con la fuerza de Aquél cuya omnipotencia es el amor total.

2/23/10

El sacerdote, “puente” entre Dios y el hombre

“Lectio divina” del Papa con los sacerdotes de Roma



Eminencia, queridos hermanos en el Episcopado y en el Sacerdocio:
Es una tradición muy gozosa y también importante para mí poder iniciar la Cuaresma siempre con mi Presbiterio, los Presbíteros de Roma. Así, como Iglesia local de Roma, pero también como Iglesia universal, podemos emprender este camino esencial con el Señor hacia la Pasión, hacia la Cruz, el camino pascual.
Este año queremos meditar sobre los pasajes de la Carta a los Hebreos ahora leídos. El autor de esta Carta ha abierto un nuevo camino para entender el Antiguo testamento como libro que habla sobre Cristo. La tradición precedente había visto a Cristo sobre todo, esencialmente, en la clave de la promesa davídica, del verdadero David, del verdadero Salomón, del verdadero Rey de Israel, verdadero Rey porque es hombre y Dios. Y la inscripción sobre la Cruz había realmente anunciado al mundo esta realidad: ahora está el verdadero Rey de Israel, que es el Rey del mundo. El Rey de los Judíos está en la Cruz. Es una proclamación de la realeza de Jesús, del cumplimiento de la espera mesiánica del Antiguo Testamento, la cual, en el fondo del corazón, es una esperanza de todos los hombres que esperan al verdadero Rey, que da justicia, amor y fraternidad.
Pero el Autor de la Carta a los Hebreos ha descubierto una cita que hasta aquel momento no había sido observada: Salmo 110, 4 — “tu eres sacerdote según el rito de Melquisedec”. Esto significa que Jesús no solo cumple la promesa davídica, las expectativas del verdadero Rey de Israel y del mundo, sino que realiza también la promesa del verdadero Sacerdote. En parte del Antiguo Testamento, sobre todo también en Qumran, hay dos líneas separadas de espera: el Rey y el Sacerdote. El Autor de la Carta a los Hebreos, descubriendo este versículo, ha comprendido que en Cristo se unen las dos promesas: Cristo es el verdadero Rey, el Hijo de Dios – según el Salmo 2, 7 que él cita – pero es también el verdadero Sacerdote.
Así todo el mundo cultual, toda la realidad de los sacrificios, del sacerdocio, que está en búsqueda del verdadero sacerdocio, del verdadero sacrificio, encuentra en Cristo su clave, su cumplimiento y, con esta clave, puede releer el Antiguo Testamento y mostrar como precisamente también la ley cultual, que tras la destrucción del Templo fue abolida, en realidad iba hacia Cristo; por tanto, no fue simplemente abolida, sino renovada, transformada, porque en Cristo todo encuentra su sentido. El sacerdocio aparece entonces en su pureza y en su verdad profunda.
De este modo, la Carta a los Hebreos presenta el tema del sacerdocio de Cristo, Cristo sacerdote, en tres niveles: el sacerdocio de Aarón, el del Templo; Melquisedec; y el mismo Cristo, como el verdadero sacerdocio. También el sacerdocio de Aarón, aún siendo diferente del de Cristo, aún siendo, por así decirlo, sólo una búsqueda, un caminar en dirección a Cristo, con todo es “camino” hacia Cristo, y ya en este sacerdocio se delinean los elementos esenciales. Después está Melquisedec – volveremos sobre este punto – que es un pagano. El mundo pagano entra en el Antiguo Testamento, entra en una figura misteriosa, sin padre, sin madre – dice la Carta a los Hebreos –, sencillamente aparece, y en él aparece la verdadera veneración del Dios Altísimo, del Creador del cielo y de la tierra. Así también desde el mundo pagano viene la esperanza y la prefiguración profunda del misterio de Cristo. En Cristo mismo todo está sintetizado, purificado y guiado hacia su fin, a su verdadera esencia.
Veamos ahora cada uno de los elementos, en cuanto sea posible, sobre el sacerdocio. De la Ley, del sacerdocio de Aarón, aprendemos dos cosas, nos dice el autor de la Carta a los Hebreos: un sacerdote, para ser realmente mediador entre Dios y el hombre, tiene que ser hombre. Esto es fundamental, y el Hijo de Dios se hizo hombre precisamente para ser sacerdote, para poder realizar la misión del sacerdote. Debe ser hombre – volveremos sobre este punto –, pero no puede por sí mismo hacerse mediador hacia Dios. El sacerdote necesita una autorización, de una institución divina y sólo perteneciendo a las dos esferas – la de Dios y la del hombre –, puede ser mediador, puede ser “puente”. Esta es la misión del sacerdote: combinar, unir estas dos realidades aparentemente tan separadas, es decir, el mundo de Dios – lejano a nosotros, a menudo desconocido para el hombre – y nuestro mundo humano. La misión del sacerdocio es la de ser mediador, puente que une, y así llevar al hombre a Dios, a su redención, a su luz verdadera, a su vida verdadera.
Como primer punto, por tanto, el sacerdote debe estar de la parte de Dios, y solamente en Cristo esta necesidad, esta condición de la mediación se realiza plenamente. Por eso era necesario este Misterio: el Hijo de Dios se hace hombre para que se dé el verdadero puente, se dé la verdadera mediación. Los demás deben tener al menos una autorización de Dios, o, en el caso de la Iglesia, el Sacramento, es decir, introducir nuestro ser en el ser de Cristo, en el ser divino. Sólo con el Sacramento, este acto divino que nos crea sacerdotes en comunión con Cristo, podemos realizar nuestra misión. Y esto me parece un primer punto de meditación para nosotros: la importancia del Sacramento. Nadie se hace sacerdote por sí mismo; sólo Dios puede atraerme, puede autorizarme, puede introducirme en la participación en el misterio de Cristo; solo Dios puede entrar en mi vida y tomarme de la mano. Este aspecto del don, de la precedencia divina, de la acción divina, que nosotros no podemos realizar, esta pasividad nuestra – ser elegidos y tomados de la mano por Dios – es un punto fundamental en el que entrar. Debemos volver siempre al Sacramento, volver a este don en el que Dios me da lo que yo no podría nunca dar: la participación, la comunión con el ser divino, con el sacerdocio de Cristo.
Hagamos esta realidad también un factor práctico en nuestra vida: si es así, un sacerdote debe ser realmente un hombre de Dios, debe conocer a Dios de cerca, y lo conoce en comunión con Cristo. Debemos por tanto vivir esta comunión y la celebración de la Santa Misa, la oración del Breviario, toda la oración personal,son elementos del estar con Dios, del ser hombres de Dios. Nuestro ser, nuestra vida, nuestro corazón deben estar fijados en Dios, en este punto del que no debemos salir, y esto se realiza, se refuerza día tras día, también con breves oraciones en las que nos volvemos a conectar con Dios y nos convertimos cada vez más en hombres de Dios, que viven en su comunión y que pueden así hablar de Dios y guiar a Dios.

El otro elemento es que el sacerdote tiene que ser hombre. Hombre en todos los sentidos, es decir, debe vivir una verdadera humanidad, un verdadero humanismo; debe tener una educación, una formación humana, virtudes humanas; debe desarrollar su inteligencia, su voluntad, sus sentimientos, sus afectos; debe ser realmente hombre, hombre según la voluntad del Creador, del Redentor, porque sabemos que el ser humano está herido y la cuestión de "qué es el hombre" está oscurecida por el hecho del pecado, que ha lesionado la naturaleza humana hasta en lo profundo. Así se dice: "ha mentido", "es humano"; "ha robado", "es humano"; pero esto no es el verdadero ser humano. Lo humano es ser generoso, ser bueno, ser hombre de la justicia, de la verdadera prudencia, de la sabiduría. Por tanto salir, con la ayuda de Cristo, de este oscurecimiento de nuestra naturaleza para llegar al verdadero ser humano a imagen de Dios, es un proceso de vida que debe comenzar en la formación al sacerdocio, pero que debe realizarse también y continuar en toda nuestra existencia. Pienso que las dos cosas van fundamentalmente juntas: estar en Dios y con Dios y ser realmente hombre, en el verdadero sentido que quiso el Creador, al plasmar esta criatura que somos nosotros.

Ser hombre: la Carta a los Hebreos hace un subrayado de nuestra humanidad que nos sorprende, porque dice: debe ser uno con "compasión hacia los ignorantes y extraviados, por estar también él envuelto en flaqueza" (5, 2) y después – mucho más fuerte aún - "habiendo ofrecido en los días de su vida mortal ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarle de la muerte, fue escuchado por su actitud reverente" (5, 7). Para la Carta a los Hebreos el elemento esencial de nuestro ser hombre es la compasión, es el sufrir con los demás: esta es la verdadera humanidad. No es el pecado, porque el pecado no es nunca solidaridad, sino siempre desolidarización, es un tomar mi vida para mí mismo, en lugar de entregarla. La verdadera humanidad es participar realmente en el sufrimiento del ser humano, quiere decir ser hombre de compasión – metriopathèin, dice el texto griego – es decir, estar en el centro de la pasión humana, llevar realmente con los demás sus sufrimientos, las tentaciones de este tiempo: "Dios, ¿dónde estás tú en este mundo?".

Esta humanidad del sacerdote no responde al ideal platónico y aristotélico, según el cual el verdadero hombre sería aquel que vive solo en la contemplación de la verdad, y así es beato, feliz, porque tiene amistad solo con las cosas hermosas, con la belleza divina, mientras que "los trabajos" los hacen otros. Esta es una suposición, mientras que aquí se supone que el sacerdote entra como Cristo en la miseria humana, la toma consigo, va a las personas sufrientes, se ocupa de ellas, y no sólo exteriormente, sino que las tome sobre sí interiormente, recoja en sí mismo la "pasión" de su tiempo, de su parroquia, de las personas a él confiadas. Así Cristo mostró su verdadero humanismo. Ciertamente su corazón está siempre fijo en Dios, ve siempre a Dios, íntimamente está siempre en diálogo con Él, pero Él lleva, al mismo tiempo, todo el ser, todo el sufrimiento humano entra en la pasión. Hablando, viendo a los hombres que son pequeños, sin pastor, Él sufre con ellos, y nosotros sacerdotes no podemos retirarnos a un Elysium, sino que estamos inmersos en la pasión de este mundo y debemos, con la ayuda de Cristo y en comunión con Él, intentar transformarlo, de llevarlo hacia Dios.

Precisamente esto se dice, con el siguiente texto realmente estimulante: «habiendo ofrecido en los días de su vida mortal ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas" (Hb 5, 7). Esto no es solo una indicación de la hora de angustia en el Monte de los Olivos, sino que es un resumen de toda la historia de la pasión, que abraza toda la vida de Jesús. Lágrimas: Jesús lloraba ante la tumba de Lázaro, estaba realmente tocado interiormente por el misterio de la muerte, por el terror de la muerte. Personas que pierden al hermano, como en este caso, a la madre y al hijo, al amigo: toda la terribilidad de la muerte, que destruye el amor, que destruye las relaciones, que es un signo de nuestra finitud, de nuestra pobreza. Jesús es puesto a prueba y se confronta hasta lo profundo de su alma con este misterio, con esta tristeza que es la muerte, y llora. Llora ante Jerusalén, viendo la destrucción de la bella ciudad a causa de la desobediencia; llora viendo todas las destrucciones de la historia del mundo; llora viendo cómo los hombres se destruyen a sí mismos y sus ciudades en la violencia, en la desobediencia.

Jesús llora, con fuertes gritos. Sabemos por los Evangelios que Jesús gritó desde la Cruz, gritó: "¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?" (Mc 15, 34; cfr. Mt 27, 46), y que gritó una vez más al final. Y este grito responde a una dimensión fundamental de los Salmos: en los momentos terribles de la vida humana, muchos salmos son un fuerte grito a Dios: "¡Ayúdanos, escúchanos!". Precisamente hoy, en el Breviario, hemos rezado en este sentido: ¿Donde estás, Dios? "Como ovejas de matadero nos entregan" (Sal 44, 12). ¡Un grito de la humanidad sufriente! Y Jesús, que es el verdadero sujeto de los Salmos, lleva realmente este grito de la humanidad a Dios, a los oídos de Dios: "¡Ayúdanos y escúchanos!". Él transforma todo el sufrimiento humano, tomándolo en sí mismo en un grito a los oídos de Dios.

Y así vemos que precisamente de este modo se realiza el sacerdocio, la función del mediador, transportando en sí, asumiendo en sí el sufrimiento y la pasión del mundo, transformándola en grito hacia Dios, llevándola ante los ojos y en las manos de Dios, y así llevándola realmente al momento de la Redención.

En realidad la Carta a los Hebreos dice que "ofreció oraciones y súplicas", "gritos y lágrimas" (5, 7). Es una traducción correcta del verbo prosphèrein, que es una palabra cultual y expresa el acto de la ofrenda de los dones humanos a Dios, expresa precisamente el acto del ofertorio, del sacrificio. Así, con este término cultual aplicado a las oraciones y lágrimas de Cristo, demuestra que las lágrimas de Cristo, la angustia del Monte de los Olivos, el grito de la Cruz, todo el sufrimiento no son algo al lado de su gran misión. Precisamente de esta forma Él ofrece el sacrificio, hace de sacerdote. La Carta a los Hebreos, con este "ofreció", prosphèrein, nos dice: esta es la realización de su sacerdocio, así lleva la humanidad a Dios, así se hace mediador, así se hace sacerdote.

Digamos, justamente, que Jesús no ofreció algo a Dios, sino que se ofreció a sí mismo, y este ofrecerse a sí mismo se realiza precisamente en esta compasión, que transforma en oración y en grito al Padre el sufrimiento del mundo. En este sentido, tampoco nuestro sacerdocio se limita al acto cultual de la Santa Misa, en el que todo es puesto en las manos de Cristo, sino que toda nuestra compasión hacia el sufrimiento de este mundo tan alejado de Dios, es acto sacerdotal, es prosphèrein, es ofrecer. En este sentido, me parece que debemos entender y aprender a aceptar más profundamente los sufrimientos de la vida pastoral, porque precisamente esto es acción sacerdotal, es mediación, es entrar en el misterio de Cristo, es comunicación con el misterio de Cristo, muy real y esencial, existencial y también sacramental.

Una segunda palabra en este contexto es importante. Se dice que Cristo así – a través de esta obediencia – se hizo perfecto, en griego teleiothèis (cfr. Hb 5, 8-9). Sabemos que en toda la Torá, es decir, en toda la legislación cultual, la palabra tèleion, aquí utilizada, indica la ordenación sacerdotal. Es decir, la Carta a los Hebreos nos dice que precisamente haciendo esto Jesús se hizo sacerdote, se realizó en su sacerdocio. Nuestra ordenación sacerdotal sacramental debe realizarse y concretarse existencialmente, pero también de modo cristológico, precisamente en este llevar al mundo con Cristo y a Cristo y, con Cristo, a Dios: así nos convertimos realmente en sacerdotes, teleiothèis. Por tanto, el sacerdocio no es una cosa para algunas horas, sino que se realiza precisamente en la vida pastoral, en sus sufrimientos y en sus debilidades, en sus tristezas y también en sus alegrías, naturalmente. Así nos convertimos cada vez más en sacerdotes en comunión con Cristo.

La Carta a los Hebreos resume, finalmente, toda esta compasión en la palabra hypakoèn, obediencia: todo esto es obediencia. Es una palabra que no nos gusta, en nuestra época. La obediencia aparece como una alienación, como una actitud servil. Uno no usa su libertad, su libertad se somete a la voluntad de otro, por tanto uno ya no es libre, sino que está determinado por otro, mientras que la autodeterminación, la emancipación sería la verdadera existencia humano. En lugar de la palabra "obediencia", nosotros queremos como palabra clave antropológica la de "libertad". Pero considerando desde cerca este problema, vemos que las dos cosas van juntas: la obediencia de Cristo es conformidad de su voluntad con la voluntad del Padre; es un llevar la voluntad humana a la voluntad divina, a la conformación de nuestra voluntad a la voluntad de Dios.

San Máximo Confesor, en su interpretación del Monte de los Olivos, de la angustia expresada precisamente en la oración de Jesús, "no mi voluntad, sino la tuya", describió este proceso, que Cristo lleva en sí como verdadero hombre, con la naturaleza, la voluntad humana; en este acto – "no mi voluntad, sino la tuya" – Jesús resume todo el proceso de su vida, es decir, del llevar la vida humana natural a la vida divina, y de esta forma transformar al hombre: divinización del hombre, y así redención del hombre, porque la voluntad de Dios no es una voluntad tiránica, no es una voluntad que esté fuera de nuestro ser, sino que es precisamente la voluntad creadora, es precisamente el lugar donde encontramos nuestra verdadera identidad.

Dios nos ha creado y somos nosotros mismos conformes con su voluntad: sólo así entramos en la verdad de nuestro ser y no estamos alienados. Al contrario, la alienación se realiza precisamente saliendo de la voluntad de Dios, porque de este modo salimos del diseño de nuestro ser, ya no somos nosotros mismos y caemos en el vacío. En verdad, la obediencia a Dios, es decir, la conformidad, la verdad de nuestro ser, es la verdadera libertad, porque es la divinización. Jesús, llevando al hombre, el ser hombre, en sí y consigo, en la conformidad con Dios, en la perfecta obediencia, es decir, en la conformación perfecta entre las dos voluntades, nos ha redimido y la redención es siempre este proceso de llevar la voluntad humana a la comunión con la voluntad divina. Es un proceso por el que rezamos cada día: "hágase tu voluntad". Y queremos rezar realmente al Señor, para que nos ayude a ver íntimamente que esta es la libertad, y a entrar, así, con gozo en esta obediencia y a "recoger" al ser humano para llevarlo – con nuestro ejemplo, con nuestra humildad, con nuestra oración, con nuestra acción pastoral – a la comunión con Dios.

Continuando la lectura, sigue una frase difícil de interpretar. El Autor de la Carta a los Hebreos dice que Jesús oró fuertemente, con gritos y con lágrimas, a Dios que podía salvarlo de la muerte, y por su pleno abandono, fue escuchado (cfr. 5, 7). Aquí quisiéramos decir: "No, no fue escuchado de verdad, pues murió". Jesús rezó para ser liberado de la muerte, pero no fue liberado, murió de una forma muy cruel. Por eso el gran teólogo liberal Harnack dijo: "Aquí falta un no", debía estar escrito: "No fue escuchado", y Bultmann aceptó esta interpretación. Pero esta es una solución que no es exegesis, sino que es una violencia al texto. En ninguno de los manuscritos aparece "no", sino "fue escuchado"; por tanto, debemos aprender a entender qué significa este "ser escuchado", a pesar de la Cruz.

Yo veo tres niveles para entender esta expresión. En un primer nivel, se puede traducir el texto griego así: "fue redimido de su angustia", y en este sentido, Jesús fue escuchado. Sería, por tanto, una indicación a cuanto nos relata san Lucas de que "un ángel venido del cielo que le confortaba" (cfr. Lc 22, 43), de modo que, tras el momento de la angustia, pudiese andar derecho y sin temor hacia su hora, como nos describen los Evangelios, sobre todo el de san Juan. Sería la escucha en el sentido de que Dios le dio la fuerza para llevar todo este peso, y así fue escuchado. Pero a mí me parece que esta respuesta no es del todo suficiente. Escuchado en el sentido más profundo – lo subrayó el padre Vanhoye – quiere decir que "fue redimido de la muerte", pero no en aquel momento, para aquel momento, sino para siempre, en la Resurrección: la verdadera respuesta de Dios a la oración de ser redimido de la muerte es la Resurrección, y la humanidad es redimida de la muerte precisamente en la Resurrección, que es la verdadera curación de nuestros sufrimientos, del misterio terrible de la muerte.

Aquí ya está presente un tercer nivel de comprensión: la Resurrección de Jesús no es sólo un acontecimiento personal. Me parece que sea de ayuda tener presente en este breve texto en el que san Juan, en el capítulo 12 de su Evangelio, presenta y narra, de modo muy resumido, el hecho del Monte de los Olivos. Jesús dice: "Mi alma está turbada" (Jn 12, 27), y, en toda la angustia del Monte de los Olivos, qué diré: "O sálvame de esta hora, o glorifica tu nombre" (cfr Jn 12, 27-28). Es la misma oración que encontramos en los Sinópticos: "Si es posible sálvame, pero hágase tu voluntad" (cfr. Mt 26, 42; Mc 14, 36; Lc 22, 42), que en el lenguaje joánico aparece: "O sálvame, o glorifica». Y Dios responde: "Le he glorificado y de nuevo le glorificaré" (cfr. Jn 12, 28). Esta es la respuesta, la escucha divina: glorificaré la Cruz; es la presencia de la gloria divina, porque es el acto supremo del amor. En la Cruz, Jesús fue elevado sobre toda la tierra y atrae a la tierra hacia sí; en la Cruz aparece ahora el "Kabod", la verdadera gloria divina del Dios que ama hasta la Cruz y así transforma la muerte y crea la Resurrección.

La oración de Jesús fue escuchada, en el sentido de que realmente su muerte se convierte en vida, se convierte en el lugar desde donde redime al hombre, desde donde atrae al hombre hacia sí. Si la respuesta divina en Juan dice "te glorificaré", significa que esta gloria trasciende y atraviesa toda la historia siempre y de nuevo: desde tu Cruz, presente en la Eucaristía, transforma la muerte en gloria. Esta es la gran promesa que se realiza en la Santa Eucaristía, que abre siempre de nuevo el cielo. Ser servidor de la Eucaristía es, por tanto, la profundidad del misterio sacerdotal.

Aún unas breves palabras, al menos sobre Melquisedec. Es una figura misteriosa que entra en Génesis 14 en la historia sagrada: tras la victoria de Abraham sobre algunos reyes, aparece el Rey de Salem, de Jerusalén, Melquisedec, y trae pan y vino. Una historia no comentada y un poco incomprensible, que aparece nuevamente solo en el salmo 110, como ya se ha dicho, pero se entiende que después el Judaísmo, el Gnosticismo y el Cristianismo hayan querido reflexionar profundamente sobre esta palabra y hayan creado sus interpretaciones. La Carta a los Hebreos no hace especulaciones, sino que trae solamente lo que dice la Escritura, y son diversos elementos: es rey de justicia, habita en la paz, es Rey allí donde hay paz, venera y adora al Dios Altísimo, el Creador del cielo y de la tierra, y trae pan y vino (cfr. Hb 7, 1-3; Gen 14, 18-20). No se comenta que aquí aparece el Sumo Sacerdote del Dios Altísimo, Rey de la paz, que adora con pan y vino al Dios Creador del cielo y de la tierra. Los padres han subrayado que es uno de los santos paganos del Antiguo Testamento y esto muestra que también del paganismo hay un camino hacia Cristo y los criterios son: adorar al Dios Altísimo, al Creador, cultivar justicia y paz, y venerar a Dios de modo puro. Así, con estos elementos fundamentales, también el paganismo está en camino hacia Cristo, hace, de cierta forma, presente la luz de Cristo.

En el canon romano, tras la Consagración, tenemos la oración supra quae, que menciona algunas prefiguraciones de Cristo, de su sacerdocio y de su sacrificio: Abel, el primer mártir, con su cordero; Abraham, que sacrifica en intención a su hijo Isaac, sustituido por el cordero dado por Dios; y Melquisedec, Sumo Sacerdote del Dios Altísimo, que trae pan y vino. Esto quiere decir que Cristo es la novedad absoluta de Dios y, al mismo tiempo, está presente en toda la historia, a través de a historia, y la historia va hacia Cristo. Y no solo la historia del pueblo elegido, que es la verdadera preparación querida por Dios, en la que se revela el misterio de Cristo, sino que también desde el paganismo se prepara el misterio de Cristo, hay caminos hacia Cristo, el cual lleva todo en sí.

Esto me parece importante en la celebración de la Eucaristía: aquí está recogida toda la oración humana, todo el deseo humano, toda la verdadera devoción humana, la verdadera búsqueda de Dios, que se encuentra finalmente realizada en Cristo. Finalmente hay que decir que ahora se abre el cielo, el culto ya no es enigmático, en signos relativos, sino verdadero, porque el cielo se ha abierto y no se ofrece algo, sino que el hombre se convierte en uno con Dios y este es el verdadero culto. Así dice la Carta a los Hebreos: "tenemos un Sumo Sacerdote sentado a la diestra del trono de la Majestad en los cielos, al servicio del santuario y de la Tienda verdadera, erigida por el Señor" (cfr. 8, 1-2).

Volvamos al punto en que Melquisedec es Rey de Salem. Toda la tradición davídica se refiere a esto, diciendo: "éste es el lugar, Jerusalén es el lugar del culto verdadero, la concentración del culto en Jerusalén viene ya de los tiempos de Abraham. Jerusalén es el verdadero lugar de la justa veneración de Dios".

Demos un nuevo paso: la verdadera Jerusalén, el Salem de Dios, es el Cuerpo de Cristo, la Eucaristía es la paz de Dios con el hombre. Sabemos que san Juan, en el Prólogo, llama a la humanidad de Jesús "la tienda de Dios", eskènosen en hemìn (Jn 1, 14). Aquí Dios mismo ha creado su tienda en el mundo y esta tienda, esta nueva, verdadera Jerusalén, está al mismo tiempo en la tierra y en el celo, porque este Sacramento, este sacrificio se realiza siempre entre nosotros y llega siempre hasta el trono de la Gracia, a la presencia de Dios. Aquí está la verdadera Jerusalén, al mismo tiempo celeste y terrestre, la tienda, que es el Cuerpo de Dios, que como Cuerpo resucitado es siempre cuerpo y abraza a la humanidad, y al mismo tiempo, siendo Cuerpo resucitado, nos un e con Dios. Todo esto se realiza siempre de nuevo en la Eucaristía. Y nosotros como sacerdotes estamos llamados a ser ministros de este gran Misterio, en el Sacramento y en la vida. Oremos al Señor para que nos haga entender cada vez mejor este Misterio, vivir cada vez mejor este Misterio y ofrecer así nuestra ayuda para que el mundo se abra a Dios, para que el mundo sea redimido. Gracias.

La reforma de la reforma litúrgica


Guido Marini, maestro de celebraciones del Papa

Sumario

Introducción.- 1. La Sagrada Liturgia, el regalo de Dios más grande a la Iglesia.- 2. La orientación de la oración litúrgica.- 3. Adoración y unión con Dios.- 4. La participación activa.- 5. Música sagrada o litúrgica.

Introducción

Quiero concentrarme con ustedes en algunos aspectos ligados al espíritu de la liturgia. Quiero abarcar mucho, y querría decir muchas cosas. No sólo porque es una tarea exigente y compleja hablar sobre el espíritu de la liturgia, sino también porque se han escrito muchos trabajos importantes que tratan esta materia por autores de incuestionable más alto calibre en teología y liturgia. Pienso en dos personas en particular entre otros muchos: Romano Guardini y Joseph Ratzinger.

Por otra parte, es verdad que hoy es particularmente necesario hablar sobre el espíritu de la liturgia, especialmente para nosotros, sacerdotes. Es urgente reafirmar el "autentico" espíritu de la liturgia, tal y como está presente en la ininterrumpida tradición de la Iglesia, y está atestiguado, en continuidad con el pasado, en las más recientes enseñanzas del Magisterio: comenzando desde el Concilio Vaticano II hasta Benedicto XVI. Uso a propósito la palabra "continuidad", una palabra muy querida por nuestro actual pontífice, que h a hecho de ella el único criterio autoritativo por medio del cual uno puede correctamente interpretar la vida de la Iglesia, y mas específicamente, los documentos conciliares, incluyendo todas las propuestas de reforma contenidas en ellos. ¿Cómo podría ser de otro modo? ¿Puede uno verdaderamente hablar de una Iglesia del pasado y de una Iglesia del futuro como si hubiera tenido lugar una ruptura histórica en el cuerpo de la Iglesia? ¿Podría alguien decir que la Esposa de Cristo ha vivido sin la asistencia del Espíritu Santo en un particular periodo del pasado, de manera que su recuerdo debiera ser borrado, olvidado a propósito?

Sin embargo, a veces parece que algunos dan la impresión de apoyar una auténtica ideología, o más bien una preconcebida noción aplicada a la historia de la Iglesia que nada tiene que ver con la fe auténtica.

Fruto de esta engañosa ideología es, por ejemplo, la continua distinción entre la Iglesia preconciliar y la posconciliar. Este lenguaje puede ser legítimo, pero a condición de que de este modo no se esté hablando de dos Iglesias: una, la Iglesia preconciliar, que no tiene nada más que decir o que dar, porque ya ha sido superada, y una segunda, la Iglesia posconciliar, una nueva realidad nacida del Concilio y, por su supuesto espíritu, en ruptura con su pasado. Esta manera de hablar y aún más de pensar, no debe ser la nuestra. Además de ser incorrecta, está superada y anticuada, quizá es históricamente comprensible, pero está ligada a una época en la vida de la Iglesia que ya ha concluido.

Lo que hemos dicho hasta ahora sobre la "continuidad", ¿tiene algo que ver con el asunto que queremos afrontar? Si, totalmente. Pues no puede haber auténtico espíritu de la liturgia si no se acerca a ella con espíritu sereno, dejando de lado todas las polémicas con respecto al pasado reciente o remoto. La liturgia no puede y no debe ser un terreno de conflicto entre aquellos que sólo ven lo bueno en lo que vino antes de nosotros, y aquellos que, por el contrario, casi siempre ven lo malo en lo que vino antes. La única disposición que nos permite alcanzar el autentico espíritu de la liturgia, con gozo y verdadero gusto espiritual, es considerar el pasado y el presente de la liturgia de la Iglesia como un patrimonio en continuo desarrollo homogéneo. Un espíritu, por tanto, que debemos recibir de la Iglesia y no una invención nuestra. Un espíritu, añado, que nos lleva a lo esencial de la liturgia, es decir, a la oración inspirada y guiada por el Espíritu Santo, en quien Cristo continúa a hacerse presente entre nosotros hoy, e irrumpe en nuestras vidas. En realidad, el espíritu de la liturgia es la liturgia del Espíritu.

No pretendo agotar el tema propuesto, ni tratar todos los diferentes argumentos necesarios para un entendimiento panorámico y amplio de la cuestión. Me limitaré a considerar algunos aspectos de la esencia de la liturgia, haciendo referencia en concreto a la celebración de la Eucaristía, tal y como la Iglesia los presenta, tal y como he aprendido a profundizar en ellos durante estos dos años al servicio de nuestro Santo Padre, Benedicto XVI. Él es un autentico maestro del espíritu de la liturgia por su enseñanza o por el ejemplo que de su manera de celebrar.

Si en estas reflexiones sobre la esencia de la liturgia hago observaciones sobre algunos comportamientos que no considero en completa armonía con el autentico espíritu de la liturgia, lo haré sólo como una pequeña contribución para este espíritu pueda destacar aún más en toda su belleza y verdad.

1. La Sagrada Liturgia, el regalo de Dios más grande a la Iglesia

Como sabemos, el Concilio Vaticano II dedicó totalmente su primer documento a la liturgia: Sacrosanctum Concilium, definido como como la constitución sobre la sagrada liturgia. Quiero subrayar el término sagrado en su aplicación a la "liturgia". No se trata de una casualidad ni de un dato sin importancia. De hecho, los padres conciliares buscaron reforzar el carácter sagrado de la liturgia.

Pero, ¿qué significa carácter sagrado? Los orientales hablarían de la dimensión divina de la liturgia, es decir, de esa dimensión que no queda abandonada a la arbitraria voluntad del hombre, porque es un don que viene de lo alto. Se trata, en otras palabras, del misterio de la salvación en Cristo, confiado a la Iglesia para hacerlo disponible en cada momento y en cada lugar por medio del carácter objetivo del rito litúrgico-sacramental. Por tanto, es una realidad que nos sobrepasa, que debe ser acogida como un don, y a la que debemos dejar que nos transforme. El Concilio Vaticano II afirma: "... toda celebración litúrgica, por ser obra de Cristo sacerdote y de su Cuerpo, que es la Iglesia, es acción sagrada por excelencia..." (Sacrosanctum concilium, n.7)

Desde esta perspectiva no es difícil darse cuenta de lo alejados que están del autentico espíritu de la liturgia algunas prácticas. En ocasiones, bajo el pretexto de una mal entendida creatividad se ha logrado subvertir la liturgia de la Iglesia. En nombre del principio de adaptarse a la situación local y a las necesidades de la comunidad, uno se atribuye el derecho a quitar, añadir o modificar el rito litúrgico, según la subjetividad y la emotividad. En esto, nosotros los sacerdotes, tenemos una gran responsabilidad.

Por esta razón, ya en 2001, el cardenal Ratzinger afirmaba: "es necesario como mínimo de una nueva conciencia litúrgica que quite espacio a la tendencia de tratar la liturgia como si fuera un objeto que puede manipularse. Hemos llegado al punto donde grupos litúrgicos se crean por su cuenta la liturgia dominical. El resultado es ciertamente el producto de a imaginación de un grupo de individuos capaces y hábiles. Pero de esta manera falta el espacio en donde uno puede encontrarse con el "totalmente Otro", en el cual lo santo se ofrece a sí mismo como don; con lo que me encuentro es solamente con la habilidad de un grupo de personas. Entonces nos damos cuenta de que no estamos buscando eso. Es demasiado poco, y al mismo tiempo, algo diferente. Lo más importante hoy es volver a adquirir el respeto por la liturgia, y ser consciente de que no puede manipularse. Aprender nuevamente a reconocer en su naturaleza una creación viva que crece y ha sido dada como don, por medio de la cual participamos en la liturgia celestial. Renunciar a buscar en ella nuestra propia realización personal y ver más bien en ella un don. Esto, creo, lo primero: vencer la tentación de un comportamiento despótico, que concibe la liturgia como un objeto, como la propiedad de un hombre, y volver a despertar el sentido interior de lo sagrado" (‘Dios y el Mundo', Edizioni San Paolo, Cinisello Balsamo 2001. Traducción del italiano).

Afirmar, pues, que liturgia es sagrada significa subrayar el hecho de que no vive de modificaciones esporádicas y de invenciones siempre nuevas por parte de un individuo o grupo. La liturgia no es un circulo cerrado en el que decidimos reunirnos, tal vez para animarnos unos a otros, para sentirnos que somos los protagonistas de una fiesta. La liturgia es convocación por parte de Dios para estar en su presencia; es la venida de Dios entre nosotros; es Dios que nos sale al encuentro en nuestro mundo.

Una forma de adaptación a situaciones particulares está prevista y es bueno que así sea. El mismo Misal la indica en algunas de sus secciones. Pero en éstas y sólo en éstas, y no arbitrariamente en otras. La razón para esto es importante y es bueno reafirmarla: la liturgia es un don que nos precede, un tesoro precioso que se nos ha entregado por la oración de siglos de la Iglesia, el lugar en el cual la fe ha encontrado su forma en el tiempo y su expresión en la oración. Todo esto no depende de nuestra subjetividad. No la podemos manipular, pues de este modo puede estar íntegramente a disposición de todos, ayer como hoy y también mañana. "También en nuestros tiempos," escribió el Papa Juan Pablo II en su carta encíclica Ecclesia de Eucharistia, "la obediencia a las normas litúrgicas debería ser redescubierta y valorada como reflejo y testimonio de la Iglesia una y universal, que se hace presente en cada celebración de la Eucaristía" (n. 52)

En la estupenda encíclica Mediator Dei, que es a menudo citada en la constitución sobre la sagrada liturgia, el Papa Pío XII define la liturgia como "...el culto público... la adoración dada por el Cuerpo Místico de Cristo en la totalidad de su Cabeza y sus miembros" (n. 20). Como queriendo decir, entre otras cosas, que en la liturgia, la iglesia "oficialmente" se identifica a sí misma en el misterio de su unión con Cristo como esposo, y en donde ella "oficialmente" se revela a sí misma. ¿Con qué enfermiza despreocupación podríamos atribuirnos el derecho de cambiar de manera subjetiva los signos sagrados que el tiempo ha depurado, por medio de los cuales la Iglesia habla de sí misma, de su identidad y de su fe?

El pueblo de Dios tiene un derecho que no puede ser ignorado nunca, en virtud del cual, a todos se les debe permitir acercarse a lo que no es solamente el pobre fruto del esfuerzo humano, sino la obra de Dios, y precisamente porque es obra de Dios, es fuente de salvación y de vida nueva.

Me detengo un momento más en este punto, que el Santo Padre lleva en el corazón, según puedo testimoniar, compartiendo con ustedes, un pasaje de Sacramentum Caritatis, la exhortación apostólica de Benedicto XVI, escrita después del Sínodo sobre la Eucaristía: "al subrayar la importancia del ars celebrandi," escribe el Santo Padre, "se pone de relieve el valor de las normas... Favorece la celebración eucarística que los sacerdotes y los responsables de la pastoral litúrgica se esfuercen en dar a conocer los libros litúrgicos vigentes y las respectivas normas... En las comunidades eclesiales se da quizás por descontado que se conocen y aprecian, pero a menudo no es así. En realidad, son textos que contienen riquezas que custodian y expresan la fe, así como el camino del Pueblo de Dios a lo largo de dos milenios de historia" (n. 40).

2. La orientación de la oración litúrgica

Más allá de los cambios que han caracterizado, durante el curso del tiempo, la arquitectura de las iglesias y los lugares en los cuales la liturgia tiene lugar, una convicción ha quedado clara entre la comunidad cristiana, casi hasta nuestros días. Me refiero a la oración orientada hacia oriente, una tradición que se remonta en los orígenes del cristianismo.

¿Qué se entiende por "oración dirigida hacia oriente"? Se refiere a la orientación del corazón orante hacia Cristo, de quien viene la salvación, y hacia quien se dirige tanto en el comienzo como en el fin de la historia. El sol nace en oriente, y el sol es un símbolo de Cristo, la Luz que surge de oriente. Basta recordar el pasaje mesiánico del cántico del Benedictus: "Por la insondable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de oriente".

Estudios muy serios e incluso sumamente recientes ya han demostrado que, en oda época de su pasado, la comunidad cristiana ha encontrado el modo de expresar incluso con los signos litúrgicos externos y visibles esta orientación fundamental para la vida de fe. Por este motivo en la construcción de las iglesias el ábside está orientado hacia oriente. Cuando no se podía dar esta orientación al espacio sagrado, se recurrió al gran Crucifijo colocado sobre el altar, hacia el cual todos pudieran dirigir la mirada. Basta pensar también en los ábsides decorados con espléndidas representaciones del Señor, hacia lascuales se invitiaba a elevar los ojos en el momento de la Liturgia Eucarística.

Sin entrar en el detalle de un recorrido histórico que nos llevaría a una reflexión sobre el desarrollo del arte cristiano, nos interesa reafirmar en este contexto que la oración orientada hacia oriente, más específicamente, orientada hacia el Señor, es una expresión característica del autentico espíritu de la liturgia. En este sentido, como bien recuerda el diálogo introductivo del Prefacio, en el momento de la Liturgia Eucarística, se nos invita a dirigir el corazón al Señor: "levantemos el corazón," exhorta el sacerdote, y todos responden: "lo tenemos levantado hacia el Señor". Ahora bien, si esta orientación siempre debe ser adoptada interiormente por toda la comunidad cristiana cuando se reúne en oración, también tiene que manifestarse con signos externos. El signo exterior tiene que ser verdadero, de manera que en él se manifieste la auténtica actitud espiritual.

Este fue el motivo de la propuesta presentada por el entonces cardenal Ratzinger, y reafirmada ahora durante su pontificado, de colocar el Crucifijo en el centro del altar, para que todos, durante la celebración de la Liturgia Eucarística, puedan verdaderamente mirar hacia el Señor, orientándo así también su oración y su corazón. Escuchemos directamente a Benedicto XVI, quien en el prefacio del primer libro de sus "Obras Completas", dedicado a la liturgia, escribe lo siguiente: "La idea de que el sacerdote y el pueblo deberían mirarse recíprocamente durante la oración, nació sólo en la cristiandad moderna, y es completamente extraña a la antigua Iglesia. El sacerdote y el pueblo no rezan uno hacia el otro, sino hacia el único Señor. Por tanto, miran hacia la misma dirección durante la oración: ya hacia oriente como un símbolo cósmico del Señor que viene, o, donde esto no sea posible, hacia la imagen de Cristo en el ábside, hacia un Crucifijo, o simplemente hacia los cielos, como nuestro Señor mismo hizo en su oración sacerdotal la noche antes de su Pasión (Juan 17, 1).

Mientras tanto, afortunadamente, está abriéndose cada vez más camino la propuesta que presenté al final del capitulo que trata de esta cuestión en mi obra "El Espíritu de la Liturgia": en vez de proceder con nuevas transformaciones, simplemente basta colocar el Crucifijo en el centro del altar, de manera que pueda ser visto por el sacerdote y los fieles y puedan dejarse guiar hacia el Señor, a quien todos se dirigen juntos en la oración".

Y no se puede decir que el Crucifijo impide que los fieles vean al celebrante. ¡Los fieles no tienen que mirar al celebrante en ese momento de la liturgia! ¡Tienen que dirigir su mirada hacia el Señor! Del mismo modo, quien preside la celebración siempre debería poder dirigir su mirada hacia el Señor. El Crucifijo no es un impedimento para nuestra mirada; más bien abre el horizonte al mundo de Dios, lleva a contemplar el misterio, introduce la mirada en ese Cielo del que procede la única luz capaz de dar sentido a la vida en esta tierra. Nuestra mirada, en verdad, quedaría oscurecida y obstruida si nuestros ojos permanecieran fijos sólo en la presencia del hombre y su obra.

De esta forma uno puede llegar a entender por qué es todavía posible hoy celebrar la Santa Misa sobre los antiguos altares, donde los aspectos arquitectónicos y artísticos de nuestras iglesias lo sugieran. También en esto, el Santo Padre nos da un ejemplo cuando celebra la santa Eucaristía en el antiguo altar de la Capilla Sixtina, con motivo de la Fiesta del Bautismo del Señor.

En nuestro tiempo, ha entrado en nuestro vocabulario común la expresión "celebrar de cara al pueblo". Si con esta expresión se pretende describir el lugar del sacerdote, que debido a la ubicación del altar con frecuencia se encuentra ante la asamblea, se puede aceptar. Pero sería categóricamente inaceptable si quisiera un contenido teológico. Teológicamente hablando, la Misa está siempre dirigida a Dios por medio de Cristo nuestro Señor, y sería un grave error imaginar que la principal orientación de la acción sacrificial es la comunidad. Esta orientación hacia el Señor debe animar interiormente la participación litúrgica de cada quien. Es igualmente importante que esta orientación también sea bien visible en el signo litúrgico.

3. Adoración y unión con Dios

La adoración es el reconocimiento, lleno de admiración, podríamos decir incluso de éxtasis, (porque nos lleva a salir de nosotros mismos y de nuestro pequeño mundo), del infinito poder de Dios, de su incomprensible majestad, y de su amor sin límite que nos ofrece de manera totalmente gratuita, de su omnipotente y providente señorío. Consecuentemente, la adoración lleva a la reunificación del hombre y de la creación con Dios, al abandono del estado de separación, de aparente autonomía, a la pérdida de uno mismo, que es la única manera para ganarse a uno mismo.

Ante la inefable belleza de la caridad de Dios, que toma forma en el misterio del Verbo Encarnado, que murió y resucitó por nosotros, y que encuentra su manifestación sacramental en la liturgia, lo único que podemos hacer es permanecer en adoración. "El acontecimiento pascual y la Eucaristía que lo actualiza a lo largo de los siglos," afirma el Papa Juan Pablo II en Ecclesia de Eucharistia, "tienen una 'capacidad' verdaderamente enorme, en la que entra toda la historia como destinataria de la gracia de la redención. Este asombro ha de inundar siempre a la Iglesia, reunida en la celebración eucarística" (n. 5).

"Señor mío y Dios mío", se nos ha enseñado a decir desde la infancia en el momento de la consagración. De este modo, tomando prestadas las palabras del apóstol Tomás, se nos ayuda a adorar al Señor, presente y vivo en las especies eucarísticas, uniéndonos a Él, y reconociéndolo como nuestro Todo. Y a partir de ahí se puede retomar el camino diario, habiendo encontrado el correcto orden de la vida, el criterio fundamental por el cual vivir y morir.

Por este motivo todo, en la acción litúrgica, en el signo de la nobleza, de la belleza, de la armonía, debe llevar a la adoración, a la unión con Dios: la música, el canto, el silencio, la manera de proclamar la Palabra del Señor, y la manera de rezar, los gestos empleados, las vestiduras litúrgicas y los vasos sagrados y otros accesorios, así como el edificio sagrado en su totalidad.

Desde esta perspectiva debe ser tomada en cuenta la decisión de Benedicto XVI, quien, comenzando por la fiesta del Corpus Christi de 2008, empezó a distribuir la sagrada Comunión directamente en la lengua a los fieles arrodillados. Con este ejemplo, el Santo Padre nos invita a hacer visible nuestra actitud de adoración ante la grandeza del misterio de la presencia eucarística del Señor. Una actitud de adoración que debe ser aún más salvaguardado al acercarse a la santísima Eucaristía según otras formas hoy concedidas.

Me gusta citar una vez mas otro pasaje de la exhortación apostólica postsinodal Sacramentum Caritatis: "Mientras la reforma daba sus primeros pasos, a veces no se percibió de manera suficientemente clara la relación intrínseca entre la santa Misa y la adoración del Santísimo Sacramento. Una objeción difundida entonces se basaba, por ejemplo, en la observación de que el Pan eucarístico no habría sido dado para ser contemplado, sino para ser comido. En realidad, a la luz de la experiencia de oración de la Iglesia, dicha contraposición se mostró carente de todo fundamento. Ya decía san Agustín: 'nemo autem illam carnem manducat, nisi prius adoraverit; [...] peccemus non adorando - Nadie come de esta carne sin antes adorarla [...], pecaríamos si no la adoráramos'.

En efecto, en la Eucaristía el Hijo de Dios viene a nuestro encuentro y desea unirse a nosotros; la adoración eucarística no es si no la continuación obvia de la celebración eucarística, la cual es en sí misma el acto más grande de adoración de la Iglesia. Recibir la Eucaristía significa adorar al que recibimos. Precisamente así, y sólo así, nos hacemos una sola cosa con Él y, en cierto modo, pregustamos anticipadamente la belleza de la liturgia celestial" (n. 66).

Entre los pasajes leídos, creo que éste no debe pasar inadvertido: "[La celebración eucarística] es en sí misma el acto más grande de adoración de la Iglesia". Gracias a la Eucaristía, sigue diciendo Benedicto XVI, "lo que antes era estar frente a Dios, se transforma ahora en unión por la participación en la entrega de Jesús, en su cuerpo y su sangre" (Deus Caritas est, n.13). Por esta razón, todo en la liturgia, y más específicamente en la liturgia eucarística, debe llevara a la adoración, todo en el desarrollo del rito debe ayudar a entrar en la adoración de la Iglesia a su Señor.

Considerar la liturgia como lugar de adoración, para unirse con Dios, no significa perder de vista la dimensión comunitaria de la celebración litúrgica, y mucho menos olvidar el horizonte de la caridad. Por el contrario, sólo a través de una renovada adoración de Dios en Cristo, que toma forma en el acto litúrgico, nacerá una autentica comunión fraterna y una nueva historia de caridad y amor, que depende de la capacidad de maravillarse y actuar heroicamente, lo cual sólo la gracia de Dios puede darlo a nuestros pobres corazones. No lo recuerdan y enseñan las vidas de los santos. "La unión con Cristo es al mismo tiempo unión con todos los demás a los que él se entrega. No puedo tener a Cristo sólo para mí; únicamente puedo pertenecerle en unión con todos los que son suyos o lo serán. La comunión me hace salir de mí mismo para ir hacia Él, y por tanto, también hacia la unidad con todos los cristianos" (Deus Caritas est, n. 14).

4. La participación activa

Han sido precisamente los santos quienes han celebrado y vivido el acto litúrgico participando en él activamente. La santidad, como resultado de sus vidas, es el testimonio más bello de una participación verdaderamente activa en la liturgia de la Iglesia.

Por este motivo, y de manera providencial, el Concilio Vaticano II insiste tanto en la necesidad de promover una autentica participación por parte de los fieles en la celebración de los sagrados misterios, al recordar la llamada universal a la santidad. Esta autorizada indicación ha sido confirmada y relanzada por muchos documentos sucesivos del magisterio hasta nuestros días.

Sin embargo, no siempre se ha entendido correctamente el concepto de "participación activa", tal y como la Iglesia la enseña y exhorta a los fieles a vivirla. Ciertamente hay participación activa cuando, durante el curso de la celebración litúrgica, se cumple con el servicio propio de cada quien; se da también una participación activa cuando se tiene una mejor comprensión de la palabra de Dios escuchada o de la oración recitada; también se da una participación activa al unir la propia voz a la de los demás en el canto...

Todo esto, sin embargo, no significaría una participación verdaderamente activa si no lleva a la adoración del misterio de la salvación en Cristo Jesús, quien murió y resucitó por nosotros: sólo quien adora el misterio, acogiéndolo dentro de su vida, demuestra que ha comprendido lo que está celebrando, y, por tanto, que participa realmente en la gracia del acto litúrgico.

Como confirmación y respaldo de lo que acabo de afirmar, escuchemos una vez más las palabras de un pasaje del entonces cardenal Ratzinger, de su libro fundamental "El Espíritu de la Liturgia": "¿En qué consiste esta participación activa? ¿Qué debemos hacer? Por desgracia, esta expresión fue rápidamente malentendida, siendo reducida a su significado exterior, el de la necesidad de una acción común, como si se tratara de poner en acción al mayor número posible de personas, lo más a menudo posible. La palabra participación hace referencia, sin embargo, a una acción principal, en la que todos deben tener parte. Si, por tanto, se quiere descubrir de qué acción se trata, ante todo hay que estar seguros de cuál es esta 'actio' [acción, ndt.] central, en la que todos los miembros de la comunidad deben tener parte. Con el término 'actio' referido a la liturgia, se entiende la Plegaria Eucarística. La auténtica acción litúrgica, el verdadero acto litúrgico, es la 'oratio'... Esta 'oratio' -la solemne Plegaria Eucarística, el canon- es mucho más que un discurso; es 'actio' en el sentido más alto de la palabra. En ella, Cristo mismo se hace presente y toda su obra de salvación, y por esta razón, la 'actio' humana se convierte en secundaria y deja espacio para la 'actio' divina, la obra de Dios".

De este modo, la verdadera acción que se realiza en la liturgia es la acción de Dios mismo, su obra salvadora en Cristo, en la que participamos. Esta es, entre otras cosas, la verdadera novedad de la liturgia cristiana con respecto a cualquier otro acto de culto: Dios mismo actúa y realiza lo que es esencial, mientras el hombre es llamado a abrirse a la acción de Dios, a dejarse transformar. Consecuentemente, el aspecto esencial de la participación activa consiste en superar la diferencia entre la acción de Dios y nuestra acción, que lleguemos a ser uno con Cristo. Por este motivo, reafirmando lo que antes he dicho, no es posible participar sin adorar. Escuchemos otro pasaje de Sacrosanctum Concilium: "Por tanto, la Iglesia, con solícito cuidado, procura que los cristianos no asistan a este misterio de fe como extraños y mudos espectadores, sino que, comprendiéndolo bien a través de los ritos y oraciones, participen consciente, piadosa y activamente en la acción sagrada, sean instruidos con la Palabra de Dios, se fortalezcan en la mesa del Señor, den gracias a Dios, aprendan a ofrecerse a sí mismos al ofrecer la hostia inmaculada no sólo por manos del sacerdote, sino juntamente con él; se perfeccionen día a día por Cristo Mediador en la unión con Dios entre sí, para que, finalmente, Dios sea todo en todos" (n. 48).

Comparado con esto, todo lo demás es secundario. Me refiero en particular a las acciones externas, si bien importantes y necesarias, previstas sobre todo durante la Liturgia de la Palabra. Hago referencia a las acciones externas porque, si se convierten en la preocupación esencial y se reduce la liturgia a un acto genérico, en ese caso se malentendería el autentico espíritu de la liturgia. Por tanto, una autentica educación en la liturgia no puede consistir simplemente en aprender y practicar acciones exteriores, sino en una introducción a la acción esencial, que es Dios mismo, el misterio pascual de Cristo, a quien siempre debemos permitirle encontrarnos, involucrarnos, transformarnos. Y no hay que confundir el cumplimiento de gestos externos con la correcta participación corporal en el acto litúrgico. Sin quitar nada del significado y la importancia de la acción externa que acompaña el acto interior, la Liturgia exige mucho más del cuerpo humano. Requiere, de hecho, su esfuerzo total y renovado en las acciones diarias de esta vida. Esto es lo que el Santo Padre, Benedicto XVI llama "coherencia eucarística". El ejercicio oportuno y fiel de esta coherencia constituye la expresión más auténtica de la participación, incluso corporal, en el acto litúrgico, la acción salvífica de Cristo.

Y añado: ¿estamos de verdad seguros de que la promoción de una participación activa consiste en hacer que todo sea inmediatamente comprensible? ¿No será que la penetración en el misterio de Dios puede acompañarse mejor en ocasiones con aquello que toca las razones del corazón? ¿A caso no se da en ocasiones un espacio desproporcionado a las palabras vacías y triviales, olvidando que forman parte de la liturgia palabra y silencio, canto y música, imágenes, símbolos, y gestos? ¿Y no pertenecen quizá a este lenguaje que introduce en el corazón del misterio y, por tanto, a la verdadera participación, el latín, el canto gregoriano, la polifonía sagrada?

5. Música sagrada o litúrgica

De hecho, para entrar de manera auténtica en el espíritu de la liturgia, no se puede prescindir de la cuestión de la música sagrada o litúrgica.

En este sentido, me permito sólo una breve reflexión orientativa. Uno podría preguntarse por qué la Iglesia por medio de sus documentos, mas o menos recientes, insiste en indicar un cierto tipo de música y de canto como particularmente adecuados para la celebración litúrgica. Ya en tiempos del Concilio de Trento la Iglesia intervino en el conflicto cultural que se desarrollaba en ese entonces, restableciendo la norma, según la cual, la fidelidad a la palabra es prioritaria, limitando el uso de instrumentos e indicando una clara diferencia entre música profana y música sagrada.

La música sagrada, no puede ser entendida como una expresión puramente subjetiva. Se basa en textos bíblicos o de la tradición, que se celebran en forma de canto. Posteriormente, el Papa san Pío X tuvo una intervención análoga, al tratar de alejar la música de la ópera de la liturgia e indicando el canto gregoriano y la polifonía de la época de la renovación católica como el criterio para la música litúrgica, que debe ser distinguido de la música religiosa en general. El Concilio Vaticano II no hizo más que reafirmar las mismas indicaciones, así como los más recientes documentos magisteriales.

¿Por qué insiste la Iglesia en proponer ciertas características típicas de la música sagrada y del canto litúrgico de manera que se distingan de todas las demás formas de música? Y, ¿por que el canto gregoriano y la sagrada polifonía clásica se han convertido en las formas ejemplares a la luz de las cuales hay que seguir produciendo música litúrgica y popular?

La respuesta a estas preguntas reside precisamente en lo que hemos tratado de afirmar con respecto al espíritu de la liturgia. Esas formas de música, en su santidad, su bondad y su universalidad, traducen en notas, en melodías y en canto el autentico espíritu litúrgico: orientando a la adoración del misterio celebrado, favoreciendo una autentica e íntegra participación, ayudando a quien escucha a captar lo sagrado y, por tanto, la esencial primacía de la acción de Dios en Cristo, permitiendo un desarrollo musical anclado en la vida de la Iglesia y en la contemplación de su misterio.

Permítanme citar a J. Ratzinger por última vez: "Gandhi subraya tres espacios vitales en el cosmos, y demuestra cómo cada uno de ellos comunica incluso su propio modo de ser. Los peces viven en el mar y están callados. Los animales terrestres gritan, pero los pájaros, cuyo espacio vital son los cielos, cantan. El silencio es propio del mar, el grito es propio de la tierra, y el canto es propio de los cielos. El hombre, sin embargo, participa en los tres: lleva en sí lo profundo del mar, el peso de la tierra, y la altura de los cielos; por este motivo los tres modos de existencia le pertenecen: el silencio, el grito y el canto.