4/30/14

El Espíritu nos hace partícipes del designio de Dios

El Papa en la Audiencia General

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Después de haber examinado la sabiduría, como el primero de los siete dones del Espíritu Santo, hoy quisiera llamar la atención sobre el segundo don, es decir, el intelecto. No se trata en este caso de la inteligencia humana, de la capacidad intelectual de la que podamos estar más o menos dotados. Es una gracia que solo el Espíritu Santo puede infundir y que suscita en el cristiano la capacidad de ir más allá del aspecto externo de la realidad y escrutar las profundidades del pensamiento de Dios y de su diseño de salvación.
El apóstol Pablo, dirigiéndose a la comunidad de Corinto, describe bien los efectos de este don. ¿Qué hace este don del intelecto en nosotros? Y Pablo dice esto: “Lo que el ojo no vio ni el oído oyó, ni entraron en el corazón del hombre, Dios las ha preparado para los que le aman. Pero a nosotros Dios nos las ha revelado por medio del Espíritu” (1 Cor 2, 9-10). Esto, obviamente no significa que un cristiano pueda comprender cada cosa y tener un conocimiento pleno del diseño de Dios: todo esto permanece a la espera de manifestarse con toda claridad cuando nos encontremos ante Dios y seamos verdaderamente una cosa sola con Él. Pero, como sugiere la misma palabra, el intelecto permite “intus legere”, es decir, leer dentro. Y este don nos hace entender las cosas como las entiende Dios, con la inteligencia de Dios. Porque uno puede entender una situación con la inteligencia humana, con prudencia y va bien, pero entender una situación en profundidad como la entiende Dios es el efecto de este don. Y Jesús ha querido enviarnos el Espíritu Santo para que nosotros entendamos este don, para que todos nosotros podamos entender las cosas como Dios las entiende, con la inteligencia de Dios. ¡Es un hermoso regalo el que Dios nos ha hecho a todos nosotros! Es el don con el que el Espíritu Santo nos introduce en la intimidad con Dios y nos hace partícipes del diseño de amor que Él tiene para nosotros.
Está claro que el don del intelecto está estrechamente conectado con la fe. Cuando el Espíritu Santo habita en nuestro corazón e ilumina nuestra mente, nos hace crecer día tras día en la comprensión de lo que el Señor nos ha dicho y ha realizado. El mismo Jesús ha dicho a sus discípulos: “Os enviaré el Espíritu Santo y Él os hará entender todo lo que yo os he enseñado”. Entender las enseñanzas de Jesús, entender su palabra, entender el Evangelio, entender la Palabra de Dios. Uno puede leer el Evangelio y entender algo, pero si leemos el Evangelio con este don del Espíritu Santo podemos entender la profundidad de las palabras de Dios y esto es un gran don, un gran don que todos debemos pedir y pedir juntos: dános Señor el don del intelecto.
 
Hay un episodio en el evangelio de Lucas que expresa muy bien la profundidad y la fuerza de este don. Tras haber asistido a la muerte en cruz y a la sepultura de Jesús, dos de sus discípulos, desilusionados y afligidos, se van de Jerusalén y regresan a su pueblo de nombre Emaús. Mientras están en camino, Jesús resucitado se pone a su lado y empieza a hablar con ellos, pero sus ojos, velados por la tristeza y la desesperación, no son capaces de reconocerlo. Jesús camina con ellos, pero ellos estaban tan tristes y tan desesperados que no lo reconocen. Pero cuando el Señor les explica las Escrituras, para que comprendan que Él debía sufrir y morir para después resucitar, sus mentes se abren y en sus corazones vuelve a encenderse la esperanza (cfr Lc 24,13-27). Y esto es lo que el Espíritu Santo hace con nosotros. Nos abre la mente, nos la abre para entender mejor, para entender mejor las cosas de Dios, las cosas humanas, las situaciones, todas las cosas. Es importante el don del intelecto para nuestra vida cristiana. Pidamos al Señor que nos dé, que nos dé a todos nosotros este don, para entender, como entiende Él, las cosas que suceden y para entender sobre todo la Palabra de Dios en el Evangelio ¡Gracias!

4/29/14

El demonio es el padre de la división, el Espíritu Santo une

Homilía del Papa en Santa Marta

Toda comunidad cristiana debería comparar la propia vida con la que animaba la primera Iglesia y verificar la propia capacidad de vivir en "armonía", de dar testimonio de la Resurrección de Cristo y de asistir a los pobres. Así lo ha explicado el papa Francisco esta mañana en la homilía de la misa celebrada en Santa Marta.
En los Hechos de los Apóstoles se describe a la primera comunidad cristiana como un "icono" en tres "pinceladas". El Santo Padre se ha detenido en los "tres puntos" de este grupo, capaz de plena concordia en su interior, de dar testimonio de Cristo fuera y de impedir que ninguno de sus miembros pase miseria: "las tres características del pueblo nacido de nuevo". De esta forma, el Pontífice ha desarrollado toda su homilía a partir de lo que durante toda la semana de Pascua la Iglesia ha subrayado: el 'renacer de lo Alto', del Espíritu que da vida al primer núcleo de los 'primeros cristianos', cuando 'aún no se llamaban así'.
El Papa lo ha explicado del siguiente modo: "Tenían un solo corazón y una sola alma. La paz. Una comunidad en paz. Esto significa que en esa comunidad no había lugar para el chismorreo, para las envidias, para las calumnias, para las difamaciones. Paz. El perdón: 'el amor cubría todo'. Para calificar una comunidad cristiana sobre esto, debemos preguntarnos cómo es la actitud de los cristianos. ¿Son mansos, humildes? ¿En esa comunidad hay disputas entre ellos por el poder? ¿Disputas de envidia? ¿Hay chismorreo? No están en el camino de Jesucristo. Esta peculiaridad es muy importante, muy importante, porque el demonio busca separarnos siempre. Es el padre de la división".
Pero, ha advertido, también había problemas en las primeras comunidades. Francisco ha recordado "las luchas internas, las luchas doctrinales, las luchas de poder" que también pasaron más adelante. Y de esto modo ha puesto el ejemplo de las viudas que se lamentaban por no haber sido bien asistidas y los apósteles "tuvieron que hacer de diáconos". Sin embargo, ese 'momento fuerte' del inicio fija para siempre la esencia de la comunidad nacida del Espíritu. Una comunidad acorde y, segundo, una comunidad de testigos de la fe, sobre la cuál el Papa invita a comparar toda comunidad de hoy.
Es decir, ha explicado el Pontífice: "¿Es una comunidad que da testimonio de la Resurrección de Jesucristo? ¿Esta parroquia, esta comunidad, esta diócesis, cree realmente que Jesucristo ha resucitado? O dice: 'Sí, ha resucitado, pero aquí', porque lo cree aquí solamente, el corazón lejos de esta fuerza. Dar testimonio que Jesús esta vivo, está entre nosotros. Y así se puede verificar cómo va una comunidad".
El tercer aspecto sobre el que ha reflexionado Francisco al medir la vida de una comunidad cristiana han sido "los pobres". En este punto el Papa ha señalado dos ideas: "Primero: ¿cómo es tu actitud o la actitud de esta comunidad con los pobres? Segundo: ¿esta comunidad es pobre? ¿Pobre de corazón, pobre de espíritu? ¿O pone su confianza en las riquezas? ¿En el poder? Armonía, testimonio, pobreza y cuidar a los pobres. Y esto es lo que explicaba Jesús a Nicodemo: este nacer de lo Alto. Porque el único que puede hacer esto es el Espíritu. Esta es obra del Espíritu. La Iglesia la hace el Espíritu. El Espíritu hace unidad. El Espíritu nos empuja hacia el testimonio. El Espíritu te hace pobre, porque Él es la riqueza y hace que tú cuides de los pobres".
Para concluir la homilía, Francisco ha pedido que "el Espíritu Santo nos ayude a caminar en este camino de renacidos por la fuerza del Bautismo".

Misa de acción de gracias este lunes en la plaza de San Pedro

Rocío Lancho García


En Roma aún quedan peregrinos con ganas de continuar las celebraciones y los agradecimientos por la canonización deJuan XXIII y Juan Pablo II que tuvo lugar este domingo 27.
Esta mañana una gran multitud de fieles, en su mayoría polacos, han acudido a la plaza de San Pedro para la misa de acción de gracias por san Juan Pablo II. La celebración eucarística ha comenzado a las 10.00 y ha sido presidida por el cardenal Angelo Comastri, vicario general de Su Santidad para la Ciudad del Vaticano y arcipreste de la basílica vaticana.
El cardenal Stanislaw Dziwisz, arzobispo de Cracovia (Polonia) y secretario de san Juan Pablo II, ha dirigido unas palabras de saludo antes de comenzar la eucaristía.
''Ayer se han inscrito entre los santos dos papas beatos: el primero, Juan XXIII, hijo de la tierra italiana, se mereció el título de Papa Bueno. Fue él quien convocó, hace más de medio siglo, el Concilio Vaticano II. El segundo, Juan Pablo II, hijo de la tierra polaca, el Papa de la Divina Misericordia, dio vida a las decisiones del Concilio e introdujo a la Iglesia en el tercer milenio de la fe'', ha iniciado el purpurado.
Asimismo, ha querido dar las gracias a Dios "por este don doble. Damos gracias por el testimonio extraordinariamente transparente de amor y servicio de esos dos pastores". También ha agradecido al Santo Padre porque "ya desde el primer año de su pontificado tomó la decisión de canonizar a sus predecesores fijando la fecha en el domingo de la Divina Misericordia''. Finalmente, ha dado las gracias también en nombre de sus compatriotas a Italia y a todos sus habitantes ''por haber acogido tan cordialmente, hace años, a Karol Wojtyla, como obispo y Papa, llegado a Roma 'de un país lejano'. Italia -ha observado el cardenal- "pasó a ser para él una segunda patria y hoy seguramente Juan Pablo II la bendice desde lo alto, como bendice también a Polonia y al mundo entero. En su corazón encontraron lugar todas las naciones, las culturas y las lenguas''.
Por su parte, el cardenal Comastri ha recordado las palabras de Juan Pablo II: ''Los santos no nos piden que les aplaudamos, sino que los imitemos''.  Y así,  ha invitado a los peregrinos a imitar al nuevo santo que tuvo el valor "de defender abiertamente la fe en Jesús en una época de apostasía silenciosa", "de defender la familia, la vida humana, la paz mientras soplaban vientos de guerra", "de salir al encuentro de los jóvenes para librarlos de la cultura del vacío y de lo efímero invitándoles a acoger a Cristo, única luz de la vida y el único capaz de dar plenitud de alegría al corazón humano''.

4/28/14

La armonía entre Juan Pablo II y los jóvenes

Joaquín Navarro-Valls 


La raíz de la aceptación −entre los jóvenes− de las enseñanzas de Juan Pablo II era que sabía hacer simpática la virtud. Cuando les hablaba, exponía la verdad y la bondad usando el apasionante argumento de una vida auténticamente humana. Y lo hacía mostrando la belleza de los valores, el atractivo universal del bien
El encuentro −como siempre festivo, rico de ideas y multitudinario− había terminado. Esta vez nos encontrábamos en el parque Blonie de Cracovia. Juan Pablo II estaba abandonando el palco. Y mientras también yo dejaba el lugar, vi una muchacha −de 18 o 19 años− que lloraba sentada. Su llanto era evidente, sin pudor, al descubierto. La pregunta era casi obvia: ¿Por qué llorar en una ocasión tan bella? La respuesta, entre sollozos, fue: “Porque él es tan santo y yo doy asco”.
He pensado muchas veces en aquella respuesta. Existen modos de presentar el bien posible, la belleza alcanzable, la ética de la existencia, pero con mucha frecuencia no resulta fácil comunicar la bondad. No se llega al centro de la persona. Las palabras parecen rozar el pensamiento sin que “convenzan”, sin que algo interior impulse la decisión a cambiar. No sólo de hacer algo nuevo, sino de ser más y distinto.
Aquella joven había captado las palabras pronunciadas por Juan Pablo II. Esas palabras la habían enfrentado no con conceptos abstractos, sino con la propia existencia cotidiana. No habían provocado un rechazo, ni una justificación, ni un movimiento de autodefensa absolutoria. Su llanto parecía expresión de la alegría de quien ha descubierto que lo mejor es posible. Más aún, que lo mejor, antes buscado en la experiencia habitual de lo efímero, de lo episódico, de lo puramente epidérmico, no era lo mejor. Por esto, en el fondo, aquel llanto era el descubrimiento y la aceptación de una nueva ruta que aquella joven estaba por iniciar. Y aquel inicio gozoso, al término de una jornada cargada de sentido, era bienvenido con la forma expresiva exquisitamente humana de las lágrimas.
¿Por qué Juan Pablo II fue tan amado por los jóvenes? La respuesta es: porque lo entendían. Y, como consecuencia, lo amaban.
Lo he preguntado a los mismos jóvenes en Toronto, en Buenos Aires, en Roma, en Manila, en Santiago de Compostela… Y las respuestas, con pocas diferencias, eran frecuentemente idénticas: “Nadie, ni en mi familia, ni en la escuela, ni en la sociedad me han dicho lo que él dice. Y él tiene razón”. Sin embargo, las cosas que él decía estaban muchas veces en dirección opuesta a los presupuestos culturales del momento. ¿Por qué los jóvenes afirmaban tan rotundamente que “él tiene razón”?
Existen “educadores” que parecen poseer una claridad extraordinaria en decir qué cosa no se debe hacer y qué cosa no se debe ser, pero que parecen no tener la misma claridad para definir y comunicar qué cosa se puede ser o hacia dónde se debería caminar si se quiere ser mejor. Esta ética al revés deja en el alma la inquietud de lo ambiguo, nunca entusiasma.
Juan Pablo II afirmaba, era propositivo, no halagaba a los jóvenes con lisonjas gratuitas. Era exigente, hablaba de una realidad ardua, pero clara. Hablaba más de la belleza del amor humano que de los riesgos de una sexualidad caprichosa. Casi nunca hablaba de egoísmo, más bien de cuán estupendo sería un mundo lleno de generosidad. Al escucharle, parecía obvio que el único mundo posible sería aquel construido pensando un poco más en los otros.
La expresión “Juan Pablo II, el gran comunicador”, es cierta, pero puede inducir al error. Era un gran comunicador no tanto por el modo de comunicar −ciertamente espléndido− cuanto por el contenido de lo tratado. Comunicaba contenidos, objetivos, y por eso los jóvenes respondían a mi pregunta diciendo “él tiene razón”. No se da la razón a una bonita voz, ni a una magnífica forma expresiva. Se da la razón a quien declara la verdad, a quien afirma lo verdadero.
La raíz de esa magnífica aceptación −entre los jóvenes− de las enseñanzas de Juan Pablo II, era que sabía hacer simpática la virtud, la hacía viva, apasionante, atrayente. Más aún, necesaria. No trataba nunca de enunciar principios, de prescribir normas, de formular proposiciones abstractas. Cuando les hablaba, exponía la verdad y la bondad usando el apasionante argumento de una vida auténticamente humana. Y lo hacía mostrando la belleza de los valores, el atractivo universal del bien.
En sus diálogos con los jóvenes, el tema de fondo era la verdad de las cosas. La verdad −y, por contraste, la mentira− que puede o no estar presente en la propia existencia. En dos pinceladas contrarrestaba los sofismas engañosos con la consistencia de las cosas verdaderas. Así, lo bello, lo bueno y lo verdadero aparecían en él siempre unidos en una propuesta que podría llenar −hasta hacerla rebosar− la propia biografía. No sólo decía qué cosa es la bondad, sino que enseñaba a ser bueno.
Los jóvenes siempre se han preguntado sobre la posible relación con Dios. Y Juan Pablo II hacía ver que Dios no es un código normativo, ni una creencia, sino una Persona a la que creer, en la que esperar y con la cual vivir un amor intenso, fiel, recíproco, durante toda la vida. A Dios se le puede confiar la propia existencia; a un código moral, ni siquiera una jornada.
Esta extraordinaria concreción, congenial con su modo de ser muy directo e inmediato, correspondía con la esencia de su religiosidad cristiana, de su santidad de vida. Con los jóvenes emergía la alianza entre mensaje y vida. Los jóvenes veían que aquel modo de hablar de Dios brotaba de una experiencia personal madurada a lo largo de la vida de Juan Pablo II. No era la lectura de las páginas de un libro escrito por otro. Las palabras que oían captaban la verdad de su mensaje, aun cuando el tema fuera arduo, difícil de aceptar, de digerir y de aplicarlo a la propia existencia. Por eso, los jóvenes en Denver, Dakar, Czestochowa, decían con convicción: “El tiene razón”. Las diferencias geográficas parecían no contar: el tema de los jóvenes y del Papa era siempre el mismo y siempre nuevo. Permanentemente vivo e incisivo.
Así, aquella misma juventud que tenía como impronta de nuestra época −quizá de todas las épocas− la rebelión, el rechazo a priori del legado de los padres y de los maestros, se rendía voluntariamente a una nueva comprensión de Dios; un Dios no amenazador, sino Padre, como evidenciaban las palabras del Papa. Un Dios que iluminaba la propia existencia, de tal modo que confrontándose con El, se podía decir con serena y sincera convicción: “¡…Y yo doy asco!”.
Los jóvenes hablaban al Papa sin pudor, sabían que podían confiar en él. Aún recuerdo el dramático relato en Kampala, de una muchacha de 14 años. Había sido violada cuando regresaba al anochecer a la choza de su familia. Algún tiempo después, a causa del brutal hecho, se manifestó como seropositiva. Ahora, decía, no me queda mucho de vida. El Papa la llamó, la abrazó y fue una de las pocas veces en que lo que dijo a la muchacha no se oyó por los altavoces que él mismo había retirado. En el silencio de aquel diálogo íntimo entre la joven y el Papa, los millares de jóvenes participaban con conmoción y plegaria. Todos parecían sentir el abrazo del Papa, que en algún modo abrazaba a cada uno. Mejor: un abrazo con las heridas biográficas que cada uno tenía.
Esta era entonces −y continúa siendo hoy− mi convicción sobre el porqué de la extraordinaria relación de los jóvenes con Juan Pablo II: en él veían la fusión entre la fuerza del mensaje y la vida del Papa. Se notaba la autenticidad de una convicción y la evidencia de una dedicación plena a cuanto profundamente creía, y que después decía y mostraba con los hechos. Por eso persuadía, porque en él advertían el mejor testimonio de lo que él mismo proponía.

El legado de Juan XXIII

Juan Vicente Boo


El Concilio, principal legado de Juan XXIII, puso en primer plano la llamada universal de todos los bautizados a la santidad plena y a la responsabilidad evangelizadora
El principal legado de Juan XXIII es el Concilio Vaticano II, una iniciativa revolucionaria que sus predecesores nunca convocaban pues la idea se empantanaba siempre en comisiones consultivas. El “Papa bueno” actuó sin consultar. Convocó el Concilio por sorpresa, poniendo en marcha un proceso renovador que llega hasta nuestros días.
El cambio de actitud de la Iglesia fue radical: la misericordia y el respeto a los demás pasaron a un lugar central. Se reconoció la libertad religiosa, se hizo la paz con judíos y musulmanes, se abrieron las puertas del ecumenismo.
Las visiones severas y a veces implacables del cristianismo se tornaron en Gaudium et Spes, “Alegría y Esperanza”. Las condenas y anatemas de concilios anteriores dieron paso a una invitación amistosa a seguir a Jesucristo.
El uso de las lenguas nacionales en la liturgia permitió que cientos de millones de católicos entendieran por fin las lecturas de la misa, en lugar de estar distraídos durante la Epístola y el Evangelio en latín.
El Concilio puso en primer plano la llamada universal de todos los bautizados a la santidad plena y a la responsabilidad evangelizadora. Se descubrió que los laicos, la inmensa mayoría del “pueblo de Dios” eran la razón de ser de los clérigos. Juan XXIII falleció en 1963, sin llegar a concluirlo. Serían necesarios otros dos años de trabajo hasta 1965. Llevar a la práctica un Concilio gigantesco es un proceso lento, pero el mensaje renovador del Vaticano II sigue abriéndose paso.

Pidieron su canonización inmediata

De los grandes mandatos de aquella asamblea, la mayor en la historia del cristianismo, quedaba uno sin cumplir. Los padres conciliares habían pedido la canonización inmediata de Juan XXIII por aclamación. Pablo VI prefirió esperar y abrir un proceso, que han llevado a término Juan Pablo II con la beatificación y Francisco con la canonización.
Pero la herencia de Juan XXIII es también la pasión por la paz. A los pocos días del comienzo del Concilio, el 11 de octubre de 1962, la crisis de los misiles de Cuba puso al mundo al borde de una guerra nuclear devastadora entre Estados Unidos y la Unión Soviética.

Paz y buen humor


El Papa intervino en público y en privado para presionar a los jefes de Estado a «hacer lo que esté en su poder para salvar la paz: así evitarán al mundo los horrores de una guerra cuyas consecuencias aterradoras nadie puede prever».
Los buques rusos dieron la vuelta, y en la primavera siguiente Juan XXIII presentaba al mundo la encíclica Pacem in Terris, una piedra miliar en el protagonismo de los cristianos en la búsqueda de la paz.
Junto con la bondad, Juan XXIII dejó también una herencia de buen humor. En una ocasión le preguntaron cuánta gente trabajaba en el Vaticano. Su respuesta socarrona fue: «Menos de la mitad». El Papa Francisco está poniendo remedio.

4/27/14

Ya son santos

"A honor de la Santísima Trinidad, por la exaltación de la fe católica y el incremento de la vida cristiana, con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, de los Santos Apósotoles Pedro y Pablo y Nuestra, después de haber reflexionado largamente, invocado varias veces la ayuda divina y escuchado el parecer de muchos de nuestros hermanos y el episcopado, declaramos y definimos santos a los beatos Juan XXIII y Juan Pablo II, y les escribimos en el registro de los Santos y establecemos que en toda la Iglesia sean devotamente honorados como santos. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo".


Con estas palabras, el Santo Padre Francisco ha canonizado a los dos pontífices, ante una multitud que ha expresado su alegría y devoción con un fuerte apluso.

A continuación el papa Francisco ha besado las reliquias de los dos santos.
El cardenal Amato, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, ha preguntado tres veces al Papa si procedía a la canonización de Juan XXIII y Juan Pablo II. Se hace tres veces para destacar la importancia del hecho en sí. A continuación, el papa Francisco ha pronunciado la fórmula de canonización.

Los relicarios de los nuevos santos han sido colocados una mesa a la izquierda del altar. Para llevar la reliquia de Juan XXIII ha estado uno de sus sobrinos, el presidente de la Asociación Juan XXIII, y el alcalde de Bergamo y para la de Juan Pablo II estaba Floribeth Mora, mujer cuya sanación fue el milagro que ha permitido la canonización.

Ambas reliquias son de primer grado. La reliquia del "Papa Bueno" es un trozo de piel, que se extrajo en el año 2000 en la exhumación para la beatificación y del papa Wojtyla son unas gotas de su sangre.

El Papa agradece a todos los que han hecho posible esta jornada

Antes de la oración del Regina Coeli al concluir la Misa

Queridos hermanos y hermanas:
Antes de concluir esta fiesta de la fe, ¡deseo saludar y dar las gracias a todos vosotros! Doy las gracias a los hermanos cardenales y numerosos obispos y sacerdotes de todas partes del mundo. Mi reconocimiento va a las delegaciones oficiales de tantos países, venidos para homenajear a dos Pontífices que han contribuido de forma indeleble a la causa del desarrollo de los pueblos y de la paz. Un agradecimiento especial va a las Autoridades italianas por la preciosa colaboración. ¡Con gran afecto saludo a los peregrinos de la Diócesis de Bérgamo y de Cracovia! Queridísimo, honrad la memoria de dos santos papas siguiendo fielmente sus enseñanzas.
Agradezco a todos aquellos que con gran generosidad han preparado estas jornadas memorables: la diócesis de roma con el cardenal Vallini, el ayuntamiento de Roma con el alcalde Ignacio Marino, las fuerzas del orden y las varias organizaciones, las asociaciones y los numerosos voluntarios. ¡Gracias a todos!
Mi saludo va a todos los peregrinos -aquí en la Plaza de San Pedro, en las calles adyacentes y en otros lugares de Roma-, como también a todos los que están unidos a nosotros mediante la radio y la televisión; y gracias a los dirigentes y trabajadores de los medios de comunicación, que han dado a tantas personas la posibilidad de participar. A los enfermos, a los ancianos, hacia los cuales los nuevos santos estaban particularmente cercanos, llegue un saludo especial.
Y ahora nos dirigimos en oración a la Virgen María, que san Juan XXIII y san Juan Pablo II han amado como sus verdaderos hijos...

Juan XXIII y Juan Pablo II colaboraron con el Espíritu Santo para restaurar y actualizar la Iglesia

Homilía de Santo Padre en la Misa de canonización

En el centro de este domingo, con el que se termina la octava de pascua, y que Juan Pablo II quiso dedicar a la Divina Misericordia, están las llagas gloriosas de Cristo resucitado.
Él ya las enseñó la primera vez que se apareció a los apóstoles la misma tarde del primer día de la semana, el día de la resurrección. Pero Tomás aquella tarde, lo hemos escuchado, no estaba; y, cuando los demás le dijeron que habían visto al Señor, respondió que, mientras no viera y tocara aquellas llagas, no lo creería. Ocho días después, Jesús se apareció de nuevo en el cenáculo, en medio de los discípulos, y Tomás también estaba; se dirigió a él y lo invitó a tocar sus llagas. Y entonces, aquel hombre sincero, aquel hombre acostumbrado a comprobar personalmente las cosas, se arrodilló delante de Jesús y dijo: «Señor mío y Dios mío».
Las llagas de Jesús son un escándalo para la fe, pero son también la comprobación de la fe. Por eso, en el cuerpo de Cristo resucitado las llagas no desaparecen, permanecen, porque aquellas llagas son el signo permanente del amor de Dios por nosotros, y son indispensables para creer en Dios. No para creer que Dios existe, sino para creer que Dios es amor, misericordia, fidelidad. San Pedro, citando a Isaías, escribe a los cristianos: «Sus heridas nos han curado».
Juan XXIII y Juan Pablo II tuvieron el valor de mirar las heridas de Jesús, de tocar sus manos llagadas y su costado traspasado. No se avergonzaron de la carne de Cristo, no se escandalizaron de él, de su cruz; no se avergonzaron de la carne del hermano, porque en cada persona que sufría veían a Jesús. Fueron dos hombres valerosos, llenos de la parresia del Espíritu Santo, y dieron testimonio ante la Iglesia y el mundo de la bondad de Dios, de su misericordia.
Fueron sacerdotes, obispos y papas del siglo XX. Conocieron sus tragedias, pero no se abrumaron. En ellos, Dios fue más fuerte; fue más fuerte la fe en Jesucristo Redentor del hombre y Señor de la historia; en ellos fue más fuerte la misericordia de Dios que se manifiesta en estas cinco llagas; más fuerte la cercanía materna de María.
En estos dos hombres contemplativos de las llagas de Cristo y testigos de su misericordia había «una esperanza viva», junto a un «gozo inefable y radiante». La esperanza y el gozo que Cristo resucitado da a sus discípulos, y de los que nada ni nadie les podrá privar. La esperanza y el gozo pascual, purificados en el crisol de la humillación, del vaciamiento, de la cercanía a los pecadores hasta el extremo, hasta la náusea a causa de la amargura de aquel cáliz. Ésta es la esperanza y el gozo que los dos papas santos recibieron como un don del Señor resucitado, y que a su vez dieron abundantemente al Pueblo de Dios, recibiendo de él un reconocimiento eterno.
Esta esperanza y esta alegría se respiraba en la primera comunidad de los creyentes, en Jerusalén, como se nos narra en los Hechos de los Apóstoles, que hemos escuchado en la segunda lectura. Es una comunidad en la que se vive la esencia del Evangelio, esto es, el amor, la misericordia, con simplicidad y fraternidad.
Y ésta es la imagen de la Iglesia que el Concilio Vaticano II tuvo ante sí. Juan XXIII y Juan Pablo II colaboraron con el Espíritu Santo para restaurar y actualizar la Iglesia según su fisionomía originaria, la fisionomía que le dieron los santos a lo largo de los siglos. No olvidemos que son precisamente los santos quienes llevan adelante y hacen crecer la Iglesia. En la convocatoria del Concilio, san Juan XXIII demostró una delicada docilidad al Espíritu Santo, se dejó conducir y fue para la Iglesia un pastor, un guía-guiado, guidada por el Espíritu Santo. Éste fue su gran servicio a la Iglesia y por eso me gusta pensar en él como el Papa de la docilidad al Espíritu.
En este servicio al Pueblo de Dios, Juan Pablo II fue el Papa de la familia. Él mismo, una vez, dijo que así le habría gustado ser recordado, como el Papa de la familia. Me gusta subrayarlo ahora que estamos viviendo un camino sinodal sobre la familia y con las familias, un camino que él, desde el Cielo, ciertamente acompaña y sostiene.
Que estos dos nuevos santos pastores del Pueblo de Dios intercedan por la Iglesia, para que, durante estos dos años de camino sinodal, sea dócil al Espíritu Santo en el servicio pastoral a la familia. Que ambos nos enseñen a no escandalizarnos de las llagas de Cristo, a adentrarnos en el misterio de la misericordia divina que siempre espera, siempre perdona, porque siempre ama.

4/26/14

Juan XXIII murió con la mirada de un niño

 Rocío Lancho García


"Este viejo sacerdote, Loris Francesco Capovilla, que os habla desde la casa de papa Juan XXIII", "está conmovido, confundido e intimidado". Con estas palabras se ha presentado quien fue secretario del papa Roncalli, el cardenal Capovilla, de 98 años, en una videoconferencia  organizada en el Centro de Prensa del Vaticano para hablar a los periodistas de su experiencia y vivencias junto al 'Papa Bueno'.
Capovilla -creado cardenal el pasado mes de febrero- ha explicado que la casa desde donde hablaba es visitada por numerosos grupos para acercarse un poco más a la historia de Juan XXIII. En una ocasión unos niños le preguntaron si sabía a qué edad había fallecido el papa Roncalli, y el respondió que con 81 años y seis meses. Pero, les dijo que "yo no he visto morir un hombre viejo de 81 años y seis meses, he visto morir un niño, porque tenía los ojos espléndidos como los tuyos, con el fulgor de las aguas bautismales y tenía la sonrisa en los labios, como la tuya; que es la bondad que sale de lo profundo del corazón".
Además, ha querido mostrar su agradecimiento a Juan XXIII por el Concilio Vaticano II, que como dijo Benedicto XVI es "la estrella polar de la Iglesia católica y de todos los hombres y mujeres de buena voluntad del mundo entero. No somos extraños los unos a los otros".
El cardenal ha afirmado que la definición del papa Juan XXIII es "dos ojos y una sonrisa, la inocencia y la bondad". Y lo dice también por el papa Juan Pablo II, recordando una ocasión, en el primer año de pontificado de Wojtyla, quien le pidió que le hablara del papa Roncalli. Hablaron de las salidas de Juan XXIII por las calles de Roma, del anuncio del Concilio, de Pacem in Terris, de audiencias, de ventanas abiertas y de algunas preocupaciones.
Por otro lado, Capovilla ha indicado que "un santo es aquel a quien no se le olvida ser niño". Y tanto Juan Pablo II como Juan XXIII lo cumplieron, ha afirmado.
"Pido perdón por la pobreza de mis palabras, de mis expresiones, pero no sé expresar plenamente todo lo que hay en mi corazón", ha señalado el cardenal. Asimismo, ha querido agradecer al "pueblo de Roma" que le acogió a él y a Juan XXIII cuando llegaron a la capital de Italia. Y por ello ha querido recordar las palabras del cardenal Tardini "los papas mueren, pero el Papa no muere".
Para finalizar la videoconferencia, el purpurado ha hecho memoria de un día cercano a la muerte de Roncalli. Capovilla se encontraba arrodillado junto a la cama del Pontífice y le dijo: "Santo Padre, aquí estamos unas pocas personas en la habitación, ¡pero si viera la Plaza!" Y ha rexplicado que, "aún siendo como era reservado con los cumplidos, me dijo: '¡Es natural que sea así, muere el Papa, yo les amo, ellos me aman!' Fue un gran grito de amor". El purpurado ha recordado también un episodio de aquellos últimos días: "yo pedí perdón al Papa poco antes de que muriera. Le dije: yo he estado a su lado, no he sido el hombre que usted merecía, Santo Padre. Pero yo me he dado a mí mismo, con sinceridad y fidelidad. Y él me dijo, poniendo sus manos en las mías, 'Loris, deja pasar estas cosas, no digas estas cosas. Lo que importa es que hemos hecho nuestro servicio según la voluntad del Señor", "no recogimos las piedras que nos tiraron, hemos sufrido juntos, hemos amado y hemos perdonado".

La oración era para Juan Pablo II como respirar'

 H. Sergio Mora


El portavoz durante 22 de los 26 años que duró el el pontificado de Juan Pablo II, el español Joaquín Navarro Valls, ha destacado que una persona que rezaba como el Pontífice polaco "estaba en contacto directo con Dios y por tanto era ya santo". “Desde los primeros tiempos, cuando estaba cerca de él, cuando trabajaba con él, y desde las primeras veces que lo vi sencillamente rezar; en esos momentos tuve rápidamente la certeza de que este hombre era un santo”, ha asegurado.
La Oficina de Prensa de la Santa Sede ha invitado esta mañana al Dr. Navarro Valls a ofrecer una rueda de prensa por ser una de las personas más cercanas al beato Juan Pablo II de cara a su canonización, junto con el papa Juan XXIII, el próximo domingo.
Durante su intervención, el ex portavoz vaticano ha subrayado que los tres rasgos de la santidad del papa Wojtyla fueron: "rezar, trabajar y sonreír", pero sobre todo ha valorado su manera de orar. "La oración era para él como respirar, era constante, necesaria e intensa", ha explicado Navarro Valls, quien ha recordado entre las varias anécdotas, vividas personalmente, esta característica del Papa polaco, que a veces se olvidaba de quién estaba a su lado y no se daba cuenta del tiempo que pasaba, debido a su total concentración en la oración.
En esta misma línea, ha relatado que Juan Pablo II se paraba en la capilla cercana a su comedor para rezar tres minutos antes y después de cenar, y ha desvelado que Karol Wojtyla rezaba "teniendo en la mano pequeños trocitos de papel". "En una ocasión, le pregunté a su secretario: '¿Qué diablo son esos papelitos?'", ha revelado. En esos pedacitos de papel, que se encontraban en el reclinatorio de su capilla privada, sus colaboradores habían escrito, por petición del Papa polaco, el nombre y la causa por la que le pedían rezar en las numerosas cartas que recibía cada día. "El papa rezaba por las necesidades de los demás, jamás por sí mismo", ha apuntado.
En algunos días de sus vacaciones en el Valle de Aosta, localidad italiana de la cordillera de los Alpes, la luz de la capilla de la casa donde se alojaba permanecía encendida desde las tres de la mañana hasta el amanecer, ha rememorado. "No sabía perder un minuto sin dedicarlo a rezar. Para ello no tenía nunca prisa", ha insistido.
Navarro Valls ha subrayado también el "gran sentido del humor del pontífice" y su sonrisa siempre presente. "Una de las cosas más tristes para mí fue cómo debido a la enfermedad de Parkinson desapareció la sonrisa de su rostro", ha asegurado y ha enfatizado que "un santo nunca puede ser triste" y Juan Pablo II siempre sonreía. "A pesar de sus problemas de salud, de la cantidad de problemas que llegaban a su escritorio…nunca le faltó el buen humor", ha añadido.
Además, el estrecho colaborador del Papa polaco ha explicado que "la santidad no existe en abstracto, en el testimonio bíblico se dice que solamente Dios es Santo, la Iglesia no hace santos, confirma la vida de santidad que la persona llevó en esta tierra". En este sentido, ha apuntado que "si alguien quiere ser santo deberá comenzar lo antes posible. Porque una vez que muera no tendrá nunca más esa oportunidad". 
Por último, el ex portavoz vaticano ha afirmado que "Juan Pablo II tenía una capacidad enorme para el trabajo. Un trabajo que era intenso e increíble. Era el trabajo de un santo". "Les puedo decir que en mi vida no he visto a nadie que trabajará como él. Juan Pablo II no sabía físicamente como perder un solo minuto, pero jamás tenía afán", ha proseguido. Y ha concluido reconociendo que "sus colaboradores tuvieron que aprender a llevar ese estilo de vida y él tenía una capacidad enorme de conectar las cosas más pequeñas a los valores más grandes".

4/25/14

Comienza la cuenta atrás para la canonización

Rocío Lancho García



Roma vivirá este sábado una Noche Blanca de oración como preparación a la canonización de Juan XXIII y Juan Pablo II de este domingo 27 de abril. De esta forma los fieles llegados de todas partes del mundo se prepararán espiritualmente para vivir este evento histórico.

Durante la noche del sábado, 11 iglesias del centro de Roma estarán abiertas para una vigilia de oración y para confesiones. 
En las once iglesias habrá encuentros en 7 lenguas diferentes. Para los peregrinos de lengua española está prevista la iglesia Santissimo Nome di Gesù all’Argentina en la Plaza del Gesù. La noche blanca comenzará el 26 de abril a las 19.00, en la iglesia Santa Maria Monte Santo, donde Juan XXIII fue ordenado sacerdote.
Durante un briefing informativo que ha tenido lugar esta mañana en la Sala de Prensa del Vaticano, el padre Federico Lombardi, portavoz del Vaticano, ha especificado algunos detalles de la celebración litúrgica de este domingo.
En la Plaza de San Pedro, el domingo se iniciará a las 9.00 con la oración de la Coronilla de la Divina Misericordia. A las 9.30 se continuará con cantos en espera de que comience la eucaristía. Todo ello animado de los coros de la diócesis de Roma, Cravocia y Bérgamo, además del habitual coro en las celebraciones vaticanas, el Coro de la Capilla Sixtina.
La misa iniciará con el canto de las letanías de los santos, habitual en las canonizaciones como un signo de "ponernos en las manos de los santos". La celebración eucarística será presidida por el Santo Padre y concelebrada por unos 130-150 cardenales y unos 1000 obispos, todos ellos a la izquierda del altar. También en ese área pero más abajo en el Sagrado, estarán unos 6.000 sacerdotes.
Asimismo, está previsto que 600 sacerdotes distribuyan la comunión a los fieles que se encuentren en la Plaza de San Pedro y en la Plaza Pío XII, 70 diáconos para dar la comunión a los concelebrantes y finalmente 200 diáconos para los fieles que estén en Vía de la Conciliación.
El padre Lombardi ha especificado que serán 5 los que concelebren junto al Papa en el altar. Está confirmado que tres de ellos serán el cardenal Vallini -vicario de Roma- el cardenal Stanisław Dziwisz -arzobispo de Cracovia y secretario personal de Juan Pablo II- y monseñor Francesco Beschi, obispo de Bergamo. Los otros dos están aún sin determinar.
A la derecha del altar, estarán ubicadas las delegaciones oficiales. Tal y como ha confirmado el padre Lombardi, en el día de ayer eran 93 las delegaciones confirmadas, entre países y delegaciones internacionales. Entre ellos habrá 24 jefes de Estado y 35 primeros ministros.
De Latinoamérica estarán representados 17 países a través de sus delegaciones. Desde España vendrán los reyes -don Juan Carlos y doña Sofía- José Manuel García Margallo, ministro de Asuntos Exteriores; Alberto Ruiz Gallardón, ministro de Justicia, Pedro de Morenés, ministro de Defensa y Jorge Fernández Díaz, Ministro del Interior, acompañados por Eduardo Gutiérrez Sáenz de Buruaga, embajador de España ante la Santa Sede.
Al respecto de las delegaciones, el portavoz vaticano ha recordado que la Santa Sede informa que hay una celebración pero no hace "invitaciones específicas", los que vienen lo hacen porque quieren participar. Por otro lado, de otras confesiones religiosas, también se ha confirmado la asistencia de fieles ortodoxos, anglicanos y judíos, pero no se puede hablar de "delegaciones oficiales" como tal.
Volviendo al rito de la canonización, el padre Lombardi ha explicado que el cardenal Amato, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, preguntará tres veces al Papa si procede a la canonización de Juan XXIII y Juan Pablo II, y lo hace tres veces para destacar la importancia del hecho en sí. A continuación, el papa Francisco pronunciará la fórmula de canonización.
Los relicarios de los nuevos santos estarán colocados una mesa a la izquierda del altar. Para llevar la reliquia de Juan XXIII estarán su sobrino y el presidente de la Asociación Juan XXIII, para la de Juan Pablo II aún no se sabe. Ambas reliquias son de primer grado. La reliquia del "Papa Bueno" es un trozo de piel, que se extrajo en el año 2000 en la exhumación para la beatificación y de papa Wojtyla serán unas gotas de su sangre.
Al finalizar el rito de canonización, habrá una acción de gracias del cardenal Amato y se retomará la misa en el Gloria. El Evangelio del día, será cantado en latín y griego. Un momento significativo de celebración eucarística, será en la oración del canon de los santos, donde se mencionará por primera vez a san Juan XXIII y san Juan Pablo II.
Sobre la duración de la ceremonia, el padre Lombardi ha indicado que es difícil prever con exactitud, pero posiblemente durará en torno a dos horas, de este modo se terminaría aproximadamente a las 12.00 con la oración del Regina Coeli.
Al finalizar la eucaristía, está previsto que el Santo Padre salude a las delegaciones en el mismo Sagrado y no como en otras ocasiones, en las que las delegaciones entraban a la Basílica y se saludaban allí. Finalmente, Francisco pasará por la Plaza con el jeep para saludar a los fieles.
El padre Lombardi ha insistido nuevamente, ante la pregunta de una periodista, que no hay ninguna confirmación de que Benedicto XVI vaya a estar presente en la ceremonia del domingo. Invitado está, pero hasta el día no sabremos lo que él decida hacer. Y en caso de que asista, ha preguntado otra periodista, decidirá el mismo papa emérito donde se ubicará, tal y como hizo en el Consistorio para la creación de cardenales el pasado mes febrero. Aun sí, es necesario tener en cuenta que esto será una eucaristía y el consistorio era otro tipo de liturgia.
Asimismo, se ha recordado que los cuadros que serán descubiertos en la Plaza en el momento serán los mismos que se usaron en las beatificaciones. Así como las fechas de festividad de los santos, que seguirán siendo las establecidas en la beatificación.

4/24/14

Dos Papas santos, dos santos marianos

Javier Echevarría, Prelado del Opus Dei


Al canonizarlos, el Papa Francisco, vicario de Cristo, nos está ayudando a ver que, para Dios, Angelo Roncalli y Karol Wojtyla son, sobre todo, dos personas santas, factor fundamental en la vida de cada hombre, de cada mujer
La canonización de Juan XXIII y Juan Pablo II es un gran acontecimiento eclesial y un signo de esperanza para el mundo, porque allí donde florece la santidad, las crisis no tienen la última palabra.
Cuando hay santidad existe un fundamento sólido sobre el que construir el futuro. En el cristianismo, y de modo particular en los santos, encontramos respuestas a los problemas más profundos del hombre y de la sociedad, que tienen con frecuencia su origen en un alejamiento de Dios.
Es motivo de gratitud a Dios observar que, durante las últimas décadas (en las que se ha hablado tanto de “crisis” económicas, culturales, políticas, sociales, religiosas) la Iglesia haya sido conducida por la santidad, es decir, por personas santas: dos de los tres pontífices ya fallecidos (Juan XXIII y Juan Pablo II) serán canonizados este domingo, y el proceso para la beatificación del tercero de ellos (Pablo VI) se encuentra muy avanzado.
Juan XXIII es, sobre todo, el Papa que convocó el Concilio Vaticano II. Como sucesor de Pedro condujo la Iglesia, con mano firme y paterna, a esa experiencia extraordinaria de fe y de renovación personal y colectiva que ha sido, y es, ese acontecimiento eclesial: se trataba de hablar al corazón del hombre de nuestra época, como subrayó la Constitución Gaudium et Spes. El Papa Roncalli ayudó a colocar la vocación a la santidad en la raíz misma de la condición cristiana. Podemos acudir hoy a su intercesión para rogar al Señor que cale a fondo en la conciencia de toda mujer y de todo hombre cristiano esta verdad proclamada por el Vaticano II: que la santidad está al alcance de los cristianos, y que no es meta para unos pocos privilegiados.
Para la humanidad, Juan XXIII es también el Papa de la paz, porque en un momento histórico delicadísimo no dudó −siguiendo el ejemplo de sus predecesores− en poner los medios oportunos para evitar la guerra, implicando su autoridad moral y religiosa en la elaboración de una doctrina universal, sobre los presupuestos de la paz y sobre la dignidad del ser humano.
Juan Pablo II era un sacerdote enamorado de Dios y de los hombres, creados a imagen de Dios en Cristo. Movido por la caridad, convocó a toda la Iglesia a la “nueva evangelización”, remarcando a su vez el papel que corresponde a los laicos en esta tarea de hacer presente a Dios en la vida de las personas y de los pueblos. Durante los años de su pontificado hemos profundizado con luces nuevas en la bondad y la misericordia de Dios. Sus palabras, sus gestos, sus escritos, su entrega personal −en la salud y en la enfermedad− han sido instrumentos de los que se ha servido el Espíritu Santo, para acercar a muchísimas personas a la fuente de la gracia, y para que millares de jóvenes respondieran afirmativamente a la llamada de Cristo al sacerdocio, a la vida religiosa, al matrimonio y al celibato apostólico laical.
El Papa polaco nos llevó del segundo al tercer milenio, dejando un imponente legado sobre la dignidad de la persona humana, sobre el valor de la vida y de la familia, el servicio a los pobres y a los necesitados, la promoción de los derechos de los trabajadores, el amor humano y la dignidad de la mujer, y sobre tantos otros aspectos que resultan cruciales en la promoción de una existencia digna. Sus escritos y su predicación conforman un conjunto de enseñanzas con enorme potencialidad de futuro. Estoy convencido de que su mensaje social y humano −que surge de una profunda respuesta espiritual a Dios− se agigantará con el paso del tiempo.
La canonización de estos dos grandes pastores sucede a las puertas del mes de mayo, mes de María. Es este un rasgo que acomuna a los dos nuevos santos: su amor tierno y profundo por la Virgen. Juan XXIII recurría frecuentemente a la “maternidad universal” de la Virgen, “la Madre común, cabeza de todos los hombres, hermanos todos en el mismo Cristo primogénito” (12-X-1961). En Juan Pablo II, la conciencia de la cercanía y de la intercesión de nuestra Madre, representaba un polo de atracción permanente en su propio caminar espiritual y humano, e invitaba a los demás a descubrir la “dimensión mariana” de los discípulos de Cristo. La filiación a la Santísima Virgen −decía− es “un don que Cristo mismo hace personalmente a cada hombre” (cfr. Redemptoris Mater, n. 45).
La Virgen Santísima ocupa un puesto relevante en la vida espiritual de cada fiel, pero también en la edificación misma de la Iglesia. Por eso, en el marco de las canonizaciones del domingo, me gusta recordar estas palabras de san Josemaría Escrivá de Balaguer: «Es difícil tener una auténtica devoción a la Virgen, y no sentirse más vinculados a los demás miembros del Cuerpo Místico, más unidos también a su cabeza visible, el Papa. Por eso me gusta repetir: omnes cum Petro ad Iesum per Mariam!, ¡todos, con Pedro, a Jesús por María!» (Es Cristo que pasa, n. 139). Me da alegría que sea el PapaFrancisco, Papa mariano también, quien haya decidido estas dos canonizaciones. Los tres han mostrado que el contenido de la caridad no es meramente humano, sino que se trata de dar a Cristo a los demás, que es lo que llevó a cabo Santa María en servicio de toda la humanidad.
En poco tiempo nos acostumbraremos a referirnos a estos dos pastores como san Juan XXIII y san Juan Pablo II. Al canonizarlos, el Papa Francisco, vicario de Cristo, nos está ayudando a ver que, para Dios,Angelo Roncalli y Karol Wojtyla son, sobre todo, dos personas santas, factor fundamental en la vida de cada hombre, de cada mujer. San Juan XXIII y san Juan Pablo II fueron dos sacerdotes de gran cordialidad, de amor encendido a Dios y a todas las criaturas humanas. Santos de una pieza, unidos por un tierno amor a María, Madre de Dios y Madre nuestra.

"Evitemos ser cristianos murciélagos"

El Papa en Santa Marta


Hay cristianos que tienen miedo de la alegría de la Resurrección que Jesús nos quiere donar y su vida parece un funeral, pero el Señor resucitado está siempre con nosotros. Ésta es la enseñanza que el papa Francisco ha extraído del Evangelio de hoy, y que el Pontífice ha explicado en su homilía de la misa celebrada esta mañana en la capilla de la Casa Santa Marta. 
La liturgia del día narra la aparición de Cristo resucitado a sus discípulos. Ante el saludo de paz del Señor, los discípulos, en lugar de alegrarse --ha afirmado el Santo Padre-- se quedan “trastornados y llenos de temor”, pensando “que veían un fantasma”. Jesús trata de hacerles entender que lo que ven es real, los invita a tocar su cuerpo, y pide que le den de comer. Los quiere conducir a la “alegría de la Resurrección, a la alegría de su presencia entre ellos”. Pero los discípulos --ha observado el Pontífice-- “no podían creer, porque tenían miedo de la alegría”:
“Esta es una enfermedad de los cristianos. Tenemos miedo de la alegría. Es mejor pensar: ‘Sí, sí, Dios existe, pero está allá; Jesús ha resucitado, está allá’. Un poco de distancia. Tenemos miedo de la cercanía de Jesús, porque esto nos da alegría. Y así se explica la existencia de tantos cristianos de funeral, ¿no? Que su vida parece un funeral continuo. Prefieren la tristeza y no la alegría. Se mueven mejor, no en la luz de la alegría, sino en las sombras, como esos animales que sólo logran salir de noche, pero no a la luz del día, porque no ven nada. Como los murciélagos. Y con un poco de sentido del humor podemos decir que hay cristianos murciélagos que prefieren las sombras a la luz de la presencia del Señor”. 

Pero “Jesús, con su Resurrección --ha añadido el Papa-- nos da la alegría: la alegría de ser cristianos; la alegría de seguirlo de cerca; la alegría de ir por el camino de las Bienaventuranzas, la alegría de estar con Él”:

“Y nosotros, tantas veces, o estamos trastornados, cuando nos llega esta alegría, o llenos de miedo, o creemos que vemos un fantasma o pensamos que Jesús es un modo de actuar: ‘Pero nosotros somos cristianos y debemos hacer así. ¿Pero dónde está Jesús? ‘No, Jesús está en el Cielo’. ¿Tú hablas con Jesús? ¿Tú le dices a Jesús: ‘Yo creo que Tú vives, que Tú has resucitado, que Tú estás cerca de mí, que Tú no me abandonas’? La vida cristiana debe ser eso: un diálogo con Jesús, porque --esto es verdad-- Jesús siempre está con nosotros, siempre está con nuestros problemas, con nuestras dificultades, con nuestras obras buenas”.

¡Cuántas veces --ha recordado Francisco al concluir-- nosotros los cristianos “no somos alegres, porque tenemos miedo!”. Cristianos que “han sido vencidos” en la cruz:

“En mi tierra hay un dicho que dice así: ‘Cuando uno se quema con la leche hirviendo, después, cuando ve una vaca, llora’. Y éstos se habían quemado con el drama de la cruz y dijeron: ‘No, detengámonos aquí; Él está en el Cielo; muy bien, ha resucitado, pero que no venga otra vez aquí, porque ya no podemos más’. Pidamos al Señor que haga con todos nosotros lo que ha hecho con los discípulos, que tenían miedo de la alegría: que abra nuestra mente: ‘Entonces, les abrió la mente para comprender las Escrituras’; que abra nuestra mente y que nos haga comprender que Él es una realidad viva, que Él tiene cuerpo, que Él está con nosotros, que nos acompaña y que Él ha vencido. Pidamos al Señor la gracia de no tener miedo de la alegría”.

No dejarse seducir por el poder y las cosas de este mundo

El Papa en la Audiencia de ayer

 

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! 

Esta es una semana de alegría. Celebramos la Resurrección de Jesús. Es una verdadera alegría, profunda, basada en la certeza de que Cristo resucitado ya no muere, sino que está vivo y activo en la Iglesia y en el mundo. Esta certeza habita en el corazón de los creyentes desde esa mañana de Pascua, cuando las mujeres fueron a la tumba de Jesús y los ángeles les dijeron: "¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?" (Lc 24, 5) ¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? Estas palabras son como una piedra miliar en la historia; pero también una "piedra de tropiezo" si no nos abrimos a la Buena Noticia, ¡si creemos que nos causa menos molestia un Jesús muerto que un Jesús vivo!
En cambio, cuántas veces en nuestro camino diario necesitamos que nos digan: "¿Por qué estás buscando entre los muertos al que está vivo?" ¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? Y cuántas veces nosotros buscamos la vida entre las cosas muertas, entre las cosas que no pueden dar vida, entre las cosas que hoy están y mañana no estarán más. Las cosas que pasan. ¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?
Necesitamos escucharlo cuando nos cerramos en cualquier forma de egoísmo o de autocomplacencia; cuando nos dejamos seducir por los poderes terrenos y por las cosas de este mundo, olvidando a Dios y al prójimo; cuando ponemos nuestras esperanzas en las vanidades mundanas, en el dinero, en el éxito. Entonces la Palabra de Dios nos dice: "¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?" ¿Por qué estás buscando allí? Aquello no te puede dar vida, sí, quizás te dé una alegría de un minuto, de un día, de una semana, de un mes, ¿y luego? ¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? Esta frase debe entrar en el corazón y debemos repetirla. ¡Repitamos juntos tres veces! ¡Hagamos el esfuerzo! Todos: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? ¡Fuerte! ¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? ¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? Y hoy, cuando volvamos a casa digámoslo en el corazón, el silencio, pero que nos venga esta pregunta: ¿Por qué yo en la vida busco entre los muertos al que está vivo? Nos hará bien hacerlo. Si escuchamos, podemos abrirnos a Aquel que da la vida, Aquel que puede dar la verdadera esperanza. En este tiempo pascual, dejémonos nuevamente tocar por el estupor del encuentro con Cristo resucitado y vivo, por la belleza y la fecundidad de su presencia.
Pero no es fácil estar abierto a Jesús. No es evidente aceptar la vida del Resucitado y su presencia entre nosotros. El Evangelio nos hace ver las reacciones del apóstol Tomás, de María Magdalena y de los dos discípulos de Emaús: nos hace bien confrontarnos con ellos. Tomás pone una condición a la fe, pide tocar la evidencia, las llagas; María Magdalena llora, lo ve pero no lo reconoce, se da cuenta de que es Jesús sólo cuando Él la llama por su nombre; los discípulos de Emaús, deprimidos y con sentimientos de derrota, llegan al encuentro con Jesús dejándose acompañar por el misterioso viandante. ¡Cada uno por caminos diferentes! Buscaban entre los muertos al que está vivo, y fue el mismo Señor el que corrigió el rumbo. Y yo, ¿qué hago? ¿Qué camino sigo para encontrar al Cristo vivo? Él estará siempre cerca de nosotros para corregir el rumbo si nosotros nos hemos equivocado.
"¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?" (Lc 24, 5) Esta pregunta nos hace superar la tentación de mirar hacia atrás, a lo que fue ayer, y nos empuja a avanzar hacia el futuro. Jesús no está en la tumba, él es el Resucitado, el Viviente, el que siempre renueva su cuerpo que es la Iglesia y lo hace andar atrayéndolo hacia Él. "Ayer" es la tumba de Jesús y la tumba de la Iglesia, el sepulcro de la verdad y la justicia; "hoy" es la resurrección perenne a la que nos impulsa el Espíritu Santo, que nos da plena libertad.
Hoy nos dirige también a nosotros este interrogante. Tú, ¿por qué buscas entre los muertos a aquel que está vivo, tú que te cierras en ti mismo después de una derrota y tú que no tienes más fuerza para rezar? ¿Por qué buscas entre los muertos al que está vivo, tú que te sientes solo, abandonado por los amigos y quizás también por Dios? ¿Por qué buscas entre los muertos al que está vivo, tú que has perdido la esperanza y tú que te sientes prisionero de tus pecados? ¿Por qué buscas entre los muertos al que está vivo, tú que aspiras a la belleza, a la perfección espiritual, a la justicia, a la paz?
¡Tenemos necesidad de escuchar de nuevo y de recordarnos mutuamente la advertencia del ángel! Esta advertencia, "¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?", nos ayuda a salir de nuestros espacios de tristeza y nos abre a los horizontes de la alegría y de la esperanza. Aquella esperanza que remueve las piedras de los sepulcros y anima a anunciar la Buena Nueva, capaz de generar vida nueva para los otros. Repitamos esta frase del ángel para tenerla en el corazón y en la memoria. Y después cada uno responda en silencio: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? ¡Repitámosla! ¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?
Pero mirad, hermanos y hermanas, ¡Él está vivo, está con nosotros! ¡No vayamos por tantos sepulcros que hoy te prometen algo, belleza… y luego no te dan nada! ¡Él está vivo! ¡No busquemos entre los muertos al que está vivo! Gracias.