10/31/15

Consecuencias doctrinales del envejecimiento de Europa

El futuro de la civilización europea depende en gran parte de la decidida defensa y promoción de los valores de la vida, núcleo de su patrimonio cultural
Terminó el sínodo de obispos sobre la familia en Roma. Hará falta algún tiempo para asimilar las recomendaciones que los participantes dejan en manos del Papa. Todas han sido aprobadas por la mayoría indispensable: más de dos tercios. Pero el consenso deja de ser nota habitual, para recibir muchos noes en proposiciones conflictivas.
Entretanto, me queda la sensación de que sigue sin abordarse a fondo el problema del envejecimiento de la población mundial y, muy concretamente de la de Europa. Viene de antiguo. Hace ya casi medio siglo desde que el primer país, Alemania, llegó a la cifra fatídica del crecimiento cero, después de traspasar a la baja las tasas de natalidad que aseguran el relevo generacional. Estos últimos días, cuando algunos vaticanistas presentaban una especie de confrontación entre Europa y África, pensaba que podía ser real, pero en términos distintos: justamente porque los problemas de la familia se ven de modo distinto con la óptica de los años, se establecen diferencias lógicas en quienes los observan desde el optimismo de la juventud o el pesimismo de la vejez.
Lo señaló el Concilio Vaticano II y documentos magisteriales posteriores, como la exhortación apostólica postsinodal de san Juan Pablo II Ecclesia in Europa, de 2003. A partir de una proposición concreta, escribía en n. 95: “El envejecimiento y la disminución de la población que se advierte en muchos Países de Europa es motivo de preocupación; en efecto, la disminución de los nacimientos es síntoma de escasa serenidad ante el propio futuro; manifiesta claramente una falta de esperanza y es signo de la «cultura de la muerte» que invade la sociedad actual”.
El papa recordaba otros signos que, con la disminución de la natalidad, "contribuyen a delinear el eclipse del valor de la vida y a desencadenar una especie de conspiración contra ella”. La crisis resultaba evidente por la ya amplísima difusión del aborto, realizado incluso con productos químico-farmacéuticos que hacen innecesario acudir al médico y eluden la responsabilidad social. Como es bien sabido, la creciente legislación bioética promulgada en tantos Estados ha incorporado como legales soluciones prácticas que desconocen la esencia moral del amor humano y de la procreación de los hijos.
El envejecimiento pesimista avanza también hacia la ampliación de los supuestos de legalización de la eutanasia, no sin resistencia en países como Francia (quizá también como reflejo de una mayor cultura de la vida, que le sitúa en los primeros lugares de las tasas de fecundidad de Europa). No es preciso recordar ahora el espléndido análisis de este tipo de cuestiones condensado en la encíclica Evangelium vitae de 1995, desde la convicción pontificia de que “el futuro de la civilización europea depende en gran parte de la decidida defensa y promoción de los valores de la vida, núcleo de su patrimonio cultural”.
Por eso, los obispos presentes en aquel sínodo extraordinario sobre Europa animaba a los matrimonios y familias cristianas “a ayudarse mutuamente a ser fieles a su misión de colaboradores de Dios en la procreación y educación de nuevas criaturas”, y pedía a los Estados y a la Unión Europea “políticas clarividentes que promuevan las condiciones concretas de vivienda, trabajo y servicios sociales, idóneas para favorecer la constitución de la familia, la realización de la vocación a la maternidad y a la paternidad, y, además, aseguren a la Europa de hoy el recurso más precioso: los europeos del mañana”.
La apuesta sigue abierta, como recordó en su día Benedicto XVI en el último viaje pastoral a Alemania. Manifestó una vez más la necesidad de la nueva evangelización, superadora de las rutinas, el ensimismamiento o la falta de entusiasmo, a diferencia de la realidad alegre detectada −desde la enorme falta de medios humanos− en su viaje a países jóvenes de África. El domingo 25 de septiembre de 2011, en la homilía pronunciada en la explanada del aeropuerto turístico de Friburgo, concluía: “La Iglesia en Alemania continuará siendo una bendición para la comunidad católica mundial si permanece fielmente unida a los sucesores de San Pedro y de los Apóstoles, si cuida de diversos modos la colaboración con los países de misión y se deja también contagiar por la alegría en la fe de las jóvenes Iglesias”.
La continuidad del papa Francisco resulta evidente. Basta citar sólo el título de su documento casi programático: Evangelii gaudiumla alegría del Evangelio. El esfuerzo por el rejuvenecimiento de la fe y la renovación en Cristo tendrá consecuencias doctrinales y culturales, capaces de cimentar una concepción de la vida optimista.

La compasión de Dios

El Papa ayer en Santa Marta


Dios se compadece por cada uno de nosotros y por la humanidad,  y mandó a su Hijo, nuestro Señor Jesús, para sanarla, para regenerarla y para renovarla.
La compasión de Dios no tiene nada que ver con tener lástima. Es interesante que en la parábola, que todos conocemos, del hijo pródigo, se dice que cuando el padre –que es la figura de Dios que perdona– ve venir a su hijo, se compadeció. La compasión de Dios no es tener lástima; no tiene nada que ver una cosa con la otra. Puedo tener lástima de un perro que se está muriendo, pero la compasión de Dios es meterse en el corazón del otro, con su corazón de Padre. Por eso envió a su Hijo. Jesús curaba a la gente, pero no era un curandero. Curaba a la gente como signo; además de curarla en serio, era signo de la compasión de Dios por salvarnos, por volver a poner las cosas en su sitio: la oveja perdida, en el corral; la moneda que perdió aquella señora, en el monedero…
¡Dios se compadece! ¡Dios apuesta su corazón de Padre! ¡Apuesta su corazón por cada uno de nosotros! ¡Cuando Dios perdona, perdona como Padre! No como un empleado judicial, que lee un expediente y dice: sí, realmente puede ser absuelto, porque no hay materia… ¡Dios perdona desde dentro! ¡Perdona porque se mete en el corazón de esa persona!
Jesús fue enviado por el Padre para traer la Buena Nueva, para liberar al que se siente oprimido, para meterse en cada uno de nosotros, liberándonos de nuestros pecados, de nuestros males, y cargar con ellos.
Y eso es lo que hace un cura: conmoverse, comprometerse con la vida de la gente. Porque un cura es sacerdote, como Jesús es sacerdote. ¡Cuántas veces nos tuvimos que ir a confesar! Pero, ¡cuántas veces criticamos a los curas porque no les interesa lo que les pasa a sus feligreses, porque no se preocupan! No, no es un buen cura, decimos. Un buen cura es el que se mete. Un buen cura es el que se implica en todos los problemas humanos.
***
Saludo al Cardenal Javier Lozano Barragán, que participa en esta Misa con ocasión de sus 60 años de sacerdocio. Agradezco su servicio, en particular su empeño en el dicasterio para los Agentes Sanitarios, el servicio que la Iglesia brinda a los enfermos. Demos gracias a Dios por estos 60 años de sacerdocio, que son un regalo que el Señor concede al Cardenal Barragán.

* El Santo Padre habló en esta ocasión en español. De todas maneras, como se sabe, estas homilías nunca son textuales por expreso deseo del Papa, sino un resumen de lo dicho.

10/29/15

'Dios es incapaz de no amar'

El Papa en Santa Marta


En la primera lectura (Rom 8,31b-39), San Pablo explica que los cristianos son vencedores porque si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? Si Dios nos salva, ¡quien nos condenará? Parece que la fuerza de esta seguridad de vencedores, ese don, el cristiano lo tenga en sus manos, como una propiedad. Como si los cristianos pudiesen decir, de modo triunfal: ¡Ahora somos los campeones! Pero el sentido es otro: somos vencedores no porque tengamos ese don en las manos, sino por otra cosa. Es otra cosa la que nos hace vencer o, si no queremos rechazar la victoria, por la que siempre podremos vencer. Y es el hecho de que nada podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro. No es que seamos vencedores sobre nuestros enemigos, sobre el pecado. ¡No! Es solo que estamos tan unidos al amor de Dios, que ninguna persona, ningún poder, ninguna cosa nos podrá separar de ese amor. Pablo vio en ese don algo más, lo que da el don: es el don de la recreación, el don de la regeneración en Cristo Jesús. Vio el amor de Dios. Un amor que no se puede explicar.
Cada hombre, cada mujer puede rechazar el don, preferir su vanidad, su orgullo, su pecado. Pero el don está ahí. El don es el amor de Dios, un Dios que no puede separarse de nosotros. Esa es la impotencia de Dios. Nosotros decimos: ¡Dios es poderoso, puede hacerlo todo! Menos una cosa: ¡separarse de nosotros! En el Evangelio (Lc 13, 31-35), la imagen de Jesús que llora por Jerusalén nos hace entender algo de ese amor. ¡Jesús lloró! Llora por Jerusalén y en ese llanto está toda la impotencia de Dios: su incapacidad de no amar, de no separarse de nosotros.
Jesús llora por Jerusalén, que mata a sus profetas, a los que anunciaron su salvación. Y Dios dice a Jerusalén y a todos nosotros: ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como la clueca reúne a sus pollitos bajo las alas! Pero no habéis querido. Es una imagen de ternura. Por eso, San Pablo entiende, y puede decir, que está persuadido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni criatura alguna podrá apartarnos de ese amor. ¡Dios no puede no amar! Y esa es nuestra seguridad. Yo puede rechazar ese amor, puedo rechazarlo como lo hizo el buen ladrón, hasta el final de su vida. Pero allí lo esperaba aquel amor. Hasta el más malo, el más blasfemo es amado por Dios con ternura de padre, de papá. Y, como dice Pablo, como dice el Evangelio, como dice Jesús: como la clueca con sus pollitos. Y Dios el Poderoso, el Creador que puede hacerlo todo, ¡Dios llora! En ese llanto de Jesús por Jerusalén, en aquellas lágrimas, está todo el amor de Dios. Dios llora por mí cuando me alejo; Dios llora por cada uno de nosotros; Dios llora por los malvados que hacen tantas cosas feas, tanto mal a la humanidad… Espera, no condena; llora. ¿Por qué? ¡Porque ama!

La familia, la "escuela de Bellas Artes más importante"

Carta pastoral del arzobispo de Madrid, Mons. Carlos Osoro Sierra.



“La familia, la "escuela de Bellas Artes más importante"” es el título de la carta semanal del arzobispo de Madrid, Mons. Carlos Osoro Sierra, quien hace balance del reciente Sínodo de los Obispos dedicado a la familia. A continuación, poblicamos el texto íntegro de la misma:
Deseo compartir con vosotros lo que durante tres semanas he vivido, del 4 al 25 de octubre. Han sido días de gracia junto a obispos venidos de todas las partes de la tierra, llamados a reflexionar con el Papa Francisco en la XIV Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos sobre la vocación y misión de la familia en la Iglesia y en el mundo contemporáneo. Merece la pena encender la luz que nos ha entregado Jesucristo en medio del mundo, y muy en concreto en medio de las familias, para disipar toda clase de oscuridad, teniendo la seguridad de que se pueden vencer las tinieblas por muy fuertes y cerradas que fueren.
Porque la familia cristiana es la «escuela de Bellas Artes más importante». La familia es la primera escuela de humanidad, es la estructura vital de la sociedad. Así se ha manifestado en todas las épocas y en todas las culturas, es el fundamento de la sociedad. La familia fundada en el matrimonio entre hombre y mujer, comunidad de vida y de amor, tiene cuatro cometidos: forma una comunidad de personas, que asumen el compromiso de servir a la vida, que participan en el desarrollo de la sociedad y que asumen con todas las consecuencias la vida y misión de la Iglesia. Como nos recordaba san Juan Pablo II, «la familia recibe la misión de custodiar, revelar y comunicar el amor, como reflejo vivo y participación real del amor de Dios por la humanidad y del amor de Cristo Señor por la Iglesia su esposa» (FC 17b).
En la familia aprendemos y se diseña nuestra persona, en la grandeza que Dios ha puesto en nuestra vida y que se ha manifestado con plenitud en Jesucristo. Con gran alegría os puedo decir que los cristianos no podemos encerrarnos por cálculos humanos que nos suelen traer tentaciones que nos echan para atrás, que nos encierran en intereses personales, que nos producen miedos para salir al camino en nombre de una prudencia mal entendida o de realismos que son mentira; acojamos la realidad como es e intentemos acercar esa luz que nos impele a salir, a regresar a donde el Señor nos ha mandado: «id por el mundo y anunciad el Evangelio», marchad y sed testigos del amor de Dios por el hombre. Es así como el mundo creerá.
¡Qué valor tiene descubrir esta escuela de Bellas Artes que es la familia cristiana! Tiene su lugar en la vida escondida y ordinaria, con alegrías y también con penas, donde se va entretejiendo con paciencia, respeto a todos, humildad, servicio y vida de fraternidad; desde y en la memoria que respira la unión de generaciones que nos hacen ir lejos y cerca, en la gratuidad y solidaridad, en el perdón mutuo, en la proximidad del amor concreto de los unos con los otros, de padres e hijos y abuelos; en la responsabilidad de sabernos custodios los unos de los otros, siendo el otro siempre un don aunque marche por caminos diferentes. Ahí la Iglesia doméstica se convierte en casa abierta, acogedora, accesible, que entrega siempre esperanza y curación, que ilumina, que indica metas y que hace percibir el amor misericordioso de Dios.
Os aseguro que estas tres semanas han sido para mí una gracia inmensa de Dios en mi ministerio episcopal, que me ha impulsado a dar con más fuerza la vida. He vivido con mucha fuerza cómo la Iglesia es familia de familias, algo que se visibiliza a través de comunidades concretas como la parroquia: niños, jóvenes, matrimonios, adultos, ancianos, sanos y enfermos, pobres y ricos. Nadie se siente solo, todos se sienten comprendidos y escuchados. La cultura del descarte no tiene sitio. ¡Qué bello es el sueño de Dios! Y lo es porque es un sueño real: el matrimonio y la familia no son una utopía, son una realidad, ya que sin ellos el ser humano estaría abocado a la soledad más grande y angustiosa. Hay una atracción y fascinación de todo ser humano por el amor auténtico, sólido, fecundo, fiel, perpetuo. Siempre me han impresionado aquellas palabras de san Juan Pablo II, y mucho más en estos días vividos en el Sínodo: «El error y el mal deben ser condenados y combatidos constantemente; pero el hombre que cae o se equivoca debe ser comprendido y amado, [...] nosotros debemos amar nuestro tiempo y ayudar al hombre de nuestro tiempo» (Discurso a la Acción Católica italiana, 30-XII-1978). Y por eso tenemos que hacer nuestro el compromiso que el Papa Francisco ha querido que asumiese este Sínodo: buscar al ser humano que vive en la familia donde esté, ir al encuentro de la familia en su situación real, acogerla y acompañarla, porque nunca los discípulos de Jesús nos avergonzamos de llamar a quien nos encontremos en el camino, en la situación que fuere, hermano.
Si tuviera que resumir cuáles fueron las experiencias que más huella me han dejado, las que más han calado en mi vida en estos días, os diría con toda verdad que estas cinco:
1) La experiencia eclesial que ha alcanzado lo más profundo de mi vida: una Iglesia en marcha, que camina con los hombres, que se mantiene donde el Señor la puso, en medio del mundo y en todos los caminos y situaciones de los hombres.
2) La experiencia de libertad para poder decir en la familia eclesial lo que vemos de la familia en los diversos lugares del mundo en los que anunciamos el Evangelio, lo que nos preocupa. Y esto dicho sin miedos a ser mal interpretados, con toda verdad, expresando los motivos de nuestra visión, así como el juicio que hacemos sobre los mismos y las actuaciones a las que nos mueven.
3) La experiencia de fraternidad que nos hace experimentar que hemos de ir juntos, que fieles a la naturaleza de la Iglesia, que es madre, tenemos el deber de buscar y curar con la acogida y la misericordia, abriendo puertas, no juzgando, saliendo del propio recinto hacia quienes piden ayuda y apoyo o a quienes, aunque no lo pidan, se los prestamos; defendiendo los valores que son fundamentales, sin olvidar que «el sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado» y que «no necesitan médico los sanos, sino los enfermos, no he venido a llamar a los justos sino a los pecadores».
4) La experiencia de la verdad y la belleza de la familia, como Iglesia doméstica que es comunidad de personas y que crece cada día más en esa comunión que refleja el misterio del amor de la Santísima Trinidad, que sirve a la vida y participa en la misión de la Iglesia.
5) La experiencia viva y fuerte de la acción del Espíritu Santo; caminando juntos con espíritu de colegialidad y sinodalidad como Iglesia, hemos sabido leer la realidad con los ojos de la fe y con el corazón de Dios, descubriendo en el depósito de la fe una fuente viva en la que nos saciamos para iluminar y donde nos hemos dejado conducir por Él.
Con gran afecto, os bendice:
+ Carlos, arzobispo de Madrid

La misericordia

    Pilar Aguilar: Catequesis para toda la familia



La palabra misericordia se define como una disposición de los trabajos y miseria ajenas. Se manifiesta en amabilidad y asistencia al necesitado, especialmente en el perdón y la reconciliación.

En el cristianismo es uno de los principales atributos divinos.
La misericordia es también un sentimiento de pena o compasión por los que sufren, que impulsa a ser benévolo en el juicio o castigo.
Su etimología la palabra misericordia proviene del latín 'mísere' (miseria, necesidad), cor, cordia (corazón) e ia (hacia los demás), significa tener un corazón solidario con aquellos que tienen necesidad.
Tradicionalmente la religión cristiana ha enseñado divina, llevar a cabo esta actitud tanto espiritual como corporal.
El papa Francisco nos dice que “la misericordia de Dios acaricia nuestros pecados. Nos habla de la misericordia divina como una gran luz de amor y ternura, es la caricia de Dios sobre las heridas de nuestros pecados”.
El papa Francisco explicó el significado de la misericordia de Dios a partir del episodio en que los fariseos y los escribas llevan a Jesús a una mujer sorprendida en adulterio y le preguntan qué hacer de ella, teniendo en cuenta que la ley de Moisés preveía la lapidación por tratarse de un pecado considerado muy grave.
La misericordia va más allá, nos dice el Papa Francisco, y hace la vida de una persona de tal modo que el pecado es arrinconado. Es como el cielo, nosotros miramos tantas estrellas pero cuando sale el sol por la mañana con tanta luz las estrellas no se ven. Y así es la misericordia de Dios, una gran luz de amor de ternura, Dios perdona pero no con un decreto, sino con una caricia, acariciando nuestras heridas del pecado.

10/28/15

Continuar con el diálogo interreligioso abierto y respetuoso es de vital importancia

El Papa en la Audiencia General


Queridos hermanos y hermanas, buenos días.
En las audiencia generales a menudo hay personas o grupos pertenecientes a otras religiones; pero hoy esta presencia es particular, para recordar juntos al 50ª aniversario de la Declaración del Concilio Vaticano II Nostra ætate sobre las relaciones de la Iglesia católica con las religiones no cristianas. Este tema estaba fuertemente en el corazón del beato papa Pablo VI, que ya en la fiesta de pentecostés del año precedente al final del Concilio, había instituido el Secretariado para los no cristianos, hoy Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso. Expreso por eso mi gratitud y mi calurosa bienvenida a personas y grupos de diversas religiones, que hoy han querido estar presentes, especialmente a los que han venido de lejos.
El Concilio Vaticano II fue un tiempo extraordinario de reflexión, diálogo y oración para renovar la mirada de la Iglesia católica sobre sí misma y sobre el mundo. Una carta de los signos de los tiempos en vista de una actualización orientada por una doble fidelidad: fidelidad a la tradición eclesial y fidelidad a la historia de los hombres y de las mujeres de nuestro tiempo. De hecho, Dios, que se ha revelado en la creación y en la historia, que ha hablado por medio de los profetas y completamente en su Hijo hecho hombre (cfr Eb 1,1), se dirige al corazón y al espíritu de cada ser humano que busca la verdad y los caminos para practicarla.
El mensaje de la Declaración Nostra ætate es siempre actual. Subrayo brevemente algunos puntos
- la creciente interdependencia de los pueblos (cfr n. 1);
- la búsqueda humana de un sentido de la vida, del sufrimiento, de la muerte, interrogantes que siempre acompañan nuestro camino (cfr n. 1);
- los orígenes comunes y el destino común de la humanidad (cfr n. 1);
- la unidad de la familia humana (cfr n. 1);
- las religiones como búsqueda de Dios y del Absoluto, dentro de las diferentes etnias y culturas (cfr n. 1);
- la mirada benévola y atenta de la Iglesia sobre las religiones: esta no rechaza nada de lo que le es bello y verdadero (cfr n. 2);
- la Iglesia mira con estima los creyentes de todas las religiones, apreciando su compromiso espiritual y moral (cfr n. 3);
- la Iglesia abierta al diálogo con todos, y al mismo tiempo fiel a la verdad en la que cree, por comenzar en aquella que la salvación ofrecida a todos tiene su origen en Jesús, único salvador, y que el Espíritu Santo está a la obra, fuente de paz y amor.
Son muchos los eventos, las iniciativas, las relaciones institucionales y personales con las religiones no cristianas de estos últimos cincuenta años, y es difícil recordarlos todos. Un acontecimiento particularmente significativo fue el encuentro en Asís el 27 de octubre de 1986. Fue querido y promovido por san Juan Pablo II, el cual un año antes, por tanto hace 30 años, dirigiéndose a los jóvenes musulmanes en Casablanca deseaba que todos los creyentes en Dios favorecieran la amistad y la unión entre los hombres y los pueblos (19 agosto 1985). La llama, encendida en Asís, se ha extendido en todo el mundo y constituye una permanente signo de esperanza.
Una especial gratitud a Dios merece la pena la verdadera y propia transformación que ha tenido en estos 50 años la relación entre cristianos y judíos. Indiferencia y oposición cambiaron en colaboración y benevolencia. De enemigos y extraños, nos hemos convertido en amigos y hermanos. El Concilio, con la Declaración Nostra ætate, ha marcado el camino: “sí” al descubrimiento de las raíces judías del cristianismo; “no” a toda forma de antisemitismo y condena de toda injuria, discriminación y persecución que se deriva. El conocimiento, el respeto y la estima mutua constituyen el camino que, si vale de forma peculiar para la relación con los judíos, vale análogamente también para la relación con las otras religiones. Pienso particularmente en los musulmanes, que --como recuerda el Concilio-- “adoran al único Dios, viviente y subsistente, misericordioso y omnipotente, creador del cielo y de la tierra, que ha hablado a los hombres” (Nostra aetate, 5). Ellos se refieren a la paternidad de Abraham, veneran a Jesús como profeta, honran a su Madre virgen, María, esperan el día del juicio, y practican la oración, la limosna y el ayuno (cfr ibid).
El diálogo que necesitamos tiene que ser abierto y respetuoso, y entonces se revela fructífero. El respeto recíproco es condición y, al mismo tiempo, fin del diálogo interreligioso: respetar el derecho de los otros a la vida, a la integridad física, a las libertades fundamentales, es decir a la libertad de conciencia, de pensamiento, de expresión y de religión.
El mundo nos mira a nosotros los creyentes, nos exhorta a colaborar entre nosotros y con los hombres y las mujeres de buena voluntad que no profesan ninguna religión, nos pide respuestas efectivas sobre numerosos temas: la paz, el hambre, la miseria que aflige a millones de personas, la crisis ambiental, la violencia, en particular aquella cometida en nombre de la religión, la corrupción, el degrado moral, la crisis de la familia, de la economía, de las finanzas y sobre todo de la esperanza. Nosotros, creyentes, no tenemos recetas para estos problemas, pero tenemos un gran recurso: la oración. Y nosotros creyentes rezamos, debemos rezar. La oración es nuestro tesoro, a la que nos acercamos según nuestras respectivas tradiciones, para pedir los dones que anhela la humanidad.                    
A causa de la violencia y del terrorismo se ha difundido una actitud de sospecha o incluso de condena a las religiones. En realidad, aunque ninguna religión es inmune al riesgo de desviaciones fundamentalistas o extremistas en individuos o grupos (cfr Discurso al Congreso EEUU, 24 de septiembre de 2015), es necesario mirar a los valores positivos que viven y proponen y que son fuentes de esperanza. Se trata de alzar la mirada para ir más allá. El diálogo basado sobre el confiado respeto puede llevar semillas de bien que se transforman en brotes de amistad y de colaboración en tantos campos, y sobre todo en el servicio a los pobres, a los pequeños, a los ancianos, en la acogida de los migrantes, en la atención a quien es excluido. Podemos caminar juntos cuidando los unos de los otros y de lo creado. Todos los creyentes de cada religión. Juntos podemos alabar al Creador por habernos dado el jardín del mundo para cultivar y cuidar como bien común, y podemos realizar proyectos compartidos para combatir la pobreza y asegurar a cada hombre y mujer condiciones de vida dignas.
El Jubileo Extraordinario de la Misericordia, que está delante de nosotros, es una ocasión propicia para trabajar juntos en el campo de las obras de caridad. Y en este campo, donde cuenta sobre todo la compasión, pueden unirse a nosotros tantas personas que no se sienten creyentes o que están en búsqueda de Dios y de la verdad, personas que ponen al centro el rostro del otro, en particular el rostro del hermano y de la hermana necesitados. Pero la misericordia a la cual somos llamados abraza a todo el creado, que Dios nos ha confiado para ser cuidadores y no explotadores, o peor todavía, destructores. Debemos siempre proponernos dejar el mundo mejor de como lo hemos encontrado (cfr Enc. Laudato si’, 194), a partir del ambiente en el cual vivimos, de nuestros pequeños gestos de nuestra vida cotidiana.
Queridos hermanos y hermanas, en cuanto al futuro del diálogo interreligioso, la primera cosa que debemos hacer es rezar. Sin el Señor, nada es posible; con Él, ¡todo se convierte! Pueda nuestra oración unirse plenamente a la voluntad de Dios, que desea que todos los hombres se reconozcan hermanas y vivan como tal, formando la gran familia humana en la armonía  de la diversidad.

5 claves del documento final del sínodo

Pueden ser útiles para comprender cómo es este nuevo documento, la reacción de sus autores y los cambios con respecto a versiones anteriores del documento de trabajo
Han pasado más de dos años desde que se puso en marcha la reflexión sinodal sobre la familia, con dos asambleas de obispos, la de 2014 y la de ahora, y consultas a las Iglesias locales de todo el mundo sobre los desafíos de las familias en su territorio.
Dos años en los que el documento de partida para el estudio se ha ido transformando y enriqueciendo hasta convertirse en una propuesta al papa. Algunas claves pueden ser útiles para comprender cómo es este nuevo documento, la reacción de sus autores y los cambios con respecto a versiones anteriores del documento de trabajo.
1. El documento solo es una propuesta hecha al papa
El texto final aprobado por los 265 padres sinodales presentes en la asamblea en el momento de la votación (eran 270) tiene el nombre técnico de Relatio Finalis. Se trata de un documento de 94 puntos, votados uno por uno, y aprobados individualmente consiguiendo al menos dos tercios de los votos a favor, es decir, al menos 177 “placet”. Pero conviene recordar que este documento no tiene carácter magisterial o doctrinal por el momento, pues el trabajo del sínodo es consultivo, su tarea es reflexionar y hacer propuestas al papa.
Francisco recordó en numerosas ocasiones que “un sínodo no es un parlamento”. Esta expresión indica que la asamblea sinodal no tiene competencias legislativas en la Iglesia, que corresponden al romano pontífice, personalmente o través de los diferentes dicasterios de la Curia Romana según las competencias otorgadas y los modos establecidos. Aunque los votos de cada número del documento hayan sido publicados,no es un recuento de votos en un parlamento, pues el sínodo es “un camino común de una Iglesia que se pone a la escucha”, como indicó el pontífice.
El punto final del sínodo consistía en entregar al papa un documento con los puntos de vista comunes, con el sentir de la Iglesia universal allí representada, de la manera más mayoritaria“No estamos aquí para bloquear a nadie, estamos aquí para compartir”señalaba el cardenal italiano Francesco Menichelli. El cardenal Reinhard Marxexplicaba, respecto a su grupo de trabajo alemán, que se estaban “escuchando” para “buscar un texto que represente a todos, un texto que todo el mundo pueda aceptar para dar al Santo Padre”. En su círculo menor, lo aseguró él mismo, había al menos cinco posturas diversas que necesitaban “converger al final” no como fruto de la discusión sino del “hacer teología”.
Las votaciones en contra del texto propuesto tampoco indican necesariamente visiones doctrinales distintas, ni bandos opuestos. Entre el sí y el no hay una amplia gama de matices: entender que un punto no profundiza lo suficiente, opinar que un problema puede ser enriquecido con otra perspectiva o simplemente pensar que lo propuesto en el texto es escaso o que carece de un lenguaje teológico apropiado, etc. En cualquier caso, los 94 puntos fueron aprobados por los dos tercios que exige el reglamento.
2. Los padres sinodales se muestran “muy satisfechos” del documento final
El viernes por la mañana, la hora y media de intervenciones en el Aula del sínodo permitió que hablasen 51 padres sinodales. Los obispos habían recibido un borrador del documento final en la tarde del jueves y pudieron estudiarlo hasta esa congregación general del viernes. El portavoz vaticano destacó que los 51 padres sinodales fueron unánimes en alabar el trabajo realizado por la comisión que redactó el texto. Habían introducido 1.355 propuestas surgidas durante las semanas de trabajo y más tardeañadieron 248 observaciones individuales de los obispos del sínodo.
Además, numerosos obispos coincidieron en que el texto final era “más satisfactorio y ordenado” que el documento de trabajo inicial del sínodo, según el portavoz vaticano. El texto presentado a votación de los padres fue aprobado, previamente, de forma unánime por los 10 miembros de la comisión que supervisó los trabajos de redacción.
Los padres sinodales fueron muy claros en las ruedas de prensa. “El papa tiene la última palabra, nosotros estamos trabajando, pero será él quien decida”, señalaba el cardenal uruguayo Daniel SturlaEstamos llegando al final, pero no es el final. El papa quiere hacer algo con ese texto, así que estamos al inicio”, señalaba el cardenal alemánReinhard Marx“Es un documento fuerte porque reconoce las voces de muchos”, explicaba el cardenal Peter Turkson. “No habrá modificaciones de la doctrina de la Iglesia −señalaba el arzobispo de Brisbane (Australia) unos días antes de la votación−, la doctrina permanecerá intacta, mi esperanza es que haya una renovada cercanía pastoral, aunque la Iglesia no es una mónada”.
3. El texto repasa los desafíos de las familias, no como problemas sino como posibilidades
Por otra parte, el texto ha sufrido un enorme cambio desde su versión inicial (Instrumentum Laboris) hasta su versión final. Ese cambio pasa por un cambio de perspectiva propuesta unánimemente por los 13 círculos menores: el documento debeempezar por los elementos positivos, como la importancia de la familia en el plan divino de salvación, la grandeza de la vocación matrimonial o la importancia de la familia para la construcción de la Iglesia. El Instrumentum Laboris comenzaba con una enumeración de dificultades a las que se enfrentan las familias. “La Iglesia Católica está reafirmando su preocupación por las familias, no se trata de tocar la doctrina, sino de dar el sostén a las familias. No se debe esperar que el sínodo cambie la doctrina, sino ver cómo esta puede liberar a las familias y cómo puede ser vivida”, explicaba el cardenal Tagle.
El documento final presenta los desafíos como oportunidades de evangelización y el estudio de la familia desde su vocación y su misión. A este respecto, el cardenal de Barcelona, Lluís Martínez Sistach, expresaba gráficamente que “los cristianos se casan para ser felices” y el cardenal mexicano Suárez Inda pedía “no ser profetas de calamidades, sino hombres y mujeres de esperanza”. Otro obispo, el italiano Enrico Solmi, explicaba que la tarea del sínodo consistía en “mirar con los ojos del Señor para buscar el bien de la familia, partiendo de diferentes experiencias”.
4. Desde el documento inicial al final, enormes cambios
Además del punto anterior, la petición de los 13 grupos de trabajo sobre la inclusión de más citas en el documento fue bien atendida. El texto aprobado ha incluido dos secciones de gran importancia: un recorrido bíblico sobre la vocación y la misión de la familia y un apartado que recoge citas del magisterio sobre la familia de los papas Pablo VIJuan Pablo II y Benedicto XVI, así como del Concilio Vaticano II.
También se pueden encontrar numerosísimas citas del papa Francisco, recogidas −en un gran número− de la catequesis sobre la familia que realizó en el período intersinodal.
De especial relevancia son las referencias a Familiaris Consortio, la exhortación postsinodal que Juan Pablo II publicó tras un sínodo sobre la familia en el año 1981, en especial los números 34 y 84. Otro documento al que recorre con frecuencia el texto esGaudium et spes, la constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo, emanada del Concilio Vaticano II.
5. Misericordia, verdad y justicia, de la mano, más allá de algunos titulares
En Italia, en diario más importante de tirada nacional llevaba el domingo en portada el siguiente titular: “El Sínodo abre la comunión a los divorciados” (Corriere della Sera). No ha sido el único diario que ha centrado el tiro informativo sobre el “sí” o el “no” de los obispos sobre esta materia. Además de los cuatro puntos anteriores, conviene leer detalladamente el texto aprobado, donde no hay elementos ni implícitos ni explícitos que traten sobre la comunión a las personas cuyo primer matrimonio fracasó y se unieron de nuevo civilmente. Conviene recordar las palabras del papa al inicio del sínodo: “No debemos dejarnos condicionar y reducir el horizonte de trabajo como si el único problema fuese dar la comunión a los divorciados o no”.
Los puntos 84, 85 y 86 del documento, que han recibido un apoyo más ajustado, recuerda que estas personas no están fuera de la Iglesia, son “hermanos y hermanas”. Los obispos proponen estudiar “qué formas de exclusión actualmente practicadas en ámbito litúrgico, pastoral, educativo e institucional puedan ser superadas”. Nada se dice, en cambio, del ámbito sacramental, en el que se encontraría tanto la Eucaristía como su puerta, la penitencia.
Además, el sínodo propone al papa recuperar los criterios expuestos por Juan Pablo IIen Familiaris Consortio, n. 84 para discernir las situaciones: como distinguir entre quienes han intentado sinceramente salvar el matrimonio, quienes han sido abandonados injustamente, o quienes lo han destruido. El sínodo sugiere que los sacerdotes acompañen pastoralmente a estas personas para que se formen la conciencia y puedan discernir cuál es su situación ante Dios. A este respecto, el documento dice que “la conversación con el sacerdote, en el foro interno, contribuye a la formación de un juicio correcto sobre lo que obstaculiza la posibilidad de una participación más plena a la vida de la Iglesia y sobre los pasos que pueden favorecerla y hacerla crecer”. Pero señala con claridad: este discernimiento “no puede prescindir de las exigencias de verdad y de caridad del Evangelio”.
Quienes han votado en contra de estos puntos, temen que una malentendida misericordia debilite la propuesta de fidelidad matrimonial.

10/27/15

¿Por qué todos necesitamos este Año de la misericordia?

Seguramente no existe nadie con tan mal corazón que no se rebele de algún modo ante la miseria cercana o distante, ante la injusticia manifiesta en tantos aspectos y ambientes de nuestra sociedad, ante la falta de libertad de expresión para ciertos temas −ideología de género y epígonos, por ejemplo−, ante la falta de recursos sanitarios de algunas personas, ante la imposibilidad, en cualesquiera casos, de acceder al tipo de educación que deseas para tus hijos, ante la miseria moral en la que vive mucha gente, etc., etc. Pero es muy posible que, en la relación incompleta que acabo de describir, unos reaccionarán de un modo mientras que otros lo harán de manera diversa.
Esa pluralidad, en principio, no es  mala, porque no todos percibimos la problemática del mundo con idéntico sentir. Tal vez aquí emerge un aspecto de la misericordia hacia los demás escasamente contemplado. Me refiero a la grandeza de corazón −magnanimidad−, a la virtud de no resistir en nuestra torre de marfil y abrir nuestras ventanas al mundo. Eso se llama también respeto a la libertad personal de todos y cada uno, sin tratar de imponer nada a nadie. ¡Oiga! ¿Y esto lo dice usted que es sacerdote católico y tiene un Credo? Pues sí, porque la religión no puede ser impuesta a ninguno. Sin libertad, no hay fe. Y cuando eso ha sucedido a lo largo de la historia, nada se ha logrado −salvo males−, porque la intimidad de la conciencia no puede ser torcida a la fuerza por nadie. Y atento el político que ha de gobernar para todos.
Aun intentando generalizar, es muy posible que no todos poseamos similar concepto de compasión −padecer con− o misericordia: llevar en el propio corazón la miseria ajena. Suena bien, pero ¿cuántas veces hemos ejercitado esta noble virtud sin culpar a otros, sino avistando las propias culpas? Y, por supuesto, no me refiero a pecados en algo genérico, sino en eso que sucede y criticamos, en aquello que ocurre en las antípodas: ¿qué he hecho yo mal? ¿En cuántos momentos hemos hablado de lo que hay que trabajar sin haber movido un dedo por esa tarea? Justo lo contrario de lo espetado a un arzobispo que hace más por los emigrantes que todos sus verdugos. Obras son amores y no buenas razones.
Esos nuestros modos de pensar, de hablar o escribir, de trabajar…, nos facilitan la visión positiva que supone mirar a un año dedicado a la misericordia. En la Bula que lo convoca −a partir del próximo 8 de diciembre−, Francisco escribe: “Redescubramos las obras de misericordia corporales: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, acoger al forastero, asistir a los enfermos, visitar a los presos, enterrar a los muertos. Y no olvidemos las obras de misericordia espirituales: dar consejo al que lo necesita, enseñar al que no sabe, corregir al que yerra, consolar al triste, perdonar las ofensas, soportar con paciencia las personas molestas, rogar a Dios por los vivos y difuntos”. Después, ha sugerido algo muy práctico para los primeros siete meses de este año: hallar para cada mes de ese tiempo una obra de misericordia corporal y otra espiritual en la que fijemos nuestros objetivos. Así viviremos las catorce de modo permanente.
Seguramente, esta idea del Papa puede servirnos a todos para despertar nuestra conciencia muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza, de la soledad, de la incomprensión que es otro duro modo de aislamiento, como también sucede con la ignorancia o la falta de acogida al emigrante, la capacidad de perdonar y solicitar perdón, la virtud de ser mujeres y hombres de paz, de vencer el rencor con el cariño, de salir a todas las periferias existenciales en busca de quien pueda recibir un algo de nuestra asistencia. Al fin y al cabo, todo se resume en el amor que, si es verdadero, no es excluyente, llega a todos. De modo tempestivo, el Papa cita en su Bula las conocidas palabras de Juan de la Cruz: “En el ocaso de nuestras vidas, seremos juzgados en el amor”.
Vuelvo al título de estas líneas: ¿no es cierto que a todos nos viene bien este Año de la Misericordia? Ciertamente esta virtud cordial resulta ineludible siempre, tanto dándola como siendo receptores. No obstante, será muy útil este empentón no sólo para subir el listón una temporada, sino para sostener y hacer progresar lo conseguido. Es una tarea costosa, es un trabajo de cuantos vivimos en este planeta, pero ¿no es ilusionante pensar en un mundo mejor, construido por el perdón, la comprensión y la generosidad de todos? Es cierto que la misericordia es un concepto nacido con el cristianismo pero, en la mayoría de sus aspectos, es propiedad de la humanidad. Por eso nos alcanza de muchas maneras a todos los humanos.
Una palabra para los bautizados: sería poco lógico el deseo de lograr esta virtud en alto grado sin acceder al Sacramento del Perdón, la muestra más alta de la Misericordia de Dios con el ser humano.

10/26/15

"Prófugos por los caminos de Europa"

El Papa ayer en el Ángelus 



¡«Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Esta mañana con la santa misa concluida en la basílica de San Pedro ha concluido la Asamblea general ordinaria del los obispos sobre la familia. Invito a todos a dar gracias a Dios por estas tres semanas de trabajo intenso, animado por la oración y por un espíritu de verdadera comunión. Ha sido fatigoso, pero un verdadero don de Dios, que dará seguramente muchos frutos.
La palabra 'sínodo' significa 'caminar juntos'. Es la que hemos vivido y ha sido la experiencia de la Iglesia en camino, en camino especialmente con las familias del pueblo santo de Dios esparcido en todo el mundo.
Por eso me ha impresionado la Palabra de Dios que hoy nos encuentra en la profecía de Jeremías: 'Yo los hago venir del país del Norte y los reuno desde los extremos de la tierra; hay entre ellos ciegos y liciados, mujeres embarazadas y parturientas: ¡es una gran asamblea la que vuelve aquí!'
Y el profeta añade: 'Habían partido llorando, pero yo los traigo llenos de consuelo; los conduciré a los torrentes de agua por un camino llano, donde ellos no tropezarán. Porque yo soy un padre para Israel'.
Esta palabra de Dios nos dice que el primero que quiere caminar con nosotros, que quiere hacer 'sínodo' con nosotros es justamente Él, nuestro Padre.
Su 'sueño' desde siempre y para siempre es el de formar un pueblo, reunirlo, guiarlo hacia la tierra de la libertad y de la paz. Y este pueblo está hecho de familias: están la 'mujer en cinta y la que da a luz', es un pueblo que mientras camina va adelante con la vida, con la bendición de Dios.
Es un pueblo que no excluye a los pobres y a los que están en desventaja, más aún, los incluye. Dice el profeta: 'entre ellos está el ciego y el cojo', dice el Señor.
Es una familia de familias en las cuales quien fatiga no se siente marginado, dejado atrás, sino que logra llevar el paso con los otros, porque este pueblo camina con el paso de los últimos; como se hace en las familias, como nos enseña el Señor, que se ha hecho pobre con los pobres, pequeño con los pequeños, últimos con los últimos. No lo ha hecho para excluir a los ricos, a los grandes y a los primeros, sino porque éste es el único modo de salvarlos también a ellos, para salvar a todos. Ir con los últimos, con los excluidos y con los últimos. 
Les confieso que esta profecía del pueblo en camino la he confrontado también con las imágenes de los prófugos en marcha por los caminos de Europa, una realidad dramática de nuestros días. También a ellos Dios les dice: 'Partieron en el llanto, yo los haré regresar en medio de consolaciones'. También estas familias que sufren, desplazadas de sus tierras, estuvieron presentes con nosotros en el Sínodo, en nuestra oración y en nuestro trabajo, a través de la voz de algunos de sus Pastores presentes en la asamblea.
Estas personas que buscan dignidad, estas familias que buscan paz están aún con nosotros, la Iglesia no las abandona porque son parte del pueblo que Dios quiere liberar de la esclavitud y guiar a la libertad.
Por lo tanto en esta palabra de Dios, se refleja sea la experiencia sinodal que hemos vivido, sea el drama de los prófugos en marcha por los caminos de Europa. El Señor por intercesión de la Virgen María nos ayude también a seguir las en estilo de fraterna comunión».
El papa Reza el ángelus y después dice:
«Queridos hermanos y hermanas, saludo a los fieles romanos y a los peregrinos de diversos países. En particular a la Hermandad del Señor de los Milagros de Roma. ¡Cuantos peruanos están en casa!  Que con tanta devoción ha traído en procesión la Imagen venerada en Lima, Perú, y en donde hay emigrantes peruanos. Gracias por este testimonio.
Saludo a los peregrinos de la “Musikverein Manhartsberg” que vienen de la diócesis de Viena, y a la orquesta de Landwehr de Friburgo (Suiza), están allí, que ayer ha realizado un concierto de beneficencia.
Saludo a la Asociación Voluntarios Hospedantes de 'San Juan' de Lagonegro; al grupo de la Diócesis de Oppidio Mamertina-Palmi.
Les deseo a todos un buen domingo, y les pido especialmente que no se olviden de rezar por mi». Y concluyó con el «Buon pranzo e arrivederci».

10/25/15

'Hoy es tiempo de misericordia'

Homilía del Papa en la misa final del Sínodo de la familia



Las tres lecturas de este domingo nos presentan la compasión de Dios, su paternidad, lo que se revela definitivamente en Jesús. El profeta Jeremías, en pleno desastre nacional, cuando el pueblo es deportadas por el enemigo, anuncia que "el Señor salvó a su pueblo, el resto de Israel" (31: 7).¿Y por qué lo ha hecho? Él es el Padre (cf. 31: 9); y como el Padre cuida de sus hijos, los acompañar en el camino, apoya "a los ciegos y los cojos, la mujer embarazada y la que da a luz" (31: 8).
Su paternidad les abre un camino accesible, una un camino de consuelo después de tantas lágrimas y tantas amarguras. Si el pueblo permanecen fieles en la búsqueda de Dios, incluso en un país extranjero, Dios cambiará su cautiverio en libertad, su soledad en comunión y lo que el pueblo hoy siembra con lágrimas, mañana lo recogerá con alegría ( Salmo 125: 6).

Con el Salmo, también nosotros hemos expresado la alegría que es el fruto de la salvación del Señor: "Nuestra boca se llenó de sonrisas y nuestra lengua de canciones" (125, 2). El creyente es una persona que ha experimentado la acción salvadora de Dios en su propia vida.

Y nosotros los pastores, experimentamos lo que significa sembrar con fatiga, a veces llorando, y alegrarnos por la gracia de un cultivo que siempre supera nuestras fuerzas y nuestras capacidades. El pasaje de la Carta a los Hebreos nos mostró la compasión de Jesús. También Él "se ha recubierto de debilidad" (5: 2), para sentir compasión por aquellos que están en la ignorancia y el error.
Jesús es sumo sacerdote, grande, santo, inocente, pero al mismo tiempo es el sumo sacerdote que participó de nuestra debilidad y ha sido probado en todo como nosotros, menos en el pecado (cf. 4: 15). Por ésto es el mediador de la alianza nueva y definitiva que nos da la salvación.
El evangelio de hoy se conecta directamente a la primera lectura: así como el pueblo de Israel fue liberado gracias a la paternidad de Dios, así Bartimeo fue liberado gracias a la compasión de Jesús.

Jesús acaba de salir de Jericó. Y a pesar de haber apenas empezado el camino más importante, el camino a Jerusalén, se detiene para responder al clamor de Bartimeo.
Se deja tocar movido por su solicitud, se involucra en su situación. No se contenta con darle una limosna, sino que quiere encontrarlo personalmente. No le da ni indicaciones ni respuestas, pero le plantea una pregunta: "¿Qué quieres que yo haga por ti" (Mc 10, 51).
Podría parecer una pregunta inútil: ¿qué podría desear un ciego sino la vista? Y, sin embargo, con esta pregunta realizada "cara a cara", directa, pero respetuosa, Jesús nos muestra que quiere escuchar nuestras necesidades.Desea con cada uno de nosotros un diálogo hecho de vida, de situaciones reales, que no excluya nada ante Dios.
Después de curarlo, el Señor le dice al hombre: "Tu fe te ha salvado" (10, 52). Es hermoso ver cómo Cristo admira la fe de Bartimeo, confiando en él. Él cree en nosotros más de lo que creemos en nosotros mismos.
Hay un detalle interesante. Jesús pide a sus discípulos que vayan y llamen a Bartimeo. Éstos se dirigen a los ciegos utilizando dos expresiones que sólo Jesús usa en el resto del Evangelio.
En primer lugar, le dicen: "Coraje", una palabra que significa literalmente "ten confianza, anímate". De hecho, sólo el encuentro con Jesús le da al hombre la fuerza para afrontar las situaciones más graves.

La segunda palabra es "Levántate!", como Jesús le había dicho tantas personas enfermas, tomándolas de la mano y curándalos. Los suyos se limitan a repetir las palabras de aliento y liberadoras de Jesús, que conduce directamente a él sin prédicas.

A ésto están llamados los discípulos de Jesús, también hoy, sobre todo hoy: poner al hombre en contacto con la misericordia compasiva que salva.
Cuando el grito de la humanidad se convierte, como Bartimeo, aún más fuerte, no hay otra respuesta que hacer nuestras las palabras de Jesús, y sobre todo imitar su corazón. Las situaciones de miseria y los conflictos son para Dios ocasiones de misericordia. Hoy es tiempo de la misericordia!

Pero hay algunas tentaciones para los que siguen a Jesús. El Evangelio destaca al menos dos. Ninguno de los discípulos se detiene, como hace Jesús. Siguen caminando, avanzando como si nada. Si Bartimeo es ciego, ellos son sordos: su problema no es problema de ellos.

Corremos ese riesgo: frente a los continuos problemas, lo mejor es seguir adelante, sin dejarnos molestar. Así al igual que aquellos discípulos, estamos con Jesús, pero no pensamos como Jesús. Estamos en su grupo, pero perdemos la apertura del corazón, perdemos la admiración, la gratitud y entusiasmo y corremos el riesgo de convertirnos en "habituados a la gracia". Podemos hablar de Él y trabajar para Él, pero vivir lejos de su corazón, que se inclina hacia quien está herido.
Esta es la tentación de una "espiritualidad del espejismo": podemos caminar a través de los desiertos de la humanidad no ver lo que realmente existe, sino lo que nos gustaría ver; somos capaces de construir visiones del mundo, pero no aceptamos lo que el Señor pone delante de los ojos. Una fe que no hecha raíces en la vida de las personas permanece estéril y en lugar de oasis, crea otros desiertos. 
Hay una segunda tentación, caen en una "fe que sigue un programa". Podemos caminar con el pueblo de Dios, pero tenemos nuestra planilla de marcha, donde se planeó todo: sabemos a dónde ir y cuánto tiempo debe pasar; todos deben respetar nuestros ritmos y cualquier inconveniente nos perturba.
Corremos el riesgo de llegar a ser como "muchos" del Evangelio que pierden la paciencia y reprenden a Bartimeo. Poco antes habían reprendido a los niños, ahora al mendigo ciego: molesta o no está a la altura debe ser excluido.
Jesús, por el contrario, desea incluir sobretodo a quien está relegado al margen y le se dirige a Él gritándole. Estos, como Bartimeo, tienen fe, porque saber que uno necesita la salvación es la mejor manera de encontrar a Cristo. Y al final, Bartimeo comienza a seguir a Jesús por el camino (cf. 10, 52). No sólo recupera la vista, pero se une a la comunidad de quienes caminan con Jesús.
Queridos hermanos sinodales, caminamos juntos. Les agradezco por el camino que hemos compartido con la mirada fija en el Señor y los hermanos, en la búsqueda de senderos que el Evangelio indica a nuestro tiempo para anunciar el misterio de amor de la familia.
Continuamos por el camino que el Señor desea. Pidámos a Él una mirada sana y salvada, que sepa difundir luz, porque recuerda el esplendor que lo ha iluminado. Sin dejar nunca ofuscarnos por el pesimismo y por el pecado, buscamos y vemos la gloria de Dios que brilla en el hombre vivo.

Defender la doctrina y su espíritu, más que la letra

El Papa en el discurso final del Sínodo



"Queridas Beatitudes, eminencias, excelencias, Queridos hermanos y hermanas:
Quisiera ante todo agradecer al Señor que ha guiado nuestro camino sinodal en estos años con el Espíritu Santo, que nunca deja a la Iglesia sin su apoyo.
Agradezco de corazón al Cardenal Lorenzo Baldisseri, Secretario General del Sínodo, a Monseñor Fabio Fabene, Subsecretario, y también al Relator, el Cardenal Peter Erdő, y al Secretario especial, Monseñor Bruno Forte, a los Presidentes delegados, a los escritores, consultores, traductores y a todos los que han trabajado incansablemente y con total dedicación a la Iglesia: gracias de corazón.
Agradezco a todos ustedes, queridos Padres Sinodales, delegados fraternos, auditores y auditoras, asesores, párrocos y familias por su participación activa y fructuosa.
Doy las gracias igualmente a los que han trabajado de manera anónima y en silencio, contribuyendo generosamente a los trabajos de este Sínodo.
Les aseguro mi plegaria para que el Señor los recompense con la abundancia de sus dones de gracia.
Mientras seguía los trabajos del Sínodo, me he preguntado: ¿Qué significará para la Iglesia concluir este Sínodo dedicado a la familia?
Ciertamente no significa haber concluido con todos los temas inherentes a la familia, sino que ha tratado de iluminarlos con la luz del Evangelio, de la Tradición y de la historia milenaria de la Iglesia, infundiendo en ellos el gozo de la esperanza sin caer en la cómoda repetición de lo que es indiscutible o ya se ha dicho.
Seguramente no significa que se hayan encontrado soluciones exhaustivas a todas las dificultades y dudas que desafían y amenazan a la familia, sino que se han puesto dichas dificultades y dudas a la luz de la fe, se han examinado atentamente, se han afrontado sin miedo y sin esconder la cabeza bajo tierra.
Significa haber instado a todos a comprender la importancia de la institución de la familia y del matrimonio entre un hombre y una mujer, fundado sobre la unidad y la indisolubilidad, y apreciarla como la base fundamental de la sociedad y de la vida humana.
Significa haber escuchado y hecho escuchar las voces de las familias y de los pastores de la Iglesia que han venido a Roma de todas partes del mundo trayendo sobre sus hombros las cargas y las esperanzas, la riqueza y los desafíos de las familias.
Significa haber dado prueba de la vivacidad de la Iglesia católica, que no tiene miedo de sacudir las conciencias anestesiadas o de ensuciarse las manos discutiendo animadamente y con franqueza sobre la familia.
Significa haber tratado de ver y leer la realidad o, mejor dicho, las realidades de hoy con los ojos de Dios, para encender e iluminar con la llama de la fe los corazones de los hombres, en un momento histórico de desaliento y de crisis social, económica, moral y de predominio de la negatividad.
Significa haber dado testimonio a todos de que el Evangelio sigue siendo para la Iglesia una fuente viva de eterna novedad, contra quien quiere «adoctrinarlo» en piedras muertas para lanzarlas contra los demás.
Significa haber puesto al descubierto a los corazones cerrados, que a menudo se esconden incluso dentro de las enseñanzas de la Iglesia o detrás de las buenas intenciones para sentarse en la cátedra de Moisés y juzgar, a veces con superioridad y superficialidad, los casos difíciles y las familias heridas.
Significa haber afirmado que la Iglesia es Iglesia de los pobres de espíritu y de los pecadores en busca de perdón, y no sólo de los justos y de los santos, o mejor dicho, de los justos y de los santos cuando se sienten pobres y pecadores.
Significa haber intentado abrir los horizontes para superar toda hermenéutica conspiradora o un cierre de perspectivas para defender y difundir la libertad de los hijos de Dios, para transmitir la belleza de la novedad cristiana, a veces cubierta por la herrumbre de un lenguaje arcaico o simplemente incomprensible.
En el curso de este Sínodo, las distintas opiniones que se han expresado libremente –y por desgracia a veces con métodos no del todo benévolos– han enriquecido y animado sin duda el diálogo, ofreciendo una imagen viva de una Iglesia que no utiliza «módulos impresos», sino que toma de la fuente inagotable de su fe agua viva para refrescar los corazones resecos.
Y –más allá de las cuestiones dogmáticas claramente definidas por el Magisterio de la Iglesia– hemos visto también que lo que parece normal para un obispo de un continente, puede resultar extraño, casi como un escándalo, para el obispo de otro continente; lo que se considera violación de un derecho en una sociedad, puede ser un precepto obvio e intangible en otra; lo que para algunos es libertad de conciencia, para otros puede parecer simplemente confusión. En realidad, las culturas son muy diferentes entre sí y todo principio general necesita ser inculturado si quiere ser observado y aplicado. El Sínodo de 1985, que celebraba el vigésimo aniversario de la clausura del Concilio Vaticano II, habló de lainculturación como «una íntima transformación de los auténticos valores culturales por su integración en el cristianismo y la radicación del cristianismo en todas las culturas humanas».
La inculturación no debilita los valores verdaderos, sino que muestra su verdadera fuerza y su autenticidad, porque se adaptan sin mutarse, es más, trasforman pacíficamente y gradualmente las diversas culturas.
Hemos visto, también a través de la riqueza de nuestra diversidad, que el desafío que tenemos ante nosotros es siempre el mismo: anunciar el Evangelio al hombre de hoy, defendiendo a la familia de todos los ataques ideológicos e individualistas.
Y, sin caer nunca en el peligro del relativismo o de demonizar a los otros, hemos tratado de abrazar plena y valientemente la bondad y la misericordia de Dios, que sobrepasa nuestros cálculos humanos y que no quiere más que «todos los hombres se salven» (1 Tm 2,4), para introducir y vivir este Sínodo en el contexto del Año Extraordinario de la Misericordia que la Iglesia está llamada a vivir.
Queridos Hermanos:
La experiencia del Sínodo también nos ha hecho comprender mejor que los verdaderos

defensores de la doctrina no son los que defienden la letra sino el espíritu; no las ideas, sino el hombre; no las fórmulas sino la gratuidad del amor de Dios y de su perdón. Esto no significa en modo alguno disminuir la importancia de las fórmulas, de las leyes y de los mandamientos divinos, sino exaltar la grandeza del verdadero Dios que no nos trata según nuestros méritos, ni tampoco conforme a nuestras obras, sino únicamente según la generosidad sin límites de su misericordia (cf. Rm 3,21-30; Sal 129; Lc 11,37-54). Significa superar las tentaciones constantes del hermano mayor (cf. Lc 15,25-32) y de los obreros celosos (cf. Mt 20,1-16). Más aún, significa valorar más las leyes y los mandamientos, creados para el hombre y no al contrario (cf. Mc 2,27).
En este sentido, el arrepentimiento debido, las obras y los esfuerzos humanos adquieren un sentido más profundo, no como precio de la invendible salvación, realizada por Cristo en la cruz gratuitamente, sino como respuesta a Aquel que nos amó primero y nos salvó con el precio de su sangre inocente, cuando aún estábamos sin fuerzas (cf. Rm 5,6).
El primer deber de la Iglesia no es distribuir condenas o anatemas sino proclamar la misericordia de Dios, de llamar a la conversión y de conducir a todos los hombres a la salvación del Señor (cf. Jn 12,44-50).
El beato Pablo VI decía con espléndidas palabras: «Podemos pensar que nuestro pecado o alejamiento de Dios enciende en él una llama de amor más intenso, un deseo de devolvernos y reinsertarnos en su plan de salvación [...]. En Cristo, Dios se revela infinitamente bueno [...]. Dios es bueno. Y no sólo en sí mismo; Dios es –digámoslo llorando- bueno con nosotros. Él nos ama, busca, piensa, conoce, inspira y espera. Él será feliz –si puede decirse así–el día en que nosotros queramos regresar y decir: “Señor, en tu bondad, perdóname. He aquí, pues, que nuestro arrepentimiento se convierte en la alegría de Dios».
También san Juan Pablo II dijo que «la Iglesia vive una vida auténtica, cuando profesa y proclama la misericordia [...] y cuando acerca a los hombres a las fuentes de la misericordia del Salvador, de las que es depositaria y dispensadora».
Y el Papa Benedicto XVI decía: «La misericordia es el núcleo central del mensaje evangélico, es el nombre mismo de Dios [...] Todo lo que la Iglesia dice y realiza, manifiesta la misericordia que Dios tiene para con el hombre. Cuando la Iglesia debe recordar una verdad olvidada, o un bien traicionado, lo hace siempre impulsada por el amor misericordioso, para que los hombres tengan vida y la tengan en abundancia (cf. Jn 10,10)».
En este sentido, y mediante este tiempo de gracia que la Iglesia ha vivido, hablado y discutido sobre la familia, nos sentimos enriquecidos mutuamente; y muchos de nosotros hemos experimentado la acción del Espíritu Santo, que es el verdadero protagonista y artífice del Sínodo. Para todos nosotros, la palabra «familia» no suena lo mismo que antes, hasta el punto que en ella encontramos la síntesis de su vocación y el significado de todo el camino sinodal.
Para la Iglesia, en realidad, concluir el Sínodo significa volver verdaderamente a «caminar juntos» para llevar a todas las partes del mundo, a cada Diócesis, a cada comunidad y a cada situación la luz del Evangelio, el abrazo de la Iglesia y el amparo de la misericordia de Dios".