10/31/13

Catequesis sobre la comunión de los santos

El Papa en la Audiencia de  ayer



Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy me gustaría hablar de una realidad muy bella de nuestra fe, es decir, la comunión de los santos. El Catecismo de la Iglesia Católica nos recuerda que este término hace referencia a dos realidades: la comunión en las cosas santas, y la comunión entre las personas santas (núm. 948). Me centro en el segundo significado: es una verdad entre las más reconfortantes de nuestra fe, porque nos recuerda que no estamos solos sino que hay una comunión de vida entre todos los que pertenecen a Cristo. Una comunión que nace de la fe; de hecho el término "santos" se refiere a aquellos que creen en el Señor Jesús, y se incorporan a Él en la Iglesia a través del bautismo. Por eso, los primeros cristianos fueron llamados también "los santos" (cf. Hch. 9,13.32.41; Rm. 8,27; 1 Cor. 6,1).
1 . El Evangelio de Juan dice que, antes de su pasión, Jesús oró al Padre por la comunión entre los discípulos con estas palabras: "Para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado" (17,21). La Iglesia, en su verdad más profunda, es comunión con Dios, familiaridad con Dios, una comunión de amor con Cristo y con el Padre en el Espíritu Santo, que se prolonga en una comunión fraterna. Esta relación entre Jesús y el Padre es la "matriz" de la unión entre nosotros los cristianos: si estamos íntimamente inseridos en esta "matriz", en este horno ardiente de amor, entonces podemos llegar a ser realmente un solo corazón y una sola alma entre nosotros, porque el amor de Dios incinera nuestro egoísmo, nuestros prejuicios, nuestras divisiones internas y externas. El amor de Dios también incinera nuestros pecados.
2. Si esto tiene su origen en la fuente del amor, que es Dios, entonces también se da el movimiento recíproco: de los hermanos a Dios; la experiencia de la comunión fraterna con Dios me lleva a la comunión con Dios. Estar unidos entre nosotros nos lleva a estar unidos a Dios, nos lleva a esta relación con Dios que es nuestro Padre. Este es el segundo aspecto de la comunión de los santos que me gustaría subrayar: nuestra fe necesita del apoyo de los demás, especialmente en tiempos difíciles. Si estamos unidos la fe se vuelve más fuerte. ¡Qué hermoso es apoyarse mutuamente en la aventura maravillosa de la fe! Digo esto porque la tendencia a refugiarse en lo privado también ha influido en la esfera religiosa, por lo que muchas veces es difícil buscar la ayuda espiritual de aquellos que comparten nuestra experiencia cristiana.
 Todos las hemos experimentado; yo también, forma parte del camino de la fe, del camino de nuestra vida. ¿Quién de nosotros no ha experimentado inseguridad, desconcierto e incluso dudas en el camino de la fe? Todos hemos experimentado esto, también yo: es parte del camino de la fe, es parte de nuestra vida. Todo esto no debe sorprendernos, porque somos seres humanos, marcados por la fragilidad y las limitaciones; todos somos frágiles, todos tenemos límites. Sin embargo, en estos tiempos difíciles hay que confiar en la ayuda de Dios, a través de la oración filial, y al mismo tiempo, es importante encontrar el coraje y la humildad para estar abierto a los demás, para pedir ayuda, para pedir que nos den una mano. ¡Cuántas veces hemos hecho esto, y después hemos sido capaces de salir del problema y encontrar a Dios otra vez! En esta comunión --comunión quiere decir común-unión--, somos una gran familia, donde todos los componentes se ayudan y se apoyan mutuamente.
3. Y ahora llegamos a otro aspecto: la comunión de los santos va más allá de la vida terrena, va más allá de la muerte y dura para siempre. Esta unión entre nosotros, va más allá y continúa en la otra vida; es una unión espiritual que nace del bautismo y no se rompe con la muerte, sino que, gracias a Cristo resucitado, está destinado a encontrar su plenitud en la vida eterna. Hay un vínculo profundo e indisoluble entre los que son todavía peregrinos en este mundo -- incluidos nosotros-- y los que han cruzado el umbral de la muerte para entrar a la eternidad. Todos los bautizados aquí en la tierra, las almas del Purgatorio, y todos los santos que ya están en el Paraíso forman una sola gran familia. Esta comunión entre el cielo y la tierra se realiza sobre todo en la oración de intercesión.
Queridos amigos, ¡tenemos esta belleza! Es nuestra realidad, la de todos, lo que nos hace hermanos, que nos acompaña en el camino de la vida y hace que nos encontremos de nuevo allá en el cielo. Vayamos por este camino con confianza, con alegría. Un cristiano debe ser alegre, con la alegría de tener a tantos hermanos y hermanas bautizados que caminan con él; sostenido por la ayuda de nuestros hermanos y hermanas que transitan este mismo camino para ir al cielo. Y también con la ayuda de nuestros hermanos y hermanas que están en el cielo y oran a Jesús por nosotros. ¡Adelante por este camino de felicidad!

A San Pablo nada pudo alejarlo del amor de Cristo

Homilía del Papa en la Basílica de San Pedro



En estas lecturas hay dos cosas que golpean. En primer lugar, la seguridad de Pablo: "Nadie puede alejarme del amor de Cristo". Más era tanto lo que amaba al Señor --porque lo había visto, lo había encontrado, el Señor le había cambiado la vida--, le amó tanto que decía que nada podía alejarlo de Él. Precisamente este amor del Señor era el centro de la vida de Pablo. Ni las persecuciones, ni las enfermedades, ni las traiciones; incluso todo lo que ha vivido, todas esas cosas que le han sucedido en su vida, nada de esto ha podido alejarlo del amor de Cristo. Fue el mismo centro de su vida, la referencia: el amor de Cristo.
Y sin el amor de Cristo, sin vivir de este amor, reconociéndolo, nutriéndonos de ese amor, no se puede ser cristiano: el cristiano es aquel que se siente mirado por el Señor, con esa mirada tan hermosa, amado por el Señor y amado hasta el final. Se siente... El cristiano siente que su vida fue salvada por la sangre de Cristo. Y esto hace el amor: esta relación de amor. Eso es lo primero que me golpea mucho.
La otra cosa que me llama la atención es esta tristeza de Jesús, cuando mira a Jerusalén. "Oh tú, Jerusalén, que no has entendido el amor". No ha entendido la ternura de Dios, es esa imagen tan hermosa que dice Jesús. No entender el amor de Dios: lo contrario de lo que sentía Pablo. Pero sí, Dios me ama, Dios nos ama, pero es algo abstracto, es algo que no toca mi corazón y yo me organizo en la vida como puedo. No hay lealtad allí. Y el grito del corazón de Jesús a Jerusalén es este: "¡Jerusalén, tú no eres fiel: tú no te has dejado amar; y te has entregado a tantos ídolos, que te prometían todo, te ofrecían todo y luego te han abandonado". El corazón de Jesús, el sufrimiento del amor de Jesús: un amor rechazado, que no lo ha recibido.
Estas dos figuras en la actualidad: la de Pablo, que permanece fiel hasta el final al amor de Jesús, desde donde encuentra la fuerza para seguir adelante, para soportar todo. Él se siente débil, se siente pecador, pero tiene la fuerza en aquel amor de Dios, en aquel encuentro que tuvo con Jesucristo. Y por otro lado, la ciudad y el pueblo infiel, no fiel, que no acepta el amor de Jesús, o lo que es peor, ¿eh? Que vive este amor a medias: un poco sí, un poco no, de acuerdo a su conveniencia.
Echemos un vistazo a Pablo con su valentía que proviene de este amor, y miremos a Jesús que llora sobre aquella ciudad que no es fiel. Miremos la fidelidad de Pablo y la infidelidad de Jerusalén, y al medio veamos a Jesús, su corazón, que nos ama tanto. ¿Qué podemos hacer? La pregunta: ¿me parezco más a Pablo o a Jerusalén? Mi amor por Dios es tan fuerte como el de Pablo o mi corazón es un corazón tibio como el de Jerusalén? Que el Señor, por la intercesión del beato Juan Pablo II, nos ayude a responder a esta pregunta. ¡Que así sea!

10/30/13

Halloween enmascara la muerte y banaliza su sentido

 Salvador Bernal



Aunque se repita que EEUU pierde influencia económica y política en el mundo, vemos estos días cómo sus pautas de vida se difunden cada vez más en Occidente

      Sin duda, la presencia de disfraces y calabazas en tantos audiovisuales de los últimos años anima al comercio y a la industria del ocio a utilizar esa tradición americana como punto de venta en nuestros pagos.

      De todos modos, como señalan algunas encuestas y, sobre todo, las imágenes que difunden los medios de comunicación −incluido el refuerzo de líneas de transporte público en torno a los cementerios−, la fiesta de los Santos sigue dominando la confrontación, si se puede hablar así.

      Lo paradójico es que Halloween, versión celta de la conmemoración de Todos los Santos, se transformó en otra cosa en Estados Unidos, y vino a Europa por la imponente influencia audiovisual americana. Pero brujas y disfraces no consiguen superar a los Santos. Incluso, en un país tan laico como Francia, no hay quien pueda con la Toussaint, día festivo y período de vacaciones escolares, momento en que dos terceras partes de las familias se reúnen de algún modo, para visitar los cementerios y recordar a sus muertos, aunque la Iglesia católica conmemora a los Difuntos el día 2 de noviembre.

      Pero la difusión del fenómeno de Halloween, más cultural y comercial que ideológico, suscita reacciones en otros países europeos. Hace un par de años, un prelado de Italia afirmaba sin ambages que «las calabazas se usan para hacer pasteles». Era un modo relativamente irónico para salir al paso del auge de la fiesta americana, justamente en la víspera de Todos los Santos.

      El arzobispo de Bolonia, cardenal Carlo Caffarra, manifestaba también su repulsa ante una «horrible rendición al creciente relativismo». Y promovía diversas iniciativas para explicar el significado religioso de la fiesta de Todos los Santos, y de la conmemoración de los fieles difuntos, en los primeros días de noviembre.

      Me llama habitualmente la atención esa actitud activa de los católicos en países próximos −Reino Unido, Francia, Italia−, frente a la apatía que advierto en una sociedad como la española, que parece desmedulada: da la impresión de renunciar superficialmente a sus más sólidas raíces. Suelo culpabilizar −no sé si estoy en lo cierto− a la que considero nuestra herejía latente: el fideísmo. Es decir, la falta de profundización racional y cultural en la fe.

      Seguramente algunas parroquias organizan cosas, aparte de las habituales, para contrarrestar la expansión, un tanto grotesca, cuando no carnavalesca, de Halloween. Pero, en conjunto −aparte del comprensible respeto por la tragedia del Madrid Arena de 2012, bastante desligada por cierto del origen de la dramática celebración−, más detecto indiferencia ante un fenómeno que quizá no suplanta tradiciones cristianas, pero puede contribuir a desvirtuarlas o contaminarlas, banalizando algo tan serio como la actitud ante la muerte.

      Me viene a la cabeza al escribir estas líneas una muy antigua cover story de un semanario internacional titulada Complot contra la razón: daba cuenta del auge de manifestaciones irracionales en una sociedad teóricamente culta y científica. También, un viejo texto de San Josemaría«No tienen fe. −Pero tienen supersticiones» (Camino, 587).

      Y es que, razones comerciales aparte, con Halloween se difunde una cosmovisión en la que la esperanza deja paso a mucho espiritismo y a demasiadas muestras de lo macabro. No se contrarrestará con actitudes apocalípticas del tipo “la noche de los Santos y no de satanás”. Pero sí es una oportunidad de difundir el sentido de la esperanza, de acuerdo también con una reiterada insistencia del papa Francisco.

10/29/13

'La esperanza es la expectativa de la revelación de Dios'

El Papa en la homilía de este martes


La esperanza no es optimismo, sino "una ansiosa espera" ante la revelación del Hijo de Dios. Son las palabras del papa Francisco en la misa de la mañana del martes en la Casa Santa Marta. El papa dijo que los cristianos deben cuidarse del clericalismo y de las actitudes cómodas, ya que la esperanza cristiana es dinámica y vivificante. 
¿Cuál es la esperanza de un cristiano? El santo padre ha tomado las palabras de san Pablo, en la Primera lectura, para subrayar la dimensión única de la esperanza cristiana. No se trata de optimismo, advirtió, sino de "una ansiosa espera" ante la revelación del Hijo de Dios. La creación, dijo, "fue sujetada a la caducidad" y el cristiano vive por lo tanto la tensión entre la esperanza y la esclavitud. "La esperanza --dijo haciéndose eco de san Pablo--, no decepciona, es segura". Sin embargo, reconoció, “no es fácil entender la esperanza". A veces, dijo, "pensamos que ser personas de esperanza es como ser personas optimistas". Pero no lo es.
"La esperanza no es el optimismo, no es aquella capacidad de ver las cosas con buen ánimo y seguir adelante. No, eso es optimismo, no es esperanza. Ni la esperanza es una actitud positiva frente a las cosas. Esas personas brillantes, positivas... esto es bueno, ¡eh!, pero no es la esperanza. No es fácil entender lo que es la esperanza. Se dice que es la más humilde de las tres virtudes, porque está oculta en la vida.
La fe se ve, se siente, se sabe lo que es. La caridad se hace, se sabe lo que es. Pero, ¿qué es la esperanza? ¿Qué es esa actitud de la esperanza? Para acercarnos un poco a ella, podemos decir primero que la esperanza es un riesgo, es una virtud riesgosa; es una virtud, como dice san Pablo 'de una ansiosa espera ante la revelación del Hijo de Dios’. No es una ilusión".
Tener esperanza, añadió, es lo siguiente: "estar en expectativa hacia esta revelación, hacia esta alegría que llenará nuestra boca de sonrisas". San Pablo, dijo Francisco, hace hincapié en que la esperanza no es optimismo, es aún más. Es “otra cosa diferente". Los primeros cristianos, recordó el papa, la "pintaban como un ancla: la esperanza era un ancla, un anclaje fijo en la ribera" del más allá. Y nuestra vida es justamente caminar hacia esta ancla:
"Se me ocurre la pregunta, ¿dónde estamos anclados nosotros, cada uno de nosotros? Estamos anclados justamente allá, en la orilla de aquel océano tan inmenso o estamos anclados en una laguna artificial que hemos construido nosotros, con nuestras normas, nuestros comportamientos, nuestros horarios, nuestros clericalismos, nuestras actitudes eclesiásticas o no eclesiales, ¿eh? ¿Estamos anclados allí? Todo cómodo, todo seguro, ¿acaso?, esa no es la esperanza. Donde está anclado mi corazón, allá en esta laguna artificial, con un comportamiento irreprensible de verdad..."
San Pablo, indica a continuación otro modelo de la esperanza, el del parto. "Estamos a la espera, esto es un parto. Y la esperanza entra en esta dinámica", de "dar vida". Sin embargo, agregó, "la primicia del Espíritu no se puede ver". Sin embargo, sé que "el Espíritu obra". Obra en nosotros "como un grano de mostaza diminuto, pero que por dentro está lleno de vida, de fuerza, que va hacia adelante" hasta convertirse en árbol. El Espíritu obra como la levadura. Así, continuó, la "obra el Espíritu: no se ve, pero existe. Es una gracia para pedir".
"Una cosa es vivir en la esperanza, porque en la esperanza hemos sido salvados, y otra cosa es vivir como buenos cristianos no más. Vivir a la espera de la revelación o vivir bien con los mandamientos; estar anclados en la orilla del más allá o instalados en la laguna artificial. Pienso en María, una niña joven, cuando después de haber oído que sería mamá ha cambiado su actitud y va, ayuda y canta ese cántico de alabanza. Cuando una mujer queda embarazada es mujer, pero no es (solamente) mujer: es madre. Y la esperanza tiene algo de esto. Nos cambia la actitud: somos nosotros, pero no somos nosotros; somos nosotros, buscando más allá, anclados más allá".
Fue entonces que el papa concluyó su homilía dirigiéndose a un grupo de presbíteros mexicanos presentes en la misa, con motivo de su vigésimo quinto aniversario de ordenación. “Pidan a la Virgen, Madre de la esperanza”, dijo, para que sus años "sean años de esperanza, para vivir como presbíteros de la esperanza, dando esperanza".

10/28/13

Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia

Luis Javier Moxó Soto 


El título de esta catequesis semanal está tomado del evangelio del próximo viernes, 1 de noviembre, solemnidad de todos los santos, porque también las lecturas del domingo 30º del Tiempo Ordinario, con las que abrimos la semana van referidas al tema de la justicia, que es la historia, el sentido de los acontecimientos, de Dios en el mundo. 
Dios no solo es justo, es la misma justicia, porque da a todo ser lo que su naturaleza exige, como señala santo Tomás de Aquino. Al ser no solo justo sino también misericordioso, explica el Doctor Angélico porque Su misericordia consiste en que da a cada ser más de lo que exige su naturaleza, y también en que recompensa a los justos más allá de sus méritos, y castiga a los malos con pena inferior a la que merecen.
En el número 1807 del Catecismo de la Iglesia Católica se nos dice que la justicia es la virtud moral que consiste en la constante y firme voluntad de dar a Dios y al prójimo lo que les es debido. Estamos viendo cada día cómo nuestra justicia (que pensamos sagrada y tomamos por nuestra mano tantas veces) dista mucho de parecerse a la de Dios, que no desdeña la súplica del huérfano, ni a la viuda cuando se desahoga en su lamento (Eclo 35, 14-15). Sabemos de Dios, por boca del rey David, que aunque el justo sufra muchos males, de todos los libra el Señor; él cuida de todos sus huesos, y ni uno solo se quebrará. La maldad da muerte al malvado, los que odian al justo serán castigados (Sal 33, 20-22).
En el evangelio del pasado domingo se nos hablaba de un juez injusto que ni temía a Dios ni le importaban los hombres (Lc 18, 2). En éste, el Señor enseña la parábola del fariseo y el publicano a algunos que confiaban en sí mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás (Lc 18, 9-14). En nuestra experiencia diaria tender a justificarnos con mentiras y exculpaciones falsas es propio de la mentalidad común. Eso de reconocer en nosotros la propia responsabilidad en la culpa, por acción u omisión del problema, malentendido o violencia que sea es lo último que se puede ocurrir pensar a la media de los mortales. El uso de la fuerza y tomar la justicia de la propia mano, usar instrumentos de muerte, es propio de esta cultura que no busca la paz sino la primacía del poder y de la razón en un conflicto familiar o internacional.
Nos podemos preguntar cada uno: ¿qué estoy haciendo yo en mi vida para que triunfe la verdad que conduce a la justicia y de la que puede surgir la paz? El camino que lleva a la verdadera paz es el de vernos capaces de ser educados y educar a nuestros jóvenes en la exigencia indomable de justicia y bondad que llevamos todos inscrita en nuestro corazón. Se trata de una estima verdadera por el hombre, en una justicia real, madurando nuestra vocación cristiana. Si renunciamos a esta tarea urgente quedaremos atrapados, como los demás, en el odio al enemigo, en la violencia que genera más violencia.
Se nos pide ejercer la caridad de verdad, amando a los enemigos y rogando por los que nos persiguen, aguardar con amor la manifestación del Señor, para que el Señor, juez justo, nos de la corona de la justicia (2 Tim 4,8). Por ello es importante saber que es evidente que en el ámbito de la ley nadie es justificado, pues el justo [solo] por la fe vivirá (Gál 3, 11). Sepamos que seremos juzgados como juzguemos y la medida que usemos la usarán con nosotros (Cf. Mt 7, 2). Por ello mismo, el que se crea seguro, ha de cuidarse de no caer (1 Cor 10, 12).
Jesucristo es la verdadera respuesta y la imagen ideal de la exigencia humana de justicia. Es el Justo, la víctima de propiciación por nuestros pecados, no solo por los nuestros, sino también por los del mundo entero (1 Jn 2,1-2). El mismo que manifestó: “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados” (Mt 5, 6) también dijo:“No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan” (Lc 5, 32).


Jesús continúa rezando por nosotros ante el Padre

En Papa en la homilí­a de Santa Marta


El valor de la oración por nosotros y por los hermanos ha sido la idea sobre la que se ha centrado el santo padre en la homilía de esta mañana en Santa Marta. 
El papa Francisco ha comenzado reflexionando sobre el pasaje del evangelio de Lucas donde se narra la elección de los doce apóstoles por parte de Jesús. Es un día "un poco especial por la elección de los apóstoles", ha dicho el santo padre. Una elección - ha añadido - que sucede solo después de que Jesús ha rezado al Padre "Él solo". Así ha explicado Francisco que cuando Jesús reza al Padre está solo con Él. Después se encuentra junto a sus discípulos y elige a los doce a los que llama apóstoles. De este modo, el santo padre ha señalado tres momentos que caracterizan la jornada: Jesús que pasa "una noche entera rezando al Padre" en el monte; Jesús entre sus apóstoles; Jesús entre la gente.
Apoyándose en este fragmento del evangelio, el pontífice ha explicado que la oración es el punto central: Jesús reza al Padre porque con Él tenía intimidad; le reza por la gente que iba a encontrarlo y le reza también por los apóstoles.
Para ayudar a comprender mejor el sentido de la oración de Jesús, Francisco ha recordado "aquel bonito discurso después de la cena del Jueves Santo, cuando reza al Padre diciendo: Yo rezo por estos, los míos; pero también rezo por todos, también por los que vendrán y creerán".
La oración de Jesús es universal, aunque es también una oración personal, ha matizado el papa, y ha manifestado su deseo de que todos miremos a Jesús que reza.
Por eso el papa se ha preguntado que si Jesús rezaba en aquel tiempo, sigue rezando ahora. A lo que ha contestado que sí, "lo dice la Biblia". Ha explicado que "es el intercesor, el que reza", y reza al Padre "con nosotros y delante de nosotros. Jesús nos ha salvado. Ha hecho esta gran oración, el sacrificio de su vida para salvarnos. Estamos justificados gracias a Él. Ahora se ha ido. Y reza".
Sobre Jesús, el santo padre ha recordado que "es una persona, es un hombre con carne como la nuestra, pero en gloria. Jesús tiene las llagas en las manos, en los pies, en el costado. Y cuando reza hace ver al Padre el precio de la justificación y reza por nosotros. Es como si dijera: Padre, que no se pierda esto". El papa Francisco ha continuado indicando que "por esto, cuando rezamos decimos: por nuestro Señor Jesucristo tu Hijo. Porque Él es el primer en rezar, es nuestro hermano. Es hombre como nosotros. Jesús es el intercesor".
Al respecto, el santo padre ha hablado de las veces que pedimos oración entre nosotros: "reza por mí, ¿eh?" Algo bueno, porque debemos rezar unos por otros, ha recordado Francisco. Así, ha invitado a que pidamos a Jesús "reza por mí, tú que eres el primero de nosotros, tú reza por mi. Seguro que reza; pero dile: "Reza por mí Señor, tú eres el intercesor". Esto demuestra una gran confianza, ha señalado Francisco.
Para finalizar la homilía, el obispo de Roma ha subrayado: "pensamos mucho en esto y damos las gracias al Señor, damos gracias al hermano que reza con nosotros y reza por nosotros, intercede por nosotros. Y hablemos con Jesús. Digámosle: Señor, tú eres el intercesor, tú me has salvado, me has justificado, pero ahora reza por mí". Y ha exhortado a que le confiemos a Jesús nuestros problemas y nuestra vida, para que Él lo lleve al Padre.

10/27/13

Jornada Mundial de las Familias

El discurso completo del Papa


¡Queridas familas, ¡'buona sera' y bienvenidas a Roma! 
Han venido aquí como peregrinos desde muchas partes del mundo, para profesar la fe delante del la tumba de San Pedro. Esta plaza les acoge y abraza: somos un sólo pueblo, con una sola alma, convocados por el Señor, que nos ama y sostiene. Saludo también a todas las familias que están unidas a través de la televisión y de internet: una plaza que se extiende sin confines.
Quisieron llamar a este momento “¡La familia vive la alegría de la fe!”. ¡Me gusta este título! He escuchado las experiencias de ustedes, los casos que han contado. Vi tantos niños, tantos abuelos... Sentí la tristeza de las familias que viven en situación de pobreza y de guerra. He oído a los jóvenes que se quieren casar, aún entre mil dificultades. Y entonces nos preguntamos: ¿Cómo es posible, hoy, vivir la alegría de la fe en familia? ¿Es posible o no es posible vivir esta alegría? 
En el evangelio de Mateo, hay una palabra de Jesús que nos ayuda: 'Venid a mí todos los que están cansados y oprimidos, que yo les aliviaré'. Muchas veces la vida es pesada y tantas veces trágica, lo hemos apenas escuchado. Trabajar es fatigoso; buscar trabajo es fatiga y encontrar trabajo hoy nos pide tanta fatiga.
Pero, aquello que más pesa en la vida, no es esto, lo que más pesa es la falta de amor. Pesa no recibir una sonrisa, no ser acogidos. Pesan ciertos silencios, a veces aún en familia, entre marido y esposa, entre padres e hijos, entre hermanos. Sin amor, el cansancio se hace más pesado. Pienso en los ancianos solos, a las familias en dificultad porque no tienen ayuda para sostener a quienes en casa precisan de especiales atenciones y cuidados. 'Venid a Mí todos los que están cansados y oprimidos', dice Jesús.
Queridas familias, el Señor conoce nuestros cansancios, los conoce y los pesos de nuestra vida. Pero conoce también nuestro deseo profundo de hallar la alegría del alivio. ¿Se acuerdan? Jesús dijo: 'Vuestra alegría sea plena'. Jesús quiere que nuestra alegría sea plena.
Lo dijo a los apóstoles, y hoy lo repite a todos nosotros. Así, esta es la primera cosa que quiero compartir con ustedes en esta tarde, y es una palabra de Jesús: 'Venid a mi, familias de todo el mundo --dice Jesús-- y yo les aliviaré para que vuestra alegría sea completa'.
Y esta palabra de Jesús llévenla a casa, en el corazón, compártanla en familia, él nos invita a ir hacia él para darnos a todos la alegría.
La segunda palabra, la tomo del rito del matrimonio. En este sacramento, quien se casa dice: 'Prometo serte fiel, amarte y respetarte, en la alegría y en el dolor, en la salud y en la enfermedad, y de honrarte y amarte todos los días de nuestra vida'. En aquel momento, los esposos no saben qué sucederá, no saben cuáles son las alegrías y las tristezas que les esperan. Parten, como Abrahan; se ponen juntos en camino. Esto es el matrimonio, partir y caminar juntos, de manos dadas, entregándose en la mano grande del Señor. Mano en la mano por toda la vida y sin hacer caso de esta cultura de lo provisorio que nos corta la vida a pedazos.
Con esta confianza en la fidelidad de Dios, todo se enfrenta, sin miedo, con responsabilidad. Los esposos cristianos no son ingenuos, conocen los problemas y los peligros de la vida. Pero no tienen miedo de asumir la propia responsabilidad, delante de Dios y de la sociedad. Sin huir ni aislarse, sin renunciar a la misión de formar una familia y traer al mundo hijos.
Pero hoy, santo padre, es difícil. ¡Seguro que es difícil! ¡Por eso, es necesaria la gracia del sacramento! ¡Los sacramentos no sirven para decorar la vida; ¡que lindo matrimonio, que linda la ceremonia, que linda la fiesta! Eso no es la gracia del sacramento, eso es una decoración y la gracia no es para decorar la vida pero para hacernos fuertes en la vida, para hacernos corajosos y poder ir adelante! Sin aislarse, siempre juntos.
Los cristianos se casan sacramentalmente, porque son conscientes que necesitan el sacramento. Necesitan a este para vivir unidos entre sí y cumplir la misión de padres. 'En la alegría y en el dolor, en la salud y en la enfermedad'. Así dicen los esposos en el matrimonio y rezan juntos y con la comunidad, ¿por qué? Solamente porque es costumbre hacerlo así? No, lo hacen, porque les sirve para el largo viaje que deben hacer juntos, no a tramos, necesitan de la ayuda de Jesús, para caminar juntos con confianza, para acogerse uno al otro cada día y perdonarse cada día.
Y esto es importante en las familias, saber perdonarse, porque todos nosotros tenemos defectos, todos y a veces hacemos cosas que no son buenas y le hacen mal a los otros. Tener el coraje de pedir perdón en familia cuando nos equivocamos. Hace pocas semanas atrás recordé en esta plaza que para llevar adelante una familia es necesario usar tres palabras, quiero repetirlo, tres palabras: permiso, gracias y perdón. Tres palabras claves.
Pidamos permiso para no ser invasores. En familia: ¿Puedo hacer esto, te gusta que haga esto? El leguaje del permiso. Demos gracias, gracias por el amor, pero dime tú, cuántas veces al día le dices gracias a tu mujer o a tu marido? Cuántos días pasan sin decir esta palabra: gracias.
Y todos nos equivocamos, y a veces alguno se ofende en la familia, o en el matrimonio. A veces, digo, vuelan los platos, se dicen palabras fuertes, pero escuchen este consejo: no terminen la jornada sin hacer la paz, cada día. Disculpa y se recomienza. Permiso, gracias, perdón. ¿Lo decimos juntos?: Permiso, gracias, disculpa, usemos estas tres palabras en familia, perdonarse cada día.
En la vida, la familia experimenta muchos momentos hermosos: el descanso, la comida juntos, el paseo hasta al parque o por los campos, la visita a los abuelos, o a una persona enferma... Pero, si falta el amor, faltará la alegría, faltará la fiesta. Porque el amor nos lo da siempre Jesús: él es la fuente inagotable y se da a nosotros en la Eucaristía. Allí en el sacramento, Jesús nos da su palabra y el pan de la vida, para que nuestra alegría sea completa.
Y para concluir, está aquí delante de nosotros, este ícono de la presentación de Jesús en el templo. Es un ícono verdaderamente bello e importante. Contemplémoslo y dejémonos ayudar por esta imagen. Como todos ustedes, también los protagonistas de la escena tienen su camino: María y José se pusieron en camino, yendo como peregrinos a Jerusalén, obedeciendo a la ley del Señor; y también el viejo Simeon y la profetisa Ana, también ella muy anciana, van al templo impelidos por el Espíritu Santo. La escena nos muestra este entrecruzarse de tres generaciones: el entrelazarse de tres generaciones,
Simeon toma en los brazos al niño Jesús, en quien reconoce al Mesías, y Ana es representada en el gesto de alabar a Dios y anunciar la salvación a quien esperaba la redención de Israel. Estos dos ancianos representan la fe como memoria.
Y les pregunto: ¿Ustedes escuchan a los abuelos?, ¿le abren el corazón a la memoria que nos dan los abuelos? Los abuelos son la sabiduría de la familia, la sabiduría de un pueblo, y un pueblo que no escucha a los abuelos es un pueblo que muere. Hay que scuchar a los abuelos.
María y José son la familia santificada por la presencia de Jesús que es el cumplimiento de todas las promesas. Cada familia, como la de Nazaret está insertada en la historia de un pueblo y no puede existir sin las generaciones anteriores. Y por ello tenemos aquí a los abuelos, los abuelos, y los niños. Los niños aprenden de los abuelos y de las generaciones anteriores.
Queridas familias, también ustedes son parte del pueblo de Dios. Caminen felices, juntamente con este pueblo. Permanezcan siempre unidas a Jesús y llévenlo a todos con vuestro testimonio. Gracias por haber venido. Juntos, hagamos nuestras estas palabras de san Pedro, que nos dan fuerza y continuarán a darnos fuerza en los momentos difíciles: '¿Señor, de quién iremos? ¡Tú tienes palabras de vida eterna!'. ¡Con la gracia de Cristo, vivan la alegría de la fe! ¡El Señor les bendiga y María, nuestra Madre, les proteja y acompañe!


Oración del Papa encomendando las familias a María


Jesús, María y José

a ustedes, Santa Familia de Nazaret
hoy les dirigimos la mirada
con admiración y confianza,
en ustedes contemplamos
la belleza de la comunión en el verdadero amor;
a ustedes le encomendamos todas nuestras familias,
para que se renueven en ellas las maravillas de la gracia. 

Santa Familia de Nazaret,
escuela atrayente del santo evangelio:
enséñanos a imitar tus virtudes
con una sabia disciplina espiritual,
dónanos la mirada límpida
en la que se reconoce la obra de la Providencia
en las realidades cotidianas de la vida

Santa Familia de Nazaret,
custodios fieles del misterio de la salvación:
hagan renacer en nosotros la estima por el silencio,
vuelve a nuestras familias cenáculos de oración
y transfórmalas en pequeñas Iglesias domésticas,
renueva el deseo de la santidad,
apoya la noble fatiga del trabajo, de la educación,
de la escucha, de la comprensión recíproca y del perdón.

Santa Familia de Nazaret,
devuelve a nuestra sociedad la consciencia
del carácter sagrado e inviolable de la familia,
bien inestimable e insustituible.

Cada familia sea habitación acogedora de bondad y de paz
para los niños y para los ancianos,
para quien está enfermo y solo,
para quien es pobre y necesitado.
Jesús, María y José
les rezamos con confianza, y nos ponemos con alegría
bajo vuestra protección.


La homilí­a completa del Papa


Las lecturas de este domingo nos invitan a meditar sobre algunas características fundamentales de la familia cristiana. 

La primera: La familia que ora. El texto del Evangelio pone en evidencia dos modos de orar, uno falso – el del fariseo – y el otro auténtico – el del publicano. El fariseo encarna una actitud que no manifiesta la acción de gracias a Dios por sus beneficios y su misericordia, sino más bien la satisfacción de sí. El fariseo se siente justo, se siente en orden, y juzga a los demás desde lo alto de su pedestal. El publicano, por el contrario, no utiliza muchas palabras. Su oración es humilde, sobria, imbuida por la conciencia de su propia indignidad, de su propia miseria: este hombre se reconoce necesitado del perdón de Dios.
La del publicano es la oración del pobre, es la oración que agrada a Dios que, como dice la primera Lectura, "sube hasta las nubes", mientras que la del fariseo está marcada por el peso de la vanidad.
A la luz de está Palabra, quisiera preguntarles a ustedes, queridas familias: ¿Rezan alguna vez en familia? Algunos sí, lo sé. Pero muchos me dicen: ¿Cómo se hace? La oración es algo personal, y además nunca se encuentra el momento oportuno, tranquilo… Sí, es verdad, pero es también cuestión de humildad, de reconocer que tenemos necesidad de Dios, como el publicano. Y se requiere sencillez. Rezar juntos el "Padrenuestro", alrededor de la mesa, se puede hacer. Y rezar juntos el Rosario, en familia, es muy bello, da mucha fuerza. Y rezar el uno por el otro: el esposo por la esposa, los papás por los hijos, los hijos por los papás, y también por los abuelos. rezar los unos por los otros, esto se rezar en familia y vuelve fuerte la familia... La oración. 
La segunda Lectura nos sugiere otro aspecto: la familia conserva la fe. El apóstol Pablo, al final de su vida, hace un balance fundamental: "He conservado la fe" ¿Cómo la conservó? No en una caja fuerte. No la escondió bajo tierra, como aquel siervo perezoso. San Pablo compara su vida con una batalla y con una carrera. Ha conservado la fe porque no se ha limitado a defenderla, sino que la ha anunciado, irradiado, la ha llevado lejos. Se ha opuesto decididamente a quienes querían conservar, "embalsamar" el mensaje de Cristo dentro de los confines de Palestina. Por esto ha hecho opciones valientes, ha ido a territorios hostiles, he aceptado el reto de los alejados, de culturas diversas, ha hablado francamente, sin miedo. San Pablo ha conservado la fe porque, así como la había recibido, la ha dado, yendo a las periferias, sin atrincherarse en actitudes defensivas.
También aquí, nos podemos preguntar: ¿De qué manera conservamos nosotros la fe? ¿La tenemos para nosotros, en nuestra familia, como un bien privado, o sabemos compartirla con el testimonio, con la acogida, con la apertura hacia los demás? Todos sabemos que las familias, especialmente las más jóvenes, van con frecuencia "corriendo", muy ocupadas; pero ¿han pensado alguna vez que esta "carrera" puede ser también la carrera de la fe? Las familias cristianas son familias misioneras, en la vida de cada día, haciendo las cosas de todos los días, poniendo en todo la sal y la levadura de la fe.
3. Un último aspecto encontramos de la Palabra de Dios: la familia que vive la alegría. En el Salmo responsorial se encuentra esta expresión: «Los humildes lo escuchen y se alegren» (33,3). Todo este Salmo es un himno al Señor, fuente de alegría y de paz. Y ¿cuál es el motivo de esta alegría? Es éste: El Señor está cerca, escucha el grito de los humildes y los libra del mal. Lo escribía también San Pablo: "Alégrense siempre… el Señor está cerca".
Queridas familias, ustedes lo saben bien: la verdadera alegría que se disfruta en familia no es algo superficial, no viene de las cosas, de las circunstancias favorables… la verdadera alegría viene de la armonía profunda entre las personas, que todos experimentan en su corazón y que nos hace sentir la belleza de estar juntos, de sostenerse mutuamente el camino de la vida. A la base de este sentimiento de alegría profunda está la presencia de Dios en la familia, está su amor acogedor, misericordioso, respetuoso hacia todos. Sólo Dios sabe crear la armonía de las diferencias. Si falta el amor de Dios, también la familia pierde la armonía, prevalecen los individualismos, y se apaga la alegría. Por el contrario, la familia que vive la alegría de la fe la comunica espontáneamente, es sal de la tierra y luz del mundo, es levadura para la sociedad.

Queridas familias, vivan siempre con fe y simplicidad, como la Sagrada Familia de Nazaret. ¡La alegría y la paz del Señor esté siempre con ustedes!.

10/26/13

"El secreto de la armonía familiar está en la presencia de Jesús"

El Papa a los participantes de la Asamblea Plenaria del Consejo Pontificio para la Familia

El santo padre ha recibido ayer por la mañana a los participantes de la Asamblea Plenaria del Consejo Pontificio para la Familia, reunidos desde el miércoles en Roma. 
Durante su discurso el papa Francisco ha analizado tres aspectos importantes: la familia es una comunidad de vida que tiene una consistencia autónoma; la familia se funda sobre el matrimonio; y la infancia y la vejez.
Respecto a la primera idea, el papa ha retomado las palabras del beato Juan Pablo II en la exhortación apostólica Familiaris Consortio: "La familia no formada por una suma de personas, sino que es una 'comunidad de personas'". Un lugar, ha explicado, "donde se aprende a amar, el centro natural de la vida humana". Incluso, continúa, "se podría decir, sin exagerar, que la familia es el motor del mundo y de la historia". Del mismo modo, ha indicado que la familia "es el lugar donde recibimos el nombre, es el lugar de los afectos, el espacio de la intimidad, donde se aprender el arte del diálogo y de la comunicación interpersonal". Así como en la familia, "la persona toma conciencia de la propia dignidad, y especialmente si la educación es cristiana reconoce la dignidad de cada persona singular, de manera particular de la que es enferma, débil o marginada". Por ello, ha concluido este punto, subrayando que la comunidad-familia "pide ser reconocida como tal, aún más hoy, cuando prevalece la tutela de los derechos individuales".
El segundo aspecto tratado por el papa se ha centra en la familia fundada en el matrimonio. "A través de un acto de amor libre y fiel, los esposos cristianos testimonian que el matrimonio, en cuanto sacramento, es la base sobre la que se funda la familia y hace más sólida la unión de los cónyuges y su recíproco donarse". Ha añadido que el matrimonio es "como si fuese un primer sacramento de lo humano, donde la persona se descubre a sí misma, se auto-comprende en relación con los otros y en relación al amor que es capaz de recibir y de dar. El amor esponsal y familiar revela la vocación de la persona a amar en un modo único y para siempre, y que las pruebas, los sacrificio y las crisis de la pareja como de la misma familia representan los pasajes para crecer en el bien, en la verdad y en la belleza", ha indicado Francisco.
Asimismo, ha matizado que en el matrimonio "se da completamente sin cálculos ni reservas, compartiendo todo, dones y renuncias, confiando en la Providencia de Dios". Algo que, según el santo padre, los jóvenes pueden aprender de los padre y los abuelos. "Hay problemas en el matrimonio, siempre hay distintos puntos de vista, celos, se discute, pero hay que decirle a los jóvenes esposos que nunca terminen el día sin hacer las paces. El sacramento del matrimonio es renovado en este acto de paz después de una discusión, un malentendido, una envida escondida, también un pecado. Hacer la paz que da unidad a la familia", ha afirmado Francisco. Hay que decírselo a las parejas jóvenes, que no es un camino fácil pero que es bonito seguir este camino, dijo.
De este modo ha llegado al tercer y último aspecto del discurso: la infancia y la juventud. Francisco ha contado que cuando confiesa a un hombre o una mujer casada joven y en la confesión sale algún tema sobre el hijo o la hija, él pregunta: "¿cuántos hijos tiene?" y la segunda pregunta que les hace es, "¿usted juega con sus hijos?", "¿'pierde' el tiempo con sus hijos?". Por esto, el papa ha explicado que "también la gratuidad de papá y mamá con los hijos es muy importante, perder el tiempo con los hijos, jugar con los hijos". También ha subrayado que "una sociedad que abandona a los niños y que margina a los ancianos corta sus raíces y oscurece su futuro". Al respecto, el pontífice señala que "cada vez que un niño es abandonado o un anciano marginado, se cumple no solamente un acto de injusticia, sino que se ve también el fracaso de esa sociedad".
El papa, ha reconocido que le gusta el fragmento del evangelio cuando los jóvenes José, María y el Niño hacen todo lo que la Ley dice. "Cuatro veces lo dice san Lucas, para cumplir la Ley, son obediente a la Ley". Y también señala que los dos ancianos, hacen ruido, "Simeón inventa en ese momento una liturgia propia, y alaba las alabanzas al Dios y la anciana va y charla, predica con las charlas. Mirad esto, como son libres. Y tres veces se dice de los ancianos son conducidos por el Espíritu Santo".
En la conclusión de su discurso, el santo padre subraya que "las familias verdaderamente cristianas se reconocen por la fidelidad, la paciencia, la apertura a la vida, el respeto a los ancianos... el secreto de todo esto es la presencia de Jesús en la familia". 

'Confesarse es ir hacia Jesús con corazón sincero'

Homilia del Papa ayer en Santa Marta


Tener la valentía, delante del confesor, de llamar a los pecados con su propio nombre, sin esconderlos. De este modo, el papa Francisco centró su homilía en el sacramento de la Reconciliación, durante la misa celebrada en la mañana de este viernes en la residencia Santa Marta. Confesarse, dijo, es ir al encuentro del amor de Jesús con un corazón sincero y con la transparencia de los niños; y no rechazando, sino más bien acogiendo la "gracia de la vergüenza", que hace percibir el perdón de Dios. 
Para muchos creyentes adultos, confesarse frente a un sacerdote es un esfuerzo insostenible --que a menudo conduce a esquivar el Sacramento-- o al punto de convertir un momento de verdad en un ejercicio de ficción. San Pablo, en su Carta a los Romanos --dijo el papa-- hace exactamente lo contrario: admite públicamente ante la comunidad que “en su carne no mora el bien". Presume de ser un "esclavo" que no hace el bien que quiere, sino el mal que no quiere. Esto sucede en la vida de fe, observa Francisco, cuando “quiero hacer el bien, el mal está junto a mí".
"Y esta es la lucha de los cristianos. Es nuestra lucha cotidiana. Y no siempre tenemos el valor de hablar como Pablo habla de esta lucha. Siempre buscamos una forma de justificación: ‘Sí, todos somos pecadores’... y lo decimos así, ¿no? Esto se explica de una manera dramática: es nuestra lucha.
Y si no reconocemos esto, nunca podemos tener el perdón de Dios. Porque si el ser pecador es ser una palabra, una frase, una manera de decir, entonces no necesitamos del perdón de Dios. Pero si se trata de una realidad que nos convierte en esclavos, necesitamos de esta liberación interior del Señor, de esa fuerza. Pero lo más importante aquí es que para encontrar el camino de salida, Pablo confiesa su pecado a la comunidad, su tendencia al pecado, no lo esconde".
La confesión de los pecados con humildad es lo que "la Iglesia nos pide a todos nosotros", recuerda el santo padre, que cita también la invitación de Santiago: "Confiesen sus pecados entre ustedes". Sin embargo, "no para hacer publicidad --dijo, sino-- para dar gloria a Dios", y reconocer que es "Él quien me salva". Por eso, continúo, para confesarse se va donde el hermano, "el hermano sacerdote": es para actuar como Pablo. Ante todo --subrayó-- con la misma "eficacia":
"Algunas personas dicen: ‘Ah, yo me confieso con Dios'. Eso es fácil, es como confesarse por correo electrónico, ¿no? Dios está ahí lejos, digo las cosas y no hay un ‘cara a cara’, no se da un ‘cuatro ojos’. Pablo confiesa su debilidad a los hermanos cara a cara. Otros dicen: "No, yo sí voy a confesarme", pero se confiesan cosas tan etéreas, tan en el aire, que no tienen ninguna sustancia. Y eso es lo mismo que no hacerlo. Confesar nuestros pecados no es ir a una sesión de psiquiatría, ni tampoco ir a una sala de tortura, sino que es decirle al Señor: ‘Señor, soy un pecador’, pero decirlo a través del hermano, para que decirlo, sea también concreto. ‘Y yo soy un pecador por esto, por esto y por esto'".
Concretizar, honestidad y también --añade Francesco-- una habilidad sincera de avergonzarse de sus propios errores: no hay sendas a la sombra, alternativas al camino que conduce al perdón de Dios para sentir en lo más profundo de mi corazón su perdón y su amor. Y aquí el papa dijo lo de imitar a los niños:
"Los más pequeños tienen esa sabiduría: cuando un niño viene a confesarse, nunca dice una cosa general. ‘Padre, hice esto e hice aquello a mi tía, a aquel le dije tal palabra’ y dicen la palabra. Pero son concretos, ¿no? Tienen la sencillez de la verdad. Y nosotros siempre tenemos la tendencia a ocultar la realidad de nuestras miserias. Pero hay una cosa hermosa: cuando confesamos nuestros pecados en la presencia de Dios, siempre sentimos la gracia de la vergüenza. Avergonzarse ante Dios es una gracia. Es una gracia: "Yo me avergüenzo". Pensemos en Pedro, después del milagro de Jesús en el lago: 'Señor: aléjate de mí, que soy un pecador’. Tenía vergüenza de su pecado ante la santidad de Jesucristo".

10/25/13

Homilía del papa en su primera consagración de obispos

Sigan siempre el ejemplo del Buen Pastor que conoce a sus ovejas y por ellas es conocido y por ellas no dudó en dar su vida 


Reflexionemos atentamente sobre la alta responsabilidad eclesiástica a la que son llamados estos nuestros hermanos. El Señor nuestro Jesucristo enviado por el Padre, para redimir a los hombres envió a su vez en el mundo a los doce apóstoles, para que llenos de la potencia del Espíritu Santo anunciaran el evangelio a todos los pueblos reuniéndolos bajo un único pastor, los santificaran y los guiaran a la salvación.
Con la finalidad de perpetuar de generación en generación este ministerio apostólico, los doce se valieron de colaboradores apostólicos transmitiéndole a ellos con la imposición de las manos, el don del Espíritu recibido de Cristo, que confería la plenitud del sacramento del orden. Así, a través de la ininterrumpida sucesión de los obispos en la tradición viviente de la Iglesia se ha conservado este ministerio primario, es la obra del Salvador que sigue y se desarrolla hasta nuestros tiempos.
En el obispo, circundado por sus presbíteros está presente en medio de ustedes, el mismo Señor Nuestro Jesucristo, sumo sacerdote 'in eterno'.
Es Cristo de hecho que en el ministerio del obispo sigue predicando el evangelio de la salvación y a santificar a los creyentes mediante los sacramentos de la fe. Es Cristo que a través de la paternidad del obispo acrece de nuevos miembros su cuerpo que es la Iglesia. Es Cristo que en la sabiduría y prudencia del obispo guía el pueblo de Dios en la peregrinación terrena hasta la felicidad eterna.
Acojan pues con alegría y gratitud a estos nuestros hermanos que nosotros obispos que nosotros los obispos con la imposición de nuestras manos asociamos al colegio episcopal. Rindan a ellos el honor que se debe a los ministros de Cristo y a quienes dispensan los ministerios de Dios, a quienes les es confiado el testimonio del Evangelio y el ministerio del Espíritu para la santificación. Acuérdense las palabras de Jesucristo a los apóstoles: 'Quien le escucha a ustedes, me escucha a mi, quien les desprecia a ustedes me desprecia a mi, y quien les desprecia a ustedes desprecia a Aquel que me ha enviado'.
En cuanto a ustedes, Gianmaría y Gianpiero, elegidos por el Señor, reflexionen que han sido elegidos entre los hombres y para los hombres han sido constituidos en las cosas que se refieren a Dios. Episcopado es de hecho el nombre de un servicio, no de un honor. Al obispo le compete más el servir que el dominar, según el mandamiento del Maestro: quien es el más grande entre ustedes se vuelva como el más pequeño, quien gobierna como aquel que sirve, siempre en servicio, siempre el servicio.
Anuncien la palabra e toda ocasión, oportuna y no oportuna. Adviertan, reten, exhorten con toda magnanimidad y doctrina, y mediante la oración y la oferta del sacrificio por vuestro pueblo, alcancen de la plenitud de la santidad de Cristo la multiforme riqueza de la divina gracia, mediante la oración.
Recuerden ese primer conflicto en la Iglesia de Jerusalén, cuando los obispos tenían tanto trabajo para proteger a las viudas, los huérfanos, que decidieron nombrar diáconos. ¿Por qué? Para rezar y predicar la Palabra. Un obispo que no reza es un obispo 'a mitad camino', y si no le reza al Señor termina en la mundanidad. En la Iglesia que a ustedes les fue confiada sean fieles custodios y dispensadores del misterio de Cristo, puestos por el Padre a la cabeza de su familia.
Sigan siempre el ejemplo del Buen Pastor que conoce a sus ovejas y por ellas es conocido y por ellas no dudó en dar su vida. El amor del obispo: amen con amor de padre y hermano a todos aquellos a quien Dios les confía. Amen sobre todo a los presbíteros y diáconos que son vuestros colaboradores, son los que están más cerca de los próximos de ustedes. Nunca hacer esperar una audiencia a un presbítero, en seguida responderles, estén cerca de ellos. Amen también a los pobres y a los indefensos y a quienes tienen necesidad de acogida y ayuda.
Exhorten a los fieles a cooperar al empeño apostólico y acérquelos con gusto. Tengan viva atención hacia quienes no pertenecen al rebaño de Cristo porque si esos mismo les han sido confiados en el Señor. Recen mucho por ellos.
Acuérdense que en la Iglesia católica unidos en el vínculo de la caridad están unidos al colegio de los obispos y tienen que llevar la solicitud de todas las Iglesias acudiendo a las más necesitadas se ayuda.
Y velen con amor por todo el rebaño, en el cual el Espíritu Santo les pone a regir la Iglesia de Dios. Velen en el nombre del Padre, en nombre del cual toman la imagen, en nombre de Jesucristo su hijo de quien son constituidos maestros, sacerdotes y pastores. Y en nombre del Espíritu Santo que da vida a la Iglesia y con su potencia sostiene nuestra debilidad. Que así sea.

'No ser cristianos a medias, vivir el cristianismo en serio'

El Papa ayer en Santa Marta


Todos los bautizados están llamados a recorrer el camino de la santidad, no se puede ser "cristianos a medias". Es lo que dijo el papa Francisco en la misa de la mañana del jueves en la Casa Santa Marta. El santo padre enseñó que en nuestra vida siempre hay un antes y un después de Jesús, haciendo hincapié en que Cristo ha hecho en nosotros "una segunda creación" que hay que llevar adelante con nuestro estilo de vida. 
Antes y después de Jesús. El papa Francisco ha desarrollado su homilía inspirado en el pasaje de la Carta a los Romanos, centrado en el misterio de nuestra redención. El apóstol Pablo, continuó, "trata de explicarnos esto con la lógica del antes y el después: antes de Jesús y después de Jesús". San Pablo considera a la primera como "basura", mientras que lo segundo es como una nueva creación. Y nos muestra "un camino para vivir de acuerdo a esta lógica del antes y después"
"¡Hemos sido re-hechos en Cristo! Lo que Cristo ha hecho en nosotros es una nueva creación: la sangre de Cristo nos ha re-creado. ¡Es una segunda creación! Si antes el conjunto de nuestra vida, nuestro cuerpo, nuestra alma, nuestros hábitos estaban en el camino del pecado, de la iniquidad, después de esta re-creación debemos hacer el esfuerzo de caminar por la senda de la justicia, de la santificación".
"Utilicen esta palabra: santidad. Todos nosotros hemos sido bautizados: en ese momento, nuestros padres --éramos niños-- en nuestro nombre, han hecho el acto de fe: ‘Creo en Jesucristo, quien nos ha perdonado los pecados’. ¡Creo en Jesucristo!".
Esta fe en Jesucristo, continuó, "tenemos que reasumirla" y "llevarla adelante con nuestra forma de vida". Y agregó: "Vivir como cristianos es llevar adelante la fe en Cristo, esta re-creación". Y con la fe, dijo, continuar las obras que surgen de esta fe, "obras para la santificación". Tenemos que seguir adelante, reiteró, "la primera santificación que todos hemos recibido en el Bautismo".
"Realmente somos débiles y muchas veces, muchas veces, cometemos pecados, imperfecciones... ¿Y es este el camino de la santificación? ¡Sí y no!
Si uno se acostumbra: ‘tengo una vida un poco así, pero yo creo en Jesucristo, pero vivo como quiero’... No, aquello no te santifica, ¡eso está mal! ¡Hay una contradicción!
Pero si dices: ‘Yo, sí, soy un pecador; soy débil’ y uno va siempre donde el Señor y le dice: 'Señor, tú tienes la fuerza, ¡dame la fe! ¡Tú puedes curarme!’. Y en el sacramento de la Reconciliación nos cura, por lo que sí, incluso nuestras imperfecciones nos sirven en este camino de santificación. Pero esto es siempre: antes y después".
"Antes del acto de fe, antes de la aceptación de Jesucristo que nos ha vuelto a crear con su propia sangre --siguió el papa-- estábamos en el camino de la injusticia". Después de eso, sin embargo, "¡estamos en el camino de la santificación, aunque hay que tomarlo en serio!". Y, añadió, para tomarlo en serio, debemos hacer las obras de justicia, obras simples: "adorar a Dios: ¡Dios es el primero siempre! Y luego hacer lo que Jesús nos aconseja: ayudar a los demás”. Estas obras, señaló, "son las obras que Jesús hizo en su vida: obras de justicia, obras de re-creación".
"Cuando damos de comer a un hambriento", dijo, "volvemos a crear en él la esperanza. Y así, con los otros". Si en cambio "aceptamos la fe y luego no la vivimos --advirtió-- somos cristianos solo de memoria":
"Sin esta conciencia del antes y del después de la que Pablo nos habla, ¡nuestro cristianismo no le sirve a nadie! Y más aún: va en el camino de la hipocresía. ‘¡Me llamo cristiano, pero vivo como un pagano!'. A veces decimos ‘cristianos a medias’, que no toman esto en serio. Somos santos, justificados, santificados por la sangre de Cristo: asumir esta santificación y llevarla adelante ¡Pero no se toma en serio! Cristianos tibios: ‘Pero, sí, sí; pero..., no, no’. Así como decían nuestras madres: 'cristianos de agua de rosas, ¡no!’ Un poco así... Un poco de pintura de cristiano, un poco de pintura de catequesis... Pero en el interior no hay una verdadera conversión, no hay esta creencia de Pablo: "Todo lo he perdido y lo considero basura, a fin de ganar a Cristo y ser hallado en él’".
Esto, dijo Francisco, "¡era la pasión de Pablo y esta es la pasión de un cristiano! "Debemos dejar de lado todo lo que nos aleja de Jesucristo" y "hacerlo todo nuevo: ¡todo es novedad en Cristo!". Y esto “se puede hacer”, fue el ánimo que transmitió el papa". Lo hizo san Pablo, pero también muchos cristianos "no solo los santos, los que conocemos; incluso los santos anónimos, aquellos que viven el cristianismo en serio". La pregunta, por tanto, que hoy podemos hacernos, dijo, es si queremos vivir el cristianismo en serio, si queremos llevar adelante esta re-creación. "Pidamos a san Pablo –concluyó el papa Francisco- que nos conceda la gracia de vivir como cristianos en serio, de creer realmente que hemos sido santificados por la sangre de Jesucristo".

10/24/13

La inculturación en la Iglesia

Felipe Arizmendi Esquivel, Obispo de San Cristóbal de Las Casas


SITUACIONES

Nos reunimos en Bogotá un grupo de asesores del CELAM sobre un tema delicado de la pastoral indígena, que es la Teología India. Estamos preparando el V Simposio, a realizarse en Bolivia en mayo próximo, con el objetivo de proseguir el camino de profundización de los contenidos doctrinales de dicha teología, para avanzar en su clarificación, a la luz de la Palabra de Dios y del Magisterio de la Iglesia.

Nos preocupa que algunos menosprecien y satanicen las culturas originarias, sin conocerlas a fondo; quisieran que todo lo indígena ya desapareciera de la historia social y eclesial. En estos simposios se intenta discernir, en costumbres, ritos y mitos indígenas, lo que el amor del Padre sembró en ellos, por medio de su Espíritu, para ofrecerles la plenitud que nos ha traído Jesús.

Por otra parte, todavía hay resistencias a que sigamos usando el término de Iglesia autóctona, como si eso implicara apartarnos de la eclesiología del Concilio Vaticano II, cuando es más bien un esfuerzo, ciertamente fronterizo, de vivir lo que al respecto el Espíritu dijo y dice a las Iglesias. Es lo que entendemos cuando hablamos de Iglesia inculturada en las culturas indígenas, mestizas, urbanas y modernas.

ILUMINACION

El Decreto Ad gentes del Vaticano II ordena: “Deben crecer de la semilla de la Palabra de Dios en todo el mundo Iglesias particulares autóctonas suficientemente fundadas y dotadas de propias energías y maduras, que, provistas suficientemente de jerarquía propia, unida al pueblo fiel, y de medios apropiados para llevar una vida plenamente cristiana, contribuyan, en la parte que les corresponde, al bien de toda la Iglesia. El medio principal para esta plantación es la predicación del Evangelio de Cristo. Para anunciarlo envió el Señor a sus discípulos a todo el mundo, a fin de que los hombres, renacidos por la Palabra de Dios, ingresen por el bautismo en la Iglesia, la cual, como cuerpo del Verbo Encarnado que es, se alimenta y vive de la Palabra de Dios y del pan eucarístico” (6). Esto que pide el Espíritu, es lo que procuramos vivir.

Según Juan Pablo II, la inculturación es “la encarnación del Evangelio en las culturas autóctonas y al mismo tiempo la introducción de estas culturas en la vida de la Iglesia” (Slavorum Apostoli, 21). “Al entrar en contacto con las culturas, la Iglesia debe acoger todo lo que, en las tradiciones de los pueblos, es compatible con el Evangelio, a fin de comunicarles las riquezas de Cristo, y enriquecerse ella misma con la sabiduría multiforme de las naciones de la tierra” (Al Pontificio Consejo para la Cultura,17 enero 1987).

Dice el Concilio que la penetración del Evangelio en un determinado medio sociocultural, por una parte, “fecunda como desde sus entrañas las cualidades espirituales y los propios valores de cada pueblo..., los consolida, los perfecciona y los restaura en Cristo” (GS 58); por otra, la Iglesia asimila estos valores, en cuanto son compatibles con el Evangelio, “para profundizar mejor el mensaje de Cristo y expresarlo más perfectamente en la celebración litúrgica y en la vida de la multiforme comunidad de fieles” (Ibid).

Benedicto XVI extendió esta inculturación a otras culturas, no sólo a las aborígenes: “Para cumplir la misión salvífica que la Iglesia recibió de Cristo, … se requiere también anunciar y vivir la buena nueva, entablando sin temor un diálogo crítico con las culturas nuevas vinculadas a la aparición de la globalización, para que la Iglesia les lleve un mensaje cada vez más pertinente y creíble, permaneciendo fiel al mandato que recibió de su Señor” (A los Obispos de Camerún: 18 marzo 2006).

COMPROMISOS

Es necesario que nuestra Iglesia se haga más presente en las diferentes culturas, originarias, mestizas y postmodernas, como expresión de una nueva evangelización. Insistimos en los pueblos indígenas no para conservarlos en un museo para curiosidad de turistas y estudio de antropólogos, sino para que Jesucristo sea su vida plena, que les aliente en la esperanza, ante la discriminación que han sufrido por años, y así sean sujetos de su desarrollo integral.