7/31/12


El amor es activo



Para lograr la humanización en la enfermedad, a la vez que obtener un resultado terapéutico optimo, está el cuidado de los detalles humanos en el proceso de muerte, que parte de aceptar la verdad de las cosas, empezando por algunas tan esenciales como el dolor o la muerte

      ¿Por qué ante la fealdad del dolor, la enfermedad y la miseria un personaje queda paralizado y otro entra en una actividad que lleva a hacer amable el entorno del enfermo para él y para la gente que le rodea? ¿Por qué el dolor, la enfermedad y la miseria hunden a algunos en la desesperación que les lleva al descuido del aspecto personal y de su entorno, a pesar de que todos anhelamos la belleza?
      En la sociedad occidental la belleza, en relación al aspecto físico tiene una gran importancia —a veces excesiva— y en la que la ciencia ha logrado que la vida se prolongue más, a pesar de la inevitable huella que el tiempo y la enfermedad dejan en el cuerpo humano, en la que morir en familia rodeado del cariño de los tuyos es cada vez menos habitual.
      La clave que humaniza y hace descubrir la importancia de la belleza, incluso en esas circunstancias, es reconocer la dignidad de todo ser humano que implica amarle por sí mismo. El enfermo reconoce su dignidad al saberse querido y se provoca en él el deseo de mostrarse amable.
      Al que ha perdido la esperanza en la curación y no tiene un motivo por qué cuidarse, por el que mostrarse amable, hay que hacérselo descubrir con nuestra actitud.
      Josef Pieper, en su libro sobre el amor, ha mostrado que el hombre puede aceptarse a sí mismo sólo si es aceptado por algún otro. Tiene necesidad de que haya otro que le diga, y no sólo de palabra: «Es bueno que tú existas». Sólo a partir de un«tú», el «yo» puede encontrarse a sí mismo. Sólo si es aceptado, el «yo» puede aceptarse a sí mismo. Quien no es amado ni siquiera puede amarse a sí mismo. Este ser acogido proviene sobre todo de otra persona.
      Amar implica no evitar el contacto con el dolor y con la muerte, como querría hacer Levin, el protagonista de Anna Kareninay como buscaba evitar a su esposa. Pero si no fuera por la fuerza del amor de ella, la muerte de su cuñado hubiera sido verdaderamente inhumana.
      El pasado 22 de febrero, el periódico The Guardian, frecuentemente crítico con la visión cristiana de la vida, decía en un editorial titulado Miércoles de Ceniza: el desaparecido arte de morir:
      «la Iglesia Católica es uno de los pocos sitios donde la muerte sigue siendo parte de las conversaciones públicas. En otros lugares, la muerte se disfraza de suaves eufemismos como “irse” o “quedarse dormido", o bien se enfoca desapasionadamente a través del discurso científico de la medicina. (…)
      Actualmente, si se nos pregunta cómo queremos morir, generalmente decimos que queremos que suceda rápidamente, sin dolor y, preferentemente, mientras dormimos. En otras palabras, no queremos que la muerte se convierta en algo que experimentamos como parte de la vida. Esto no habría tenido sentido para las generaciones pasadas. Durante siglos, lo que más se temía era “morir sin estar preparado". La muerte era una oportunidad para poner las cosas en su sitio. Para decir las cosas que habían quedado sin decir: “lo siento", “me equivoqué", “siempre te he querido". Solíamos morir rodeados de la familia en sentido amplio. Ahora, morimos rodeados de tecnología, y la creencia en la ciencia médica a menudo reemplaza el enigma tradicional de la existencia humana.
(…)
      Una cultura que mantiene la muerte fuera de su vista y de sus pensamientos es una cultura que cada vez es menos capaz de confortar a otros en su dolor. En lugar de tener esa conversación importante en el supermercado con la vecina que ha perdido a su marido, nos cambiamos de pasillo y lo justificamos por un supuesto deseo de no molestarla. Permitimos que nuestras residencias de ancianos se conviertan en lugares de abandono, porque no queremos mirarlos muy de cerca. Cuando la muerte se convierte en un asunto privado, es mucho más difícil acercarse a los demás, precisamente cuando más lo necesitan.
      Para lograr la humanización en la enfermedad, a la vez que obtener un resultado terapéutico optimo, está el cuidado de los detalles humanos en el proceso de muerte, que parte de aceptar la verdad de las cosas, empezando por algunas tan esenciales como el dolor o la muerte.
      Es inevitable que lo que de por sí resulta repugnante nos retraiga. Pero el ser humano debe ser capaz de ver más allá de la primera impresión: un enfermo o un moribundo tiene siempre una historia personal y un futuro trascendente, mucho más valioso que las pequeñas miserias que nos repelen. Hay que fomentar en la educación, en la práctica social, este contacto con la realidad. Hay que aprender a desenvolverse con naturalidad, con una sonrisa y manifestando amor con hechos ante personas moribundas o enfermas porque son parte de nuestra vida y porque es un tema que nos afecta por ser humanos.
      El editorial de The Guardian que he comentado antes recoge una cita de una reciente película israelí —Dr. Pomerantz— en la que un psiquiatra especialista en suicidios afirma: «La vida es una enfermedad con una mortalidad del 100%». Es una forma pragmática e intelectual de enfrentarse con la muerte y con el dolor que deja sin embargo preguntas sin respuesta.
      En la novela Anna KareninaLevin es un agnóstico en busca de Dios, enamorado de Kitty, su mujer, cristiana ferviente. El cristianismo aporta a la sociedad luz para descubrir la belleza incluso en los lugares y momentos de la vida donde otros solo ven miseria y fealdad, y a difundirla a su alrededor. La actitud de Kitty es la respuesta a las preguntas que se hace su marido.
      Termino con algo que cuenta un voluntario que estuvo ayudando en una de las casas de la orden de la Beata Teresa de Calcuta. Le dieron un niño moribundo por el que no podía hacerse nada, para que lo sostuviera; este voluntario se asustó porque era consciente de la situación, y nervioso, preguntó a una de las religiosas que tenía que hacer y le dijo: —«Quiérelo». Pocos minutos después, el niño moría en brazos de ese voluntario. Y esa persona joven había aprendido a rodear de cariño al que sufre y va a morir. No podía darle nada más —y nada menos— que amor.

7/30/12


DIOS QUIERE SACIAR EL HAMBRE DE SENTIDO Y DE VERDAD

El Papa ayer en el Ángelus

 Queridos hermanos y hermanas:
Este domingo hemos iniciado la lectura del capítulo 6 del Evangelio de Juan. El capítulo se abre con la escena de la multiplicación de los panes, que después Jesús comenta en la sinagoga de Cafarnaúm, indicando a sí mismo como el "pan" que da la vida. Las acciones de Jesús son paralelas a las de la Última Cena: "Tomó entonces Jesús los panes y, después de dar gracias, los repartió entre los que estaban recostados", como lo dice el Evangelio (Jn. 6,11). La insistencia en el tema del "pan", que es compartido, y sobre el dar gracias (v.11 eucharistesasen griego), recuerdan la Eucaristía, el sacrificio de Cristo para la salvación del mundo.
El evangelista señala que la Pascua, la fiesta, estaba cerca (cf. v. 4). La mirada se dirige hacia la Cruz, el don del amor y hacia la Eucaristía, la perpetuación de este don: Cristo se hace pan de vida para los hombres. San Agustín lo comenta así: "¿Quién, sino Cristo es el pan del cielo? Pero para que el hombre pueda comer el pan de los ángeles, el Señor de los ángeles se hizo hombre. Si esto no se hubiera realizado, no tendríamos su cuerpo; al no tener su propio cuerpo, no comeríamos el pan del altar" (Sermón 130,2). La Eucaristía es el mayor y más permanente encuentro del hombre con Dios, en el cual el Señor se hace nuestro alimento, se da a sí mismo para transformarnos en él mismo.
En la escena de la multiplicación, se describe también la presencia de un niño que, ante la dificultad de alimentar a tantas personas, ofrece compartir lo poco que tenía: cinco panes y dos peces (cf. Jn. 6,8). El milagro no se produce de la nada, sino de un modesto compartir inicial de lo que un muchacho sencillo tenía con él. Jesús no nos pide lo que no tenemos, sino nos hace ver que si cada uno ofrece lo poco que tiene, puede lograrse una y otra vez el milagro: Dios es capaz de multiplicar nuestro pequeño gesto de amor y hacernos partícipes de su don. La multitud fue sorprendida por el prodigio: ve en Jesús al nuevo Moisés, digno de poder, y en el nuevo maná, el futuro asegurado; pero se detienen en el elemento material, en lo que habían comido, y el Señor, "a sabiendas de que intentaban venir a tomarle por la fuerza para hacerle rey, huyó de nuevo al monte él solo" (Jn. 6,15). Jesús no es un rey terrenal, que ejerce su dominio, sino un rey que sirve, que se acerca hasta el hombre para satisfacer no solo el hambre material, sino sobre todo un hambre más profundo, el hambre de orientación, de sentido, de verdad, el hambre de Dios.
Queridos hermanos y hermanas, pidamos al Señor que nos ayude a redescubrir la importancia de alimentarnos no solo de pan, sino de verdad, de amor, de Cristo, del cuerpo de Cristo, participando fielmente y con gran conciencia de la Eucaristía, para estar cada vez más íntimamente unidos a Él. En efecto, no es el alimento eucarístico el que se transforma en nosotros, sino que somos nosotros los que gracias a él acabamos por ser cambiados misteriosamente. Cristo nos alimenta uniéndonos a él; «nos atrae hacia sí» (Exhortación Apostólica Sacramentum caritatis, 70). Al mismo tiempo, oremos para que nunca le falte a nadie el pan necesario para una vida digna, y que se terminen las desigualdades no con las armas de la violencia, sino con el compartir y el amor.
Nos confiamos a la Virgen María, a la vez que invocamos sobre nosotros y nuestros seres queridos, su maternal intercesión.

SABER DESCANSAR: Hacia unas vacaciones positivas

Felipe Arizmendi Esquivel


HECHOS
En algunas partes y para algunos sectores, estos son días de vacaciones. Nuestra ciudad de San Cristóbal de Las Casas está rebosante de turistas, que alientan la economía y el progreso. Muchos mexicanos y extranjeros, sobre todo europeos, disfrutan de tantas bellezas con que Dios bendijo a Chiapas: cascadas, ríos y lagos con aguas de color entre azul y verde, selva, sitios arqueológicos mayas, templos y edificios coloniales, y sobre todo las varias etnias que viven su cultura y la expresan en sus ropas, ritos y tradiciones. Sin embargo, muchas personas nunca pueden disponer de unos días de descanso, pues deben trabajar día con día, para llevar el sustento a su familia; nunca han sabido lo que significan unas vacaciones. Muchas mujeres casi no descansan.
En Europa, hay muchas inconformidades porque los recortes económicos que la crisis ha obligado a decretar, impiden seguir disfrutando el altísimo nivel al que se acostumbraron, como sus muchos días, hasta meses, de descanso. No quieren perder este logro, que se ha convertido en un derecho. Sus vacaciones son caras, dispendiosas, con un despilfarro que les parece normal; no se limitan y satisfacen todos sus gustos. No comparten la suerte de los pobres de nuestros pueblos, que con un día de vacaciones de un europeo, quizá comerían durante un mes, o en muchos días.
CRITERIOS
En un lenguaje simbólico, para hacer ver la necesidad del descanso para todo ser humano, la Biblia dice que, al terminar la obra de la creación, Dios descansó (Ex 20,11). Jesús, cuando ve que sus apóstoles han trabajado mucho en la misión evangelizadora que les encargó, les invita a descansar: “Vengan conmigo a un lugar solitario, para que descansen un poco…Se dirigieron en una barca hacia un lugar apartado y tranquilo” (Mc 6,31-33).
Cuando algunos me preguntan qué me ha servido mucho en mi vida, les respondo que son cinco cosas: Estar en paz con Dios y con mi conciencia. En cuanto de mí depende, estar en paz con las demás personas. Ser feliz en mi vocación. Trabajar mucho. Saber descansar.
No cualquiera sabe descansar. Algunos terminan más cansados en sus días de descanso, porque se atiborran de vino, de comida, de vagancia, de no hacer nada útil, de excederse en todo. Cada quien debe educarse a sí mismo para lograr un verdadero descanso, pues no todos nos distendemos de la misma manera. Se puede caminar, andar por la playa o la montaña, ir a un lugar apartado y tranquilo, practicar algún deporte, leer un buen libro o una novela sana, ver algo positivo en la televisión, disfrutar una película, visitar un museo, conocer otros lugares, convivir con la familia, dormir, meditar la Biblia, orar, estar un buen rato ante Jesús Sacramentado. Esto a mí me relaja mucho, me alienta, me fortalece, me da paz, serenidad y ánimo. Hay que educarse para saborear el silencio y no tenerle miedo.
PROPUESTAS
Niños y jóvenes: Si en estas fechas tienen vacaciones, compartan con sus padres su descanso. Ayuden al quehacer de casa. Levántense a buena hora y díganle a papá o a mamá que ustedes hacen lo que ellos acostumbran hacer, para que ellos descansen un poco; que ustedes barren, lavan su propia ropa y la planchan, limpian los trastes, van por las tortillas y al mercado, hacen la comida, dan de comer a los animales del hogar, ponen agua a las flores y les quitan lo seco. Al menos, pongan en orden su habitación. Aprendan a disfrutar una buena conversación con sus padres y hermanos, un buen libro, una sana amistad. Podrían prepararse en forma intensiva para la Primera Comunión, o la Confirmación, ir a un retiro espiritual propio de su edad, con otros niños y jóvenes, de acuerdo con su parroquia. Eviten encerrarse en sí mismos con su música a todo volumen, con sus audífonos que los aíslan, con su internet que los absorbe y los aleja de su familia. Organícense para visitar ancianitos en asilos, o a niños abandonados en orfanatorios; esto les ayudará a valorar más lo que tienen en casa y ser agradecidos con sus padres.
Cada quien analicemos cuál sería una forma positiva de descansar: qué nos hace crecer en humanidad, en armonía familiar, en madurez espiritual.

7/27/12


‘No hay negociaciones sobre la


 Palabra de Dios’


Entrevista que el Arzobispo Gerhard Ludwig Müller, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, ha concedido a L’Osservatore Romano
      

«La fe se caracteriza por la máxima apertura. Es una relación personal con Dios, que lleva en sí todos los tesoros de la sabiduría. Por eso, nuestra razón finita está siempre en movimiento hacia el Dios infinito. Podemos aprender siempre algo nuevo y comprender cada vez con mayor profundidad las riquezas de la Revelación. No podríamos nunca agotarla». Lo afirma el nuevo Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el arzobispo Gerhard Ludwig Müller, en un largo diálogo con quien escribe y con el director de nuestro periódico.
      Durante el encuentro en el antiguo palacio del Santo Oficio, monseñor Müller ha hablado también de su llegada al dicasterio de la Curia Romana, de su decisión de ser sacerdote, del tiempo transcurrido como docente de teología y como obispo, de sus repetidos viajes a América Latina. Y ha explicado cómo aprendió a conocer y apreciar a Joseph Ratzinger desde su Introducción al cristianismo, que ya en 1968 era un best-seller.
Háblenos de sus primeras impresiones en el oficio, recién asumido, de Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, en un ambiente que ya conocía bien como miembro, durante años, de varios organismos de la Curia Romana.
Por cinco años, como miembro de la Congregación para la Doctrina de la Fe, he podido participar en las reuniones de los cardenales y de los obispos, admirando el modo de trabajar colegial y a conciencia. Las tareas de este dicasterio, por lo tanto, no me resultan desconocidas. Por muchos años he formado parte también de la Comisión Teológica Internacional y he podido colaborar también con otros dicasterios. En su conjunto, sin embargo, muchas cosas son para mí nuevas e insólitas. Hará falta un poco de tiempo antes de que logre orientarme en la compleja estructura de la Curia.
Naturalmente para mí es nuevo, sobre todo, el rol de Prefecto. Como miembro he profundizado los documentos preparados por la Congregación y he participado en las consultas. Ahora, en cambio, debo desarrollar y guiar el trabajo de cada día con quien trabaja en el dicasterio, preparando y realizando de manera correcta las decisiones.
Estoy agradecido al Santo Padre por haberme dado confianza y por haberme confiado este oficio. Los problemas que hay que enfrentar son muy grandes si miramos a la Iglesia universal, con muchos desafíos que es necesario afrontar y frente a un cierto desánimo que se está difundiendo en algunos ambientes pero que debemos superar. Tenemos el gran problema de los grupos —de derecha o de izquierda, como se suele decir— que ocupan mucho de nuestro tiempo y de nuestra atención. Aquí nace fácilmente el peligro de perder un poco de vista nuestra tarea principal, que es la de anunciar el Evangelio y de exponer de modo concreto la doctrina de la Iglesia.
Estamos convencidos de que no existe alternativa a la revelación de Dios en Jesucristo. La Revelación responde a las grandes preguntas de los hombres de nuestro tiempo. ¿Cuál es el sentido de mi vida? ¿Cómo puedo afrontar el sufrimiento? ¿Existe una esperanza que va más allá de la muerte, visto que la vida es breve y difícil? Estamos fundamentalmente convencidos de que la visión secular e inmanentista no basta. No podemos encontrar una respuesta convincente. Por eso la Revelación es un alivio, ya que no debemos buscar las respuestas a toda costa. Nuestras capacidades, sin embargo, son tan grandes que hacen al ser humano capax infiniti. En Cristo, el Dios infinito se ha manifestado a nosotros. Cristo es la respuesta a nuestras preguntas más profundas. Por eso queremos afrontar el futuro con alegría y con fuerza.
Se ha escrito mucho sobre el nuevo prefecto. ¿Quiere, en cambio, contar usted mismo algo sobre su persona, su familia, sus estudios, sobre la opción de hacerse sacerdote, sobre la experiencia de estudioso y docente de teología, de obispo?
Mi padre ha sido por casi cuarenta años un simple obrero de la Opel en Rüsselsheim. Nosotros habitábamos allí cerca, en Mainz-Finthen, una pequeña localidad fundada por los romanos y todavía hoy allí se encuentran los restos de un acueducto construido por ellos. Desde este punto de vista, nuestra impronta fundamental es romana. En Maguncia (Mainz) todavía se tiene conciencia de esta herencia, y estamos orgullosos de ella. Tener un horizonte romano en el corazón de Alemania ha dejado un signo. Y cuando uno es católico las dos realidades se vinculan automáticamente.
Mi madre era ama de casa. Estoy agradecido a mis padres por habernos educado de manera normal desde el punto de vista humano, sin exagerar en una u otra dirección. Así hemos crecido en la fe católica y en su práctica, en el justo equilibrio entre libertad y vínculos, con principios claros. Todavía hoy concuerdo plenamente con mis padres.
Luego han seguido los estudios teológicos gracias a los cuales me he apropiado de una dimensión más profunda de la fe. Para mi opción de ser sacerdote ha sido importante haber seguido encontrando sacerdotes que llevaban una vida espiritual ejemplar, con una exigencia intelectual. Desde este punto de vista, para mí no ha habido nunca contradicciones entre el ser sacerdote y el estudio. Siempre he estado convencido de que la fe católica corresponde a las exigencias intelectuales más elevadas y que no debemos escondernos. La Iglesia puede enorgullecerse de muchas grandes figuras en la historia de la cultura. Por eso podemos responder con seguridad a los grandes desafíos de las ciencias naturales, de la historia, de la sociología y de la política.
La fe se caracteriza por la máxima apertura. Es una relación personal con Dios, que lleva en sí todos los tesoros de la sabiduría. Por eso nuestra razón finita está siempre en movimiento hacia el Dios infinito. Podemos aprender siempre algo nuevo y comprender con cada vez mayor profundidad la riqueza de la Revelación. No podríamos nunca agotarla.
Como obispo he continuado subrayando a los seminaristas que la identidad de la vocación al sacerdocio tiene necesidad del encuentro con sacerdotes auténticos. La fe comienza con los encuentros personales, partiendo de los padres, de los sacerdotes, de los amigos, en la parroquia, en la diócesis, en aquella gran familia que es la Iglesia universal. No debe temer nunca la confrontación intelectual; no tenemos una fe ciega, pero la fe no puede ser reducida de modo racionalista. Deseo a todos el tener una experiencia similar a la mía: la de identificarse de manera sencilla y sin problemas con la fe católica y de practicarla. Es bellísimo.
El Papa Benedicto le ha confiado sus ‘Gesammelte Schriften’. Dejándole también su apartamento romano, donde el cardenal Ratzinger vivió hasta el cónclave del 2005 y donde están todavía muchos de sus libros. ¿Cómo ha conocido a Joseph Ratzinger?
Siendo un joven estudiante leí su libro Introducción al cristianismo. Ha sido publicado en 1968, y prácticamente lo hemos absorbido como esponjas. En aquellos años, de hecho, en los seminarios había incertidumbre. En el libro, la profesión de fe de la Iglesia es expuesta de modo convincente, analizada con la ayuda de la razón y explicada con maestría. Se trata de un tema importante que caracteriza toda la obra teológica de Joseph Ratzinger: fides et ratio, fe y razón.
Luego he conocido y aprendido a apreciar a Ratzinger también en persona. En mi empeño como docente y como obispo ha sido para mí un sostén y un punto de referencia claro. Lo definiría un amigo paterno, siendo más anciano que yo por una generación. Y considero que el motivo de mi venida a Roma no es ciertamente el de cargarlo con las diversas cuestiones. Mi trabajo es aliviarlo de parte del trabajo y no presentarle problemas que pueden ser resueltos ya a nuestro nivel. El Santo Padre tiene la importante misión de anunciar el Evangelio y de confirmar a los hermanos y las hermanas en la fe. Corresponde a nosotros tratar todas las cuestiones relativas menos agradables, para que no sea cargado con demasiadas cosas, aun siendo naturalmente siempre informado de los hechos esenciales.
Poco antes de la conclusión del concilio, Pablo VI ha transformado el Santo Oficio en Congregación para la Doctrina de la Fe. ¿Qué piensa de este cambio y del rol actual del dicasterio?
La Iglesia es, sobre todo, una comunidad de fe y, por eso, la fe revelada es el bien más importante, que debemos transmitir, anunciar y custodiar. Jesús confió a Pedro y a sus sucesores el magisterio universal, y a esto debe servir este dicasterio. Por lo tanto, la Congregación para la Doctrina de la Fe tiene la responsabilidad de lo que concierne a toda la Iglesia en profundidad: la fe que nos conduce a la salvación y a la comunión con Dios y entre nosotros.
Pienso que el aspecto más importante de la transformación del dicasterio no ha sido la relación con otras instituciones de la Santa Sede sino más bien la orientación principal de su trabajo. El Papa Pablo VI quería que el aspecto positivo estuviera en primer plano: la Congregación debe, sobre todo, promover y hacer comprensible la fe, y este es el factor decisivo. A esto se suma, luego, el hecho de que la fe debe ser defendida de errores y envilecimientos.
Precisamente en el tiempo presente, necesitamos esperanza y señales para volver a empezar. Si miramos al mundo, sobre todo nuestros países europeos, que naturalmente son los que conozco mejor, vemos muchos políticos y economistas que hacen cosas extraordinarias, pero no son los primeros a los que hay que mirar cuando se trata de transmitir esperanza y confianza. Es aquí donde veo una de las grandes tareas de la Congregación y de la Iglesia en general: debemos redescubrir y hacer resplandecer de nuevo la fe como potencia positiva, como fuerza de la esperanza y como potencial para superar conflictos y tensiones, y continuar encontrándonos en la profesión común del Dios uno y trino.
Es conocida la preocupación del Papa por el anuncio de la fe. Esta se ha expresado en la institución del Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización y en la convocatoria de un Año de la Fe. ¿Cuáles son los proyectos de su dicasterio?
La fe se realiza en la Santa Misa, en la vida cristiana, en las familias. En realidad no podemos hacer otra cosa más que dar un apoyo. Existen ya muchos textos para niños, jóvenes y adultos, además de estudios teológicos y documentos del Magisterio. El próximo Sínodo de los Obispos debe dar a los participantes y a toda la Iglesia nuevo impulso para la transmisión de la fe.
Considero mi deber personal animar a los obispos y teólogos en este sentido. Debemos reforzarnos unos a otros. El Señor mismo ha dicho a Pedro: confirma a tus hermanos y tus hermanas. Esto vale en particular para el Papa, pero no sólo. Precisamente para aquellos que anuncian es importante estar sobre el terreno de la fe, ir a sus fuentes, a la Sagrada Escritura, a los Padres de la Iglesia, a los documentos de los concilios y de los Pontífices, a los grandes teólogos y a los escritores espirituales. Donde esto no ocurre, todo permanece árido y vacío. Cuando, en cambio, la fe es aceptada con alegría y determinación, nace la vida. La Escritura nos propone algunas bellas imágenes: la luz sobre el candelero, la sal que da sabor a todo, el Evangelio como levadura en el mundo.
Como obispo de una diócesis, como sacerdote en la cura de almas, se mira a las personas en la cara. Se las ve concretamente en su situación de vida. No se puede anunciar a ellos el Evangelio si no se las ama y si no se ve que cada una de ellas es un misterio, imagen y semejanza de Dios. Es necesario continuar repitiendo que Cristo ha muerto en la Cruz por todos nosotros. Somos conscientes de que nuestra vocación es ser amigos de Dios y descubrir de tal modo a qué esperanza en realidad estamos destinados. Esto hace desaparecer las dudas del corazón. También los ateos o los enemigos de la Iglesia tal vez deberían preguntarse con espíritu de autocrítica si ellos mismos tienen medios de salvación para ofrecer a los hombres de hoy.
Usted tiene muchos contactos con América Latina: ¿cómo nació esta relación?
He viajado muy a menudo a América Latina, a Perú, pero también a otros países. En 1988 he sido invitado a participar en un seminario con Gustavo Gutiérrez. He ido con algunas reservas como teólogo alemán, también porque conocía bien las dos declaraciones de la Congregación para la Doctrina de la Fe sobre la teología de la liberación, publicadas en 1984 y 1986.
Sin embargo, he podido constatar que es necesario distinguir entre una teología de la liberación equivocada y una correcta. Considero que toda buena teología tiene que ver con la libertad y la gloria de los hijos de Dios. Ciertamente, sin embargo, una mezcla de la doctrina de una auto-redención marxista con la salvación donada por Dios debe ser rechazada.
Por otro lado, debemos preguntarnos sinceramente: ¿cómo podemos hablar del amor y de la misericordia de Dios ante el sufrimiento de tantas personas que no tienen comida, agua y asistencia sanitaria, que no saben cómo ofrecer un futuro a sus hijos, donde falta verdaderamente la dignidad humana, donde los derechos humanos son ignorados por los poderosos? En última instancia, esto es posible sólo si se está también dispuesto a estar con las personas, a aceptarlas como hermanos y hermanas, sin paternalismo desde lo alto.
Si nos consideramos como familia de Dios, entonces podemos contribuir a hacer que estas situaciones indignas del hombre sean cambiadas y mejoradas. En Europa, después de la segunda guerra mundial y las dictaduras, hemos construido una nueva sociedad democrática también gracias a la doctrina social católica. Como cristianos debemos subrayar que es a partir del cristianismo que los valores de justicia, solidaridad y dignidad de la persona han sido introducidos en nuestras Constituciones.
Yo mismo vengo de Maguncia. Allí, al comienzo del siglo XIX, ha habido un gran obispo, el barón Wilhelm Emmanuel von Ketteler, que está en el comienzo de la doctrina y de las encíclicas sociales. Un niño católico de Maguncia tiene la pasión social en la sangre, y estoy orgulloso de esto. Este ha sido ciertamente el horizonte del cual he llegado en los países de América Latina. Por quince años siempre he transcurrido dos o tres meses al año, viviendo en condiciones muy sencillas. Al comienzo, para un ciudadano de Europa central, esto implica un gran esfuerzo. Pero cuando se aprende a conocer la gente en persona y se ve cómo vive, entonces se lo puede aceptar.
He viajado también a Sudáfrica con nuestros Domspatzen, el famoso coro que el hermano del Papa ha dirigido por treinta años. He podido dar conferencias en diversos seminarios y universidades, no sólo en América Latina, sino también en Europa y en América del norte. Y esto es lo que he podido experimentar: en todos lados estás en casa; donde hay un altar, Cristo está presente; dondequiera que estés, formas parte de la gran familia de Dios.
¿Qué piensa de las discusiones con los lefebvristas y con las religiosas estadounidenses?
Parar el futuro de la Iglesia es importante superar los desencuentros ideológicos de cualquier parte que provengan. Existe una única revelación de Dios en Jesucristo, que fue confiada a toda la Iglesia. Por ello no hay negociaciones sobre la Palabra de Dios y no se puede creer y al mismo tiempo no creer. No se pueden pronunciar los tres votos religiosos y después no tomarlos en serio. No puedo hacer referencia a la tradición de la Iglesia y luego aceptarla sólo en algunas de sus partes.
El camino de la Iglesia lleva adelante y todos están invitados a no encerrarse en una mentalidad autorreferencial, sino a aceptar la vida plena y la fe plena de la Iglesia. Para la Iglesia católica es completamente evidente que el hombre y la mujer tienen el mismo valor: lo dice la narración de la creación y lo confirma el orden de la salvación. El ser humano no necesita emanciparse, o bien crearse, o inventarse por sí mismo. Es liberado y emancipado a través de la Gracia de Dios.
Muchas declaraciones sobre la admisión de las mujeres al sacramento del Orden ignoran un aspecto importante del ministerio sacerdotal. Ser sacerdote no significa crearse una posición. No se puede considerar el ministerio sacerdotal como una suerte de posición de poder terrenal y creer que la emancipación se dará cuando todos puedan ocuparla. La fe católica sabe que no somos nosotros quienes dictamos las condiciones para la admisión al ministerio sacerdotal y que detrás del ser sacerdote siempre están la voluntad y la llamada de Cristo. Invito a renunciar a las polémicas y a la ideología y a sumergirse en la doctrina de la Iglesia.
Precisamente en América, las religiosas y los religiosos han realizado cosas extraordinarias por la Iglesia, por la educación y la formación de los jóvenes. Cristo necesita jóvenes que prosigan este camino y que se identifiquen con la propia opción fundamental. El Concilio Vaticano II ha afirmado cosas maravillosas para la renovación de la vida religiosa, como también sobre la vocación común a la santidad. Es importante reforzar la confianza recíproca en lugar de trabajar unos contra otros.
Aparte de Merry del Val de 1914 a 1930, el dicasterio siempre ha estado guiado por italianos. Después de 1968 han sido nombrados prefectos Seper, Ratzinger, Levada y ahora usted. ¿Qué manifiesta esta nueva tendencia?
Antes no existía la posibilidad de viajes frecuentes, por lo cual las personas en la Curia provenían de las cercanías de Roma o de Italia. Hoy los medios técnicos modernos nos ayudan a vivir de modo más concreto la catolicidad de la Iglesia.
Dado que el primado del Papa está, sin embargo, vinculado a la Iglesia de Roma, es obvio que en la Curia hay todavía muchos italianos. La internacionalización, de todos modos, tiene que ver con la catolicidad de la Iglesia. Ya en los tiempos del Imperio, había en Roma muchos cristianos e incluso Papas originarios de otros lugares, por ejemplo del Oriente. Hoy, como entonces, en la Iglesia somos miembros de una única familia y debemos, por así decir, ser el motor del progreso auténtico de la humanidad. Ninguna otra organización, de hecho, tiene esta dimensión internacional, que abraza la humanidad y se compromete tanto por la unidad de las personas y de los pueblos.
Dondequiera que celebramos la Eucaristía, compartimos la parte más íntima de nuestra convicción y tenemos la misma comunión de vida con Cristo, aún si la cultura y la lengua son diversas. Sentimos de inmediato que somos una sola cosa, que somos miembros de un solo cuerpo y que construimos juntos el templo de Dios. Es, en cierto modo, la continuación de la experiencia de Pentecostés: provenimos de todos los países y podemos alabar a Dios todos juntos, podemos escuchar en nuestra lengua la única Palabra de Dios. El Espíritu Santo nos habla en la lengua del amor, que nos une a todos a Dios, nuestro Padre.

7/26/12


El escenario cultural de la nueva 


evangelización



La cultura actual está dominada por una mentalidad deslumbrada en muchos casos por el ‘placer’ y el ‘tener’, con «riesgo de perder también los elementos fundamentales de la fe»

      El capítulo segundo del Documento de trabajo para el sínodo sobre la nueva evangelización presenta los “escenarios”, es decir, los contextos actuales.
La nueva evangelización: necesidad, discernimiento y estímulo
      Estamos ante un conjunto de transformaciones sociales, muchas de ellas con raíces lejanas en el tiempo. Junto con «beneficios innegables», encontramos «una pérdida preocupante del sentido de los sagrado» que, como afirmaBenedicto XVI, no ha conducido a una liberación, sino a un «desierto interior» para las personas. Para afrontar esta situación, la nueva evangelización se presenta «como una exigencia, pero además como una operación de discernimiento y como un estímulo» para los cristianos (cf. n. 44).
      Se trata de una exigenciauna necesidad«no de reevangelización, pero sí de una evangelización nueva»«Nueva en su ardor, en sus métodos, en su expresión» (Juan Pablo II).
      Si el tono general, ante la falta de relevancia cultural de la fe, es de preocupación, el discernimiento ayuda a percibir queno todo es negativo en la situación actual, sobre todo porque hay grupos e instituciones eclesiales o culturales que demuestran con su acción «cómo es realmente posible vivir la fe cristiana y anunciarla dentro de esta cultura» (n. 50).
      Para estimular y concretar la reflexión sobre la nueva evangelización, el texto se fija en siete escenarios o contextos: la cultura, las migraciones y la globalización, la economía, la política, le investigación científica y tecnológica, la comunicación y el escenario religioso. Quedémonos por ahora en el escenario cultural.

Secularismo cotidiano

      La cultura actual, observa el documento, está dominada no por discursos radicales contra la religión, sino por unamentalidad de “tono débil”, donde Dios no está presente. Una mentalidad deslumbrada en muchos casos por el placer (hedonismo) y el tener (consumismo), con «riesgo de perder también los elementos fundamentales de la fe» (n. 53). La búsqueda de verdad se sustituye por formas de individualismo, neopaganismo y relativismo (diríamos nosotros, para resumir: un“secularismo cotidiano”: vivir como si Dios no existiera).
      Junto con ello, y atención porque lo que sigue es una vacuna contra el pesimismo, está también presente «aquello que de positivo el cristianismo ha tomado de la confrontación con la secularización»el valor de lo humano visto plenamente desde Jesucristo; y, por tanto, la posibilidad de dialogar sobre lo que es «humanamente serio y verdadero» (n. 54). Así se purifica y madura la propia fe y nos estimulamos en el testimonio y en la vida de fe, para hacer la imagen de Dios más accesible a los buscadores de la verdad, que se mueven quizá en el «patio de los gentiles» (n. 54).

Secularidad: visión cristiana del mundo

      En efecto. E importa mucho poner de relieve lo positivo de la situación actual, en el sentido de la apertura a lo que podríamos llamar “secularidad”una visión cristiana del mundo, donde la contemplación de la belleza y la bondad del mundo (la naturaleza, el cuerpo humano, la familia, la capacidad para el trabajo y las relaciones sociales, la amistad, la atención a los más débiles y necesitados, el arte, la comunicación, la profundización no reductiva en la realidad, etc.) nos abre a Dios; y, a través de nuestra coherencia y alegría, mostradas cada día en esas mismas realidades, ayuda a los demás a abrir también sus puertas a Dios, que ha manifestado su amor en Jesucristo.
      De esta manera lo que hemos llamado el “secularismo cotidiano” puede dejar paso a la “secularidad cristiana de la vida ordinaria”.
      Diagnosticar las enfermedades es un paso importante. El paso definitivo está en el tratamiento y en el seguimiento de una vida que aspira a la plenitud de la belleza y de la justicia.

LA RELIGIÓN CRISTIANA FAVORECE LA VIDA ESPIRITUAL DE LAS PERSONAS


Homilía del arzobispo de Santiago de Compostela en la fiesta del Apóstol

La solemnidad del Apóstol Santiago el Mayor, patrón de España, nos anima a revitalizar la auténtica religiosidad y a recordar los valores del Evangelio transmitidos por el Apóstol, que han ido modelando la fisonomía espiritual y cultural de Europa, y que han de ser referencia ineludible a la hora de ser testigos del Dios vivo. Esta preocupación adquiere un relieve especial en una sociedad anónima como la nuestra, en la que la opinión común es modelada con frecuencia sin tener en cuenta que la existencia humana es una realidad abierta a lo trascendente.
“La Iglesiacatólica está firmemente comprometida para que se otorgue el justo reconocimiento a la dimensión pública de la afiliación religiosa”[1], siempre atenta para que el respeto hacia el otro se mantenga en toda circunstancia. La religión cristiana favorece la vida espiritual de las personas y de los pueblos, iluminando la dimensión cultural y social, la económica y la política. “No se trata de una confrontación ética entre un sistema laico y un sistema religioso, sino de una cuestión de sentido al que se confía la propia libertad”, ayudando a la persona a tomar conciencia de su verdadera identidad, cuando la autonomía humana se ha convertido en referente único y el progreso pretende sustituir la providencia de Dios.
Para conocer la naturaleza de cada pueblo, decía San Agustín, hace falta mirar a las cosas que ama. Es momento de preguntarnos qué es lo que amamos en una cultura marcada por lo efímero y lo voluble, donde los vínculos son cada vez más superficiales, donde el individualismo hace vulnerables a las personas y donde se pretende que la vivencia religiosa quede marginada a lo estrictamente privado. Volver a Dios y regenerar la situación actual, son dos tareas en las que convergen la misión de la Iglesiay el empeño sanamente laico de una sociedad que no quiera ser una Babel. Hay que obedecer a Dios para volver de verdad al hombre, respondiendo a las grandes preguntas de éste, y mostrando la aportación de humanidad, de razón y de libertad, que ofrece la fe cristiana. La vida se obscurece si no se abre a Dios, pues “donde está Dios, allí hay futuro”[2]. “Es cierto que el hombre puede excluir a Dios del ámbito de su vida. Pero esto no ocurre sin gravísimas consecuencias para el hombre mismo y para su dignidad como persona: el alejamiento de Dios lleva consigo la pérdida de aquellos valores morales que son base y fundamento de la convivencia humana…”[3]. Potenciar el diálogo entre fe y razón, entre política y religión, entre economía y ética, permitirá construir una civilización que no convierta al hombre en algo superfluo.
Dios nos ama y nos bendice con la gratuidad de su gracia. “Pero llevamos este tesoro en vasijas de barro para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros” (2Cor 4,7). Somos llamados a reflejar la presencia de Cristo en el mundo y a discernir creyentemente la realidad. “Cristo, resucitado de entre los muertos, brilla en el mundo, y lo hace de la forma más clara, precisamente allí donde según el juicio humano todo parece sombrío y sin esperanza. Él ha vencido a la muerte, vive, y la fe en Él, como una pequeña luz, penetra todo lo que es oscuridad y zozobra”[4].
Con el testimonio de la santidad y de la fidelidad que siempre da calidad humana y espiritual a nuestras relaciones, podemos decir: “Creí por eso hablé, también nosotros creemos y por eso hablamos” (2Cor 4,13). La fe que no nos ahorra sufrimientos y dificultades, hemos de vivirla con mayor conciencia y madurez día a día. “Desde Compostela, corazón espiritual de Galicia, nos decía el Papa Benedicto XVI,  exhorto a todos los fieles de esta querida Archidiócesis, y a los de la Iglesia en España, a vivir iluminados por la verdad de Cristo, confesando la fe con alegría, coherencia y sencillez, en casa, en el trabajo y en el compromiso como ciudadanos”. Es el espíritu de fe (2 Cor 4,13), el que lleva a anunciar a Cristo muerto y resucitado, que nos descubre la perspectiva de la vida eterna dando sentido a la existencia del hombre en este mundo. “Los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús con mucho valor”(Hech 4,33). El espíritu del Resucitado nos hace sentir la urgencia y la belleza de anunciar su Palabra y dar testimonio de Él entre los hombres. “En el cristianismo todo termina siendo derivado de Cristo o referido a Cristo: la búsqueda de Dios, la esperanza humana, la relación con el prójimo. Porque en él Dios nos ha dado su medida, modales e intenciones… En él hemos descubierto quien es nuestro prójimo, cuándo y cómo somos prójimos para los demás”[5].
Así nos dice: “El que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo” (Mt 20,26-27). No debemos ceder a la lógica del poder y del egoísmo. Fue la lógica que llevó a Santiago y a su hermano Juan a pedir a través de su madre los primeros puestos, irritando al resto de los apóstoles. “Dominio y servicio, posesión y don, interés y gratuidad: estas lógicas profundamente contrarias se enfrentan en todo tiempo y lugar. No hay ninguna duda sobre el camino escogido por Jesús: Él no se limita a señalarlo con palabras a los discípulos de entonces y de hoy, sino que lo vive en su misma carne”. En las actuales circunstancias sentimos intranquilidad ante la situación de tantas personas necesitadas espiritual y materialmente, y no debemos eludir la responsabilidad ante los graves problemas sociales que más allá de los procesos y mecanismos estrictamente económicos, movidos a veces por una especulación inmoral, deben resolverse con un compromiso ético y moral. La voluntad de servir ha de ser la opción para no poner el beneficio económico por encima del bien de la persona humana, ni el éxito individual por encima de la solidaridad. Buscar siempre el bien común con espíritu de justicia y ser para los demás embellecen nuestra existencia.
Pero todo esto será sólo un buen deseo, si no nos convertimos al Señor. En una visión reductiva de la persona humana se nos hace creer que la felicidad se puede conseguir a través de la acumulación de bienes, que la libertad consiste en la satisfacción de todos los deseos, y que la vida social puede resultar de la conjugación de todos los intereses privados. En medio del desvalimiento económico, provocado por el desorden moral, el miedo condiciona los diferentes aspectos de nuestra vida, y la crisis está repercutiendo de manera dramática sobre personas y familias con menos posibilidades. La Iglesia, siempre atenta a lo que afecta al hombre, está ayudando con su acción caritativa y social, nos llama a  recuperar la confianza en los valores como la sobriedad, el esfuerzo, la veracidad, la comprensión, la honestidad, el compromiso social, y la gratuidad, y nos indica que sólo Cristo es la respuesta a nuestras aspiraciones más profundas. La crisis puede ser ocasión de una toma de conciencia saludable para crear las condiciones de un nuevo estilo de vida que se concreta en que todo lo que queramos que haga la gente con nosotros, lo hagamos nosotros a la gente (Mt 7,12), mirando con confianza al futuro. Podemos hacer presente el amor de Cristo en el mundo. La actitud de Santiago y Juan, a partir del momento en que el Señor les pregunta: “¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber?”, y le responden “podemos” (Mt 20,22), fue la de quien se pone en camino, teniendo fija la mirada en la ciudadanía del Cielo (Fil 3,20). Dirigir nuestra mirada al cielo es posibilitar que en la tierra brille el reflejo de la gloria de Dios.
Celebremos cunha actitude positiva e gozosa a fe que nos transmitiu o Apóstolo Santiago, “aínda que agora, se fai falta, teñamos que sufrir por un pouco tempo diferentes probas. Deste xeito, o xenuíno da nosa fe ten máis valía co ouro e considérase merecente de loanza, gloria e honra cando se revele Xesús Cristo” (1Pet 1,6-9). Non cedamos á tentación de alterala, minguala ou pregala a outros intereses, e transformémonos en anunciadores incansables da fe en Cristo, coa palabra e o testemuño da nosa vida.
Sr. Oferente, con confianza acollo a vosa ofrenda para poñela no Altar. Encomendo coa intercesión do Apóstolo Santiago a todos os pobos de España, de xeito especial ao pobo galego, ás familias para que coa colaboración necesaria se esforcen na nobre tarefa de formar ás xeracións máis mozas, animándoos a construír unha sociedade onde se vivan os principios morais e espirituais, garantía dunha sociedade con futuro. Teño en conta na miña oración ás persoas adultas e mozos afectados polo desemprego. Encomendo os froitos espirituais do Ano da Fe ao que nos convoca o Papa e no que a estrela do Apóstolo Santiago será de xeito especial referente para a nosa Diocese e para á Igrexa en España. Pido polos nosos gobernantes e por todas aquelas persoas que están ofrecendo os seus mellores esforzos para responder ás esixencias do ben común e construír unha sociedade mellor. Amigo do Señor, asiste e protexe ao Papa, e á Igrexa que peregrina en España para que nos manteñamos fieis a Cristo ata o remate dos tempos. Co teu patrocinio, Santo Apóstolo, pido que o Señor bendiga ás súas Maxestades e a toda a Familia Real, e tamén á Vosa Excelencia, Sr. Oferente, á súa familia e aos seus colaboradores. “Astro brillante de España, apóstolo Santiago; o teu corpo descansa na paz; a túa gloria perdura entre nós”. Amén.  

[1] BENEDICTO XVI, Discurso en Berlín.
[2] BENEDICTO XVI, Discurso en Friburgo, 24 de septiembre de 2011.
[3] JUAN PABLO II, Homilía en Huelva, IV Visita Apostólica a España en 1993.
[4] Ibid.
[5] O. GONZALEZ DE CARDEDAL, Raíz de la esperanza, Salamanca 1995, 349.


7/25/12



Turismo y sostenibilidad energética: propulsores del desarrollo sostenible
Mensaje Jornada Mundial del Turismo 2012

El 27 de septiembre se celebra la Jornada Mundial del Turismo, promovida anualmente por la Organización Mundial del Turismo (OMT). La Santa Sede se ha adherido a esta iniciativa desde su primera edición, valorándola como una oportunidad para dialogar con el mundo civil, ofreciendo su aportación concreta, basada en el Evangelio, y considerándola también como una ocasión para sensibilizar a toda la Iglesia sobre la importancia que este sector tiene a nivel económico, social y, singularmente, en el contexto de la nueva evangelización.
Este mensaje se publica cuando aún resuenan los ecos del VII Congreso mundial de pastoral del turismo, celebrado el pasado mes de abril en Cancún (México), a iniciativa del Pontificio Consejo para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes en colaboración con la Prelatura de Cancún-Chetumal y la Conferencia del Episcopado Mexicano. Los trabajos y conclusiones de dicho encuentro están llamados a iluminar nuestra acción pastoral en los próximos años.
También en esta edición de la Jornada mundial asumimos como propio el tema que la OMT propone, “Turismo y sostenibilidad energética: propulsores del desarrollo sostenible”, y que está en consonancia con el presente “Año internacional de la energía sostenible para todos”, promulgado por las Naciones Unidas con el objetivo de poner de relieve “la necesidad de mejorar el acceso a recursos y servicios energéticos para el desarrollo sostenible que sean fiables, de costo razonable, económicamente viables, socialmente aceptables y ecológicamente racionales”.1
El turismo ha crecido a un ritmo importante en las últimas décadas. Según las estimaciones de la Organización Mundial del Turismo, se prevé que durante el presente año se alcance el hito de los mil millones de llegadas de turistas internacionales, que ascenderán a dos mil millones en el año 2030. A éstos hay que añadir los números aún más elevados que supone el turismo local. Este crecimiento, que tiene ciertamente unos efectos positivos, puede suponer un serio impacto medioambiental, debido entre otros factores al consumo desmesurado de recursos energéticos, al aumento de agentes contaminantes y a la generación de residuos.
El turismo tiene un papel importante en la consecución de los Objetivos de desarrollo del Milenio, entre los que se encuentra el “garantizar la sostenibilidad del medio ambiente” (objetivo 7), y debe hacer todo cuanto esté en su mano para que éstos sean alcanzables.2 Por ello, debe adaptarse a las condiciones del cambio climático, reduciendo su emisión de gases de efecto invernadero, que en el presente supone un 5% del total. Pero el turismo no sólo contribuye al calentamiento global, sino que también es víctima del mismo.
El concepto de “desarrollo sostenible” está ya arraigado en nuestra sociedad, y el sector del
turismo no puede ni debe quedarse al margen. Cuando hablamos de “turismo sostenible” no nos estamos refiriendo a una modalidad más entre otras, como podría ser el turismo cultural, el de playa o el de aventuras. Toda forma y expresión del turismo ha de llegar a ser necesariamente sostenible, y no puede ser de otro modo.
Y en ese camino, se han de tener debidamente en cuenta los problemas energéticos. Es un presupuesto errado el pensar que “existe una cantidad ilimitada de energía y de recursos utilizables, que su regeneración inmediata es posible y que los efectos negativos de las manipulaciones de la naturaleza pueden ser fácilmente absorbidos”.3
Es cierto, tal como indica el Secretario General de la OMT, que “el turismo está a la vanguardia de algunas de las iniciativas sobre sostenibilidad energética más innovadoras del mundo”.4 Pero también estamos convencidos que todavía queda mucha tarea que desarrollar.
También en este ámbito el Pontificio Consejo para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes quiere ofrecer su aportación, desde la convicción de que “la Iglesia tiene una responsabilidad respecto a la creación y la debe hacer valer en público”.5 No nos corresponde proponer soluciones técnicas concretas, pero sí hacer ver que el desarrollo no puede reducirse a simples parámetros técnicos, políticos o económicos. Deseamos acompañar este desarrollo con unas adecuadas orientaciones éticas, que subrayen el hecho de que todo crecimiento debe estar siempre al servicio del ser humano y del bien común. De hecho, en el Mensaje que dirigió al mencionado Congreso de Cancún, el Santo Padre subrayaba la importancia de “iluminar este fenómeno con la doctrina social de la Iglesia, promoviendo una cultura del turismo ético y responsable, de modo que llegue a ser respetuoso con la dignidad de las personas y de los pueblos, accesible a todos, justo, sostenible y ecológico”.6
No podemos separar el tema de la ecología ambiental de la preocupación por una ecología humana adecuada, entendida como el interés por el desarrollo integral del ser humano. Así mismo, no podemos desligar nuestra visión del hombre y de la naturaleza del vínculo que les une con su Creador. Dios ha encomendado al ser humano la buena gestión de la creación.
Es importante, en primer lugar, un gran esfuerzo educativo con el fin de promover “un cambio efectivo de mentalidad que nos lleve a adoptar nuevos estilos de vida”.7 Esta conversión de la mente y del corazón “debe permitir llegar rápidamente a un arte de vivir juntos que respete la alianza entre el hombre y la naturaleza”.8
Es justo reconocer que nuestros usos diarios están cambiando, y que existe una mayor sensibilidad ecológica. Pero también es cierto que con facilidad se corre el peligro de olvidar estos planteamientos durante el periodo vacacional, buscando ciertas comodidades a las que consideramos que tenemos derecho, sin reflexionar siempre sobre sus consecuencias.
Es necesario cultivar la ética de la responsabilidad y de la prudencia, preguntándonos por el impacto y las consecuencias de nuestras acciones. Al respecto, el Santo Padre afirma que “el modo en que el hombre trata el ambiente influye en la manera en que se trata a sí mismo, y viceversa.
Esto exige que la sociedad actual revise seriamente su estilo de vida que, en muchas partes del mundo, tiende al hedonismo y al consumismo, despreocupándose de los daños que de ello se derivan”.9 En este punto, será importante animar tanto a los empresarios como a los turistas a que tengan en cuenta las repercusiones de sus decisiones y actitudes. Así mismo, es crucial “favorecer comportamientos caracterizados por la sobriedad, disminuyendo el propio consumo de energía y mejorando las condiciones de su uso”.10
Estas ideas de fondo deben traducirse necesariamente en acciones concretas. Por ello, y con el objetivo de alcanzar destinos turísticos sostenibles, deben promoverse y apoyarse todas las iniciativas que sean energéticamente eficientes y con el menor impacto ambiental posible, conducentes a usar energías renovables, promover el ahorro de recursos y evitar la contaminación.
Al respecto, es fundamental que tanto las estructuras turísticas eclesiales como las propuestas vacacionales que la Iglesia promueve destaquen, entre otras cosas, por ser respetuosas con el medio ambiente.
Todos los sectores implicados (empresas, comunidades locales, gobiernos y turistas) han de ser conscientes de la responsabilidad que les corresponde en vistas a alcanzar formas sostenibles de turismo. Es necesaria la colaboración entre todas las partes interesadas.
La Doctrina Social de la Iglesia nos recuerda que “la tutela del medio ambiente constituye un desafío para la entera humanidad: se trata del deber, común y universal, de respetar un bien colectivo”.11 Un bien, del cual, el ser humano no es dueño sino “administrador” (cf. Gn 1, 28), al que Dios se lo ha confiado para que lo gestione adecuadamente.
El Papa Benedicto XVI afirma que “la nueva evangelización, a la que todos estamos convocados, nos exige tener presente y aprovechar las numerosas ocasiones que el fenómeno del turismo nos ofrece para presentar a Cristo como respuesta suprema a los interrogantes del hombre de hoy”.12 Invitamos, pues, a todos a promover y disfrutar el turismo de un modo respetuoso y responsable, de modo que le permitamos desarrollar todas sus potencialidades, con la certeza de que la contemplación de la belleza de la naturaleza y de los pueblos puede llevarnos al encuentro con Dios.
Ciudad del Vaticano, 16 de julio de 2012
Antonio Maria Card. Vegliò, Presidente
Joseph Kalathiparambil, Secretario

NOTAS
1 ORGANIZACIÓN DE LAS NACIONES UNIDAS, Resolución A/RES/65/151 aprobada por la Asamblea General, 20 diciembre 2010.
2 Cf. ORGANIZACIÓN MUNDIAL DEL TURISMO, Tourism and the Millennium Development Goals: sustainable competitive -responsible, 2010, 34.
3 PONTIFICIO CONSEJO “JUSTICIA Y PAZ”, Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 2 abril 2004, 462.
4 TALEB RIFAI, Secretario General de la OMT, Mensaje del Día Mundial del Turismo 2012.
5 BENEDICTO XVI, Encíclica Caritas in veritate, 29 junio 2009, 51.
6 BENEDICTO XVI, Mensaje con ocasión del VII Congreso mundial de pastoral del turismo, Cancún (México), 23-27 abril 2012.
7 BENEDICTO XVI, Encíclica Caritas in veritate, 29 junio 2009, 51.
8 BENEDICTO XVI, Discurso a seis nuevos embajadores ante la Santa Sede, 9 junio 2011.
9 BENEDICTO XVI, Encíclica Caritas in veritate, 29 junio 2009, 51.
10 BENEDICTO XVI, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, 1 enero 2010, 9.
11 PONTIFICIO CONSEJO “JUSTICIA Y PAZ”, Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 2 abril 2004, 466.
12 BENEDICTO XVI, Mensaje con ocasión del VII Congreso mundial de pastoral del turismo, Cancún (México), 23-27 abril 2012.Share on favorites
hare on print|More Sh

7/23/12


DIOS ES EL PASTOR DE LA HUMANIDAD

Palabras del Papa ayer en el Ángelus

Queridos hermanos y hermanas!
La Palabra de Dios de este domingo nos vuelve a proponer un tema clave y siempre fascinante de la Biblia: nos recuerda que Dios es el pastor de la humanidad. Esto significa que Dios quiere para nosotros la vida, quiere guiarnos hacia buenos pastos, en el que podemos alimentarnos y reposar; no quiere que nos perdamos y que muramos, sino que lleguemos al destino de nuestro camino, que es precisamente la plenitud de la vida. Eso es lo que cada padre y cada madre quiere para sus hijos: el bien, la felicidad, la realización. En el Evangelio, Jesús se presenta como el Pastor de las ovejas perdidas de la casa de Israel. Su mirada sobre la gente es una mirada "pastoral". Por ejemplo, en el Evangelio de este domingo, se dice que "al desembarcar, vio mucha gente, sintió compasión de ellos, pues estaban como ovejas que no tiene pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas" (Mc. 6, 34). Jesús encarna a Dios Pastor con su forma de predicar y con su obra, cuidando de los enfermos y de los pecadores, de los que están "perdidos" (cf. Lc. 19,10), para traerlos de vuelta a salvo, en la misericordia del Padre.
Entre las "ovejas perdidas" que Jesús ha salvado hay también una mujer llamada María, de la localidad de Magdala, en el lago de Galilea, y por eso llamada Magdalena. Hoy es su memoria litúrgica en el calendario de la Iglesia. Dice el evangelista Lucas que de ella Jesús hizo huir siete demonios (cf. Lc. 8,2), es decir, la rescató de una total esclavitud al mal.
¿En qué consiste esta profunda sanación que Dios obra a través de Jesús? Se trata de una paz verdadera, completa, fruto de la reconciliación de la persona con sí misma y en todas sus relaciones: con Dios, con los demás, con el mundo. En efecto, el Diablo siempre está tratando de arruinar la obra de Dios, sembrando la división en el corazón humano, entre el cuerpo y el alma, entre el hombre y Dios, en las relaciones interpersonales, sociales, internacionales, e incluso entre el hombre y la creación. El mal siembra la guerra; Dios crea la paz. De hecho, como dice san Pablo: Cristo «es nuestra paz: el que de dos pueblos hizo uno, derribando el muro divisorio, la enemistad, a través de su carne" (Ef. 2,14). Para llevar a cabo esta obra de reconciliación radical Jesús, el Buen Pastor, ha debido convertirse en Cordero, "el Cordero de Dios… que quita el pecado del mundo" (Jn. 1,29). Sólo así ha podido llevar a cabo la maravillosa promesa del Salmo: "Bondad y amor me acompañarán todos los días de mi vida, / y habitaré en la casa de Yahvé / un sinfín de días" (22/23, 6).
Queridos amigos, estas palabras nos hacen vibrar el corazón, porque expresan nuestro deseo más profundo, diciendo para lo que hemos sido creados: ¡para la vida, la vida eterna! Son las palabras de aquellos que, como María Magdalena, han experimentado a Dios en sus vidas y conocen su paz. Palabras más que que nunca verdaderas en los labios de la Virgen María, que vive ya para siempre en los pastos del Cielo, donde la ha conducido el Cordero Pastor. ¡María, Madre de Cristo, nuestra paz, ruega por nosotros!

7/21/12


Jesucristo, la gran noticia de Dios



La evangelización (el apostolado cristiano), la llamada a la santidad y la conversión son tres realidades que en su relación fructuosa y recíproca vivifican a los cristianos

      Ser cristiano es ser apóstol, tener una misión. El apostolado cristiano, la evangelización, consiste en contarle al mundo nuestro encuentro personal con Jesucristo: comunicar (ante todo con la coherencia de nuestra vida) esta buena noticia, la gran noticia, la mejor noticia para cada persona y para la humanidad.
      ¿Y cuál es esta noticia? Que Dios no sólo nos ha hablado en su creación, en el mundo que nos rodea, y también en las Escrituras; sino que nos ha enviado a su Hijo para liberarnos del pecado y, por medio de la Eucaristía, darnos una vida plena. Esto nos hace testigos y anunciadores del Evangelio.

Jesucristo, buena noticia de Dios

      Jesucristo, Evangelio de Dios para el hombre. Así se titula el primer capítulo del Documento de trabajo para el sínodo sobre la nueva evangelización. Evangelio quiere decir eso, “buena noticia”. Y Jesús es la buena noticia para el hombre porque es el gran“sí” que Dios ha pronunciado a todo lo nuestro. Dios Padre ha querido que Su Hijo, su único Hijo, se hiciera hombre, compartieranuestra tierra y nuestra vida: tuviera una familiaun trabajo, se relacionara con los que le rodeaban, tuviese amigos, discípulos más tarde. En su vida, tal como la describen los Evangelios, encontramos respuesta a nuestros anhelos e inquietudes, trabajos, tareas y penas.
      ¿Y cómo comunicar esa gran noticia? Ante todo con la coherencia de nuestra conducta, también con las palabras que transmiten a otros nuestra experiencia, con los argumentos que explican por qué la fe da sentido a nuestro vivir. Los cristianos no podemos dejar de dar testimonio de este encuentro con Jesús que nos transforma, también a cada uno de nosotros, en mensajes vivos de esta “buena noticia” para quienes nos rodean.
      No se trata sólo de una “información” fría y objetiva, sino de una “comunicación” en el sentido más profundo de la palabra: acción que pone en “comunión”, que une, al hacer participar de este mensaje que trae la verdadera felicidad cuando se vive auténticamente.
      Las curaciones de Jesús y su atención a todos (preferiblemente a los pobres y necesitados) son signo de que “Dios es amor”, y que el amor es la única fuerza capaz de renovarnos por dentro y renovar, como consecuencia, todas las cosas.

Evangelización, llamada a la santidad y conversión

      Por eso la invitación a “creer en el amor”, que se manifiesta en Cristo, es el núcleo de la fe cristiana, que se traduce en la búsqueda de la santidad. Y todo ello requiere la conversión: mirar hacia Dios que es donde está nuestra vida y nuestro futuro. Por eso la evangelización (el apostolado cristiano), la llamada a la santidad y la conversión son tres realidades que en su relación fructuosa y recíproca vivifican a los cristianos (cf. Instrumento de trabajo, n. 24).
      La unión con Cristo y la vida en él conducen a evangelizar. La tarea de la Iglesia, evangelizada y evangelizadora, consiste en profundizar en su conocimiento de Cristo y anunciar y transmitir el Evangelio (el conocimiento que posee, y renueva día tras día, de Cristo y la unión con él). Y eso lo hace con la fuerza del Espíritu Santo: «Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda» (exhort. apostólica Evangelii nuntiandi, n. 14).
      Ayudar a todos a encontrar a Cristo en la fe es el objetivo primario de la evangelización. Por eso, «allí donde, como Iglesia, “damos a los hombres sólo conocimientos, habilidades, capacidades técnicas e instrumentos, les damos demasiado poco”»(Benedicto XVIHomilía en Múnich, 10-IX-2006).
      Cabe notar que, en este documento de trabajo para el próximo sínodo, el término “evangelización” se toma en un sentido muy amplio, equivalente a todo lo que la Iglesia hace por el hombre. El Evangelio, es don para cada hombre y todo lo que es del hombre.
      La evangelización comprende tanto la dimensión física (la compasión por las necesidades materiales, las enfermedades y los sufrimientos), como la espiritual (la liberación del pecado). Los santos son los que han recorrido este camino con diversos medios y métodos, obras e instituciones, que consideraron adecuadas en su tiempo. Fueron creativos en sus vidas para llevar a Cristo a sus contemporáneos. Hoy, muchos cristianos siguen esas trazas abiertas por los santos y continúan siendo en ellas testigos de Cristo. Para acertar en la transmisión de la alegría de la fe a los hombres y mujeres de hoy, todos los cristianos han de ser creativos, en donde quiera que se encuentren situados: en medio de los quehaceres del mundo o en la vida religiosa. A veces —y no son pocos ya en el tercer milenio— con su martirio, que da credibilidad al testimonio.

Evangelizar es abrir a una vida plena

      Con todo, no faltan falsas convicciones que se oponen a la evangelización. Algunos sostienen que supone limitar la libertad, de modo que bastaría ayudar a las personas a ser mejores o más fieles a su propia religión, o incluso simplemente a trabajar por la justicia y la paz, máxime teniendo en cuenta que cabe la salvación fuera de los márgenes visibles de la Iglesia (cf.Instrumento de trabajo, n. 35; Congregación para la Doctrina de la fe, Nota doctrinal acerca de algunos aspectos de la evangelización, 3-XII-2007, n. 3).
      Sin embargo así se olvidaría que en Jesucristo está el verdadero rostro de Dios y en la Iglesia la plenitud de la verdad y de los medios de salvación. De ahí el derecho de toda persona a ser evangelizada y el deber de evangelizar que tiene la Iglesia (después de ser continuamente evangelizada) y también cada bautizado.
      Quizá los hombres puedan salvarse por otros caminos, gracias a la misericordia de Dios, si no les anunciamos el Evangelio. Pero esto no nos exime de preguntarnos: «¿Podremos nosotros salvarnos si por negligencia, por miedo, por vergüenza (…), o por ideas falsas omitimos anunciarlo?» (Evangelii nuntiandi, n. 80).

Renovación personal y renovación de la Iglesia

      Además, anunciar el Evangelio (el apostolado o la misión cristiana), siendo una tarea y un deber personal, nunca es una empresa puramente individual y solitaria, ni puede centrarse en determinadas estrategias de selección de los destinatarios (cf.Instrumento de trabajo, n. 39); sino que es una actividad cristiana y espiritual en el marco de la comunidad eclesial, abierta sinceramente a todos.
      Cuando los cristianos acercamos a Dios a nuestros amigos, parientes, colegas, conocidos, etc., no dejamos al margen nuestra familia, la familia de Jesús que es la Iglesia. Al contrario, les hablamos también de ella, porque ella es (debe ser en cada época y en cada lugar) nuestro cuerpo, nuestro hogar, la madre que nos ha engendrado y nos educa en el amor y la belleza. Y cada uno hemos de ser, desde este cuerpo vivo, vida para otros.
      Por eso el sínodo está llamado a promover la reflexión, en cada caso, sobre «la capacidad de la Iglesia de configurarse como real comunidad, como verdadera fraternidad, como cuerpo y no como una empresa» (Ibid.). Así se plantea la relación íntima entre evangelización y renovación de la Iglesia.
      ¿Cómo contribuir a esta renovación? En el punto de partida está la renovación personal, cada uno en su propio lugar, con los “talentos” (materiales o espirituales) que hemos recibido, en el contexto de la vida familiar, profesional y social, en el horizonte de este ser miembros del cuerpo vivo de la Iglesia en el mundo.
      La mayoría de los bautizados no son “eclesiásticos”, pero todos son Iglesia, y el término (del griego Ecclesía) quiere decir“vocación de muchos”todos llamados, todos responsables de la nueva evangelización, de comunicar esta gran noticia que transforma nuestra vida.