1/31/10

El amor, esencia de Dios y sentido de la historia

El Papa con motivo del Ángelus

 

Queridos hermanos y hermanas:

En la liturgia de este domingo puede leerse una de las páginas más hermosas del Nuevo Testamento y de toda la Biblia: el llamado "himno a la cariad" del apóstol Pablo (1 Corintios 12,31-13,13). En su Primera Carta a los Corintios, tras haber explicado, con la imagen del cuerpo, que los diferentes dones del Espíritu Santo contribuyen al bien de la única Iglesia, Pablo muestra el "camino" de la perfección. Éste, dice, no consiste en tener cualidades excepcionales: hablar idiomas nuevos, conocer todos los misterios, tener una fe prodigiosa o realizar gestos heroicos. Consiste, por el contrario, en la caridad (ágape), es decir, en el amor auténtico, que Dios nos ha revelado en Jesucristo. La caridad es el don "más grande", que da valor a todos los demás, y sin embargo "no hace alarde, no se envanece", es más, "se regocija con la verdad" y con el bien del otro. Quien ama verdaderamente "no busca su propio interés", "no tiene en cuenta el mal recibido", "todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta" (Cf. 1 Corintios 13,4-7). Al final, cuando nos encontraremos cara a cara con Dios, todos los demás dones desfallecerán; el único que permanecerá para siempre será la caridad, pues Dios es amor y nosotros seremos semejantes a Él, en comunión perfecta con Él.

Por ahora, mientras estamos en este mundo, la caridad es el distintivo del cristiano. Es la síntesis de toda su vida: de lo que cree y de lo que hace. Por este motivo, al inicio de mi pontificado, he querido dedicar mi primera encíclica precisamente al tema del amor: Deus caritas est. Como recordaréis, esta encíclica tiene dos partes, que corresponden a los dos aspectos de la caridad: su significado, y luego su aplicación práctica. El amor es la esencia del mismo Dios, es el sentido de la creación y de la historia, es la luz que da bondad y belleza a la existencia de cada hombre. Al mismo tiempo, el amor es, por así decir, el "estilo" de Dios y del creyente, es el comportamiento de quien, respondiendo al amor de Dios, plantea su propia vida como don de sí mismo a Dios y al prójimo. En Jesucristo, estos dos aspectos forman una unidad perfecta: Él es el Amor encarnado. Este Amor se nos ha revelado plenamente en Cristo crucificado. Al contemplarle, podemos confesar con el apóstol Juan: "nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene, y hemos creído en él" (Cf. 1 Juan 4,16; encíclica Deus caritas est, 1).

Queridos amigos: si pensamos en los santos, reconocemos la verdad de sus dones espirituales, y también de sus caracteres humanos. Pero la vida de cada uno de ellos es un himno a la caridad, un canto vivo al amor de Dios. Hoy, 31 de enero, recordamos en particular a san Juan Bosco, fundador de la Familia Salesiana, y patrono de los jóvenes. En este Año Sacerdotal, quisiera invocar su intercesión para que los sacerdotes sean siempre educadores y padres de los jóvenes; y para que, experimentando esta caridad pastoral, muchos jóvenes acojan la llamada a dar la vida por Cristo y por el Evangelio. Que Maria Auxiliadora, modelo de caridad, nos alcance estas gracias.

El último domingo de enero es la Jornada Mundial de los Enfermos de Lepra. El pensamiento se dirige espontáneamente al padre Damián de Veuster, quien dio la vida por estos hermanos y hermanas, y proclamé santo el pasado mes de octubre. Encomiendo a su celestial protección a todas las personas que por desgracia todavía hoy sufren a causa de esta enfermedad, así como a los agentes sanitarios y voluntarios que se entregan para que pueda existir un mundo sin lepra. Saludo en particular a la Asociación Italiana Amigos de Raoul Follereau.

Hoy se celebra también la segunda Jornada de Intercesión por la Paz en Tierra Santa. En comunión con el patriarca latino de Jerusalén y el custodio de Tierra Santa, me uno espiritualmente a la oración de tantos cristianos de todas las partes del mundo, saludando de corazón a todos los que se han congregado aquí con este motivo.

La crisis económica está causando la pérdida de numerosos puestos de trabajo, y esta situación exige gran sentido de responsabilidad por parte de todos: empresarios, trabajadores, gobernantes. Pienso en algunas realidades difíciles en Italia, por ejemplo, en Termini Imerese y Portovesme; me asocio, por tanto, al llamamiento de la Conferencia Episcopal Italiana, que ha alentado a hacer todo lo posible para tutelar y promover el empleo, asegurando un trabajo digno y adecuado para el sustento de las familias.

Un mensaje de paz nos lo traen también los muchachos y muchachas de la Acción Católica de Roma. Junto a mí se encuentran dos de ellos, a quienes saludo junto a los demás que se encuentran en la Plaza, acompañados por el cardenal vicario, por sus familias y educadores. Queridos muchachos: os doy las gracias, pues con vuestra "Caravana de la Paz" y con el símbolo de las palomas cuyo vuelo liberaremos dentro de poco dais a todos un signo de esperanza.

1/30/10

Rezar juntos por la reconciliación

Mensaje del Patriarca latino de Jerusalén, Su Beatitud Fouad Twalpara la II Jornada Internacional de Intercesión por la Paz en Tierra Santa

 

Iniciativa  promovida por un grupo de jóvenes de Tierra Santa y de Italia, en particular del Apostolado “Jóvenes por la Vida” (www.youthfl.org), Por la Asociación de los Papaboys (www.papaboys.it), por grupos de Reunión Eucarística (www.adorazione.org) y por las Capillas de Adoración Perpetua.

 

Un año después de surgir esta importante iniciativa, que ha visto la adhesión de más de 500 ciudades de todo el mundo, expreso mi profunda gratitud por la 2ª Jornada Internacional de Intercesión por la Paz en Tierra Santa, por lo que es un deseo y un compromiso vivo, nacido en el corazón sobre todo de tantos jóvenes, de elevar al Señor una sincera e intensa oración por el don de la paz. Es una experiencia de Iglesia, que, en cuanto “fuerza espiritual” es una realidad que, como ha recordado el Santo Padre Benedicto XVI, "puede contribuir a los progresos del proceso de paz"[1].

Él mismo ha subrayado, en el viaje a Tierra Santa en mayo del pasado año, la importancia de la oración: “como creyentes, estamos convencidos de que la oración es una verdadera fuerza, abre el mundo a Dios: estamos convencidos de que Dios escucha y de que puede actuar en la historia. Pienso que si millones de personas, de creyentes, rezan, es realmente una fuerza que influye y puede contribuir a ir adelante con la paz" [2].

Por esto, no puede sino ser motivo de esperanza y de confianza toda iniciativa en la que, unidos juntos en la oración con una intención particular, nos dirigimos a Dios como Sus hijos. La oración comunitaria tiene una fuerza particular, el mismo Señor Jesús nos lo ha recordado: Donde hay dos o más reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18,20).

Gracias a todos vosotros, de modo particular a vosotros jóvenes, que sin dudar y con mucha generosidad os reuniréis, en tantas partes del mundo, durante 24 horas consecutivas en la oración, en momentos de silenciosa adoración ante Jesús Eucaristía, en las celebraciones eucarísticas, con el fin de implorar este don, tan precioso como frágil, que es la paz.

En nombre de la Comunidad de los cristianos en Tierra Santa, agradezco a todos los promotores de este acontecimiento: las diversas asociaciones (el Apostolado "Jóvenes por la Vida", la Asociación Nacional Papaboys, las Capillas de Adoración Perpetua en toda Italia y en el mundo, los Grupos de Reunión Eucarística), las diversas Congregaciones y a quien singularmente o en grupo se empeñará en ofrecer su propio tiempo y su propia oración por esta intención.

Que el Señor Jesús, Príncipe de la Paz, vuelva su mirada sobre Su tierra, nos conceda la Paz, y de Su abundante bendición a todos aquellos que tomarán parte en esta iniciativa.

+ Fouad Twal, Patriarca

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1) Benedicto XVI, Entrevista concedida a los periodistas durante el vuelo hacia Tierra Santa, 8 de mayo de 2009, en Pellegrinaggio del Santo Padre Benedetto XVI in Terra Santa (8-15 maggio 2009), Raccolta completa dei discorsi, Jerusalén, 2009, p. 7.

2) Benedicto XVI, Entrevista concedida a los periodistas durante el vuelo hacia Tierra Santa, 8 de mayo de 2009, en Op. cit., 7.

“La caridad no puede oponerse a la verdad” en los procesos de nulidad

Audiencia del Papa al Tribunal de la Rota Romana

 

¡Queridos Componentes del Tribunal de la Rota Romana!

Estoy contento de encontraros una vez más para la inauguración del Año Judicial. Saludo cordialmente al Colegio de los Prelados Auditores, comenzando por su Decano, monseñor Antoni Stankiewicz, a quien agradezco las palabras que me ha dirigido en nombre de los presentes. Extiendo mi saludo a los Promotores de Justicia, a los Defensores del Vínculo, a los demás Oficiales, a los Abogados y a todos los Colaboradores de este Tribunal Apostólico, como también a los Miembros del Estudio de la Rota. Aprovecho con gusto la ocasión para renovaros la expresión de mi profunda estima y de mi sincera gratitud por vuestro ministerio eclesial, reafirmando, al mismo tiempo, la necesidad de vuestra actividad judicial. El precioso trabajo que los Prelados Auditores están llamados a desempeñar con diligencia, en nombre y por mandato de esta Sede Apostólica, está apoyado por las autorizadas y consolidadas tradiciones de este Tribunal, a cuyo respeto cada uno de vosotros debe sentirse personalmente comprometido.

Hoy deseo detenerme en el núcleo esencial de vuestro ministerio, intentando profundizar sus relaciones con la justicia, la caridad y la verdad. Haré referencia sobre todo a algunas consideraciones expuestas en la Encíclica Caritas in veritate, las cuales, aun estando consideradas en el contexto de la doctrina social de la Iglesia, pueden iluminar también otros ámbitos eclesiales. Es necesario ser conscientes de la difundida y arraigada tendencia, aunque no siempre manifiesta, que lleva a contraponer la justicia a la caridad, casi excluyendo la una a la otra. En esta línea, refiriéndose más específicamente a la vida de la Iglesia, algunos consideran que la caridad pastoral podría justificar cualquier paso hacia la declaración de la nulidad del vínculo matrimonial para salir al encuentro de las personas que se encuentran en situación matrimonial irregular. La misma verdad, aún invocada en palabras, tendería así a ser vista desde una óptica instrumental, que la adaptaría de vez en vez a las diversas exigencias que se presentan.

Partiendo de la expresión “administración de la justicia”, quisiera recordaros ante todo que vuestro ministerio es esencialmente obra de justicia: una virtud – “que consiste en la constante y firme voluntad de dar a Dios y al prójimo lo que les es debido” (CCC, n. 1807) – de la cual es muy importante redescubrir el valor humano y cristiano, también dentro de la Iglesia. El Derecho Canónico, a veces, es subestimado, como si fuese un mero instrumento técnico al servicio de cualquier interés subjetivo, aunque no fundado en la verdad. Es necesario en cambio que este Derecho sea siempre considerado en su relación esencial con la justicia, con la conciencia de que en la Iglesia la actividad jurídica tiene como fin la salvación de las almas y “constituye una peculiar participación en la misión de Cristo Pastor... al realizar el orden querido por el mismo Cristo” (Juan Pablo II, Alocución a la Rota Romana, 18 de enero de 1990, en AAS 82 [1990], p. 874, n.4). En esta perspectiva hay que tener presente, sea cual sea la situación, que el proceso y la sentencia están vinculados de modo fundamental a la justicia y se ponen a su servicio. El proceso y la sentencia tienen una gran relevancia tanto para las partes como para la entera comunidad eclesial, y esto adquiere un valor totalmente singular cuando se trata de pronunciarse sobre la nulidad de un matrimonio, el cual afecta directamente al bien humano y sobrenatural de los cónyuges, además de al bien público de la Iglesia. Además de esta dimensión, que podríamos definir como “objetiva” de la justicia, existe también otra, inseparable de ella, que afecta a los “operadores del derecho”, es decir, a aquellos que la hacen posible. Quisiera subrayar que éstos deben caracterizarse por un alto ejercicio de las virtudes humanas y cristianas, en particular de la prudencia y de la justicia, pero también de la fortaleza. Esta última se hace más relevante cuando la injusticia parece el camino más fácil a seguir, en cuanto que implica la condescendencia a los deseos y las expectativas de las partes, o también a los condicionamientos del ambiente social. En este contexto, el juez que desea ser justo y quiere adecuarse al paradigma clásico de la “justicia viviente” (cfr Aristóteles, Etica nicomachea, V, 1132a), experimenta la grave responsabilidad ante Dios y ante los hombres de su función, que incluye también la debida puntualidad en cada fase del proceso: “quam primum, salva iustitia” (Consejo Pontificio para los Textos Legislativos, Instr. Dignitas connubii, art. 72). Todos aquellos que trabajan en el campo del Derecho, cada uno según su propia función, deben ser guiados por la justicia. Pienso en particular en los abogados, los cuales deben no solo poner toda la atención en el respeto de la verdad de las pruebas, sino también evitar con cuidado el asumir, como asesores jurídicos, el patrocinio de causas que, según su conciencia, no sean objetivamente sostenibles.

La acción, además, de quien administra la justicia no puede prescindir de la caridad. El amor hacia Dios y hacia el prójimo debe informar toda actividad, también la aparentemente más técnica y burocrática. La mirada y la medida de la caridad ayudará a no olvidar que se está siempre ante personas marcadas por problemas y por sufrimientos. También en el ámbito específico del servicio de operadores de la justicia vale el principio según el cual “la caridad excede a la justicia" (Enc. Caritas in veritate, n. 6). En consecuencia, la aproximación a las personas, aún teniendo una modalidad específica ligada al proceso, debe sumergirse en el caso concreto para facilitar a las partes, mediante la delicadeza y la solicitud, el contacto con el tribunal competente. Al mismo tiempo, es importante trabajar activamente cada vez que se entrevea una esperanza de éxito, para alentar a los cónyuges a convalidar eventualmente el matrimonio y restablecer la convivencia conyugal (cfr CIC, can. 1676). No debe, además, descuidarse el esfuerzo de instaurar entre las partes un clima de disponibilidad humana y cristiana, fundada sobre la búsqueda de la verdad (cfr Instr. Dignitas connubii, art. 65 §§ 2-3).

Con todo es oportuno reafirmar que toda obra de auténtica caridad comprende la referencia indispensable a la justicia, tanto más en nuestro caso. “El amor – caritas – es una fuerza extraordinaria, que empuja a las personas a comprometerse con valor y generosidad en el campo de la justicia y de la paz” (Enc. Caritas in veritate, n. 1 ). "Quien ama con caridad a los demás es ante todo justo hacia ellos. No sólo la justicia no es extraña a la caridad, no sólo no es una vía alternativa o paralela a la caridad: la justicia es 'inseparable de la caridad', intrínseca a ella" (Ibid., n. 6). La caridad sin justicia no es tal, sino solo una falsificación, porque la misma caridad requiere esa objetividad típica de la justicia, que no debe confundirse con la frialdad inhumana. Al respecto, como afirmó mi Predecesor, el venerable Juan Pablo II, en la alocución dedicada a las relaciones entre pastoral y derecho: “el juez […] debe siempre precaverse del riesgo de una malentendida compasión que acabaría en sentimentalismo, solo aparentemente pastoral" (18 de enero de 1990, en AAS, 82 [1990], p. 875, n. 5).

Es necesario eludir los requerimientos pseudopastorales que sitúan las cuestiones sobre un plano meramente horizontal, en el que lo que cuenta es satisfacer las reclamaciones subjetivas para llevar a toda costa a la declaración de nulidad, con el fin de poder superar, entre otras cosas, los obstáculos a la recepción de los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía. El bien altísimo de la readmisión a la Comunión eucarística tras la reconciliación sacramental, exige en cambio considerar el auténtico bien de las personas, inseparable de la verdad de su situación canónica. Sería un bien ficticio, y una grave falta de justicia y de amor, allanarles el camino hacia la recepción de los sacramentos, con el peligro de hacerles vivir en contraste objetivo con la verdad de su propia condición personal.

Sobre la verdad, en las alocuciones dirigidas a este Tribunal Apostólico, en 2006 y en 2007, reafirmé la posibilidad de alcanzar la verdad sobre la esencia del matrimonio y sobre la realidad de cada situación personal que viene sometida al juicio del tribunal (28 de enero de 2006, en AAS 98 [2006], pp. 135-138; y 27 de enero de 2007, en AAS 99 [2007], pp. 86-91; como también sobre la verdad en los procesos matrimoniales (cfr Instr. Dignitas connubii, artt. 65 §§ 1-2, 95 § 1, 167, 177, 178). Quisiera hoy subrayar cómo tanto la justicia como la caridad postulan el amor a la verdad y comportan esencialmente la búsqueda de la verdad. El particular, la caridad hace la referencia a la verdad aún más exigente. “Defender la verdad, proponerla con humildad y convicción y testimoniarla en la vida son por tanto formas exigentes e insustituibles de caridad. Esta, de hecho, “se complace de la verdad” (1 Cor 13, 6)" (Enc. Caritas in veritate, n. 1). "Solo en la verdad resplandece la caridad y puede ser vivida auténticamente […]. Sin verdad, la caridad deriva hacia el sentimentalismo. El amor se convierte en una cáscara vacía, que llenar arbitrariamente. Es el fatal riesgo del amor en una cultura sin verdad. Este cae presa de las emociones y de las opiniones contingentes de los sujetos, una palabra abusada y distorsionada, hasta significar lo contrario" (Ibid., n. 3).

Es necesario tener presente que un vaciamiento semejante puede verificarse no sólo en la actividad práctica de juzgar, sino también en las premisas teóricas, que tanto influyen después sobre los juicios concretos. El problema se plantea cuando viene más o menos oscurecida la esencia misma del matrimonio, arraigada en la naturaleza del hombre y de la mujer, que consiente expresar juicios objetivos sobre el matrimonio concreto. En este sentido la consideración existencial, personalista y relacional de la unión conyugal no puede hacerse nunca a despecho de la indisolubilidad, propiedad esencial que en el matrimonio cristiano persigue, con la unidad, una peculiar estabilidad en razón del sacramento (cfr CIC, can. 1056). No debe, por otro lado, olvidarse que el matrimonio goza del favor del derecho. Por tanto, en caso de duda, se debe considerar válido mientras no se pruebe lo contrario (cfr CIC, can. 1060). De lo contrario, se corre el grave riesgo de quedarse sin un punto de referencia objetivo para los pronunciamientos sobre la nulidad, transformando cada dificultad conyugal en un síntoma de no realización de una unión cuyo núcleo esencial de justicia - el vínculo indisoluble – es negado de hecho.

Ilustres Prelados Auditores, Oficiales y Abogados, os confío estas reflexiones, conociendo bien el espíritu de fidelidad que os anima y el compromiso que profundizáis al dar plena realización a las normas de la Iglesia, en la búsqueda del verdadero bien del Pueblo de Dios. Para aliento de vuestra preciosa actividad, invoco sobre cada uno de vosotros y sobre vuestro trabajo cotidiano la protección maternal de María Santísima Speculum iustitiae e imparto con afecto la Bendición Apostólica.

1/29/10


Sacerdotes en el mundo digital

Ramiro Pellitero


El cuadro de Caravaggio “Los discípulos de Emaús”, representa la escena que cuenta el evangelio de San Lucas: el momento en que al partir el pan “se les abrieron los ojos y le reconocieron” (Lc 24, 31).
El gesto de Jesús, con su rostro iluminado, provoca el asombro de los dos discípulos que le flanquean: el de la izquierda tuerce el codo para apoyarlo en la silla, como para levantarse por la estupefacción; el de la derecha, también atónito, extiende sus brazos repentinamente casi en forma de cruz.
Mientras tanto, el posadero, de pie a la izquierda de Jesús, observa con atención, pero no comprende lo que sucede: ni el gesto de Jesús ni el asombro de sus discípulos. Viene a ser como un “gentil” interesado que quizá se pregunta por quién y qué está haciendo ese “desconocido”
Rememorando la gran explanada que rodeaba al templo de Jerusalén, Benedicto XVI expresó, en su discurso a la Curia romana el 21 de diciembre, la conveniencia de que en la Iglesia se abriera algo así como un “patio de los gentiles”, como un espacio previo al santuario en que se adora a Dios.
Manifestaba de este modo su preocupación por los “buscadores de Dios”, por aquellos que en otra ocasión ha llamado: los que podrían aceptar a Dios al menos como “el Desconocido”. A la vez, espoleaba a los creyentes a buscar fórmulas de acercamiento, abriendo las puertas a tantas personas que, por diversos motivos, no se han encontrado aún con Cristo.
En su recién publicado mensaje para la Jornada de las Comunicaciones Sociales (que se celebrará el 16 de mayo de 2010), vuelve sobre aquella comparación. Sugiere que el mundo digital puede ser uno de esos lugares o umbrales por los que puedan entrar los buscadores de Dios, con tal de que esos espacios estén, en efecto, abiertos: “Quizá sea posible imaginar que podamos abrir en la red un espacio —como el ‘patio de los gentiles’ del Templo de Jerusalén— también a aquéllos para quienes Dios sigue siendo un desconocido”.
Con todo, la mayor novedad del mensaje es que se dirige a los sacerdotes. Nada extraño si se tiene en cuenta que estamos en un Año sacerdotal. Los nuevos medios ofrecen “al sacerdote nuevas posibilidades de realizar su particular servicio a la Palabra y de la Palabra”.
No sólo es una oferta de posibilidades, sino una clara invitación a que los sacerdotes los utilicen para su labor evangelizadora. “Su reciente y amplia difusión, así como su notable influencia, hacen cada vez más importante y útil su uso en el ministerio sacerdotal”.
Insiste el Papa en que “con la difusión de esos medios, la responsabilidad del anuncio no solamente aumenta, sino que se hace más acuciante y reclama un compromiso más intenso y eficaz. A este respecto, el sacerdote se encuentra como al inicio de una ‘nueva historia’, porque en la medida en que estas nuevas tecnologías susciten relaciones cada vez más intensas, y cuanto más se amplíen las fronteras del mundo digital, tanto más se verá llamado a ocuparse pastoralmente de este campo, multiplicando su esfuerzo para poner dichos medios al servicio de la Palabra”.
Posibilidad importante, útil, acuciante, comprometida, llamada que exige esfuerzo. Esto es una gran verdad. Cuántas veces ante el ordenador, el sacerdote se preguntará si vale o no la pena escribir sobre aquello que, sin embargo, le viene una y otra vez a su espíritu, quizá como señal de que Dios le pide ese “esfuerzo suplementario” de sacar el tiempo cuando parece que ya no queda más tiempo.
Claramente se advierte que no se trata de estar presentes por estar presentes en la red, sino que se trata de un instrumento que pueden y deben usar para su ministerio. Así —afirma— “deben anunciar el Evangelio valiéndose no sólo de los medios tradicionales, sino también de los que aporta la nueva generación de medios audiovisuales (foto, vídeo, animaciones, blogs, sitios web), ocasiones inéditas de diálogo e instrumentos útiles para la evangelización y la catequesis”.
Tres condiciones apunta para esta tarea: “un uso oportuno y competente de tales medios”; “una sólida preparación teológica”; y “una honda espiritualidad sacerdotal, alimentada por su constante diálogo con el Señor”.
A nadie se le escapa que estamos ante una posibilidad fascinante y al mismo tiempo un reto, porque nadie da lo que no tiene. Pero sobre todo hay, en el texto, una exhortación a echar la red en el mar digital. Y no como quien pide un favor, sino que al sacerdote “le corresponde ofrecer a quienes viven éste nuestro tiempo ‘digital’ los signos necesarios para reconocer al Señor; darles la oportunidad de educarse para la espera y la esperanza, y de acercarse a la Palabra de Dios que salva y favorece el desarrollo humano integral”.
De este modo, deduce con expresión antológica, “la Palabra podrá así navegar mar adentro hacia las numerosas encrucijadas que crea la tupida red de autopistas del ciberespacio, y afirmar el derecho de ciudadanía de Dios en cada época, para que Él pueda avanzar a través de las nuevas formas de comunicación por las calles de las ciudades y detenerse ante los umbrales de las casas y de los corazones y decir de nuevo: ‘Estoy a la puerta llamando. Si alguien oye y me abre, entraré y cenaremos juntos’" (Ap 3, 20).
Benedicto XVI escribe todo esto con seguridad, como quien nos dijera: “Echad la red a la derecha de la barca, y encontraréis”. Es lógico, porque el sacerdote vive con su mundo y en él está llamado a ejercer su tarea. Como un Caravaggio actual, puede representar, de muchas maneras, el asombroso y único acontecimiento de Cristo.
Ramiro Pellitero. Instituto Superior de Ciencias Religiosas

1/28/10

La importancia de un nuevo humanismo cristiano

Audiencia del Papa a los miembros de las Academias Pontificias en Sesión Pública

 

Señores cardenales, venerados Hermanos en el Episcopado y en el Sacerdocio, ilustres Presidentes y Académicos, Señoras y señores:

Estoy contento de acogeros y de encontraros, con ocasión de la Sesión Pública de las Pontificias Academias, momento culminante de las múltiples actividades del año. Saludo a monseñor Gianfranco Ravasi, presidente del Consejo de Coordinación entre las Academias Pontificias, y le agradezco las corteses palabras que me ha dirigido. Extiendo mi saludo a los presidentes de las Academias Pontificias, a los Académicos y a los Socios presentes. La Sesión Pública de hoy, durante la cual se ha entregado, en mi nombre, el Premio de las Pontificias Academias, toca un tema que, en el ámbito del Año Sacerdotal, reviste particular importancia: "La formación teológica del presbítero".

Hoy, memoria de santo Tomás de Aquino, gran Doctor de la Iglesia, deseo proponeros algunas reflexiones sobre las finalidades y sobre la misión específica de las beneméritas Instituciones culturales de la Santa Sede de las que formáis parte y que tienen una variada y rica tradición de investigación y de compromiso en diversos sectores. Los años 2009-2010, de hecho, para algunas de ellas, están marcados por un aniversario específico, que constituye un ulterior motivo para dar gracias al Señor. En particular, la Pontificia Academia Romana de Arqueología recuerda su fundación, que tuvo lugar hace dos siglos, en 1810, y su transformación en Academia Pontificia, en 1829. La Pontificia Academia de Santo Tomás de Aquino y la Pontificia Academia Cultorum Martyrum han recordado su 130° año de vida, al haber sido ambas fundadas en 1879. La Pontificia Academia Mariana Internacional ha celebrado, también, el 50 aniversario de su propia transformación en Academia Pontificia. Las Pontificias Academias de Santo Tomás de Aquino y de Teología han recordado, finalmente, el decenio de su renovación institucional, sucedida en 1999 con el Motu proprio Inter munera Academiarum, que se publicó precisamente el 28 de enero.

Muchas ocasiones, por tanto, para volver al pasado, a través de la lectura atenta de los pensamientos y de las acciones de los Fundadores y de cuantos se prodigaron por el progreso de estas instituciones. Pero la mirada retrospectiva del glorioso pasado no puede constituir la única aproximación a estos acontecimientos, que recuerdan sobre todo el deber y la responsabilidad de las Academias Pontificias de servir fielmente a la Iglesia y a la Santa Sede, renovando en el presente su rico y diversificado empeño, que ya ha producido preciosos frutos, incluso en el pasado reciente. La cultura contemporánea, y aún más los propios creyentes, de hecho, solicitan continuamente la reflexión y la acción de la Iglesia en los diversos ámbitos en los que surgen nuevas problemáticas y que constituyen también sectores en los que trabajáis, como la búsqueda filosófica y teológica; la reflexión sobre la figura de la Virgen María; el estudio de la historia, de los monumentos, de los testimonios recibidos en herencia por los fieles de las primeras generaciones cristianas, comenzando por los mártires; el delicado e importante diálogo entre la fe cristiana y la creatividad artística, al que quise dedicar el Encuentro con personalidades del mundo del arte y de la cultura, que tuvo lugar en la Capilla Sixtina el pasado 21 de noviembre. En estos delicados espacios de investigación y compromiso, estáis llamados a ofrecer una contribución cualificada, competente y apasionada, para que toda la Iglesia, y en particular la Santa Sede, pueda disponer de ocasiones, de lenguajes y de medios adecuados para dialogar con las culturas contemporáneas y responder eficazmente a las preguntas y a los desafíos que la interpelan en los diversos ámbitos del saber y de la experiencia humana.

Como he afirmado muchas veces, la cultura de hoy se resiente fuertemente, tanto de una visión dominada por el relativismo y el subjetivismo, como por métodos y actitudes a veces superficiales e incluso banales, que dañan la seriedad de la investigación y de la reflexión y, en consecuencia también el diálogo, la comparación y la comunicación interpersonal. Parece, por tanto, urgente y necesario volver a crear las condiciones esenciales de una capacidad real de profundización en el estudio y en la investigación, para que se dialogue racionalmente y se confronte eficazmente sobre las diversas problemáticas, en la perspectiva de un crecimiento común y de una formación que promueva al hombre en su integridad y compleción. A la carencia de puntos de referencia ideales y morales, que penaliza particularmente la convivencia civil y sobre todo la formación de las generaciones jóvenes, debe corresponder una oferta ideal y práctica de valores y de verdades, de razones fuertes de vida y de esperanza, que pueda y deba interesar a todos, sobre todo a los jóvenes. Este compromiso debe ser particularmente imperativo en el ámbito de la formación de los candidatos al ministerio ordenado, como lo exige el Año Sacerdotal y como lo confirma la feliz decisión de dedicarle vuestra Sesión Pública anual.

Una de las Academias Pontificias está dedicada a Santo Tomás de Aquino, el Doctor Angelicus et communis, un modelo siempre actual en el que inspirar la acción y el diálogo de las Academias Pontificias con las distintas culturas. Él, de hecho, consiguió instaurar una confrontación fructífera tanto con el pensamiento árabe como con el judío de su época y, haciendo tesoro de la tradición filosófica griega, produjo una extraordinaria síntesis teológica, armonizando plenamente la razón y la fe. Él dejó ya en sus contemporáneos un recuerdo profundo e indeleble, precisamente por la extraordinaria finura y agudeza de su inteligencia y la grandeza y originalidad de su genio, además de por la luminosa santidad de su vida. Su primer biógrafo, Guillermo de Tocco, subraya la extraordinaria y penetrante originalidad pedagógica de santo Tomás, con expresiones que pueden inspirar también vuestras acciones: fray Tomás – escribe – “en sus lecciones introducía nuevos artículos, resolvía cuestiones de un modo nuevo y claro con nuevos argumentos. En consecuencia, quienes le escuchaban enseñar tesis nuevas y tratarlas con método nuevo, no podían dudar de que Dios le hubiese iluminado con una luz nueva: de hecho, ¿se pueden acaso enseñar o escribir opiniones nuevas si no se recibe de Dios una inspiración nueva?” (Vita Sancti Thomae Aquinatis, en Fontes Vitae S. Thomae Aquinatis notis historicis et criticis illustrati, ed. D. Prümmer M.-H. Laurent, Tolosa, s.d., fasc. 2, p. 81).

El pensamiento y el testimonio de santo Tomás de Aquino nos sugieren estudiar con gran atención los problemas emergentes para ofrecer respuestas adecuadas y creativas. Confiados en la posibilidad de la “razón humana”, en la fidelidad plena al inmutable depositum fidei, es necesario – como hizo el "Doctor Communis" – recurrir siempre a las riquezas de la Tradición, en la constante búsqueda de la “verdad de las cosas”. Por esto, es necesario que las Pontificias Academias sean hoy más que nunca Instituciones vitales y vivaces, capaces de percibir agudamente tanto las preguntas de la sociedad y de las culturas, como las necesidades y las expectativas de la Iglesia, para ofrecer una contribución adecuada y válida y promover así, con todas las energías y los medios a disposición, un auténtico humanismo cristiano.

Agradeciendo, por tanto, a las Academias Pontificias por su dedicación generosa y por su constante empeño, auguro a cada una que enriquezca las historias y tradiciones individuales con proyectos nuevos y significativos a través de los cuales proseguir, con empuje renovado, la propia misión. Os aseguro un recuerdo en la oración y, al invocar sobre vosotros y sobre las Instituciones a las que pertenecéis la intercesión de la Madre de Dios, Sedes Sapientiae, y de Santo Tomás de Aquino, os imparto de corazón la Bendición Apostólica.

Como uno más, sin ser uno cualquiera


Monseñor Sanz Montes, arzobispo electo de Oviedo

La escena del evangelio de este domingo nos sitúa a Jesús en la Sinagoga de Nazaret. Jesús, pasó por allí al poco tiempo y en su fugaz regreso descubrió la indiferencia llena del prejuicio de sus paisanos hacia su Persona. Puesto de pie, Jesús dirá aquella frase que se ha hecho célebre: nadie es profeta en su tierra.
¿Cuál era la dificultad de los nazaretanos respecto de Jesús? Precisamente una familiaridad que les impedía reconocer en Él a alguien más que al hijo del carpintero, el de la Señora María. Creían conocer a quien, en el fondo, desconocían profundamente. Decimos en castellano ese dicho hermoso: "del roce nace la querencia". Pero ya se ve que no todo ni siempre es así: podemos querer a quienes no podemos tocar por la distancia, e ignorar calamitosamente a quien a diario vemos y tratamos. Viene a la memoria la pregunta decisiva de Jesús a sus discípulos: ¿qué dice la gente de mí? ¿y vosotros, quién decís que soy yo? Es una pregunta que se nos puede hacer hoy a nosotros.
Los nazaretanos conocían a Jesús como se conoce a un paisano, a alguien del barrio. Nosotros lo podemos conocer desde el barniz de las pinturas, el escorzo de algunas imágenes, o las literaturas que nos hablan de Él. Para no pocos, éste sería el barrio o el paisanaje en su conocimiento de Jesús. Podemos decir que queda un halo cultural que nos permite saber de Él algunas cosas comunes, quizás algunas cosas más de las que conocían sus paisanos. Ellos recordaban de Jesús lo que habían visto en su mocedad mientras crecían en el pueblo. Nosotros podemos recordar lo que hemos aprendido a vuelapluma y con alfileres. Pero sólo conoce a Jesús quien se ha fiado de su palabra y quien ha quedado seducido por su presencia.
Es hoy un día para desear conocer al Señor por dentro, desde el corazón que ora y que ama, desde el testimonio que narra con obras sencillas y cotidianas, el amor que le embarga y plenifica. Sólo así podemos decir que Jesús no es un extraño profeta en la tierra de nuestra vida, sino un Dios vecino, cuya casa tiene entraña y tiene hogar, una casa habitada, que abre las puertas de par en par. Con Él convivimos; a Él le vamos a contar nuestras cuitas buscando el consuelo en los sinsabores cuando la vida parece que nos quiere acorralar; a Él vamos también a agradecer los dones, las muchas alegrías con las que también esa vida nos sonríe. Y descubrimos que ese Buen Dios, el mejor vecino, saber reír y sabe llorar, porque le importa nuestra vida, nuestro destino y nuestra paz.
Dios, sin ser uno cualquiera quiere ser entre nosotros uno más, que no sólo es el Camino, sino también el caminante junto a cada cual.

1/27/10

San Francisco, el “icono vivo” de Jesús

El Papa hoy en la Audiencia General

Queridos hermanos y hermanas:

en una reciente catequesis ilustré ya el papel providencial que la Orden de los Frailes Menores y la Orden de los Frailes Predicadores, fundados respectivamente por san Francisco de Asís y santo Domingo de Guzmán, tuvieron en la renovación de la Iglesia de su tiempo. Hoy quisiera presentaros la figura de Francisco, un auténtico “gigante” de la santidad, que sigue fascinando a muchísimas personas de toda edad y toda religión.

"Nació al mundo un sol". Con estas palabras, en la Divina Commedia (Paraíso, Canto XI), el máximo poeta italiano Dante Alighieri alude al nacimiento de Francisco, que tuvo lugar a finales de 1181 o a principios de 1182, en Asís. Perteneciente a una rica familia – el padre era comerciante de telas –, Francisco transcurrió una adolescencia y una juventud despreocupadas, cultivando los ideales caballerescos de la época. A los veinte años tomó parte en una campaña militar, y fue hecho prisionero. Se puso enfermo y fue liberado. Tras su vuelta a Asís, comenzó en él un lento proceso de conversión espiritual, que le llevó a abandonar gradualmente el estilo de vida mundano que había llevado hasta entonces. A este periodo corresponden los célebres episodios del encuentro con el leproso, al que Francisco, bajando del caballo, dio el beso de la paz, y del mensaje del Crucificado en la pequeña iglesia de San Damián. En tres ocasiones el Cristo en la cruz cobró vida, y le dijo “Ve, Francisco, y repara mi Iglesia en ruinas”. Este sencillo acontecimiento de la palabra del Señor oída en la iglesia de San Damián esconde un simbolismo profundo. Inmediatamente san Francisco es llamado a reparar esta pequeña iglesia, pero el estado ruinoso de este edificio es el símbolo de la situación dramática e inquietante de la misma Iglesia en esa época, con una fe superficial que no forma y no transforma la vida, con un clero poco celoso, con el enfriamiento del amor; una destrucción interior de la Iglesia que comporta también una descomposición de la unidad, con el nacimiento de movimientos herejes. Con todo, en esta Iglesia en ruinas está en el centro el Crucifijo y haba: llama a la renovación, llama a Francisco a un trabajo manual para reparar concretamente la pequeña iglesia de san Damián, símbolo de la llamada más profunda a renovar a la misma Iglesia de Cristo, con su radicalidad de fe y con su entusiasmo de amor por Cristo. Este acontecimiento, sucedido probablemente en 1205, hace pensar en otro acontecimiento similar, sucedido en 1207: el sueño del papa Inocencio III. Éste vio en sueños que la Basílica de San Juan de Letrán, la iglesia madre de todas las iglesias, está derrumbándose y que un religioso pequeño e insignificante apuntala con sus hombros a la iglesia para que no caiga. Es interesante notar, por una parte, que no es el Papa el que ayuda para que la Iglesia no caiga, sino un religioso pequeño e insignificante, que el Papa reconoce en Francisco cuando éste le visita. Inocencio III era un papa poderoso, de gran cultura teológica, como también de gran poder político, y sin embargo no es él el que renueva a la Iglesia, sino un pequeño e insignificante religioso: es san Francisco, llamado por Dios. Por otra parte, sin embargo, es importante observar que san Francisco no renueva la Iglesia sin o contra el Papa, sino en comunión con él. Las dos realidades van juntas: el Sucesor de Pedro, los Obispos, la Iglesia fundada sobre la sucesión de los Apóstoles, y el carisma nuevo que el Espíritu Santo crea en este momento para renovar la Iglesia. Juntos crece la verdadera renovación.

Volvamos a la vida de san Francisco. Dado que su padre Bernardone le reprochaba su demasiada generosidad hacia los pobres, Francisco, ante el obispo de Asís, con un gesto simbólico se despojó de todas sus ropas, pretendiendo así renunciar a la herencia paterna: como en el momento de la creación, Francisco no tiene nada, sino sólo la vida que Dios le ha dado, a cuyas manos se entrega. Después vivió como un eremita, hasta cuando, en 1208, tuvo lugar otro acontecimiento fundamental en el itinerario de su conversión. Escuchando un pasaje del Evangelio de Mateo – el discurso de Jesús a los apóstoles enviados a la misión – Francisco se sintió llamado a vivir en la pobreza y a dedicarse a la predicación. Otros compañeros se unieron a él, y en 1209 se dirigió a Roma, para someter al Papa Inocencio III el proyecto de una nueva forma de vida cristiana. Recibió una acogida paternal por parte de aquel gran Pontífice que, iluminado por el Señor, intuyó el origen divino del movimiento suscitado por Francisco. El Pobrecillo de Asís había comprendido que todo carisma dado por el Espíritu Santo debe ser puesto al servicio del Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia; por tanto actuó siempre en comunión plena con la autoridad eclesiástica. En la vida de los santos no hay contraposición entre carisma profético y carisma de gobierno y, si se crea alguna tensión, éstos saben esperar con paciencia los tiempos del Espíritu Santo.

En realidad, algunos historiadores del siglo XIX y también del siglo pasado han intentado crear detrás del Francisco de la tradición, un 'Francisco histórico', así como se trata de crear tras el Jesús de los Evangelios un 'Jesús histórico'. Este Francisco histórico no habría sido un hombre de Iglesia, sino un hombre unido inmediatamente solo a Cristo, un hombre que quería crear una renovación del pueblo de Dios, sin formas canónicas y sin jerarquía. La verdad es que san Francisco tuvo realmente una relación inmediatísima con Jesús y con la Palabra de Dios, a la cual quería seguir sine glossa, tal como es, en toda su radicalidad y verdad. Es también verdad que inicialmente no tenía intención de crear una Orden con las formas canónicas necesarias, sino que simplemente, con la palabra de Dios y la presencia del Señor, el quería renovar al pueblo de Dios, convocarlo de nuevo a la escucha de la palabra y a la obediencia verbal con Cristo. Además, sabía que Cristo no es nunca “mío”, sino siempre “nuestro”, que a Cristo no puedo tenerlo “yo” y reconstruir “yo” contra la Iglesia, su voluntad y su enseñanza, sino sólo en la comunión de la Iglesia construida sobre la sucesión de los Apóstoles se renueva también la obediencia a la palabra de Dios.

Es también verdad que no tenía intención de crear una nueva orden, sino solamente renovar al pueblo de Dios para el Señor que viene. Pero comprendió con sufrimiento y con dolor que todo debe tener su orden, que también el derecho de la Iglesia es necesario para dar forma a la renovación y así realmente se insertó de modo total, con el corazón, en la comunión de la Iglesia, con el Papa y con los Obispos. Sabía siempre que el centro de la Iglesia es la Eucaristía, donde el Cuerpo de Cristo y su Sangre se hacen presentes. A través del Sacerdocio, la Eucaristía es la Iglesia. Donde el Sacerdocio y Cristo y comunión de la Iglesia van unidos, sólo aquí habita también la palabra de Dios. El verdadero Francisco histórico es el Francisco de la Iglesia y precisamente de esta forma nos habla también a nosotros los creyentes, a los creyentes de otras confesiones y religiones.

Francisco y sus frailes, cada vez más numerosos, se establecieron en la Porciúncula, o iglesia de Santa María de los Ángeles, lugar sagrado por excelencia de la espiritualidad franciscana. También Clara, una joven mujer de Asís, de familia noble, se puso a la escuela de Francisco. Tuvo así origen la Segunda Orden franciscana, la de las Clarisas, otra experiencia destinada a producir frutos insignes de santidad en la Iglesia.

También el sucesor de Inocencio III, el papa Honorio III, con su bula Cum dilecti de 1218 apoyó el singular desarrollo de los primeros Frailes Menores, que iban abriendo sus misiones en diversos países de Europa, e incluso en Marruecos. En 1219 Francisco obtuvo el permiso de dirigirse a hablar, en Egipto, al sultán musulmán Melek-el-Kâmel, para predicar también allí el Evangelio de Jesús. Deseo subrayar este episodio de la vida de san Francisco, que tiene una gran actualidad. En una época en la que estaba en curso un enfrentamiento entre el Cristianismo y el Islam, Francisco, armado voluntariamente solo con su fe y su mansedumbre personal, recorrió con eficacia el camino del diálogo. Las crónicas nos hablan de una acogida benevolente y cordial recibida del sultán un ámbito privilegiado de su misión. Con gratitud pienso hoy en los grandes méritos de la Custodia Franciscana de Tierra Santa.

Vuelto a Italia, Francisco entregó el gobierno de la Orden a su vicario, fray Pedro Cattani, mientras que el papa confió a la protección del cardenal Ugolino, el futuro Sumo Pontífice Gregorio IX, a la Orden, que recogía cada vez más adhesiones. Por su parte el Fundador, dedicado completamente a la predicación que llevaba a cabo con gran éxito, redactó una Regla, después aprobada por el Papa.

En 1224, en el eremitorio de Verna, Francisco vio el Crucifijo en forma de un serafín, y del encuentro con el serafín crucificado, recibió los estigmas; se convirtió así en uno con Cristo crucificado: un don, por tanto, que expresa su identificación con el Señor.

La muerte de Francisco – su transitus – sucedió la noche del 3 de octubre de 1226, en la Porciúncula. Tras haber bendecido a sus hijos espirituales, murió, acostado sobre la tierra desnuda. Dos años más tarde el Papa Gregorio IX lo inscribió en el elenco de los santos. Poco tiempo después se erigía en Asís una gran basílica en su honor, meta aún hoy de muchísimos peregrinos, que pueden venerar la tumba del santo y disfrutar la visión de los frescos de Giotto, pintor que ha ilustrado de modo magnífico la vida de Francisco.

Se ha dicho que Francisco representa un alter Christus, era verdaderamente un icono vivo de Cristo. Fue también llamado el “hermano de Jesús”. En efecto, éste era su ideal: ser como Jesús, contemplar al Cristo del Evangelio, amarlo intensamente, imitar sus virtudes. En particular, quiso dar un valor fundamental a la pobreza interior y exterior, enseñándola también a sus hijos espirituales. La primera bienaventuranza del Discurso de la Montaña – Dichosos los pobres de espíritu porque de ellos es el reino de los cielos (Mt 5,3) – encontró una luminosa realización en la vida y en las palabras de san Francisco. Verdaderamente, queridos amigos, los santos son los mejores intérpretes de la Biblia; éstos, encarnando en su vida la Palabra de Dios, la hacen más atrayente que nunca, de modo que habla realmente con nosotros. El testimonio de Francisco, que amó la pobreza para seguir a Cristo con dedicación y libertad totales, sigue siendo también para nosotros una invitación a cultivar la pobreza interior para crecer en la confianza en Dios, uniendo también un estilo de vida sobrio y un desapego de los bienes materiales.

En Francisco el amor por Cristo se expresó de modo especial en la adoración del Santísimo Sacramento de la Eucaristía. En las Fuentes franciscanas se leen expresiones conmovedoras, como esta: “Tema toda la humanidad, tiemble el universo entero y exulte el cielo, cuando sobre el altar, en la mano del sacerdote, está Cristo, el Hijo de Dios vivo. ¡Oh favor estupendo! Oh sublimidad humilde, que el Señor del universo, Dios e Hijo de Dios, se humille tanto para esconderse para nuestra salvación, bajo una modesta forma de pan” (Francisco de Asís, Escritos, Ediciones Franciscanas, Padua 2002, 401).

En este año sacerdotal, quiero también recordar la recomendación dirigida por Francisco a los sacerdotes: “Cuando quieran celebrar la Misa, puros de forma pura, hagan con reverencia el verdadero sacrificio del santísimo Cuerpo y Sangre del Señor nuestro Jesucristo” (Francisco de Asís, Escritos, 399). Francisco mostraba siempre una gran deferencia hacia los sacerdotes, y recomendaba respetarlos siempre, incluso en el caso de que personalmente fueran poco dignos. La motivación de su profundo respeto era el hecho de que éstos han recibido el don de consagrar la Eucaristía. Queridos hermanos en el sacerdocio, no olvidemos nunca esta enseñanza: la santidad de la Eucaristía nos pide ser puros, vivir de modo coherente con el Misterio que celebramos.

Del amor de Cristo nace el amor hacia las personas y también hacia todas las criaturas de Dios. Este es otro rasgo característico de la espiritualidad de Francisco: el sentido de fraternidad universal y de amor por la creación, que le inspiró el célebre Cántico de las criaturas. Es un mensaje muy actual. Como recordé en mi reciente encíclica Caritas in veritate, es sostenible solo un desarrollo que respete a la creación y que no dañe el medio ambiente (cfr nn. 48-52), y en el Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de este año he subrayado que también la constitución de una paz sólida está unida al respeto de la creación. Francisco nos recuerda que en la creación se despliega la sabiduría y la benevolencia del Creador. La naturaleza es entendida por él precisamente como un lenguaje en el que Dios habla con nosotros, en el que la realidad divina se hace transparente y podemos nosotros hablar de Dios y con Dios.

Queridos amigos, Francisco fue un gran santo y un hombre alegre. Su sencillez, su humildad, su fe, su amor por Cristo, su bondad hacia cada hombre y cada mujer le hicieron alegre en toda situación. De hecho, entre la santidad y la alegría subsiste una relación íntima e indisoluble. Un escritor francés dijo que en el mundo hay una sola tristeza: la de no ser santos, es decir, la de no estar cerca de Dios. Mirando el testimonio de Francisco, comprendemos que éste es el secreto de la verdadera felicidad: ¡ser santos, cercanos a Dios!

Que la Virgen, tiernamente amada por Francisco, nos obtenga este don. Nos confiamos a Ella con las palabras mismas del Pobrecillo de Asís: “Santa María Virgen, no hay ninguna como tu nacida en el mundo entre las mujeres, hija y sierva del altísimo Rey y Padre celestial, Madre del santísimo Señor nuestro Jesucristo, esposa del Espíritu Santo, reza por nosotros... ante tu santísimo Hijo querido, Señor y Maestro” (Francisco de Asís, Escritos, 163).

"Nunca más Auschwitz"

Llamamiento del Santo Padre con motivo de la celebración mundial del Día de la Memoria, en recuerdo de las víctimas de los campos de concentración nazis durante la Segunda Guerra Mundial

Hace sesenta y cinco años, el 27 de enero de 1945, se abrían las verjas del campo de concentración nazi de la ciudad polaca de Oświęcim, conocida con el nombre alemán de Auschwitz, y fueron liberados los pocos supervivientes. Este acontecimiento y los testimonios de los supervivientes mostraron al mundo el horror de crímenes de inaudita crueldad, cometidos en los campos de exterminio creados por la Alemania nazi.

Hoy se celebra el "Día de la memoria", en recuerdo de las víctimas de aquellos crímenes, especialmente del aniquilamiento planificado de los Judíos, y en honor de cuantos, arriesgando su porpia vida, protegieron a los perseguidos, oponiéndose a la locura homicida. Con ánimo conmovido pensemos en las innumerables víctimas de un ciego odio racial y religioso, que sufrieron la deportación, la prisión, la muerte en aquellos lugares aberrantes e inhumanos. La memoria de estos hechos, en particular del drama de la Shoá que golpeó al pueblo judío, suscite siempre un respeto más convencido de la dignidad de toda perosna, para que todos los hombres se perciban como una sola gran familia. Que Dios omnipotente ilumine los corazones y las mentes, para que no se repitan más tales tragedias.

Creada una página para relanzar el Concilio Vaticano II


En ella participan importantes teólogos, cardenales y obispos


Con el propósito de relanzar el Concilio Vaticano II, la Fundación Ambrosianeum ha impulsado un portal de internet, presentado hoy en Milán.
El nuevo portal (www.vivailconcilio.it) pretende conservar la memoria y contenidos y dar a conocer a los jóvenes este acontecimiento que encaminó a la Iglesia Católica hacia el tercer milenio.
Este proyecto ha implicado a importantes teólogos, cardenales y obispos. El Comité promotor está formado, entre otros, por el cardenal Carlo Maria Martini,que fue arzobispo de Milán; el cardenal Roberto Tucci, ex organizador de los viajes papales por el mundo; y el prelado Luigi Bettazi, que participó junto a los otros en el Concilio Vaticano II.
Entre los promotores están también teólogos como Piero Coda, presidente de la Asociación Teológica Italiana.
Han expresado su apoyo a la iniciativa los cardenales Roger Etchegaray, Silvano Piovanelli, Achille Silvestrini y Dionigi Tettamanzi, así como una veintena de obispos, entre ellos el reconocido teólogo Bruno Forte, y monseñor Loris Capovilla, que fuera secretario del papa Juan XXIII.
En el portal --presentado en el día en el que hace 51 años el papa Juan XXIII anunció la convocatoria del Concilio- se podrán consultar todas las intervenciones magistrales, las lecturas teológicas y otras iniciativas y documentos relacionadas con el evento.
También se pueden ver fotos, imágenes y otros formatos multimedia sobre el Concilio, todo con el objetivo, según sus promotores, de que las personas lo entiendan y comprendan.
El portal explica en su página inicial su razón de ser: “‘Viva el Concilio’ es sobre todo expresión de agradecimiento porque a lo largo de los siglos de su historia a la Iglesia no le ha faltado nunca la asistencia del Espíritu Santo. En el caso del Concilio Vaticano II, una vez más, el Espíritu de Dios no ha ahorrado sus dones, derramándonos en el seno ‘una medida buena, apretada, rellena y rebosante’ (Lc 6,38b). Deo gratias”.
“‘Viva el Concilio’, además de ser una bendición, es una promesa: sólo con la condición de renovar la fidelidad y la verdad de aquél evento espiritual será posible para la Iglesia Católica diponer de los dones recibidos y tener viva su memoria. De modo tenaz, Pablo VI recordó el deber eclesial de la ‘fidelidad al Concilio’, porque tratándose de un evento que reclama la responsabilidad apostólica, primero ‘debemos comprenderlo’, luego ‘debemos seguirlo’”.
“‘Viva el Concilio’ es una tarea que se funda en la memoria, empeña el presente y abre a la profecía. Hay que ‘recordar que el Concilio surgió del gran corazón del papa Juan XXIII […] Todos nosotros somos en verdad deudores de este extraordinario evento eclesial’ (Benedicto XVI). Por esto, la lección del último Concilio debe ser acogida como ‘la gran gracia de la que la Iglesia se ha beneficiado en el siglo XX: en él se nos ha ofrecido una brújula segura para orientarnos en el camino del siglo que se abre’ (Juan Pablo II)”.
“‘Viva el Concilio’ quiere ser, por último, un sitio web en el que se encontrarán: fuentes, intervenciones magisteriales, ensayos teológicos; iniciativas (textos, videos, congresos y publicaciones) útiles para urgir al pueblo de Dios a leer e interpretar ‘en el cono de luz del Concilio’ (Pablo VI) la acción y el testimonio eclesial en el hoy de la historia”.
El comité promotor de “Viva el Concilio” está integrado por: Giacomo Canobbio (Brescia); Piero Coda (Loppiano); Severino Dianich (Pisa); Massimo Nardello (Modena); Gilles Routhier (Québec); Marco Vergottini (Milán, coordinador); cardenal Carlo Maria Martini; cardenal Roberto Tucci; y monseñor Luigi Bettazzi.

1/26/10

Aborto e ideología de género

“La sexualidad humana es una actividad, no una identidad”


Por Grégor Puppinck, director del European Centre for Law and Justice*, una ONG con base en Estrasburgo especializada en derecho europeo:

Dos resoluciones se someterán a examen y a votación en el Parlamento Europeo esta semana.
Una de estas resoluciones está dirigida a promover los derechos de los “LGBT” (Lesbianas, Gays, Bisexuales y Transexuales), entre ellos el matrimonio, la adopción y la inseminación artificial; la otra, a animar una política de reducción demográfica que incluye el aborto como medio para ello.
Ha participado en los trabajos del “Comité de expertos sobre la discriminación por razón de la orientación sexual y la identidad de género” (DH-LGTB) del Consejo de Europa.
- La atención se ha dirigido a dos textos problemáticos que serán sometidos a examen y a voto durante la próxima sesión de la Asamblea Parlamentaria, esta semana. Diversos diputados y ONG se han manifestado para corregir o contrarrestar estos textos. ¿De qué se trata?
G. Puppinck: Se trata de dos informes parlamentarios elaborados en marco del Consejo de Europa.
Tienen como objetivo, por un lado promover los derechos de los “LBGT” (Lesbianas, Gays, Bisexuales y Transexuales), entre ellos el matrimonio, la adopción o la inseminación artificial.
Y por otro, fomentar una política de reducción demográfica, incluso a través, y aquí está lo problemático, del aborto.
Los informes serán debatidos y votados el miércoles 27 y el viernes 29 de enero, respectivamente, en Estrasburgo.
- ¿Qué problemas concretos presenta el informe sobre los derechos de los “LBGT”?
G. Puppinck: El informe de M. Andréas Gross, cuyo título preciso es “Discriminación por razón de la orientación sexual y la identidad de género” es problemático porque no se limita al objetivo respetable de querer proteger a las personas “LBGT” de la violencia y discriminaciones injustificadas.
En realidad, más allá, la resolución tiende a forzar la opinión y las conciencias imponiendo la idea según la cual todo tipo de relaciones (heterosexuales, homosexuales, bisexuales o transexuales) serían equivalentes desde el punto de vista de la naturaleza y la moral.
Como resultado de ello, no se permitiría ninguna distinción moral, política o jurídica, por ejemplo en relación al matrimonio, la adopción o la inseminación artificial.
Y yendo más allá de la legítima protección de las personas “LBGT” contras la violencia psíquica y las discriminaciones injustificadas, esta resolución viola varios derechos fundamentales.
En primer lugar, las libertades de opinión, de expresión y de religión se debilitan, ya que ya no se considerará admisible tener una opinión moral o religiosa sobre la homosexualidad.
Es sencillamente el derecho a no estar de acuerdo el que se retira en beneficio de un pensamiento único, en nombre de “la erradicación de la homofobia y la transfobia”.
La libertad de la Iglesia y de los creyentes está directamente y actualmente amenazada en este ámbito.
Después, el interés de los niños y de las familias también se ve igualmente amenazado. De hecho, la familia y los niños ya no son reconocidos como realidades naturales en sí mismas, sino como deseos subjetivos.
Dado que el adulto LGBT tiene el deseo, esta resolución concluye que existen “derechos” para ellos a casarse, a adoptar niños y a fundar “una familia” como si las realidades naturales no existieran.
En cuanto al interés superior del niño, se hace silencio. Por otra parte, sería conveniente educar a los niños desde la más tierna edad contra los prejuicios.
- ¿Cuál es la filosofía subyacente en esta resolución?
G. Puppinck: La afirmación de los derechos de las personas LBGT se realiza, por una parte, por la negación de las distinciones objetivas entre las realidades, sin embargo diferentes, que son una pareja heterosexual y las relaciones LGBT.
Y por otra parte, sobre el fundamento de una neutralización moral de la sexualidad, especialmente en su variante LGBT.
Esta resolución se basa en el presupuesto de que la sexualidad es externa a la esfera de la acción moral.
Sin embargo, la sexualidad humana, como toda actividad voluntaria, posee una dimensión moral: es una actividad que pone en obra la voluntad individual al servicio de una finalidad; no es una “identidad”.
En otras palabras, depende del actuar y no del ser, incluso aunque las tendencias homosexuales pudieran estar profundamente arraigadas en la personalidad.
Negar la dimensión moral de la sexualidad equivale a negar la libertad de la persona en la materia y lleva a atentar, en última instancia, contra su dignidad ontológica.
Las consecuencias de este supuesto aparecen a lo largo del texto que se somete al examen y a la votación de la Asamblea.
Así, en él, por ejemplo, se compara el comportamiento sexual con criterios como la raza, la edad o el sexo, a pesar de que estos últimos criterios están comúnmente acepados por su objetividad; caen en el “ser” y no en el actuar.
En un sentido más general, la principal consecuencia -y el objetivo, sin duda- de la exteriorización de la sexualidad de la esfera de la acción moral, es impedir la posibilidad misma de una apreciación moral del comportamiento.
Como resultado, la justificación moral de una diferencia de trato -de una discriminación- se hace imposible: los distintos tipos de comportamientos sexuales son presentes in abstracto como neutros y equivalentes entre sí.
Se hace imposible e incluso se prohíbe expresar una opinión sobre esta cuestión.
Por el contrario, la aproximación clásica y propiamente jurídica del concepto de discriminación se basa en la evaluación in concreto de las circunstancias que justifican, o no, una diferencia de trato.
Se atenta así contra el derecho a tener una opinión personal sobre un tipo de comportamiento determinado, y a actuar en consecuencia en la esfera propia.
Se prohíbe valorar desde el punto de vista moral la diferencia entre las realidades distintas que son una pareja heterosexual y las relaciones LGBT, condenados a adoptar un enfoque indiferente incapaz de responder a las reivindicaciones idealistas de pretendidos “derechos”, como el derecho al matrimonio, a la adopción o a la procreación médicamente asistida.
Y esto porque existe el imperativo de preservar las libertades jurídicas de conciencia y de religión, de pensamiento y de palabra.
- ¿Cómo actua el European Centre for Law and Justice (ECLJ) sobre esta cuestión?
G. Puppinck : Como Organización No Gubernamental especializada en derecho internacional y europeo de derechos humanos, el ECLJ ha escrito una memoria muy en profundidad que detalla, basándose en un análisis puramente jurídico, los elementos de esta resolución que deben corregirse.
Esta memoria está disponible, en inglés, en la web del ECLJ.
Hemos preparado la memoria a petición de un grupo de diputados activos dirigido por el muy dinámico diputado italiano Luca Volontè.
Hasta el momento, la Asamblea Parlamentaria ha actuado con una relativa indiferencia sobre unas cuestiones sin embargo muy sensibles, cuando sus recomendaciones tienen una influencia real, especialmente en la jurisprudencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos.
Es, por tanto, importante supervisar de cerca sus trabajos. En los últimos años, otras ONG realizan una actividad de lobbying directo y clásico, por ejemplo invitando a escribir a los diputados.
Eso funciona muy bien. Los datos de los diputados se encuentran en la web de la Asamblea parlementaria.
- ¿Y respecto al otro texto, sobre la demografía, que se votará esta semana?
G. Puppinck: Se trata de una resolución titulada “Quince años después del Programa de acción de la Conferencia internacional sobre la población y el desarrollo”, en referencia a la “Conferencia de El Cairo”. Será debatido el viernes 29 de enero.
El ECLJ ha expresado su preocupación por la promoción del aborto como medio de control demográfico y de planificación familiar.
Durante la negociación del Programa de acción de El Cairo, los Estados miembros de Naciones Unidas excluyeron explícitamente el aborto de los medios de regulación de los nacimientos, así como se excluyó la afirmación de un hipotético “derecho” fundamental al aborto.
Por último, el conjunto del informe se basa en una ideología neomalthusiana en la que se insiste en la necesidad concreta de limitar los nacimientos en los países pobres.
También para esta resolución, el ECLJ ha realizado un estudio de fondo, disponible, en francés y en inglés, en internet.
Esta intervención ha provocado un primer aplazamiento del examen del texto, previsto inicialmente para la última sesión.
En este análisis, insistimos mucho en el hecho de que promover el aborto viola los valores fundamentales sobre los que está construido el Consejo de Europa.
Esta promoción es contraria a la protección de la vida humana y de la dignidad, así como al respeto de la soberanía nacional.
El Programa de acción de El Cairo no creó el “derecho” al aborto, y dejó a los Estados miembros el cargo de decidir el grado de protección del que se beneficia el niño por nacer en sus países.
El programa de acción precisa que la realización de sus recomendaciones “es un derecho soberano que cada país ejerce de manera compatible con sus leyes nacionales y sus prioridades en materia de desarrollo, respetando plenamente las diversas religiones, los valores éticos y los orígenes culturales de su pueblo, y en conformidad con los principios de los derechos humanos reconocidos universalmente”.
* El Centro Europeo para la Justicia y los Derechos Humanos (“ECLJ”) es una Organización No Gubernamental internacional fundada en 1998 en Estrasburgo y tiene como objetivo la protección de los derechos humanos y la libertad religiosa en Europa. Los juristas del ECLJ han intervenido en numerosos casos llevados incluso ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos. El ECLJ goza de un Estatuto Consultivo Especial ante las Naciones Unidas (ONU) y está acreditado ante el Parlamento europeo.

1/25/10

“Todos debemos dar los pasos necesarios hacia la unidad”

 

Homilía del Papa en las Vísperas conclusivas de la Semana por la Unidad de los Cristianos

 

Queridos hermanos y hermanas,

reunidos en fraternal asamblea litúrgica, en la fiesta de la conversión del Apóstol Pablo, concluimos hoy la anual Semana de oración por la Unidad de los cristianos. Quisiera saludaros a todos con afecto y, en particular, al cardenal Walter Kasper, presidente del Consejo Pontificio para la Unidad de los Cristianos, y al Arcipreste de esta Basílica, monseñor Francesco Monterisi, con el Abad y la comunidad de los monjes, que nos acogen. Dirijo también mi pensamiento cordial a los señores cardenales presentes, a los obispos y a todos los representantes de las Iglesias y de las Comunidades eclesiales de la Ciudad, aquí reunidos.

No han pasado muchos meses desde que se concluyó el Año dedicado a San Pablo, que nos ofreció la posibilidad de profundizar en su extraordinaria obra de predicador del Evangelio, y, como nos ha recordado el tema de la Semana de oración por la unidad de los cristianos – “Vosotros sois testigos de esto” (Lc 24, 48) –, nuestra llamada a ser misioneros del Evangelio. Pablo, a pesar de conservar viva e intensa memoria de su propio pasado como perseguidor de los cristianos, no duda en llamarse Apóstol. En fundamento de este título, hay para él un encuentro con el Resucitado en el camino de Damasco, que se convierte también en el comienzo de una incansable actividad misionera, en la que consumirá todas sus energías para anunciar a todas las gentes a ese Cristo que había encontrado personalmente. Así Pablo, de perseguidor de la Iglesia, se convertirá él mismo en víctima de la persecución por causa del Evangelio del que daba testimonio. Escribe en la Segunda carta a los Corintios: “Cinco veces recibí de los judíos cuarenta azotes menos uno; tres veces fui azotado con varas, una vez apedreado... Viajes frecuentes; peligros de ríos; peligros de salteadores; peligros de los de mi raza; peligros de los gentiles; peligros en ciudad; peligros en despoblado; peligros por mar; peligros entre falsos hermanos; trabajo y fatiga; noches sin dormir, muchas veces; hambre y sed; muchos días sin comer; frío y desnudez. Y aparte de otras cosas, mi responsabilidad diaria: la preocupación por todas las Iglesias” (2 Cor 11,24-25.26-28). El testimonio de Pablo alcanzará el culmen en su martirio cuando, precisamente no lejos de aquí, dará prueba de su fe en el Cristo que vence a la muerte.

La dinámica presente en la experiencia de Pablo es la misma que encontramos en la página del Evangelio que acabamos de escuchar. Los discípulos de Emaús, tras haber reconocido al Señor resucitado, vuelven a Jerusalén y encuentran a los Once reunidos junto con los demás. El Cristo resucitado se les aparece, los consuela, vence su temor, sus dudas, se hace comensal suyo y les abre el corazón a la inteligencia de las Escrituras, recordando todo lo que tenía que suceder y que se convertirá en el núcleo central del anuncio cristiano. Jesús afirma: “Así está escrito que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día, y se predicara en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén” (Lc 24,46-47). Estos son los acontecimientos de los cuales darán testimonio ante todo los discípulos de la primera hora y, a continuación, los creyentes en Cristo de todo tiempo y de todo lugar. Es importante, sin embargo, subrayar que este testimonio, entonces como hoy, nace del encuentro con el Resucitado, se nutre de la relación constante con Él, está animado por el amor profundo hacia Él. ¡Solo quien ha hecho experiencia de sentir a Cristo presente y vivo - “Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo” (Lc 24,39) -, de sentarse a la mesa con Él, de escucharle para que haga arder el corazón, puede ser Su testigo! Por esto, Jesús promete a los discípulos y a cada uno de nosotros una poderosa asistencia de lo alto, una nueva presencia, la del Espíritu Santo, don del Cristo resucitado, que nos guía hacia la verdad completa: “Mirad, voy a enviar sobre vosotros la Promesa de mi Padre” (Lc 24,49), dice a los Once y a nosotros. Los Once consumieron toda la vida en anunciar la buena noticia de la muerte y la resurrección del Señor, y casi todos sellarán su testimonio con la sangre del martirio, semilla fecunda que ha producido una cosecha abundante.

La elección del tema de la Semana de oración por la unidad de los cristianos de este año, es decir, la invitación a un testimonio común del Cristo resucitado según el mandato que Él confió a los discípulos, está unida al recuerdo del centenario de la Conferencia misionera de Edimburgo, en Escocia, que es considerada por muchos como un acontecimiento determinante para el nacimiento del movimiento ecuménico moderno. En el verano de 1910, en la capital escocesa, se encontraron más de mil misioneros, pertenecientes a diversas ramas del Protestantismo y del Anglicanismo, al que se añadió un huésped ortodoxo, para reflexionar juntos sobre la necesidad de llegar a la unidad para anunciar creíblemente el Evangelio de Jesucristo. De hecho, es precisamente el deseo de anunciar a los demás a Cristo y de llevar al mundo su mensaje de reconciliación el que hace experimentar la contradicción de la división de los cristianos. ¿Cómo podrán, de hecho, los incrédulos acoger el anuncio del Evangelio si los cristianos, a pesar de referirse todos al mismo Cristo, están en desacuerdo entre ellos? Por lo demás, como sabemos, el mismo Maestro, al término de la Última Cena, había rezado al Padre por sus discípulos: “Que todos sean uno... para que el mundo crea” (Jn 17, 21). La comunión y la unidad de los discípulos de Cristo es, por tanto, condición particularmente importante para una mayor credibilidad y eficacia de su testimonio.

A un siglo de distancia, desde el acontecimiento de Edimburgo, la intuición de aquellos valientes precursores es aún actualísima. En un mundo marcado por la indiferencia religiosa, e incluso por una creciente aversión hacia la fe cristiana, es necesaria una nueva, intensa, actividad de evangelización, no sólo entre los pueblos que nunca han conocido el Evangelio, sino también en aquellos en los que el Cristianismo se difundió y forma parte de su historia. No faltan, por desgracia, cuestiones que nos separan a unos de otros, y que esperamos que puedan ser superadas a través de la oración y el diálogo, pero hay un contenido central del mensaje de Cristo que podemos anunciar todos juntos: la paternidad de Dios, la victoria de Cristo sobre el pecado y sobre la muerte con su cruz y su resurrección, la confianza en la acción transformadora del Espíritu. Mientras estamos en camino hacia la comunión plena, estamos llamados a ofrecer un testimonio común frente a los desafíos cada vez más complejos de nuestro tiempo, como la secularización y la indiferencia, el relativismo y el hedonismo, los delicados temas éticos respecto al principio y al final de la vida, los límites de la ciencia y de la tecnología, el diálogo con las demás tradiciones religiosas. Hay además ulteriores campos en los que debemos desde ahora dar un testimonio común: la salvaguarda de la Creación, la promoción del bien común y de la paz, la defensa de la centralidad de la persona humana, el compromiso por vencer las miserias de nuestro tiempo, como el hambre, la indigencia, el analfabetismo, la desigual distribución de los bienes.

El compromiso por la unidad de los cristianos no es sólo tarea de algunos, ni actividad accesoria en la vida de la Iglesia. Cada uno está llamado a dar su aportación para llevar a cabo los pasos que lleven hacia la comunión plena entre todos los discípulos de Cristo, sin olvidar nunca que ésta es ante todo don de Dios que hay que invocar constantemente. De hecho, la fuerza que promueve la unidad y la misión surge del encuentro fecundo y apasionante con el Resucitado, como sucedió con san Pablo en el camino de Damasco, y con los Once y los demás discípulos reunidos en Jerusalén. Que la Virgen María, Madre de la Iglesia, haga que cuanto antes se pueda realizar este deseo de su Hijo: “Que todos sean uno... para que el mundo crea” (Jn 17,21). Amén.

El cruzado de la caridad

Entrevista con el cardenal Paul Josef Cordes


Cuando Paul Josef Cordes era niño en su nativa Alemania, descubrió que una monja había estado rezando por su vocación, y no le agradó. Ahora, cardenal y responsable del consejo vaticano que supervisa las organizaciones de caridad de la Iglesia, dice que debe mucho de lo que hoy es a las oraciones de aquella religiosa.
Cordes nació en Kirchhundem, archidiócesis de Paderborn (Alemania) en 1934. Sus padres poseían un cine, un restaurante y un hotel.
De pequeño, recordaba, una religiosa rezaba intensa y constantemente para que Dios le hiciera sacerdote. Nunca habló a Cordes de esto, ni nunca le preguntó si le gustaría serlo. Cuando oyó hablar de esto por primera vez, no le gustó mucho, y se lo dijo a ella que sonrió y se rió.
Desde aquel momento, hicieron un “trato”, contaba el cardenal, añadiendo que, cada vez que ha tenido que hacer algo difícil, le ha escrito para que rece. El cardenal está convencido que fueron las oraciones de esta religiosa las que fomentaron su vocación.
El cardenal Cordes, de 75 años, ha sido presidente del Pontificio Consejo Cor Unum desde 1995, cuando dejó el Pontificio Consejo Justicia y Paz. Acaba de publicar dos libros: “Where Are the Helpers: Caritas and Spirituality?” (Notre Dame University Press), y “Why Priests? Various Answers Guided by the Teachings of Benedict XVI” (Scepter Press).
En esta entrevista con ZENIT, el cardenal Cordes reflexiona sobre la tarea a la que se ha dedicado durante los últimos 15 años: la Caridad.
-¿Cuál es la misión de Cor Unum?
Cardenal Cordes: El Pontificio Consejo Cor Unum es el dicasterio de la Santa Sede encargado de la realización concreta de las intenciones caritativas del Santo Padre. En su primera encíclica – Deus Caritas Est – Benedicto XVI describe Cor Unum como “el organismo de la Santa Sede responsable para la orientación y coordinación entre las organizaciones y las actividades caritativas promovidas por la Iglesia Católica (No. 32).
Establecido en 1971 por el Papa Pablo VI, Cor Unum – o “un corazón” – recuerda la unidad de corazón y mente de los primeros cristianos e identifica su misión unificadora en términos de caridad. Una parte importante de esta labor se hace a través de la “catequesis” en la caridad que implica el espíritu de la actividad caritativa de la Iglesia.
Debemos mostrar el amor que tenemos a los demás y comunicarlo a otros. Debemos ser seres humanos, no técnicos o únicamente administrativos. El encuentro personal es la clave, que es la causa de que dependa tanto del corazón y del testimonio personal. Necesitamos desarrollar un espíritu de celosa convicción para no desarrollar una mentalidad funcional.
Aunque Cor Unum asiste a las agencias para fomentar su convicción de fe, los esfuerzos de ayuda más técnicos y prácticos son gestionados por las instituciones nacionales e internacionales. Un ejemplo de esto último es Caritas Internationalis, una plataforma para diversas instituciones caritativas de todo el mundo. Cor Unum tiene la competencia específica de “guiar y acompañar” a Caritas Internationalis, tanto a nivel internacional como regional (Carta Pontificia Durante la Última Cena, septiembre de 2004).
Cor Unum también administra dos fundaciones: La Fundación Populorum Progressio, que está dirigida a los más abandonados y necesitados de protección entre los indígenas y campesinos de Latinoamérica, y La Fundación Pontificia Juan Pablo II para el Sahel, destinada a combatir la desertificación en la parte meridional del Sáhara. Además, el consejo tiene una limitada financiación para ayudas de emergencia, que, en nombre del Papa, van directamente a los necesitados.
-¿Cuál debe ser, según su opinión, la prioridad de las agencias de ayuda y desarrollo católicas?
Cardenal Cordes: La prioridad de cualquier organización católica, incluyendo las agencias de ayuda y desarrollo, es llevar el rostro de Cristo y su Evangelio al pobre y al necesitado. Este es el deseo de todo cristiano que intente dar lo mejor de sí: el amor de Dios presente en Jesucristo. La noción de que una organización católica puede funcionar o trabajar sin la dimensión de evangelización mina el fundamento y el propósito esencial de la entidad. Implicarse en el mundo no significa la incorporación de los valores y creencias del mundo a la Iglesia sino, más bien, la infusión del Evangelio en el mundo para su salvación.
Tenemos la Cruz Roja y otras grandes entidades filantrópicas, y todas están muy bien. Pero si analizamos lo que es específicamente cristiano, nos percatamos que va más allá de la miseria humana. Con frecuencia, la ayuda material no es suficiente, si las personas se encuentran en dificultades a las que no se puede ayudar con pan para comer, o con un techo sobre sus cabezas, o con medicinas. ¿Qué se ofrece a una persona que se está muriendo? ¿O a una mujer que ha perdido a sus hijos en un terremoto? Podemos dar consuelo, hablar de Dios que nos ha preparado la vida eterna. Este mensaje es esencial, y nosotros, los fieles, deberíamos salvaguardarlo.
Esta convicción no debería identificarse con el proselitismo. Como dice Benedicto XVI en su encíclica: “La caridad no ha de ser un medio en función de lo hoy se considera proselitismo. El amor es gratuito; no se practica para obtener otros objetivos. Pero esto no significa que la acción caritativa deba, por decirlo así, dejar de lado a Dios y a Cristo. Siempre está en juego todo el hombre. Con frecuencia, la raíz más profunda del sufrimiento es precisamente la ausencia de Dios. Quien ejerce la caridad en nombre de la Iglesia nunca tratará de imponer a los demás la fe de la Iglesia” (Deus Caritas Est, No. 31c).
-En sus viajes a las diversas conferencias episcopales del mundo entero para dar a conocer la enseñanza de la primera encíclica de Benedicto XVI – Deus Caritas Est – usted advertía contra la tendencia de las agencias de ayuda y desarrollo católicas hacia el secularismo. ¿Cuáles son sus preocupaciones principales y específicas en esta área?
El cardenal Cordes: Como en mi reciente visita a la Conferencia Episcopal Australiana (23 a 29 de noviembre), he sido invitado a algunas asambleas plenarias, incluyendo Estados Unidos, India, Filipinas, Inglaterra y Gales, Rusia, Polonia, Austria y España. Una de las primeras cosas que hago es afirmar el gran bien que hacen tantas de nuestras organizaciones caritativas católicas, que llevan el testimonio de la presencia de Cristo en el mundo. Quienes lo llevan a cabo suelen algunas de las personas más dedicadas y llenas de fe de entre los creyentes. Son irreemplazables en términos de misión y mensaje de la Iglesia.
Sin embargo, a lo largo de los años que he pasado en Cor Unum, las mismas organizaciones han compartido con nosotros sus luchas para servir a los necesitados y mantener su fe e identidad católicas. El secularismo es una de las muchas ideologías que buscan influir en la forma en que la se lleva a cabo la caridad católica. El tema de la financiación, especialmente de fuentes exteriores al mundo de fe, de gobiernos y de donantes privados, plantea en ocasiones restricciones a la dimensión religiosa de nuestra actividad caritativa, y obliga al abandono de elementos cristianos como requisito previo para las donaciones.
Otra influencia laicista proviene de la promoción de la cultura de la muerte, que presiona a los grupos de trasfondo creyente a apartarse de las enseñanzas morales respecto a la vida humana. Una tercera es la noción de la sociedad laica de que el compromiso es al mayor valor, en interés de la armonía. Esto puede parecer algo muy atractivo, especialmente cuando se trata de las dificultades que puedan surgir de la moral y la enseñanza social de la Iglesia, pero otorga una unidad meramente superficial. Es importante que tengamos presente que, frecuentemente, como creyentes, debemos implicarnos en el mundo para traerle a Cristo a través de la misión de la Iglesia, no para hacer a la Iglesia y a Cristo a imagen del mundo.
-¿Cómo trata estas preocupaciones Deus Caritas Est y cómo ayuda a consolidar la identidad católica de estas organizaciones?
Cardenal Cordes: El Santo Padre busca reorientarnos a todos nosotros hacia la realidad de la Caridad de Cristo, recordándonos el significado y la naturaleza verdaderos de lo que Dios ha revelado de sí mismo: una unidad amorosa de Tres Personas. Benedicto XVI nos pide que contemplemos esta Trinidad y nos conformemos a nosotros mismos de acuerdo a las amorosas Personas que contemplamos. Al intentar reflexionar sobre esta realidad de amor, debe considerarse la verdadera caridad y la dignidad plena de todas las mujeres y hombres a imagen de Dios. Manteniendo estos amores tan verdaderos ante nuestros ojos, que se nos muestran tan intensamente en la Cruz de Cristo, la identidad de las organizaciones y de su misión quedan bastante claras.
-¿Qué es lo que hace Cor Unum para asegurar que estas organizaciones no se convierten en ideológicas o viran para adoptar valores laicistas en sus prácticas?
Cardenal Cordes: Hay al menos tres elementos importantes:
Primero, junto a la proclamación de la Palabra y a la celebración de la liturgia, el obispo es el primer responsable de la misión de caridad en su diócesis. En el curso de las visitas ad limina de los obispos a Cor Unum y de mis visitas a las diversas conferencias episcopales del mundo, he intentado recordar a los pastores esta responsabilidad.
Deus Caritas Est confirma esto de forma categórica: “Es propio de la estructura episcopal de la Iglesia que los obispos, como sucesores de los Apóstoles, tengan en las Iglesias particulares la primera responsabilidad de cumplir, también hoy, el programa expuesto en los Hechos de los Apóstoles (# 32). Puesto los obispos llevan el peso de la caridad no pueden simplemente delegar o abdicar esta responsabilidad final en otros. Esto no quiere decir, en modo alguno, que deban hacer todo ellos mismos, algo que sería imposible. Pero esto quiere decir que aquellos que asisten en esta necesaria labor lo hacen en conexión y bajo la supervisión y guía del pastor con el que el Señor ha proveído a la diócesis.
Como segunda área, Cor Unum tiene, como uno de sus principales deberes, la proclamación de la “Catequesis de Caridad”. La encíclica del Santo Padre hace esto más fácil e incluso más vivo, y además, algo mucho más importante, proporciona una oportunidad para la reflexión, tanto para el dicasterio como para todas las organizaciones de caridad católicas.
Cuando pienso en los cientos de personas con las que me he encontrado, llenas de fe y motivados por su amor a Cristo, que lleva a cabo incontables labores de caridad dentro de la Iglesia cada día, un creciente número de los cuales como voluntarios, encuentro verdaderamente difícil que alguien quiera seguir la senda incorrecta.
Les animamos a poner en práctica las exigencias ordinarias de la vida cristiana y animamos a sus obispos a darle inspiración y guía apropiada. Intentamos apoyar una mayor apertura por parte de los empleados a tiempo completo de las organizaciones de caridad hacia los cada vez más numerosos voluntarios que se encuentran en cada parroquia y en tantos nuevos movimientos. También intentamos que los órganos directivos de las organizaciones conozcan las directivas propuestas en la nueva encíclica. En nuestras dos últimas Asambleas Plenarias, reflexionamos con nuestros miembros y consultores sobre la necesidad de establecer directrices que ayuden a la formación de los trabajadores de las agencias de caridad, tanto asalariados como voluntarios.
Una tercera y reciente iniciativa del Pontificio Consejo son los “Ejercicios Espirituales” para los directores de Caritas y de otras organizaciones de caridad católicas, organizados en los diversos continentes. En junio de 2008, estos tuvieron lugar en Guadalajara, México, para América (Norte y Sur), y asistieron cerca de 500 personas, incluyendo a 40 obispos. El pasado septiembre, un encuentro similar tuvo lugar en Taipéi, Taiwán, para el gran continente de Asia. Más de 450 personas acogieron con satisfacción nuestra invitación, de los que cinco eran cardenales y 60 obispos.
La muy positiva respuesta que hemos recibido de ambos eventos muestra la sed de espiritualidad en el campo de la caridad. Los participantes apreciaron especialmente que la caridad cristiana no se pueda separar de su raíz, la Palabra, y que se nutra siempre de la oración. La Palabra de Dios y la oración: esto nutre alimenta las raíces de la fe en la actividad caritativa. La importancia de esta iniciativa se puede apreciar de las conmovedoras palabras de un arzobispo de una gran diócesis en Vietnam: “Tras los ejercicios espirituales, estoy más convencido que nunca de que la labor de caridad significa esto: revelar a los demás el amor de Dios; conformarme más a Jesús a través de la íntima relación con el Padre; e irradiar esta intimidad a mi gente sin distinción. Intentaré compartir la experiencia de Taipéi con el Pueblo de Dios de mi archidiócesis”.
En la Asamblea Plenaria del episcopado australiano, expresé nuestro deseo de ofrecer ejercicios espirituales para los directores de las organizaciones de caridad de la Iglesia en Australia, Nueva Zelanda y Oceanía. Los obispos apoyaron la idea, y ahora están buscando las fechas más adecuadas.
-¿Cuánto depende de las conferencias episcopales regionales el asegurar que las agencias católicas llevan a cabo la labor que quiere la Iglesia?
Cardenal Cordes: Hace algún tiempo – el 9 de septiembre del 2002, para ser exactos – el antiguo Secretario de Estado, el cardenal Angelo Sodano, envió una carta a todas las conferencias episcopales del mundo sobre este preciso tema. Aclaraba que la responsabilidad última de todas las actividades caritativas de su diócesis, incluso aunque confíe en otros para que le ayuden, pertenece al obispo: “De hecho”, observaba el cardenal, “el dar testimonio de caridad en el nombre de Cristo se menciona explícitamente en la liturgia de la ordenación episcopal con la pregunta: ¿Estás dispuesto a acoger siempre y misericordiosamente, en el nombre del Señor, al pobre y todo el que tenga necesidad de consuelo y ayuda?”.
La encíclica Deus Caritas Est de Benedicto XVI confirma esta responsabilidad de forma incluso más categórica.
-¿Cómo ve usted el futuro de la labor católica asistencial y para el desarrollo?
Cardenal Cordes: No podemos cometer la equivocación de creer que podemos erradicar la pobreza por nosotros mismos, puesto el mismo Señor nos aseguró que los pobres siempre estarán con nosotros. El paraíso en la tierra es una ilusión. Como establece Benedicto XVI en Deus Caritas Est: “Nunca habrá situaciones en las que no haga falta la caridad de cada cristiano individualmente, porque el hombre, más allá de la justicia, tiene y tendrá siempre necesidad de amor” (No. 29).
Hemos llegado a un mayor aprecio del futuro de la labor asistencial y al desarrollo católica al reflexionar en la vida de la primera Iglesia: “Él (Jesús) pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el mal, porque Dios estaba con él” (Cf. Hechos 10:38). La misión misma de la Iglesia es “hacer el bien” y proclamar la Buena Nueva a los pobres como hizo Cristo.
La credibilidad de nuestro testimonio evangélico a través de la caridad se encontrará en hacer todo lo que podamos para proporcionar una experiencia de la bondad de Dios, permitiéndole así que cure las heridas de la humanidad.
-Usted dio también una conferencia en la Universidad Católica Australiana sobre la última encíclica del Santo Padre, Caritas in Veritate. ¿Cuál fue su idea principal?
Cardenal Cordes: He intentado comprender la encíclica dentro de la historia de la doctrina social de la Iglesia. Desde los tiempos de la Revolución Industrial, la lucha de la Iglesia por la dignidad humana se centró en metas sociales y políticas. Tuvo como objetivo una eficacia mundanal interna. En el reciente Sínodo Especial para África en el Vaticano (octubre de 2009), las intervenciones de muchos obispos se centraron en esto. La labor de Caritas o la encíclica Deus Caritas Est apenas se mencionaron. De hecho, el documento preparatorio – los Lineamenta – mencionaba la palabra clave “justicia” no menos de 160 veces (la palabra “amor” sólo parecía tres veces). Es cierto, estos detalles se inspiraban en las diversas necesidades de África.
El mismo tema del sínodo – “Justicia, Paz, Reconciliación” – animaba tales contenidos. Fue deplorable, sin embargo, que la labor caritativa de las Iglesias locales y el compromiso de los voluntarios en las comunidades, de las que nosotros en Cor Unum oímos tantas cosas buenas durante las visitas ad limina de los obispos africanos, no tuvieran resonancia.
Más inquietante incluso es el hecho de que casi exclusivamente el compromiso en nombre de la humanidad sea cambiar las estructuras sociales. De esta forma, la comprensión de Caritas y de sus metas estará dominad por una perspectiva meramente política. Obviamente, el ejemplo de ciertas organizaciones de caridad de la Iglesia, que acompañan algunos eventos de la ONU y encuentros mundiales con protestas políticas, animando a una “cultura de protesta”, se ha convertido en una escuela. Es bastante lógico que luego la descripción de las metas para la labor de Caritas África, que se presentaron al sínodo de los obispos en un folleto, culmine en el cambio social (“Defensa del Pobre”).
En su nuevo documento, Caritas in Veritate, Benedicto XVI es claramente consciente de esta tendencia secularizante. Asume la perspectiva de fe, y plantea las directivas sociales de la Iglesia a la luz la Caritas, del amor. El Papa enseña: “La caridad está en el corazón de la doctrina social de la Iglesia” (No. 2). El amor se entiende aquí “recibido y dado” por Dios (No. 5). Es el amor del Padre como Dios Creador, del Hijo como Redentor, e impulsado a través del Espíritu Santo que adorna la vida comunitaria de los hombres y las mujeres en base a ciertos principios.
Para el desarrollo humano, la encíclica afirma el “lugar central de la caridad” (No. 19). La sabiduría – dice la carta – que es capaz de dirigir a los hombres “debe sazonarse con la sal de la caridad” (No. 30). Estas frases simples y evidentes que encontramos tienen importantes implicaciones: separada de la experiencia cristiana, la doctrina social se convertiría en una ideología como cualquier otra, que el Papa Juan Pablo II rechazaba. O incluso se podría convertir en un manifiesto sin alma. En realidad, la instrucción social “encarna” al fiel en la sociedad. Convierte en un deber para el cristiano encarnar su fe. Como establece el documento: “La caridad manifiesta siempre el amor de Dios también en las relaciones humanas, otorgando valor teologal y salvífico a todo compromiso por la justicia en el mundo” (No. 6).
Tales rasgos de la doctrina social la anclan firmemente a la Revelación. En esto vemos una continuidad directa con el mensaje de Deus Caritas Est y su orientación de fe para toda diakonia de la Iglesia.
-Usted ha escrito dos libros que pronto se publicarán en inglés. ¿De qué tratan?
Cardenal Cordes: Where are the Helpers: Caritas and Spirituality? (Notre Dame University Press) se ocupa en profundidad de Deus Caritas Est de Benedicto XVI, la primera encíclica de su papado. Puesto que representa la carta magna de nuestra labor – que orienta e inspira la labor caritativa de la Iglesia católica – en este volumen, presento mis propios estudios y otras reflexiones que dilucidan el significado de la asistencia cristiana, que comentan las pautas teológicas, espirituales y canónicas de Deus Caritas Est y que ilustran las formas concretas de ayudar a los necesitados y, al hacerlo, experimentar la bondad de Dios. Este trabajo muestra la necesidad de una “formación del corazón” para quienes se implican en la actividad caritativa. ,
“Why Priests? Various Answers Guided by the Teachings of Benedict XVI (Scepter Press) es el segundo libro. Está escrito en el contexto del Año Sacerdotal, querido por Benedicto XVI. Intenta abordar algunas cuestiones muy relevantes a las que se enfrenta la Iglesia de hoy. Cuando – como escuchamos muchas veces – hay tan pocos sacerdotes, ¿pueden y deben asumir los lacios alguna parte del ministerio sacerdotal? ¿Cuándo todos los hombres y mujeres tienen igual dignidad a los ojos de Dios, no es también el momento de organizar las parroquias democráticamente? ¿Tras la eficaz división de la labor del cuidado de almas o de las estructuras organizativas de las parroquias, por qué necesita la Iglesia a los sacerdotes?
Busco una respuesta a través del diálogo con el teólogo Benedicto XVI, cuyas declaraciones fundacionales sobre el ministerio de los sacerdotes se presentan al principio de cada capítulo. De esta forma, las “diversas respuestas” que se ofrecen sobre el sacerdocio católico, son útiles para el sacerdote y su parroquia, el seminarista y su ambiente, así como para todos los interesados en el ministerio sacerdotal, y el proceso de toma de decisiones en la Iglesia.