11/30/10

"La Iglesia siempre debe tratar de encontrar su propia voz"

El Papa a los obispos de Filipinas en visita “ad Limina”



Queridos hermanos obispos:

Tengo el placer de dirigiros a todos una cálida bienvenida con motivo de vuestra visita ad Limina Apostolorum. Doy las gracias al cardenal Gaudencio Rosales, por las amables palabras que me ha dirigido en vuestro nombre, y os aseguro mis oraciones y buenos deseos a vosotros y a todos los fieles confiados a vuestro cuidado pastoral. Vuestra presencia aquí en Roma fortalece los vínculos de comunión entre la comunidad católica en Filipinas y la Sede de Pedro, una comunión que se remonta a más de cuatro siglos desde el primer ofrecimiento del sacrificio eucarístico en sus costas. Así como esta comunión de fe y del sacramento ha alimentado a vuestro pueblo durante muchas generaciones, ruego que pueda seguir actuando como fermento en la cultura actual, para que las generaciones actuales y futuras de los filipinos sigan encontrándose con el gozoso mensaje del Evangelio de nuestro Señor Jesucristo.
Para ser ese fermento, la Iglesia siempre debe tratar de encontrar su propia voz, porque es a través de la proclamación como el Evangelio trae sus frutos que cambian la vida (Mc 16, 15-16). Esta voz se expresa en el compromiso moral y espiritual de las vidas de los creyentes. También se expresa en el testimonio público ofrecido por los Obispos, así como por los profesores de primaria de la Iglesia, y por todos los que tienen una función en la enseñanza de la fe a los demás. Gracias a la presentación clara del Evangelio de la verdad sobre Dios y el hombre, generaciones de celosos clérigos filipinos, religiosos y laicos han promovido un orden social cada vez más justo. A veces, esta tarea de proclamación toca algunas cuestiones relevantes de la esfera política. No es sorprendente, ya que la comunidad política y la Iglesia, aun debidamente diferentes, están sin embargo ambas al servicio del desarrollo integral de todo ser humano y de la sociedad en su conjunto. Por su parte, la Iglesia contribuye sumamente en la construcción de un orden social justo y caritativo cuando, “predicando la verdad evangélica e iluminando todos los sectores de la acción humana con su doctrina y con el testimonio de los cristianos, respeta y promueve también la libertad y la responsabilidad políticas del ciudadano". (Gaudium et Spes, 76).
Al mismo tiempo, el ministerio profético de la Iglesia pide que ésta sea libre “para predicar la fe, enseñar su doctrina social... y dar su juicio moral, incluso sobre materias referentes al orden político, cuando lo exijan los derechos fundamentales de la persona o la salvación de las almas” (ibid.). A la luz de esta tarea profética, encomiendo a la Iglesia en Filipinas a que intente desempeñar su papel en apoyo a la vida humana desde la concepción hasta la muerte natural, y en la defensa de la integridad del matrimonio y de la familia. En estas áreas estáis promoviendo las verdades sobre la persona humana y sobre la sociedad que se derivan no sólo de la revelación divina sino también de la ley natural, un orden que es accesible a la razón humana y que por tanto proporciona una base para el diálogo y para un discernimiento más profundo por parte de todas las personas de buena voluntad. También destaco con aprecio el trabajo de la Iglesia para abolir la pena de muerte en vuestro país.
Una área específica en la que la Iglesia debe encontrar siempre su propia voz viene en el campo de las comunicaciones sociales y los medios de comunicación. La tarea que tiene por delante el conjunto de la comunidad católica es transmitir una visión llena de esperanza de la fe y la virtud para que los filipinos puedan encontrar aliento y guía en su camino a una vida plena en Cristo. Es necesario que se presente al público una voz unificada y positiva en formas tanto de medios de comunicación antiguos como nuevos, para que el mensaje del Evangelio pueda tener un impacto cada vez más poderoso en las personas de la nación. Es importante que el laicado católico competente en comunicaciones sociales ocupe su propio lugar en la propuesta del mensaje cristiano de una manera convincente y atractiva. Si el Evangelio de Cristo es ser levadura en la sociedad filipina, entonces toda la comunidad católica debe estar atenta a la fuerza de la verdad proclamada con amor.
Un tercer aspecto de la misión de la Iglesia de proclamar la palabra de Dios que da vida se encuentra en su compromiso con las preocupaciones sociales y económicas, en particular respecto a los más pobres y débiles de la sociedad. En el Segundo Consejo Plenario de Filipinas, la Iglesia en vuestra nación tomó un especial interés en dedicarse más plenamente al cuidado de los pobres. Es alentador ver que este compromiso ha dado fruto, con instituciones caritativas católicas comprometidas activamente en el país. Muchos de vuestros conciudadanos, sin embargo, permanecen sin empleo, educación adecuada o servicios básicos y así vuestras declaraciones proféticas y vuestra acción caritativa a favor de los pobres continúa siendo muy apreciada. Además de ese esfuerzo, estáis preocupados con razón por que haya un compromiso permanente en la lucha contra la corrupción, ya que el crecimiento de una economía justa y sostenible sólo se logrará cuando haya una aplicación clara y consistente de la regla de la ley en todo el país.
Queridos Hermanos Obispos, como mi predecesor el Papa Juan Pablo II destacó con razón, “vosotros sois Pastores de un pueblo enamorado de María” (14 de enero de 1995). Que su voluntad de llevar la Palabra que es Jesucristo al mundo sea para vosotros una inspiración continua en vuestro ministerio apostólico. A todos vosotros, y a los sacerdotes, religiosos y fieles laicos de vuestras diócesis, imparto de corazón mi Bendición Apostólica como prenda de paz y alegría.

11/29/10

Homilía del Papa en la Vigilia por la Vida Naciente


El sábado en la Basílica de San Pedro



Queridos hermanos y hermanas:

Con esta celebración vespertina, el Señor nos da la gracia y la alegría de abrir un nuevo Año Litúrgico comenzando por su primera etapa: el Adviento, el periodo que hace memoria de la venida de Dios entre nosotros. Todo inicio trae consigo una gracia particular, porque está bendecido por el Señor. En este Adviento se nos concederá, una vez más, hacer experiencia de la cercanía de Aquel que creó el mundo, que orienta la historia y que se ha cuidado de nosotros llegando hasta el culmen de su condescendencia con el hacerse hombre. Precisamente el misterio grande y fascinante del Dios con nosotros, es más, del Dios que se hace uno de nosotros, es cuanto celebraremos en las próximas semanas caminando hacia la santa Navidad. Durante el tiempo de Adviento sentiremos a la Iglesia que nos toma de la mano y, a imagen de María Santísima, expresa su maternidad haciéndonos experimentar la espera gozosa de la venida del Señor, que nos abraza a todos en su amor y nos consuela. Mientras nuestros corazones se dirigen hacia la celebración anual del nacimiento de Cristo, la liturgia de la Iglesia orienta nuestra mirada a la meta definitiva: el encuentro con el Señor que vendrá en el esplendor de la gloria. Por esto nosotros, que en cada Eucaristia, "anunciamos su muerte, proclamamos su resurrección, en espera de su venida”, vigilamos en oración. La liturgia no se cansa de animarnos y de sostenernos, poniendo en nuestros labios, en los días del Adviento, el grito con el que se cierra toda la Sagrada Escritura, en la última página del Apocalipsis de san Juan: “¡Ven, Señor Jesús!" (22, 20).
Queridos hermanos y hermanas, nuestra reunión esta tarde para comenzar el camino del Adviento se enriquece con otro importante motivo: con toda la Iglesia, queremos celebrar solemnemente una vigilia de oración por la vida naciente. Deseo expresar mi agradecimiento a todos aquellos que se han adherido a esta invitación y a cuantos se dedican de modo específico a acoger y custodiar la vida humana en las diversas situaciones de fragilidad, en particular en sus inicios y en sus primeros pasos. Precisamente el inicio del Año Litúrgico nos hace vivir nuevamente la espera de Dios que se hace carne en el seno de la Virgen María, de Dios que se hace pequeño, se convierte en niño; nos habla dela venida de un Dios cercano, que ha querido recorrer la vida del hombre, desde el comienzo, y esto para salvarla totalmente, en plenitud. Y así el misterio de la Encarnación del Señor y el inicio de la vida humana están íntima y armónicamente conectados entre sí en el único designio salvífico de Dios, Señor de la vida de todos y cada uno. La encarnación nos revela con intensa luz y de modo sorprendente que toda vida humana tiene una dignidad altísima, incomparable.
El hombre presenta una originalidad inconfundible respecto a todos los demás seres vivientes que pueblan la tierra. Se presenta como sujeto único y singular, dotado de inteligencia y voluntad libre, además de estar compuesto de realidad material. Vive simultanea e inescindiblemente en la dimensión espiritual y en la dimensión corpórea. Lo sugiere también el texto de la Primera Carta a los Tesalonicenses que ha sido proclamado: “Que el Dios de la paz – escribe san Pablo – os santifique plenamente, para que os conservéis irreprochables en todo vuestro ser –espíritu, alma y cuerpo– hasta la Venida de nuestro Señor Jesucristo" (5,23). Somos por tanto espíritu, alma y cuerpo. Somos parte de este mundo, ligados a las posibilidades y a los límites de la condición material; al mismo tiempo estamos abiertos a un horizonte infinito, capaces de dialogar con Dios y de acogerlo en nosotros. Actuamos en las realidades terrenas y a través de ellas podemos percibir la presencia de Dios y tender a Él, verdad, bondad y belleza absoluta. Saboreamos fragmentos de vida y de felicidad y anhelamos la plenitud total.
Dios nos ama de modo profundo, total, sin distinciones; nos llama a la amistad con Él; nos hace partícipes de una realidad por encima de toda imaginación y de todo pensamiento y palabra: su misma vida divina. Con conmoción y gratitud tomemos conciencia del valor, de la dignidad incomparable de toda persona humana y de la gran responsabilidad que tenemos hacia todos. “Cristo, el nuevo Adán – afirma el Concilio Vaticano II –, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación... con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre" (Const. Gaudium et spes, 22).
Creer en Jesucristo comporta también tener una mirada nueva sobre el hombre, una mirada de confianza, de esperanza. Por lo demás la misma experiencia y la recta razón atestiguan que el ser humano es un sujeto capaz de entender y de querer, autoconsciente y libre, irrepetible e insustituible, cumbre de todas las realidades terrenas, que exige ser reconocido como valor en sí mismo y que merece ser acogido siempre con respeto y amor. Él tiene derecho a no ser tratado como un objeto que poseer o como una cosa que se pueda manipular a voluntad, de no ser reducido a puro instrumento a ventaja de otros y de sus intereses. La persona es un bien en sí misma y es necesario buscar siempre su desarrollo integral. El amor hacia todos, además, si es sincero, tiende espontáneamente a convertirse en atención preferencial por los más débiles y los más pobres. En esta línea se coloca la solicitud de la Iglesia por la vida naciente, la más frágil, la más amenazada por el egoísmo de los adultos y por el oscurecimiento de las conciencias. La Iglesia continuamente reafirma cuanto declaró el Concilio Vaticano II contra el aborto y toda violación de la vida naciente: “La vida, una vez concebida, debe ser protegida con el máximo cuidado" (ibid., n. 51).
Hay tendencias culturales que intentan anestesiar las conciencias con motivos pretextuosos. Respecto al embrión en el seno materno, la ciencia misma pone en evidencia su autonomía capaz de interacción con la madre, la coordinación de sus procesos biológicos, la continuidad del desarrollo, la creciente complejidad del organismo. No se trata de un cúmulo de material biológico, sino de un nuevo ser vivo, dinámico y maravillosamente ordenado, un nuevo individuo de la especie humana. Así lo fue para Jesús en el seno de María; así lo ha sido para cada uno de nosotros, en el seno de la madre. Con el antiguo autor cristiano Tertuliano podemos afirmar: “Es ya un hombre aquel que lo será" (Apologético, IX, 8); no hay ninguna razón para no considerarlo persona desde la concepción.
Por desgracia, también después del nacimiento, la vida de los niños sigue estando expuesta al abandono, al hambre, a la miseria, a la enfermedad, a los abusos, a la violencia, a la explotación. Las múltiples violaciones de sus derechos que se cometen en el mundo hieren dolorosamente la conciencia de todo hombre de buena voluntad. Ante el triste panorama de las injusticias cometidas contra la vida del hombre, antes y después del nacimiento, hago mío el apasionado llamamiento del Papa Juan Pablo II a la responsabilidad de todos y de cada uno: “¡Respeta, defiende, ama y sirve a la vida, a toda vida humana ¡Sólo siguiendo este camino encontrarás justicia, desarrollo, libertad verdadera, paz y felicidad!” (Enc. Evangelium vitae, 5). Exhorto a los protagonistas de la política, de la economía y de la comunicación social a hacer cuanto esté en sus posibilidades para promover una cultura siempre respetuosa de la vida humana, para procurar condiciones favorables y redes de apoyo a la acogida y al desarrollo de esta.
A la Virgen María, que acogió al Hijo de Dios hecho hombre con su fe, con su seno materno, con el cuidado solícito, con el acompañamiento solidario y vibrante de amor, confiamos la oración y el compromiso a favor de la vida naciente. Lo hacemos en la liturgia – que es el lugar donde vivimos la verdad y donde la verdad vive con nosotros – adorando la divina Eucaristía, en la que contemplamos el Cuerpo de Cristo, ese Cuerpo que tomó carne de María por obra del Espíritu Santo, y que nació de ella en Belén, para nuestra salvación. Ave, verum Corpus, natum de Maria Virgine!
Revelaciones sobre Pío XII confirman la posición de Benedicto XVI




Presentadas por la fundación “Pave the Way Foundation”




Las últimas revelaciones históricas confirman la posición de Benedicto XVI en su último libro sobre Pío XII y su apoyo a los judíos perseguidos.

En su conversación con el periodistas Peter Seewald, recogida en el libro "Luz del mundo", el pontífice confirma que con motivo del proceso de beatificación de ese Papa, Eugenio Pacelli, ordenó una investigación que confirma "los aspectos positivos".

Este estudio, añade el pontífice, no confirma "las cuestiones negativas" que se aducen contra él.

Precisamente el 17 de noviembre el Papa recibió directamente del fundador de la "Pave the Way Foundation", Gary Krupp, judío, quien le entregó nuevas revelaciones históricas que confirman esta posición.

Krupp, en declaraciones a ZENIT, revela que se trata de documentos y testimonios de testigos presenciales que buscan iluminar el papel de Pío XII y que ahora son publicados en la página web de la Fundación (www.ptwf.org) para alentar el estudio de la comunidad internacional de historiadores.

"El deseo es que con la publicación de este material, la controversia de 46 años sobre el papado de Pío XII pueda superarse. Hasta hoy, la Fundación ha publicado mas de 40 mil páginas de documentos originales, artículos y vídeos de testigos presenciales sobre ese período histórico", añade el fundador.

Krupp, en la audiencia con el Papa, presentó además el libro "El Papa Pío XII y la Segunda Guerra Mundial - La verdad documentada", que acaba de publicarse en hebreo.

El fundador también presentó al Papa una serie de testimonios, acreditados por notarios, que recogen testimonios de personas que asistieron a los esfuerzos del Papa Pío XII por salvar a judíos.

En el encuentro con el Papa se presentó también la nueva edición del libro "Hitler, la guerra y el Papa" ("Hitler, the War and the Pope"), escrito por el profesor estadounidense Ronald Rychlak, que será presentado a delegaciones de las Naciones Unidas el 11 de diciembre en Nueva York.

Además, el Papa recibió en sus manos, además, un libro todavía no publicado, "El contexto del Papa Pío XII" ("The framing of Pope Pius XII"), escrito por el mismo profesor Rychlak y por el general Mihai Ion Pacepa, el agente de mayor rango que desertó en toda la historia de los servicios secretos de los países comunistas que gravitaban alrededor de la unión soviética.

El volumen revela la operación soviética de desinformación, el plan se llamaba "Seat 12", para acabar con la reputación de Pío XII y aislar a la comunidad judía del mundo católico.

El libro revela cómo se produjo, financió e interpretó la obra de teatro de Rolf Hochhuth, "El Vicario", que se representó en todo el mundo en 20 idiomas, y sembró la leyenda negra contra Pío XII.

El libro revela otras operaciones de desinformación contra ese Papa y la Iglesia católica que se prolongaron hasta tiempos recientes.

Otro libro de Mihai Ion Pacepa, "Horizontes rojos", es considerado como la chispa que acabaría en Rumanía con el dictador Nicolai Ceausescu

En "Luz del mundo", por su parte, el Papa pide superar interpretaciones ideológicas sobre lo que podría haber hecho Pío XII en la segunda guerra mundial.

"Lo decisivo es lo que intentó hacer y creo que, en este punto, hay que reconocer realmente que fue uno de los grandes justos, que salvó a muchos judíos, a tantos como ningún otro", concluye su sucesor.

11/28/10

“El hombre está vivo cuando espera”


El Papa hoy durante el rezo del Ángelus



¡Queridos hermanos y hermanas!:

Hoy, primer domingo de Adviento, la Iglesia inicia un nuevo Año Litúrgico, un nuevo camino de fe que, por una parte, hace memoria del acontecimiento de Jesucristo, y por otra, se abre a su cumplimiento final. Es precisamente desde esta doble perspectiva de donde vive el Tiempo de Adviento, mirando tanto a la primera venida del Hijo de Dios, cuando nació de la Virgen María, como a su vuelta gloriosa, cuando vendrá a “juzgar a vivos y muertos”, como decimos en el Credo. Sobre este sugestivo tema de la “espera” quisiera ahora detenerme brevemente, porque se trata de un aspecto profundamente humano, en el que la fe se convierte, por así decirlo, en un todo con nuestra carne y nuestro corazón.
La espera, el esperar es una dimensión que atraviesa toda nuestra existencia personal, familiar y social. La espera está presente en mil situaciones, desde las más pequeñas y banales hasta las más importantes, que nos implican totalmente y en lo profundo. Pensemos, entre estas, en la espera de un hijo por parte de dos esposos; a la de un pariente o de un amigo que viene a visitarnos de lejos; pensemos, para un joven, en la espera del éxito en un examen decisivo, o de una entrevista de trabajo; en las relaciones afectivas, en la espera del encuentro con la persona amada, de la respuesta a una carta, o de la acogida de un perdón... Se podría decir que el hombre está vivo mientras espera, mientras en su corazón está viva la esperanza. Y al hombre se le reconoce por sus esperas: nuestra “estatura” moral y espiritual se puede medir por lo que esperamos, por aquello en lo que esperamos.
Cada uno de nosotros, por tanto, especialmente en este Tiempo que nos prepara a la Navidad, puede preguntarse: yo, ¿qué espero? ¿A qué, en este momento de mi vida, está dirigido mi corazón? Y esta misma pregunta se puede plantear a nivel de familia, de comunidad, de nación. ¿Qué es lo que esperamos, juntos? ¿Qué une nuestras aspiraciones, qué las acomuna? En el tiempo precedente al nacimiento de Jesús, era fortísima en Israel la espera del Mesías, es decir, de un Consagrado, descendiente del rey David, que habría finalmente liberado al pueblo de toda esclavitud moral y política e instaurado el Reino de Dios. Pero nadie habría nunca imaginado que el Mesías pudiese nacer de una joven humilde como era María, prometida del justo José. Ni siquiera ella lo habría esperado nunca, pero en su corazón la espera del Salvador era tan grande, su fe y su esperanza eran tan ardientes, que Él pudo encontrar en ella una madre digna. Del resto, Dios mismo la había preparado, antes de los siglos. Hay una misteriosa correspondencia entre la espera de Dios y la de María, la criatura “llena de gracia”, totalmente transparente al designio de amor del Altísimo. Aprendamos de Ella, Mujer del Adviento, a gestionar los gestos cotidianos con un espíritu nuevo, con el sentimiento de una espera profunda, que solo la venida de Dios puede colmar.
Tras el Papa en España, el pueblo cristiano reverdece






Monseñor Jesús Sanz Montes


Me han preguntado en tantos sitios qué me ha llamado la atención de la visita que el Papa ha hecho recientemente a España. A nuestras comunidades cristianas, a los círculos mediáticos, culturales y políticos, les he dicho lo mismo: que una vez más, me sorprende la realidad por encima del prejuicio, especialmente ante los vaticinios catastrofistas de quienes piensan que su cortedad de miras coincide con lo que de hecho acontece. Por eso, esta visita no deja de llenarme de una sana y enorme satisfacción. El Papa ha visitado un pueblo que tiene raíces cristianas, tal vez descuidadas, mal regadas, de mucha historia en los mil avatares, pero ese pueblo en su hondura creyente hace que las dificultades internas y las que provienen desde fuera siempre tengan fondo para volver a reverdecer.
Lo hemos visto en pueblos y civilizaciones arrasadas por una calculada destrucción alienadora, una terrible estrategia cultural y violenta de acabar con el cristianismo, que a la vuelta de un tiempo, los arrasadores han pasado, sus destrucciones caducaron, y de modo misterioso y gratuito (como hace Dios las cosas), vuelve a nacer lo que anidaba en la savia profunda de la fe y de la memoria de un pueblo que no se rindió.
He visto, en este sentido, a ese pueblo cristiano que de nuevo saca a la plaza pública una fe que celebra, que la hace propuesta de nueva humanidad, que la narra como se ofrece una cultura de la vida, de la verdad, de la bondad y de la belleza. Y esa belleza coincide con la Belleza que Dios mismo es.
Porque la Belleza con mayúsculas no es una cuestión estética, la de las buenas formas, los buenos gustos, lo políticamente correcto. La Belleza es el modo de ser de Dios, su firma de autor en todo cuanto hace y rehace. Era muy hermoso el fragmento que el Papa pronunció en el marco conmovedor de la Basílica de la Sagrada Familia, obra del artista y arquitecto cristiano Antonio Gaudí. Y es que el hombre está herido de esa Belleza primordial que nos constituye: somos imagen y semejanza de un Dios que es la misma Belleza.
Siempre que traicionamos, de mil modos, esa exigencia de Belleza escrita en nuestro corazón, nuestra vida se disuelve, no se entiende, se puede llegar a destruir por dentro, a enfrentar por fuera, y a perder el vínculo más verdadero con el Misterio que representa Dios. Los santos no han dejado de narrar con su vida, con sus obras en tantos campos, la Belleza de ese Dios que ellos testimonian en cada tramo de la historia y a cada generación.Hay una indómita nostalgia que nos constituye en mendigos de una gracia para la que hemos nacido, que nos hace caminantes hacia una tierra a la -lo sepamos o no- peregrina cada fibra de nuestro ser. Dios ha venido para abrazar ese deseo escrito en el corazón, para acompañarlo y para darle cumplimiento.
Un apunte final al hilo de las últimas cortinas de humo. Algunos han dicho que perdemos feligreses y que nos deberíamos preocupar. No conozco las fuentes de sus estadísticas, no vaya a ser que se les haya traspapelado la intención de voto en sus votantes, pero lo que sí les puedo decir es que las personas en las filas del paro, no dejan de llamar a nuestras puertas, y Cáritas tiene más feligreses que nunca. Y a los que de este modo nos dan consejos, yo les diría que en lugar de prepararnos leyes para la muerte digna, que ninguno ha pedido ni constituye una demanda social, mejor no se distraigan y que se empleen a fondo en trabajar para encontrar medios para una vida digna. Para ésta sí que hay demanda humana. Que no son los apellidos y su orden lo que nos preocupa a los ciudadanos, sino poder arreglar sin demagogias lo que no tiene nombre.
Una nueva revolución




Monseñor Felipe Arizmendi Esquivel



VER


Se han concluido en el país las celebraciones por el centenario del inicio del movimiento de la revolución, que fue una lucha para generar cambios por la democracia, la libertad y la justicia, sobre todo para los campesinos. Los indígenas, como tales, no fueron tomados en cuenta. El catolicismo social de la época influyó mucho en estos cambios, aunque algunos ideólogos consideraron a la Iglesia Católica como enemiga y hubo leyes represoras, que coartaron la libertad religiosa y generaron la llamada guerra cristera, una defensa de la Iglesia por parte de los creyentes, al grito de ¡Viva Cristo Rey!
Hay que seguir revisando la historia; sin embargo, esto no nos puede distraer de los problemas actuales. Para enfrentarlos, se requiere una nueva revolución, no armada, pues ésta genera de ordinario peores injusticias, sino de las conciencias, para construir la sociedad justa y fraterna que anhelamos.


JUZGAR


En la reciente Carta Pastoral que los obispos escribimos, señalamos tres prioridades de esta revolución: combate a la pobreza, educación integral y de calidad para todos y reconciliación nacional. Transcribo sólo algunos párrafos del primer punto:
"No debemos acostumbrarnos nunca a un escenario de desigualdad social y a una pobreza creciente, como si se tratara de un fatalismo insuperable o un determinismo sin salida. Hace falta generar condiciones de justicia social para producir mayores empleos de calidad, que permitan un salario justo para una vida digna como personas, familias y sociedad. Esto implica no sólo una modernización de las estructuras productivas, sino también una serie de reformas legales que lo favorezcan y garanticen, una serie de acuerdos políticos que estén a la altura de lo que necesita la Nación mexicana y no sólo de los intereses limitados de algunos grupos políticos o gremiales. Hacemos también un fuerte llamado a los empresarios para que asuman la verdadera responsabilidad social que corresponde a la ética de sus actividades económicas.
La superación de la pobreza debe incluir programas para el desarrollo integral de las personas y de las comunidades, a fin de que éstas tomen la responsabilidad de su propio desarrollo. No bastan los programas sociales asistencialistas, y tampoco las acciones de gobierno que sólo se concentran a dar respuesta a situaciones de emergencia o meramente circunstanciales. Las soluciones que México requiere, y que responden a su cultura, han de ser construidas desde la comunidad, contando con el apoyo subsidiario de otras dimensiones de la vida social y del Estado.
De manera especial deben ser atendidos los espacios deprimidos por la miseria urbana o rural, dado que allí está la primera exigencia de solidaridad y el primer foco de desestabilización social. Una sociedad que está marcada por la desigualdad no puede crecer con armonía. Allí donde imperan la miseria y la desigualdad, crecerá siempre el rencor y la tentación de caminos equivocados para el desarrollo personal y social. Es allí donde el crimen organizado puede encontrar mucho más fácilmente manos desesperadas dispuestas para la violencia. Es allí donde la manipulación política y hasta religiosa pasa por encima de la dignidad de las personas para ganar adeptos. Es allí donde se pueden generar estallidos sociales" (Nos. 119-122).

ACTUAR


¿Qué hacer, más en concreto? Para combatir la pobreza, ante todo hay que trabajar, no malgastar los pocos recursos que se tienen y saber ahorrar. Desde luego, gobierno y dueños de capital deben generar empleos dignos.
Hay que organizarse en pequeños grupos, en barrios o en comunidades, para llevar a cabo obras en forma autogestiva, como cooperativas y ayudas mutuas, también para exigir al gobierno que cumpla sus deberes con los pobres; sin embargo, evitar la dependencia, pues algunos, con lo que reciben de los diversos programas sociales, ya no trabajan. Los pobres, organizados y sin alcohol, son una gran fuerza de progreso.
Hay que sacrificarse y educar a los hijos para la austeridad, evitando el despilfarro y la adquisición de cosas no tan indispensables.

11/27/10

Los católicos y las nuevas ideologías




Monseñor Giampaolo Crepaldi


ROMA, viernes 25 de noviembre de 2010 (ZENIT.org).- La razón política hoy tiende a ser débil en cuanto que viene flanqueada por el relativismo, que la hace a menudo incapaz de examinar racionalmente los valores morales y los contravalores, y valorar la utilidad de las diversas religiones para la construcción del bien común. Esta debilidad hace a la razón política mayormente disponible a las sirenas de las nuevas ideologías.
Tras el derrumbe de las grandes ideologías de los siglos XIX y XX, hecho que se hace remontar simbólicamente a la caída del muro de Berlín en 1989, las ideologías no han desaparecido de la escena política. De hecho han nacido muchas otras, y una sobre todo: el reduccionismo. El reduccionismo es la principal ideología de hoy. Mientras las ideologías anteriores eran integrales (e integristas), es decir, proponían una visión completa y omnicomprensiva de la realidad, la ideología que prevalece hoy es exactamente lo opuesto: descompone la realidad en ámbitos no medibles recíprocamente. Así, con la excusa de liberarse de las ideologías crea otra, también omnicomprensiva, aunque por defecto más que por exceso.
El reduccionismo está ampliamente difundido en todos los ámbitos. La persona es reducida a sus genes o a sus neuronas, el amor se reduce a química, la familia se reduce a un acuerdo, los derechos se reducen a deseos, la democracia se reduce a procedimiento, la religión se reduce a mito, la procreación se reduce a producción en laboratorio, el saber se reduce a ciencia y la ciencia se reduce a experimento, los valores morales se reducen a decisiones, las culturas se reducen a opiniones, la verdad se reduce a sensación, la veracidad se reduce a autenticidad, es decir, a coherencia con la propia autoafirmación.
Que las legislaciones de muchos Estados tercamente sigan financiando la investigación científica a través de las células madre embrionarias, incluso rechazando aplicar ese principio de “precaución” que en otros contextos se propone como un imperativo categórico. En este caso, si la mayoría de los científicos se dice favorable, no puede ser por motivos científicos, si acaso por una especie de “fe” en una libertad genérica de la investigación científica que presenta muchos síntomas de la ideología.
Este insinuarse de la ideología en las cuestiones que afectan al hombre y a su bien verdadero provoca una cierta dificultad para captar los problemas en su globalidad. La ideología, de hecho, se nutre de reduccionismo. Esta es una postura particular que pretende valer por entero. No toda reducción se convierte en ideología, sino solo la que esconde esta reducción y pretende hablar aún por el todo. La ideología, así, acaba por contaminar el cuadro del saber y de resquebrajar “la cohesión interior del cosmos de la razón” (Benedicto XVI).
Esto vale también para la razón política. Si la ciencia neonatal nos dice que un niño que nace prematuro en la semana 22 puede ser salvado, resulta difícil motivar por qué se puede seguir permitiendo el aborto legal hasta la semana 24. Si la ciencia nos dice que no se pueden utilizar las células madre embrionarias para la reconstrucción de tejidos enfermos porque tienen altas posibilidades cancerígenas y si la misma ciencia nos dice que existe la posibilidad de utilizar para fines terapéuticos las células madre adultas, las cuales pueden ser hechas retroceder al estado de las embrionarias con todas las potencialidades consiguientes pero sin riesgo, se hace muy difícil explicar para qué se amplían las posibilidades de la propia razón política y liberarla así de las nuevas ideologías.
La ampliación de la razón, sin embargo, no puede ser solo fruto de la razón, porque nadie da lo que no tiene. La Deus caritas est asigna a la fe esta tarea y la Spe salvi lo atribuye a la esperanza. En esta última encíclica, Benedicto XVI habla de hecho de la ampliación “del corazón” además de la razón. Refiriéndose a san Agustín, el Papa dice que “el hombre fue creado para una realidad grande […] pero su corazón es demasiado estrecho para la gran realidad que se le ha asignado. Debe ser ensanchado, […], agrandado y después limpiado”. Por esto la razón política necesita también la fe cristiana, porque para purificarse necesita también del corazón. Y mientras la razón es con todo una característica universal, el corazón es una característica personal. La política necesita hombre de fe, creyentes comprometidos en ella, para que la propia razón política pueda ampliarse hacia cuanto tiende el hombre en su totalidad y trascendencia. Las ideologías de hoy son por ejemplo el ecologismo, el vitalismo, el cientificismo, el materialismo, el psicologismo, el desarrollismo, el tercermundismo, el pauperismo, la ideología de género, la ideología de la diversidad, la de la tolerancia, el economicismo, la ideología del homo oeconomicus, el inclusivismo, el narcisismo.
El ecologismo es la exaltación de la naturaleza en cuanto tal hasta proclamar su superioridad respecto a la propia persona, vista como elemento de trastorno para la ecología natural. El ecologismo a menudo persigue una salvación entendida como bienestar y equilibrio psicofísico con el peligro de confundir la oración con el training autógeno. El vitalismo tiende a considerar todas las formas de vida como poseedoras de la misma dignidad hasta poner en duda la superioridad del hombre respecto a otros seres vivos y hablar, por ejemplo, de derechos de la naturaleza, derechos de los animales o derechos de las plantas.
El cientificismo es la exaltación de la ciencia como única forma de saber e incluso como salvación de la humanidad. Esto va al mismo paso con el materialismo en cuanto que la ciencia, se dice, constata sencillamente hechos y los mide, por tanto todo es fáctico y mensurable. El materialismo significa que todo está hecho de materia y que el espíritu no existe, por lo que la vida humana, incluso en sus manifestaciones más altas como la religiosa o ética o artística, sería fruto o de los genes o de las neuronas. Hoy hay un fuerte reduccionismo antropológico que reduce precisamente la persona humana a sus genes o a sus neuronas, e incluso el amor no sería sino química.
Una forma sutil de materialismo antropológico es el psicologismo, al que alude también la Caritas in veritate: todos los problemas interiores de la persona se reducen a problemas psicológicos y lo primero que se hace es ir al psicólogo. Pero hay problemas morales y espirituales que no pueden reducirse a lo psicológico. El confesor no es un analista, un papá y una mamá no pueden eximirse de educar en el bien moral a sus hijos delegando la cuestión a los psicólogos.
El materialismo es evidente también en el desarrollismo, es decir, en considerar los problemas del desarrollo solo como problemas materiales sin contar los factores culturales, religiosos o espirituales. Por el contrario, está también la ideología del decrecimiento o del post-desarrollo que niega valor al desarrollo y manifiesta una visión pesimista del hombre. El pauperismo es en cambio la ideología según la cual para estar todos mejor y para que haya mayor justicia sería necesario ser todos más pobres y dividir en partes iguales el pastel de la riqueza. El pauperismo se une a menudo con el tercermundismo, es decir, con dar toda la culpa del subdesarrollo a los países desarrollados, simplificando el cuadro de las responsabilidades.
La ideología del género significa pensar que las identidades sexuales son construcciones culturales y decisiones de trayectorias vitales, en lugar de una vocación contenida en nuestra naturaleza de nuestra naturaleza de personas sexuadas. La repercusión de esta ideología sobre la educación en la familia, en la procreación y en la filiación son muy negativas. Entre otras cosas comportan la pérdida incluso total de la dimensión social de la sexualidad y la idea de que en el origen de la sociedad no hay dos individuos asexuados sino un hombre y una mujer en su complementariedad sexual.
La ideología de la diversidad consiste en absolutizar la diversidad como tal, independientemente de la verdad de la diversidad. Las diversidades son una riqueza, pero mientras permanecen dentro de un verdadero cuadro de humanidad y representan muchas vías para expresar la común naturaleza humana. Las diversidades en cuanto tales no son ni verdaderas ni falsas, ni buenas ni malas, y la convivencia no es un acercamiento indiferente de todas las diversidades, sin excluir ninguna, sino su integración al servicio de la humanidad común, lo que requiere la superación de la ideología de la tolerancia, dado que también hay cosas que no deben tolerarse.
La ideología del homo oeconomicus y del economicismo sostiene que todo cuanto el hombre hace sucede en vista de un interés material y que la economía, como sistema de persecución del self-interest, es el verdadero resorte de la historia. Se niegan así todas las relaciones desinteresadas e incluso el valor económico de la gratuidad.
El inclusivimo es la ideología que confunde el otorgamiento legítimo de derechos con el reconocimiento automático de los deseos como si fuesen derechos. Incluir es muy importante, porque la exclusión significa no reconocer a alguien los derechos inherentes a su dignidad de persona. Pero eso no puede significar la inclusión de todos los deseos, incluso los más narcisistas, egoístas, excéntricos, individualistas, voluptuosos, dentro de un sistema de ciudadanía. Sólo he dado unas pinceladas por cada una de las ideologías nombradas, aunque se podrían añadir otras.
El católico comprometido en política debería poner atención a las trampas de estas ideologías, que son muy insidiosas. Debería ser guiado por un sano realismo, es decir, por un realismo cristiano. La verdad es la realidad. El bien no es otra cosa que la realidad en cuanto es deseable. Que el católico se atenga a esta realidad y verá que a menudo las cosas no son como las ideologías las presentan. Que mantenga una libertad de juicio, que promueva puntos de vista alternativos, y hoy el realismo católico es la aproximación a los problemas más alternativa que exista.
El Papa plantea la cuestión de Dios



Giovanni Maria Vian


En su tercer consistorio para la creación de nuevos cardenales Benedicto XVI decidió honrar con la púrpura a algunos de sus colaboradores en la Curia romana y a otros obispos "elegidos de las diferentes partes del mundo", que así desde hoy son todavía más cercanos al Sucesor de Pedro, en el servicio único e insustituible que presta a la comunión católica. Según una dimensión colegial que ciertamente no es una novedad en la Iglesia de Roma, pero que se advierte con más evidencia en las reuniones del Colegio cardenalicio -como la que abrió con la oración y la reflexión el consistorio del sábado 20 de noviembre- y, en los últimos decenios, en las numerosas asambleas (ordinarias, extraordinarias y especiales) del Sínodo de los obispos.
Jesús nuestro Señor, Dominus Iesus, encomendó al primero de los Apóstoles -dijo su actual sucesor- el mandato de "reunir a los pueblos con la solicitud de la caridad de Cristo". En una dimensión universal y, por tanto, propiamente católica, según una lógica de gobierno que ciertamente no es la del mundo. Y que, por consiguiente, el mundo a menudo no comprende, al pretender representar a la Iglesia según esquemas y estereotipos, que en general son de escasa ayuda para comprender su verdadera naturaleza. Aunque persistan culpas, imperfecciones y defectos, vinculados de forma inevitable y fatal a todo ser humano y, por eso, también a quien forma parte de la Iglesia.
Así el ejercicio de la autoridad según la palabra de Cristo -la "mentalidad de Dios" dijo el Papa- debe mirar al camino recorrido por el Maestro, que para quien se ha encontrado con él en su vida significa saberse abandonar a la providencia de Dios, según decisiones que "nunca son fruto de un proyecto propio o de una ambición" y que en cambio conllevan la lógica de la cruz. Esto, entre otras cosas, es lo que quiere significar el color de la púrpura, que expresa la disponibilidad a servir al Señor y a su Iglesia hasta el martirio de sangre (usque ad effusionem sanguinis), en comunión con el Sucesor de Pedro.
Y lo que está en juego es realmente importante para todos, muy por encima de interpretaciones políticas o instrumentales. Benedicto XVI lo explicó con sencillez y claridad, el verano pasado, a Peter Seewald en una larga entrevista, publicada ahora en un libro que ya en el título -Luz del mundo- confirma que la mirada de Joseph Ratzinger siempre ha estado dirigida a Cristo, el único que ilumina "al Papa, a la Iglesia y los signos de los tiempos", reza el sugestivo subtítulo. Pablo VI y más tarde, varias veces, Juan Pablo II, ya se habían confiado a intelectuales, escritores y periodistas. Lo mismo hizo el cardenal Joseph Ratzinger en tres ocasiones, suscitando un notable interés editorial y premiando una elección de comunicación eficaz y adecuada a la modernidad, que Benedicto XVI ha innovado luego de modo radical con la obra dedicada a Jesús de Nazaret. No es difícil prever que también este libro -en el cual el Papa se presenta sin ningún fingimiento y sin recurrir a particulares estrategias comunicativas, que en cambio tanto gustan a muchos comentaristas- va a tener una amplia difusión. Y todo el mérito es de Benedicto XVI que sabe plantear, con palabras nuevas y sin eludir ninguna pregunta, sobre todo la cuestión de Dios. Aquel que en Cristo -como subraya con un lenguaje bíblico en la última respuesta a su entrevistador- "vino para que podamos conocer la verdad. Para que podamos tocar a Dios. Para que la puerta quede abierta. Para que encontremos la vida, la vida verdadera, que ya no está sometida a la muerte".

11/26/10

El acontecimiento




Monseñor Jesús Sanz Montes comenta el Evangelio del domingo primero de Adviento

 
La palabra acontecimiento indica algo más que un simple acontecer. El acontecimiento nos arranca de la rutina cotidiana para gritar nos que es posible la sorpresa y el estupor. Los cristianos iniciamos con este domingo un nuevo adviento. Y digo bien: nuevo y adviento. Porque no se trata de repetir mecánicamente el guión de advientos pretéri­tos. Jamás la liturgia cristiana es una puesta en escena de las obras ya estrenadas y sabidas. Más bien nos empuja la liturgia a mirar el acontecimiento: Jesucristo, Señor y Salvador. Porque una novedad es tal cuando lo que alguna vez hemos visto u oído, lo que alguna vez ha empezado a acontecer en nosotros, se torna más verdad cada día.
La Palabra de Dios de este primer domingo nos describe el adviento hablando de ese doble movimiento que se da en la historia de la salvación. En el primer movimiento tiene Dios la iniciativa: es el Dios que vino, que viene y que vendrá, con un continuo abalanzarse a nuestras situaciones. El segundo movimiento se inscribe en el corazón del hombre: la espera y la vigilancia. El Señor que llega, el hombre que le espera con una actitud vigilante. Esto es el adviento.
La historia de este tiempo litúrgico habla de los tres advientos: mirando al Señor que ya vino una vez (primer adviento, hace 2000 años), nos preparamos a recibirle en su última venida (tercer adviento, al final de los tiempos), acogiendo al que incesantemente llega a nuestro corazón (segundo adviento, en nuestro hoy de cada día).
El "no sabéis el día ni la hora" que escuchamos en el Evangelio, no es una encerrona terrible que pretende asustarnos, sino un toque de atención para que cuando Él manifieste su gracia en nuestros corazones podamos sencillamente reconocerlo. Así dice una antigua oración: "Oh Dios que vendrás a manifestarte en el día del juicio, manifiéstate primero en nuestros corazones mediante tu gracia".
Sin duda que necesitamos que acontezca la eterna novedad del Señor en la venas de nuestra vida. Hay demasiadas pesadillas en nuestro mundo planetario de las que despertar, demasiadas rutinas que cansan y agotan, demasiadas necesidades en nuestro corazón y en el corazón social de que Alguien que ya vino y que vendrá, venga ahora también para encendernos la luz, una Luz que no se apague, y para cambiar todas nuestras maldiciones y enconos en ternura y bendición.

11/25/10

"Tiempo de conversión"


Pasaje del libro-entrevista "Luz del mundo"del periodista y escritor alemán Peter Seewald al Papa 

Al comienzo del tercer milenio los pueblos del mundo experimentan un cambio radical de dimensiones hasta ahora inimaginables, en lo económico, lo ecológico y lo social. Los científicosconsideran que la próxima década será decisiva para la subsistencia de este planeta.
Santo Padre, usted mismo utilizó en enero de 2009, ante diplomáticos en Roma, estas dramáticas palabras: «Hoy más que nunca, nuestro porvenir está en juego, al igual que el destino de nuestro planeta y sus habitantes». Si no logramos introducir pronto un cambio de amplias dimensiones, dice en otra parte, aumentará tremendamente el desvalimiento y se estará ante un escenario caótico. En Fátima, su prédica adquiere ya un tono casi apocalíptico: «El hombre ha sido capaz de desencadenar una corriente de muerte y de terror que no logra interrumpir».
¿Ve usted en los signos de los tiempos las señales de una cesura que cambie el mundo?
Hay, por supuesto, signos que nos estremecen, que nos intranquilizan. Pero también hay otros signos que pueden servirnos de punto de enlace y darnos esperanzas. Ya hemos hablado extensamente sobre el escenario de terror y de amenaza. Yo agregaría todavía algo más, que me quema especialmente en el alma desde las visitas de los obispos.
Muchísimos obispos, sobre todo de América Latina, me dicen que allá, por donde pasa el corredor del cultivo y del tráfico de drogas —y son partes importantes de esos países—, es como si un monstruo malvado hubiese puesto sus manos en el país y corrompiera a los hombres. Creo que esa serpiente del tráfico y consumo de drogas abarca toda la tierra, es un poder que no nos imaginamos como se debe. Destruye a la juventud, destruye a las familias, conduce a la violencia y amenaza el futuro de países enteros.
También esto forma parte de las terribles responsabilidades de Occidente: el hecho de que necesita drogas y de que, de ese modo, crea países que tienen que suministrárselas, lo que, al final, los desgasta y destruye. Ha surgido una avidez de felicidad que no puede conformarse con lo existente. Y que entonces huye, por así decirlo, al paraíso del demonio, y destruye a su alrededor a los hombres.
A esto se agrega otro problema. No podemos siquiera imaginarnos, dicen los obispos, la destrucción que trae consigo el turismo sexual en nuestra juventud. Se están dando allí procesos extraordinarios de destrucción que han nacido de la arrogancia, del tedio y de la falsa libertad del mundo occidental.
Se ve que el hombre aspira a una alegría infinita, quisiera placer hasta el extremo, quisiera lo infinito. Pero donde no hay Dios, no se le concederá, no puede darse. Entonces, el hombre tiene que crear por sí mismo lo falso, el falso infinito.
Es un signo del tiempo que, precisamente como cristianos, debe desafiarnos de forma urgente. Hemos de poner de manifiesto —y vivir también— que la infinitud que el hombre necesita sólo puede provenir de Dios. Que Dios es de primera necesidad para que sea posible resistir las tribulaciones de este tiempo. Que tenemos que movilizar, por así decirlo, todas las fuerzas del alma y del bien a fin de que en contra de esta acuñación falsa se yerga una verdadera, y de ese modo pueda hacerse saltar el circuito del mal y se lo detenga.
Con la vista puesta en el fin de los recursos, el fin de una vieja época, el fin de una determinada forma de vida, nuevamente y con toda fuerza tomamos consciencia de la finitud de las cosas en sí mismas, también del fin de la vida en general. Muchos ven ya en los signos de este tiempo el signo de un tiempo final. Advierten que tal vez el mundo no sucumba, pero que se encamina en una nueva dirección. Y que una sociedad enferma, en la que aumentan sobre todo los problemas psíquicos, anhela hasta con ánimo suplicante sanación y salvación.
¿No habría que reflexionar acerca de si esta nueva orientación puede estar relacionada con el regreso de Cristo?
Como usted dice, lo importante es que existe una necesidad de sanación y que, de alguna manera, se puede entender de nuevo lo que significa salvación. Los hombres reconocen que, si Dios está ausente, la existencia se enferma y el hombre no puede subsistir; que necesita una respuesta que él mismo no es capaz de dar. En tal sentido, éste es un tiempo de adviento que ofrece también muchas cosas buenas.
Por ejemplo, la gran comunicación con la que contamos hoy en día puede llevar, por un lado, a una despersonalización total. En ese caso no se está más que inmerso en el mar de la comunicación pero no se produce ya encuentro alguno con personas. Por el otro lado, sin embargo, esta comunicación puede constituir también una oportunidad: por ejemplo, de que nos percibamos mutuamente, de que nos encontremos, nos ayudemos, de que salgamos de nosotros mismos.
De ese modo, me parece importante no ver sólo lo negativo. Debemos percibir, sí, con toda agudeza lo negativo, pero también tenemos que ver todas las oportunidades de bien que se hallan presentes, las esperanzas, las nuevas posibilidades que existen para nuestra condición humana. En última instancia, para anunciar después la necesidad del cambio, que no puede producirse sin una conversión interior.
¿Qué significa eso, en concreto?
Esta conversión supone que se coloque nuevamente a Dios en primer término. Entonces, todo cambia. Y que se pregunte por las palabras de Dios para dejar que ellas iluminen, como realidades, el interior de la propia vida. Por así decirlo, debemos arriesgarnos nuevamente a hacer el experimento con Dios a fin de dejarlo actuar en nuestra sociedad.
Según su propia comprensión, el evangelio no contiene un mensaje proveniente del pasado, un mensaje ya agotado. Por el contrario, la presencia y la dinámica de la revelación de Cristo consiste justamente en que, en cierta medida, proviene del futuro, y es a su vez de importancia decisiva para el futuro de cada uno y el de todos. Cristo se aparecerá, «la segunda vez, sin relación ya con el pecado, a los que a Él aguardan, para darles la salvación», dice la Carta a los hebreos.
¿La Iglesia no debería informar con mucha más claridad acerca de que, según la Biblia, el mundo no se encuentra sólo en el tiempo después de Cristo, sino, en medida mucho mayor aún, nuevamente en el tiempo antes de Cristo?
Ésa fue, en efecto, una inquietud de Juan Pablo II, señalar con claridad que nuestra mirada se dirige hacia el Cristo que viene. Es decir que el que ha venido es mucho más aún el que está por venir, y que, en esa perspectiva, vivimos la fe en orientación hacia el futuro. Eso implica que estemos realmente en condiciones de exponer de vuelta el mensaje de la fe desde la perspectiva del Cristo que viene.
A menudo, esa condición de Cristo que viene se ha proclamado en fórmulas que, si bien son verdaderas, al mismo tiempo han envejecido. Ya no le hablan a nuestra constelación de vida y, a menudo, han dejado de ser comprensibles para nosotros. O bien ese Cristo que viene sufre un vaciamiento total y es falseado en el sentido de un tópico moral general del que no proviene nada y que no significa nada.
Por tanto, debemos procurar decir realmente la sustancia en cuanto tal, pero decirla de forma nueva. Jürgen Habermas dijo que es importante que haya teólogos que puedan traducir el tesoro que se conserva en su fe de tal modo que, en el mundo secular, sea una palabra para este mundo. Tal vez él lo entiende de manera algo diferente que nosotros, pero tiene razón en que el proceso interior de traducción de las grandes palabras a la imagen verbal y conceptual de nuestro tiempo está avanzando, pero aún no se ha logrado realmente. Y esto sólo puede conseguirse si los hombres viven el cristianismo desde Aquel que vendrá. Sólo entonces podrán también expresarlo en palabras. La afirmación, la traducción intelectual, presupone la traducción existencial. En tal sentido son los santos los que viven el ser cristiano en el presente y en el futuro, y a partir de su existencia el Cristo que viene puede también traducirse de modo de hacerse presente en el horizonte de comprensión del mundo secular. Ésta es la gran tarea frente a la cual nos encontramos.
Los cambios de nuestro tiempo trajeron también consigo otras formas y filosofías de vida, pero también una nueva percepción de la Iglesia. Los avances de la investigación médica plantean retos éticos enormes. También exige respuestas el nuevo universo de Internet. Aunque ya era un hombre anciano y enfermo, Juan XXIII recogió el cambio producido después de las dos guerras mundiales para interpretar, como dice en la bula de convocación Humanae Salutis, del 25 de diciembre de 1961, en un concilio los signos de los tiempos.
¿Lo imitará Benedicto XVI?
Bueno, Juan XXIII hizo un gesto grande e irrepetible al confiar a un concilio universal el entender hoy de nuevo la palabra de la fe. El concilio cumplió sobre todo el gran cometido pendiente de definir de nuevo tanto la vocación de la Iglesia como su relación con la modernidad, así como también la relación de la fe para con este tiempo y sus valores. Pero traducir lo dicho a la existencia y permanecer, al hacerlo, en la continuidad interna de la fe es un proceso mucho más difícil que el mismo concilio. Sobre todo porque el concilio ha llegado al mundo en la interpretación de los medios, y no tanto con sus propios textos, que casi nadie lee.
Creo que nuestra gran tarea ahora, después de que se han aclarado algunas cuestiones fundamentales, consiste, ante todo, en sacar nuevamente a la luz la prioridad de Dios. Hoy lo importante es que se vea de nuevo que Dios existe, que Dios nos incumbe y que Él nos responde. Y que, a la inversa, si Dios desaparece, por más ilustradas que sean todas las demás cosas, el hombre pierde su dignidad y su auténtica humanidad, con lo cual se derrumba lo esencial. Por eso, creo yo, hoy debemos colocar, como nuevo acento, la prioridad de la pregunta sobre Dios.
¿Piensa usted que la Iglesia católica podría prescindir realmente del Concilio Vaticano III?
Hemos tenido en total más de veinte concilios. Seguramente, en algún momento habrá de nuevo otro. Por el momento no veo que estén dadas las condiciones para hacerlo. Creo que en este momento el instrumento correcto son los sínodos, en los que el episcopado entero está representado y, por así decirlo, se encuentra en un movimiento de búsqueda, mantiene en unión a la Iglesia entera y, al mismo tiempo, la lleva hacia delante.
Que en alguna ocasión llegue de nuevo el momento de hacer un gran concilio deberíamos dejarlo en manos del futuro.
Por el momento necesitamos sobre todo los movimientos espirituales en los que la Iglesia universal recoge las experiencias del tiempo y, simultáneamente, partiendo de las experiencias interiores de la fe y de su fuerza, coloca hitos y, de ese modo, hace nuevamente de la presencia de Dios el punto central.
Como sucesor de Pedro, usted trae siempre de nuevo a la memoria el “plan” decisivo que existe para este mundo. No un plan A o un plan B, sino el plan de Dios. Tal y como usted mismo anunció, «Dios no es indiferente frente a la historia de la humanidad», y, en última instancia, Cristo es «el Señor de toda la creación y de toda la historia». Karol Wojtyla tuvo la misión de conducir a la Iglesia en su paso hacia el tercer milenio. ¿Cuál es la misión de Joseph Ratzinger?
Yo diría que no habría que fragmentar demasiado la historia. Estamos tejiendo todos en un tapiz común. Karol Wojtyla fue, por así decirlo, regalado por Dios a la Iglesia en una situación muy determinada, crítica, en la que, por una parte, estaba la generación marxista, la generación del 68, que cuestionaba la totalidad de Occidente, y en la que, por el contrario, el socialismo real se desintegró. Abrir en medio de esta contra posición la salida hacia la fe y señalarla como el centro y el camino fue un momento histórico de índole especial.
No todo pontificado debe tener una misión totalmente nueva. Ahora se trata de continuar eso mismo y de captar el dramatismo del tiempo, seguir sosteniendo en él la palabra de Dios como la palabra decisiva y dar al mismo tiempo al cristianismo aquella sencillez y profundidad sin la cual no puede actuar.

11/24/10

Catalina de Siena, copatrona de Europa


El Papa hoy en la Audiencia General



Queridos hermanos y hermanas:

Hoy quisiera hablaros de una mujer que ha tenido un papel eminente en la historia de la Iglesia. Se trata de santa Catalina de Siena. El siglo en que vivió – el decimocuarto – fue una época difícil para la vida de la Iglesia y para todo el tejido social en Italia y en Europa. Con todo, incluso en los momentos de mayor dificultad, el Señor no cesa de bendecir a su Pueblo, suscitando Santos y Santas que sacudan las mentes y los corazones provocando conversión y renovación. Catalina es una de estas y aún hoy nos habla y nos empuja a caminar con valor hacia la santidad para ser de forma cada vez más plena discípulos del Señor.
Nacida en Siena, en 1347, en una familia muy numerosa, murió en su ciudad natal en 1380. A la edad de 16 años, impulsada por una visión de santo Domingo, entró en la Orden Terciaria Dominica, en la rama femenina llamada Mantellate [llamadas así por llevar un manto negro, n.d.t.]. Permaneciendo con la familia, confirmó el voto de virginidad que había hecho de forma privada cuando era aún adolescente, se dedicó a la oración, a la penitencia, a las obras de caridad, sobre todo en beneficio de los enfermos.
Cuando la fama de su santidad se difundió, fue protagonista de una intensa actividad de consejo espiritual hacia toda categoría de personas: nobles y hombres políticos, artistas y gente del pueblo, personas consagradas, eclesiásticos, incluido el papa Gregorio XI, que en aquel periodo residía en Aviñón y a quien Catalina exhortó enérgica y eficazmente a volver a Roma. Viajó mucho para solicitar la reforma interior de la Iglesia y para favorecer la paz entre los Estados: también por este motivo el Venerable Juan Pablo II la quiso declarar Copatrona de Europa: para que el Viejo Continente no olvide nunca las raíces cristianas que están en la base de su camino y siga tomando del Evangelio los valores fundamentales que aseguran la justicia y la concordia.
Catalina sufrió mucho, como muchos Santos. Alguno pensó incluso que había que desconfiar de ella hasta el punto de que en 1374, seis años antes de su muerte, el capítulo general de los Dominicos la convocó a Florencia para interrogarla. Le pusieron al lado a un fraile docto y humilde, Raimundo de Capua, futuro Maestro General de la Orden. Convertido en su confesor y también en su “hijo espiritual”, escribió una primera biografía completa de la Santa. Fue canonizada en 1461.
La doctrina de Catalina, que aprendió a leer con dificultad y a escribir cuando era ya adulta, está contenida en el Diálogo de la Divina Providencia o bien Libro de la Divina Doctrina, una obra maestra de la literatura espiritual, en su Epistolario y en la colección de las Oraciones. Su enseñanza está dotada de una riqueza tal que el Siervo de Dios Pablo VI, en 1970, la declaró Doctora de la Iglesia, título que se añadía al de Copatrona de la Ciudad de Roma, por voluntad del Beato Pío IX, y de Patrona de Italia, por decisión del Venerable Pío XII.
En una visión que nunca se borró del corazón y de la mente de Catalina, la Virgen la presentó a Jesús, que le dio un espléndido anillo, diciéndole: "Yo, tu Creador y Salvador, te desposo en la fe, que conservarás siempre pura hasta cuando celebres conmigo en el cielo tus bodas eternas” (Raimundo de Capua, S. Catalina de Siena, Legenda maior, n. 115, Siena 1998). Ese anillo le era visible solo a ella. En este episodio extraordinario advertimos el centro vital de la religiosidad de Catalina y de toda auténtica espiritualidad: el cristocentrismo. Cristo es para ella como el esposo, con el que hay una relación de intimidad, de comunión y de fidelidad; es el bien amado sobre cualquier otro bien.
Esta unión profunda con el Señor está ilustrada por otro de la vida de esta insigne mística: el intercambio del corazón. Según Raimundo de Capua, que transmite las confidencias recibidas de Catalina, el Señor Jesús se le apareció con un corazón humano rojo resplandeciente en la mano, le abrió el pecho, se lo introdujo y dijo: “Queridísima hija, como el otro día tomé el corazón tuyo que me ofrecías, he aquí que ahora te doy el mío, y de ahora en adelante estará en el lugar que ocupaba el tuyo” (ibid.). Catalina vivió verdaderamente las palabras de san Pablo, “...no vivo yo, sino que Cristo vive en mi" (Gal 2,20).
Como la santa de Siena, todo creyente siente la necesidad de conformarse a los sentimientos del Corazón de Cristo para amar a Dios y al prójimo como el mismo Cristo ama. Y todos nosotros podemos dejarnos transformar el corazón y aprender a amar como Cristo, en una familiaridad con Él nutrida por la oración, por la meditación sobre la Palabra de Dios y por los Sacramentos, sobre todo recibiendo frecuentemente y con devoción la santa Comunión. También Catalina pertenece a este grupo de santos eucarísticos con la que quise concluir mi Exhortación Apostólica Sacramentum Caritatis (cfr n. 94). Queridos hermanos y hermanas, la Eucaristía es un extraordinario don de amor que Dios nos renueva continuamente para nutrir nuestro camino de fe, revigorizar nuestra esperanza, inflamar nuestra caridad, para hacernos cada vez más semejantes a Él.
Alrededor de una personalidad tan fuerte y auténtica se fue construyendo una verdadera y auténtica familia espiritual. Se trataba de personas fascinadas por la autoridad moral de esta joven mujer de elevadísimo nivel de vida, y quizás impresionadas también por los fenómenos místicos a los que asistían, como los frecuentes éxtasis. Muchos se pusieron a su servicio y sobre todo consideraron un privilegio ser guiados espiritualmente por Catalina. La llamaban “mamá”, pues como hijos espirituales tomaban de ella la nutrición del espíritu.
También hoy la Iglesia recibe un gran beneficio del ejercicio de la maternidad espiritual de tantas mujeres, consagradas y laicas, que alimentan en las almas el pensamiento de Dios, refuerzan la fe de la gente y orientan la vida cristiana hacia cimas cada vez más elevadas. “Hijo os digo y os llamo – escribe Catalina dirigiéndose a uno de sus hijos espirituales, el cartujo Giovanni Sabatini -, en cuanto que os doy a luz a través de continuas oraciones y deseo en presencia de Dios, así como una madre da a luz a su hijo" (Epistolario, Carta n. 141: A don Giovanni de’ Sabbatini). Al fraile dominico Bartolomeo de Dominici solía dirigirse con estas palabras: "Dilectísimo y queridísimo hermano e hijo en el dulce Jesucristo".
Otro rasgo de la espiritualidad de Catalina está ligado al don de las lágrimas. Estas expresan una sensibilidad exquisita y profunda, capacidad de conmoción y de ternura. No pocos santos tuvieron el don de las lágrimas, renovando la emoción del mismo Jesús, que no reprimió ni escondió su llanto ante el sepulcro del amigo Lázaro y al dolor de María y de Marta, y a la vista de Jerusalén, en sus últimos días terrenos. Según Catalina, las lágrimas de los Santos se mezclan con la Sangre de Cristo, de la que ella habló con tonos vibrantes y con imágenes simbólicas muy eficaces: “Tened memoria de Cristo crucificado, Dios y hombre (…). Poneos por objetivo a Cristo crucificado, escondeos en las llagas de Cristo crucificado, ahogaos en la sangre de Cristo crucificado" (Epistolario, Carta n. 16: A uno cuyo nombre se calla).
Aquí podemos comprender por qué Catalina, aún consciente de las debilidades humanas de los sacerdotes, hubiese tenido siempre una grandísima reverencia por ellos: ellos dispensan, a través de los Sacramentos y la Palabra, la fuerza salvífica de la Sangre de Cristo. La Santa de Siena invitó siempre a los sagrados ministros, también al Papa, a quien llamaba “dulce Cristo en la tierra", a ser fieles a sus responsabilidades, movida siempre y solo por su amor profundo y constante por la Iglesia. Antes de morir dijo: “Partiendo del cuerpo yo, en verdad, he consumido y dado la vida en la Iglesia y por la Iglesia Santa, lo cual me es de singularísima gracia" (Raimundo de Capua, S. Caterina da Siena, Legenda maior, n. 363).
De santa Catalina, por tanto, aprendemos la ciencia más sublime: conocer y amar a Jesucristo y a su Iglesia. En el Diálogo de la Divina Providencia, ella, con una imagen singular, describe a Cristo como un puente lanzado entre el cielo y la tierra. Está formado por tres escalones constituidos por los pies, el costado y la boca de Jesús. Elevándose a través de estos escalones, el alma pasa a través de las tres etapas de todo camino de santificación: el desapego del pecado, la práctica de las virtudes y del amor, la unión dulce y afectuosa con Dios.
Queridos hermanos y hermanas, aprendamos de santa Catalina a amar con valor, de forma intensa y sincera, a Cristo y la Iglesia. Hagamos nuestras para ello las palabras de santa Catalina que leemos en el Diálogo de la Divina Providencia, en la conclusión del capítulo que habla de Cristo-puente: "Por misericordia nos has lavado en la Sangre, por misericordia quisiste conversar con las criaturas. ¡Oh Loco de amor! ¡No te bastó encarnarte, sino que quisiste también morir! (...) ¡Oh misericordia! El corazón se me ahoga al pensar en ti: a dondequiera que me vuelva a pensar, no encuentro sino misericordia" (cap. 30, pp. 79-80). Gracias.
La “regla benedictina” para los católicos contenida en “Luz del mundo”

El Papa ofrece un verdadero programa en su último libro-entrevista


En el último párrafo de Luz del mundo, Benedicto XVI define un objetivo: “que lleguemos a ser capaces de Dios y, así, podamos entrar en la vida auténtica, en la vida eterna”.
El libro-entrevista presentado este martes en el Vaticano apunta a esta meta y está lleno de indicaciones, consejos y referencias a objetivos para alcanzarla.
La palabra “tarea” aparece en numerosas ocasiones. A través de sus respuestas a más de doscientas preguntas de muy diversos temas, el Papa ofrece un itinerario a los lectores e indica una especie de “regla benedictina”, un verdadero programa para los católicos de hoy.
El autor de la entrevista, el periodista alemán Peter Seewald, explica en el prefacio del libro que para el Papa, “la tarea es mostrar a las personas a Dios y decirles la verdad”.
En este sentido, el Pontífice explica que “hoy lo importante es que se vea de nuevo que Dios existe, que Dios nos incumbe y que Él nos responde” y exhorta a “colocar, como nuevo acento, la prioridad de la pregunta sobre Dios”.
Reconoce que “el concepto de verdad ha caído bajo sospecha, que “por supuesto, es cierto que se ha abusado mucho de él”, pero insiste en que “hay que aprender y ejercitar de nuevo la humildad de reconocer la verdad y de permitirle constituirse en parámetro”.
Y puntualiza que Jesucristo “defiende la verdad no mediante legiones, sino que, a través de su pasión, la hace visible y la pone también en vigencia”.



¿Qué debe hacer la Iglesia?


El Obispo de Roma explica cuál es el cometido de la Iglesia: “La tarea no es elaborar algún producto o tener éxito en la venta de mercancías. La tarea consiste, en cambio, en vivir ejemplarmente la fe, anunciarla y, al mismo tiempo, mantener a esta misma comunidad de adherentes voluntarios, que se extiende a través de todas las culturas, naciones y tiempos y no se basa en intereses externos, sino en una relación interior con Cristo, y, de ese modo, con Dios”.
Benedicto XVI destaca la necesidad de la nueva evangelización y afirma que “debemos acometer con fuerza renovada la cuestión acerca de cuál es el modo en que puede anunciarse de nuevo a este mundo el evangelio de manera que llegue a él, y que tenemos que emplear para ello todas las energías”.
Por otra parte, señala que “la fe del que no ve debe tener también sus razones. Jesús mismo hizo la fe enteramente comprensible, en cuanto la expuso con unidad interior y en continuidad con el Antiguo Testamento. La gran tarea encomendada a la Iglesia sigue siendo unir fe y razón”.
“La Iglesia está siempre llamada a hacer aquello que fue objeto de la petición de Abrahán: preocuparse de que haya justos suficientes como para contener el mal y la destrucción” y “que crezcan nuevamente las fuerzas del bien -aclara-. En ese sentido, los triunfos de Dios, los triunfos de María son silenciosos, pero reales”.
Y profundiza en esta cuestión, indicando: “Necesitamos en cierto modo islas en las que la fe en Dios y la sencillez interior del cristianismo estén vivas e irradien; oasis, arcas de Noé en las que el hombre pueda refugiarse siempre de nuevo”.


La liturgia


Sobre ello, explica que “los ámbitos de la liturgia son ámbitos de refugio. Pero también en las diferentes comunidades y movimientos, en las parroquias, en las celebraciones de los sacramentos, en las prácticas de piedad, en las peregrinaciones, etcétera, la Iglesia intenta brindar defensas y desarrollar también refugios en los que, en contraposición a todo lo roto que nos rodea, se haga visible nuevamente la belleza del mundo y de la posibilidad de vivir”.
Respecto a la liturgia, indica que “lo que importa es que la palabra de Dios y la realidad del sacramento estén en el centro; que no desintegremos a Dios a fuerza de palabras y pensamientos y que la liturgia no se convierta en una presentación de nosotros mismos”.

Diálogo


El Papa identifica también tareas respecto al diálogo con otras religiones. “Hemos de procurar, por un lado, vivir y exponer vivamente la grandeza de nuestra fe y, por el otro, entender la herencia de los otros -explica-. Lo importante es encontrar lo común y, allí donde sea posible, prestar en este mundo un servicio común”.
Respecto al ecumenismo, constata que “el mundo necesita un potencial de testimonio a favor del Dios uno que nos habla en Cristo” y sobre el diálogo religioso en términos más generales, afirma que “tenemos un mensaje ético que da orientación a los hombres. Y llevar juntos ese mensaje es de suma importancia en la crisis de los pueblos”.
Benedicto XVI también ofrece una tarea concreta en relación a los países “donde el islam domina, digamos, en soledad, indiscutido en sus tradiciones y en su identidad cultural y política”.
Advierte que en estos lugares, el islam “se ve fácilmente a sí mismo como posición contraria al mundo occidental” y “entonces la consciencia de verdad se hace tan estrecha que se convierte en intolerancia y, con ello, hace también muy difícil una coexistencia con los cristianos”.
“Aquí es importante que permanezcamos de manera intensiva en contacto con todas las fuerzas islámicas dispuestas al diálogo, de modo que después puedan darse también cambios de consciencia allí donde el islamismo asocia todavía la reivindicación de la verdad con la violencia”, indica.


Escatología


Otra de las tareas de la Iglesia propuestas por el Papa en el libro es la referencia a la eternidad, que considera actualmente “una cuestión muy seria”.
“Nuestra predicación, nuestro anuncio está orientado realmente de forma unilateral hacia la plasmación de un mundo mejor, mientras que el mundo realmente mejor casi no se menciona ya”, lamenta.
“Aquí tenemos que hacer un examen de conciencia -afirma-. Por supuesto, se intenta salir al encuentro de los oyentes, decirles aquello que se halla dentro de su horizonte. Pero nuestra tarea es al mismo tiempo abrir ese horizonte, ampliarlo y mirar hacia lo último”.
El Pontífice reconoce que “estas cosas son arduas para los hombres de hoy. Les parecen irreales. Quisieran respuestas concretas para el ahora”.
“Pero tales respuestas siguen siendo incompletas si no permiten sentir y reconocer también por dentro que yo voy más allá de esta vida material, que existe el juicio, que existen la gracia y la eternidad -recuerda-. Debemos encontrar también palabras y modalidades nuevas para hacer posible al hombre romper la 'barrera del sonido' de la finitud”.


Tareas tras los abusos


En el libro, el Papa aborda extensamente el tema de la crisis por los abusos sexuales de menores por parte de algunos miembros del clero.
“Cómo puede haber sucedido esto es algo que es preciso examinar con todo detalle, pero al mismo tiempo, hemos de ver qué puede hacerse para que no vuelva a suceder algo semejante”, señala.
“Lo importante es, en primer lugar, cuidar de las víctimas y hacer todo lo posible por ayudarles y por estar a su lado con ánimo de contribuir a su sanación; en segundo lugar, evitar lo más que se pueda estos hechos por medio de una correcta selección de los candidatos al sacerdocio; y, en tercer lugar, que los autores de los hechos sean castigados y que se les excluya toda posibilidad de reincidir”, destaca.
“Lo que nunca debe suceder es escabullirse y pretender no haber visto, dejando así que los autores de los crímenes sigan cometiendo sus acciones -sentencia-. Por tanto, es necesaria la vigilancia de la Iglesia, el castigo para quien ha faltado, y sobre todo la exclusión de todo ulterior acceso a niños”.
Entre muchas actuaciones que propone, algunas se dirigen a toda la comunidad de fe, que “tendría que intervenir siempre con su pensamiento y acción en cuanto a las vocaciones y prestar atención a los distintos candidatos. Por una parte, conducirlos y sostenerlos, y por la otra ayudar también a los superiores a reconocer si las personas son aptas o no”.
Además, “tenemos que suplicar a los fieles que cooperen también ellos en sostener a sus sacerdotes”, dice, “veo en las parroquias que el amor al sacerdote crece también cuando se reconocen sus debilidades y se asume la tarea de ayudarle en esas debilidades”.
Subraya que “hoy tenemos que aprender de nuevo que el amor al pecador y al damnificado están en su recto equilibrio mediante un castigo al pecador aplicado de forma posible y adecuada”.
“Ahora hay que comenzar realmente de nuevo en espíritu de penitencia, y al mismo tiempo no perder la alegría por el sacerdocio, sino reconquistarla”, pide.
Por otra, parte, destaca el necesario esfuerzo que debe realizar la Iglesia para “que lo vivo y grande que hay en ella se haga nuevamente visible, a pesar de todo lo negativo”.
Para el Papa, “es un desafío enorme sostener y elaborar de nuevo ambas cosas, el celibato y el matrimonio”.

También indica que encontrar la concepción positiva de la sexualidad “y cuidar de ese tesoro que se nos ha dado es una gran tarea”.


Tareas del cristiano


“Ser cristiano no debe convertirse en algo así como un estrato arcaico que de alguna manera retengo y que vive en cierta medida de forma paralela a la modernidad -advierte el Papa-. Ser cristiano en en sí mismo algo vivo, algo moderno, que configura y plasma toda mi modernidad”
Al referirse a las tareas del cristiano, Benedicto XVI no oculta que “aquí se exige una gran lucha espiritual”.
“Lo importante es que intentemos vivir y pensar el cristianismo de tal manera que asuma en sí la buena, la correcta modernidad, y que al mismo tiempo se aparte y distinga de lo que se ha convertido en una contrarreligión”, resume.
“¿Dónde la fe tiene que hacer propias las formas y figuras de la modernidad y dónde tiene que ofrecer resistencia? Esta gran lucha atraviesa hoy el mundo entero”, señala, invitando a la reflexión.
“Hemos de poner de manifiesto -y vivir también- que la infinitud que el hombre necesita sólo puede provenir de Dios -indica-. Que Dios es de primera necesidad para que sea posible resistir las tribulaciones de este tiempo”.
Como camino para realizarlo, el Papa indica que “debemos procurar decir realmente la sustancia en cuanto tal, pero decirla de forma nueva”.
“Nos encontramos realmente en una era en la que se hace necesaria una nueva evangelización, en la que el único evangelio debe ser anunciado en su inmensa, permanente racionalidad y, al mismo tiempo, en su poder, que sobrepasa la racionalidad, para llegar nuevamente a nuestro pensamiento y nuestra comprensión”.
“El proceso interior de traducción de las grandes palabras a la imagen verbal y conceptual de nuestro tiempo está avanzando, pero aún no se ha logrado realmente -observa-. Y esto sólo puede conseguirse si los hombres viven el cristianismo desde Aquel que vendrá”.
Entre los retos del cristianismo, Benedicto XVI también destaca la importancia de oponerse a “una presión de intolerancia que, primeramente, lo caricaturiza -como perteneciente a un pensar equivocado, erróneo-, y después, en nombre de una aparente racionalidad, quiere quitarle el espacio que necesita para respirar”.
Según el Papa, se trata de continuar señalando la fe como centro “y de captar el dramatismo del tiempo, seguir sosteniendo en él la palabra de Dios como la palabra decisiva y dar al mismo tiempo al cristianismo aquella sencillez y profundidad sin la cual no puede actuar”.

Presencia pública


El Papa revela que “a menudo uno se pregunta realmente cómo es que cristianos que son personalmente creyentes no poseen la fuerza para hacer que su fe tenga una mayor eficacia política”.
En este sentido, indica que “sobre todo debemos intentar que los hombres no pierdan de vista a Dios. Que reconozcan el tesoro que poseen. Y que, después, partiendo de la fuerza de la propia fe, puedan confrontarse con el secularismo y llevar a cabo el discernimiento de los espíritus”.
“Sólo podemos esperar que la fuerza interior de la fe, que está presente en el hombre, llegue a ser después poderosa en el campo público, plasmando asimismo el pensamiento a nivel público y no dejando que la sociedad caiga simplemente en el abismo”, añade.
Para Benedicto XVI, “hoy hay que consolidar, vitalizar y ampliar este cristianismo de decisión, de modo que haya más personas que vivan y confiesen de nuevo de manera consciente su fe”.
“Por otra parte, debemos reconocer que no somos simplemente idénticos a la cultura y la nación en cuanto tales, aunque tenemos la fuerza para imprimirle e indicarle valores, que ella asume aun cuando la mayoría no sean creyentes cristianos”.


Esperanza para el mundo

 
Benedicto XVI apela a la responsabilidad de la Iglesia en lograr un equilibrio entre el poder del hombre y su potencial ético, un progreso pensado en clave moral.
Constata el consenso general sobre la necesidad de tomar decisiones morales para afrontar la catástrofe ecológica que amenaza a la humanidad, pero a la vez también que “la traducción de esto mismo en voluntad política y en acciones políticas se ve ampliamente imposibilitada por una falta de una disposición a la renuncia”.
“¿Cómo puede la voluntad moral, que todos aceptan y todos reclaman, llegar a ser una decisión personal?”, pregunta, y responde: “sólo puede lograrlo una instancia que toque la conciencia, que esté cerca de la persona individual y que no se limite a convocar manifestaciones aparatosas”.
“En tal sentido se dirige aquí el reto a la Iglesia -concluye-. Ella no sólo tiene una gran responsabilidad, sino que, diría yo, es a menudo la única esperanza”.
“Tenemos que volver a reconocer que no debemos vivir simplemente en la arbitrariedad -señala-. Que hay que aprender una libertad que sea responsabilidad”.
En concreto, reconoce que “se está acostumbrado a un determinado estilo de vida y, cuando éste se ve amenazado, es natural que se suscite una resistencia”.
“También son demasiado pocos los modelos que se ven acerca de cómo sería concretamente la renuncia -explica-. En tal sentido, las comunidades religiosas, tienen una importancia ejemplar”.
Según Benedicto XVI, “es preciso percibir nuevamente que, como seres humanos, hemos de plantear exigencias mayores a la condición humana; más aún: que justamente sólo a través de eso se accede a la felicidad mayor”.
El libro concluye con unas frases alentadoras del Papa sobre lo que Dios tiene preparado a cada uno: “Realmente Él vino para que conozcamos la verdad. Para que podamos tocar a Dios. Para que nos esté abierta la puerta. Para que encontremos la vida, la vida real, la que ya no está sometida a la muerte”.