12/31/14

Mensaje del Papa para la Jornada Mundial del Enfermo 2015

Sapientia cordis. «Era yo los ojos del ciego y del cojo los pies» (Jb 29,15)



Queridos hermanos y hermanas:
Con ocasión de la XXIII Jornada Mundial de Enfermo, instituida por san Juan Pablo II, me dirijo a vosotros que lleváis el peso de la enfermedad y de diferentes modos estáis unidos a la carne de Cristo sufriente; así como también a vosotros, profesionales y voluntarios en el ámbito sanitario.
El tema de este año nos invita a meditar una expresión del Libro de Job: «Era yo los ojos del ciego y del cojo los pies» (29,15). Quisiera hacerlo en la perspectiva de la sapientia cordis, la sabiduría del corazón.
1. Esta sabiduría no es un conocimiento teórico, abstracto, fruto de razonamientos. Antes bien, como la describe Santiago en su Carta, es «pura, además pacífica, complaciente, dócil, llena de compasión y buenos frutos, imparcial, sin hipocresía» (3,17). Por tanto, es una actitud infundida por el Espíritu Santo en la mente y en el corazón de quien sabe abrirse al sufrimiento de los hermanos y reconoce en ellos la imagen de Dios. De manera que, hagamos nuestra la invocación del Salmo: «¡A contar nuestros días enséñanos / para que entre la sabiduría en nuestro corazón!» (Sal 90,12). En esta sapientia cordis, que es don de Dios, podemos resumir los frutos de la Jornada Mundial del Enfermo.
2. Sabiduría del corazón es servir al hermano. En el discurso de Job que contiene las palabras «Era yo los ojos del ciego y del cojo los pies», se pone en evidencia la dimensión de servicio a los necesitados de parte de este hombre justo, que goza de cierta autoridad y tiene un puesto de relieve entre los ancianos de la ciudad. Su talla moral se manifiesta en el servicio al pobre que pide ayuda, así como también en el ocuparse del huérfano y de la viuda (vv.12-13).
Cuántos cristianos dan testimonio también hoy, no con las palabras, sino con su vida radicada en una fe genuina, y son «ojos del ciego» y «del cojo los pies». Personas que están junto a los enfermos que tienen necesidad de una asistencia continuada, de una ayuda para lavarse, para vestirse, para alimentarse. Este servicio, especialmente cuando se prolonga en el tiempo, se puede volver fatigoso y pesado. Es relativamente fácil servir por algunos días, pero es difícil cuidar de una persona durante meses o incluso durante años, incluso cuando ella ya no es capaz de agradecer. Y, sin embargo, ¡qué gran camino de santificación es éste! En esos momentos se puede contar de modo particular con la cercanía del Señor, y se es también un apoyo especial para la misión de la Iglesia.
3. Sabiduría del corazón es estar con el hermano. El tiempo que se pasa junto al enfermo es un tiempo santo. Es alabanza a Dios, que nos conforma a la imagen de su Hijo, el cual «no ha venido para ser servido, sino para servir y a dar su vida como rescate por muchos» (Mt 20,28). Jesús mismo ha dicho: «Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve» (Lc 22,27).
Pidamos con fe viva al Espíritu Santo que nos otorgue la gracia de comprender el valor del acompañamiento, con frecuencia silencioso, que nos lleva a dedicar tiempo a estas hermanas y a estos hermanos que, gracias a nuestra cercanía y a nuestro afecto, se sienten más amados y consolados. En cambio, qué gran mentira se esconde tras ciertas expresiones que insisten mucho en la «calidad de vida», para inducir a creer que las vidas gravemente afligidas por enfermedades no serían dignas de ser vividas.
4. Sabiduría del corazón es salir de sí hacia el hermano. A veces nuestro mundo olvida el valor especial del tiempo empleado junto a la cama del enfermo, porque estamos apremiados por la prisa, por el frenesí del hacer, del producir, y nos olvidamos de la dimensión de la gratuidad, del ocuparse, del hacerse cargo del otro. En el fondo, detrás de esta actitud hay frecuencia una fe tibia, que ha olvidado aquella palabra del Señor, que dice: «A mí me lo hicisteis» (Mt 25,40).
Por esto, quisiera recordar una vez más «la absoluta prioridad de la "salida de sí hacia el otro" como uno de los mandamientos principales que fundan toda norma moral y como el signo más claro para discernir acerca del camino de crecimiento espiritual como respuesta a la donación absolutamente gratuita de Dios» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 179). De la misma naturaleza misionera de la Iglesia brotan «la caridad efectiva con el prójimo, la compasión que comprende, asiste y promueve» (ibíd.).
5. Sabiduría del corazón es ser solidarios con el hermano sin juzgarlo. La caridad tiene necesidad de tiempo. Tiempo para curar a los enfermos y tiempo para visitarles. Tiempo para estar junto a ellos, como hicieron los amigos de Job: «Luego se sentaron en el suelo junto a él, durante siete días y siete noches. Y ninguno le dijo una palabra, porque veían que el dolor era muy grande» (Jb 2,13). Pero los amigos de Job escondían dentro de sí un juicio negativo sobre él: pensaban que su desventura era el castigo de Dios por una culpa suya. La caridad verdadera, en cambio, es participación que no juzga, que no pretende convertir al otro; es libre de aquella falsa humildad que en el fondo busca la aprobación y se complace del bien hecho.
La experiencia de Job encuentra su respuesta auténtica sólo en la Cruz de Jesús, acto supremo de solidaridad de Dios con nosotros, totalmente gratuito, totalmente misericordioso. Y esta respuesta de amor al drama del dolor humano, especialmente del dolor inocente, permanece para siempre impregnada en el cuerpo de Cristo resucitado, en sus llagas gloriosas, que son escándalo para la fe pero también son verificación de la fe (Cf Homilía con ocasión de la canonización de Juan XXIII y Juan Pablo II, 27 de abril de 2014).
También cuando la enfermedad, la soledad y la incapacidad predominan sobre nuestra vida de donación, la experiencia del dolor puede ser lugar privilegiado de la transmisión de la gracia y fuente para lograr y reforzar la sapientia cordis. Se comprende así cómo Job, al final de su experiencia, dirigiéndose a Dios puede afirmar: «Yo te conocía sólo de oídas, mas ahora te han visto mis ojos» (42,5). De igual modo, las personas sumidas en el misterio del sufrimiento y del dolor, acogido en la fe, pueden volverse testigos vivientes de una fe que permite habitar el mismo sufrimiento, aunque con su inteligencia el hombre no sea capaz de comprenderlo hasta el fondo.
6. Confío esta Jornada Mundial del Enfermo a la protección materna de María, que ha acogido en su seno y ha generado la Sabiduría encarnada, Jesucristo, nuestro Señor.
Oh María, Sede de la Sabiduría, intercede, como Madre nuestra por todos los enfermos y los que se ocupan de ellos. Haz que en el servicio al prójimo que sufre y a través de la misma experiencia del dolor, podamos acoger y hacer crecer en nosotros la verdadera sabiduría del corazón.
Acompaño esta súplica por todos vosotros con la Bendición Apostólica.
Vaticano, 30 de diciembre de 2014
Memorial de San Francisco Javier
Franciscus

Solemnidad de la Epifanía - Ciclo B

Antonio Rivero, L.C.


Textos:
 Is 60, 1-6; Ef 3, 2-3.5-6; Mt 2, 1-12.  

Idea principal
Herodes y los Magos…¡qué distinto protagonismo el día de la Epifanía!

Síntesis del mensaje: 
Epifanía es una palabra griega que quiere decir “manifestación”. Dios pretendía al hacerse hombre manifestarse como Salvador de los hombres. Y lo hizo por orden. Primero se manifestó a los judíos, en la persona de los pastores. Después, hoy, a los paganos. ¿Qué nos pide? Fe. Con la fe, adoraremos en esa carne mortal al Verbo de Dios. Con la fe, en su infancia descubriremos la sabiduría. Con la fe, en sus pañales veremos al Rey de reyes. Y con la fe, en su realidad de hombre al Señor de la gloria.

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, veamos a Herodes que dio la orden de busca, captura y degüello de Jesús. Herodes el grande por la suntuosidad de sus construcciones: palacios, fortalezas, jardines, hipódromos, stadiums, el mismo templo de Jerusalén. Grande por sanguinario: ahogó a traición a su cuñado Aristóbulo en la piscina de Jericó en el año 30; mató a su suegra Alejandra, a su cuñado Hostobar, a su hijo Alejandro y a su hijo Antipatros, a sólo cinco días de su muerte. Terminó con un cáncer demoledor, cuyo hedor atufaba las moradas de palacio. Grande por sus adulterios, pues amó a 10 mujeres y se casó con todas ellas, pero no quiso más que a Marianne, tanto que la decapitó por celos. Y mandó a los criados vocear su nombre por corredores y salones, de día de noche, para sugestionarle que aún vivía. Ese fue el Herodes, el grande, que quiso matar a Jesús. Y por Jesús vino a este mundo. ¡Herodes, acoge a Cristo en tu corazón!

En segundo lugar, veamos ahora a los Magos, que se pusieron a camino para adorar a Jesús. Vieron una estrella, lenguaje común para ellos. Se pusieron en camino motivados por la fe y el hambre de Dios y de respuestas transcendentes. Sortearon las dificultades con la voluntad. Y llegaron a la cueva de Belén. Y allí entraron, y encontraron a Jesús, a María y a José. Se postraron delante del Niño Dios y le ofrecieron sus regalos: oro por ser Rey, incienso por ser Dios y mirra por ser Hombre. Por tanto, rey de los judíos, rey de todos. Mesías para los judíos, mesías para todos. Salvador de los judíos, salvador del mundo. Dios de los judíos, Dios de todos y para todos. Epifanía: Fin del exclusivismo judío. Dios, por tanto, por igual de amancebados, santos o canallas, necios, explotadores y explotados, rufianes y prostitutas, gitanos y payos, indios y criollos, terroristas y guardias, dictadores y demócratas, rusos y americanos…Dios es exclusiva de nadie, ni siquiera de la Iglesia. Esto es y significa Epifanía. ¡Gracias, Señor, porque de pagano me hiciste cristiano!

Finalmente,¿qué aprender de esta fiesta? Con peligros, sin peligros y a pesar de los peligros, el hombre –al igual que los Magos- tiene que marchar a Dios y que, quien le busca, con estrella o sin ella, le encuentra –entre otras cosas porque Dios es más íntimo al hombre que el hombre mismo. Y ese es el mensaje soberano de la Epifanía o presentación de Jesús en sociedad pagana o la navidad de los paganos. Así como la del 24 fue la navidad de los judíos. ¡Lástima que Herodes, pagano, no quiso entrar a la fiesta de la Navidad, y prefirió vivir y morir a lo pagano! Pero que le conste que Cristo vino también para él. ¡Paganos todos, venid corriendo a Belén, pues hoy es el día de vuestra fiesta y os espera vuestro Salvador y Señor para abriros su corazón lleno de ternura y misericordia!

Para reflexionar: ¿Sé descubrir las “estrellas” que Dios me manda para ponerme en camino a Cristo y encontrarme con Él? Ante las dificultades del camino, ¿qué hago: doy la vuelta o continuo, renovando mi fe y mi esperanza? Y al llegar ante Cristo, ¿soy generoso para darlo lo mejor que tengo y soy, o las sobras? ¿Ayudo a los “paganos” y los llevo a Jesús?

Para rezar: Jesús, te traigo mi oro, pues eres mi rey. Te traigo mi incienso para ofrecértelo en sacrificio oloroso de mi vida, pues eres Dios. Te traigo mi mirra para embalsamar mi cuerpo junto al tuyo en espera de la resurrección.

12/30/14

'Un hijo es un milagro que cambia la vida'

El papa en la fiesta de la Sagrada Familia




Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Antes que nada una pregunta y una curiosidad. Díganme: ¿a qué hora se han despertado hoy? ¿a las seis? ¿a las cinco? ¿y no tienen sueño? ¡Pero yo con este discurso los hare dormir!
Estoy contento de encontrarlos en ocasión de los diez años de la Asociación que reúne en Italia a las familias numerosas. ¡Se ve que ustedes aman a la familia y aman la vida! Y es bello agradecer al Señor por esto en el día en el cual celebramos la Sagrada Familia.
El Evangelio de hoy nos muestra a María y José que llevan al Niño Jesús al templo, allí encuentran a dos ancianos, Simeón y Ana, que profetizan sobre el Niño. Es la imagen de una familia “alargada”, un poco como son sus familias, donde las diversas generaciones se encuentran y se ayudan. Agradezco a Mons. Paglia, Presidente del Pontificio Consejo para la Familia, - especialista en hacer estas cosas – que ha deseado tanto este momento, y a Mons. Beschi, que ha fuertemente colaborado en hacer nacer y crecer su Asociación, surgida en la ciudad del beato Pablo VI, Brescia.
Han venido con los frutos más bellos de su amor. La maternidad y la paternidad son dones de Dios, pero recibir este don, maravillarse de su belleza y hacerlo resplandecer en la sociedad, esto es su tarea. Cada uno de sus hijos es una creatura única que no se repetir nunca más en la historia de la humanidad. Cuando se entiende esto, es decir que cada uno ha sido querido por Dios, ¡nos quedamos sorprendidos de cuanto grande es el milagro de un hijo! ¡Un hijo cambia la vida! Todos nosotros hemos visto – hombres, mujeres – que cuando llega un hijo la vida cambia, es otra cosa. Un hijo es un milagro que cambia una vida. Ustedes, niños y niñas, son propio esto: cada uno de ustedes es un fruto único del amor, vienen del amor y crecen en el amor. ¡Son únicos, pero no solos! Y el hecho de tener hermanos y hermanas les hace bien: los hijos y las hijas de una familia numerosa son más capaces de la comunión fraterna desde la primera fase de la infancia. En un mundo marcado frecuentemente por el egoísmo, la familia numerosa es una escuela de solidaridad y de convivencia; y estas actitudes luego son un beneficio para toda la sociedad.
Ustedes, niños y jóvenes, son los frutos del árbol que es la familia: serán frutos buenos cuando el árbol tiene buenas raíces – que son sus abuelos – y un buen tronco – que son sus padres – Decía Jesús que todo árbol bueno da frutos buenos y que todo árbol malo da frutos malos (cfr. Mt 7,17). La gran familia humana es como un bosque, donde los arboles buenos traen solidaridad, comunión, confianza, ayuda, seguridad, sobriedad feliz, amistad. La presencia de las familias numerosas es una esperanza para la sociedad. Y por esto es muy importante la presencia de los abuelos: una presencia preciosa sea por la ayuda práctica, sea sobre todo por el aporte educativo. Los abuelos cuidan en sí los valores de un pueblo, de una familia, y ayudan a los padres a transmitirlos a los hijos. En el siglo pasado, en muchos países de Europa, han sido los abuelos a transmitir la fe: ellos llevaban a escondidas al niño a recibir el bautismo y transmitían la fe.
Queridos padres, les estoy agradecido por el ejemplo de amor a la vida, que ustedes cuidan desde el concebimiento hasta el fin natural, a pesar de todas las dificultades y lo pesado de la vida, y que lamentablemente las instituciones públicas no siempre los ayudan a llevar adelante. Justamente ustedes recuerdan que la Constitución Italiana, en el artículo 31, exige una atención especial a las familias numerosas; pero esto no encuentra un adecuado reflejo en los hechos. Se queda en las palabras. Deseo pues, pensando también a la baja natalidad que de hace tiempo se registra en Italia, una mayor atención de la política y de los administradores públicos, a todo nivel, con el fin de dar la ayuda prevista para estas familias. Cada familia es célula de la sociedad, pero la familia numerosa es una célula más rica, más vital, y el ¡Estado tiene todo el interés de invertir en ella!
Sean bienvenidas las familias reunidas en Asociaciones – como esta italiana y como aquellas de otros países europeos, aquí representados – y sea bienvenida la red de asociaciones familiares capaces de estar presentes y visibles en la sociedad y en la política. San Juan Pablo II, en este sentido, escribía: «las familias deben crecer en la conciencia de ser protagonistas de la llamada política familiar y deben asumir la responsabilidad de transformar la sociedad: diversamente las familias serán las víctimas de aquellos males que se han limitado a observar con indiferencia» (Exh. Ap. Familiaris consortio, 44). El compromiso que las asociaciones familiares desarrollan en los diversos “foros”, nacionales y locales, es propio aquel de promover en la sociedad y en las leyes del estado los valores y las necesidades de la familia.
Bienvenidos también los movimientos eclesiales, en los cuales ustedes miembros de las familias numerosas están particularmente presentes y activos. Siempre agradezco al Señor al ver a papás y mamás de las familias numerosas, juntos a sus hijos, comprometidos en la vida de la Iglesia y de la sociedad. Por mi parte les acompaño con mis oraciones, y les encomiendo bajo la protección de la Sagrada Familia de Jesús, José y María. Y una bella noticia es que propio en Nazaret se está realizando una casa para las familias del mundo que van en peregrinación allá donde Jesús creció en edad, sabiduría y gracia. (cfr. Lc 2,40).
Rezo en especial por las familias más afectadas por la crisis económica, aquellas donde el papá o la mamá han perdido el trabajo, - y esto es duro – donde los jóvenes no logran encontrarlo; las familias heridas en sus sentimientos y aquellas tentadas a rendirse a la soledad y la división.
¡Queridos amigos, queridos padres, queridos jóvenes, queridos niños, queridos abuelos, buena fiesta a todos ustedes! Cada una de sus familias sea siempre rice de ternura y de la consolación de Dios. Con afecto los bendigo. Y ustedes, por favor, continúen a rezar por mí, que yo soy un poco el abuelo de todos ustedes. ¡Recen por mí! Gracias.

12/29/14

Solemnidad de Santa María, Madre de Dios

P. Antonio Rivero, L.C.

Textos: Nm 6, 22-27; Gal 4, 4-7: Lc 2, 16-21 - Ciclo B


Idea principal: Hoy celebramos la solemnidad de Santa María, Madre de Dios y el día internacional de la paz.

Síntesis del mensaje: Fue el Papa Pablo VI quien trasladó al día 1 de enero la fiesta de la Maternidad divina de María, que antes caía el 11 de octubre. En efecto, antes de la reforma litúrgica realizada después del concilio Vaticano II, en el primer día del año se celebraba la memoria de la circuncisión de Jesús en el octavo día después de su nacimiento —como signo de sumisión a la ley, su inserción oficial en el pueblo elegido— y el domingo siguiente se celebraba la fiesta del nombre de Jesús.

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, en este primer día del año ponemos a Santa María como intercesora, para que nos consiga la paz que necesitamos. Es el primer día del año y se lo dedicamos a Ella, a la Madre de Dios, a la Reina de la Paz, para que bendiga también todos nuestros esfuerzos y deseos de paz. La escena del Evangelio también nos trae sentimientos de paz. Volvemos a Belén, al pesebre, a contemplar “a María, a José, y al niño acostado en el pesebre”. Nos unimos a los pastores en este momento de adoración, contemplando esta escena, sintiéndonos parte de ella, como aquella gente sencilla que supo ver en aquel niño a todo un Dios que venía a nacer entre nosotros. También damos gloria a Dios, como los pastores, por haberle descubierto en nuestras vidas, por haber dejado que Dios nazca, un año más, en nuestros corazones. Ese niño llena nuestros corazones y nuestras vidas de paz, de su paz. “La paz os dejo, mi paz os doy”. Una paz verdadera y para siempre.

En segundo lugar, pedimos en este día que el Señor se fije en nosotros y nos conceda la paz. Es esta una oración que hacía todo buen israelita, y es una oración y un deseo que debemos hacer hoy nuestro todas las personas de buena voluntad. Queremos que el Señor conceda la paz, su paz, a todos nuestros familiares y amigos, y a todas las personas que quieran recibirla, al mundo entero. Hoy es la jornada mundial de la paz. ¡La paz de Dios! El salmo 84 nos dice que la justicia y la paz se abrazan, se besan. Queremos una paz que sea fruto de la justicia, no una paz impuesta violentamente por la fuerza de las armas o por la fuerza del dinero. No queremos la paz de personas que viven aplastadas por el poder político, o social, o económico. No queremos la paz de los cementerios. Queremos la paz de los cuerpos y de las almas, la paz material y la paz espiritual. Sabemos que esta paz de Dios no la podemos conseguir plenamente mientras vivamos en esta tierra, pero debemos aspirar cada día a acercarnos un poco más a ella. Tampoco la vamos a conseguir con nuestras solas fuerzas humanas, necesitamos la ayuda de Dios. Por eso, vamos a pedirle hoy a Dios que, por intercesión de su madre, Santa María, se fije en nosotros y nos conceda la paz.

Finalmente,este es un día para dar gracias a Dios. Gracias por todo lo que hemos vivido en este año que terminamos, gracias por lo que viviremos en el año que comienza, gracias por todo lo nuevo que aparece en nuestra vida. Le pedimos a Dios que todos los buenos deseos que tenemos y que nos decimos en el Nuevo Año sepamos hacerlos realidad. Hacemos nuestro propósito de favorecer todo lo que ayude a que haya más felicidad para todos, amigos y desconocidos. Este es nuestro deseo: "Paz y bien para todos".

Para reflexionar: ¿Cómo inicio el nuevo año: con esperanza y fe? ¿Con alegría y optimismo? ¿Dispuesto a generar la paz en mi familia y por donde vaya?

Para rezar: Porque Jesús, fue nacido de mujer, amamos y veneramos el nombre de esa mujer:María. Porque María, es espejo de la humanidad redimida, bendecimos y suspiramos, en este Año Nuevo, a la nueva Eva, a Aquella que nos ha dado tanto: aJesús. Para ser Madre de Dios y Madre nuestra, no dejó atrás su pobreza ni su sencillez, su obediencia y su ser maternal. ¡Bendecimos tu docilidad, María! Porque María, meditaba las cosas sagradas en lo más hondo de su corazón, bendecimos su memoria, su espíritu y su fe. ¡Bendita, Tú, María! Porque María, como el sol que amanece ilumina los rincones más oscuros de nuestra casa.

La teología del selfie

Jorge Enrique Mújica 



A mediados de 2014 la NASA creó el mosaico temático sobre el planeta tierra más grande del mundo: 36,422 selfies completaron el collage. La manera de conseguir las fotografías no fue menos megalómana: se hizo por medio del hashtag #GlobalSelfie el cual fue secundado por personas de más de cien países en redes sociales. La masiva participación conseguida por la NASA supuso, en realidad, la continuidad de un fenómeno cada vez más extendido y que incluso ha merecido ser reconocido por el prestigioso Oxford Diccionary como la palabra del año en 2013: «selfie». 
El fenómeno de los selfies ha sobrepasado el ámbito de lo anecdótico (recuérdese, por ejemplo, los «camelfies» o selfies con camellos) y parece estar destinado a no quedar encorsetado en la denominación «moda pasajera». 
¿A qué se debe esta masificación del compartir imágenes sobre uno mismo que tan solo en 2013 supuso 1 millón de publicaciones diarias de este tipo? Evidentemente esto es posible gracias a la dinámica de la inmediatez y la masificación que la técnica hace posible y a la que la sociedad digitalizada estimula. Se trata, por tanto, de algo de carácter técnico pero también psicológico: son las propias personas las que se sienten involucradas y, aunque parezca una redundancia, protagonistas también de sus propias fotos, incluso al sacarlas. 
Esta dimensión protagónica está aderezada por el hecho de que las fotos también son un testimonio capturado en pixeles por el que las personas dicen con imágenes: «yo estuve ahí», «yo soy así», «alguien estuvo conmigo». Y tal vez con un poco de suerte se convierten en contenidos virales, es decir, masivos, consiguiendo así también un poco de fama efímera. 
El fenómeno selfie no ha quedado exento de tintes patológicos como cuando en mayo de 2014 un joven ve caer, tras el sprint final del «Giro de Italia», al ciclista alemán Marcel Kittel: se le acerca y en lugar de ayudarlo se toma una foto con él para luego compartirla en las redes sociales. Actitudes análogas se repiten en muchas partes y con muchas personas. Y eso es también lo que está al fondo del breve corto «Aspirational», de la actriz Kirsten Dunst. 
Dunst se burla finamente de la cultura del selfie y pone el dedo en la llaga: la deshumanización de las personas al tiempo de Instagram. En «Aspirational» vemos a Kirsten esperando fuera de su casa. Pasan dos chicas que la reconocen, se le acercan con smartphones en la mano y, sin más, comienzan a hacerse fotos con ella. Terminada la «sesión» fotográfica las jóvenes se van sin apenas cruzar palabras. «No quieren preguntarme nada», les dice Dunst, mientras una de las chicas pregunta a la otra: «¿cuántos seguidores crees que voy a sumar con esta foto?». 
Desde luego «Aspirational» es una caricaturización pero que tiene su fundamento real: cómo no recordar a aquel niño español que por las mismas fechas se emocionó hasta las lágrimas ante el hecho de poder tomarse una foto con el futbolista argentino Leonel Messi. «¿Qué te ha dicho Messi?», le preguntó al zagal un periodista tras haber obtenido la foto. «Nada», fue la respuesta. Él quería la foto con Messi no las palabras del futbolista. 
A decir verdad, los selfies no son algo absolutamente nuevo. ¿Quién no recuerda el mito de Narciso quien por vicisitudes de la vida termina enamorándose de su propia imagen lo que supone también su muerte ahogado mientras contempla su belleza en la rivera del río? No parece exagerado encontrar alguna lección moralizante de aquel «selfie mitológico» que, aplicado a las circunstancias actuales, invita a abrir los ojos no sólo a esa sobre exposición vanidosa sino también a esa falta de autenticidad que va de la mano de la manipulación de imágenes para aparentar ser quienes no somos. 
Históricamente hablando el primer selfie fotográfico data de 1914 y la protagonista fue una adolescente de 13 años: la gran duquesa Anastacia, de Rusia. Si nos remontamos mucho más atrás y colocamos nuestra atención en ámbito religioso qué es la Sábana Santa o el ayate de la Virgen de Guadalupe sino dos selfies de peculiaridad sobrenatural. Pero en realidad el primer selfie es aún más antiguo, se remonta a Dios mismo y tiene un fundamento teológico: la Biblia. 
En el capítulo 1 versículos 26 y 27 del libro del Génesis se dice claramente que Dios creó al hombre a imagen y semejanza suya. En este sentido, cada auto-fotografía humana sería una imagen que refleja algo de divino -la acción de Dios- y que remite a Él. Pero Dios es todavía más original y quiso sacarse el «selfie más perfecto» de todos: Jesucristo. 
Ciertamente Jesucristo no es una imagen de Dios sino Dios en persona. Y es aquí en definitiva donde encontramos una explicación teológica de los selfies: en el fondo los autoretratos son expresiones de cercanía, de esa capacidad creadora sembrada por Dios en los corazones humanos y que queda materializada en imágenes. No es, por tanto, una simple amauterización de la fotografía posibilitada por las tecnologías sino expresiones muchas veces instintivas que por medio de la reflexión nos revelan ese anhelo de eternidad para el que hemos sido hechos. Cada foto es una forma de decir «existo», «yo también soy parte de la raza humana» y, todavía a un nivel más profundo, «soy imagen y semejanza de Dios». En este sentido podemos decir que hay un anhelo de eternidad en cada autoretrato.

12/28/14

'La Sagrada Familia nos anima a ofrecer calor humano'

El Papa en el Ángelus



"Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En este primer domingo después de Navidad, mientras estamos todavía inmersos en el clima gozoso de la fiesta, la Iglesia nos invita a contemplar la Santa Familia de Nazaret. El Evangelio hoy nos presenta a la Virgen y san José en el momento en el que, cuarenta días después del nacimiento de Jesús, se dirigen al templo de Jerusalén. Lo hacen en religiosa obediencia a la Ley de Moisés, que prescribe ofrecer al Señor al primogénito (cfr. Lc 2, 22-24).
Podemos imaginar esta pequeña familia, en medio a tanta gente, en los grandes atrios del templo. No resalta a la vista, no se distingue… ¡Y sin embargo no pasa inadvertida! Dos ancianos, Simeón y Ana, movidos por el Espíritu Santo, se acercan y se ponen a alabar a Dios por ese Niño, en el cual reconocen al Mesías, luz de las gentes y salvación de Israel (cfr. Lc 2, 22-38). Es un momento simple pero rico de profecía: el encuentro entre dos jóvenes esposos llenos de alegría y de fe por las gracias del Señor; y dos ancianos también ellos llenos de alegría y de fe por la acción del Espíritu. ¿Quién los reúne? Jesús. Jesús los reúne: los jóvenes y los ancianos. Jesús es Aquel que acerca a las generaciones. Es la fuente de aquel amor que une a las familias y a las personas, venciendo toda desconfianza, todo aislamiento, todo alejamiento. Esto nos hace pensar también en los abuelos: ¡Cuán importante es su presencia, la presencia de los abuelos! ¡Cuán precioso es su rol en las familias y en la sociedad! La buena relación entre los jóvenes y los ancianos es decisiva para el camino de la comunidad civil y eclesial. Y mirando a estos dos ancianos, estos dos abuelos --Simeón y Ana-- saludamos desde aquí, con un aplauso, a todos los abuelos del mundo.
El mensaje que proviene de la Sagrada Familia es sobre todo un mensaje de fe. En la vida familiar de María y José, Dios es verdaderamente el centro, y lo es en la persona de Jesús. Por eso la Familia de Nazaret es santa. ¿Por qué? Porque está centrada en Jesús.
Cuando los padres y los hijos respiran juntos este clima de fe, poseen una energía que les permite afrontar pruebas también difíciles, como muestra la experiencia de la Sagrada Familia, por ejemplo en el acontecimiento dramático de la huida en Egipto. Una dura prueba...
El Niño Jesús con su Madre María y con san José son un icono familiar sencillo pero muy luminoso. La luz que ella irradia es una luz de misericordia y de salvación para el mundo entero, luz de verdad para todo hombre, para la familia humana y para cada familia. Esta luz que viene de la Sagrada Familia nos anima a ofrecer calor humano en aquellas situaciones familiares en las que, por diversos motivos, falta la paz, falta la armonía, falta el perdón. Nuestra concreta solidaridad no disminuya especialmente en relación a la familia que están viviendo situaciones muy difíciles por las enfermedades, la falta de trabajo, las discriminaciones, la necesidad de emigrar…
Que nuestra solidaridad concreta no falle, en especial a las familias que están pasando por las situaciones más difíciles, por las enfermedades, la falta de empleo, la discriminación, la necesidad de emigrar... Y aquí nos detenemos un poco y en silencio rezamos por todas estas familias en dificultad, tengan dificultades por las enfermedades, la falta de empleo, la discriminación, la necesidad de emigrar, tengan dificultades de entendimiento e incluso de desunión. En silencio oramos por todas estas familias... (Ave María).
Encomendamos a María, Reina y Madre de la familia, todas las familias del mundo, para que puedan vivir en la fe, en la concordia, en la ayuda recíproca, y para eso invoco sobre ellas la materna protección de Aquella que fue madre e hija de su Hijo". 
Al término de estas palabras, el Santo Padre rezó la oración del ángelus:
Angelus Domini nuntiavit Mariae...
Al concluir la plegaria, el Pontífice recordó en la oración a los pasajeros del avión malasio desaparecido y a los pasajeros de los barcos accidentados en el mar Adriático:
"Queridos hermanos y hermanas,
Mi pensamiento se dirige, en este momento, a los pasajeros del avión malasio desaparecido durante el viaje entre Indonesia y Singapur, así como a los pasajeros de los barcos --en tránsito en las últimas horas en las aguas del mar Adriático-- involucrados en algunos accidentes. Mi cercanía --con el afecto y la oración-- a los familiares, a los que viven con aprensión y sufrimiento estas situaciones difíciles y a los que participan en las operaciones de rescate".
A continuación, llegó el turno de los saludos que tradicionalmente realiza el Santo Padre:
"¡Hoy el primer saludo lo dirijo a todas las familias presentes! La Sagrada Familia os bendiga y os guíe en vuestro camino.
Os saludo a todos, romanos y peregrinos; en particular, a los numerosos chicos de la diócesis de Bérgamo y Vicenza que han recibido o están a punto de recibir la Confirmación. Saludo a las familias del Oratorio de la Catedral de Sarzana, a los fieles de San Lorenzo in Banale (Trento), a los monaguillos de Sambruson (Venecia), a los scouts de Villamassargia y a los empleados de la Fraterna Domus".
Como de costumbre, el papa Francisco concluyó su intervención diciendo:
"Os deseo a todos un buen domingo. Os doy las gracias de nuevo por vuestras felicitaciones y por vuestras oraciones. Seguid rezando por mí. ¡Buena comida y hasta pronto!"

12/27/14

'La coherencia es una gracia que hay que pedir al Señor'

El Papa ayer en el Ángelus



"Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy la liturgia recuerda el testimonio de san Esteban. Elegido por los Apóstoles, junto con otros seis, para la diaconía de la caridad --es decir, para asistir a los pobres, los huerfanos, las viudas-- en la comunidad de Jerusalén, se convirtió en el primer mártir de la Iglesia. Con su martirio, Esteban honra la venida al mundo del Rey de reyes, da testimonio de Él, ofreciéndole el don de su propia vida al servicio de los más necesitados. Y así nos muestra cómo vivir plenamente el misterio de la Navidad.
El Evangelio de esta fiesta muestra una parte del discurso de Jesús a sus discípulos cuando los envían a la misión. Dice, entre otras cosas: "Seréis odiados por todos a causa de  mi nombre. Pero el que persevere hasta el fin se salvará" (Mt 10, 22). Estas palabras del Señor no turban la celebración de la Navidad, sino que la despojan del falso revestimiento empalagoso que no le pertenece. Nos hacen comprender que en las pruebas aceptadas a causa de la fe, la violencia es derrotada por el amor, la muerte por la vida. Para acoger verdaderamente a Jesús en nuestra existencia y prolongar la alegría de la Noche Santa, el camino es precisamente el que indica este Evangelio. Es decir, testimoniar a Jesús en la humildad, en el servicio silencioso, sin miedo a ir contracorriente y pagar en persona. Y, si no todos están llamados, como san Esteban, a derramar su propia sangre, a todo cristiano se le pide, sin embargo, que sea coherente en cada circunstancia con la fe que profesa.Es la coherencia cristiana. Es una gracia que debemos pedir al Señor. Ser coherentes, vivir como cristianos. Y no decir 'soy cristiano' y vivir como pagano. La coherencia es una gracia que hay que pedir hoy.
Seguir el Evangelio es ciertamente un camino exigente --pero bello, ¡bellísimo!-- y el que lo recorre con fidelidad y valentía recibe el don prometido por el Señor a los hombres y a las mujeres de buena voluntad. Como cantaban los ángeles el día de Navidad: ¡paz, paz! Esta paz donada por Dios es capaz de serenar la conciencia de todos los que, a través de las pruebas de la vida, saben acoger la Palabra de Dios y se comprometen en observarla con perseverancia hasta el final (cfr. Mt 10, 22).
Hoy, hermanos y hermanas, rezamos de manera particular por cuantos son discriminados, perseguidos y asesinados por su testimonio de Cristo. Quisiera decir a cada uno de ellos: si lleváis esta cruz con amor, habéis entrado en el misterio de la Navidad, estáis en el corazón de Cristo y de la Iglesia.
Recemos también para que, gracias al sacrificio de estos mártires de hoy --son muchos, muchísimos-- se fortalezca en cada parte del mundo el compromiso para reconocer y garantizar concretamente la libertad religiosa, que es un derecho inalienable de toda persona humana.
Queridos hermanos y hermanas, os deseo que paséis serenamente las fiestas navideñas. Que san Esteban, diácono y primer mártir, nos sostenga en nuestro camino cotidiano, que esperamos coronar, al final, en la asamblea festiva de los santos en el Paraíso.
Al término de estas palabras, el Santo Padre rezó la oración del ángelus:
Angelus Domini nuntiavit Mariae...
Al concluir la plegaria, llegó el turno de los saludos que tradicionalmente realiza el Pontífice:
"Queridos hermanos y hermanas,
os saludo en la alegría de la Navidad y renuevo a todos mi deseo de paz: paz en las familias, paz en las parroquias y comunidades religiosas, paz en los movimientos y en las asociaciones. 
Saludo a todas las personas que se llaman Esteban o Estefanía. ¡Muchas felicidades!
En estas semanas he recibido muchos mensajes de felicitación de Roma, y de otros lugares. No siéndome posible responder a cada uno, expreso hoy a todos mi sentido agradecimiento, especialmente por las oraciones. ¡Gracias de corazón! ¡El Señor os recompense con su generosidad!".
A continuación, el papa Francisco concluyó su intervención diciendo:
"Y no os olvidéis: coherencia cristiana, es decir, pensar, sentir y vivir como cristiano, y no pensar como cristiano y vivir como pagano. ¡Eso no! Hoy, pedimos a Esteban la gracia de la coherencia cristiana. ¡Coherencia cristiana! Y, por favor, seguid rezando por mí. No lo olvidéis.
¡Buena fiesta y buen almuerzo! Hasta pronto".

Hijo de familia

Mons. Enrique Díaz Diaz



Génesis 15, 1-6; 21, 1-3: “Tu heredero saldrá de tus entrañas”
Salmo 104: “El Señor nunca olvida sus promesas”
Hebreos 11, 8. 11-12. 17-19: “La fe de Abraham, de Sara y de Isaac”
San Lucas 2, 22-40: “El Niño iba creciendo y se llenaba de sabiduría”


Al coincidir el día de la Sagrada Familia y la fiesta de los Santos Inocentes, viene a nuestro corazón el recuerdo de tantas víctimas inocentes. Hemos tenido en los últimos días acontecimientos terribles ocurridos en el seno de la familia: violaciones, violencia, maltrato y hasta homicidios tristemente célebres a nivel nacional e internacional. Pero no son hechos aislados. Las estadísticas de la violencia familiar aparecen cada día en los noticieros y a todos nos indignan, pero ahí están. Nos vemos sumergidos en una ola de engaños, de narco, de drogas y alcohol, de miedos e inseguridades y quisiéramos refugiarnos en el cálido ambiente familiar. ¿Cálido? Sería el ideal y un sueño pero las estadísticas parecen contradecir nuestras esperanzas. La familia se ve cada día sacudida por los numerosos ataques, directos o indirectos, propiciados por una cultura que parece buscar una nueva forma de convivencia y dejar a un lado la tradicional familia mexicana. El alto número de divorcios, madres solteras, adolescentes embarazadas, violaciones y abusos, nuevas formas de parejas, parecen contradecir nuestros anhelos de familia. La violencia intrafamiliar, el abuso de los infantes, los abortos y eutanasias, los golpes e insultos, parecequequisieran acabar con lo que consideramos la base de toda persona. Es triste comprobar que el ochenta por ciento de las violaciones y del maltrato a infantes se da en el ámbito de los familiares más cercanos o quienes a ellos se asemejan. ¿A dónde va la familia? Innumerables mujeres de toda condición no son valoradas y quedan con frecuencia solas frente a la educación de los hijos. Son sometidas a muchas formas de exclusión y de violencia donde impera tanto el machismo como la opresión y la ganancia.
En el pasado Sínodo Extraordinario de la Familia se tocaron temas dolorosos buscando sanar, aceptar y construir. Frecuentemente apareció como modelo la familia de Jesús que hoy nos presenta San Lucas y nos permite descubrir los grandes valores que encierra esa familia. En un solo acontecimiento nos da grandes enseñanzas: se acercan, conforme a la costumbre y tradición judía, a la “presentación”; van padre y madre, los dos unidos, a ofrecer su Niño al Señor; juntos reciben las alabanzas y también los retos y compromisos que en su tarea como padres de Jesús tendrán que afrontar; sienten el ambiente acogedor de los dos ancianos que, movidos por el Espíritu, los confortan y animan en su misión y se cierra la narración con una escena familiar sencilla pero que presenta el ideal de toda familia: “El Niño iba creciendo y fortaleciéndose, se llenaba de sabiduría y la gracia de Dios estaba con Él”.Sí, ése es el ideal de toda familia: que haya una pareja que camine y eduque juntos, que cada niño tenga la seguridad de su alimento y un ambiente sano para poder crecer; que cada niño tenga una escuela digna y segura para llenarse de sabiduría; que cada niño pueda ver en el amor conyugal de sus padres un reflejo del amor creador de Dios; que cada miembro de la familia se sienta respetado, querido y valorado dentro de ella porque ahí es donde se fortalece, se refugia y encuentra su paz. Es el ideal de la familia. ¿En qué se parecen nuestras familias a este ideal?
El Papa Francisco en días pasados nos acercaba a Nazareth donde Jesús pasó treinta años de su vida. Ese silencio y preparación en el hogar es un tesoro que no podemos ignorar. ¿Qué hizo Jesús treinta años encerrado en Nazareth? Aprendiendo, orando, trabajando, viviendo en comunión con José y María. Vivió como un “hijo de familia”. Hoy urge redescubrir el origen, el valor y el sentido de la familia, reflexionar sobre su ser y su quehacer para responder a una problemática nueva que nos aqueja. La familia debe vivir plenamente su vocación y misión tanto en la Iglesia como en la sociedad: es básica en el nacimiento, crecimiento, desarrollo y maduración de toda persona. No es añoranza de las antiguas y prolíficas familias de antaño, como si todo tiempo pasado fuera mejor, pero sí es el reclamo urgente de que las familias actuales, a pesar de la dispersión y de los trabajos de los padres, a pesar de las distancias y los problemas, se tienen que convertir en verdaderos “hogares”. La familia tiene que ser el lugar privilegiado donde podamos experimentar el amor de Dios, donde se aprendan los valores que sostendrán al individuo, donde se mama la verdad y el amor a la justicia, donde se aprenden las verdaderas relaciones de hermanos y de amistad. Difícil el reto, pero también es el único camino para fortalecer la dignidad y la verdadera formación de la persona. Si encontramos inspiración y modelo en la Familia de Nazaret, nuestras familias podrán vivir los valores humanos y cristianos para consolidar una experiencia de amor y ser fundamento para una sociedad más humana.
Los modelos caducos de familia tradicionalista, machista, encerrada, han quedado en el pasado. Con frecuencia se ha dicho que ahora se tiene que vivir una nueva forma familiar y será cierto si esta forma incluye el amor, la fidelidad y el respeto, si sabe inculcar los valores de la verdad y de la justicia, si puede hacer sentir amado y comprendido a cada uno de sus miembros. Nos quejamos del mundo exterior que influye en la familia, pero también influye en gran medida la responsabilidad y compromiso de cada uno de sus miembros. Hoy nos llegan dos retos muy fuertes: el exterior, que consiste en luchar por la dignidad y el respeto de cada familia, su derecho a una vivienda y alimentación digna, responder a sus necesidades más básicas, buscar oportunidades de educación, escuela y trabajo; pero también enfrentamos un reto al interior de la familia donde cada uno de sus miembros se comprometa a construir y a hacer de cada hogar un ambiente cálido lleno de amor que favorezca el crecimiento de las personas, donde se respire el amor de Dios. Creemos que la familia es imagen de Dios que en su misterio más íntimo no es soledad, sino comunidad; su modelo, motivación y último destino ¿Cómo están viviendo nuestras familias? ¿A dónde vamos? ¿Qué podemos hacer y a qué nos comprometemos en la familia? ¿Cuántas víctimas inocentes seguirán sufriendo a causa de nuestros egoísmos e incomprensiones?
Señor y Dios nuestro, cuida nuestras familias. Concédenos que hagamos de cada casa un hogar lleno de amor, diálogo y esperanza. Amén.

12/26/14

'Lo más importante es dejar que el Señor me encuentre y me acaricie con cariño'.

Homilía del Papa en la misa de gallo



«El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban tierras de sombras y una luz les brilló» (Is 9,1). «Un ángel del Señor se les presentó [a los pastores]: la gloria del Señor los envolvió de claridad» (Lc 2,9). De este modo, la liturgia de la santa noche de Navidad nos presenta el nacimiento del Salvador como luz que irrumpe y disipa la más densa oscuridad. La presencia del Señor en medio de su pueblo libera del peso de la derrota y de la tristeza de la esclavitud, e instaura el gozo y la alegría.
También nosotros, en esta noche bendita, hemos venido a la casa de Dios atravesando las tinieblas que envuelven la tierra, guiados por la llama de la fe que ilumina nuestros pasos y animados por la esperanza de encontrar la «luz grande». Abriendo nuestro corazón, tenemos también nosotros la posibilidad de contemplar el milagro de ese niño-sol que, viniendo de lo alto, ilumina el horizonte.
El origen de las tinieblas que envuelven al mundo se pierde en la noche de los tiempos. Pensemos en aquel oscuro momento en que fue cometido el primer crimen de la humanidad, cuando la mano de Caín, cegado por la envidia, hirió de muerte a su hermano Abel (cf. Gn 4,8). También el curso de los siglos ha estado marcado por la violencia, las guerras, el odio, la opresión. Pero Dios, que había puesto sus esperanzas en el hombre hecho a su imagen y semejanza, aguardaba pacientemente. Dios Esperaba. Esperó durante tanto tiempo, que quizás en un cierto momento hubiera tenido que renunciar. En cambio, no podía renunciar, no podía negarse a sí mismo (cf. 2 Tm 2,13). Por eso ha seguido esperando con paciencia ante la corrupción de los hombres y de los pueblos. La paciencia de Dios, como es difícil entender esto, la paciencia de Dios delante de nosotros. 
A lo largo del camino de la historia, la luz que disipa la oscuridad nos revela que Dios es Padre y que su paciente fidelidad es más fuerte que las tinieblas y que la corrupción. En esto consiste el anuncio de la noche de Navidad. Dios no conoce los arrebatos de ira y la impaciencia; está siempre ahí, como el padre de la parábola del hijo pródigo, esperando de ver a lo lejos el retorno del hijo perdido.
Con paciencia, la paciencia de Dios. 
La profecía de Isaías anuncia la aparición de una gran luz que disipa la oscuridad. Esa luz nació en Belén y fue recibida por las manos tiernas de María, por el cariño de José, por el asombro de los pastores. Cuando los ángeles anunciaron a los pastores el nacimiento del Redentor, lo hicieron con estas palabras: «Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre». La «señal» es la humildad de Dios, la humildad de Dios llevada hasta el extremo. Es el amor con el que, aquella noche, asumió nuestra fragilidad, nuestros sufrimientos, nuestras angustias, nuestros anhelos y nuestras limitaciones. El mensaje que todos esperaban, que buscaban en lo más profundo de su alma, no era otro que la ternura de Dios: Dios que nos mira con ojos llenos de afecto, que acepta nuestra miseria, Dios enamorado de nuestra pequeñez.
Esta noche santa, en la que contemplamos al Niño Jesús apenas nacido y acostado en un pesebre, nos invita a reflexionar. ¿Cómo acogemos la ternura de Dios? ¿Me dejo alcanzar por él, me dejo abrazar por él, o le impido que se acerque? «Pero si yo busco al Señor» –podríamos responder–. Sin embargo, lo más importante no es buscarlo, sino dejar que sea él quien me encuentre y me acaricie con cariño. Ésta es la pregunta que el Niño nos hace con su sola presencia: ¿permito a Dios que me quiera mucho?
Y más aún: ¿tenemos el coraje de acoger con ternura las situaciones difíciles y los problemas de quien está a nuestro lado, o bien preferimos soluciones impersonales, quizás eficaces pero sin el calor del Evangelio? ¡Cuánta necesidad de ternura tiene el mundo de hoy! La paciencia de Dios, la ternura de Dios. 
La respuesta del cristiano no puede ser más que aquella que Dios da a nuestra pequeñez. La vida tiene que ser vivida con bondad, con mansedumbre. Cuando nos damos cuenta de que Dios está enamorado de nuestra pequeñez, que él mismo se hace pequeño para propiciar el encuentro con nosotros, no podemos no abrirle nuestro corazón y suplicarle: «Señor, ayúdame a ser como tú, dame la gracia de la ternura en las circunstancias más duras de la vida, concédeme la gracia de la cercanía en las necesidades de los demás, de la mansedumbre en cualquier conflicto».
Queridos hermanos y hermanas, en esta noche santa contemplemos el pesebre: allí «el pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande». La vio la gente sencilla, dispuesta a acoger el don de Dios. En cambio, no la vieron los arrogantes, los soberbios, los que establecen las leyes según sus propios criterios personales, los que adoptan actitudes de cerrazón. Miremos al misterio y recemos, pidiendo a la Virgen Madre: «María, muéstranos a Jesús». 

12/25/14

'Que la indiferencia se transforme en cercaní­a'

El Papa tras la bendición "Urbi et Orbi"




Queridos hermanos y hermanas, ¡feliz Navidad!
Jesús, el Hijo de Dios, el Salvador del mundo, nos ha nacido. Ha nacido en Belén de una virgen, cumpliendo las antiguas profecías. La virgen se llama María, y su esposo José.
Son personas humildes, llenas de esperanza en la bondad de Dios, que acogen a Jesús y lo reconocen. Así, el Espíritu Santo iluminó a los pastores de Belén, que fueron corriendo a la cueva y adoraron al niño. Y luego el Espíritu guió a los ancianos Simeón y Ana en el templo de Jerusalén, y reconocieron en Jesús al Mesías. «Mis ojos han visto a tu Salvador – exclama Simeón –, a quien has presentado ante todos los pueblos» (Lc 2,30).
Sí, hermanos, Jesús es la salvación para todas las personas y todos los pueblos.
Para él, el Salvador del mundo, le pido que guarde a nuestros hermanos y hermanas de Irak y de Siria, que padecen desde hace demasiado tiempo los efectos del conflicto que aún perdura y, junto con los pertenecientes a otros grupos étnicos y religiosos, sufren una persecución brutal. Que la Navidad les traiga esperanza, así como a tantos desplazados, prófugos y refugiados, niños, adultos y ancianos, de aquella región y de todo el mundo; que la indiferencia se transforme en cercanía y el rechazo en acogida, para que los que ahora están sumidos en la prueba reciban la ayuda humanitaria necesaria para sobrevivir a los rigores del invierno, puedan regresar a sus países y vivir con dignidad. Que el Señor abra los corazones a la confianza y otorgue la paz a todo el Medio Oriente, a partir la tierra bendecida por su nacimiento, sosteniendo los esfuerzos de los que se comprometen activamente en el diálogo entre israelíes y palestinos.

Que Jesús, Salvador del mundo, custodie a cuantos están sufriendo en Ucrania y conceda a esa amada tierra superar las tensiones, vencer el odio y la violencia y emprender un nuevo camino de fraternidad y reconciliación.
Que Cristo Salvador conceda paz a Nigeria, donde se derrama más sangre y demasiadas personas son apartadas injustamente de sus seres queridos y retenidas como rehenes o masacradas. También invoco la paz para otras partes del continente africano. Pienso, en particular, en Libia, el Sudán del Sur, la República Centroafricana y varias regiones de la República Democrática del Congo; y pido a todos los que tienen responsabilidades políticas a que se comprometan, mediante el diálogo, a superar contrastes y construir una convivencia fraterna duradera.
Que Jesús salve a tantos niños víctimas de la violencia, objeto de tráfico ilícito y trata de personas, o forzados a convertirse en soldados. Niño, tantos niños abusados. Que consuele a las familias de los niños muertos en Pakistán la semana pasada. Que sea cercano a los que sufren por enfermedad, en particular a las víctimas de la epidemia de ébola, especialmente en Liberia, Sierra Leona y Guinea. Agradezco de corazón a los que se están esforzando con valentía para ayudar a los enfermos y sus familias, y renuevo un llamamiento ardiente a que se garantice la atención y el tratamiento necesario.
Jesús Niño. Mi pensamiento va a todos los niños hoy asesinados y maltratados. Tanto a los que antes de ver la luz, privados del amor generoso de sus padres y enterrados en el egoísmo de una cultura que no ama la vida; como los niños desplazados por causa de la guerra y las persecuciones, abusados y explotados bajo nuestros ojos y nuestro silencio cómplice. Y a los niños masacrados bajo los bombardeos, también allí donde el Hijo de Dios ha nacido. Aún hoy su silencio impotente grita bajo la espada de tantos Herodes. Sobre su sangre acampa hoy la sombra de los Herodes actuales. Hay verdaderamente muchas lágrimas en esta Navidad junto con las lágrimas del Niño Jesús.
Queridos hermanos y hermanas, que el Espíritu Santo ilumine hoy nuestros corazones, para que podamos reconocer en el Niño Jesús, nacido en Belén de la Virgen María, la salvación que Dios nos da a cada uno de nosotros, a todos los hombres y todos los pueblos de la tierra. Que el poder de Cristo, que es liberación y servicio, se haga oír en tantos corazones que sufren la guerra, la persecución, la esclavitud. Que este poder divino, con su mansedumbre, extirpela dureza de corazón de muchos hombres y mujeres sumidos en lo mundano y la indiferencia. Que su fuerza redentora transforme las armas en arados, la destrucción en creatividad, el odio en amor y ternura. Así podremos decir con júbilo: «Nuestros ojos han visto a tu Salvador».
Con estos pensamientos, Feliz Navidad a todos.

12/24/14

¿Anular el pesebre en nombre de la tolerancia?

Cardenal Bagnasco


 

¿Prohibir los pesebres en los lugares públicos y en los colegios en nombre del respeto hacia las otras religiones, y en nombre de la tolerancia? “Sería un concepto desviado de lo que es el respeto y la tolerancia”. Lo dijo el cardenal italiano Angelo Bagnasco, arzobispo de Génova y presidente de la Conferencia Episcopal Italiana durante la rueda de prensa que anualmente se realiza con los periodistas. Calificó además como “un acto de miopía cultural”, la idea de prohibir que se armen belenes en lugares públicos o en las escuelas.
Como casi todos los años no falta alguien que pide la abolición de los símbolos religiosos en nombre de un mal entendido concepto de laicidad, que lo confunde lo el de laicismo. Además sobre el pesebre, que habla de paz, de amor entre los hombes, y de esperanza.
Mientras por laicidad se entiende la sana separación entre la Iglesia y Estado, permitiendo la autonomía de cada uno de ellos, el laicismo es la hostilidad hacia la religión. 
“Si vamos a otros países con diversas tradiciones culturales --explicó el presidente de los obispos italianos-- a nadie se le ocurriría sentirse ofendido, delante a los símbolos religiosos, culturales o de las tradiciones de los diversos continentes. Me parece que esto sea un concepto desviado de respeto y tolerancia”.
De acuerdo con el cardenal Bagnasco “la integración no significa anular la identidad y los rostros, pero el recíproco conocimiento, valorización y entendimiento”. Aunque precisó “No digo que signifique aceptación inmediata de los símbolos y de las tradiciones”.
El cardenal concluyó recordando lo que escribió en la carta de Navidad para los niños del catequismo de la diócesis de Génova. “Les he dicho --ha afirmado-- que sean una sonrisa para sus familias, para sus papás, en la propia escuela, en los propios ambientes de vida”.

Carta del Santo Padre a los cristianos de Oriente Medio


Queridos hermanos y hermanas
«¡Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo, que nos consuela en cualquier tribulación nuestra hasta el punto de poder consolar nosotros a los demás en cualquier lucha, mediante el consuelo con que nosotros mismos somos consolados por Dios!» (2 Co 1,3-4).

Fueron estas palabras del apóstol Pablo las que se me vinieron a la mente cuando pensaba dirigirme a vosotros, hermanos cristianos de Oriente Medio. Lo hago a las puertas de la Navidad, a sabiendas de que para muchos de vosotros las notas de los villancicos estarán mezcladas con lágrimas y suspiros. Sin embargo, el nacimiento del Hijo de Dios en nuestra carne humana es un misterio inefable de consolación: «Pues se ha manifestado la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres» (Tt 2,11).
Por desgracia, nunca han faltado tribulación ni aflicción en Oriente Medio tanto en el pasado como recientemente. En los últimos meses se han agravado debido a los conflictos que afligen a la Región, pero especialmente por la actividad de una reciente y preocupante organización terrorista, de unas dimensiones nunca antes vistas, que comete todo tipo de abusos y prácticas inhumanas, golpeando especialmente a aquellos de vosotros que han sido brutalmente expulsados de sus tierras, en las que los cristianos están presentes desde la época apostólica.
Al dirigirme a vosotros, no puedo olvidarme de otros grupos religiosos y étnicos que sufren también la persecución y las consecuencias de estos conflictos. Sigo cada día las noticias del inmenso sufrimiento de tantas personas en Oriente Medio. Pienso especialmente en los niños, las madres, los ancianos, los desplazados y refugiados, los que pasan hambre, los que tienen que soportar la dureza del invierno sin un techo bajo el que protegerse. Este sufrimiento clama a Dios y apela al compromiso de todos nosotros, con la oración y todo tipo de iniciativas. Deseo hacer llegar a todos mi cercanía y solidaridad, así como la de la Iglesia, y dar una palabra de consuelo y esperanza.
Queridos hermanos y hermanas, que con valentía dais testimonio de Jesús en vuestra tierra bendecida por el Señor, nuestro consuelo y nuestra esperanza es Cristo. Por tanto, os animo a permanecer unidos a Él, como los sarmientos a la vid, seguros de que ni la tribulación, la angustia o la persecución podrán separarnos de Él (cf. Rm 8,35). Que la prueba que estáis atravesando fortalezca vuestra fe y fidelidad.
Rezo para que viváis la comunión fraterna a ejemplo de la primera comunidad de Jerusalén. La unidad querida por nuestro Señor es más necesaria que nunca en estos tiempos difíciles; es un don de Dios que interpela a nuestra libertad y espera nuestra respuesta. Que la Palabra de Dios, los sacramentos, la oración y la fraternidad, alimenten y renueven continuamente vuestras comunidades.
La situación en que vivís es una fuerte llamada a la santidad de vida, como así lo han atestiguado los santos y mártires de diversa pertenencia eclesial. Recuerdo con afecto y veneración a los Pastores y fieles a los que en los últimos tiempos se les ha pedido el sacrificio de la vida, a menudo por el mero hecho de ser cristianos. También pienso en las personas secuestradas, entre las cuales se encuentran algunos Obispos ortodoxos y sacerdotes de diversos ritos. ¡Ojalá puedan volver pronto sanos y salvos a sus casas y comunidades! Le pido a Dios que tanto sufrimiento unido a la cruz del Señor dé frutos abundantes para la Iglesia y los pueblos de Oriente Medio.
En medio de las enemistades y los conflictos, la comunión vivida entre vosotros, con fraternidad y sencillez, es un signo del Reino de Dios. Me alegro de las buenas relaciones y la cooperación entre los Patriarcas de las Iglesias orientales católicas y los Ortodoxos, así como entre los fieles de las diversas Iglesias. El sufrimiento que padecen los cristianos constituye una aportación inestimable a la causa de la unidad. Se trata del ecumenismo de la sangre, que requiere abandonarse confiadamente a la acción del Espíritu Santo.
¡Que podáis dar siempre testimonio de Jesús en medio de las dificultades! Vuestra presencia es valiosa para Oriente Medio. Sois un pequeño rebaño, pero con una gran responsabilidad en la tierra en que nació y se extendió el cristianismo. Sois como la levadura en la masa. Antes que cualquiera de las actividades de la Iglesia en el ámbito de educativo, sanitario o asistencial, tan valoradas por todos, la mayor riqueza para la región son los cristianos, sois vosotros. Gracias por vuestra perseverancia.
Vuestros intentos por colaborar con personas de otras religiones, con judíos y musulmanes, es otro signo del Reino de Dios. El diálogo interreligioso es tanto más necesario cuanto más difícil es la situación. No hay otro camino. El diálogo basado en una actitud de apertura, en la verdad y el amor, es también el mejor antídoto contra la tentación del fundamentalismo religioso, que es una amenaza para los creyentes de todas las religiones. El diálogo es a la vez un servicio a la justicia y una condición necesaria para la tan deseada paz.
La mayor parte de vosotros vive en un ambiente de mayoría musulmana. Podéis ayudar a vuestros conciudadanos musulmanes a presentar con discernimiento una imagen más auténtica del Islam, como quieren muchos de ellos, que repiten que el Islam es una religión de paz, que se puede armonizar con el respeto de los derechos humanos y favorecer la convivencia de todos. Será algo bueno para ellos y para toda la sociedad. La dramática situación que viven nuestros hermanos cristianos en Irak, y también los Yazidíes y los miembros de otras comunidades religiosas y étnicas, exige por parte de todos los líderes religiosos una postura clara y valiente, para condenar unánimemente y sin rodeos esos crimines, y denunciar la práctica de invocar la religión para justificarlos.
Queridos hermanos, casi todos vosotros sois ciudadanos nativos de vuestros países y, por lo tanto, tenéis el deber y el derecho de participar plenamente en la vida y crecimiento de vuestra nación. En la Región estáis llamados a ser constructores de paz, de reconciliación y desarrollo, a promover el diálogo, construir puentes, según el espíritu de las bienaventuranzas (cf. Mt 5,3- 12), a proclamar el evangelio de la paz, dispuestos a colaborar con todas las autoridades nacionales e internacionales.
Deseo expresar mi especial reconocimiento y gratitud a todos vosotros, queridos hermanos Patriarcas, Obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, que acompañáis con solicitud el camino de vuestras comunidades. ¡Qué preciosa es la presencia y actividad de los que se han consagrado totalmente al Señor y lo sirven en los hermanos, especialmente en los más necesitados, testimoniando su grandeza y su amor infinito! ¡Qué importante es la presencia de los Pastores junto a su rebaño, especialmente en los momentos de dificultad!
A vosotros, jóvenes, os mando un abrazo paternal. Rezo por vuestra fe, por vuestro crecimiento humano y cristiano, y para que vuestros mejores proyectos se cumplan. Y os repito: «No tengáis miedo ni vergüenza de ser cristianos. La relación con Jesús os hará disponibles para colaborar sin reservas con vuestros conciudadanos, con independencia de su afiliación religiosa» (Exh. ap. Ecclesia in Medio Oriente, 63).
A vosotros, ancianos, hago llegar mis sentimientos de aprecio. Sois la memoria de vuestros pueblos; espero que esta memoria sea semilla de crecimiento para las nuevas generaciones.
Me gustaría alentar a aquellos de vosotros que trabajan en las áreas tan importantes de la caridad y de la educación. Admiro el trabajo que estáis haciendo, especialmente a través de Cáritas y con la ayuda de otras organizaciones caritativas católicas de diferentes países, ayudando a todos sin distinción. A través del testimonio de la caridad, ofrecéis el apoyo más valioso a la vida social y también contribuís a la paz, de la que la Región está tan hambrienta como de pan. Pero también en el ámbito de la educación está en juego el futuro de la sociedad. Qué importante es la educación en la cultura del encuentro, del respeto de la dignidad de la persona y del valor absoluto de todo ser humano.
Queridos hermanos, aunque pocos en número, sois protagonistas de la vida de la Iglesia y de los países en los que vivís. Toda la Iglesia está con vosotros y os apoya, con gran afecto y estima por vuestras comunidades y vuestra misión. Vamos a seguir ayudándoos con la oración y otros medios disponibles.
Al mismo tiempo, sigo instando a la Comunidad internacional para que venga en ayuda de vuestras necesidades y de las otras minorías que sufren; en primer lugar, promoviendo la paz a través de la negociación y la actividad diplomática, tratando de atajar y detener cuanto antes la violencia que ya ha causado demasiado daño. Reitero la más firme condena del tráfico de armas. Necesitamos en cambio proyectos e iniciativas de paz, para promover una solución global a los problemas de la Región. ¿Hasta cuándo tendrá que seguir sufriendo Oriente Medio por la falta de paz? No podemos resignarnos a los conflictos como si no fuera posible un cambio. En sintonía con mi peregrinación a Tierra Santa y el posterior encuentro de oración en el Vaticano con los Presidentes israelita y palestino, os invito a seguir orando por la paz en Oriente Medio. Que quien se vio obligado a abandonar sus tierras, pueda regresar y vivir con dignidad y seguridad. Que la asistencia humanitaria se incremente, siempre buscando el bien de la persona y de cada país, respetando su propia identidad, sin anteponer otros intereses. Que toda la Iglesia y la Comunidad internacional sean cada vez más conscientes de la importancia de vuestra presencia en la Región.
Queridos hermanas y hermanos cristianos de Oriente Medio, tenéis una gran responsabilidad y no estáis solos frente a ella. Por eso he querido escribiros para animaros y para deciros lo valiosa que es vuestra presencia y vuestra misión en esta tierra bendecida por el Señor. Vuestro testimonio me hace mucho bien. Gracias. Todos los días rezo por vosotros y vuestras intenciones. Os doy las gracias porque sé que vosotros, en vuestros sufrimientos, rezáis por mí y por mi servicio a la Iglesia. Realmente espero tener la gracia de ir en persona a visitaros y confortaros. Que la Virgen María, la Santísima Madre de Dios y Madre nuestra, os acompañe y proteja siempre con su ternura. A todos vosotros y a vuestras familias imparto la Bendición Apostólica con el deseo de que viváis la Santa Navidad en el amor y la paz de Cristo Salvador.

12/23/14

Navidad


P. Antonio Rivero, L.C.


 

Idea principal: El motivo profundo de nuestra alegría está aquí: El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros.

Síntesis del mensaje: Navidad es el cumplimiento del viejo sueño de Dios: convivir con el hombre. Ya desde el Paraíso, cuando el Señor visitaba a nuestros primeros padres al caer de la tarde, así como en la tienda de reunión durante la travesía del desierto. Y luego en el Templo de Jerusalén, lugar privilegiado de la presencia de Dios en medio de su pueblo. Siempre es el mismo intento: habitar entre los hombres. Y ahora ello llega a su plenitud: Dios planta su tienda en la historia. Es Emmanuel, es decir, Dios con nosotros. ¡Alegrémonos, porque hoy es Navidad!

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, por muy preocupados que estemos por los problemas de la vida -¡que los hay!-, y por negro que veamos el panorama social o eclesial -¡que ahí está y nos amenaza!-… escuchemos la voz de la Iglesia mensajera que anuncia esta gran noticia en la santa misa: Dios ha visitado a su pueblo y nos trae su consuelo y su paz (1ª lectura). Una paz sin límites, hecha de justicia y derecho. ¡Alegrémonos, porque hoy es Navidad, y con la Navidad recuperamos el sentido de la vida y la fuerza para afrontar esos problemas de la vida diaria, familiar y laboral, porque Dios en Cristo camina a nuestro lado, que para eso se hizo hombre! ¡Contagiemos el espíritu de la Navidad!

En segundo lugar, por muchas palabras que escuchemos de sirenas engañadoras que nos silban prometiéndonos la liberación material, el éxito fácil, la supresión del dolor y angustias, o palabras tentadoras del enemigo de nuestra alma para que claudiquemos en nuestra fe y confianza en Dios al ver tantos desmanes y desastres naturales y humanos… Dios Padre hoy pronunció su última y definitiva Palabra que es su Hijo. Y esa Palabra encarnada nos ha purificado de nuestros pecados y nos ha liberado de nuestras ataduras, muriendo voluntariamente por nosotros, revistiéndonos de la filiación divina (evangelio) para que llevemos una vida digna y noble (2ª lectura). ¡Alegrémonos, porque hoy es Navidad, y con la Navidad renace la esperanza que no defrauda y nos salva! ¡Contagiemos el espíritu de la Navidad!

Finalmente, por muchas y espesas tinieblas que nos quieren envolver por doquier –ideologías de cuño liberal, marxista, hedonista y pragmático- , hoy una Luz nos brilló (evangelio), y gracias a esta Luz podemos ver todo desde una nueva perspectiva, la perspectiva de la eternidad: las sanas y humanas alegrías, y también las tristezas y dolores; los éxitos conquistados a pulso y honestidad, y también los fracasos injustos; los trabajos bien remunerados, y también los despidos; la salud rebosante y la enfermedad que nos carcome; los momentos de plenitud radiante y los instantes de dudas y perplejidades; la aceptación entre nuestros amigos y familiares, y también el desengaño y olvido en que nos tienen prostrados. Todo desde la luz de Belén se ilumina, se esclarece, recobra sentido. ¿Por qué? Porque el Hijo de Dios se hizo hombre para experimentar en su propia carne y redimir todas estas situaciones humanas. ¡Alegrémonos, porque hoy es Navidad, y con la Navidad renace la fe que disipa toda tiniebla del corazón y de la mente! ¡Contagiemos el espíritu de la Navidad!

Para reflexionar: ¿Vivo los siete días de la semana, las cuatro semanas del mes y los doce meses del año el espíritu de la Navidad: alegría, paz, victoria, liberación, justicia, filiación divina? ¿Quién quiere robarme el espíritu de la Navidad: este mundo anticristiano, el demonio tentador o mis pasiones bajas? ¿Qué le pediré hoy al Niño Dios que nace en Belén? ¿Y qué le ofreceré yo a cambio? ¿Contagio el espíritu de la Navidad?

Para rezar: Con toda la Iglesia recemos el gran pregón de Navidad y llenémonos de alegría profunda: Os anunciamos, hermanos y hermanas, una buena noticia, / una gran alegría para todo el pueblo. / Escuchadla con corazón gozoso: / Habían pasado miles y miles de años / desde que, al principio, Dios creó el cielo y la tierra / e hizo al hombre y a la mujer a su imagen y semejanza. / Miles y miles de años habían transcurrido / desde que cesó el diluvio / y el Altísimo hizo resplandecer el arco iris, / signo de alianza y de paz. / En el año 752 de la fundación de Roma; / en el año 42 del imperio de Octavio Augusto, / mientras sobre toda la tierra reinaba la paz, / en la sexta edad del mundo, / hace años, / en Belén de Judá, pueblo humilde de Israel, / ocupado entonces por los romanos, / en un pesebre, porque no tenían sitio en la posada, / de Santa María la Virgen, esposa de José, / de la casa y familia de David, / nació Jesús, llamado Mesías y Cristo, / que es el Salvador que el pueblo esperaba. / Alegraos, hermanos. / Esta es la buena noticia del ángel: / "Os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor".