6/28/15

¿Creo que Jesús me puede sanar?

El Papa en el Ángelus


                      

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de hoy presenta la historia de la resurrección de una niña de doce años, hija de uno de los jefes de la sinagoga, el cual se postra a los pies de Jesús y le suplica: “Mi niña está en las últimas; ven, pon las manos sobre ella, para que se cure y viva” (Mc 5,23). En esta oración escuchamos la preocupación de todo padre por la vida y por el bien de sus hijos. Pero escuchamos también la gran fe que ese hombre tiene en Jesús. Y cuando llega la noticia de que la niña está muerta, Jesús le dice: “No temas; basta que tengas fe” (v.36). Da aliento esta palabra de Jesús, y también nos lo dice a nosotros muchas veces. ‘No temas, basta que tengas fe’. Al entrar en la casa, el Señor echa a la gente que llora y grita y se dirige a la niña muerta diciendo: “Niña, yo te digo: ¡álzate!” (v.41). Y en seguida la niña se alzó y se puso a caminar. Aquí se ve el poder absoluto de Jesús sobre la muerte que para Él es como un sueño del cual poder despertarse. Jesús ha vencido a la muerte, también tiene poder sobre la muerte física.
Dentro de esta historia, el Evangelista introduce otro episodio: la sanación de una mujer que desde hace doce años sufría pérdidas de sangre. A causa de esta enfermedad que, según la cultura del tiempo la hacía “impura”, ella debía evitar todo contacto humano: pobrecilla, estaba condenada a una muerte civil. Esta mujer anónima, en medio de la multitud que sigue a Jesús, se dice a sí misma: “Si logro tan solo tocarle sus vestidos, seré salvada” (v.28).  Y así fue: la necesidad de ser liberada la empuja a osar y la fe “arranca”, por así decir, al Señor la sanación. Quien cree “toca” a Jesús y espera de Él la Gracia que salva.  La fe es esto, tocar a Jesús y esperar de él la Gracia que salva, nos salva, nos salva la vida espiritual, nos salva de tantos problemas. Jesús se da cuenta y, en medio de la gente, busca el rostro de esa mujer. Ella se adelanta temblando y Él le dice: “Hija, tu fe te ha salvado” (v.34). Es la voz del Padre celeste que habla en Jesús: “¡Hija, no eres maldita, no eres excluida, eres mi hija!” Cada vez que Jesús se acerca a nosotros, cuando nosotros vamos a Él con fe. Escuchamos esto del Padre: ‘hijo, tú eres mi hijo, tú eres mi hija, eres salvado, eres salvada. Yo perdono a todos, todo, yo sano a todos y todo’.
Estos dos episodios --una sanación y una resurrección-- tienen un único centro: la fe. El mensaje es claro, y se puede resumir en una pregunta, una pregunta para hacernos: ¿creemos que Jesús nos puede sanar y nos puede despertar de la muerte? Todo el Evangelio está escrito a la luz de esta fe: Jesús ha resucitado, ha vencido a la muerte y por su victoria también nosotros resucitaremos. Esta fe, que para los primeros cristianos era segura, puede nublarse y hacerse incierta, hasta el punto que algunos confunden resurrección con reencarnación. La Palabra de Dios de este domingo nos invita a vivir en la certeza de la resurrección: Jesús es el Señor, tiene poder sobre el mal y sobre la muerte, y quiere llevarnos a la casa del Padre, donde reina la vida. Y allí nos encontraremos todos, todos los que estamos aquí en la plaza hoy, nos encontraremos en la Casa del Padre, en la vida que Jesús nos dará.             
La Resurrección de Cristo actúa en la historia como principio de renovación y de esperanza. Quien está desesperado y cansado hasta la muerte, si se encomienda a Jesús y a su amor puede recomenzar a vivir. La fe es una fuerza de vida, da plenitud a nuestra humanidad; y quien cree en Cristo se debe reconocer porque promueve la vida en cada situación, para hacer experimentar a todos, especialmente a los más débiles, el amor de Dios que libera y salva.
Pidamos al Señor, por intercesión de la Virgen María, el don de una fe fuerte y valiente, que nos empuja a ser difusores de esperanza y de vida entre nuestros hermanos.

Al finalizar el ángelus, el Santo Padre ha añadido:

Queridos hermanos y hermanas,
os saludo a todos vosotros, romanos y peregrinos.
saludo en particular a los participantes de la marcha “Una tierra, una familia humana”. Animo la colaboración entre personas y asociaciones de diferentes religiones para la promoción de una ecología integral. Doy las gracias a FOCSIV, OurVoices y los otras organizaciones y deseo buen trabajo a los jóvenes de las distintas localidades que en estos días debaten sobre el cuidado de la casa común.
 Veo muchas banderas bolivianas. Saludo cordialmente al grupo de bolivianos residentes en Italia, que han traído hasta aquí algunas de las imágenes de la Virgen más representativas de su país. La Virgen de Urkupiña, la Virgen de Copacabana y tantas otras. La semana que viene estaré en vuestra patria. Que nuestra Madre del cielo los proteja. Un saludo también para el grupo de jóvenes de Ibiza que se preparan para recibir la Confirmación. Se lo ruego, recen por mí.
Saludo a las Guías, es decir a las mujeres-scout. Son muy buenas estas mujeres, muy buenas, y hacen mucho bien. Son las mujeres-scout que pertenecen a la Conferencia Internacional Católica y las renuevo mi aliento. Merci beaucoup.
Saludo a los fieles de Novoli, la coral polifónica de Augusta, los chicos de algunas parroquias de la diócesis de Padua que han recibido la confirmación, los “Abuelos de Sydney”, asociaciones de ancianos emigrantes en Australia aquí reunidos con sus nietos, los niños de Chernobyl y las familias de Este y de Ospedaletto que les acogen; los ciclistas y motociclistas procedentes de Cardito y los amantes de coches antiguos.                
Os deseo a todos un feliz domingo y un buen almuerzo. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Hasta pronto!                         

6/27/15

Trabajar por amor

Cada uno de nosotros es guardián y custodio de la creación. Como nos recuerda el Papa, Dios colocó al ser humano en ese jardín no sólo para cuidar lo existente, sino para que produzca frutos con su tarea de labranza, con su trabajo: “la intervención humana que procura el prudente desarrollo de lo creado −afirma Francisco− es la forma más adecuada de cuidarlo, porque implica situarse como instrumento de Dios para ayudar a brotar las potencialidades que él mismo colocó en las cosas” (Laudato si’, 124).
Si la humanidad se esfuerza en acoger el designio creador, cualquier tarea humana noble podrá convertirse en instrumento para el progreso del mundo y la dignificación de la persona.
La clave está en trabajar acabadamente bien, con el deseo de servir a los demás, por amor a Dios y al prójimo. Ciertamente intervienen otras motivaciones como la necesidad de mantenerse y mantener a la propia familia, el afán generoso de ayudar a personas necesitadas, el deseo de adquirir perfección humana en una actividad concreta, etc.; pero la llamada del Papa nos recuerda que la meta es aún más elevada: colaborar en cierto modo con Dios en la redención de la humanidad.
Justamente ahora se celebra el 40 aniversario del fallecimiento de san Josemaría Escrivá de Balaguer, este santo sacerdote −fundador del Opus Dei− que proclamó al mundo entero el valor evangélico del trabajo realizado por amor. Soy testigo de cómo san Josemaría procuró vivir su predicación sobre el trabajo en primera persona, hasta el final de su caminar terreno.
“El gran privilegio del hombre es poder amar, trascendiendo así lo efímero y lo transitorio”, escribía en un volumen titulado Es Cristo que pasa. Por eso −añadía− “el hombre no debe limitarse a hacer cosas, a construir objetos. El trabajo nace del amor, manifiesta el amor, se ordena al amor. Reconocemos a Dios no sólo en el espectáculo de la naturaleza, sino también en la experiencia de nuestra propia labor, de nuestro esfuerzo. El trabajo es así oración, acción de gracias, porque nos sabemos colocados por Dios en la tierra, amados por Él, herederos de sus promesas”.
El trabajo, según se oriente, tiene la capacidad de destruir o de conferir dignidad a las personas, de cuidar o desfigurar la naturaleza, de prestar u omitir el servicio debido a nuestro prójimo.
Bien comprende el valor de dignificación del trabajo quien sufre el desempleo y experimenta la angustia de la falta de ingresos económicos. Por este motivo, las personas que padecen el desempleo son una intención constante en las oraciones y preocupaciones del cristiano. Como afirma el Papa, ayudar a los pobres o a los desempleados con dinero “debe ser siempre una solución provisoria para resolver urgencias”. El gran objetivo, en cambio, “debería ser permitirles una vida digna a través del trabajo” (Laudato si’, 128). Del mismo modo, la encíclica nos recuerda que “dejar de invertir en las personas para obtener un mayor rédito inmediato es muy mal negocio para la sociedad” (id.).
Benedicto XVI definió al cristiano como “un corazón que ve”. En el trabajo, la eficacia económica será sin duda un criterio, pero no el único: el cristiano pone el corazón en su trabajo porque así lo hizo Cristo, y se empeña por hacer de esa dedicación un servicio a los otros, que es también alabanza al Creador. Sólo el trabajo entendido como servicio, el trabajo que pone en el centro al hombre, el trabajo que se realiza por amor a Dios, es capaz de abrir horizontes para la felicidad terrena y eterna de las mujeres y de los hombres de nuestro tiempo.

Artículo en El Mundo.del Prelado del Opus Dei, con motivo del 40 aniversario de la marcha al Cielo de san Josemaría Escrivá de Balaguer

La Laudato Si', una contribución a la salud pública

José María Simón Castellví 



Agradezco al Papa Francisco que haya querido ofrecer a la humanidad una encíclica sobre el cuidado de la Casa común, nuestra vieja amiga la Tierra. No soy partidario de dar claves interpretativas sobre un documento tan al alcance de una gran mayoría de lectores. A lo sumo se puede hacer un resumen para niños o para algunas personas que esperan leerla tranquilamente en sus vacaciones. Tampoco me han gustado algunas críticas, más o menos bienintencionadas o influidas por intereses diversos. Una encíclica papal goza de infalibilidad de conjunto aunque algunas frases textuales, al ser ya de por sí infalibles o por ser citas de la Escritura, “van a misa”.
Mi comentario es de gratitud. Al Dios creador, al santo Francisco que, agradecido por la naturaleza alaba al Señor, y al Santo Padre por su trabajo y sus desvelos.
La misión del ser humano en este mundo de prueba y de paso es la de trabajar para cuidar y terminar lo creado y lo salvado. Después de Dios son nuestros congéneres lo más importante. Es indudable de que en la Tierra hay pobreza, riqueza, salud, enfermedad, contaminación y una acción humana cada vez más influyente. Los que puedan y quieran deben trabajar por mejorar la situación de personas, animales, plantas y otros seres. Y ser sobrios. El hombre es el único ser físico que puede tomar decisiones y las debería tomar a favor del bien común de todo y de todos, los presentes y los que vendrán mañana.
Ya sabemos que la Tierra ha pasado por extinciones masivas de especies, por millones de años de aire irrespirable y por etapas de recuperación sorprendente. Pero no podemos esperar cientos de miles de años a ver qué pasa. El presente y el futuro de las personas y demás seres están en nuestras manos y las de la Providencia divina que nos estimula y que en ningún momento es negada en la encíclica. De hecho, Ella sobrevuela por todas sus páginas.
Aunque no se puede escribir todo en todo momento, el texto deja claro que una sana ecología no puede olvidar la defensa de la vida humana naciente embrionaria. Es algo tan importante que lo explicita varias veces para superar la fragilidad de nuestras dudas. En unión con sus predecesores y contando con aportaciones de innumerables episcopados, el Papa nos advierte y nos alienta. Tampoco olvidemos que el Espíritu Santo trabaja también a través de quienes le han ayudado en el texto, sean o no creyentes.
El Magisterio de la Iglesia no ofrece soluciones concretas a problemas concretos técnicos ni pretende traducir en dogmas la honesta investigación científica. Hoy la Ciencia nos está diciendo, con evidencia muy fuerte, que la actividad del ser humano está cambiando el ambiente del planeta de manera peligrosa. Ello conllevaría más enfermedades y muertes prematuras. A nosotros compete mejorarlo. Algunos científicos son escépticos en creer que el cambio climático sea provocado por el hombre. La encíclica no lo afirma dogmáticamente pero sería una temeridad pasar por alto la investigación ecológica solo porque no estamos de acuerdo con todas y cada una de las tesis de los organismos internacionales que así lo afirman. Además, los que viajan un poco pueden ver basura hasta por encima de los 2000 m de altura en las montañas y en la superficie de los mares.

El texto es muy prudente con los organismos modificados genéticamente. Hay que investigar más, tener en cuenta la interacción de los vegetales transgénicos con el resto del mundo natural, pero tampoco olvidar que pueden ayudar a alimentar a millones de personas. Es cierto que para repartir y compartir con los pobres quizá haya que producir más. No lo niega el Papa. Ni siquiera niega que se puedan utilizar los combustibles fósiles en una etapa de transición a la que no pone fechas ya que afirma que depende de regiones y países. El Papa anima la investigación y la acción para que todos los seres humanos puedan disponer de agua, comida, techo y otros servicios básicos. No es un ejercicio de voluntarismo ya que la Iglesia demuestra continuamente que ama al ser humano y sirve a los pobres y a los ricos, en la salud y en la enfermedad.

Me ha gustado la alusión a la contaminación acústica o lumínica. Es una prueba más de la exquisita sensibilidad de Francisco.

Cuando nos acercamos un año más a la fecha de publicación de otra encíclica profética, la Humanae vitae” de Pablo VI, me alegra vislumbrar que la humanidad podría atender correctamente aun a más seres humanos.

¡Gracias, Santidad!

6/26/15

'Sin cercanía no hay comunidad'

El Papa en Santa Marta

Los cristianos deben acercarse y tender la mano a aquellos que la sociedad tiende a excluir, como hizo Jesús con los marginados de su tiempo. Esto hace de la Iglesia una verdadera comunidad. Lo ha afirmado el papa Francisco este viernes en la homilía de Santa Marta.

De este modo, el Papa ha recordado que Jesús fue el primero en ensuciarse las manos, acercándose a los excluidos. Se ensució las manos tocando a los leprosos, cuidándolos. Y así enseñó a la Iglesia que “no se puede hacer comunidad sin cercanía”. Esta mañana el Papa ha centrado su homilía sobre un personaje del Evangelio de hoy, el enfermo de lepra que con valentía se postra delante de Jesús y le dice: “Sí, si quieres, puedes sanarme”. Y Jesús lo toca y lo sana.  
Y el milagro sucede bajo los ojos de los doctores de la ley para quienes el leproso era “impuro”. La lepra --ha explicado el Papa-- era una condena de por vida” y “sanar a un leproso era tan difícil como resucitar a un  muerto. Y por eso eran marginados. Sin embargo, Jesús tiende la mano al excluido y demuestra el valor fundamental de una palabra, “cercanía”.
El Pontífice lo ha explicado así: “No se puede hacer comunidad sin cercanía. No se puede hacer paz sin acercarse, ni se puede hacer el bien sin acercarse”. Jesús podía decirle: ¡sánate! Pero no, se acercó y le tocó. Es más, ha añadido el Papa, “en el momento que Jesús tocó al impuro se convierte en impuro”.
Por ello, ha indicado que este es el misterio de Jesús, “tomar consigo nuestras suciedades, nuestras cosas impuras”. Igualmente, Francisco ha señalado que Pablo lo explica bien: “Siendo iguale a Dios, no estimó esta divinidad un bien irrenunciable, se aniquiló a sí mismo”. Y Pablo da un paso más explicándolo: “Se hace pecado. Jesús se hace pecado. Jesús se excluye, ha tomado consigo la impureza por acercarse a nosotros”.
A continuación, Francisco ha hablado también de la invitación que Jesús hace al leproso sanado: “No se lo digas a nadie, pero, para que conste, ve, preséntate al sacerdote y entrega la ofrenda que mandó Moisés”.  De este modo, el Papa ha precisado que esto es porque Jesús además de la proximidad quiere también la inclusión.
El Obispo de Roma lo ha explicado así: “Muchas veces pienso que sea, no digo imposible, pero muy difícil hacer el bien sin mancharse las manos. Y Jesús se manchó. Cercanía. Y después va más allá. Le dijo: ‘Vé donde los sacerdotes y haz lo que se debe hacer cuando un leproso es sanado’. Al que era excluido de la vida social, Jesús lo incluye: lo incluye en la Iglesia, lo incluye en la sociedad… ‘Vé para que todas las cosas sean como deben ser’. Jesús no marginaba nunca a nadie. Se marginaba a sí mismo, para incluir a los marginados, para incluirnos a nosotros, pecadores, marginados, con su vida”.
Asimismo, el Papa ha destacado el asombro que Jesús suscita con sus afirmaciones y sus gestos. “Cuánta gente siguió a Jesús en ese momento”  y “sigue a Jesús en la historia porque se asombra con su forma de hablar”, ha precisado.
Igualmente, ha mencionada cuánta gente mira de lejos y no entiende, no le interesa… Cuánta gente mira de lejos pero con corazón malo, para poner a Jesús a la prueba, para criticarlo, para condenarlo… ¡Y cuánta gente mira de lejos porque no tiene la valentía que él ha tenido, pero tiene muchas ganas de acercarse!, ha exclamado.
Jesús tendió la mano a todos, haciéndose uno de nosotros, como nosotros: pecador como nosotros pero sin pecado, manchado por nuestros pecados. Y esa es la cercanía cristiana.
Para concluir la homilía, el Pontífice ha recordado que "cercanía es una bella palabra” que invita a un examen de conciencia: ¿sé acercarme?, ¿tengo ánimo, fuerza, valentía para tocar a los marginados?”. Esta es una pregunta, ha asegurado, que tiene que ver también con la Iglesia, las parroquias, las comunidades, los consagrados, los obispos, los sacerdotes, todos.

6/25/15

San Josemaría Escrivá de Balaguer

 26 de junio

«Fundador del Opus Dei. Juan Pablo II lo denominó el santo de la vida ordinaria. Piadoso desde la infancia, creció bajo el amparo de María. Fue un intrépido apóstol. Pudo ver en vida cómo su obra recibía la estima de papas y prelados»

Cristo no nos pide un poco de bondad, sino mucha bondad. Pero quiere que lleguemos a ella no a través de acciones extraordinarias, sino con acciones comunes, aunque el modo de ejecutar tales acciones no debe ser común», decía el fundador del Opus Dei, un hombre que no ha dejado a nadie indiferente; no lo hizo en vida, ni después de traspasar las fronteras del cielo. Le han escoltado luces y sombras. Sin embargo, fue un aragonés noble, sencillo, que iba creciendo sin otro afán que abrir surcos en su acontecer para llenarlos de Dios, un apóstol que no cesó de evangelizar a tiempo y a destiempo, una persona con un carisma innegable que tuvo la gracia de llegar al corazón de la gente, un apasionado de Cristo y de María, fiel a la Iglesia.

Nació en Barbastro, Huesca, España, el 9 de enero de 1902, y tuvo en su hogar la primera escuela de fe. Envuelto en ternura, se nutrió con la piedad que le inculcaron sus padres. Se percibe en su vida el influjo del remanso de paz y de cariño que vistió su cuna. La promesa materna de llevarlo ante la Virgen al santuario de Torreciudad, le rescató de una previsible muerte a sus 2 años. Inquieto, enredado a veces en infantiles rabietas y escudado en su timidez, escuchaba de su madre sentencias de gran valor espiritual: «Josemaría, vergüenza sólo para pecar». Los ecos de la sabiduría que tuvo cerca se aprecian en «Camino», que ha alumbrado espiritualmente a muchas generaciones.
Vivió la dolorosa pérdida de tres hermanos. Sus ojos infantiles, aturdidos por las desgracias, le hacían temer su propia muerte, pero su madre le tranquilizaba recordándole que a él le protegía la Virgen. En su adolescencia la familia se trasladó a Logroño por haber quebrado el comercio que regentaban en Barbastro. Era muy observador y en las gélidas navidades de 1917 se percató de la presencia de un carmelita que caminaba descalzo por la nieve llevado de su amor a Dios. Las huellas que fue dejando impregnaron su espíritu de un irresistible deseo de ofrecer su vida. Abrió las puertas de su corazón y por ellas penetró la vocación al sacerdocio. Sus padres le apoyaron. Cursó estudios en Logroño y en Zaragoza, donde el cardenal Soldevilla, que apreció sus virtudes y cualidades, le designó inspector del seminario.
En 1923 inició la carrera de derecho. Solía acudir a la basílica del Pilar haciendo confidente a la Virgen de todas sus cuitas. Su padre murió en 1924, y al año siguiente fue ordenado sacerdote. Su primer destino fue Perdiguera. Allí en su breve estancia realizó una edificante labor pastoral dejando un recuerdo inolvidable en los fieles, labor también manifiesta en la parroquia zaragozana de san Pedro Nolasco, entre otras. Tenía don de gentes y gran sentido del humor.
En 1927 fue autorizado a culminar su preparación en Madrid, y comenzó a impartir clases de derecho en una academia. Los destinatarios de su apostolado fueron, además de los enfermos del patronato regido por las Damas Apostólicas, moradores de barrios de la periferia: modestas familias; un entorno cuajado de carencias y marcado por el dolor. Esta vertiente no colmaba del todo sus anhelos. De su interior brotaba la urgencia de llevar el evangelio por doquier. El 2 de octubre de 1928 en la iglesia de los Paules vio la inmensidad de un camino de santidad fraguado en la vida ordinaria al que todos eran llamados. Cada uno desde su lugar de trabajo se convertiría en heraldo para los demás de esa verdad que es Cristo, siempre al servicio de la Iglesia. Adelantándose al Concilio Vaticano II, recordó la invitación universal a la santidad, algo inusual en la época. Poco a poco, a través de amigos, profesores, estudiantes y sacerdotes fue constituyéndose el Opus. Rosario, misa y comunión diarias, oración, lecturas espirituales, disciplinas…, conformaban el ideario a seguir. Comenzó con varones, y a partir febrero de 1930 lo hizo extensivo a las mujeres. Un ingeniero argentino se afilió a la Obra y tras él fueron llegando otros miembros. En agosto de 1931, a través de una moción divina percibida mientras oficiaba la misa, entendió que «los hombres y mujeres de Dios» izarían «la Cruz con la doctrina de Cristo sobre el pináculo de toda actividad humana... Y vi triunfar al Señor, atrayendo a Sí todas las cosas».
Los inicios no fueron fáciles. Se refugiaba en la oración y ofrecía sus mortificaciones. Sufrió la pérdida de tres de los integrantes principales, y tuvo que volver al punto de partida. Mientras, iba adentrándose en los senderos de la mística, invadido de amor por el Padre, conciencia filial que forma parte del carisma que dio a fundación. Hacía partícipes de sus sueños apostólicos a los estudiantes de Dya, academia fundada por él, animándoles a leer la vida de Cristo y a meditar en su Pasión.
Entre 1934 y 1935 trasladó el centro a una calle céntrica madrileña, donde escribió Consideraciones Espirituales, el conocido «Camino» que vería la luz como tal en 1939. La Guerra Civil le puso en peligro de muerte; tuvo que refugiarse en un psiquiátrico y padeció incontables penalidades. Huyo a Barcelona y a Andorra. Luego pasó por Pamplona y se estableció en Burgos; allí dio nuevo impulso a la Obra. En 1939 volvió a Madrid. Comenzó a impartir numerosos retiros espirituales, y en 1941 surgieron sus detractores cargados con dardos de incomprensión, maledicencia, calumnias y falsedades, carcomidos por la envidia. En 1944 se ordenaron los primeros sacerdotes.
En 1946 viajó a Roma buscando la aprobación que le concedió Pío XII; luego se entrevistaría con Juan XXIII y con Pablo VI. La Obra se extendió por el mundo, alumbrada por él con su palabra, oración y penitencia, amparado en Cristo y en María, viajando incansablemente dentro y fuera de España. Gozó del apoyo de los pontífices y de muchos prelados. Padecía diabetes, y al final sufrió severas cataratas. Murió en Roma el 26 de junio de 1975. Juan Pablo II lo beatificó 17 de mayo de 1992 y lo canonizó el 6 de octubre del año 2002, denominándole el santo de la vida ordinaria.

San Josemaría dedicó buena parte de su labor sacerdotal a las familias

A través de #JuneForFamilies, el Opus Dei ofrece en las redes sociales diferentes consejos de su fundador sobre el noviazgo, el amor matrimonial, la educación de los hijos y la vida familiar

El 26 de junio la Iglesia celebra la fiesta de san Josemaría Escrivá de Balaguer, quien falleció en 1975, hace ahora 40 años. Con motivo de su canonización, el papa Juan Pablo II se refirió al fundador del Opus Dei como “el santo de la vida ordinaria". Durante su vida, san Josemaría dedicó buena parte de su labor sacerdotal a las familias.

En este año de oración por las familias y por el próximo sínodo, la Prelatura se está haciendo eco de sus consejos sobre el noviazgo, el amor matrimonial, la educación de los hijos y la vida familiar, tanto en la web como en redes sociales bajo el hashtag #JuneForFamilies.
Esta iniciativa “quiere ser un modo de unirse a la petición del papa Francisco para el 2015”, informa el Opus Dei en su página. Estas son las frases de san Josemaría que está proponiendo en Internet:
Noviazgo
1. Lo que se necesita para conseguir la felicidad, no es una vida cómoda, sino un corazón enamorado. (San Josemaría, Surco, n. 795)
2. No te olvides: el amor de Dios ordena mejor nuestros afectos, los hace más puros, sin disminuirlos. (San Josemaría, Surco, n. 828)
3. Los enamorados no saben decirse adiós: se acompañan siempre. (San Josemaría, Surco, n. 666)
4. El noviazgo debe ser una ocasión de ahondar en el afecto y en el conocimiento mutuo. Y, como toda escuela de amor, ha de estar inspirado no por el afán de posesión, sino por el espíritu de entrega, de comprensión, de respeto, de delicadeza. (San Josemaría, Conversaciones, n. 105)
5. ¿Matrimonio a prueba? ¡Qué poco sabe de amor quien habla así! El amor es una realidad más segura, más real, más humana. Algo que no se puede tratar como un producto comercial, que se experimenta y se acepta luego o se desecha, según el capricho, la comodidad o el interés. (San Josemaría, Conversaciones, n. 105)
6. Vosotros habéis experimentado, como yo, que la persona enamorada se entrega segura, con una sintonía maravillosa, en la que los corazones laten en un mismo querer. (San Josemaría, Amigos de Dios, n. 220)
7. Que os queráis, que os tratéis, que os conozcáis, que os respetéis mutuamente, como si cada uno fuera un tesoro que pertenece al otro. No olvidéis que está Dios Nuestro Señor delante, que os ve, que os oye. (San Josemaría, Caracas, 11-2-1975)
8. El matrimonio es una acción de Jesús, que invade el alma de los que se casan y les invita a seguirle, transformando toda la vida matrimonial en un andar divino en la tierra. (San Josemaría, Es Cristo que pasa, 28)

Amor matrimonial
1. Evitad la soberbia, que es el mayor enemigo de vuestro trato conyugal (San Josemaría, Es Cristo que pasa, 26).
2. ¿Te ríes porque te digo que tienes “vocación matrimonial"? —Pues la tienes: así, vocación. (San Josemaría, Camino, n. 27)
3. El amor debe ser recuperado en cada nueva jornada, y el amor se gana con sacrificio, con sonrisas y con picardía también. (San Josemaría, Conversaciones, n. 107)
4. Las torrenteras de las penas y de las contrariedades no son capaces de anegar el verdadero amor: une más el sacrificio generosamente compartido. (San Josemaría, Conversaciones, n. 91)
5. Que procuréis ser siempre jóvenes, que os guardéis enteramente el uno para el otro, que lleguéis a quereros tanto que améis los defectos del consorte. (San Josemaría, Valencia, 18-11-1972)
6. El secreto de la felicidad conyugal está en lo cotidiano, no en ensueños. Está en encontrar la alegría escondida que da la llegada al hogar; en el trato cariñoso con los hijos, en el buen humor ante las dificultades. (San Josemaría, Conversaciones, n. 91)
7. El amor es sacrificio. De modo que el casado tiene que amar a su mujer, y demostrárselo. ¡No seáis tacaños! Hay que ser un poco novios toda la vida; y si no, no va. Ir a casa cansado, poniendo una cara larga... ¡no va! Vuestra mujer necesita dos besos vuestros, cuando llegáis; pero sin comedia, con naturalidad, con afecto (Lisboa, 1972)
8. Es importante que los esposos adquieran sentido claro de la dignidad de su vocación, que sepan que han sido llamados por Dios a llegar al amor divino también a través del amor humano. (San Josemaría, Conversaciones, n. 93)

Educación de los hijos
1. Que vuestros hijos vean que procuráis vivir de acuerdo con vuestra fe, que Dios no está sólo en vuestros labios, que está en vuestras obras; que os esforzáis por ser sinceros y leales, que os queréis y que los queréis de veras. (San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 28)
2. No es camino acertado, para la educación, la imposición autoritaria y violenta. El ideal de los padres se concreta más bien en llegar a ser amigos de sus hijos: amigos a los que se confían las inquietudes, con quienes se consultan los problemas, de los que se espera una ayuda eficaz y amable. (San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 27)
3. Conviene escuchar a los hijos con atención, esforzarse por comprenderlos, saber reconocer la parte de verdad —o la verdad entera— que pueda haber en algunas de sus rebeldías. (San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 27)
4. Es justo que tus hijos también te haga sufrir un poco. Entonces, coges un día a aquel revoltoso, te lo llevas de paseo, le invitas a tomar algo y le dices: ¿sabes que yo, cuando tenía tu edad, hice sufrir a tus abuelos? ¡Fíjate!, les hice esta trastada y aquella otra, y me perdonaron enseguida. Ahora estoy tan dolido de haberlos hecho sufrir: ¡qué lástima! El entenderá, se dará cuenta de que tú eres capaz de comprenderle, de disculparle, y de amarle, con sus defectos. ¡También con sus defectos! Se irá corrigiendo, poco a poco. (San Josemaría, Enxomil-Oporto, 31-10-1972)
5. Hazme eco: no es un sacrificio, para los padres, que Dios les pida sus hijos; ni para los que llama el Señor, es un sacrificio seguirle. Es, por el contrario, un orgullo grande y santo, una muestra de predilección, un cariño particularísimo. (San Josemaría, Forja, n. 18)
6. Trátalos como querrías que te hubieran tratado, cuando tenías su edad. Sobre todo, con una confianza extremada. Más vale que te engañen una vez, que hacerles pensar que no les quieres bastante, que no tienes confianza en ellos. ¡Déjate engañar alguna vez, que no pasa nada! (San Josemaría, Enxomil-Oporto, 31-10-1972)
7. No olvidéis que entre los esposos, en ocasiones, no es posible evitar las peleas. No riñáis delante de los hijos jamás: les haréis sufrir y se pondrán de una parte, contribuyendo quizá a aumentar vuestra desunión. Pero reñir, siempre que no sea muy frecuente, es también una manifestación de amor, casi una necesidad. (San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 26)

Vida familiar
1. Al pensar en los hogares cristianos, me gusta imaginarlos luminosos y alegres, como fue el de la Sagrada Familia. (San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 22)
2. La armonía que reina entre los padres se trasmite a los hijos, a la familia entera y a los ambientes todos que la acompañan. Así, en cada familia auténticamente cristiana se reproduce de algún modo el misterio de la Iglesia, escogida por Dios y enviada como guía del mundo (San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 30)
3. Hay que embeberse de esta lógica nueva, que ha inaugurado Dios bajando a la tierra. En Belén nadie se reserva nada. Allí no se oye hablar de mi honra, ni de mi tiempo, ni de mi trabajo, ni de mis ideas, ni de mis gustos. (San Josemaría, 14-2-1974)
4. Santificar el hogar día a día: crear, con el cariño, un auténtico ambiente de familia. (San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 23)
5. Cada hogar cristiano debería ser un remanso de serenidad, en el que por encima de las pequeñas contradicciones diarias, se percibiera un cariño hondo y sincero, una tranquilidad profunda, fruto de una fe real y vivida. (San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 22)
6. En la sencillez de tu labor ordinaria, en los detalles monótonos de cada día, has de descubrir el secreto —para tantos escondido— de la grandeza y de la novedad: el Amor. (San Josemaría, Surco, n. 489)
7. María lleva la alegría al hogar de su prima, porque “lleva” a Cristo (San Josemaría, Surco, n. 566) 

6/24/15

¿Somos conscientes del peso que tienen nuestras opciones en el alma de los niños?

El Papa en la Audiencia General

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

en las últimas catequesis hemos hablado de la familia que vive la fragilidad de las condición humana, la pobreza, las enfermedades, la muerte. Hoy sin embargo reflexionamos sobre las heridas que se abren precisamente dentro de la convivencia familiar. Cuando, en la familia nos hacemos mal. ¡Lo más feo!
Sabemos bien que en ninguna historia familiar faltan momentos en los cuales, la intimidad de los afectos más queridos son ofendidos por el comportamiento de sus miembros. Palabras y acciones (¡y omisiones!) que, en vez de expresar el amor, lo sustraen o, peor aún, lo mortifican. Cuando estas heridas, que son aún remediables, se descuidan, se agravan: se transforman en prepotencia, hostilidad, desprecio. Y a ese punto se pueden convertir en heridas profundas, que dividen al marido y la mujer, e inducen a buscar en otra parte comprensión, apoyo y consolación. ¡Pero a menudo estos “apoyos” no piensan en el bien de la familia!
El vacío de amor conyugal difunde resentimientos en las relaciones. Y a menudo la disgregación se trasmite a los niños.
Esto es, los hijos. Quisiera detenerme un poco en este punto. A pesar de nuestra sensibilidad aparentemente evolucionada, y todos nuestros análisis psicológicos refinados, me pregunto si no nos hemos anestesiado también respecto a las heridas en el alma de los niños. Cuanto más se trata de compensar con regalos y pasteles, más se pierde el sentido de las heridas --más dolorosas y profundas-- del alma. Se habla mucho de trastornos del comportamiento, de salud psíquica, de bienestar del niño, de ansiedad de los padres y de los niños… ¿Pero sabemos qué es una herida del alma? ¿Sentimos el peso de la montaña que aplasta el alma de un niño, en las familias en las que se trata mal y se hace mal, hasta romper la unión de la fidelidad conyungal? ¿Qué peso tienen nuestras elecciones --elecciones a menudo erróneas-- en el alma de los niños?
Cuándo los adultos pierden la cabeza, cuando cada uno piensa a sí mismo, cuando papá y mamá se hacen daño, el alma de los niños sufre mucho, siente desesperación. Y son heridas que dejan marca para toda la vida.
En la familia todo está entrelazado: cuando su alma está herida en algún punto, la infección contagia a todos. Y cuando un hombre y una mujer, que se han comprometido a ser “una sola carne” y a formar una familia, piensa obsesivamente en las propias exigencias de libertad y de gratificación, esta distorsión afecta profundamente el corazón y la vida de los hijos. Tantas veces los niños se esconden para llorar solos…Debemos entender bien esto. Marido y mujer son una sola carne. Pero sus criaturas son carne de su carne. Si pensamos en la dureza con la que Jesús advierte a los adultos sobre no escandalizar a los pequeños --hemos escuchado el fragmento del Evangelio-- podemos comprender mejor también su palabra sobre la grave responsabilidad de custodiar la unión conyugal que da inicio a la familia humana. Cuando el hombre y la mujer se convierten en una sola carne, todas las heridas y todos los abandonos del papá y de la mamá inciden en la carne viva de los hijos.
Es verdad, por otra parte, que hay casos en los que la separación es inevitable. A veces se puede convertir incluso en moralmente necesaria, cuando se trata precisamente para proteger al cónyuge más débil, o a los hijos pequeños, de las heridas más graves causadas por la prepotencia y la violencia, del enfado o del aprovecharse, de la alienación y de la indiferencia.
No faltan, gracias a Dios, aquellos que, sostenidos por la fe y el amor por los hijos, testimonian su fidelidad y una unión en la cuál han creído, en cuanto aparece imposible hacerlo revivir. No todos los separados, sin embargo, sienten esta vocación. No todos reconocen, en la soledad, una llamada del Señor dirigida a ellos. En torno a nosotros encontramos familias en situaciones llamadas irregulares. A mí no me gusta esta palabra. Y nos planteamos muchos interrogantes. ¿Cómo ayudarlas? ¿Cómo acompañarlas? ¿Cómo acompañarlas para que los niños no se vuelvan rehenes del papá o de la mamá?
Pidamos al Señor una fe grande, para mirar la realidad con la mirada de Dios; y una gran caridad, para acercarse las personas con su corazón misericordioso.

6/23/15

Un grito de esperanza


El papa nos señala de diversas maneras a lo largo de su última encíclica una condición imprescindible para solucionar los problemas del medio ambiente: que el ser humano se ponga en su sitio
SI hay que buscar las claves de la nueva encíclica del Papa, pienso que una de las más importantes se resume en estas palabras: No hay ecología sin una adecuada antropología (n. 118). No conseguiremos solucionar los problemas ecológicos si antes no cambiamos el concepto que tenemos de nosotros mismos.
El pensamiento moderno nos ha convencido de que el hombre es el centro del mundo (antropocentrismo), el dios, dueño y señor absoluto de la naturaleza, a la que se enfrenta como si fuera algo informe y totalmente disponible para su manipulación. El hombre se considera medida de todas las cosas: es él quien les otorga su valor, que consiste, sobre todo, en la utilidad económica.
El antropocentrismo actual es sensible, sin duda, a los problemas ecológicos, pero mantiene que la solución se encuentra sobre todo en la aplicación de medidas científicas, técnicas y jurídicas, sin que sea necesario que el hombre cambie su concepción sobre sí mismo.
Como reacción frente al antropocentrismo, surge en el siglo XX un vasto movimiento ecológico que desplaza a la persona del centro del mundo para reemplazarla por otras especies (biocentrismo) o por la naturaleza en su totalidad (ecocentrismo). De la divinización del hombre se pasa a la divinización del mundo.
El papa nos señala de diversas maneras a lo largo de la encíclica una condición imprescindible para solucionar los problemas del medio ambiente: que el ser humano se ponga en su sitio. Y la mejor manera de poner en su lugar al ser humano, y de acabar con su pretensión de ser un dominador absoluto de la tierra, es volver a proponer la figura de un Padre creador y único dueño del mundo, porque de otro modo el ser humano tenderá siempre a querer imponer a la realidad sus propias leyes e intereses (75).
La relación del hombre con la tierra depende de la relación del hombre con Dios. El hombre no es un elemento más del cosmos, pero tampoco es el dueño absoluto de la tierra; por tanto, no puede tratarla despóticamente, ni explotarla buscando exclusivamente el aprovechamiento inmediato de unos pocos, sin preocuparse de las consecuencias nocivas de su conducta.
El lugar del hombre es el de hijo que recibe la tierra como regalo de su Padre: Todo el universo material es un lenguaje del amor de Dios, de su desmesurado cariño hacia nosotros (84). Esta visión del mundo como fruto del amor de Dios es la única que puede llevarnos a cambiar la lógica del egoísmo por la lógica del amor, de la fraternidad, de la solidaridad con todos, especialmente con los más pobres, y con las generaciones futuras.
El hombre no es un absoluto, no es por tanto el creador de la verdad. La gran tentación, la tentación primigenia, es querer ser creadores del bien y del mal. Y esa es, precisamente, la raíz del relativismo práctico, sobre el que el papa Francisco pone en guardia de modo muy claro en su encíclica. El relativismo implica una lógica que lleva al ser humano a ponerse a sí mismo como centro, y acaba por dar prioridad absoluta a sus intereses contingentes. Una vez más, para acabar con esa lógica, el hombre debe ponerse en su sitio, y admitir que no es el centro, no es Dios, sino hijo de Dios, hermano de los demás hombres.
Laudato si' es un grito de esperanza. El antropocentrismo mantiene una actitud de optimismo ingenuo, mientras todo se derrumba a su alrededor. El biocentrismo es profundamente pesimista respecto al hombre, al que considera el gran enemigo de la naturaleza. El papa Francisco no habla de optimismo ni de pesimismo, sino de esperanza. No todo está perdido, porque los seres humanos, capaces de degradarse hasta el extremo, también pueden sobreponerse, volver a optar por el bien y regenerarse, más allá de todos los condicionamientos mentales y sociales que les impongan. Son capaces de mirarse a sí mismos con honestidad, de sacar a la luz su propio hastío y de iniciar caminos nuevos hacia la verdadera libertad. (205). Pero esa esperanza está fundada en Dios: No hay sistemas que anulen por completo la apertura al bien, a la verdad y a la belleza, ni la capacidad de reacción que Dios sigue alentando desde lo profundo de los corazones humanos (205).
Laudato si'. El canto de san Francisco que da nombre a la segunda encíclica del papa Francisco es sin duda un canto a las criaturas, pero es ante todo un canto de agradecimiento a Dios: “¿Alabado seas, mi Señor, en todas tus criaturas”. He ahí la clave para valorar de verdad la naturaleza y cuidar responsablemente el medio ambiente: reconocer a Dios como creador y Padre de todos los hombres.

San Josemaría, en el ecuador del Año Mariano

Con ocasión del 26 de junio, 40 aniversario de la marcha al Cielo de san Josemaría, el Prelado del Opus Dei recuerda algunos de sus consejos para las familias
Estamos recorriendo el año mariano que se ha convocado en la Prelatura. Es muy importante que se desarrolle en todos los sitios una preocupación para que la familia tenga cada vez más importancia en la vida de la sociedad. Tendrá importancia en tanto en cuanto el marido y la mujer, y con ellos los hijos, se acerquen a Dios.
San Josemaría, que amó tanto la institución familiar, recomendaba tanto a la mujer como al marido que tuviesen presencia de la familia precisamente para tener presencia de Dios.
Vuestros hijos van a aprender a querer de verdad, como el Señor nos pide por el mandato supremo de la caridad, por cómo os queréis vosotros dos, por cómo os buscáis, por cómo os saludáis, por cómo cuando llegáis a casa os preocupáis el uno del otro y después de vuestros hijos.
Recuerdo cómo san Josemaría hablaba de esa heroicidad santa, alegre, riquísima, de los padres cuando tienen que atravesar la dificultad de algún hijo que está enfermo. No ponen ninguna pena por estar horas y horas al pie de la cama de ese hijo o hija que tiene necesidad de su sustento espiritual y humano. Lo hacen con verdadero garbo aunque noten y perciban el cansancio. Pero es un cansancio que es también oración.
Ruego a todas las familias, a todas, que no solamente se preocupen de ser felicísimos en su propio ambiente sino que tengan la necesidad cristiana de llevar la alegría de Dios a todos los hogares.
Sigamos los consejos del Papa Francisco. Es interesante que todos lean las catequesis tan llenas de ternura, y al mismo tiempo de exigencia, que ha hecho sobre la familia.
Para que sintamos que somos Iglesia, y para ser Iglesia hay que ser una sola cosa con el Romano Pontífice, para ser una sola cosa con Dios. Pues vivamos en la familia lo que san Josemaría recomendaba: Omnes cum Petro −siempre con Pedro−, ad Iesum per Mariam!
Si queremos poner a Cristo en nuestros hogares, acudamos a María; y además de acudir a María tengamos en cuenta las enseñanzas del Papa, tan fecundas, para que nos santifiquemos y santifiquemos nuestro hogar y los hogares de los demás.
Que Dios os bendiga.

La carta de los derechos de la familia


Dirigida a todas las personas, instituciones y autoridades interesadas en la misión de la familia en el mundo contemporáneo
Hace pocos días, de tertulia con amigos más bien cultos sobre los problemas actuales de la familia, se me ocurrió comentar la importancia de su participación en la solución de tantas cuestiones colectivas. Ciertamente, muchos temas humanos y sociales no recibirán soluciones desde la política. Pero parece preciso que los hogares cristianos no se cierren en sí mismos, sino que acudan a los nuevos Areópagos de que hablabaJuan Pablo II.
En ese contexto, hice una referencia a la Carta de los derechos de la familia, preparada por la Santa Sede, a raíz de una sugerencia expresada en el Sínodo de obispos celebrado en 1980, y recogida en el número 46 de la consiguiente Exhortación Familiaris Consortio. Con sorpresa por mi parte, ninguno de los contertulios conocía la existencia de ese documento vaticano, publicado en 1983, como “carta de los derechos de la familia presentada por la Santa Sede a todas las personas, instituciones y autoridades interesadas en la misión de la familia en el mundo contemporáneo”.
La propuesta sinodal arrancaba de la comprobación de que familia y sociedad chocan a menudo: “la situación que muchas familias encuentran en diversos países es muy problemática, sino incluso claramente negativa: instituciones y leyes desconocen injustamente los derechos inviolables de la familia y de la misma persona humana, y la sociedad, en vez de ponerse al servicio de la familia, la ataca con violencia en sus valores y en sus exigencias fundamentales. De este modo la familia, que, según los planes de Dios, es célula básica de la sociedad, sujeto de derechos y deberes antes que el Estado y cualquier otra comunidad, es víctima de la sociedad, de los retrasos y lentitudes de sus intervenciones y más aún de sus injusticias notorias”.
Los Padres sinodales pretendían defender con claridad y fuerza a la familia contra las usurpaciones intolerables de la sociedad y del Estado. Por eso, la Exhortación presenta un elenco de derechos, que la carta posterior desarrollaría sistemáticamente, con una metodología práctica. Los autores, conscientes de que estos derechos habían sido expresados ya en otros documentos, tanto de la Iglesia como de la comunidad internacional, los presentaron de modo orgánico y ordenado, con indicación de “fuentes y referencias”. En el Sínodo se habían recordado, entre otros, los siguientes derechos de la familia:
− a existir y progresar como familia, es decir, el derecho de todo hombre, especialmente aun siendo pobre, a fundar una familia, y a tener los recursos apropiados para mantenerla;
− a ejercer su responsabilidad en el campo de la transmisión de la vida y a educar a los hijos;
− a la intimidad de la vida conyugal y familiar;
− a la estabilidad del vínculo y de la institución matrimonial;
− a creer y profesar su propia fe, y a difundirla;
− a educar a sus hijos de acuerdo con las propias tradiciones y valores religiosos y culturales, con los instrumentos, medios e instituciones necesarias;
− a obtener la seguridad física, social, política y económica, especialmente de los pobres y enfermos;
− el derecho a una vivienda adecuada, para una vida familiar digna;
− el derecho de expresión y de representación ante las autoridades públicas, económicas, sociales, culturales y ante las inferiores, tanto por sí misma como por medio de asociaciones;
− a crear asociaciones con otras familias e instituciones, para cumplir adecuada y esmeradamente su misión;
− a proteger a los menores, mediante instituciones y leyes apropiadas, contra los medicamentos perjudiciales, la pornografía, el alcoholismo, etc.;
− el derecho a un justo tiempo libre que favorezca, a la vez, los valores de la familia;
− el derecho de los ancianos a una vida y a una muerte dignas;
− el derecho a emigrar como familia, para buscar mejores condiciones de vida.
Me he limitado en estas líneas, para no alargarme, a incluir el texto de  Familiaris Consortio. En el fondo, quería recomendar una lectura detenida de la Carta de 1983.

Entre catastrofismo ecológico y ecología light

Rafael Navarro-Valls



Precedida de un sabotaje informativo y seguida de polémica -sobre todo en ciertos sectores de Estados Unidos, vinculados a las industrias del petróleo y el carbón- acaba de publicarse el texto oficial de la encíclica Laudato si, que es el primer gran documento ecológico de la Historia.
De ahí la expectación internacional que ha despertado, acrecentada por el hecho de ir dirigida a “creyentes y no creyentes”. Lo cual no significa que la Iglesia católica deje de aportar su propia perspectiva, con base teológica, pero con trasfondo sociológico y científico resaltables, aunque sin pretensión de intervenir en debates políticos.
Lo primero que hago al leer un documento o un trabajo de cierta importancia es zambullirme en sus notas, luego voy al texto. Me ha sorprendido en esta encíclica la cantidad de citas de declaraciones y documentos emitidos por Conferencias Episcopales y otros entes eclesiales de todo el mundo (Bolivia, Canadá, Argentina , Estados Unidos, Japón, Aparecida, etc.) sobre la cuestión ecológica. Lo que muestra el serio análisis al que, desde diversos ángulos, viene sometiendo el tema la propia Iglesia Católica. No puede extrañar así que en el texto se califique como “un bien para la humanidad” la sincera exposición de los desafíos ecológicos que derivan de las convicciones religiosas. Con ello Francisco abre un nuevo frente en el magisterio de la Iglesia -el ecológico-, así como León XIII redescubrió el filón del magisterio social.

Respetar la diversidad de puntos de vista

Ahora bien, en un tema con tantas implicaciones científicas y sociológicas la prudencia de Francisco le lleva a afirmar que no es su intención “proponer una palabra definitiva”. En bastantes cuestiones concretas quiere limitarse a “promover un debate honesto”, respetando “la diversidad de puntos de vista”. Pero sin olvidar dos hechos que considera evidentes: el “rápido deterioro” de esa “casa común” que es la Tierra, y “la debilidad de las reacciones en el escenario de la política internacional”, probablemente presionada por la alianza entre economía y tecnología, y condicionada por intereses particulares y económicos, en verdadera contienda con el bien común.

Algunos han acusado a la primera parte de la encíclica (“Lo que le está pasando a nuestra casa”) de “eco-catastrofista”. Pero quien la lee sin prejuicios lo que capta es el deseo de conectar -buscando soluciones positivas- los abusos ecológicos con repercusiones sobre los países más pobres. El intento de creación de una cultura ambiental fundada, no sobre catastrofismos milenaristas, sino sobre el pragamatismo. No sobre una visión politizada de los problemas ambientales, cuanto la adopción de líneas de actuación positivas.
En este sentido, conviene destacar el estímulo que la encíclica aporta a las “buenas prácticas”, basadas en “un modelo circular de producción que asegure recursos para todos y para las generaciones futuras, y que requiere llevar al máximo la eficiencia, la reutilización y el reciclado”. Lo que apunta a una tercera revolución industrial, en momentos de “ocaso del viejo capitalismo agresivo”, como señala Jeremy Rifkin. Desde luego, ante la encíclica, se inquietará aquel establishment económico y político firmemente dependiente de los combustibles fósiles. Pero debería ser él mismo el que virara, poco a poco, hacia nuevas fuentes de energías renovables, como parece inevitable.

¿Ecología light?

La mesura de planteamiento no significa que Francisco acuda en su discurso a un ecologismo light, a un “barniz ecológico” sin carne ni sangre teológica. Retrotrayéndose al “cultivar y custodiar la Tierra” (Genesis 2,15) del mandato bíblico, observa que en él se incluye “proteger”, “cuidar” y “vigilar”.

Desde esos parámetros, por ejemplo, se lamenta de que la crisis financiera de 2007/2008 era una ocasión estupenda para retornar a los principios éticos y para revisar los “criterios obsoletos” que continúan gobernando el mundo. Por eso -dice- la misma “creación que sufre dolores de parto” es la misma que sufre la explotación y la destrucción de la naturaleza, con una verdadera acción de “saqueo”, con el agotamiento de los recursos naturales, y la extensión desbordante a toda la población mundial del consumo salvaje.

Ecología humana

En Laudato si no solamente se contiene un grito de alarma hacia la paulatina erosión del planeta por una descontrolada actividad humana. También se reafirman problemas de “ecología humana” y “ecología integral”, tan cercanos al Magisterio de la Iglesia como la función social del derecho a la propiedad privada, que “no es absoluto o intocable”, pues está sometido a la “hipoteca social”, de la que habla Juan Pablo II; el respeto a la vida, “en la que no parece muy compatible la defensa de la naturaleza con la justificación del aborto”; el rechazo del relativismo , que corrompe a la cultura “cuando no se reconoce ninguna verdad objetiva y que hace de las leyes imposiciones arbitrarias”, o el peligro de una guerra química o nuclear, que aún se cierne sobre la humanidad.

De especial interés es la fórmula que acuña Francisco del “débito ecológico”, es decir, la responsabilidad de los países del Norte con los países del Sur, que “continúan alimentando el desarrollo de los países más ricos…, con un sistema de relaciones comerciales y de propiedad estructuralmente perverso”. Este débito exige que los países desarrollados “limiten el consumo de energías no renovables, aportando a los no desarrollados recursos para promover políticas y programas de desarrollo sostenible”.
En fin, esta encíclica está llamada a ser polémica. Un solo ejemplo: Obama acaba de elogiarla y Bush III la mira con recelo. Pero la polémica -en mi opinión- perderá fuerza cuando se la lea a fondo y se descubra su riqueza teológica, moral e, incluso, de ciudadanía ecológica. Como se ha dicho, contiene una verdadera mirada “divina” sobre la Tierra y las personas que la ocupamos.


'Instrumentum laboris' para el Sínodo de la familia


En menos de cuatro meses, comenzará en Roma el Sínodo Ordinario de la Familia. Por eso, este martes por la mañana, se ha hecho público el Instrumentum Laboris, es decir, el documento con el que prepararán el encuentro de octubre y que usarán como referencia durante el mismo. Este material de trabajo ha sido elaborado con las respuestas que los fieles de todas las partes del mundo han aportado al cuestionario que fue enviado desde el Vaticano a todas las Conferencias Episcopales.
Tal y como se recuerda en la introducción del documento, “después de haber reflexionado en la III Asamblea General Extraordinaria del Sínodo de los Obispos de octubre de 2014, sobre Los desafíos pastorales sobre la familia en el contexto de la evangelización, la XIV Asamblea General Ordinaria, que tendrá lugar del 4 al 25 de octubre de este años, tratará el tema La vocación y la misión de la familia en la Iglesia y en el mundo contemporáneo”.
Asimismo, se indica que este camino sinodal esta marcado por tres momentos íntimamente relacionados: la escucha de los desafíos de la familia; el discernimiento de su vocación; la reflexión sobre la misión.  
El documento de casi 80 páginas está dividido en tres partes.
- La primera parte, llamada “La escucha de los desafíos de la familia” reflexiona en cuatro capítulos sobre “la familia y el contexto antropológico-cultural”, “la familia y el contexto socio-económico”, “familia e inclusión”,“familia, afectividad y vida”.
- En la segunda parte, que aborda el “Discernimiento de la vocación familiar”, sus capítulos tratan la “familia y pedagogía divina”, “familia y vida de la Iglesia”, “familia y camino hacia su plenitud”. Entre los temas: plenitud sacramental, la indisolubilidad como don y tarea, la fecundidad de los cónyuges, el miedo de los jóvenes a casarse.
Finalmente, la tercera parte llamada “La misión de la familia hoy”, trata en varios capítulos sobre “familia y evangelización”, “familia y formación”, “familia y acompañamiento eclesial” y “familia, reproducción, educación”.
El renovado interés por la familia --asegura el cardenal Baldisseri, secretario general del Sínodo de los Obispos en la introducción-- suscitado por el Sínodo, se confirma por la amplia atención que le reservan no solo desde los ambientes eclesiales, sino también de parte de la sociedad civil.
En el amplio documento, en el que se abordan las temáticas y desafíos que más preocupan a los fieles sobre la familia, se recuerda que “la Iglesia es consciente del alto perfil del misterio procreativo del matrimonio entre hombre y mujer”. Por tanto, “pretende valorar la gracia originaria procreativa que acoge la experiencia de una alianza conyugal sinceramente dirigida a corresponder a esta vocación originaria, y a practicarla en justicia”.

6/22/15

‘No seáis jóvenes que se jubilan con 20 años'

Rocío Lancho García



Los jóvenes de la región italiana de Piamonte, han acogido al Santo Padre con la energía y alegría que les caracteriza. La primera jornada del viaje de Francisco a Turín, ha concluido con ellos en la Plaza Vittorio. Música y cantos para comenzar el encuentro en el que la Cruz de la Jornada Mundial de la Juventud se alzaba en el palco.
Tres jóvenes han tenido ocasión de plantear al Santo Padre sus inquietudes. ¿En qué consiste la grandeza del amor de Jesús? ¿Cómo podemos experimentar su amor?, ha planteado Chiara de 19 años. Sara, un joven en paro de 27 años ha preguntado ¿qué hacer para no desanimarse y continuar esperando? Finalmente Luigi, universitario de 26 años, ha pedido al Papa un consejo sobre cómo manifestar la amistad con Jesús y su “amor más grande” hacia todos.
Dejando de lado el discurso que llevaba preparado, el Papa ha preferido hablar improvisando y mirando directamente a los jóvenes. Haciendo referencia a las palabras del beato Pier Giorgio Frassati, el Pontífice ha pedido a los presentes “¡vivir, no ir tirando!”
Y así, ha asegurado que es feo ver a un joven “quieto”. Que vive pero lo hace como “un vegetal”. El Pontífice ha asegurado que le da mucha tristeza en el corazón los “jóvenes que se jubilan a los 20 años, que envejecen pronto”. De este modo, Francisco ha recordado que lo que hace que un joven no se jubile son las ganas de amar.
A continuación, el Santo Padre ha explicado qué es el amor. No es el de “telenovela”, el del “culebrón”. Por ello, ha recordado que el amor “tiene dos asas sobre las que se mueve”. Y si este joven no tiene estas dos asas, estas dos dimensiones, no es amor.
En primer lugar ha subrayado que “el amor está más en las obras que en las palabras. El amor es concreto”. Por eso, ha recordado que Dios comenzó a hablar de amor cuando se implicó con su pueblo. Cuando eligió a su pueblo e hizo la alianza.
La segunda dimensión del amor es la comunicación, ha explicado el Papa. “El amor escucha y responde. El amor se hace en el diálogo, en la comunión. Se comunica. El amor no es ni sordo ni mudo. Se comunica”, ha subrayado.  Igualmente ha recordado que “no es un sentimiento romántico del momento”.
A propósito del amor, el Santo Padre ha hablado, "sin ser moralista", sobre la castidad. Una palabra que “no gusta, impopular”. El amor --ha indicado-- es muy respetuoso con las personas, no usa a las personas. El amor es casto. “Y a vosotros jóvenes, en este mundo hedonista, en este mundo donde solo tiene publicidad el placer, el pasarlo bien, tener una buena vida, yo os digo: sed castos. Sed castos”, ha exclamado el Pontífice provocando los aplausos de los presentes.  
Al respecto, ha asegurado que “todos hemos pasado en la vida momentos en el que esta virtud es difícil. Pero es la prueba de un amor genuino, que sabe dar la vida, que no trata de buscar al otro para el propio placer”. Un amor --ha afirmado-- que hace la vida del otro sagrada. Yo te respeto, no te quiero usar. Por eso, Francisco ha asegurado que esto no es fácil. “Todos sabemos las dificultades para superar esta concepción facilista y hedonista del amor”.  Y les ha pedido hacer el esfuerzo de vivir el amor castamente.
Con esta reflexión, el Papa ha hablado de otra consecuencia del amor, “el sacrificio”. “Mirad el amor de los padres, de tantas madres y padres que por la mañana llegan al trabajo cansados, porque no han dormido bien por cuidar a su hijo enfermo. Esto es amor. Y esto es respeto”, ha observado Francisco. Igualmente ha recordado que “el amor es servicio y servir a los otros”.
Para responder a la segunda pregunta, el Pontífice ha reflexionado sobre la decepción y la desilusión que en ocasiones se sufre en la vida. El Papa ha hecho mención a esta “tercera guerra mundial por partes que se vive en el mundo” de la que ya ha hablado en otras ocasiones.
¿Me puedo fiar de los dirigentes mundiales, cuando voy a votar por un candidato, me puedo fiar que no llevará a mi país a la guerra?, se ha preguntado. Y ha asegurado que “si te fías solo de los hombres, has perdido”.
Por esta razón, el Papa ha criticado con fuerza la hipocresía, de los que se dicen cristianos pero luego fabrican armas. Y así, ha aprovechado para reflexionar sobre algunos acontecimientos trágicos del siglo pasado como la tragedia Armenia, o la Shoah, Stalin en Rusia; en los que murieron millones de personas, por ser consideradas “de segunda clase”. Y mientras tanto las grandes potencias “miraban para otro lado” por su propio interés.
También ha criticado nuevamente la cultura del descarte, en la que se descarta a los niños, a los ancianos, a los jóvenes, “porque en el sistema económico mundial no está el hombre y la mujer en el centro, si no el dios dinero”. A propósito, el Santo Padre ha utilizado un refrán en español que dice: “por la plata baila el mono”. Por esta razón, ha pedido no poner nuestras seguridades en la riqueza y los poderes mundanos.
Para concluir su discurso, Francisco ha respondido a la tercera pregunta, sobre el proyecto de compartir, de unión y de construcción. Así ha asegurado que si te implicas con las cosas que construyen, el sentimiento de desconfianza se va.
El Pontífice ha exhortado a los jóvenes a no jubilarse pronto, a hacer cosas, a ir contracorriente. Por eso ha advertido sobre los valores que son como “pompas de jabón”, que no pueden ir adelante. El mejor antídoto contra la cultura que te ofrece el placer es “hacer cosas constructivas, aunque sean pequeñas, pero que unan”.
Asimismo ha advertido sobre las veces que nos hacen creer que nos ofrecen “diamantes” cuando en realidad nos están vendiendo “cristal”. Por eso ha pedido a los jóvenes no ser “ingenuos”.
Al finalizar ha bromeado diciendo, “seguramente me diréis ‘pero padre, usted habla así porque en el Vaticano tiene muchos monseñores que le hacen el trabajo y usted está tranquilo y no sabe lo que es la vida de cada día’. Alguno puede pensar así”. Pero --ha asegurado el Papa-- el secreto es entender bien dónde se vive.
El Santo Padre ha recordado que también a finales del siglo XIX en esta región se vivía una situación difícil, pero nacieron muchos santos en esta época “porque se dieron cuenta que tenían que ir contracorriente”. Por eso, Francisco ha pedido a los jóvenes pensar en ellos y en lo que hicieron.