9/30/14

Todo listo para el sínodo de la familia

 H. Sergio Mora


Todo listo para la III Asamblea General Extraordinaria del Sínodo de los Obispos, que se realizará del 5 al 19 de octubre de 2014, y que lleva el título: "Los desafíos pastorales sobre la familia en el contexto de la evangelización". 
“El domingo 5 de octubre de 2014 a las 10 horas, el santo padre Francisco celebrará la santa misa en la basílica de San Pedro con ocasión de la apertura de la Asamblea Extraordinaria del Sínodo de los Obispos” confirmó hoy el portavoz de la Santa Sede, padre Federico Lombardi.
Recordó también que la misa y la homilía del papa Francisco será precedida, la tarde del sábado, por una vigilia de oración organizada en la plaza de San Pedro por la Conferencia Episcopal Italiana.
“No se excluye que pudiera haber un saludo del Papa para la vigilia” indicó el portavoz, si bien precisó que “será la homilía dominical la ocasión para una primera intervención oficial de Francisco en el Sínodo de la familia, al que seguirán unas palabras con motivo de la oración del ángelus”.
En el sínodo de los obispos participarán en total 253 personas provenientes de diferentes partes del mundo. Entre estas, 14 parejas de esposos. 
Esta primera etapa, la Asamblea general extraordinaria de todos los Obispos, está “dirigida a precisar el status quaestionis y a recoger testimonios y propuestas de los obispos para anunciar y vivir creíblemente el evangelio para la familia”; la segunda, en 2015, la verdadera y propia Asamblea general, deberá “buscar líneas operativas para la pastoral de la persona humana y de la familia”.
El sínodo utilizara el Instrumentum Laboris, que es el resultado de la investigación promovida por el Documento Preparatorio, que incluía un cuestionario de 39 preguntas, recibidas con “una acogida positiva y una amplia respuesta, tanto del pueblo de Dios como de la opinión pública general", indicó el 24 de junio pasado, el cardenal Lorenzo Baldisseri, secretario general del Sínodo de los Obispos.
El sínodo no decide, no es un parlamento, sino que da las pautas para que el Santo Padre pueda tomar las decisiones que considere oportunas. 
El tema de la familia será muy amplio y los obispos y cardenales presentarán sus diversas experiencias. Será muy importante redescubrir la belleza de la familia, así como problemas concretos, como el de las familias emigrantes divididas o reunificadas, que afecta a millones de personas; o los jóvenes que no se casan; o la debida formación y acompañamiento de los recién casados.
En diversas ocasiones durante estos últimos meses, obispos y cardenales han precisado que el tema de la familia tiene que ser tratado en toda su amplitud, no reduciendo el sínodo a un problema concreto, como sucede muchas veces en las noticias de los medios de comunicación.

Recemos por los que sufren y evitemos hacer teatro

El Papa este martes en su homilía



El lamento en los momentos oscuros puede transformarse en una oración, pero atención con los los “lamentos teatrales”.
Lo indicó este martes el papa Francisco, en su homilía en la eucaristía celebrada en Santa Marta.
En la primera lectura de la misa se leyó un pasaje del Libro de Job y el Papa señaló que existen grandes tragedias, como los cristianos desplazados de sus casas debido a su fe. 

Job maldice su vida y el Papa recordó que “fue puesto a prueba, perdió toda su familia, sus bienes, la salud y todo su cuerpo se convirtió en una llaga, una llaga asquerosa”. En aquel momento “perdió la paciencia y dijo esas cosas. Son feas. Entretanto Job estaba acostumbrado a hablar con la verdad y esa es la verdad que él siente en aquel momento”.
El Santo Padre recordó que también Jeremías “usa casi las mismas palabras: ‘¡Maldito el día en que nací!’”. ¿Pero este hombre no blasfema?, es la pregunta que hago, dijo el Pontífice. Y Jesús, cuando se lamenta – ‘Padre, ¡por qué me has abandonado!’ , ¿blasfema? El misterio es éste.
"Tantas veces yo he visto a personas que están en situaciones difíciles, dolorosas, que han perdido tanto o se sienten solas y abandonadas, que vienen a lamentarse y hacen estas preguntas: ¿Por qué? ¿Por qué? Se rebelan contra Dios".
Yo le digo: ‘Sigue rezando así, porque también ésta es una oración’. Era una oración cuando Jesús dijo a su Padre: ‘¿Por qué me has abandonado?’”.

Es la oración la que hace Job aquí.
Porque rezar es llegar a ser verdad delante de Dios. Y Job no podía rezar de otra manera”. O sea que “se reza con la realidad porque la verdadera oración viene del corazón, del momento que uno vive”.
“Es la oración de los momentos oscuros de la vida, donde no hay esperanza, donde no se ve el horizonte”. Y el Pontífice indicó que “tanta gente hoy se encuentra en la situación de Job. Tanta gente buena, como Job, no entiende lo que le ha sucedido, porqué es así”. Tantos hermanos y hermanas no tienen esperanza. Pensemos en las tragedias, en las grandes tragedias, por ejemplo estos hermanos nuestros que son echados de sus casas por ser cristianos y pierden todo.
Pero, Señor, yo he creído en ti. ¿Por qué? ¿Creer en Ti es una maldición, Señor?”, dijo el Papa y recordó a “los ancianos dejados de lado, a los enfermos, tanta gente sola, los hospitales”. Para toda esta gente y “también por nosotros cuando vamos por el camino de la oscuridad la Iglesia reza” recordó el Pontífice.
“¡La Iglesia reza! Y toma sobre sí este dolor y reza”. Y nosotros, “sin enfermedades, sin hambre, sin necesidades importantes cuando tenemos un poco de oscuridad en el alma, nos creemos mártires y dejamos de rezar” dijo. Y no falta quien dice '¡Estoy enojado con Dios, no voy más a Misa!', ¿por qué? Y respondió que tantas veces es “por una cosa pequeñita”. Santa Teresita del Niño Jesús, en los últimos meses de su vida, recordó el Papa, “trataba de pensar en el cielo, y sentía dentro de sí como si una voz que le decía: ‘Pero no seas tonta, no creas en fantasías. ¿Sabes qué te espera? ¡Nada!’”.


Porque, indicó Francisco: “Muchas veces pasamos por esta situación, vivimos esta situación. Y tanta gente que cree que terminará en la nada. Y ella, Santa Teresa, rezaba y pedía fuerza para ir adelante, en la oscuridad. Esto se llama entrar en paciencia. Nuestra vida es demasiado fácil, nuestros lamentos son lamentos teatrales”.
Delante de los lamentos de tanta gente, de tantos hermanos y hermanas que están en la oscuridad, que prácticamente han perdido la memoria, la esperanza, que son exiliados, también de sí mismos.
El Santo Padre recordó que “Jesús ha hecho este camino de la noche, al Monte de los Olivos hasta la última palabra de la Cruz: ‘Padre, ¡por qué me has abandonado!’”.

Al concluir, Francisco indicó dos cosas que pueden servirnos. “Primero: prepararse, para cuando vendrá la oscuridad”, que aunque no sea tan dura como la de Job, “tendremos un tiempo de oscuridad. Preparar el corazón para aquel momento”. Y segundo: “Rezar, como la Iglesia reza, con la Iglesia por tantos hermanos y hermanas que sufren el exilio de sí mismos, en la oscuridad y en el sufrimiento, sin esperanzas a la mano”. Porque la “oración de la Iglesia por todos estos 'Cristos' que sufren, que están por todas partes”.

9/29/14

Los ángeles nos defienden contra Satanás

El Papa en la homilía de este lunes

 

Satanás presenta las cosas como si fueran buenas, pero su intención es destruir al hombre, quizá con motivaciones "humanistas". Los ángeles luchan contra el diablo y nos defienden. Esta ha sido la idea que el santo padre Francisco ha desarrollado esta mañana en la homilía de la misa de Santa Marta, día que se celebra la fiesta que los santos arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael.

Este lunes, el Papa ha hablado de la "lucha entre Dios y el demonio". Las lecturas del día nos presentan imágenes muy fuertes: la visión de la gloria de Dios contada por el profeta Daniel con el Hijo del hombre, Jesucristo, delante del Padre; la lucha del arcángel Miguel y sus ángeles contra "el dragón grande, la vieja serpiente, él que es llamado diablo" y "seduce toda la tierra habitada" pero es derrotado, como afirma el Apocalipsis; y el Evangelio en el que Jesús dice a Natanael: "veréis el cielo abierto y los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre".
Así, Francisco ha indicado que "esta lucha sucede después de que Satanás intenta destruir la mujer que va a dar a luz al hijo. Satanás siempre busca destruir al hombre: ese hombre que Daniel veía allí, en la gloria, y que Jesús decía a Natanael que habría venido en la gloria. Desde el inicio, la Biblia habla de esto: de esta seducción por destruir de Satanás. Quizá por envidia".
Además, ha recordado que en el salmo 8 leemos "'Tú has hecho al hombre superior a los ángeles’, y esa inteligencia tan grande del ángel no podía llevar sobre sus espaldas esta humillación, que una criatura inferior fuera hecha superior; y trataba de destruirlo”.
Por tanto, Satanás trata de destruir a la humanidad, a todos nosotros. El Pontífice ha explicado que "muchos proyectos, menos los pecados propios, pero muchos, muchos proyectos de deshumanización del hombre, son obra suya, sencillamente porque odia el hombre. Es astuto: lo dice la primera página del Génesis: es astuto. Presenta las cosas como si fueran buenas. Pero su intención es la destrucción".
Y ha añadido que "los ángeles nos defienden. Defienden al hombre y defienden la Hombre-Dios, el Hombre superior, que es Jesucristo perfección de la humanidad. Por esto la Iglesia honra a los ángeles, porque son los que estarán en la gloria de Dios -están en la gloria de Dios- porque defienden el gran misterio escondido por Dios, es decir, que el Verbo se hizo carne".
Por otro lado, el Santo Padre ha querido recordar que "la tarea del pueblo de Dios es custodiar en sí al hombre: al hombre Jesús" porque además "es el hombre quien da la vida a todos los hombres". Sin embargo -ha proseguido-, en sus proyectos de destrucción, Satanás inventa "explicaciones humanísticas que van, propiamente, contra el hombre, contra la humanidad y contra Dios".
Para concluir, Francisco ha subrayado que "la lucha es una realidad cotidiana en la vida cristiana: en nuestro corazón, en nuestra vida, en nuestra familia, en nuestro pueblo, en nuestras iglesias… Si no se lucha, seremos vencidos. Pero el Señor ha dado esta tarea principalmente a los ángeles: luchar y vencer. Y el canto final del Apocalipsis, después de esta lucha, es tan bello: ‘Ahora se ha cumplido la salvación, la fuerza y el Reino de nuestro Dios y el poder de su Cristo, porque ha sido precipitado el acusador de nuestros hermanos, aquel que los acusaba ante nuestro Dios día y noche’".
Finalmente, el Santo Padre ha invitado a rezar a los arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael y a "rezar esa oración antigua, pero tan bella, al arcángel Miguel, para que sigua luchando para defender el misterio más grande de la humanidad: que el Verbo se ha hecho Hombre, ha muerto y resucitado. Éste es nuestro tesoro. Que Él siga luchando para custodiarlo".

HOMILÍA EN LA MISA DE ACCIÓN DE GRACIAS POR LA BEATIFICACIÓN DE ÁLVARO DEL PORTILLO

Mons. Javier Echevarría
Madrid, 28 de septiembre de 2014

“Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado”: “ut diligátis ínvicem, sicut diléxi vos” (Jn 15, 12).
Queridos hermanos y hermanas, estas palabras del Evangelio resuenan hoy en mi alma con una alegría nueva, al considerar que la muchedumbre presente ayer en este lugar, muy en comunión con el Papa Francisco y con todos los que nos acompañaban desde los cuatro puntos cardinales, no era propiamente una muchedumbre sino una reunión familiar, unida por el amor a Dios y el amor mutuo. Este mismo amor también se hace más fuerte hoy en la Eucaristía, en esta Misa de acción de gracias por la beatificación del queridísimo don Álvaro, Obispo, Prelado del Opus Dei.
1. El Señor, al instituir la Eucaristía, dio gracias a Dios Padre por su bondad eterna, por la creación salida de sus manos, por su misterioso designo de salvación. Agradecemos ese amor infinito manifestado en la Cruz y anticipado en el Cenáculo. Y le preguntamos al Señor: ¿cómo hemos de proceder para amar como tú nos has amado?; para amar como amaste a Pedro y a Juan, a cada uno de nosotros, y también a san Josemaría y al beato Álvaro.
Mirando la vida santa de don Álvaro, descubrimos la mano de Dios, la gracia del Espíritu Santo, el don de un amor que nos transforma. E incorporamos a nuestra alma esa oración de san Josemaría que tantas veces ha repetido el nuevo Beato: “Dame, Señor, el Amor con que quieres que te ame”, y así sabré amar a los demás con tu Amor, y con mi pobre esfuerzo. Los demás descubrirán en mi vivir la bondad de Dios, como ocurrió en el caminar diario de don Álvaro: ya en este Madrid tan querido, transparentaba la misericordia divina con su solidaridad con los más pobres y abandonados. Nos llena de gozo que en la segunda lectura, se nos recuerde la presencia de Cristo en nosotros que nos reviste “de compasión entrañable, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia” (Col 3, 12). 
Queridos hermanos y hermanas, demos gracias a Dios pidiéndole más amor. En la madurez de la juventud, cuando tenía 25 años, don Álvaro era “saxum”, roca, para san Josemaría. Desde su humildad, contestó un día por carta al fundador del Opus Dei con estas palabras: “Yo aspiro a que, a pesar de todo, pueda Ud. tener confianza en el que, más que roca, es barro sin consistencia alguna. Pero ¡es tan bueno el Señor!”. Esa seguridad en la bondad divina puede empapar toda nuestra existencia. “Daré gracias a tu nombre, por tu misericordia y tu lealtad”, hemos rezado en el Salmo responsorial (Sal 138 [137], 2). Y se alza nuestra gratitud a la Trinidad Santísima porque permanece con nosotros, con su Palabra, Jesucristo mismo (cf. Col 3, 16) y con su Espíritu, que nos llena de alegría (cf. Jn 15, 11; Lc 11, 13) y hace posible que nos dirijamos a Dios llamándole, llenos de confianza, “Abba, Pater”: “¡Padre! ¡papá!”.
2. “La trinidad de la tierra nos llevará a la Trinidad del Cielo”, repetía don Álvaro según la enseñanza y la experiencia del Fundador del Opus Dei. Jesús, María y José nos conducen al Padre y al Espíritu Santo; en la humanidad santa de Jesús descubrimos, inseparablemente unida, la divinidad. 
¡La Sagrada Familia! Con palabras de la primera lectura, bendecimos al Señor “que enaltece nuestra vida desde el seno materno y nos trata según su misericordia” (Ecl 50, 22). El texto sagrado nos menciona que ya antes de nacer nos amaba Dios. Viene a mi memoria aquel poema que Virgilio dirige a un niño recién nacido:“Incipe, parve puer, risu cognoscere matrem” (Virgilio, Égloga IV, 60)”: “Pequeño niño, comienza a reconocer a tu madre por su sonrisa”. El niño que nace va descubriendo el universo; en el rostro de su madre, lleno de amor: en esa sonrisa que le acoge, el nuevo ser apenas venido al mundo descubre un reflejo de la bondad de Dios.
En este día que el Santo Padre Francisco dedica a la oración por la familia, nos unimos a las súplicas de toda la Iglesia por esa “communio dilectionis”, esa “comunión de amor”, esa “escuela” del Evangelio que es la familia, como decía Pablo VI en Nazaret. La familia, con el “dinamismo interior y profundo del amor”, tiene una gran “fecundidad espiritual”, como enseñó san Juan Pablo II, a quien el beato Álvaro estuvo unido por una filial amistad.
Al dar gracias a don Álvaro, damos gracias a sus padres que le han acogido y educado, que han preparado en él un corazón sencillo y generoso para recibir el amor de Dios, y responder a su llamada. “Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado”; así fue don Álvaro: un hombre cuya sonrisa bendecía a Dios, que “hace cosas grandes” (Ecl 50, 22), y que contó con él para servir a la Iglesia extendiendo el Opus Dei, como fiel hijo y sucesor de san Josemaría. 
Rezamos para que haya muchas familias que sean “hogares… luminosos y alegres… como fue el de la Sagrada Familia”, en palabras de san Josemaría. Nuestra gratitud a Dios se alza por el don de la familia, reflejo del eterno amor trinitario, lugar donde cada uno se sabe amado por sí mismo, tal como es. Ahora, damos gracias también a todos los padres y madres de familia que están aquí reunidos, y a todos los que se ocupan de los niños, de los ancianos, de los enfermos.
Familias: el Señor os ama, el Señor se halla presente en vuestro matrimonio, imagen del amor de Cristo por su Iglesia. Sé que muchos de vosotros os dedicáis generosamente a apoyar a otros matrimonios en su camino de fidelidad, a ayudar a muchos otros hogares a ir adelante en un contexto social muchas veces difícil y hasta hostil. ¡Ánimo! Vuestra labor de testimonio y de evangelización es necesario para el mundo entero. Acordaos de que, como dijo el querido Benedicto XVI, “la fidelidad a lo largo del tiempo es el nombre del amor”. 
3. “Sed agradecidos”, nos exhorta san Pablo (Col 3, 15). El beato Álvaro, pensando en lo que debía a san Josemaría, afirmaba que “la mejor muestra de agradecimiento consiste en hacer buen uso de los dones recibidos”. En su predicación, en tertulias, en encuentros personales, en todas partes, nunca dejaba de hablar de apostolado y de evangelización. Para permanecer en ese amor de Dios que hemos recibido, debemos compartirlo con los demás; la bondad de Dios tiende a difundirse. El Papa Francisco decía que “en la oración, el Señor nos hace sentir este amor, pero también a través de numerosos signos que podemos leer en nuestra vida, a través de numerosas personas que pone en nuestro camino. Y la alegría del encuentro con él y de su llamada lleva a no cerrarse, sino a abrirse; lleva al servicio en la Iglesia”.
“No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido” (Jn 15, 16). Después de haber insistido el Señor en que la iniciativa es siempre suya, en la primacía de su amor, nos envía a difundir su Amor a todas las criaturas: “Os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca” (ibídem). “Manete in dilectione mea”: “permaneced en mi amor” (Jn 15, 9). Permanecer en el Señor es necesario para dar un fruto que a su vez eche raíces profundas. Jesús lo acaba de decir a sus discípulos: “Permaneced en mí y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo si no permanece en la vid, así tampoco vosotros si no permanecéis en mí” (Jn 15, 4).
La muchedumbre de estos días, los millones de personas en el mundo, y tantas que ya nos esperan en el Cielo, dan también testimonio de la fecundidad de la vida de don Álvaro. Os invito, hermanas y hermanos, a estar, a desenvolveros en el amor del Señor: en la oración, en la Misa y la Comunión frecuente, en la confesión sacramental, para que, con esa fuerza de la predilección divina, sepamos transmitir lo que hemos recibido, y llevarlo a cabo mediante un auténtico apostolado de amistad y confidencia.
En la carta que me escribió el querido Papa Francisco con ocasión de la beatificación de ayer, nos decía que “no podemos quedarnos con la fe para nosotros mismos, es un don que hemos recibido para donarlo y compartirlo con los demás”; y añadía que el beato Álvaro “nos anima a no tener miedo de ir a contracorriente y de sufrir para anunciar el Evangelio”, y también que “nos enseña además que en la sencillez y cotidianidad de nuestra vida podemos encontrar un camino seguro de santidad”.
En este camino, con muchos ángeles, nos acompaña la Santísima Virgen. María es Hija de Dios Padre, Madre de Dios Hijo, Esposa y Templo de Dios Espíritu Santo. Es Madre de Dios y Madre nuestra, la Reina de la familia, la Reina de los apóstoles. Que Ella nos ayude, como lo hizo con el beato Álvaro, a seguir la invitación del Sucesor de Pedro: “Dejarse amar por el Señor, abrir el corazón a su amor y permitir que sea él que guíe nuestra vida”, como tantas veces san Josemaría pidió a la Virgen de la Almudena muy querida y venerada en esta Archidiócesis. Así sea.

9/28/14

No hay futuro para el pueblo sin el encuentro entre generaciones

Homilía del Papa en la Jornada de la tercera edad



El Evangelio que acabamos de escuchar, lo acogemos hoy como el Evangelio del encuentro entre los jóvenes y los ancianos: un encuentro lleno de gozo, de fe y de esperanza.
María es joven, muy joven. Isabel es anciana, pero en ella se ha manifestado la misericordia de Dios, y, junto a con su esposo Zacarías, está en espera de un hijo desde hace seis meses.
También en esta ocasión, María nos muestra el camino: ir a visitar a la anciana pariente, para estar con ella, ciertamente para ayudarla, pero también y sobre todo para aprender de ella, que ya es mayor, una sabiduría de vida.
La Primera Lectura recuerda de varios modos el cuarto mandamiento: «Honra a tu padre y a tu madre: así se prolongarán tus días en la tierra, que el Señor, tu Dios, te va a dar» (Ex 20,12). No hay futuro para el pueblo sin este encuentro entre generaciones, sin que los niños reciban con gratitud el testigo de la vida por parte de los padres. Y, en esta gratitud a quien te ha transmitido la vida, hay también un agradecimiento al Padre que está en los cielos.
Hay a veces generaciones de jóvenes que, por complejas razones históricas y culturales, viven más intensamente la necesidad de independizarse de sus padres, casi de «liberarse» del legado de la generación anterior. Es como un momento de adolescencia rebelde. Pero, si después no se recupera el encuentro, si no se logra un nuevo equilibrio fecundo entre las generaciones, se llega a un grave empobrecimiento del pueblo, y la libertad que prevalece en la sociedad es una falsa libertad, que casi siempre se convierte en autoritarismo.
El mismo mensaje nos llega de la exhortación del apóstol Pablo dirigida a Timoteo y, a través de él, a la comunidad cristiana. Jesús no abolió la ley de la familia y la transición entre las generaciones, sino que la llevó a su plenitud. El Señor ha formado una nueva familia, en la que, por encima de los lazos de sangre, prevalece la relación con él y el cumplir la voluntad de Dios Padre. Pero el amor por Jesús y por el Padre eleva el amor a los padres, hermanos y abuelos, renueva las relaciones familiares con la savia del Evangelio y del Espíritu Santo. Y así, san Pablo recomienda a Timoteo, que es Pastor, y por tanto padre de la comunidad, que se respete a los ancianos y a los familiares, y exhorta a que se haga con actitud filial: al anciano «como un padre», a las ancianas «como a madres» (cf. 1 Tm 5,1). El jefe de la comunidad no está exento de esta voluntad de Dios, sino que, por el contrario, la caridad de Cristo le insta a hacerlo con un amor más grande. Como la Virgen María, que aun habiéndose convertido en la Madre del Mesías, se siente impulsada por el amor de Dios, que en ella se está encarnando, a ir de prisa hacia su anciana pariente.
Volvamos, pues, a este «icono» lleno de alegría y de esperanza, lleno de fe, lleno de caridad. Podemos pensar que la Virgen María, estando en la casa de Isabel, habrá oído rezar a ella y a su esposo Zacarías con las palabras del Salmo Responsorial de hoy: «Tú, Dios mío, fuiste mi esperanza y mi confianza, Señor, desde mi juventud... No me rechaces ahora en la vejez, me van faltando las fuerzas, no me abandones... Ahora, en la vejez y en las canas, no me abandones, Dios mío, hasta que describa tu poder, tus hazañas a la nueva generación» (Sal 70,9.5.18). La joven María escuchaba, y lo guardaba todo en su corazón. La sabiduría de Isabel y Zacarías ha enriquecido su ánimo joven; no eran expertos en maternidad y paternidad, porque también para ellos era el primer embarazo, pero eran expertos de la fe, expertos en Dios, expertos en esa esperanza que de él proviene: esto es lo que necesita el mundo en todos los tiempos. María supo escuchar a aquellos padres ancianos y llenos de asombro, hizo acopio de su sabiduría, y ésta fue de gran valor para ella en su camino como mujer, esposa y madre.
Así, la Virgen María nos muestra el camino: el camino del encuentro entre jóvenes y ancianos. El futuro de un pueblo supone necesariamente este encuentro: los jóvenes dan la fuerza para hacer avanzar al pueblo, y los ancianos robustecen esta fuerza con la memoria y la sabiduría popular.

Beatificación de Álvaro del Portillo - Mensaje Papal

Carta del Papa a Mons. Javier Echevarría



Querido hermano:
La beatificación del siervo de Dios Álvaro del Portillo, colaborador fiel y primer sucesor de san Josemaría Escrivá al frente del Opus Dei, representa un momento de especial alegría para todos los fieles de esa Prelatura, así como también para ti, que durante tanto tiempo fuiste testigo de su amor a Dios y a los demás, de su fidelidad a la Iglesia y a su vocación. También yo deseo unirme a vuestra alegría y dar gracias a Dios que embellece el rostro de la Iglesia con la santidad de sus hijos.
Su beatificación tendrá lugar en Madrid, la ciudad en la que nació y en la que transcurrió su infancia y juventud, con una existencia forjada en la sencillez de la vida familiar, en la amistad y el servicio a los demás, como cuando iba a los barrios para ayudar en la formación humana y cristiana de tantas personas necesitadas. Y allí tuvo lugar sobre todo el acontecimiento que selló definitivamente el rumbo de su vida: el encuentro con san Josemaría Escrivá, de quien aprendió a enamorarse cada día más de Cristo. Sí, enamorarse de Cristo. Éste es el camino de santidad que ha de recorrer todo cristiano: dejarse amar por el Señor, abrir el corazón a su amor y permitir que sea él el que guíe nuestra vida.
Me gusta recordar la jaculatoria que el siervo de Dios solía repetir con frecuencia, especialmente en las celebraciones y aniversarios personales: «¡gracias, perdón, ayúdame más!». Son palabras que nos acercan a la realidad de su vida interior y su trato con el Señor, y que pueden ayudarnos también a nosotros a dar un nuevo impulso a nuestra propia vida cristiana.
En primer lugar, gracias. Es la reacción inmediata y espontánea que siente el alma frente a la bondad de Dios. No puede ser de otra manera. Él siempre nos precede. Por mucho que nos esforcemos, su amor siempre llega antes, nos toca y acaricia primero, nos primerea. Álvaro del Portillo era consciente de los muchos dones que Dios le había concedido, y daba gracias a Dios por esa manifestación de amor paterno. Pero no se quedó ahí; el reconocimiento del amor del Señor despertó en su corazón deseos de seguirlo con mayor entrega y generosidad, y a vivir una vida de humilde servicio a los demás. Especialmente destacado era su amor a la Iglesia, esposa de Cristo, a la que sirvió con un corazón despojado de interés mundano, lejos de la discordia, acogedor con todos y buscando siempre lo positivo en los demás, lo que une, lo que construye. Nunca una queja o crítica, ni siquiera en momentos especialmente difíciles, sino que, como había aprendido de san Josemaría, respondía siempre con la oración, el perdón, la comprensión, la caridad sincera.
Perdón. A menudo confesaba que se veía delante de Dios con las manos vacías, incapaz de responder a tanta generosidad. Pero la confesión de la pobreza humana no es fruto de la desesperanza, sino de un confiado abandono en Dios que es Padre. Es abrirse a su misericordia, a su amor capaz de regenerar nuestra vida. Un amor que no humilla, ni hunde en el abismo de la culpa, sino que nos abraza, nos levanta de nuestra postración y nos hace caminar con más determinación y alegría. El siervo de Dios Álvaro sabía de la necesidad que tenemos de la misericordia divina y dedicó muchas energías personales para animar a las personas que trataba a acercarse al sacramento de la confesión, sacramento de la alegría. Qué importante es sentir la ternura del amor de Dios y descubrir que aún hay tiempo para amar.
Ayúdame más. Sí, el Señor no nos abandona nunca, siempre está a nuestro lado, camina con nosotros y cada día espera de nosotros un nuevo amor. Su gracia no nos faltará, y con su ayuda podemos llevar su nombre a todo el mundo. En el corazón del nuevo beato latía el afán de llevar la Buena Nueva a todos los corazones. Así recorrió muchos países fomentando proyectos de evangelización, sin reparar en dificultades, movido por su amor a Dios y a los hermanos. Quien está muy metido en Dios sabe estar muy cerca de los hombres. La primera condición para anunciarles a Cristo es amarlos, porque Cristo ya los ama antes. Hay que salir de nuestros egoísmos y comodidades e ir al encuentro de nuestros hermanos. Allí nos espera el Señor. No podemos quedarnos con la fe para nosotros mismos, es un don que hemos recibido para donarlo y compartirlo con los demás.
¡Gracias, perdón, ayúdame! En estas palabras se expresa la tensión de una existencia centrada en Dios. De alguien que ha sido tocado por el Amor más grande y vive totalmente de ese amor. De alguien que, aun experimentando sus flaquezas y límites humanos, confía en la misericordia del Señor y quiere que todos los hombres, sus hermanos, la experimenten también.
Querido hermano, el beato Álvaro del Portillo nos envía un mensaje muy claro, nos dice que nos fiemos del Señor, que él es nuestro hermano, nuestro amigo que nunca nos defrauda y que siempre está a nuestro lado. Nos anima a no tener miedo de ir a contracorriente y de sufrir por anunciar el Evangelio. Nos enseña además que en la sencillez y cotidianidad de nuestra vida podemos encontrar un camino seguro de santidad.
Pido, por favor, a todos los fieles de la Prelatura, sacerdotes y laicos, así como a todos los que participan en sus actividades, que recen por mí, a la vez que les imparto la Bendición Apostólica.
Que Jesús los bendiga y que la Virgen Santa los cuide.
Fraternalmente, Francisco

Mons. Javier Echevarría en la beatificación de Álvaro del Portillo


Al finalizar esta solemne celebración, deseo manifestar mi más hondo agradecimiento a la Santísima Trinidad por el don que hoy ha hecho a toda la Iglesia. La elevación a los altares de don Álvaro del Portillo, sucesor de san Josemaría Escrivá de Balaguer, nos recuerda de nuevo la llamada universal a la santidad, proclamada con gran fuerza por el Concilio Vaticano II. La trayectoria terrena del beato Álvaro nos muestra que el cumplimiento cabal de los propios deberes marca el camino de la santificación personal, la senda que conduce a la plena unión con Dios, a la que todos debemos aspirar.
Doy gracias también a la Santísima Virgen, de cuya mediación materna nos llegan todos los dones del Cielo. Ruego a la Madre de Dios y Madre nuestra que siga intercediendo por todos, por cada una y por cada uno, para que recorramos hasta el final nuestra senda de santificación. Le suplicamos de modo particular por las hermanas y los hermanos nuestros que, en diversas partes del mundo, sufren persecución e incluso martirio a causa de la fe.
Mi gratitud se dirige también al Santo Padre Francisco por su paternal mensaje, por su cercanía y por sus claros consejos para la lucha espiritual de los cristianos. Con honda gratitud me dirijo al Cardenal Angelo Amato, Prefecto de la Congregación de las Causas de los Santos, que, en nombre del Papa, con tanta dignidad y afecto ha procedido a la beatificación. Pido a todos que este agradecimiento se manifieste en una oración diaria, constante, esforzada, por la Persona y las intenciones del Romano Pontífice, por los Obispos y sacerdotes. Tengamos muy presente la inminente Asamblea del Sínodo de los Obispos. Supliquemos al Espíritu Santo que ilumine a los Padres sinodales en sus reflexiones, para el bien de la Iglesia y de las almas.
Me considero deudor de especial agradecimiento a Benedicto XVI, que abrió el camino de esta beatificación con el reconocimiento de las virtudes heroicas de don Álvaro; también al Cardenal Antonio María Rouco, Arzobispo de Madrid, que con tanto interés ha seguido el iter de la Causa a lo largo de estos años. Agradezco, en fin la presencia de tantos Cardenales, Obispos y sacerdotes. Para todos, la beatificación de don Álvaro del Portillo tiene un significado especial por la fidelidad con que vivió su servicio directo de la Iglesia, a lo largo de muchos años. No olvido, además, que es uno de los colaboradores del Papa en la Curia Romana que, habiendo participado activamente en el Concilio Vaticano II, ha sido declarado Beato.
Imagino la alegría —parte de la gloria accidental— que tendrán en el Cielo los santos Pontífices Juan XXIII y Juan Pablo II, y el próximo beato Pablo VI, a quienes don Álvaro sirvió con fidelidad plena y trató con afecto filial. Y me agrada muy de veras pensar especialmente en el gozo de san Josemaría Escrivá de Balaguer, al ver que este hijo suyo fidelísimo ha sido propuesto como intercesor y ejemplo a todos los fieles.
Doy las más expresivas gracias a los componentes del coro y de la orquesta, que nos han ayudado a vivir más a fondo la sagrada liturgia, y a todos los presentes: con vuestras respuestas y vuestros cantos habéis entonado una magnífica sinfonía dirigida al Cielo.
Nunca acabaría de manifestar mi gratitud a quienes ha dedicado horas y horas de trabajo alegre para preparar la celebración. Un agradecimiento particular para los profesionales de los medios de comunicación, que han hecho posible que tantas personas en todo el mundo hayan podido participar desde sus países en esta ceremonia.
Gracias también muy especialmente a los que han preparado —con su oración y su sacrificio— los abundantes frutos espirituales de estos días. Concretamente a los enfermos y a quienes, por diversos motivos, no han podido acompañarnos físicamente. Sin embargo, espiritualmente, han estado muy unidos a nosotros, con el ofrecimiento de sus enfermedades o de sus ocupaciones. A todos, ¡muchas gracias! Y que el ejemplo y la intercesión del nuevo beato nos impulsen a recorrer sin tregua, llenos de la alegría cristiana, la senda de la santidad.

El cardenal Rouco en la ceremonia de beatificación de Mons. Álvaro del Portillo


Al concluir esta solemne ceremonia de beatificación, doy gracias a Dios por cuantas maravillas ha hecho en la persona del beato Álvaro del Portillo y, a través de su fidelidad, en la de tantos hombres y mujeres de todo el mundo.
Mi gratitud se dirige también al Santo Padre Francisco, que quiso que la beatificación se celebrara en esta querida Archidiócesis de Madrid, pues me atrevería a decir que el beato del Portillo, nacido aquí, es particularmente nuestro, y que nos bendice especialmente desde el cielo: y porque tenía esas raíces profundas, pudo y supo ser ciudadano del mundo, de esos cinco continentes a donde viajó; maravillosamente representados en esta asamblea orante.
En esta ciudad el nuevo beato recibió el Bautismo y la Confirmación, e hizo la Primera Comunión, y, gracias también a la educación recibida en su familia y en el colegio, creció desde joven en su amor a Jesucristo. Cursó en Madrid la carrera de ingeniero de caminos, siendo a la vez evangelizador de los más pobres en las chabolas de aquella ciudad Capital de España en un proceso de expansión urbana y demográfica incesante en el que se reflejaban los graves problemas sociales, humanos y religiosos de una época -la primera mitad del siglo XX- de la historia española y europea, especialmente dramática.
Siempre en Madrid, en plena juventud, y tras conocer a san Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei, el beato Álvaro secundó con prontitud la llamada que Dios le dirigía a buscar la santidad en Medio del mundo a través de la santificación del trabajo profesional y la dedicación al apostolado.
También en nuestra ciudad, y en los convulsos años de la Guerra Civil, tuvo ocasión de dar testimonio de su amor y fidelidad a Cristo, tanto en una difícil y arriesgada labor de catequesis como en los meses que pasó encarcelado. En 1944, el beato Álvaro del Portillo recibió la ordenación presbiteral de manos de mi predecesor, Mons. Leopoldo Eijo y Garay.
La Iglesia particular de Madrid es sensible a las necesidades de la Iglesia universal. Aunque el beato Álvaro marchara a Roma en 1946, no por esto dejamos de considerarlo madrileño. Como Iglesia diocesana nos enorgullecemos de su fiel ayuda a san Josemaría en la difusión del mensaje del Opus Dei por todo el mundo y de su contribución al Concilio Vaticano II. También de su ejemplar talento en suceder con humildad y fidelidad al Fundador, y de su ejercicio del ministerio episcopal en unión con el Sucesor de Pedro y con el colegio episcopal.
Esta ceremonia en la que se han reunido personas del mundo entero, me trae el recuerdo de otra celebración festiva y universal de la Jornada Mundial de la Juventud en Madrid que supuso una lluvia de gracias para todos y de modo particular para nuestra ciudad. En aquellos días de agosto de 2012, presididos por el Papa Benedicto XVI, estaríais muchos de los presentes, acompañados también por el coro que hoy ha actuado.
La huella del nuevo beato está muy presente en Madrid. No sólo ni principalmente por razones históricas. Lo está también por la influencia que su vida y escritos obran en los corazones de tantos fieles de esta Archidiócesis. Y por el bien espiritual y social que hacen tantas iniciativas que a él deben su primera inspiración. ¡Que la intercesión del beato Álvaro del Portillo siga protegiéndolas!
Quiero recordar que, en el trato personal que tuve con el beato Álvaro, por ejemplo con ocasión del Sínodo de Obispos de 1990, percibí cuánto destacaban su bondad, su serenidad y su buen humor. “En la Comunión de la Iglesia”: sí, el beato Álvaro me recuerda mi lema episcopal, “In Ecclesiae Communione”. Amaba a la Iglesia y por esto era hombre de comunión, de unión, de amor.
Pido a la Santísima Virgen de la Almudena que también nosotros, como fieles anunciadores del Evangelio, sepamos corresponder a la llamada del Señor para servir a los hombres y mujeres de nuestro tiempo.

Homilía del Cardenal Angelo Amato en la Misa beatificación Álvaro del Portillo


1. «Pastor según el corazón de Cristo, celoso ministro de la Iglesia». Este es el retrato que el Papa Francisco ofrece del Beato Álvaro del Portillo, pastor bueno, que, como Jesús, conoce y ama a sus ovejas, conduce al redil las que se han perdido, venda las heridas de las enfermas y ofrece la vida por ellas.
El nuevo Beato fue llamado desde joven a seguir a Cristo, para ser después un diligente ministro de la Iglesia y proclamar en todo el mundo la gloriosa riqueza de su misterio salvífico: «Nosotros anunciamos a ese Cristo; amonestamos a todos, enseñamos a todos, con todos los recursos de la sabiduría, para presentarlos a todos perfectos en Cristo. Por este motivo lucho denodadamente con su fuerza, que actúa poderosamente en mí». Y este anuncio de Cristo Salvador lo realizó con absoluta fidelidad a la cruz y, al mismo tiempo, con una ejemplar alegría evangélica en las dificultades. Por eso, la Liturgia le aplica hoy las palabras del Apóstol: «Ahora me alegro de mis sufrimientos por vosotros: así completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, en favor de su cuerpo que es la Iglesia».
La serena felicidad ante el dolor y el sufrimiento, es una característica de los Santos. Por lo demás, las bienaventuranzas –también aquellas más arduas como las persecuciones– no son sino un himno a la alegría.
2. Son muchas las virtudes –como la fe, la esperanza y la caridad– que el Beato Álvaro vivió de modo heroico. Practicó estos hábitos virtuosos a la luz de las bienaventuranzas de la mansedumbre, de la misericordia, de la pureza de corazón. Los testimonios son unánimes. Además de destacar por la total sintonía espiritual y apostólica con el santo Fundador, se distinguió también como una figura de gran humanidad.
Los testigos afirman que, desde niño, Álvaro era un «un chico de carácter muy alegre y muy estudioso, que nunca dio problemas»; «era cariñoso, sencillo, alegre, responsable, bueno...».
Heredó de su madre, doña Clementina, una serenidad proverbial, la delicadeza, la sonrisa, la comprensión, el hablar bien de los demás y la ponderación al juzgar. Era un auténtico caballero. No era locuaz. Su formación como ingeniero le confirió rigor mental, concisión y precisión para ir en seguida al núcleo de los problemas y resolverlos. Inspiraba respeto y admiración.
3. Su delicadeza en el trato iba unida a una riqueza espiritual excepcional, en la que destacaba la gracia de la unidad entre vida interior y afán apostólico infatigable. El escritor Salvador Bernal afirma que transformó en poesía la prosa humilde del trabajo diario.
Era un ejemplo vivo de fidelidad al Evangelio, a la Iglesia, al Magisterio del Papa. Siempre que acudía a la basílica de San Pedro en Roma, solía recitar el Credo ante la tumba del Apóstol y una Salve ante la imagen de Santa María, Mater Ecclesiae.
Huía de todo personalismo, porque transmitía la verdad del Evangelio y la integridad de la tradición, no sus propias opiniones. La piedad eucarística, la devoción mariana y la veneración por los Santos nutrían su vida espiritual. Mantenía viva la presencia de Dios con frecuentes jaculatorias y oraciones vocales. Entre las más habituales estaban: Cor Iesu Sacratissimum et Misericors, dona nobis pacem!, y Cor Mariae Dulcissimum, iter para tutum; así como la invocación mariana: Santa María, Esperanza nuestra, Esclava del Señor, Asiento de la Sabiduría.
4. Un momento decisivo de su vida fue la llamada al Opus Dei. A los 21 (veintiún) años, en 1935 (mil novecientos treinta y cinco), después de encontrar a San Josemaría Escrivá de Balaguer –que entonces era un joven sacerdote de 33 (treinta y tres) años–, respondió generosamente a la llamada del Señor a la santidad y al apostolado.
Tenía un profundo sentido de comunión filial, afectiva y efectiva con el Santo Padre. Acogía su magisterio con gratitud y lo daba a conocer a todos los fieles del Opus Dei. En los últimos años de su vida, besaba a menudo el anillo de Prelado que le había regalado el Papa para reafirmarse en su plena adhesión a los deseos del Romano Pontífice. En particular, secundaba sus peticiones de oración y ayuno por la paz, por la unidad de los cristianos, por la evangelización de Europa.
Destacaba por la prudencia y rectitud al valorar los sucesos y las personas; la justicia para respetar el honor y la libertad de los demás; la fortaleza para resistir las contrariedades físicas o morales; la templanza, vivida como sobriedad, mortificación interior y exterior. El Beato Álvaro transmitía el buen olor de Cristo –bonus odor Christi–, que es el aroma de la auténtica santidad.
5. Sin embargo, hay una virtud que Monseñor Álvaro del Portillo vivió de modo especialmente extraordinario, considerándola un instrumento indispensable para la santidad y el apostolado: la virtud de la humildad, que es imitación e identificación con Cristo, manso y humilde de corazón. Amaba la vida oculta de Jesús y no despreciaba los gestos sencillos de devoción popular, como, por ejemplo, subir de rodillas la Scala Santa en Roma. A un fiel de la Prelatura, que había visitado ese mismo lugar pero que había subido a pie la Scala Santa, porque –así se lo comentó– se consideraba un cristiano maduro y bien formado, el Beato Álvaro le respondió con una sonrisa, y añadió que él la había subido de rodillas, a pesar de que el ambiente estaba algo cargado por la multitud de personas y la escasa ventilación. Fue una gran lección de sencillez y de piedad.
Monseñor del Portillo estaba, de hecho, beneficiosamente “contagiado” por el comportamiento de Nuestro Señor Jesucristo, que no vino a ser servido, sino a servir. Por eso, rezaba y meditaba con frecuencia el himno eucarístico Adoro Te devote, latens deitas. Del mismo modo, consideraba la vida de María, la humilde esclava del Señor. A veces recordaba una frase de Cervantes, de las Novelas Ejemplares: «sin humildad, no hay virtud que lo sea». Y a menudo recitaba una jaculatoria frecuente entre los fieles de la Obra: «Cor contritum et humiliatum, Deus, non despicies»; no despreciarás, oh Dios, un corazón contrito y humillado.
Para él, como para San Agustín, la humildad era el hogar de la caridad. Repetía un consejo que solía dar el Fundador del Opus Dei, citando unas palabras de San José de Calasanz: «Si quieres ser santo, sé humilde; si quieres ser más santo, sé más humilde; si quieres ser muy santo, sé muy humilde». Tampoco olvidaba que un burro fue el trono de Jesús en la entrada a Jerusalén. Incluso sus compañeros de estudios, además de destacar su extraordinaria inteligencia, subrayan su sencillez, la inocencia serena de quien no se considera mejor que los demás. Pensaba que su peor enemigo era la soberbia. Un testigo asegura que era “la humildad en persona”.
Su humildad no era áspera, llamativa, exasperada; sino cariñosa, alegre. Su alegría derivaba de la convicción de su escasa valía personal. A principios de 1994, el último año de su vida en la tierra, en una reunión con sus hijas, dijo: «os lo digo a vosotras, y me lo digo a mí mismo. Tenemos que luchar toda la vida para llegar a ser humildes. Tenemos la escuela maravillosa de humildad del Señor, de la Santísima Virgen y de San José. Vamos a aprender. Vamos a luchar contra el proprio yo que está costantemente alzándose como una víbora, para morder. Pero estamos seguros si estamos cerca de Jesús, que es del linaje de María, y es el que aplastará la cabeza de la serpiente».
Para don Álvaro, la humildad era «la llave que abre la puerta para entrar en la casa de la santidad», mientras que la soberbia constituía el mayor obstáculo para ver y amar a Dios. Decía: «la humildad nos arranca la careta de cartón, ridícula, que llevan las personas presuntuosas, pagadas de sí mismas». La humildad es el reconocimiento de nuestras limitaciones, pero también de nuestra dignidad de hijos de Dios. El mejor elogio de su humildad lo expresó una mujer del Opus Dei, después del fallecimiento del Fundador: «el que ha muerto ha sido don Álvaro, porque nuestro Padre sigue vivo en su sucesor».
Un cardenal atestigua que cuando leyó sobre la humildad en la Regla de San Benito o en losEjercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola, le parecía contemplar un ideal altísimo, pero inalcanzable para el ser humano. Pero cuando conoció y trató al Beato Álvaro entendió que era posible vivir la humildad de modo total.
6. Se pueden aplicar al Beato las palabras que el Cardenal Ratzinger pronunció en 2002, con ocasión de la canonización del Fundador del Opus Dei. Hablando de la virtud heroica, el entonces Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe dijo: «Virtud heroica no significa exactamente que uno ha llevado a cabo grandes cosas por sí mismo, sino que en su vida aparecen realidades que no ha hecho él, porque él se ha mostrado transparente y disponible para que Dios actuara [...]. Esto es la santidad».
Este es el mensaje que nos entrega hoy el Beato Álvaro del Portillo, «pastor según el corazón de Jesús, celoso ministro de la Iglesia». Nos invita a ser santos como él, viviendo una santidad amable, misericordiosa, afable, mansa y humilde.
La Iglesia y el mundo necesitan del gran espectáculo de la santidad, para purificar, con su aroma agradable, los miasmas de los muchos vicios alardeados con arrogante insistencia.
Ahora más que nunca necesitamos una ecología de la santidad, para contrarrestar la contaminación de la inmoralidad y de la corrupción. Los santos nos invitan a introducir en el seno de la Iglesia y de la sociedad el aire puro de la gracia de Dios, que renueva la faz de la tierra.
Que María Auxiliadora de los Cristianos y Madre de los Santos, nos ayude y nos proteja.
Beato Álvaro del Portillo, ruega por nosotros. Amén.

9/26/14

LLAMAR A LAS COSAS POR SU NOMBRE

Un verdadero reto para los católicos

Mons. Juan Antonio Reig Pla
Obispo de Alcalá de Henares



1. El Presidente del Gobierno de España y del Partido Popular ha confirmado la retirada de la reforma de la ley del abortoque pretendía “limitar” cuantitativamente el “holocausto silencioso” que se está produciendo. Mantener el derecho al aborto quiebra y deslegitima el supuesto estado de derecho convirtiéndolo, en nombre de la democracia, en una dictadura que aplasta a los más débiles. Ninguna ley del aborto es buena. La muerte de un solo inocente es un horror, pero “parecía” que “algo” estaba cambiando en las conciencias de algunos políticos relevantes respecto del crimen abominable del aborto(Cf. Concilio Vaticano II, Gaudium et spes, 51).

Dicho esto conviene denunciar, con todo respeto a su persona, que el Presidente del Gobierno ha actuado con deslealtad respecto a su electorado al no cumplir su palabra en esta materia, explicitada en su programa electoral; también ha actuado con insensatez pues ha afirmado que lo sensato es mantener el “derecho al aborto”, es decir, el derecho a matar a un inocente no-nacido, el crimen más execrable. Además ha faltado a la verdad, pues su partido tiene mayoría absoluta en el Parlamento y, sin embargo, afirma que no hay consenso, algo que no ha aplicado a otras leyes o reformas infinitamente menos importantes.

Ha llegado el momento de decir, con voz sosegada pero clara, que el Partido Popular es liberal, informado ideológicamente por el feminismo radical y la ideología de género, e “infectado” como el resto de los partidos políticos y sindicatos mayoritarios, por el lobby LGBTQ; siervos todos, a su vez, de instituciones internacionales (públicas y privadas) para la promoción de la llamada “gobernanza global” al servicio del imperialismo transnacional neocapitalista, que ha presionado fuerte para que España no sea ejemplo para Iberoamérica y para Europa de lo que ellos consideran un “retroceso” inadmisible en materia abortista.

2. Respecto al Jefe de la Oposición en el Parlamento, también con todo respeto a su persona, hay que afirmar que se ha mostrado falto de rigor intelectual y con un déficit de sensibilidad ante la dignidad de la vida humana. Es asombroso comprobar cómo telefonea a un programa de televisión para denunciar la violencia contra los animales, y, sin embargo, olvida la violencia criminal contra dos millones de niños abortados: decapitados, troceados, envenenados, quemados… Desde la lógica del horror el Secretario General del PSOE ensalzó en la Estación de Atocha de Madrid el mal llamado “tren de la libertad” en el que algunas mujeres reclamaban “el derecho a decidir matar inocentes”; este tren, como los trenes de Auschwitz que conducían a un campo de muerte, debería llamarse, no el “tren de la libertad” sino, el “tren de la muerte”, del “holocausto” más infame: la muerte directa y deliberada de niños inocentes no-nacidos.

3. Como es verificable, el Partido Popular con esta decisión, se suma al resto de los partidos políticos que, además de promover el aborto, lo consideran un derecho de la mujer: una diabólica síntesis de individualismo liberal y marxismo. Dicho de otra manera, a fecha de hoy ‒ y sin juzgar a las personas ‒, los partidos políticos mayoritarios se han constituido en verdaderas “estructuras de pecado” (Cf. San Juan Pablo II, Encíclicas Sollicitudo rei socialis, 36-40 y Evangelium vitae, 24).

4. En el orden cultural, y bajo la presión del feminismo radical, se ha trasladado el punto de mira del aborto; se ha deslizado desde el tratamiento como un crimen (No matarás) a la consideración de la mujer como víctima. Es verdad que la mujer es también víctima, abandonada en muchas ocasiones ‒ cuando no presionada para que aborte ‒, por el padre de su hijo, por su entorno personal y laboral y por la sociedad; también es cierto que sufre con frecuencia el síndrome post-aborto, etc.; pero, si bien algunas circunstancias puede disminuir la imputabilidad de tan gravísimo acto, no justifican jamás moralmente la decisión de matar al hijo por nacer. Esto hay que denunciarlo al tiempo que hay que acompañar con misericordia  y «adecuadamente a las mujeres que se encuentran en situaciones muy duras, donde el aborto se les presenta como una rápida solución a sus profundas angustias» (Papa Francisco, Evangelii gaudium, 214).

Pero, como digo, lo específico del aborto es que se trata de un crimen abominable: «el que mata y los que cooperan voluntariamente con él cometen un pecado que clama venganza al cielo (Cf. Gn 4, 10)» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2268). No se puede justificar, apelando a la libertad, lo que de sí es una acción criminal que mata a un inocente, corrompe a la mujer, a quienes practican el aborto, a quienes inducen al mismo y a quienes, pudiendo con medios legítimos, no hacen nada para evitarlo. La Iglesia Católica, Madre y Maestra, en orden a proteger al inocente no-nacido e iluminar las conciencias oscurecidas «sanciona con pena canónica de excomunión este delito contra la vida humana. “Quien procura el aborto, si éste se produce, incurre en excomunión latae sententiae” (CIC can. 1398), es decir, “de modo que incurre ipso facto en ella quien comete el delito” (CIC can. 1314), en las condiciones previstas por el Derecho (Cf. CIC can. 1323-1324). Con esto la Iglesia no pretende restringir el ámbito de la misericordia; lo que hace es manifestar la gravedad del crimen cometido, el daño irreparable causado al inocente a quien se da muerte, a sus padres y a toda la sociedad» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2272). Es necesario evidenciar que nos encontramos ante una verdaderacrisis de civilización.

5. Por otra parte, diré más: se debe aclarar que no es justificable moralmente la postura de los católicos que han colaborado con el Partido Popular en la promoción de la reforma de la ley del aborto a la que ahora se renuncia. La Encíclica Evangelium vitae del Papa San Juan Pablo II no prevé la posibilidad de colaboración formal con el mal (ni mayor ni menor); no hay que confundir colaborar formalmente con el mal (ni siquiera el menor) con permitir ‒ si se dan las condiciones morales precisas ‒ el mal menor. Dicha Encíclica (n. 73) lo que afirma es: «un problema concreto de conciencia podría darse en los casos en que un voto parlamentario resultase determinante para favorecer una ley más restrictiva, es decir, dirigida a restringir el número de abortos autorizados, como alternativa a otra ley más permisiva ya en vigor o en fase de votación. […] En el caso expuesto, cuando no sea posible evitar o abrogar completamente una ley abortista, un parlamentario, cuya absoluta oposición personal al aborto sea clara y notoria a todos, puede lícitamente ofrecer su apoyo a propuestas encaminadas a limitar los daños de esa ley y disminuir así los efectos negativos en el ámbito de la cultura y de la moralidad pública. En efecto, obrando de este modo no se presta una colaboración ilícita a una ley injusta; antes bien se realiza un intento legítimo y obligado de limitar sus aspectos inicuos».

6. Con afecto hacia las personas y con dolor, también debo decir que, en ocasiones, algunas instancias de la Iglesia Católica que camina en España no han propiciado, más bien han obstaculizado, la posibilidad de que aparezcan nuevos partidos o plataformas que defiendan sin fisuras el derecho a la vida, el matrimonio indisoluble entre un solo hombre y una sola mujer, la libertad religiosa y de educación, la justicia social y la atención a los empobrecidos y a los que más sufren: en definitiva la Doctrina Social de la Iglesia. Gracias a Dios el Papa Francisco ha sido muy claro respecto del aborto en su Exhortación Apostólica Evangelii gaudium (nn. 213 y 214).

7. Como en tantas otras ocasiones de nuestra historia, es momento de apelar a la conciencia de los católicos españoles. Ante nosotros, tal vez, se abre la posibilidad de “un nuevo inicio” y en todo caso un amplio abanico de acciones simultáneas, entre las que quiero destacar:

a) Hay que mantener firme el propósito de la evangelización, de la gestación de nuevos cristianos y de la atención en nuestros “hospitales de campaña” (Cáritas, Centros de Orientación Familiar, etc.) de tantas personas heridas (física, psíquica y espiritualmente) que esperan nuestro amor, nuestra misericordia y nuestra ayuda, siempre desde la verdad.

b) Insistir en la educación sexual y en la responsabilidad de las relaciones sexuales, es decir, educar para el amor.

c)  Insistir en la abolición total de toda ley que permita el aborto provocado directo y promover la aprobación de leyes que protejan al no-nacido, la maternidad y las familias.

d) Suscitar una respuesta civil organizada y capaz de movilizar las conciencias.

e) Hacer una llamada a promover iniciativas políticas que hagan suya, integralmente, la Doctrina Social de la Iglesia.

f) Estudiar por enésima vez la posibilidad de regenerar los partidos políticos mayoritarios, aunque hasta ahora estos intentos han sido siempre improductivos.

8.  El camino va a ser largo y difícil, ya sucedió con la abolición de la esclavitud. La maduración de las conciencias no es empresa fácil, pero nuestro horizonte, por la gracia de Dios, es el de la victoria del bien. Este es tiempo de conversión. Así pues, todos (mujeres y varones, profesionales de la sanidad y de los medios de comunicación, gobernantes, legisladores, jueces, fuerzas y cuerpos de seguridad, pastores y fieles, etc.) estamos obligados en conciencia a trabajar y defender con todos los medios legítimos “toda la vida” de “toda vida humana”, desde la concepción y hasta la muerte natural, empezando por los no-nacidos y sus madres; si no lo hacemos, la historia nos lo recriminará, las generaciones venideras nos lo reprocharán y, lo que es definitivo, Dios, el día del Juicio, nos lo reclamará: era pequeño, estaba desnudo e indefenso y no me acogisteis (Cf. Mt 25, 41-46). 

'Los cristianos vanidosos son como una pompa de jabón'

El Papa ayer en Santa Marta


Guardémonos de la vanidad que nos aleja de la verdad y nos hace parecer una pompa de jabón. Con estas palabras el papa Francisco ha advertido a los fieles presentes esta mañana en la misa de la Casa Santa Marta. En su homilía, partiendo de la cita del Libro de Eclesiastés de la Primera Lectura, el Santo Padre ha destacado que, también cuando hacen el bien, los cristianos deben rechazar la tentación de aparentar, de dejarse ver. 
Si tú no eres consistente, también pasarás como todas los cosas. El Pontífice se ha inspirado en el Libro de Eclesiastés para detenerse en la vanidad. Una tentación, ha observado, que no es sólo para los paganos, sino también para los cristianos, para las personas de fe. Jesús, ha recordado, reprendía mucho a los que se envanecían. A los doctores de la ley, ha añadido, decía que no debían pasearse por las plazas con vestidos lujosos, como príncipes. Cuando rezas, advertía el Señor, por favor no te dejes ver, no reces para que te vean, reza a escondidas, en tu cuarto. Lo mismo, ha afirmado el Papa, se debe hacer cuando se ayuda a los pobres: No hagas sonar la trompeta, hazlo a escondidas. El Padre lo ve, es suficiente:
Pero el vanidoso dice: Mira, yo doy esta ofrenda para las obras de la Iglesia y muestra el cheque, pero luego engaña a la Iglesia por otro lado. Esto hace el vanidoso: vive para aparentar. Cuando tu ayunas --dice el Señor a estos-- por favor, no te hagas el melancólico, el triste, para que todos se den cuenta de que estás ayunando; no, ayuna con alegría; haz penitencia con alegría, para que nadie se dé cuenta. Y la vanidad es así: es vivir para aparentar, para dejarse ver.
Los cristianos que viven así --ha proseguido-- para aparentar, por la vanidad, parecen pavos reales, se pavonean. Hay quien dice, yo soy cristiano, yo soy pariente de ese sacerdote, de esa religiosa, de tal obispo, mi familia es una familia cristiana. Se envanecen. Pero --ha preguntado el Santo Padre-- ¿y tu vida con el Señor?¿Cómo rezas? ¿y tu vida en las obras de misericordia? ¿Visitas a los enfermos? La realidad. Y por eso Jesús, ha añadido, nos dice que debemos construir nuestra casa, es decir nuestra vida cristiana, sobre la roca, sobre la verdad. Sin embargo, esta ha sido su advertencia, los vanidosos construyen la casa sobre la arena y esa casa se cae, esa vida cristiana se cae, resbala, porque no es capaz de resistir las tentaciones:
¡Cuántos cristianos viven para aparentar. Su vida parece una pompa de jabón. ¡Es bonita como una pompa de jabón! ¡Tiene todos los colores! Pero dura un segundo ¿y luego qué? También cuando miramos algunos monumentos fúnebres, pensamos que es vanidad, porque la verdad es volver a la tierra desnuda, como decía el Siervo de Dios Pablo VI. Nos espera la tierra desnuda, esa es nuestra verdad final. Mientras tanto, ¿me envanezco o hago algo? ¿Hago el bien? ¿Busco a Dios? ¿Rezo? Las cosas consistentes. Y la vanidad es mentirosa, es fantasiosa, se engaña a sí misma, engaña al vanidoso, porque antes finge ser, pero al final cree ser eso, lo cree. Lo cree. ¡Pobrecillo!.
Y esto, ha subrayado, es lo que le sucedía a Herodes el tetrarca, que, como narra el Evangelio de hoy, se preguntaba con insistencia sobre la identidad de Jesús. La vanidad --ha dicho el Pontefíce-- siembra inquietudes malas, quita la paz. Es como esas personas que se maquillan demasiado y después tienen miedo de que llueva y el maquillaje se caiga. No nos da la paz la vanidad --ha reiterado-- solo la verdad nos da la paz. Francisco ha insistido que la única roca sobre la que podemos edificar nuestra vida es Jesús. Pensemos --ha afirmado-- en esta propuesta del diablo, del demonio, también ha tentado a Jesús con la vanidad en el desierto diciéndole: Ven conmigo, vayamos al templo, hagamos el espectáculo; tú te tiras y todos creerán en ti. El demonio había presentado a Jesús la vanidad en una bandeja. La vanidad, ha asegurado el Papa, es una enfermedad espiritual muy grave:
Los Padres egipcios del desierto decían que la vanidad es una tentación contra la que debemos luchar toda la vida, porque siempre vuelve para quitarnos la verdad. Y para hacer que comprendieran esto decían: es como la cebolla, la coges y le vas quitando hojas --a la cebolla-- hoy le quitas una hoja a la vanidad, otra poca vanidad mañana, y te pasas toda la vida quitando hojas a la vanidad para poder vencerla. Y al final estás contento: me he quitado la vanidad, he quitado las hojas de la cebolla, pero te queda el olor en la mano. Pidamos al Señor la gracia de nos ser vanidosos, de ser verdaderos, con la verdad de la realidad y del Evangelio.

9/25/14

El sentido de una Beatificación

Ernesto Juliá

 
Hace ya un buen número de siglos que la Iglesia Católica hace pública la vida cristiana fiel y profundamente vivida de muchos hijos y de muchas hijas suyas. La hace pública y la proclama a los cuatro vientos con las Beatificaciones y las Canonizaciones de esas personas
Los Santos y las Santas, las Beatas y los Beatos, más que modelos de conducta, que también lo pueden ser en algunos casos y para algunas personas, son una manifestación clara de tres grandes Verdades que la Iglesia no deja jamás de proclamar.
La primera: la presencia viva de Cristo en la vida de esos hombres y mujeres. El santo no es una persona que hace cosas maravillosas con sus fuerzas, con la dureza de su carácter, con su empeño a prueba de todas las dificultades. Es una persona que es consciente de que Cristo vive en él, por la recepción de los Sacramentos y la acción de la Gracia, y que él, siendo dócil a las luces de Cristo, anhela llegar a ser un buen instrumento en las manos de Dios para dar testimonio de la Verdad.
Es la presencia de Cristo en el alma de los mártires; de los matrimonios fieles hasta la muerte, en las “alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad”; de los que dan su vida por los demás cuidando enfermos; de los que trabajan en las tareas cotidianas con espíritu de servicio, etc., etc.
La segunda: que Cristo sigue vivo y actuando en la historia de los hombres, no sólo en la vida de esas personas. Ni los santos ni los beatos están aislados, y tampoco en medio de los desiertos. Su presencia, su testimonio está injertado en la corriente de vida y de civilización que vivimos todos los hombres. Y a todos alcanza.
En no pocas ocasiones, el Señor actúa directamente por cauces, y en momentos, que los hombres apenas vislumbramos y que jamás descubriremos del todo. La mayoría de las veces, sin embargo, Dios actúa en el curso de civilizaciones y de culturas por la presencia de una serie de personas a las que da la Gracia, y les mueve a actuar, porque son “mansos y humildes de corazón”, y dejan hacer a Dios.
¿Quién puede medir la influencia de la vida y escritos de santa Teresa, de san Juan de la Cruz, de san Bernardo, de san Juan Pablo II, de san Josemaría Escrivá, de santa Teresa Benedicta de la Cruz; desan Agustín; de la Beata Teresa de Calcuta; de los mártires coreanos; de los mártires sudvietnamitas; de los mártires romanos, españoles?
La tercera: la afirmación neta de la Vida Eterna. La Iglesia tiene la gran misión de caminar con todos los hombres, de todos los tiempos, de todas las civilizaciones, en sus avatares terrenos y abrirles los horizontes de la Vida Eterna. Toda la vida de la Iglesia es un anuncio constante de la Resurrección de Cristo, de la resurrección de la carne, de la resurrección de los muertos. No deja de recordarlo a todos los caminantes en este mundo, al hablarles del Cielo y del Infierno, animarles a seguir el camino con Jesucristo en la tierra, hasta el Cielo.
Los Santos, los Beatos son personas que han creído firmemente en estas tres grandes Verdades: Cristo, Hijo de Dios hecho hombre; Cristo presente en los Sacramento y Vida de cada fiel, de la Iglesia; y la Vida Eterna, viviendo ellos con Cristo en la tierra han anhelado seguir viviendo con Jesucristo Resucitado en el Cielo.
Álvaro del Portillo, que será beatificado el sábado 27 de septiembre, ha sido uno de estos hombres. Un hombre “manso y humilde de corazón” que ha servido toda su vida a Dios, en fidelidad a la Iglesia, en obediencia al Papa −a los cinco Papas que trató a lo largo de su vida: Pío XIIsan Juan XXIIIPablo VI,Juan Pablo Isan Juan Pablo II.
Y vivió si fidelidad a Jesucristo, a la Iglesia, siendo fiel al espíritu que Dios encargó a san Josemaría Escrivá para que lo anunciase −con ocasión y sin ella− en la Iglesia, en el Mundo: un mensaje de Paternidad divina; de filiación divina de todos los hombres, llamados a ser hijos de Dios en Cristo Jesús; de llamada universal a la
“Varón fiel será alabado”, dice la Escritura. En la Beatificación, la Iglesia alaba a Álvaro del Portillo, un hijo fiel.