5/31/11

AUDIENCIA DEL PAPA AL CONSEJO PONTIFICIO PARA LA NUEVA EVANGELIZACIÓN




Señores cardenales, venerados hermanos en el Episcopado y en el Sacerdocio, queridos hermanos y hermanas:

Cuando el pasado 28 de junio, en las primeras vísperas de la Solemnidad de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo anuncié querer instituir un Dicasterio para la promoción de la nueva evangelización, daba un principio operativo a la reflexión que había llevado desde mucho tiempo sobre la necesidad de ofrecer una respuesta particular al momento de crisis de la vida cristiana, que se está comprobando en muchos países, sobre todo de antigua tradición cristiana. Hoy, con este encuentro, puedo constatar con placer que el nuevo Consejo Pontificio se ha convertido en una realidad. Doy las gracias a monseñor Salvatore Fisichella por las palabras que me ha dirigido, presentándome los trabajos de vuestra primera Plenaria. Un saludo cordial a todos vosotros con el aliento por la contribución que daréis al trabajo del nuevo Dicasterio, sobre todo de cara a la XIII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, que, en octubre de 2012, afrontará precisamente el tema Nueva evangelización y transmisión de la fe cristiana.
El término "nueva evangelización” recuerda la exigencia de una renovada modalidad de anuncio, sobre todo para aquellos que viven en un contexto, como el actual, en el que los desarrollos de la secularización han dejado pesadas huellas también en países de tradición cristiana. El Evangelio es siempre nuevo anuncio de la salvación realizada por Cristo para hacer a la humanidad partícipe del misterio de Dios y de su vida de amor y abrirla a un futuro de esperanza fiable y fuerte. Subrayar que en este momento de la historia la Iglesia está llamada a realizar una nueva evangelización, quiere decir intensificar la acción misionera para corresponder plenamente al mandato del Señor. El Concilio Vaticano II recordaba que “los grupos en que vive la Iglesia cambian completamente con frecuencia por varias causas, de forma que pueden originarse condiciones enteramente nuevas" (Decr. Ad Gentes, 6). Con amplitud de miras, los Padres conciliares vieron en el horizonte el cambio cultural que hoy es fácilmente comprobable. Precisamente esta situación cambiada, que ha creado una condición inesperada para los creyentes, requiere una atención especial por el anuncio del Evangelio, para dar razón de la propia fe en situaciones diferentes del pasado. La crisis que se experimenta lleva consigo los trazos de la exclusión de Dios de la vida de las personas, de una generalizada indiferencia hacia la misma fe cristiana, hasta el intento de marginarla de la vida pública. En décadas pasadas todavía era posible encontrar un sentido cristiano general, que unía el común sentir de generaciones enteras, crecidas a la sombra de la fe que había plasmado la cultura. Hoy, desgraciadamente, se asiste al drama de la fragmentación que no consiente tener una referencia de unión; además se verifica, a menudo, el fenómeno de personas que desean pertenecer a la Iglesia, pero que son fuertemente influenciados por una visión de la vida que contrasta con la fe.
Anunciar a Jesucristo, único Salvador del mundo, parece ser hoy más complejo que en el pasado; pero nuestro deber es idéntico como en los albores de nuestra historia. La misión no ha cambiado, así como no deben cambiar el entusiasmo y la valentía que empujaron a los Apóstoles y a los primeros discípulos. El Espíritu Santo que los alentó a abrir las puertas del cenáculo, haciéndoles Evangelizadores (cfr Hch 2,1-4), es el mismo Espíritu que mueve hoy a la Iglesia en un renovado anuncio de esperanza a los hombres de nuestro tiempo. San Agustín afirma que no se debe pensar que la gracia de la evangelización se haya extendido sólo a los Apóstoles y que con ellos esta fuente de gracia se ha agotado, sino que “esta fuente se deja ver cuando fluye, no cuando deja de fluir... De tal modo que la gracia a través de los Apóstoles alcanzó a los demás, que fueron enviados a anunciar al Evangelio...incluso, llega a llamar en estos últimos días, a todo el cuerpo de la su Hijo Unigénito, es decir su Iglesia difundida sobre toda al tierra” (Sermón 239,1). La gracia de la misión necesita a nuevos evangelizadores capaces de acogerla, para que el anuncio salvífico de la Palabra de Dios no disminuya nunca, en las condiciones cambiantes de la historia.
Existe una continuidad dinámica entre el anuncio de los primeros discípulos y el nuestro. En el transcurso de los siglos la Iglesia no ha dejado nunca de proclamar el misterios salvífico de la muerte y resurrección de Jesucristo, pero este mismo anuncio necesita hoy, un renovado vigor para convencer al hombre contemporáneo, a menudo distraído e insensible. La nueva evangelización, por esto, deberá hacerse cargo de encontrar los caminos para hacer más eficaz el anuncio de la salvación, sin el cual, la existencia personal permanece en su contradicción y privada de lo esencial.
También en quien permanece el lazo con las raíces cristiana, pero vive la difícil relación con la modernidad, es importante hacer comprender que el ser cristiano no es una especie de traje que ponerse en privado o en ocasiones particulares, sino algo vivo y totalitario, capaz de asumir todo lo hay de bueno en la modernidad. Espero que en el trabajo de estos días podáis diseñar un proyecto que sea capaz de ayudar a toda la Iglesia y a las distintas Iglesias particulares, en el compromiso de la nueva evangelización; un proyecto donde la urgencia por un renovado anuncio se haga cargo de la formación, en particular de las nuevas generaciones, y se conjugue con la propuesta de signos concretos para hacer evidente la respuesta que la Iglesia pretende ofrecer en este especial momento. Si, por una parte, la comunidad entera está llamada a revigorizar el espíritu misionero para dar el anuncio nuevo que los hombres de nuestro tiempo esperan, no se podrá olvidar que el estilo de vida de los creyentes necesita una genuina credibilidad, tanto más convincente cuanto más es dramática la condición de aquellos a los que se dirigen. Y es por esto que queremos hacer nuestras las palabras del Siervo de Dios el Papa Pablo VI, cuando a propósito de la Evangelización afirmaba: “Será sobre todo mediante su conducta, mediante su vida, como la Iglesia evangelizará al mundo, es decir, mediante un testimonio vivido de fidelidad a Jesucristo, de pobreza y desapego de los bienes materiales, de libertad frente a los poderes del mundo, en una palabra de santidad”, (Exhortación Ap. Evangelii nuntiandi, 41).
Queridos amigos, invocando la intercesión de María, Estrella de la Evangelización, para que acompañe a los portadores del Evangelio y abra los corazones de los que escuchan, os aseguro mi oración por vuestro servicio eclesial y os imparto la Bendición Apostólica.

“DONDE LLEGA EL EVANGELIO FLORECE LA VIDA”


El Papa con motivo del Regina Caeli del domingo

¡Queridos hermanos y hermanas!
En el libro de los Hechos de los Apóstoles se narra que, tras una primera violenta persecución, la comunidad cristiana de Jerusalén, exceptuando los apóstoles, se dispersa en las regiones circundantes y Felipe, uno de los diáconos, llega a una ciudad de Samaria. Allí predicó a Cristo resucitado, su anuncio estuvo acompañado por numerosas curaciones, así que la conclusión del episodio es muy significativa: “Y hubo una gran alegría en aquella ciudad” (Hch 8,8). Cada vez nos impresiona esta expresión, que en esencia nos comunica un sentido de esperanza; como si dijera: ¡es posible! Es posible que la humanidad conozca la verdadera alegría, porque allá donde llega el Evangelio, florece la vida; como un terreno árido que, llegado por la lluvia, rápidamente reverdece. Felipe y los demás discípulos, con la fuerza del Espíritu Santo, hicieron en los pueblos de Palestina lo que había hecho Jesús: predicaron la Buena Noticia y realizaron signos prodigiosos. Era el Señor el que actuaba por medio de ellos. Así como Jesús anunciaba la venida del Reino de Dios, los discípulos anunciaron a Jesús resucitado, profesando que Él es Cristo, el Hijo de Dios, bautizando en su nombre y expulsando toda enfermedad del cuerpo y del espíritu.
“Y hubo una gran alegría en aquella ciudad”. Leyendo este pasaje, espontáneamente se piensa en la fuerza sanadora del Evangelio, que a lo largo de los siglos ha “lavado”, como río beneficioso, a tantas poblaciones. Algunos grandes Santos y Santas han llevado esperanza y paz a ciudades enteras -pensemos en san Carlos Borremeo en Milán, en la época de la peste; en la beata Madre Teresa de Calcuta; y en tantos misioneros, cuyos nombres Dios conoce, que han dado la vida por llevar el anuncio de Cristo y hacer florecer entre los hombres la alegría profunda. Mientras los poderosos de este mundo buscaban conquistar nuevos territorios por intereses políticos y económicos, los mensajeros de Cristo iban por todas partes con el objetivo de llevar a Cristo a los hombres y a los hombres a Cristo, sabiendo que sólo Él puede dar la verdadera libertad y la vida eterna. También hoy la vocación de la Iglesia es la evangelización: tanto de las poblaciones que todavía no han sido “regadas” por el agua viva del Evangelio; como de aquellas que, aun teniendo antiguas raíces cristianas, necesitan linfa nueva para dar nuevos frutos, y redescubrir la belleza y la alegría de la fe.
Queridos amigos, el beato Juan Pablo II ha sido un gran misionero, como documenta también una muestra preparada estos días en Roma. Él relanzó la misión ad gentes y, al mismo tiempo, promovió la nueva evangelización. Confiamos la una y la otra a la intercesión de María Santísima. Que la Madre de Cristo acompañe siempre y en todas partes el anuncio del Evangelio, para que se multipliquen y se amplíen en el mundo los espacios en los que los hombres reencuentran la alegría de vivir como hijos de Dios.

5/29/11

DISCURSO DEL PAPA A LOS MIEMBROS DE CARITAS INTERNATIONALIS



Señores cardenales, Venerados hermanos en el Episcopado y el Sacerdocio, Queridos hermanos y hermanas:
Me alegra tener esta oportunidad de encontrarme con vosotros con ocasión de vuestra Asamblea General. Agradezco al cardenal Óscar Rodríguez Maradiaga, presidente de Caritas Internationalis, las amables palabras que me ha dirigido, también en vuestro nombre, y dirijo un cordial saludo a todos vosotros y a toda la familia de Caritas. Además, os aseguro mi gratitud y formulo mis mejores votos en la oración por las obras de caridad cristiana que lleváis a cabo en países de todo el mundo.
El primer motivo de nuestro encuentro de hoy es el de dar gracias a Dios por las numerosas gracias que ha concedido a la Iglesia en los sesenta años transcurridos desde la fundación deCaritas Internationalis. Tras los horrores y devastaciones de la Segunda Guerra Mundial, el Venerable Pío XII quiso mostrar la solidaridad y la preocupación de toda la Iglesia ante tantas situaciones de conflicto y emergencia en el mundo. Y lo hizo dando vida a un organismo que, promoviese en el ámbito de la Iglesia universal, una mayor comunicación, coordinación y colaboración entre las numerosas organizaciones caritativas de la Iglesia en los diversos continentes (cf. Quirógrafo Durante l’Ultima Cena, 16 septiembre 2004, 1). Más tarde, el Beato Juan Pablo II fortaleció ulteriormente los vínculos existentes entre las diferentes agencias nacionales de Caritas, y entre ellas y la Santa Sede, otorgando a Caritas Internationalis la personalidad jurídica canónica pública (ibíd., 3). Como consecuencia de esto, Caritas Internationalis ha adquirido un papel particular en el corazón de la comunidad eclesial, y ha sido llamada a compartir, en colaboración con la jerarquía eclesiástica, la misión de la Iglesia de manifestar, a través de la caridad vivida, ese amor que es Dios mismo. De este modo,Caritas Internationalis, dentro de la finalidad propia que tiene asignada, lleva a cabo en nombre de la Iglesia una tarea específica en favor del bien común (cf. C.I.C., can. 116, § 1).
Estar en el corazón de la Iglesia; ser capaz en cierto modo de hablar y actuar en su nombre, en favor del bien común, lleva consigo particulares responsabilidades dentro de la vida cristiana, tanto personal como comunitaria. Solamente sobre las bases de un compromiso cotidiano de acoger y vivir plenamente el amor de Dios se puede promover la dignidad de cada ser humano. En mi primera encíclica, Deus caritas est, he querido reafirmar la centralidad del testimonio de la caridad para la Iglesia de nuestro tiempo. A través de dicho testimonio, hecho visible en la vida cotidiana de sus miembros, la Iglesia llega a millones de hombres y mujeres, haciendo posible que reconozcan y perciban el amor de Dios, que es siempre cercano a toda persona necesitada. Para nosotros, los cristianos, Dios mismo es la fuente de la caridad, y la caridad ha de entenderse no solamente como una filantropía genérica, sino como don de sí, incluso hasta el sacrificio de la propia vida en favor de los demás, imitando el ejemplo de Cristo. La Iglesia prolonga en el tiempo y en el espacio la misión salvadora de Cristo: quiere llegar a todo ser humano, movida por el deseo de que cada persona llegue a conocer que nada puede separarlo del amor de Cristo (cf. Rm 8,35).
Caritas Internationalis es distinta de otras agencias sociales porque es un organismo eclesial, que comparte la misión de la Iglesia. Esto es lo que los Pontífices han querido siempre y esto es lo que vuestra Asamblea General debe afirmar con fuerza. En ese sentido, hay que observar que Caritas Internacionalis está constituida fundamentalmente por varias Caritas nacionales. A diferencia de tantas instituciones y asociaciones eclesiales dedicadas a la caridad, las Caritastienen un rasgo distintivo: pese a la variedad de formas canónicas asumidas por las Caritasnacionales, todas son una ayuda privilegiada para los obispos en su ejercicio de la caridad. Esto comporta una especial responsabilidad eclesial: la de dejarse guiar por los Pastores de la Iglesia. Desde el momento que Caritas Internationalis tiene un perfil universal y está dotada de personalidad jurídica canónica pública, la Santa Sede tiene el deber de seguir su actividad y de vigilar para que, tanto su acción humana y de caridad como el contenido de los documentos que difunde, estén en plena sintonía con la Sede Apostólica y con el Magisterio de la Iglesia, y para que se administre con competencia y de modo transparente. Esta identidad distintiva es la fuerza de Caritas Internationalis, y es lo que hace su actividad particularmente eficaz.
Además, quisiera subrayar que vuestra misión os lleva a desarrollar un importante papel en el plano internacional. La experiencia que habéis adquirido en estos años os ha enseñado a haceros portavoces ante la comunidad internacional de una sana visión antropológica, alimentada por la doctrina católica y comprometida en la defensa de la dignidad de cada vida humana. Sin un fundamento transcendente, sin una referencia a Dios creador, sin la consideración de nuestro destino terreno, corremos el riesgo de caer en manos de ideologías dañinas. Todo lo que decís y hacéis, el testimonio de vuestra vida y de vuestras actividades, son importantes y contribuyen a promover el bien integral de la persona humana. Caritas Internationalis es una organización que tiene el papel de favorecer la comunión entre la Iglesia universal y las Iglesias particulares, como también la comunión entre todos los fieles en el ejercicio de la caridad. Al mismo tiempo, está llamada a ofrecer su propia contribución para llevar el mensaje de la Iglesia a la vida política y social en el plano internacional. En la esfera política – y en todas aquellas áreas que se refieren directamente a la vida de los pobres– los fieles, especialmente los laicos, gozan de una amplia libertad de acción. Nadie puede, en materias abiertas a la discusión libre, pretender hablar "oficialmente" en nombre de todos los laicos o de todos los católicos (cf. Con. Ecum. Vat. II, Gaudium et Spes, 43; 88). Por otro lado, cada católico, en verdad cada hombre, está llamado a actuar con conciencia purificada y con corazón generoso para promover de manera decidida aquellos valores que he definido a menudo como "no negociables".
Caritas Internationalis está llamada, por tanto, a trabajar para convertir los corazones a una mayor apertura hacia los demás, para que cada uno, en pleno respeto de su propia libertad y en la plena asunción de las propias responsabilidades personales, pueda actuar siempre y en todas partes a favor del bien común, ofreciendo generosamente lo mejor de sí mismo al servicio de los hermanos y hermanas, en particular los más necesitados.
Por consiguiente, en esta amplia perspectiva, y en estrecha colaboración con los Pastores de la Iglesia, responsables últimos de dar testimonio de la caridad (cfr. Deus caritas est, 32), lasCaritas nacionales están llamadas a continuar su fundamental testimonio del misterio del amor vivificante y transformador de Dios manifestado en Jesucristo. Igual puede decirse también deCaritas Internacional, que, con miras a llevar a cabo la propia misión, puede contar con la asistencia y el apoyo de la Santa Sede, particularmente a través del Dicasterio competente, el Consejo Pontificio Cor Unum.
Queridos amigos, confiando estas preocupaciones a vuestra reflexión, os agradezco de nuevo vuestro compromiso generoso al servicio de nuestros hermanos necesitados. A vosotros, a vuestros colaboradores y a todos aquellos que están comprometidos en el amplio mundo de las obras de caridad católica, imparto de corazón mi Bendición Apostólica, prenda de fuerza y de paz en el Señor.

5/27/11

No una ley, sino seguir a una Persona

Monseñor Jesús Sanz Montes


Tantas veces nos encontramos con una comprensión de la moral, de la forma de entender un comportamiento ante tantas cosas de la vida, como quien sigue el dictado de una normativa dada. Podría parecer que esto es también la ética cristiana: secundar nuestras reglas morales. De esto trata el evangelio de este domingo a propósito de los mandamientos. También nos mete en la cena última de Jesús con sus discípulos, en la que Él hará la gran síntesis de su revelación: el Padre amado, el Espíritu prome­tido, el amor hasta la entrega total como su manifestación suprema. Jesús propone un extraño modo de comprobar el amor verdadero hacia su Persona: guardar sus mandamientos, es decir, todo lo que su Palabra y su Persona han ido desvelando de tantas formas. No se trata de un “código de circulación” ética o religiosa, sino un modo nuevo e integral de vivir la existencia ante Dios, ante los demás, ante uno mismo.
No nace de la curiosidad por lo que Él hizo y dijo. Muchos vieron y escucharon al Maestro en su andadura humana, y tantos de ellos no entendieron nada. Era necesario que este nuevo modo de vivir la existencia, naciera de lo Alto, del Espíritu, como explicará el mismo Jesús en otra noche de confidencias al inquieto Nicodemo. Por eso el Señor, tras haber dicho a los más suyos que amarle y guardar sus mandamientos es la fidelidad cristiana, les prometerá el envío de ese Espíritu. No hacemos una selección de sus enseñanzas en un cristianismo “a la carta”, en un cómodo “sírvase Ud. mismo” dentro del bazar religioso. Para entender a Jesús hay que amarle, pero sólo ama quien no censura ninguno de los factores que componen la vida y la palabra de la persona amada.
Difícilmente se pueden contar como propias las cosas que no hemos experimentado ni saboreado. Quien hace así, no sólo no contagia nada, sino que siembra el aburrimiento. No contar un historia ajena y prestada, sino relatar lo que ha supuesto el paso de Dios por todos nuestros entresijos. Y esto es anunciar a Cristo. Y llenar de alegría el terruño que a diario pisan nuestros pies.
El cristiano que anuncia a Jesús, más de demostrar a su Señor lo que sencillamente hace es mostrarle. Porque la razón de nuestra esperanza no es un discurso teórico de fría apologética, sino un anuncio sencillo y fuerte de lo que nos ha sucedido: la oscuridad, la indiferencia, la violencia, el pecado y la muerte, han sido desplazadas y arrancadas en nosotros por el paso liberador de la Pascua de Jesús en nuestra vida. Y esa liberación que nos ha sucedido a nosotros deseamos que suceda también absolutamente a todos. Los mandamientos cristianos son vivir la vida de Jesucristo por la fuerza del Espíritu de la Verdad. Predicamos a Cristo siendo testigos de la luz, de la misericordia, de la paz, de la gracia y de la vida que ha acontecido y acontece en nosotros tras el encuentro con Él. Él es nuestra regla y nuestra ley.

Rosario con los obispos italianos

El Papa ayer en Santa María la Mayor


Venerados y queridos Hermanos:
Habéis venido a esta espléndida Basílica – lugar en el que espiritualidad y arte se funden en una unión secular – para compartir un intenso momento de oración, con el que confiar a la protección materna de María, Mater unitatis, a todo el pueblo italiano, ciento cincuenta años después de la unidad política del país. Es significativo que esta iniciativa haya sido preparada por análogos encuentros en las diócesis: también de esta forma expresáis la solicitud de la Iglesia al hacerse cercana al destino de esta amada nación. A nuestra vez, nos sentimos en comunión con cada comunidad, incluso la más pequeña, en la que permanece viva la tradición que dedica el mes de mayo a la devoción mariana. Ésta encuentra expresión en muchos signos: santuarios, capillas, obras de arte y, sobre todo, en la oración del Santo Rosario, con el que el Pueblo de Dios da gracias por el bien que incesantemente recibe del Señor, a través de la intercesión de María Santísima, y le suplica por sus múltiples necesidades. La oración – que tiene su cumbre en la liturgia, cuya forma está custodiada por la tradición viva de la Iglesia – es siempre un dejar espacio a Dios: su acción nos hace partícipes de la historia de la salvación. Esta tarde, en particular, en la escuela de María hemos sido invitados a compartir los pasos de Jesús: a descender con él al río Jordán, para que el Espíritu confirme en nosotros la gracia del Bautismo; a sentarnos en el banquete de Caná, para recibir de Él el “vino bueno” de la fiesta; a entrar en la sinagoga de Nazaret, como pobres a los cuales se dirige el alegre mensaje del Reino de Dios; también, a subir al Monte Tabor, para recibir la cruz a la luz pascual; y finalmente, a participar en el Cenáculo en el nuevo y eterno sacrificio, que, anticipando los cielos nuevos y la tierra nueva, regenera toda la creación.
Esta Basílica es la primera en Occidente dedicada a la Virgen Madre de Dios. Al entrar en ella, mi pensamiento volvió al primer día del año 2000, cuando el Beato Juan Pablo II abrió su Puerta Santa, confiando el Año jubilar a María, para que velase sobre el camino de cuantos se reconocían peregrinos de gracia y de misericordia. Nosotros mismos hoy no dudamos en sentirnos tales, deseosos de atravesar el umbral de esa “Puerta” Santísima que es Cristo y queremos pedir a la Virgen María que sostenga nuestro camino e interceda por nosotros. El cuanto Hijo de Dios, Cristo es forma del hombre: es su verdad más profunda, la linfa que fecunda una historia de otro modo irremediablemente comprometida. La oración nos ayuda a reconocer en Él el centro de nuestra vida, a permanecer en su presencia, a conformar nuestra voluntad a la suya, a hacer “lo que él nos diga" (Jn 2,5), seguros de su fidelidad. Esta es la tarea esencial de la Iglesia, coronada por Él como mística esposa, como la contemplamos en el esplendor del ábside. María constituye su modelo: es la que nos presenta el espejo, en el que somos invitados a reconocer nuestra identidad. Su vida es un llamamiento a reconducir lo que somos a la escucha y a la acogida de la Palabra, llegando en la fe a proclamar la grandeza del Señor, ante la cual nuestra única posible grandeza es la que se expresa en la obediencia filial: “Sea en mí según tu palabra” (Lc 1,38). María se fió: ella es la “bendita” (cfr Lc 1, 42), que lo es por haber creído (cfr Lc 1,45), hasta ser de tal forma revestida de Cristo que entra en el “séptimo día”, partícipe del descanso de Dios. Las disposiciones de su corazón – la escucha, la acogida, la humildad, la fidelidad, la alabanza y la espera – corresponden a las actitudes interiores y a los gestos que plasman la vida cristiana. De ellos se nutre la Iglesia, consciente de que expresan lo que Dios espera de ella.
Sobre el bronce de la Puerta Santa de esta Basílica está grabada la representación del Concilio de Éfeso. El edificio mismo, que se remonta en su núcleo original al siglo V, está ligado a esa cumbre ecuménica, celebrada en el año 431. En Éfeso la Iglesia unida defendió y confirmó para María el título de Theotókos, Madre de Dios: título de contenido cristológico, que remite al misterio de la encarnación y que expresa en el Hijo la unidad de la naturaleza humana con la divina. Por lo demás, es la persona y la vivencia de Jesús de Nazaret la que ilumina el Antiguo Testamento y el rostro mismo de María. En ella se capta claramente el designio unitario que entrelaza a los dos Testamentos. En su vida personal está la síntesis de la historia de todo un pueblo, que pone a la Iglesia en continuidad con el antiguo Israel. Dentro de esta perspectiva reciben sentido las historias individuales, a partir de las de las grandes mujeres de la Antigua Alianza, en cuya vida se representa un pueblo humillado, derrotado y deportado. Son también las mismas que sin embargo personifican la esperanza; son el "resto santo", signo de que el proyecto de Dios no se queda en una idea abstracta, sino que encuentra correspondencia en una respuesta pura, en una libertad que se entrega sin reservarse nada, en un sí que es acogida plena y don perfecto. María es la expresión más alta de ello. Sobre ella, virgen, desciende el poder creador del Espíritu Santo, el mismo que “en el principio" aleteaba sobre el abismo informe (cfr Gen 1,1) y gracias al cual Dios llamo al ser de la nada; el Espíritu que fecunda y plasma la creación. Abriéndose a su acción, María engendra al Hijo, presencia del Dios que viene a habitar la historia y la abre a un inicio nuevo y definitivo, que es posibilidad para cada hombre de renacer de lo alto, de vivir en la voluntad de Dios y por tanto de realizarse plenamente.
¡La fe, de hecho, no es alienación: son otras las experiencias que contaminan la dignidad del hombre y la calidad de la convivencia social! En cada época histórica el encuentro con la palabra siempre nueva del Evangelio fue manantial de civilización, construyó puentes entre los pueblos y enriqueció el tejido de nuestras ciudades, expresándose en la cultura, en las artes y, no en último lugar, en las mil formas de la caridad. Con razón Italia, celebrando los ciento cincuenta años de su unidad política, puede estar orgullosa de la presencia y de la acción de la Iglesia. Ésta no persigue privilegios ni pretende sustituir las responsabilidades de las instituciones políticas; respetuosa de la legítima laicidad del Estado, está atenta en apoyar los derechos fundamentales del hombre. Entre estos están ante todo las instancias éticas y por tanto la apertura a la trascendencia, que constituyen los valores previos a cualquier jurisdicción estatal, en cuanto que están inscritos en la naturaleza misma de la persona humana. En esta perspectiva, la Iglesia – fuerte por una reflexión colegial y por la experiencia directa sobre el terreno – sigue ofreciendo su propia contribución a la construcción del bien común, recordando a cada uno su deber de promover y tutelar la vida humana en todas sus fases y de sostener con los hechos la familia; esta sigue siendo, de hecho, la primera realidad en la que pueden crecer personas libres y responsabless, formadas en esos valores profundos que abren a la fraternidad y que permiten afrontar también las adversidades de la vida. No en último lugar, existe hoy dificultad en acceder a un empleo pleno y digno: me uno, por ello, a cuantos piden a la política y al mundo empresarial realizar todos los esfuerzos para superar la difundida precariedad laboral, que en los jóvenes compromete la serenidad de un proyecto de vida familiar, con grave daño para un desarrollo auténtico y armonioso de la sociedad.
Queridos hermanos, el aniversario del acontecimiento fundacional del Estado unitario os ha encontrado puntuales al recordar los fragmentos de una memoria compartida, y sensibles en señalar los elementos de una perspectiva futura. No dudéis en estimular a los fieles laicos a vencer todo espíritu de cerrazón, distracción e indiferencia, y a participar en primera persona en la vida pública. Animad las iniciativas de formación inspiradas en la doctrina social de la Iglesia, para que quien está llamado a responsabilidades políticas y administrativas no sea víctima de la tentación de explotar su posición por intereses personales o por sed de poder. Apoyar la vasta red de agregaciones y de asociaciones que promueven obras de carácter cultural, social y caritativo. Renovad las ocasiones de encuentro, en el signo de la reciprocidad, entre el Norte y el Sur. Ayudad al Norte a recuperar las motivaciones originarias de ese vasto movimiento cooperativista de inspiración cristiana que fue animador de una cultura de la solidaridad y del desarrollo económico. Igualmente, invitad al Sur a poner en circulación, en beneficio de todos, los recursos y las cualidades de que dispone y esos rasgos de acogida y hospitalidad que le caracterizan. Seguid cultivando un espíritu de colaboración sincera y leal con el Estado, sabiendo que esta relación es beneficiosa tanto para la Iglesia como para todo el país. Que vuestra palabra y vuestra acción sean de ánimo y de empuje para cuantos son llamados a gestionar la complejidad que caracteriza el tiempo presente. En una época en la que surge cada vez con más fuerza la petición de sólidas referencias espirituales, sabed plantear a todos lo que es peculiar de la experiencia cristiana: la victoria de Dios sobre el mal y sobre la muerte, como horizonte que arroja una luz de esperanza sobre el presente. Asumiendo la educación como hilo conductor del compromiso pastoral de esta década, habéis querido expresar la certeza de que la existencia cristiana – la vida buena del Evangelio – es precisamente la demostración de una vida realizada. Sobre este camino aseguráis un servicio no solo religioso o eclesial, sino también social, contribuyendo a construir la ciudad del hombre. ¡Por tanto, ánimo! A pesar de todas las dificultades, “nada es imposible para Dios" (Lc 1, 37), para Aquel que sigue haciendo "grandes cosas" (Lc 1,49) a través de cuantos, como María, saben entregarse a él con disponibilidad incondicional.
Bajo la protección de la Mater unitatis ponemos a todo el pueblo italiano, para que el Señor le conceda los dones inestimables de la paz y de la fraternidad y, por tanto, del desarrollo solidario. Que ayude a las fuerzas políticas a vivir también el aniversario de la Unidad como ocasión para reforzar el vínculo nacional y superar toca contraposición perjudicial: que las sensibilidades, experiencias y perspectivas diversas y legítimas puedan recomponerse en un cuadro más amplio para buscar juntos lo que verdaderamente contribuye al bien del país. Que el ejemplo de María abra el camino a una sociedad más justa, madura y responsable, capaz de redescubrir los valores profundos del corazón humano. Que la Madre de Dios aliente a los jóvenes, sostenga a las familias, conforte a los enfermos, implore sobre cada uno una renovada efusión del Espíritu, ayudándonos a reconocer y a seguir también en este tiempo al Señor, que es el verdadero bien de la vida, porque es la vida misma.
De corazón os bendigo a vosotros y a vuestras comunidades.

5/26/11

¿TERAPIAS ALTERNATIVAS O MANIPULACIÓN PSICOLÓGICA?



Álvaro Farías Díaz

Podríamos preguntarnos ¿por qué tienen tanto éxito películas como Harry PotterEl Señor de los Anillos o libros como El Alquimista? ¿Por qué florecen cada día más las expresiones del pensamiento imaginario o mágico? ¿Por qué aunque la modernidad lo creía moribundo, Dios sigue resistiendo tan bien? ¿Cómo han evolucionado las religiones históricas, en contacto con las nuevas creencias y las nuevas formas de espiritualidad marcadas con el sello del individualismo y el pragmatismo? Y al fin de cuentas, ¿cómo comprender esta plétora de creencias y prácticas que se despliega ante nuestros ojos, esa religiosidad flotante, “a la carta”, que se desarrolla dentro de nuestra sociedad?
Vemos hoy cómo los hombres y mujeres de nuestra cultura, afectados por las enfermedades del humor, son medicados con la misma gama de medicamentos frente a cualquier cosa. Por un lado se encomiendan a la medicina científica, y por otro aspiran a una terapia que reconociendo su identidad dé lugar a la palabra.
Como dice Élisabeth Roudinesco, “asistimos en las sociedades occidentales a un increíble auge de ensalmadores, hechiceros, videntes y magnetizadores. Frente al cientificismo erigido religión y frente a las ciencias cognitivas, que valorizan al hombre-máquina en detrimento del hombre deseante, vemos florecer, como consecuencia, toda una clase de prácticas surgidas, ya de la prehistoria del freudismo, ya de una concepción ocultista del cuerpo y el espíritu: magnetismo, sofrología, naturopatía, iriología, auriculoterapia, energética transpersonal, prácticas medúmnicas y de sugestión, etc. Contrariamente a lo que podríamos creer, estas prácticas seducen más a las clases medias (empleados, profesionales liberales y ejecutivos) que a los medios populares”.
La pseudoterapias New Age
Bajo el término “New Age” se engloba un conglomerado de ideas que hace difícil su concreción: hay quienes sostienen que es una nueva forma de afrontar la vida y de expresarla, para otros es un sincretismo tan enorme que lo único que pretende es confundir y recoger el fruto de tal confusión.
Nuestro momento actual dista mucho de desconocer la fascinación por lo sagrado, que irrumpe por caminos que parecían ya poco transitados o reservados a los marginados de la religión. Quién se sorprende ya por ciertos programas de televisión, ciertos programas de radio, ciertos avisos en diarios y revistas en donde aparecen “ofertas religiosas” mezcladas con “ciencia”: radiestesia, control mental, reiki, budismo, meditación trascendental, viajes astrales, Jesús cósmico, Iglesias Neopentecostales, grupos gnósticos, etc. Pero, ¿qué es lo que está ocurriendo? los intentos de explicación son varios.
La New Age hunde sus raíces en el intento de encontrar puntos de contacto entre ciencia y religión, entre la razón y la magia, entre Oriente y Occidente. Se pretende crear un nuevo paradigma. Se trata de una huida de lo tradicional hacia lo alternativo.
Hay que aclarar qué es lo que en la New Age se entiende por “Dios”. Dios sería la “Energía” que en un momento determinado descendió sobre Jesucristo, Buda, Mahoma, y más cerca en la historia sobre el Conde Saint Germain. Los nueverinos interpretan la crucifixión, resurrección y ascensión de Jesucristo dentro de un contexto esotérico, como un símbolo de la liberación de la Energía crística y su difusión a modo de gas vivificador del cielo nuevo y la tierra nueva, manifestación esta que se manifestará en todo su esplendor cuando ocurra el advenimiento de la “Nueva Era” o “Era de Acuario”. Mientras que el Cristo interior en inmanente a cada uno es la “chispa” interior, desprendida de la Energía o Cristo cósmico. Cualquiera puede llegar a ser “Cristo”, para ello hay que recurrir a las técnicas New Age y sobre todo provocar estados alterados de conciencia (trances místicos, fenómenos de channeling, etc.) al mismo tiempo que hay que conectarse con la ecología, conducto de la Energía cósmica.
El mayor problema con todo esto es la utilización perversa de estas creencias y técnicas. Cada uno es libre de pensar y creer en lo que le parezca más oportuno. Lo malo es cuando sin aviso previo se le van introduciendo creencias que no compartía en primera instancia, aprovechando circunstancias poco éticas a través de un proceso de manipulación psicológica.
En la mayoría de estos casos no hay al frente de este tipo de ofertas terapéuticas un profesional idóneo, es decir, un psicólogo o un psicoterapeuta formado para el ejercicio de tal función. Cuando lo hay se dan fenómenos de intrusismo profesional y abuso terapéutico.
La clínica con pacientes que han vivido este tipo de experiencias y con sus familiares nos muestra que estos “terapeutas” terminan siendo verdaderos manipuladores ya que con su forma de actuar denotan un desconocimiento de la ética profesional trasgrediendo los límites de la misma, hacen un mal uso de las técnicas psicoterapéuticas y llevan a cabo un manejo de la relación terapéutica en su beneficio personal.
Mucho nos queda por hacer. Por todo lo arriba dicho nos parce suficientemente clara la necesidad y la oportunidad de investigar sobre el tema de las sectas y los grupos manipulativos, al igual que sobre los procesos sociales y psicológicos de la propia manipulación psicológica tanto aquí en Uruguay como en el mundo.

LA NOCHE EN LA QUE EL HOMBRE BUSCA A DIOS


El Papa ayer en la Audiencia General

Queridos hermanos y hermanas:
Hoy quisiera detenerme con vosotros en un texto del Libro del Génesis que narra un episodio un poco especial de la historia del Patriarca Jacob. Es un fragmento de difícil interpretación, pero importante en nuestra vida de fe y de oración; se trata del relato de la lucha con Dios en el vado de Yaboq, del que hemos escuchado un trozo.
Como recordaréis, Jacob le había quitado a su gemelo Esaú la primogenitura, a cambio de un plato de lentejas y después recibió con engaños la bendición de su padre Isaac, que en ese momento era muy anciano, aprovechándose de su ceguera. Huido de la ira de Esaú, se refugió en casa de un pariente, Labán; se había casado, se había enriquecido y volvía a su tierra natal, dispuesto a enfrentar a su hermano, después de haber tomado algunas prudentes medidas. Pero cuando todo está preparado para este encuentro, después de haber hecho que los que estaban con él, atravesasen el vado del torrente que delimitaba el territorio de Esaú, Jacob se queda solo, y es agredido por un desconocido con el que lucha toda la noche. Esta lucha cuerpo a cuerpo -que encontramos en el capítulo 32 del Libro del Génesis- se convierte para él en una singular experiencia de Dios.
La noche es es momento favorable para actuar a escondidas, el tiempo oportuno, por tanto, para Jacob, de entrar en el territorio del hermano sin ser visto y quizás con la ilusión de tomar por sorpresa a Esaú. Sin embargo es él el sorprendido por un ataque imprevisto, para el que no estaba preparado. Había usado su astucia para intentar evitarse una situación peligrosa, pensaba tener todo bajo control, y sin embargo, se encuentra ahora teniendo que afrontar una lucha misteriosa que lo sorprende en soledad y sin darle la oportunidad de organizar una defensa adecuada. Indefenso, en la noche, el Patriarca Jacob lucha contra alguien. El texto no especifica la identidad del agresor; usa un término hebreo que indica “un hombre” de manera genérica, “uno, alguien”; se trata de una definición vaga, indeterminada, que quiere mantener al asaltante en el misterio. Está oscuro, Jacob no consigue distinguir a su contrincante, y también para nosotros, permanece en el misterio; alguien se enfrenta al Patriarca, y este es el único dato seguro que nos da el narrador. Sólo al final, cuando la lucha ya ha terminado y ese “alguien” ha desaparecido, sólo entonces Jacob lo nombrará y podrá decir que ha luchado contra Dios.
El episodio se desarrolla en la oscuridad y es difícil percibir no sólo la identidad del asaltante de Jacob, sino también como se ha desarrollado la lucha. Leyendo el texto, resulta difícil establecer quien de los dos contrincantes lleva las de ganar; los verbos se usan a menudo sin sujeto explícito, y las acciones suceden casi de forma contradictoria, así que cuando parece que uno de los dos va a prevalecer, la acción sucesiva desmiente enseguida esto y presenta al otro como vencedor. Al inicio, de hecho, Jacob parece ser el más fuerte, y el adversario – dice el texto – “no conseguía vencerlo” (v.26); y finalmente golpea a Jacob en el fémur, provocándole una dislocación. Se podría pensar que Jacob sucumbe, sin embargo, es el otro el que le pide que le deje ir; pero el Patriarca se niega, imponiendo una condición: “No te soltaré si antes no me bendices” (v.27). El que con engaños le había quitado a su hermano la bendición del primogénito, ahora la pretende de un desconocido, de quien quizás empieza a percibir las connotaciones divinas, sin poderlo reconocer verdaderamente.
El rival, que parece estar retenido y por tanto vencido por Jacob, en lugar de ceder a la petición del Patriarca, le pregunta su nombre: “¿Cómo te llamas?”. El patriarca le responde: “Jacob” (v.28). Aquí la lucha da un giro importante. Conocer el nombre de alguien, implica una especie de poder sobre la persona, porque el nombre, en la mentalidad bíblica, contiene la realidad más profunda del individuo, desvela el secreto y el destino. Conocer el nombre de alguien quiere decir conocer la verdad sobre el otro y esto permite poderlo dominar. Cuando, por tanto, por petición del desconocido, Jacob revela su nombre, se está poniendo en las manos de su adversario, es una forma de entrega, de consigna total de sí mismo al otro.
Pero en este gesto de rendición, también Jacob resulta vencedor, paradójicamente, porque recibe un nombre nuevo, junto al reconocimiento de victoria por parte de su adversario, que le dice: “En adelante no te llamarás Jacob, sino Israel, porque has luchado con Dios y con los hombres, y has vencido” (v.29). “Jacob” era un nombre que recordaba el origen problemático del Patriarca; en hebreo, de hecho, recuerda al término “talón”, y manda al lector al momento del nacimiento de Jacob, cuando saliendo del seno materno, agarraba el talón de su hermano gemelo (Gn 25, 26), casi presagiando el daño que realiza a su hermano en la edad adulta, pero el nombre de Jacob recuerda también al verbo “engañar, suplantar”. Y ahora, en la lucha, el Patriarca revela a su oponente, en un gesto de rendición y donación, su propia realidad de quien engaña, quien suplanta; pero el otro, que es Dios, transforma esta realidad negativa en positiva: Jacob el defraudador se convierte en Israel, se le da un nombre nuevo que le marca una nueva identidad. Pero también aquí, el relato mantiene su duplicidad, porque el significado más probable de Israel es “Dios fuerte, Dios vence”.
Por tanto, Jacob ha prevalecido, ha vencido – es el mismo adversario quien los afirma – pero su nueva identidad, recibida del mismo contrincante, afirma y testimonia la victoria de Dios. Y cuando Jacob pide a su vez el nombre de su oponente, este no quiere decírselo, pero se le revela en un gesto inequívoco, dándole su bendición. Esta bendición que el Patriarca le había pedido al principio de la lucha se le concede ahora. Y no es una bendición obtenida mediante engaño, sino que es gratuitamente concedida por Dios, que Jacob puede recibir porque está solo, sin protección, sin astucias ni engaños, se entrega indefenso, acepta la rendición y confiesa la verdad sobre sí mismo. Por esto, al final de la lucha, recibida la bendición, el Patriarca puede finalmente reconocer al otro, al Dios de la bendición: “He visto a Dios cara a cara, y he salido con vida” (v.31), ahora puede atravesar el vado, llevando un nombre nuevo pero “vencido” por Dios y marcado para siempre, cojeando por la herida recibida.
Las explicaciones que la exégesis bíblica da con respecto a este fragmento son muchas; en particular los estudiosos reconocen aquí intentos y componentes literario de varios tipos, como también referencias a algún cuento popular. Pero cuando estos elementos son asumidos por los autores sagrados y englobados en el relato bíblico, cambian de significado y el texto se abre a dimensiones más amplias. El episodio de la lucha en el Yaboq se muestra al creyente como texto paradigmático en el que el pueblo de Israel habla de su propio origen y delinea los trazos de una relación especial entre Dios y el hombre. Por esto, como se afirma también en el Catecismo de la Iglesia Católica, “la tradición espiritual de la Iglesia ha visto en este relato el símbolo de la oración como combate de la fe y la victoria de la perseverancia” (nº 2573). El texto bíblico nos habla de la larga noche de la búsqueda de Dios, de la lucha para conocer el nombre y ver su rostro; es la noche de la oración que con tenacidad y perseverancia pide a Dios la bendición y un nombre nuevo, una nueva realidad fruto de conversión y de perdón.
La noche de Jacob en el vado de Yaboq se convierte así, para el creyente, en un punto de referencia para entender la relación con Dios que en la oración encuentra su máxima expresión. La oración exige confianza, cercanía, casi un cuerpo a cuerpo simbólico no con un Dios adversario y enemigo, sino con un Señor que bendice y que permanece siempre misterioso, que aparece inalcanzable.
Por esto el autor sacro utiliza el símbolo de la lucha, que implica fuerza de ánimo, perseverancia, tenacidad en el alcanzar lo que se desea. Y si el objeto del deseo es la relación con Dios, su bendición y su amor, entonces la lucha sólo puede culminar en el don de sí mismo a Dios, en el reconocimiento de la propia debilidad, que vence cuando consigue abandonarse en las manos misericordiosas de Dios.
Queridos hermanos y hermanas, toda nuestra vida es como esta larga noche de lucha y de oración, de consumar en el deseo y en la petición de una bendición a Dios que no puede ser arrancada o conseguida sólo con nuestras fuerzas, sino que debe ser recibida con humildad de Él, como don gratuito que permite, finalmente, reconocer el rostro de Dios. Y cuando esto sucede, toda nuestra realidad cambia, recibimos un nombre nuevo y la bendición de Dios. Pero aún más: Jacob que recibe un nombre nuevo, se convierte en Israel, también da al lugar un nombre nuevo, donde ha luchado con Dios, le ha rezado, lo renombra Penuel, que significa “Rostro de Dios”. Con este nombre reconoce que el lugar está lleno de la presencia del Señor, santifica esa tierra dándole la impronta de aquel misterioso encuentro con Dios. Aquel que se deja bendecir por Dios, se abandona a Él, se deja transformar por Él, hace bendito el mundo. Que el Señor nos ayude a combatir la buena batalla de la fe (cfr 1Tm 6,12; 2Tm 4,7) y a pedir, en nuestra oración, su bendición, para que nos renueve en la espera de ver su Rostro. ¡Gracias!

5/25/11

LA NECESARIA VERDAD


Monseñor Juan del Río Martín

La cultura de la mentira se ha instalado en el poder y en muchas relaciones humanas. De tal manera que hoy nadie se fía de nadie. Se está a la defensiva y la convivencia social se ha distorsionado por falta de veracidad. La palabra humana ha perdido todo valor y la manipulación del lenguaje es el arte de la posmodernidad donde hablar de verdad objetiva, absolutamente independiente del yo, es evocar los espíritus de la intolerancia.
Se extrae como consecuencia que el mejor camino para una “sociedad sana” es situarse en el puro relativismo, donde todas las opiniones tengan el mismo valor. Es más, el valor de “cualquier verdad” viene determinado por el número de votantes, el de acceso o visitas en Internet o el consenso conseguido. Con esto se parte de una falacia: “que la verdad es producto del hombre”. Esta es la gran mentira que, con apariencia de verdad y orientada egoístamente, trata de instrumentalizar al hombre y en definitiva a anularlo. En el lado opuesto están la verdad y la veracidad que fundamenta y da vigor al derecho, a la libertad, a la justicia, a la paz
La verdad es la luz de la inteligencia humana. Para el creyente la fuente suprema de esa luz es Dios que en ningún caso contradice la más pequeña partícula de cualquier verdad. Por eso no hay oposición entre la verdad racional y la fe cristiana, de ahí que ciencia y religión no se enfrentan, como nos quiere hacer ver los laicistas, sino que se comprenden mutuamente y cooperan en la búsqueda del bien del hombre y de la sociedad.
La veracidad en sentido amplio es el amor a la verdad. Es la virtud que inclina a decir siempre la verdad y manifestarse al exterior tal y como se es interiormente. Requiere la sencillez de corazón y la fidelidad para cumplir lo prometido. La verdad hay que decirla con nobleza y caridad. Igualmente, demanda la prudencia para decir las cosas en el momento oportuno y a quien corresponde, para que seamos comprendidos correctamente. También, porque la otra persona puede no estar en disposición, por diversas circunstancias, a la aceptación  de la verdad.
Por amor al otro hay momentos que es mejor guardar silencio y esperar la maduración de los acontecimientos. De esto, no se debe concluir que sea lícito mentir. Nunca mezclar lo falso con lo verdadero para encubrir el engaño con apariencia de verdad que tiene diversos rostros: simulación, hipocresía, falsa humildad, adulación, charlatanería, demagogia. Toda mentira destruye a la persona y a la comunidad, porque como dice la Escritura: “guárdate de mentir, y de añadir mentiras a mentiras, que eso no acaba bien” (Eclo 20,27). En cambio, la verdad da a la persona firmeza y solidez  y emprende de modo casi natural el sendero de la paz.  Por eso, hemos de ser veraces con Dios, con nosotros mismos y con los demás. El camino de la veracidad exige sacrificios, renunciar y constancia.  
Suscitar buenos y honrados ciudadanos demanda educar en la verdad. Ello comienza con unos planes de estudios y enseñanzas que alcance a todos los sectores,  que huyendo del cualquier sectarismo, contemple la verdad del hombre en su totalidad. Se continua con el testimonio trasparente de los representantes de las instituciones. Teniendo presente, que cuando priman  más los intereses partidistas que el bien común de la sociedad, entonces la cultura de la mentira lo domina todo,  corrompiendo a la clase política y dañando la convivencia pacífica de un país. Esta regeneración en la verdad ha de darse también en el seno familiar, social y cultural.  
Padres coherentes son aquellos que saben trasmitir a sus hijos con tacto y bondad que los seres humanos nos realizamos no buscando “el sol que más calienta”, sino amando la verdad y compartiéndola con los otros. Políticos fidedignos son aquellos que han hecho de la “cosa pública” no el “arte de lo posible”, sino el servicio en la búsqueda del bien de sus conciudadanos y de un mañana mejor para todos, sin acepción de personas. Mostrándose siempre veraz y cercano como servidores públicos que son. Cuando esto se olvida, es fácil que con artificios engañosos surjan  “respuestas mesiánicas”  que engatusa a la multitud  con el deseo de  ejercer la autoridad, que el final resultaría más cruel que la de cualquier tirano.  Por eso mismo, hoy a todos los niveles tiene máxima actualidad las palabras de Jesús: “la verdad os hará libres” (Jn 8,32).

5/24/11

FE Y CULTURA “ESTÁN INTRÍNSECAMENTE UNIDAS”


ElPapa recibió a la comunidad de la Universidad Católica del Sagrado Corazón


Al recibir el pasado sábado en audiencia a los directores, docentes y estudiantes de la Universidad Católica del Sagrado Corazón, en ocasión del 90º aniversario de la fundación de la misma, Benedicto XVI les exhortó a no privar a la esfera cultural de la aportación de la fe, porque “fe y cultura están intrínsecamente unidas”.
El Pontífice reconoció que nuestro tiempo está caracterizado por “grandes y rápidas transformaciones, que se reflejan también en la vida universitaria”.
“La cultura humanista parece afectada por un progresivo deterioro, mientras que se pone el acento en las disciplinas llamadas 'productivas', de ámbito tecnológico y económico”, observó.
“La cultura contemporánea, entonces, tiende a confinar a la religión fuera de los espacios de la racionalidad: en la medida en la que las ciencias empíricas monopolizan los territorios de la razón, no parece haber espacio para la razón del creer, por lo que la dimensión religiosa es relegada a la esfera de lo opinable y de lo privado”.
En este “punto de inflexión histórico”, “es importante consolidar e incrementar las razones por las que nació” la Universidad Católica del Sagrado Corazón: “la búsqueda de la verdad, de toda la verdad, de toda la verdad de nuestro ser”.
“, fe y cultura están intrínsecamente unidas, manifestaciones de aquel desiderium naturale videndi Deum que está presente es todos los hombres”, observó el Pontífice, indicando que “cuando este matrimonio se separa, la humanidad tiende a replegarse y a encerrarse en sus propias capacidades creativas”.
Por esto, es necesario que en la universidad haya “ una auténtica pasión por la cuestión de lo absoluto, la verdad misma, y por tanto también por el saber teológico”.
El “saber de la fe” “ilumina la búsqueda del hombre, la interpreta humanizándola, la integra en proyectos de bien, arrancándola de la tentación del pensamiento calculador, que instrumentaliza el saber y hace de los descubrimientos científicos, medios de poder y de esclavitud del hombre”.
Pasión por el hombre
“El horizonte que anima el trabajo universitario puede y debe ser la pasión auténtica por el hombre. Sólo en el servicio al hombre, la ciencia se desarrolla como un cultivo verdadero y custodia del universo”, y “servir al hombre es hacer la verdad en la caridad, es amar la vida, respetarla siempre, comenzando por las situaciones en las que es más frágil e indefensa”.
“La declaración de la fe y el testimonio de la caridad son inseparables”, añadió. “El núcleo profundo de la verdad de Dios, de hecho, es el amor con el que Él se ha inclinado hacia el hombre y, en Cristo, le ha ofrecido dones infinitos de gracia”.
“La cima del conocimiento de Dios se alcanza en el amor; este amor que sabe ir a la raíz, que no se contenta con ocasionales expresiones filantrópicas, pero que ilumina el sentido de la vida con la Verdad de Cristo, que transforma el corazón del hombre y lo arranca de los egoísmos que generan miseria y muerte”.
La fe cristiana, reveló el Obispo de Roma, “no hace de la caridad un sentimiento vago y piadoso, sino una fuerza capaz de iluminar los senderos de la vida en todas sus expresiones. Sin esta visión, sin esta dimensión teologal original y profunda, la caridad se contenta con la ayuda ocasional y renuncia al deber profético, que le es propio, de transformar la vida de la persona y las mismas estructuras de la sociedad”.
“Este es un compromiso específico que la misión en la Universidad os llama a realizar como protagonistas apasionados, convencidos de que la fuerza del Evangelio es capaz de renovar las relaciones humanas y penetrar el corazón de la realidad”, dijo a los presentes.
Desde esta perspectiva, concluyó, “la Capilla es el corazón que late y el alimento constante de la vida universitaria”, que como decía Juan Pablo II “un lugar del espíritu, en el que los creyentes en Cristo, que participan de diferentes modos en el estudio académico, pueden detenerse para rezar y encontrar alimento y orientación. Es un gimnasio de virtudes cristianas, en el que la vida recibida en el bautismo crece y se desarrolla sistemáticamente. Es una casa acogedora y abierta para todos los que, escuchando la voz del Maestro en su interior, se convierten en buscadores de la verdad y sirven a los hombres mediante su dedicación diaria a un saber que no se limita a objetivos estrechos y pragmáticos”.

Oración y esperanza



Aunque el cristiano no sepa cómo rezar, el Espíritu Santo actúa en su oración, la une a la oración de Jesús y la hace eficaz en el Cuerpo de Cristo

Puede decirse que el aprendizaje de la esperanza comienza por la oración. Así lo expresaba Benedicto XVIen su encíclica Spe salvi“Cuando ya nadie me escucha, Dios todavía me escucha. Cuando ya no puedo hablar con ninguno, ni invocar a nadie, siempre puedo hablar con Dios. Si ya no hay nadie que pueda ayudarme —cuando se trata de una necesidad o de una expectativa que supera la capacidad humana de esperar, Él puede ayudarme”. También cuando uno se siente solo, porque en realidad, “el que reza nunca está totalmente solo”. Y refiere el testimonio del Cardenal Nguyen Van Thuan, que durante trece años en la cárcel se apoyó con fuerza creciente en la escucha y la conversación con Dios.

Vaciar el vaso de vinagre, dilatar el corazón

Según San Agustín, la oración tiene como finalidad precisamente el aumento de la esperanza. A través de la oración Dios ensancha y purifica el corazón. “Imagínate que Dios quiere llenarte de miel —símbolo, observa el Papa, de la ternura y la bondad de Dios—; si estás lleno de vinagre, ¿dónde pondrás la miel? El vaso, es decir el corazón, tiene que ser antes ensanchado y luego purificado: liberado del vinagre y de su sabor. Eso requiere esfuerzo, es doloroso, pero sólo así se logra la capacitación para lo que estamos destinados”. Y añade la encíclica algo que le interesa subrayar: “Con este esfuerzo por liberarse del vinagre y de su sabor, el hombre no sólo se hace libre para Dios, sino que se abre también a los demás. En efecto, sólo convirtiéndonos en hijos de Dios podemos estar con nuestro Padre común”.
      Esto tiene consecuencias para el modo de entender la oración en la práctica: “Rezar no significa salir de la historia y retirarse en el rincón privado de la propia felicidad”. No es un encerrarse, sino lo contrario, un abrirse y dilatarse: “El modo apropiado de orar es un proceso de purificación interior que nos hace capaces para Dios y, precisamente por eso, capaces también para los demás”. La oración es, en definitiva una escuela de comunión con Dios y, a través de Él, con los otros. “En la oración, el hombre ha de aprender qué es lo que verdaderamente puede pedirle a Dios, lo que es digno de Dios. Ha de aprender que no puede rezar contra el otro”.

La oración: escuela, purificación y liberación

La oración es una escuela y a la vez un lugar de purificación y de liberación. El que reza “ha de aprender que no puede pedir cosas superficiales y banales que desea en ese momento, la pequeña esperanza equivocada que lo aleja de Dios. Ha de purificar sus deseos y sus esperanzas. Debe liberarse de las mentiras ocultas con que se engaña a sí mismo: Dios las escruta, y la confrontación con Dios obliga al hombre a reconocerlas también…”. Si Dios no existiera, la oración no tendría sentido y cabría la desesperación o el autoengaño, porque nadie podría perdonar la culpa ni existiría el criterio del Bien.
      La oración es una relación personal con el Dios vivo. Los Padres de la Iglesia enseñaban que la oración debe impregnar toda la vida hasta convertirla en oración, como sucedía con la vida de Jesús. De este modo, la vida del cristiano debería ser una “oración continua”, observa Benedicto XVI en su libro sobre Jesús de Nazaret (I). Para eso son necesarias las oraciones concretas, que se expresan con palabras, imágenes y pensamientos; y que han de brotar espontáneamente del corazón ante las penas y las alegrías. Al mismo tiempo, la oración se realiza en unión con los cristianos y los santos que nos han precedido.
      Aunque el cristiano no sepa cómo rezar, el Espíritu Santo actúa en su oración, la une a la oración de Jesús y la hace eficaz en el Cuerpo de Cristo. Así nos va enseñando a pedir el mejor de los dones: el amor que impregna la vida íntima de Dios. Por eso Juan Pablo II rechazaba como no auténtica una oración que se apartase del compromiso cotidiano —el servicio a los demás— y la preocupación por los más pobres y necesitados.

La oración privada y la oración de la Iglesia

Nada puede sustituir la “oración personal”. Y a la vez, porque la oración no es de ningún modo un acto de individualismo, debe ser guiada e iluminada continuamente por las principales oraciones cristianas —el Padrenuestro, el Ave María— y la oración litúrgica, oración pública de la Iglesia.
      La oración cristiana es aprendizaje, interpretación y explicación de la esperanza; por eso, “aprender a rezar es aprender a esperar y por lo tanto es aprender a vivir”, escribía Joseph Ratzinger hace años. En la oración, como se ve sobre todo en el Padrenuestro, los anhelos se convierten en invocaciones y en esperanza. Y añadía: “Todas nuestras angustias son, en último término, miedo por le pérdida del amor y por la soledad total que le sigue”.
      La oración es escuela de la gran esperanza que asume las esperanzas humanas. La oración auténtica lleva a actuar para que todas las personas y el mundo mismo puedan participar de la comunión con Dios. Toda justicia verdadera comienza por la oración: “La justicia comienza de rodillas” (Dorothy Day). Y Benedicto XVI en su tercera encíclica: “El desarrollo necesita cristianos con los brazos levantados hacia Dios en oración”, cristianos conscientes de que el amor lleno de verdad, no es ante todo el resultado de nuestro esfuerzo, sino un don.
      En ese diálogo con Dios que es la oración —concluye la Spe salvi—, “se realizan en nosotros las purificaciones, a través de las cuales llegamos a ser capaces de Dios e idóneos para servir a los hombres. Así nos hacemos capaces de la gran esperanza y nos convertimos en ministros de la esperanza para los demás”.

Las tres epidemias modernas


«El mundo se ha psicologizado. Yo recuerdo cuando era estudiante de Medicina, la Psicología y también la Psiquiatría sonaban a raro. Y en aquellos tiempos ser psiquiatra era una cosa extraña, curiosa»

Vivimos tiempos de extravío. Hoy conviven al mismo tiempo tres epidemias majestuosas: la depresión, el estrés y la ruptura conyugal. No sabría decir el orden de llegada. Habría mucha tela que cortar para situar su cronología. Pero lo que sí me parece evidente es que hoy están las tres en primer plano de la realidad social. El mundo se ha vuelto un formidable contraste. Veo a mucha gente desorientada en lo principal. Epidemia significa enfermedad que durante un cierto tiempo afecta a un gran número de personas. Se trata de un fenómeno colectivo, que tiende a expandirse y cuyas raíces pueden ser analizadas y puestas al descubierto con el fin de ver qué se puede hacer para corregirlo.
      Como decía McLuhan, vivimos en un mundo global. Los tres idiomas actuales son el inglés (que es el latín moderno), el español (ha escalado el segundo puesto en el mundo) y la informática (es el último lenguaje que se ha ido colando en los nuevos sistemas de comunicación). La psicología se ha vuelto el nuevo sistema común de referencia y de interpretación de la realidad. El mundo se ha psicologizado. Yo recuerdo cuando era estudiante de Medicina, la Psicología y también la Psiquiatría sonaban a raro. Y en aquellos tiempos ser psiquiatra era una cosa extraña, curiosa. Hoy los psiquiatras nos hemos convertido en los médicos de cabecera.
      Vamos a ir pasando revista a estas tres vertientes y adentrarnos en el análisis de los hechos que ahí se sumergen. El psiquiatra es perforador de superficies. Se cuela, bucea, se mete en los entresijos de esos hechos y busca las razones por las que esto se ha ido dando, intentando poner orden y concierto en una realidad social evidente, notarial, que está ahí y que es menester explicar.
      La depresión es la enfermedad de la melancolía. La palabra ha pasado al lenguaje coloquial y su uso y abuso está a la orden del día. Hay dos tipos, dos modalidades: las endógenas, que vienen de dentro y que son debidas a un desorden bioquímico cerebral complejo, que tienen un fondo hereditario y que son estacionales (especialmente en primavera); tienen buen pronóstico, se curan en torno al 90 por ciento de ellas y hoy contamos con medicamentos que frenan la recaída. Éstas siguen dándose de forma más o menos estable; hoy las conocemos mejor y se las diagnostica más fácilmente con los instrumentos modernos con los que contamos. Pensemos en las depresiones infantiles, que hacen tan solo unos años pasaban desapercibidas.
      Las otras son las exógenas, que pueden ser llamadas reactivas y que son debidas a acontecimientos negativos de la vida. Hay dos modalidades: los macrotraumas, que son impactos de gran fuerza que dejan al ser humano tendido al borde de lo peor y que podríamos decir lo siguiente: la mujer es especialmente sensible a las frustraciones sentimentales y familiares, mientras que el hombre lo es a las frustraciones económicas y profesionales. Hoy esto está cambiando y habría muchos matices que exponer aquí. Luego volveré sobre este tema. La otra, son los microtraumas, que son hechos negativos pequeños o de mediana intensidad, pero que forman un sumatorio, una constelación de factores nocivos que dan lugar a un estado de ánimo de tristeza, apatía, decaimiento, falta de ganas de vivir, desilusión y un largo etcétera en esa misma línea. Estas depresiones se han multiplicado hoy por el tipo de vida que vivimos, y muchas de ellas arrancan, brotan, emergen, saltan en la falda de la crisis económica tan grave que estamos viviendo y de la rotura de la familia, con todo lo que eso trae consigo. Las depresiones exógenas tienen un pronóstico incierto y su evolución depende de los hechos que los han desencadenado.
      La segunda epidemia es el estrés, que consiste en un ritmo trepidante de vida sin tiempo nada más que para trabajar. Hay también dos modalidades: el estrés real, que se debe a estar siempre desbordado y sobrepasado de cosas y actividades, y que se da con especial frecuencia en los ejecutivos, los hombres de negocios, los periodistas y en todos aquellos que no saben poner cota a su actividad profesional y que antes o después entran en el bucle de la profesionalitis sin freno. La otra es elestrés psicológico, que no es tan objetivo como el anterior y que se da en personas que se agobian, que se aceleran sin necesidad y que son auténticas fabricadoras de ansiedad. A veces, ambas se dan a la vez. Evitar el estrés es saber trabajar con orden e ilusión. Sabiendo planificar las cosas que uno tiene que llevar a cabo y aprendiendo a decir que no a demandas y peticiones y tirones excesivos de trabajo. Dice el Eclesiatés: "Ama tu oficio y envejece en él". El amor por el trabajo bien hecho es una forma de excelencia. Que uno sea capaz de dominar su actividad laboral y encauzarla y dirigirla de la mejor manera y que no sea al revés. No hay trabajo pequeño si se hace con amor y profesionalidad. Las buenas maneras nos abren las puertas que no pueden abrir el mejor libro de instrucciones.
      La tercera epidemia, la de las rupturas conyugales, sí podemos decir que es más reciente en el mundo occidental. Hoy asistimos al espectáculo de una pareja rota y otra y otra más. Aquí y allí. ¿Quién nos iba a decir hace tan solo un par de décadas que éste iba a ser uno de los peores males de nuestro tiempo? ¿Qué significa esto, qué está pasando, cuáles son las causas y motivos que han desencadenado este feroz tsunami de proporciones gigantescas? Son muchas las cosas que han ido sucediendo para que esto se dé. No es fácil dar una respuesta única porque son numerosos los ingredientes que se hospedan aquí y que han originado que tantas parejas salten por los aires y aparezcan los llamados niños pinpong, que van de aquí para allá cada semana, con todo lo que significa ese trasiego para la personalidad del que aún está en formación.
      Veo la palabra amor falsificada. Hay un uso, un abuso y una manipulación de la palabra amor. ¡A cualquier cosa se le llama amor! Hay que devolverle a este término su fuerza, su calidad y su exigencia. Amar a una persona es decirle: voy a intentar que tú nunca mueras para mí, que seas mi primer argumento; voy a poner de mi parte para darte lo mejor que yo tengo… voy a intentar sacar lo mejor de mi persona y de la tuya. El amor de la pareja es una tarea laboriosa que tiene un alto porcentaje de artesanía psicológica.
      Y en medio de este ideal de vida, realista y exigente a la vez, nos encontramos con una sociedad en la que han ido residiendo de forma gradual y progresiva una serie de contenidos, unas veces claros y otros desdibujados: el hedonismo, el consumismo, la permisividad y el relativismo, y todos ellos hilvanados por el materialismo y la falta de espiritualidad. Y el drama está servido en bandeja. Ya que con ese paisaje a la vista hay que saber ir contracorriente y no dejarse llevar por las modas del momento. La epidemia de parejas rotas es contagiosa. Es decir, se copian muchas de esas vidas, unas veces de famosos (sin prestigio) y otras, de personas cercanas con las que nos tropezamos a diario, con lo que se produce una espiral encadenada de rupturas, en donde todo se desdramatiza y se ve como normal.
      Un ejemplo de esto que vengo diciendo es lo que he llamado el síndrome de amaro: el amaro es una planta labiada que nace en superficies secas, que huele muy mal pero que en forma de gel cura ciertas afecciones de la piel. Y extrapolo esto al campo de las revistas del corazón en la televisión. El síndrome de amaro es el deseo de conocer la vida de los famosos siempre que esté rota. No interesa la vida de los que tienen prestigio (que eso es otra cosa bien distinta), sino de los que tienen fama porque salen y aparecen en muchos medios de comunicación… pero es necesario que esté fragmentada, partida, quebrada, herida… si no, no interesa. ¿Por qué? Por la atracción que tiene el morbo. Y, además, muchos se distraen viendo eso; es un verdadero pasatiempo y, a la vez, se siente bien al comparar esa vida con la suya. Es como una terapia curiosa y malvada que pone de relieve que esta sociedad que nos ha tocado vivir tiene un fondo enfermizo. El escándalo de este principio de siglo XXI es la perfección de los medios y la confusión de los fines. El ser humano de nuestros días necesitamaestros y testigos. Los primeros enseñan lecciones que no vienen en los libros. Los segundos son modelos de identidad reales que encarnan valores vividos en primera persona.