11/30/16

Intenciones de oración del Papa para el mes de diciembre

 
La Santa Sede ha dado a conocer hoy las intenciones de oración del papa Francisco para este próximo mes de diciembre. 
 
La intención universal del apostolado de la oración es: “Para que en ninguna parte del mundo existan niños soldados.”

Su intención evangelizadora es: “Para que los pueblos de Europa redescubran la belleza, la bondad y la verdad del Evangelio que dan alegría y esperanza a la vida”.

Vivos y difuntos “estamos en comunión”

El Papa en la Audiencia General

 
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Con la catequesis de hoy concluimos el ciclo dedicado a la misericordia. Pero las catequesis terminan, pero ¡la misericordia debe continuar! Agradecemos al Señor por todo esto y conservémoslo en el corazón como consolación y fortaleza.
La última obra de misericordia espiritual pide de rezar por los vivos y por los difuntos. A esta podemos unir también la última obra de misericordia corporal que invita a enterrar a los muertos. Puede parecer una petición extraña esta última; en cambio, en algunas zonas del mundo que viven bajo el flagelo de la guerra, con bombardeos que de día y de noche siembran temor y víctimas inocentes, esta obra es tristemente actual. La Biblia tiene un hermoso ejemplo al respecto: aquel del viejo Tobías, quien, arriesgando su propia vida, sepultaba a los muertos no obstante la prohibición del rey (Cfr. Tob 1,17-19; 2,2-4). También hoy existen algunos que arriesgan la vida para dar sepultura a las pobres víctimas de las guerras. Por lo tanto, esta obra de misericordia corporal no es ajena a nuestra existencia cotidiana. Y nos hace pensar a lo que sucede el Viernes Santo, cuando la Virgen María, con Juan y algunas mujeres estaban ante la cruz de Jesús. Después de su muerte, fue José de Arimatea, un hombre rico, miembro del Sanedrín pero convertido en discípulo de Jesús, y ofreció para él un sepulcro nuevo, excavado en la roca. Fue personalmente donde Pilatos y pidió el cuerpo de Jesús: ¡una verdadera obra de misericordia hecha con gran valentía! (Cfr. Mt 27,57-60). Para los cristianos, la sepultura es un acto de piedad, pero también un acto de gran fe. Depositamos en la tumba el cuerpo de nuestros seres queridos, con la esperanza de su resurrección (Cfr. 1 Cor 15,1-34). Este es un rito que perdura muy fuerte y apreciado en nuestro pueblo, y que encuentra repercusiones especiales en este mes de noviembre dedicado en particular al recuerdo y a la oración por los difuntos. Rezar por los difuntos es, sobre todo, un signo de reconocimiento por el testimonio que nos han dejado y el bien que han hecho. Es un agradecimiento al Señor porque nos los ha donado y por su amor y su amistad. Dice el sacerdote: «Acuérdate también, Señor, de tus hijos, que nos han precedido con el signo de la fe y duermen ya el sueño de la paz. A ellos, Señor, y a cuantos descansan en Cristo, concédeles el lugar del consuelo, de la luz y de la paz» (Canon romano). Un recuerdo simple, eficaz, lleno de significado, porque encomienda a nuestros seres queridos a la misericordia de Dios. Oremos con esperanza cristiana que estén con Él en el paraíso, en la espera de encontrarnos juntos en ese misterio de amor que no comprendemos, pero que sabemos que es verdad porque es una promesa que Jesús ha hecho. Todos resucitaremos y todos permaneceremos por siempre con Jesús, con Él.
El recuerdo de los fieles difuntos no debe hacernos olvidar también de rezar por los vivos, que junto a nosotros cada día enfrentan las pruebas de la vida. La necesidad de esta oración es todavía más evidente si la ponemos a la luz de la profesión de fe que dice: “Creo en la comunión de los santos”. Es el misterio que expresa la belleza de la misericordia que Jesús nos ha revelado. La comunión de los santos, de hecho, indica que todos estamos inmersos en la vida de Dios y vivimos en su amor. Todos, vivos y difuntos, estamos en la comunión, es decir, unidos todos, ¿no?, como una unión; unidos en la comunidad de cuantos han recibido el Bautismo, y de aquellos que se han nutrido del Cuerpo de Cristo y forman parte de la gran familia de Dios. Todos somos de la misma familia, unidos. Y por esto rezamos los unos por los otros.
¡Cuántos modos diversos existen para orar por nuestro prójimo! Son todos válidos y aceptados por Dios si son hechos con el corazón. Pienso de forma particular en las madres y en los padres que bendicen a sus hijos por la mañana y por la noche. Todavía existe esta costumbre en algunas familias: bendecir al hijo es una oración; pienso en la oración por las personas enfermas, cuando vamos a visitarlos y oramos por ellos; en la intercesión silenciosa, a veces con las lágrimas, en tantas situaciones difíciles, orar por estas situaciones difíciles. Ayer vino a la misa en Santa Marta un buen hombre, un empresario. Ese hombre joven debe cerrar su fábrica porque ya no puede y lloraba diciendo: “Yo no puedo dejar sin trabajo a más de 50 familias. Yo podría declarar la bancarrota de la empresa, yo me voy a casa con mi dinero, pero mi corazón llorará toda la vida por estas 50 familias”. Este es un buen cristiano que reza con las obras: vino a misa para rezar para que el Señor le dé una salida, no solo para él, sino para las cincuenta familias. Este es un hombre que sabe orar, con el corazón y con los hechos, sabe orar por el prójimo. Es una situación difícil. Y no busca la salida más fácil: “Que se ocupen ellos”. Este es un cristiano. ¡Me ha hecho mucho bien escucharlo! Y tal vez existan muchos así, hoy, en este momento en el cual tanta gente sufre por la falta de trabajo; pienso también en el agradecimiento por una bella noticia que se refiere a un amigo, un pariente, un compañero… “¡Gracias, Señor, por esta cosa bella!”, también esto es orar por los demás. Agradecer al Señor cuando las cosas van bien.  A veces, como dice San Pablo, “no sabemos orar como es debido; pero el Espíritu intercede por nosotros con gemidos inefables” (Rom 8,26). Es el espíritu que ora dentro de nosotros. Abramos, pues, nuestro corazón, de modo que el Espíritu Santo, escrutando los deseos que están en lo más profundo, los pueda purificar y llevar a cumplimiento. De todos modos, por nosotros y por los demás, pidamos siempre que se haga la voluntad de Dios, como en el Padre Nuestro, porque su voluntad es seguramente el bien más grande, el bien de un Padre que no nos abandona jamás: rezar y dejar que el Espíritu Santo ore por nosotros. Y esto es bello en la vida: reza agradeciendo, alabando a Dios, pidiendo algo, llorando cuando hay alguna dificultad, como aquel hombre. Pero siempre el corazón abierto al Espíritu para que rece por nosotros, con nosotros y por nosotros.
Concluyendo estas catequesis sobre la misericordia, comprometámonos a orar los unos por los otros para que las obras de misericordia corporales y espirituales se conviertan cada vez más en el estilo de nuestra vida. Las catequesis, como he dicho principio, terminan aquí. Hemos hecho el recorrido de las 14 obras de misericordia, pero la misericordia continua y debemos ejercitarla en estos 14 modos. Gracias.

¿Por qué ganó Trump?

Rafael Navarro-Valls


Pasado ya un tiempo desde el final de la carnicería electoral para la Presidencia de Estados Unidos, (intrigas, presuntos complots, conspiraciones, sexo, violencia verbal etc) parece oportuno valorar el triunfo de Trump y la derrota de Hillary
La victoria de Donald Trump me recuerda la del presidente Harry S. Truman frente a Dewey, en las elecciones presidenciales de 1948. Las encuestas, los medios de comunicación y los analistas vaticinaron casi unánimemente la victoria del candidato republicano Dewey. Incluso el Chicago Tribune tituló en portada “Dewey defeats Truman” (Dewey derrota a Truman), la misma mañana en que Harry S. Truman derrotaba al republicano y ex gobernador de Nueva York, Thomas E. Dewey. El titular erróneo se hizo famoso cuando Truman, al celebrar su victoria, con benévola sonrisa, lo hizo agitando una copia del periódico.

Un dato perverso
Todos deberíamos habernos dado cuenta –aunque el tema de los swing states, es el abecede de una campaña– de que, la selectiva campaña de Trump sobre determinados estados, traía su causa en la especial convicción de que te esfuerces lo que te esfuerces, al final todo depende de algo verdaderamente perverso: que apuesten por ti un 3% de indecisos, de los 225 millones de votantes potenciales, en especial los concentrados en Ohio, Pennsylvania, Florida y Virginia. Pero, además, el candidato ha de tener la habilidad de sacarlos de sus guaridas y llevarlos a votar. No se olvide que “un ciudadano americano cruzará océanos y mares para luchar por la democracia, pero tal vez no cruzará la calle para votar en unas elecciones”. Esto ha sabido hacerlo Trump mejor que Hillary. Los recursos planteados frente a estas victorias parciales no parece que lleguen a ninguna parte.
Por lo demás, un buen candidato ha de tener mucha flexibilidad para adaptarse a los giros inverosímiles que circunvalan una campaña. Así como en el tema de la neumonía “escondida”, el “emailgate “ – su entierro, resurrección y nueva inhumación , de manos del FBI- , o el “revival” de las proezas sexuales de Bill Clinton, Hillary ha sabido no perder el equilibrio y afrontarlos de cara, también Donald Trump mantuvo los nervios ante el “video de vestuario”- en que aparecía soez y machista- , contraatacando con una especie de desfile de modelos que habían sido presuntamente acosadas – y alguna violada- por el marido de la candidata que se escandalizaba ante el video de Trump.

El populismo de Trump
Un factor importante en la victoria de Trump es la hábil instrumentalización de esa polisémica expresión que es el populismo. Como es sabido, a ambos lados del Atlántico han surgido como plantas exóticas los populismos de izquierda y derecha. Los primeros más concentrados en Europa (España, Grecia, Italia), los segundos difusamente diseminados por América. Trump ha sido el héroe de estos últimos, sabiendo explotar las angustias subterráneas de los americanos sobre inmigración, terrorismo, economía etc. En especial, las angustias de las clases blancas medias y populares blancas. A su vez, ha sabido encauzar los sentimientos latentes contrarios a la dictadura de lo políticamente correcto, que suele considerar intolerantes o fundamentalistas a los que no se pliegan a sus planteamientos jurídicos, políticos o morales.
La prensa “correcta” ha protagonizado un verdadero frente “anti-Trump (CNN, Washington Post, Huffington Post, NBC, ABC, MSNBC, New York Times etc ), incluso empresas periodísticas que durante decenios se habían abstenido de dar su apoyo a los candidatos presidenciales o nunca habían recomendado el voto para uno demócrata, han entrado en la batalla informativa, dando su apoyo a Hillary.
Entre ellos , Usa Today, Atlantic Magazine, The Dallas Morning News, o The Cincinnati Enquirer . La demonización mediática del rubio multimillonario ha sido tan intensa, que este ha amenazado con medidas legales por lo infamante de sus planteamientos. Tal ha sido el caso de The New York Times, con el que, por cierto, acaba de reconciliarse visitando hace unos días su sede y sometiéndose a una entrevista. Este “cerco informativo” ha cometido el error de convertir a Trump en una especie de espantapájaros, lo que ha producido un cierto efecto “boomerang”. Como era de prever, muchos ciudadanos interiormente se han rebelado y se han puesto del lado del “apaleado “.

La soledad del rubio millonario
Hay un abismo entre la fuerza de un candidato con su partido tras él sin fisuras , y la de un aspirante a la presidencia con su partido dividido. Un ejemplo paradigmático fue la derrota del presidente Carter frente a Ronald Reagan. El primero llegó a la convención demócrata con Edward Kennedy como adversario. Aunque Carter acabó ganando en la convención, el partido se dividió, y el aspirante republicano Reagan barrió al presidente demócrata Carter.
Ahora la situación era la inversa. El dividido fue el partido republicano. Numerosos iconos del GOP (los tres Bush, Condoleezza Rice, Colin Powell, los excandidatos presidencial John McCain y Mitt Romney, Arnold Schwarzenegger etc) negaron su voto a Trump, llamándole el “candidato del caos”. Por contraste, todo el partido demócrata apareció en la campaña unido tras una Hillary algo catastrofista : “Yo o el Apocalipsis”. Trump ha hecho lo único que podía hacer: convocar a “la mayoría silenciosa” frente “al corrupto establishment”. Era él solo frente a todos. De nuevo la solidaridad con el abandonado por el poder, unió aún más a sus bases con el chivo expiatorio.
Los esqueletos en el armario de Hillary
Trump tenía frente a sí una candidata con pocas raíces en el corazón de los electores. Si el rubio millonario era un candidato grosero, agresivo y racista, Hillary Clinton era una mujer algo fría y distante, cuya carrera política había estado flanqueda por el dinero, el sexo y el suicidio . No había tenido suerte con sus amigos . Vincent Foster, compañero de Hillary en un bufete, luego incorporado a la Casa Blanca, se suicidó en extrañas circunstancias por no aguantar la presión de los escandalos del Whitewater que involucraban al Presidente Clinton y a su esposa. Bill , su marido, protagonizó, entre otros, cuatro escándalos sexuales en la década de los 90 . En especial, su aventura con la becaria Monica Lewinski, inundó los medios de comunicación, llegando hasta un proceso de impeachment, del que solo por los pelos salió bien librado. En fin, el ex congresista demócrata Anthony Weiner –esposo de Huma Abedin, asesora personal de Hillary Clinton– protagoniza un escándalo de alto voltaje sexual, al que se une la aparición en su ordenador de miles de mensajes de Hillary de su época de Secretaria de Estado, que ponen a la candidata en un verdadero aprieto en plenas elecciones.
Estos factores, junto a los volátiles e-mails comprometedores, su fama de “reina guerrera” en los conflictos de Irak, Libia y Siria, y problemas de salud no siempre bien explicados potenciaron la figura de Trump, incluso en sus ataques injustos contra la ex primera dama. Obama salió al quite y actuó con verdadera caballerosidad en su defensa de Hillary. Aunque algunos recordaron que, en la campaña Hillary/Obama de hace ocho años, el afroamericano no dudó en calificar a su adversaria textualmente de “mentirosa” y “serpiente que se muerde la cola”. Demasiado fondo de armario.

¿Y ahora qué?
He observado que la reacción de algunas cancillerías y de parte de la prensa ha sido catastrofista ante el triunfo del inexperto, agresivo e impredecible Trump. Mi consejo fue esperar a ver el tenor de los colaboradores que nombra. Coincido con los analistas cuando observan que un Presidente sin buenos consejeros y colaboradores “es como una tortuga boca arriba; puede moverse mucho pero no puede ir a ninguna parte”.
Por ahora parece que lo colaboradores nombrados o en vías de nominación suponen una de cal y otra de arena. Por ejemplo, nombra a un supuesto radical, Stephen Bannon , jefe de Estrategia, pero nomina como jefe de Gabinete a un moderado, Reince Priebus, presidente del Comité Nacional Republicano. Nombra a Nikki Haley, una mujer muy crítica con él, hija de inmigrantes indios, para ocupar la plaza de embajadora permanente ante las Naciones Unidas, y da Educación a Betsy DeVos, una multimillonaria de Michigan , muy activa en esa área, buena amiga del presidente electo.
En fin, su Secretario de Estado –nombramiento clave– no parece destinado a un radical. Los dos nombres en disputa, el ex alcalde de Nueva York, Rudy Giulani, y el ex gobernador de Massachusetts, Mitt Romney, son francamente moderados. Siendo el segundo una verdadera sorpresa, si se tiene en cuenta la animadversión mostrada por Romney durante hacia Trump durante la campaña. Parece que Trump se asocia al dicho de que los “radicales de ayer son los moderados de hoy, cuando alcanzan el poder”.

11/29/16

Segundo Domingo de Adviento – Ciclo A

P. Antonio Rivero, L.C.

Textos: Isaías 11, 1-10; Romanos 15, 4-9; Mateo 3, 1-12
Idea principal: la semana pasada Dios al inicio del Adviento nos invitaba a despertar y caminar. Hoy nos invita a convertirnos“Convertíos, porque está cerca el Reino de los cielos”. Y lo hace a través de dos precursores: Isaías y Juan Bautista.
Aspectos de esta idea:
En primer lugar, veamos la misión de los precursores: heraldos que preparan los ánimos, convocan la atención, a fin de que aquel que viene, sea esperado, deseado, recibido, y su venida no pase desapercibida. Cuando en la antigüedad un personaje importante iba a venir, hacía falta un mensajero que lo precediera e invitara a la población a que le saliera al encuentro, a que reparase rutas y puentes a su paso. Hoy, está viniendo Cristo, el Hijo de Dios vivo. ¿Estamos preparados?
En segundo lugar, Isaías (primera lectura) y Juan (segunda lectura) son los precursores de Cristo. Isaías anuncia que el Mesías vendrá del tronco viejo, ya casi seco, de Jesé –el padre de David, y por tanto, símbolo de la dinastía principal de Israel; será un renuevo, un vástago verde, lleno de los dones del Espíritu, que será juez justo y traerá la paz. Necesitamos injertarnos a ese vástago nuevo para recibir su savia vivificadora y santificadora. Juan Bautista, precursor del Nuevo Sol, es aurora que se anticipa al Sol; anuncia la inminente venida de Cristo, predicando la conversión y la penitencia. Esa conversión nos exige echar fuera el pecado y trabajar en la santidad de vida, teniendo en nosotros los mismos sentimientos de Cristo Jesús (segunda lectura).
Finalmente, cada uno de nosotros, como bautizados, una vez convertidos, somos también precursores de Jesús y de su salvación; somos voz que anuncia esa Palabra. Lo que debemos decir al mundo es esto: el Reino de los Cielos está cerca y urge la conversión de los corazones. Tenemos que apasionarnos de Cristo, como Juan, para presentar a Jesús, hacerlo desear, provocar la espera y la necesidad de él. La voz –Juan y nosotros- calla después de haber transportado la Palabra; el amigo del esposo se hace a un costado ante la aparición del esposo. San Agustín dice que la tarea de la voz es de ser medio; sirve para transmitir la palabra y, con la palabra, la idea que se ha formado dentro de nosotros. Cuando esta palabra ha entrado en el corazón del otro, se ha comunicado al otro, la voz calla, cae. Así, el precursor.
Para reflexionar: antes de anunciar esa conversión, los demás tienen que ver que nosotros vivimos esa conversión, como hizo san Juan. Él antes de gritar la conversión, vivió en silencio en el desierto e hizo penitencia. Por tanto, antes de ponernos en estado de “confesión” es decir, antes de hablar de Cristo”, debemos ponernos en estado de “conversión”. ¿Qué tengo que convertir a Dios en este Adviento: mi mente mundana, mi corazón desestabilizado, mi voluntad rebelde? ¿A quién tengo que anunciar esa conversión?
Para rezarSeñor Jesús, yo me coloco en tu presencia en oración, y confiado en tu Palabra abro totalmente mi corazón a Ti. Reconozco mis pecados y te pido perdón por cada uno. Yo te presento toda mi vida, desde el momento en que fui concebido hasta ahora. En ella están todos mis errores, fracasos, angustias, sufrimientos y toda mi ignorancia de tu Palabra. ¡Señor Jesús, Hijo del Dios vivo, ten compasión de mí que soy pecador! ¡Sálvame, Jesús! Perdona mis pecados, conocidos y desconocidos.
Libérame, Señor, de todo yugo de Satanás en mi vida. Libérame, Jesús, de todo vicio y de todo dominio del mal en mi mente. Yo te pido, Señor, que esa vieja naturaleza mía, vendida al pecado, sea crucificada en tu cruz. ¡Lávame con tu Sangre, purifícame, libérame, Señor!.

El temor de Dios no es miedo, es humildad


El Papa en Santa Marta


La alabanza de Jesús al Padre, que narra el Evangelio de hoy (Lc 10,21-24), es porque el Señor revela a los pequeños los misterios de la Salvación, el misterio de sí mismo. Es la preferencia de Dios por quien sabe entender sus misterios, no los sabios y entendidos, sino el corazón de los pequeños. También la Primera Lectura (Is 11,1-10), llena de pequeños detalles, va por esa línea. El profeta Isaías habla de un pequeño renuevo que brotará del tronco de Jesé, y no de un ejército que traerá la liberación.
Y los pequeños son también los protagonistas de la Navidad, donde veremos esa pequeñez, esas cosas pequeñas: un niño, un establo, una madre, un padre… Las cosas pequeñas. Corazones grandes, pero con actitud de pequeños. Y sobre ese renuevo se posará el Espíritu del Señor, el Espíritu Santo, y ese pequeño renuevo tendrá la virtud de los pequeños y el temor del Señor. Caminará en el temor del Señor. Temor del Señor que no es miedo: no. Es hacer vida el mandamiento que Dios dio a nuestro padre Abraham: Camina en mi presencia y sé irreprensible. Humilde. Eso es humildad. El temor del Señor es la humildad. Y solo los pequeños son capaces de comprender plenamente el sentido de la humildad, el sentido del temor del Señor, porque caminan ante el Señor, mirados y protegidos, y sienten que el Señor les da la fuerza para seguir adelante. Esa es la verdadera humildad.
Vivir la humildad, la humildad cristiana, es tener ese temor del Señor que –repito– no es miedo, sino que es: Tú eres Dios, yo soy una persona, y voy adelante así, con las pequeñas cosas de la vida, pero caminando en tu presencia y procurando ser irreprensible. La humildad es la virtud de los pequeños, la verdadera humildad, no la humildad un poco de teatro: no, esa no. Como la humildad de aquel que decía: Yo soy humilde, y estoy orgulloso de serlo. No, esa no es la verdadera humildad. La humildad del pequeño es la que camina en la presencia del Señor, no habla mal de los demás, mira solo el servicio, se siente el más pequeño… Ahí está la fuerza.
Es humilde, muy humilde también la muchacha a la que Dios mira para enviar a su Hijo, y que enseguida va a casa de su prima Isabel, y no le dice nada de lo que había pasado. La humildad es así, caminar en la presencia del Señor, felices, gozosos porque somos mirados por Él, exultantes en la alegría porque somos humildes, como se narra de Jesús en el Evangelio de hoy. Mirando a Jesús que exulta en la alegría porque Dios revela su misterio a los humildes, podemos pedir para todos nosotros la gracia de la humildad, la gracia del temor de Dios, de caminar en su presencia procurando ser irreprensibles. Y así, con esa humildad, nos encuentre velando en oración y cantando su alabanza (cfr. oración colecta de ayer, lunes de la 1ª semana de Adviento).

11/28/16

La fe cristiana no es una filosofía, es el encuentro con Jesús

El Papa en Santa Marta


Encontrar a Jesús: esta es la gracia que queremos en el Adviento. En este periodo del Año, la Liturgia nos propone numerosos encuentros de Jesús: con su Madre en su seno, con San Juan Bautista, con los pastores, con los Magos. Todo esto nos dice que el Adviento es un tiempo para caminar e ir al encuentro del Señor, es decir, un tiempo para no estar quieto. ¿Qué actitudes debo tener para encontrar al Señor? ¿Cómo debo preparar mi corazón para encontrar al Señor? En la oración colecta de la Misa, la Liturgia nos señala tres actitudes: vigilantes en la oración, laboriosos en la caridad y exultantes en la alabanza. O sea, que debo rezar con vigilancia; debo ser laborioso en la caridad, la caridad fraterna: no solo dar una limosna, no; sino también tolerar a la gente que me molesta, tolerar en casa a los niños que hace tanto ruido, o al marido o a la mujer cuando hay dificultades, o a la suegra… no sé…, pero tolerar, tolerar… Siempre la caridad, pero laboriosa. Y luego la alegría de alabar al Señor: exultantes en la alegría. Así debemos vivir ese camino, esa voluntad de encontrar al Señor. Para encontrarlo bien, no estar quietos. Y encontraremos al Señor.
Pero habrá una sorpresa, porque Él es el Señor de las sorpresas. Porque tampoco el Señor está quieto. Yo estoy en camino para encontrarlo y Él está en camino para encontrarme, y cuando nos encontremos veremos que la gran sorpresa es que Él me está buscando, antes de que yo empiece a buscarlo. Esa es la gran sorpresa del encuentro con el Señor. Él nos ha buscado antes. Él siempre es el primero. Él hace su camino para encontrarnos. Es lo que le pasó al Centurión. Siempre el Señor va más allá, va antes. Nosotros damos un paso y él da diez. Siempre. La abundancia de su gracia, de su amor, de su ternura, que no se cansa de buscarnos. A veces con cosas pequeñas: pensamos que encontrar al Señor debería ser algo magnífico, como aquel hombre de Siria, Naamán, que era leproso: pero no, es sencillo… Y se llevó una sorpresa grande por el modo de obrar de Dios. Porque el nuestro es el Dios de las sorpresas, el Dios que nos está buscando, nos está esperando, y solo pide de nosotros el pequeño paso de la buena voluntad.
Debemos tener ganas de encontrarlo. Y Él nos ayuda. El Señor nos acompañará durante nuestra vida. Tantas veces nos alejamos de Él, pero nos espera como el Padre del hijo pródigo. Tantas veces verá que queremos acercarnos y Él sale a nuestro encuentro. Es el encuentro con el Señor: ¡eso es lo importante! El encuentro. A mí siempre me llamó mucho la atención que el Papa Benedicto dijera que la fe no es una teoría, una filosofía, una idea: es un encuentro. Un encuentro con Jesús. Si no, si no has encontrado su misericordia, ya puedes rezar el Credo de memoria, pero no tendrás fe. Los doctores de la Ley lo sabían todotodo de la dogmática de aquel tiempo, todo de la moral de aquel tiempo, todo. Pero no tenían fe, porque su corazón se había alejado de Dios. Alejarse o tener la voluntad de ir al encuentro. Y esta es la gracia que hoy pedimos. Dios, nuestro Padre, suscita en nosotros la voluntad de ir al encuentro de Cristo, con las buenas obras. Ir al encuentro de Jesús. Y para eso, recordemos la gracia que hemos pedido en la colecta, con la vigilancia en la oración, la laboriosidad en la caridad y exultantes en la alabanza. Y así encontraremos al Señor y tendremos una bellísima sorpresa.

11/27/16

‘Rezo por Centroamérica azotada por un huracán’

El Papa en el Ángelus


“Queridos hermanos y hermanas, buenos días:
 Hoy en la Iglesia inicia un nuevo año litúrgico, o sea un nuevo camino de fe del pueblo de Dios. Y como siempre iniciamos con el Adviento.
La página del evangelio (cfr Mt 24,37-44) nos introduce a uno de los temas más sugestivos del tiempo de Adviento: la visita del Señor a la humanidad. La primera visita se realizó con la Encarnación, el nacimiento de Jesús en la gruta de Belén; la segunda es en el presente: el Señor nos visita continuamente cada día, camina a nuestro lado y es una presencia de consolación; y para concluir estará la última visita, que profesamos cada vez que recitamos el Credo: “De nuevo vendrá en la gloria para juzgar a los vivos y a los muertos”. El Señor hoy nos habla de esta última visita suya, la que sucederá al final de los tiempos y nos dice dónde llegará nuestro camino.
La palabra de Dios subraya el contraste entre el desarrollarse normal de las cosas y la rutina cotidiana y la venida repentina del Señor. Dice Jesús: “Como en los días que precedieron el diluvio, comían, bebían, tomaban esposa y tomaban marido, hasta el día en el que Noe entró en el arca, y no se dieron cuenta de nada hasta que vino el diluvio y embistió a todos”. (vv. 38-39).
Siempre nos impresiona pensar a las horas que preceden a una gran calamidad: todos están tranquilos, hacen las cosas de siempre sin darse cuenta que su vida está por ser alterada.
El evangelio no quiere inculcarnos miedo, sino abrir nuestro horizonte a la dimensión ulterior, más grande, que de una parte relativiza las cosas de cada día y al mismo tiempo las vuelve preciosas, decisivas. La relación con el Dios que viene a visitarnos da a cada gesto, a cada cosa una luz diversa, un espesor, un valor simbólico.
De esta perspectiva viene también una invitación a la sobriedad, a no ser dominados por las cosas de este mundo, de las realidades materiales, sino más bien a gobernarlas.
Si por el contrario nos dejamos condicionar y dominar por ellas, no podemos percibir que hay algo mucho más importante: nuestro encuentro final con el Señor que viene por nosotros. En aquel momento, como dice el Evangelio, “dos hombres estarán en el campo: uno será llevado y el otro dejado” (v. 40). Es una invitación a la vigilancia, porque no sabiendo cuando Él vendrá, es necesario estar siempre listos para partir.
En este tiempo de Adviento estamos llamados a ensanchar los horizontes de nuestro corazón, a dejarnos sorprender por la vida que se presenta cada día con sus novedades. Para hacer esto es necesario aprender a no depender de nuestras seguridades, de nuestros esquemas consolidados, porque el Señor viene en la hora en la que no nos imaginamos. Viene para introducirnos en una dimensión más hermosa y más grande.
Nuestra Señora, Virgen del Adviento, nos ayude a no considerarnos propietarios de nuestra vida, a no hacer resistencia cuando el Señor viene para cambiarla, pero a estar listos para dejarnos visitar por Él, huésped esperado y grato, aunque desarticule nuestros planes”.
El Papa reza el ángelus y después dice:
“Queridos hermanos y hermanas,
quiero asegurar que rezo por las poblaciones de Centroamérica, especialmente las de Costa Rica y Nicaragua, golpeadas por un huracán y este último país también por un fuerte sismo. Y rezo también por las del norte de Italia, que están sufriendo debido a los aluviones.
Saludo a los peregrinos aquí presentes, que han venido de Italia y de diversos países: a las familias, los grupos parroquiales, las asociaciones. En particular saludo a los fieles que vienen de Egipto, Eslovaquia y al coro de Limburg (Alemania).
Saludo con afecto a la comunidad ecuatoriana de Roma, a las familias del Movimiento “Tra Noi”; a los grupos de Altamura, Rieti, San Casciano en Val di Pesa; a la UNITALSI de Capaccio y a los alumnos de Bagheria.
A todos les deseo un buen domingo y un buen camino de Adviento. ¡Que sea tiempo de esperanza! La esperanza verdadera fundada sobre la fidelidad de Dios y sobre nuestra responsabilidad. Y por favor no se olviden de rezar por mi. ¡Buon pranzo e arrivederci!

11/26/16

“Vivir la alegría del amor en familia”

Jornada de la Sagrada Familia 2016 en España: 

La Jornada de la Sagrada Familia que la Iglesia española celebrará el próximo 30 de diciembre de 2016 lleva este año por lema “Vivir la alegría del amor en la familia”. Se realizará en todo el país y será una ocasión oportuna para rezar por todas las familias, principalmente las que se encuentran en dificultad.
Para la ocasión los siete obispos de la Subcomisión Episcopal para la Familia, presidida por Mons. Mario Iceta Gavivagogeascoa, obispo de Bilbao, han escrito una nota recordando que “este año el papa Francisco ha regalado a su Iglesia la exhortación apostólica Amoris laetitia, fruto de los dos sínodos, donde nos invita a todos los cristianos a cuidar el matrimonio y la familia”.
“En ella –prosiguen los obispos– el Papa nos impulsa a proponer de un modo renovado e ilusionante la vocación al matrimonio y a mostrar la belleza, verdad y bien de la realidad matrimonial y familiar como un don de Dios, como una respuesta a una vocación excelente”.
Señalan en riesgo de creer que “el amor, como en las redes sociales, se puede conectar o desconectar a gusto del consumidor e incluso bloquearla rápidamente”, además de las dificultades sociales, “como puede ser la falta de una vivienda digna o adecuada; por la falta de derechos de los niños; por la necesidad de mejorar la conciliación laboral y familiar” etc.
Señalan que estos desafíos, lejos de constituir obstáculos insalvables, se convierten para la familia cristiana y para la Iglesia en una oportunidad nueva, de tal forma que la propia familia encuentra en ellos un estímulo para fortalecerse y crecer como comunidad de vida y amor que engendra vida y esperanza en la sociedad. Lo que habla de la necesidad de una adecuada formación y preparación de aquellos que están llamados a cuidarla, tanto de los seminaristas y sacerdotes, como de los agentes de pastoral familiar.
Recuerdan además que los novios, que deben ser acompañados durante el noviazgo, y los esposos particularmente en los primeros años del matrimonio.
Los obispos subrayan que “el camino de la familia necesita una morada, un ambiente apropiado, un tejido de relaciones donde pueda crecer y germinar el deseo humano”.
Por este motivo, concluye el documento “el desafío y la misión de la Iglesia hoy es ser arca de Noé, sacramento de salvación, hospital de campaña, en palabras del papa Francisco, generando espacios y tiempos nuevos, un ambiente y una cultura favorables en los que la familia pueda crecer y vivir en plenitud su vocación al amor”.

11/25/16

La condena eterna es alejarse del Señor y no una sala de torturas


El Papa en Santa Marta


En estos dos últimos días del Año Litúrgico, la Iglesia lleva a cumplimiento la reflexión sobre el fin del mundo, como en la Lectura del Apocalipsis (20,1-4.11-15). ¿Cómo será el Juicio universal, y el encuentro final con Jesús?
El primer en ser juzgado es el “dragón, la serpiente antigua, que es el diablo”, y que el ángel bajado del cielo echa en el Abismo, encadenado para que no sedujera más a las naciones: porque él es el seductor. Es un mentiroso, más: es el padre de la mentira, engendra mentiras, es un estafador. Te hace creer que si comes esa manzana serás como un Dios. Te la vende así y tú la compras y al final te estafa, te engaña, te arruina la vida. ‘Pero, padre, ¿qué podemos hacer nosotros para no dejarnos engañar por el diablo?’. Jesús nos enseña: jamás dialogar con el diablo. Con el diablo no se dialoga. ¿Qué hizo Jesús con el diablo? Lo echa, le pregunta el nombre, pero no dialoga. Igual en el desierto, Jesús nunca usó una palabra propia porque era bien consciente del peligro. En las tres respuestas que dio al diablo, se defendió con la Palabra de Dios, la Palabra de la Biblia. Pero nunca dialogar con ese mentiroso y estafador, que busca nuestra ruina y que por eso será arrojado en el abismo.
En la página del Apocalipsis aparecen luego las almas de los mártires, los humildes, que han dado testimonio de Jesucristo y no adoraron al diablo y a sus secuaces, el dinero, la mundanidad, la vanidad, dando la vida por eso.
El Señor juzgará a grandes y pequeños por sus obras, se sigue leyendo en el Apocalipsis, y los condenados serán echados al estanque de fuego. Es la segunda muerte. La condenación eterna no es una sala de tortura, es una descripción de la segunda muerte: es una muerte. Y los que no sean recibidos en el Reino de Dios es porque no se han acercado al Señor. Son los que siempre han ido por su camino, alejándose del Señor; pasan ante el Señor y se alejan solos. La condenación eterna es ese alejarse continuamente de Dios.
Alejamiento para siempre del Dios que da la felicidad, del Dios que nos quiere tanto, ese es el fuego, ese es el camino de la condenación eterna. Pero la última imagen del Apocalipsis se abre a la esperanza. Si abrimos nuestros corazones, como nos pide Jesús, y no vamos por nuestra cuenta, tendremos la alegría y la salvación, el Cielo y la tierra nuevos de los que habla la primera lectura. Dejarse acariciar y perdonar por Jesús, sin orgullo, pero con esperanza. La esperanza que abre los corazones al encuentro con Jesús. Eso nos espera: el encuentro con Jesús. Es bonito, muy bonito. Y Él nos pide ser humildes y decir: ‘Señor’. Bastará esa palabra y Él hará el resto. 

Las tres voces del Apocalipsis


El Papa ayer en Santa Marta

11/24/16

El Papa, los sacerdotes y el pecado de aborto


Una disposición que se sitúa en un contexto concreto: la necesidad de que el sacramento de la reconciliación vuelva “a encontrar su puesto central en la vida cristiana”
Este lunes ha sido presentada por monseñor Rino Fisichella, presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización, la Carta Apostólica del Papa Francisco Misericordia et misera, que señala el final del Jubileo Extraordinario de la Misericordia.
Aunque la Carta Apostólica es interesantísima en muchos aspectos, hay uno que ha despertado de modo especial la atención de los lectores: “De ahora en adelante −afirma el Papa en el n. 12− concedo a todos los sacerdotes, en razón de su ministerio, la facultad de absolver a quienes hayan procurado el pecado de aborto”, algo que el Papa había concedido de modo limitado para el período jubilar.
Algunos se preguntan qué supone este cambio y qué consecuencias tiene. Una respuesta breve es la siguiente: a partir de ahora no es necesario recurrir al obispo diocesano para recibir la absolución de la pena de excomunión por el delito de aborto, sino que basta con acudir a cualquier sacerdote que tenga permiso para confesar.
¿Por qué ha tomado el Papa esta decisión? Podemos responder con sus propias palabras: “Para que ningún obstáculo se interponga entre la petición de reconciliación y el perdón de Dios” (n. 12). Se trata de facilitar las cosas para alcanzar el perdón por un pecado que sigue teniendo la misma gravedad de siempre. El Papa lo deja muy claro en el mismo número 12 de su Carta: “Quiero enfatizar con todas mis fuerzas que el aborto es un pecado grave, porque pone fin a una vida humana inocente”.
Al mismo tiempo y con la misma fuerza, Francisco afirma que “no existe ningún pecado que la misericordia de Dios no pueda alcanzar y destruir, allí donde encuentra un corazón arrepentido que pide reconciliarse con el Padre. Por tanto, que cada sacerdote sea guía, apoyo y alivio a la hora de acompañar a los penitentes en este camino de reconciliación especial” (n. 12).
Para comprender mejor la decisión del Papa y sus consecuencias, interesa recordar las disposiciones de la Iglesia respecto al pecado del aborto y la pena que lleva consigo.
La Iglesia establece que la persona que procura el aborto, si este se produce, incurre en la pena de excomunión latae sententiae, es decir, que se coloca fuera de la comunión de la Iglesia. Imponer una pena de este tipo, que puede parecer poco caritativo o poco pastoral, tiene precisamente una finalidad de caridad pastoral: proteger al Pueblo de Dios, de modo que toda la comunidad eclesial conozca la gravedad de esta conducta y se evite más eficazmente.
Sin embargo, para incurrir en esta pena se requieren ciertas condiciones: mayoría de edad (18 años cumplidos); saber que se trata de un pecado grave; saber que existe tal pena eclesiástica; que el acto se realice con plena voluntariedad; y que de hecho se haya producido el aborto.
Hasta ahora, cuando una persona que había realizado un aborto o había ayudado en un aborto pero no había incurrido en excomunión (porque faltaba alguna de las condiciones señaladas), cualquier sacerdote con licencias tenía capacidad para absolver el pecado dentro de la confesión sacramental.
En cambio, si la persona había incurrido en excomunión, de modo ordinario solo podía ser absuelta por el obispo y por los sacerdotes delegados por él.
Solo si el penitente se encontraba en una “situación urgente”, cualquier sacerdote con licencia para confesar podía absolver de esa censura de aborto en ese caso concreto y solo en ese caso.
Pues bien, ahora, según lo dispuesto por el Papa en su Carta Apostólica Misericordia et misera, el penitente ya no necesita ir al obispo o a un sacerdote delegado para ser absuelto de la pena de excomunión y poder confesarse, sino que puede acudir a cualquier sacerdote con permiso para confesar, y no solo en casos de situación urgente, sino siempre.
Esta disposición del Papa se sitúa en un contexto concreto: la necesidad de que el sacramento de la reconciliación vuelva “a encontrar su puesto central en la vida cristiana”. Para conseguir esta finalidad, el Papa, en primer lugar, suplica a los sacerdotes que pongan su vida al servicio del ministerio de la reconciliación, “para que a nadie que se haya arrepentido sinceramente se le impida acceder al amor del Padre, que espera su retorno, y a todos se les ofrezca la posibilidad de experimentar la fuerza liberadora del perdón” (n. 11). Y en segundo lugar, en virtud de esa misma necesidad, a fin de evitar obstáculos al que pide la reconciliación y el perdón de Dios, concede a todos los sacerdotes la facultad de absolver el pecado de aborto.
El contexto profundo tanto de esta decisión como de otras que aparecen en la Carta Apostólica, pienso que es, sin duda, la necesidad de que todos conozcamos mejor y experimentemos en nuestro corazón la maravillosa grandeza de la misericordia del corazón de Dios.

María, centro de la reflexión para las próximas JMJ

El camino propuesto a los jóvenes muestra también una “evidente sintonía” con la reflexión que el papa Francisco ha encomendado “al próximo Sínodo de los Obispos”


 La Virgen María estará en el centro de la reflexión de las próximas Jornadas Mundiales de la Juventud. Así, el Vaticano ha anunciado este martes los temas de las próximas JMJ. El año 2017 llevará por lema “El Todopoderoso ha hecho cosas grandes en mí”, para el 2018 será “No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios”. Finalmente, la JMJ en Panamá en el año 2019 llevará como lema “He aquí la sierva del Señor; hágase en mí según tu palabra”.  
Los temas –indica el comunicado de prensa de la Santa Sede– han sido escogidos por el papa Francisco. Además, se precisa que “el camino espiritual indicado por el Santo Padre continúa coherentemente la reflexión iniciada con las últimas tres Jornadas Mundiales de la Juventud (2014-2016), centradas en las Bienaventuranzas”. Como sabemos, prosigue, “María es la que todas las generaciones llamarán bienaventurada”
Por otro lado, se recuerda que el papa Francisco, en su discurso preparado para el encuentro con los voluntarios de la JMJ de Cracovia, “ilustraba las actitudes de la Madre de Jesús, mostrándola como modelo a imitar.” Hablando después espontáneamente en aquella ocasión, “el Santo Padre invitó a los jóvenes a tener memoria del pasado, tener valentía en el presente y tener/ser esperanza para el futuro”.
En esta misma línea se explica que los tres temas anunciados tienden a dar “al itinerario espiritual de las próximas JMJ una fuerte connotación mariana”, subrayando al mismo tiempo “la imagen de una juventud en camino entre el pasado (2017), el presente (2018) y el futuro (2019), animada por las tres virtudes teologales: fe, caridad y esperanza”.
Finalmente, el comunicado subraya que el camino propuesto a los jóvenes muestra también una “evidente sintonía” con la reflexión que el papa Francisco ha encomendado “al próximo Sínodo de los Obispos: Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional”.

11/23/16

“Dar buen consejo al que lo necesita” es un verdadero “acto de amor”

El Papa en la Audiencia General


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
La reflexión sobre las obras de misericordia espiritual se refiere hoy a dos acciones fuertemente unidas entre ellas: dar buen consejo al que lo necesita y enseñar al que no sabe. Son obras que se pueden vivir tanto en una dimensión sencilla, familiar, a mano de todos, tanto –especialmente la segunda, la de enseñar– como en el plano más institucional, organizado. Pensemos por ejemplo en cuántos niños sufren todavía analfabetismo, falta de instrucción. Es una condición de gran injusticia que socava la dignidad misma de la persona. Sin instrucción después se convierte fácilmente en presa de la explotación y de varias formas de malestar social.
La Iglesia, a lo largo de los siglos, ha sentido la exigencia de comprometerse en el ámbito de la educación porque su misión de evangelización conlleva el compromiso de restituir la dignidad a los pobres. Desde el primer ejemplo de una “escuela” fundada precisamente aquí en Roma por san Justino, en el siglo II, para que los cristianos conocieran mejor la sagrada Escritura, hasta a san José de Calasanz, que abrió las primeras escuela populares gratuitas de Europa, hemos tenido una larga lista de santos y santas que en varias épocas han llevado educación a los más desfavorecidos, sabiendo que a través de este camino podían superar la miseria y las discriminaciones.  Cuántos cristianos, laicos, hermanos y hermanas consagradas, sacerdotes han dado la propia vida en la educación, en la educación de los niños y de los jóvenes. Esto es grande: ¡os invito a hacerles un homenaje con un gran aplauso! [aplauso de los fieles]. Estos pioneros de la educación habían comprendido a fondo la obra de misericordia e hicieron un estilo de vida tal que transformaron la sociedad. ¡A través de un sencillo trabajo y pocas estructuras han sabido restituir la dignidad a muchas personas! Y la educación que daban estaba a menudo orientada también al trabajo. Es así que han surgido muchas y diferentes escuelas profesionales, que preparaban para el trabajo mientras que educaban en los valores humanos y cristianos. La educación, por lo tanto, es realmente una forma peculiar de evangelización. Cuanto más crece la educación, las personas adquieren más certezas y conciencia, que todos necesitamos en la vida. Una buena educación nos enseña el método crítico, que comprende también un cierto tipo de duda, útil para proponer preguntas y verificar los resultados alcanzados, en vista a una conciencia mayor. Pero la obra de misericordia de aconsejar a los que tienen dudas no se refiere solo a este tipo de dudas. Expresar la misericordia hacia los que tienen dudas equivale, sin embargo, a calmar ese dolor y ese sufrimiento que proviene del miedo y de la angustia que son consecuencias de la duda. Es por lo tanto un acto de verdadero amor con el que se pretende apoyar a una persona en la debilidad provocada por la incertidumbre.
Pienso que alguno podría decirme: “Padre, pero yo tengo muchas dudas sobre la fe, ¿qué debo hacer? ¿Usted no tiene nunca dudas?” Tengo muchas… ¡Es verdad que en algunos momentos nos vienen dudas a todos! Las dudas que tocan la fe, en sentido positivo, son un signo de que queremos conocer mejor y más profundamente a Dios, Jesús, y el misterio de su amor hacia nosotros. “Pero, yo tengo esta duda: busco, estudio, veo o pido consejo sobre qué hacer”. ¡Estas son las dudas que hacen crecer! Es un bien, por tanto, que nos hagamos preguntas sobre nuestra fe, porque de esta manera estamos empujados a profundizarla. Las dudas, sin embargo, también se superan. Por eso es necesario escuchar la Palabra de Dios, y comprender lo que nos enseña. Un camino importante que nos ayuda mucho en esto es el de la catequesis, con la que el anuncio de la fe viene a encontrarnos en lo concreto de la vida personal y comunitaria. Y hay, al mismo tiempo, otro camino igualmente importante, el de vivir lo más posible la fe. No hacemos de la fe una teoría donde las dudas se multiplican. Hagamos más bien de la fe nuestra vida. Tratemos de practicarla en el servicio a los hermanos, especialmente a los más necesitados. Y entonces muchas dudas desaparecen, porque sentimos la presencia de Dios y la verdad del Evangelio en el amor que, sin nuestro mérito, vive en nosotros y compartimos con los otros.
Como se puede ver, queridos hermanos y hermanas, tampoco estas dos obras de misericordia no son lejanas a nuestra vida. Cada uno de nosotros puede comprometerse a vivirlas para poner en práctica la palabra del Señor cuando dice que el misterio de amor de Dios no se ha revelado a los sabios y a los inteligentes, sino a los pequeños (cfr Lc 10,21; Mt 11,25-26). Por lo tanto, la enseñanza más profunda que estamos llamados a transmitir es la certeza más segura para salir de dudas, es el amor de Dios con el que hemos sido amados (cfr 1 Gv 4,10). Un amor grande, gratuito y dado para siempre. ¡Dios nunca hace marcha atrás con su amor! Va siempre adelante y espera; dona para siempre su amor, del que debemos sentir fuerte la responsabilidad, para ser testigos ofreciendo misericordia a nuestros hermanos. Gracias.

Cristo es Rey, con una realeza no temporal


No hay dogmas en las cosas temporales, ni soluciones católicas a los problemas, menos aún en una sociedad tan compleja
Mucho se ha comentado últimamente la cuestión religiosa en torno a la vida pública, con motivo de elecciones pasadas o enfoques de futuro, en momentos de crisis, y no sólo económica. Terminó el Año de la Misericordia convocado por el papa Francisco cuando se cumplían cincuenta años de la clausura del Concilio Vaticano II. A pesar de la clara doctrina de la constitución Gaudium et Spes, no falta gente que piensa que los católicos habrían de votar o decidir en un sentido o en otro. No recuerdo dónde, leí hace unos días un titular que rezaba algo así como “No me explico que un católico haya votado a...” Y líderes políticos envían cartas abiertas con finalidades normalmente electorales... Como si el creyente no tuviera plena libertad, en el caso de haber decidido acudir a las urnas.
Lo aprendí muy joven, aunque no tenía edad para votar. Tampoco hacía falta, porque no había demasiada libertad política en España. Pero de alguna manera apliqué a la situación la famosa frase de Dostoievski: “si Dios no existe, todo está permitido”. Si católicos practicantes colaboran intensamente con Franco, sin reparo por parte de la jerarquía, apenas habrá límites éticos a la acción política de los católicos.
Luego, ya en serio, confirmaría gracias al fundador del Opus Dei que no hay dogmas en las cosas temporales, ni soluciones católicas a los problemas, menos aún en una sociedad tan compleja. Nunca me ha parecido diferencial ser católico o no ante las cuestiones debatidas en la cultura o en la sociedad. Cada uno defiende legítimamente su postura y sus prioridades. Para mí, por ejemplo, lo esencial es fortalecer la administración de justicia: es el criterio que preside mis decisiones, abocadas por desgracia desde hace muchísimos años a la abstención, porque no encuentro a ningún líder con quien compartir en serio esa profunda inquietud social.
Algo de esto pensaba con motivo de la solemnidad litúrgica dedicada al final del año a Jesucristo como rey del universo. Esa realeza está presente en la historia, aunque tendrá una plena realidad escatológica desde nuestra pobre perspectiva. La presencia en la hora presente, nacida propiamente en la Encarnación, penetra en su Cuerpo, que es la Iglesia. Cuerpo místico se dijo siempre, también para subrayar su carácter teológico, no temporal. Pero tampoco tiene lectura humana la más reciente difusión de la imagen de la Iglesia como pueblo de Dios.
Pero no desaparece la tentación de mezclar planos, a pesar de la respuesta rotunda de Jesús que narra el Evangelio, con la inapelable invitación a dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Incluso, en la escena de la Muerte, tal como se escuchaba el domingo en la correspondiente lectura de san Lucas, aparece el denuesto de los principales de Israel, que le exigen salvarse a sí mismo, y probar que es el Mesías. Saben que no será así, pero usan el argumento para intentar consolidar su poder cultural, religioso y político, con el sarcasmo de haber puesto antes, como título de la ejecución, su condición de rey de los judíos. Hasta uno de los dos ladrones, crucificados junto a Jesús, busca su liberación corporal con afirmaciones injuriosas a juicio del evangelista. El buen ladrón se limita a reconocer con humildad la realeza del Señor, para pedirle que se acuerde de él cuando llegue a su reino. El reconocimiento de esa verdad profunda le gana el paraíso, no el éxito humano de la supervivencia.
En muchos debates públicos suscitados en la vieja Europa con motivo del afán estatalista de legislar sobre temas más éticos que políticos, se apela con frecuencia a la objeción de conciencia. A mi entender, es un argumento pocas veces válido y, desde luego, no generalizable. La conciencia personal merece el máximo respeto, como corresponde a la dignidad humana, pero no exige necesariamente un reconocimiento jurídico de la objeción, pues haría casi imposible la convivencia democrática. Cosa muy distinta es el derecho a la libertad religiosa.
Se cierra la puerta santa de las grandes catedrales, pero sigue completamente abierta la misericordia divina. La esperanza sobrenatural, como también enseñó el Concilio Vaticano II, invita también al compromiso en las tareas seculares. Pero sin confundir el progreso con el reino de Dios, al que corresponde un señorío no temporal, eterno y universal: de verdad y vida; de santidad y gracia; de justicia, amor y paz.

11/22/16

Nueva entrevista del Papa

Con ocasión de la clausura del Año Santo de la Misericordia


Santidad, ante todo gracias por el tiempo que nos concede: lo consideramos un regalo a todos los telespectadores de TV2000. Con usted queremos conversar del Jubileo que acaba de concluir. El término “balance” tiene un sonido comercial, está bien para las empresas. ¿Pero cuáles son sus impresiones? ¿Está contento de cómo se ha vivido este Jubileo? ¿Cuán santo ha sido este Año Santo?
Alguno me pedía hacer una entrevista sobre el balance, más o menos, y yo rápido he pensado en el censo del Rey David, y he tenido miedo… Solo puedo dar las noticias que llegan de todo el mundo. El hecho de que el Jubileo no se haya hecho solo en Roma, sino en cada diócesis del mundo, en las diócesis, en las catedrales y en las iglesias que el obispo haya indicado, ese hecho que ha universalizado un poco el Jubileo. Y ha hecho mucho bien. Ha hecho mucho bien. Porque era toda la Iglesia que vivía este Jubileo, había como una atmósfera de Jubileo.
Y las noticias que vienen de las diócesis hablan de acercamiento de la gente a la Iglesia, de encuentro con Jesús, el encuentro… muchas cosas hermosas… Yo diría: ha sido una bendición del Señor y también, no diré el punto final, pero un paso grande adelante en el proceso que comenzó con el Beato Pablo VI, y después con Juan Pablo II que ha puesto el acento de una manera muy fuerte en la misericordia. Pensemos en tres hechos grandes ¿no?: en la encíclica, el día de la Divina Misericordia en la octava de Pascua y la canonización de Sor Faustina. San Juan Pablo II ha dado un gran paso.
Y después esto. Está en una línea eclesial donde la misericordia es, no digo descubierta, porque ya lo estaba, sino que es proclamada fuertemente: es como una necesidad, una necesidad. Una necesidad para este mundo que creo tiene la enfermedad del descarte, la enfermedad de cerrar el corazón, del egoísmo, hace bien. Porque ha abierto el corazón y mucha gente se ha encontrado con Jesús. No sé, esto es lo que pienso sobre el Jubileo.
Cada mes ha acudido un viernes a realizar una obra de misericordia yendo a visitar un lugar de sufrimiento y acogida. Me puedo imaginar cuántas caras, cuántas historias se han cruzado en su vida durante este año. ¿Hay algún caso que usted quiera recordar de manera especial porque ha quedado en su interior y le acompaña en el corazón?
Pienso en dos que se me ocurren de manera espontánea. La primera: cuando visité a las mujeres que están siendo rescatadas del sufrimiento de la prostitución. Me acuerdo una de África: muy guapa, muy joven…, y explotada. Estaba embarazada. No solo había sufrido la explotación, sino que incluso la habían sometido a palizas y torturas: “Tienes que ir a trabajar”… Y ella, cuando contaba su historia −había 15 niñas allí que me contaron sus historias− me dijo: “Padre, he dado a luz en invierno en medio del camino y sola. ¡Sola! Y ahora mi niña está muerta”. La hacían trabajar hasta el final del día, porque si no llevaba suficientes ganancias la golpeaban y la torturaban. Un día le cortaron una oreja porque no había ganado lo suficiente. Esto es… Y yo pensaba no solo en los explotadores, sino también en los que pagan a las niñas: ¿Es que acaso no saben que con ese dinero, para buscar una satisfacción sexual, están contribuyendo a la explotación de esas niñas?
La segunda: aquel día que fui a acompañar en los dos extremos de la vida: el principio y el final. Fui al hospital cercano al Gemelli, un hospital que tiene relación con el Gemelli, pero para enfermos terminales. El mismo día fui al hospital San Giovanni, a la sala de maternidad, y había una mujer llorando, llorando, llorando, delante de sus hijos gemelos…, pequeños pero muy bellos. Su tercer hijo había muerto. Eran tres, pero uno había muerto. Ella lloraba por su hijo muerto mientras acariciaba a los otros dos. El don de la vida.
Y entonces pensé en esa costumbre de deshacerse de los niños antes de que nazcan, ese horrendo crimen. Se deshacen de ellos porque les resulta mejor así, porque es más cómodo. Es una responsabilidad muy grande, es un pecado gravísimo, ¿no? Es una responsabilidad muy grande.
Esta madre, que había tenido tres hijos, lloraba por el que había muerto, y no podía consolarse con los dos que estaban vivos. El amor de la vida en cualquier situación… Me resulta tan grande… Dos cosas que he visto…
Usted a menudo repite que desea una Iglesia pobre para los pobres: ¿Es de verdad posible? ¿Observa a la Iglesia como institución o ve en realidad también a cada uno de nosotros?
La Iglesia como institución la hacemos nosotros, cada uno de nosotros; la comunidad somos nosotros. El enemigo más grande –¡más grande!– de Dios es el dinero. Recuerden que Jesús al dinero le da el estatus de señor, de jefe cuando dice: “Ninguno puede servir a dos señores: a Dios o al dinero”. Dios y las riquezas. No dice Dios y −no sé− la enfermedad, o Dios y cualquier otra cosa: el dinero. Porque el dinero es el ídolo. Lo vemos ahora, ¿no? En este mundo donde el dinero parece que manda.
El dinero es un instrumento hecho para servir, y la pobreza está en el corazón del Evangelio y Jesús habla de este desencuentro: dos señores, dos jefes. O me alisto con este o con este. O me pongo de parte de este que es mi Padre o de parte de este que me hace esclavo. Y después la verdad: el diablo siempre entra por el bolsillo, siempre. Es su puerta de entrada. Se debe luchar por hacer una Iglesia pobre para los pobres según el Evangelio, ¿no? Se debe luchar.
Y cuando yo veo Mateo 25, que es el protocolo sobre el que nosotros seremos juzgados, entiendo mejor qué significa una Iglesia pobre para los pobres: las obras de misericordia, ¿no?, en Mateo 25. Es posible pero siempre se debe luchar porque la tentación de la riqueza es muy grande. San Ignacio de Loyola nos enseña en los ejercicios que hay tres escalones: el primero la riqueza que comienza a corromper el alma, después la vanidad, las pompas de jabón, una vida vanidosa, el aparentar, el figurar… y después, la soberbia, el orgullo. Y de allí, todos los pecados. Pero el primer escalón es el dinero, la falta de pobreza. Por eso no es fácil, y necesita continuamente reflexionar, examinarse…
Una pregunta personal, si es posible: hablando de sí mismo, usted a menudo se ha definido como un pecador al cual el Señor ha mirado. Le quería preguntar: ¿cuáles son las tentaciones de un Papa y cómo explicaría a quien no es creyente, a quien no tiene el don de la fe, esta experiencia de ser mirado por el Señor? ¿Cómo la cuenta, cómo la explica?
Las tentaciones del Papa son las tentaciones de cualquier persona, de cualquier hombre. Según las debilidades de personalidad, que el diablo siempre usa para entrar, que son la impaciencia, el egoísmo, después un poco de pereza… puede suceder, pero entran todas, todas…
Y las tentaciones nos acompañan hasta el último momento, ¿no? Los santos han sido tentados hasta el último momento, y Santa Teresa del Niño Jesús decía que se debe rezar mucho por los moribundos porque el diablo desencadena una tempestad de tentaciones, en ese momento, ¿no? Y también a ella. Ella ha sido tentada en la desconfianza, de falta de fe, ¿no? Seca como una piedra. Pero logró fiarse del Señor, sin sentir nada y sí venció la tentación.
Y decía por esto que es importante rezar por los moribundos. “La vida del hombre es una milicia sobre la tierra”, dice el libro, uno de los sapienciales. Es luchar para vencer las tentaciones. Siempre nos acompañarán. Respecto a esa expresión, es una experiencia, esa que yo he tenido, ese 21 de septiembre, que entré en la iglesia… yo era un joven practicante, pero al agua de rosas. Y vi a un sacerdote que no conocía, me confesé y salí diferente y cambié, Y desde ahí hasta hoy, el Señor continúa mirándome con misericordia y salvándome. Así vivo mi experiencia.
Querría preguntarle una cosa sobre los presos. Usted hace dos semanas recibió en Roma a los reclusos y dijo que a menudo se pregunta −y quizás deberíamos hacerlo todos− “¿por qué no yo, por qué ellos y no yo”? ¿Qué debemos decir y hacer para entender esto y qué debemos hacer frente a las leyes?
La primera parte de la pregunta. El otro día llamé, el domingo pasado, a uno que conocía, en la cárcel de Buenos Aires, y le he preguntado: “¿Cómo estás?” “Bien…”. Busco, cuando tengo un poco de tiempo, poder llamar, telefonear a los presos que he conocido cuando los visitaba porque tengo este sentimiento: ¿por qué él y no yo? Si yo… pero el Señor tiene motivos suficientes para mandarme a la cárcel, y él lo ha cubierto… Porque un preso no es castigado al final, es castigado cuando empieza, puede ser castigado cuando inicia y yo he tenido muchos inicios de cosas feas y he tenido en mi vida que si el Señor hubiese quitado la mano de encima mío… esto es el “por qué ellos y yo no”.
Y después hay un pensamiento entre nosotros que es una idea difundida: ese que está en la cárcel es porque ha hecho alguna cosa fea. Que la pague. La cárcel como castigo. Y esto no es bueno. La cárcel es como un purgatorio, pensemos, es decir, para prepararse para la reinserción. No hay una verdadera pena sin esperanza. Si una pena no tiene esperanza no es una pena cristiana, no es humana. Por eso, la pena de muerte no está bien.
Sí, usted me podrá decir que en el 400, en el 500, ataban a los criminales, la pena de muerte, con la esperanza de que fuesen al Paraíso, ahí estaba el capellán que te mandaba al paraíso. Pienso en el gran don Cafasso, allí, al lado de la horca. Pero era otra antropología, otra cultura. Hoy no se puede pensar así. También los prisioneros de por vida, así frío, es una pena de muerte un poco encubierta. ¿Pero en el caso de una persona que por sus características psicológicas no de una garantía de reinserción? Hay forma de reinsertarlo con el trabajo, con la cultura en el interior de un cierto régimen de cárcel, pero en la que él se sienta útil en la sociedad, despierto, y el alma es cambiada, no es aquello que ha hecho el reo, un criminal, sino uno que ha cambiado su vida y ahora hace algo en la cárcel que lo reinserta y se siente con otra dignidad. Esto es importante. Pero el muro −sea de muerte, sea cadena perpetua, así, como pena− no ayuda. No sé si me he explicado.
Y después, algo que me da mucha ternura cuando miro −o miraba en Buenos Aires− la cola para entrar a la visita en la cárcel: las madres. Mujeres que no tienen vergüenza de hacer la fila, delante de toda la ciudad, porque pasan los buses, pasa la gente… “Es mi hijo: yo voy”. Cuánto amor ¿eh? Una madre... También esposas que van allí y que sufren tantas humillaciones por entrar, pero también la humillación de hacer la cola delante de todo el mundo. Esto a mí me ha hecho mucho bien y me ha hecho preguntarme: “¿Yo doy la cara por mis fieles, por mis cristianos? ¿O no?”. Para mí ha sido motivo de reflexión, me ha hecho mucho bien ver a estas mujeres valientes.
Santidad, Usted ha dicho que la actitud humana más cercana a la gracia divina es el humor: una afirmación que puede parecer un poco extraña en boca de un Papa. ¿Por qué? ¿Quizás porque se necesita haber recibido una gran gracia, un gran don para ser capaz de reírse de los propios defectos?
El sentido del humor es una gracia que yo pido todos los días, y rezo esa hermosa oración de Santo Tomás Moro: “Dame, Señor, el sentido del humor”; que yo sepa reír ante una broma. Es muy hermosa esa oración. Porque el sentido del humor te lleva, te hace ver lo provisional de la vida y tomar las cosas un espíritu de alma redimida. Es una actitud humana, pero la más cercana a la gracia de Dios.
Conocí un sacerdote −un gran sacerdote, un gran pastor, por citar uno− que tenía un sentido del humor grande, pero hacía mucho bien con él, porque aligeraba las cosas: “Lo absoluto es Dios pero esto se organiza, si puedes… estate tranquilo…”; pero sin decirlo así, sabía hacerlo sentir, con el sentido del humor. Y de él se decía: “Pero este sabe reírse de los otros, de sí mismo, también de su propia sombra”. Es esa capacidad de ser un niño ante Dios. Bendecir al Señor con una sonrisa y también una broma bien hecha.
Una de las obras de misericordia espirituales, señaladas por el Catecismo de la Iglesia Católica, como usted mismo recordó en la audiencia general del miércoles, es soportar pacientemente a las personas molestas, que no faltan nunca. ¿Qué le resulta más difícil de soportar: los insultos de sus detractores o la fingida admiración de sus aduladores?
¡Lo segundo! Tengo alergia de los aduladores. Alergia. Me ocurre de manera natural, ¿eh?, no es una virtud. Porque adular a otro es usar a una persona para un uso, de forma oculta o visible, pero para conseguir algo para sí mismo. Es indigno. Nosotros, en Buenos Aires, en nuestro argot porteño, a los aduladores les llamamos “chupamedias”, que es el que se pasa todo el día chupando el calcetín del otro. Y es un poco feo que un hombre bien hecho se ponga a mordisquear los calcetines de otro. Y a mí, cuando me alaban, incluso por alguna cosa que ha salido bien, pronto uno se da cuenta si te alaban alabando a Dios, “¡está bien, bravo, adelante, esto se debe hacer!”, y cuando se hace para “darse aceite”.
En cuanto a los detractores…, los detractores hablan mal de mí porque me lo merezco, porque soy un pecador: o al menos eso quiero pensar (risas). Aquello que no me hace pensar, no me preocupa. ¡Pero usted no se merece esto! No. Pero, por aquello que no sabe. Y así resuelvo el problema. Pero el adulador es…, no sé cómo se dice en italiano, es como el aceite…
¿Qué les responde a quienes, entre ellos muchos cristianos, piensan que la misericordia alarga las mangas de la justicia y entonces es injusta; a quienes piensan que la misericordia no puede ser la respuesta −por ejemplo− a quien nos persigue o quizás también por un miedo justificado, construye muros para defenderse en lugar de puentes?
Sí, al final existe el problema de la rigidez moral detrás de esto, ¿no? El hijo mayor era un rígido moral: “Este ha gastado el dinero en una vida de pecado, no merece ser recibido así”. La rigidez: siempre el puesto del juez. Esa rigidez que no es la de Jesús. Jesús reprobará a los doctores de la Iglesia: mucho, mucho contra la rigidez.
Un adjetivo les dice a ellos que no querría que me dijese a mí: hipócrita. Cuántas veces Jesús dice este adjetivo a los doctores de la ley: hipócritas. Basta leer el capítulo 23 de Mateo: “Hipócrita”. Y hacen teoría, la misericordia sí… pero la justicia es importante. En Dios −y también en los cristianos, porque está en Dios− la justicia es misericordiosa y la misericordia es justa. No se puede separar: es una cosa sola. ¿Y como se explica? Ve a un profesor de teología que te lo explique… Y después el Sermón de la Montaña, en la versión de Lucas, viene el Sermón de la llanura. ¿Y cómo termina?: “Sean misericordiosos como el Padre”. No dice: sean justos como el Padre. ¡Pero es lo mismo!
Justicia y misericordia en Dios son una sola cosa. La misericordia es justa y la justicia es misericordia. Y no se pueden separar. Y cuando Jesús perdona a Zaqueo y va a almorzar con los pecadores, perdona a la Magdalena, perdona a la adúltera, perdona a la samaritana, ¿es un “manga-ancha”? No. Hace la justicia de Dios, que es misericordia.
Y otra pregunta que le quería hacer es: ¿La experiencia de la misericordia nos obliga a decir algo también al mundo de las instituciones, de la política, de los estados?
Solo diré una palabra que he aprendido de un anciano sacerdote. Y me viene decirle “anciano” aunque tiene 4 años menos que yo, pero para mí es un anciano, porque es un sabio. Es curioso: yo me siento pequeño, joven ante él porque tiene esta sabiduría de la ancianidad.
Y él ha enseñado una palabra sobre la enfermedad de este mundo, de esta época, de este tiempo: la cardioesclerosis. Creo que la misericordia es la medicina contra esta enfermedad, la cardioesclerosis, que está en la base de esta cultura del descarte: “Pero esto no sirve, este anciano a la residencia de ancianos, este niño que viene, no, no, no: enviémoslo al remitente” y se descartan. “No, tenemos que tomar esta ciudad en la guerra; ¿qué otra?” Pero arrojamos las bombas. ¿Dónde caen?: en los hospitales, en las escuelas… Son gente que se descarta.
Y en la base de esta cultura del descarte está la cardioesclerosis, que creo es una de las enfermedades más graves de este momento. La incapacidad de sentir ternura, de acercarse… el corazón duro… “Yo debo ir sobre este tema y no me interesa lo demás”. Y no pienso en tantas cosas feas que se hacen en el camino para ir allí. No sé si le he respondido a la pregunta porque la he escuchado y he ido por este camino.
Siempre sobre la misericordia, hay una doble vía para pensar en un doble pensamiento: respetar al otro, respetar a uno mismo… En cualquier caso, ¿cuánto se puede respetar la relación entre miembros? ¿Cómo se puede construir un mundo más compasivo?
Pensemos en esta tercera guerra mundial que estamos viviendo, porque estamos en la tercera guerra mundial, aunque a trozos, ¿no? Aquí, aquí, aquí…, pero estamos en guerra. Se venden armas y las venden los fabricantes y traficantes de armas. Y se las venden a los dos bandos en guerra, porque se gana dinero, ¿no?, con el tráfico de armas… Hay una gran dureza de corazón, no hay ternura. El mundo de hoy necesita una revolución de la ternura. “Pero, Dios…”, dejémoslo ahí. Dios se hizo tierno, Dios se ha acercado a nosotros. Pablo dice a los filipenses: “Jesús se despojó a sí mismo para acercarse a nosotros, se hizo hombre como nosotros”. Cuando hablamos de Cristo, no olvidamos la “carne” de Cristo. Y este mundo tiene necesidad de esa ternura que sugiere a la carne acercarse a la carne sufriente de Cristo, no hacerle sufrir más. Creo que los Estados que están en guerra deben pensar bien que una vida vale mucho, y no decir: “Pero una vida no importa, me importa el territorio, me importa esto…”. ¡Una vida vale más que un territorio! Y para los fabricantes de armas, para los fabricantes de armas la cosa que menos vale es una vida. Esta es una palabra que me decía un alemán: “Hoy, la cosa que menos vale es la vida”.
La última pregunta Santidad: dentro de un mes cumplirá 80 años...
¿Quién? ¿Yo? (risas)
Usted. Sus días, lo vemos, están siempre llenas de compromisos, los pensamientos seguramente no le faltan. A veces le vemos cansado y ni siquiera le vemos estresado alguna vez como lo estamos muchos de nosotros, que vivimos en una sociedad donde el estrés y también la depresión son enfermedades sociales. ¿Cómo lo hace? ¿Tiene algún secreto que quiera compartir?
¿Hay un té especial? No sé cómo lo hago, pero… yo rezo: eso me ayuda mucho. Oro. La oración es una ayuda para mí, es estar con el Señor. Celebro la Misa, rezo el breviario, hablo con el Señor, rezo el Rosario… Para mí la oración ayuda mucho.
Después, duermo bien: es una gracia del Señor esta. Duermo como un tronco. El día de las réplicas del terremoto no he sentido nada. Todos lo han sentido, la cama que parecía bailar… No, de verdad, duermo seis horas, pero como un tronco. Quizás esto ayuda a la salud… Tengo mis cosas, ¿no? El problema de la columna que está bien de momento, y hago aquello que puedo, no más. En ese sentido, me mido un poco. Pero no sé qué decirle. Es una gracia del Señor… no sé.
Gracias Santidad y felicidades adelantadas…
Gracias a ustedes por lo que hacen con la comunicación y la proclamación de la Palabra del Señor, los testimonios cristianos, de la vida de la Iglesia, de la vida de la gente, de la vida de los pobres, de la vida de esas personas que tienen más necesidad de nuestra ayuda. Y no olviden que la enfermedad más grande, hoy, es la cardioesclerosis y que requiere una revolución de la ternura.