10/31/16

El viaje a Suecia es “muy importante para el ecumenismo”

El Papa en el avión

En el avión señaló que el trabajo de la prensa es importante para que se entienda bien esta visita

 El avión que lleva a bordo al papa Francisco ha aterrizado a la hora prevista en el aeropuerto internacional de Malmö, en Suecia, en una mañana gris otoñal. Le esperaban al pie de la escalera el primer ministro de Suecia, Stefan Lofven y la ministra de la cultura, Alice Bah Kuhnke.

La delegación pontificia estaba compuesta entre otros del cardenal secretario de estado, Pietro Parolin, y por el sustituto de los Asuntos generales de la Secretaría de Estado, Mons. Angelo Becciu. Después del recibimiento oficial en el que la banda interpretó los himnos del Vaticano y de Suecia, el Santo Padre se reúne privadamente con el primer ministro en una sala del aeropuerto, antes de transferirse a la residencia de Igelösa, ubicada a 40 kilómetros de Malmö.

Como es habitual, el Santo Padre ha saludado brevemente a los periodistas que viajaban con él en el avión. De este modo –informan los medios presentes en el vuelo– el Papa, refiriéndose a las polémicas de los días pasados sobre su decisión de ir a Suecia para el V centenario de la Reforma protestante les dijo: “Es un viaje importante porque es un viaje muy eclesial en el campo del ecumenismo. Vuestro trabajo ayudará mucho para hacer que la gente lo entienda debidamente”.

Programa del viaje del Papa a Suecia


Con ocasión de la conmemoración conjunta Luterano-Católica de la Reforma 



Lunes, 31 de octubre
8.20 – El avión del Papa parte del aeropuerto romano de Fiumicino
11.00 – Aterrizaje en el aeropuerto de Malmö, recibimiento oficial y encuentro con el primer ministro sueco, Stefan Lofven. De allí irá a la residencia Igelösa.
13.50 – Visita de cortesía a la familia real de Suecia en Lund, en el palacio real Kunghuset, muy cerca de la catedral.
14.30 – Oración ecuménica común en la catedral luterana de Lund. Cantos, lecturas, homilía de obispo luterano y homilía del Papa.
17:30 – Va al estadio Malmö Arena a 28 km. El Santo Padre se desplaza en un autobús pequeño junto con dirigentes luteranos.
18:10 –  En en estadio de Malmö. Evento ecuménico con con la participación de Caritas y la Federan lutheran world Service, que se ocupa de obras de caridad.  Allí será el segundo discurso del Papa, en español, después de las palabras que pronunciará el obispo luterano. El Santo Padre saludará además a las 30 delegaciones ecuménicas de Iglesias cristianas. También estará allí presente el obispo de Alepo Antoine Audo que agradecerá la ayuda que están recibiendo el Siria y al final saludará el obispo local.



Martes, 1 de noviembre
 
9.30.- Santa misa en el Estadio Swedbak de Malmö, con capacidad para 18 mil personas. El Papa hará la homilía en español y al finalizar rezará el ángelus.
12:45 Despedida oficial en el aeropuerto de Malmö.
15.30 Llegada a Roma en el aeropuerto de Ciampino.

10/30/16

‘La mirada de Jesús va más allá de los pecados y los prejuicios’

El Papa en el Ángelus


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de hoy nos presenta un hecho sucedido en Jericó, cuando Jesús llegó a la ciudad y fue acogido por la multitud (cfr Lc 19,1-10). En Jericó vivía Zaqueo, el jefe de los “publicanos”, es decir, de los recaudadores de impuestos. Zaqueo era un colaborador rico de los odiados ocupantes romanos, un explotador de su pueblo. También él, por curiosidad, quería ver a Jesús, pero su condición de pecador público no le permitía acercarse al Maestro; aún más, era de baja estatura; por eso sube a un árbol, una higuera, en el camino por donde Jesús tenía que pasar.
Cuando llega cerca de ese árbol, Jesús levanta la mirada y le dice: Zaqueo, baja en seguida porque hoy he de quedarme en tu casa” (v. 5). ¡Podemos imaginar el estupor de Zaqueo! ¿Pero por qué Jesús dice ‘he de quedarme en tu casa’? ¿De qué deber se trata? Sabemos que su deber supremo es realizar el diseño del Padre sobre la humanidad, que se cumple en Jerusalén con su condena a muerte, la crucifixión y, al tercer día, la resurrección. Es el diseño de salvación de la misericordia del Padre. Y en este diseño está también la salvación de Zaqueo, un hombre deshonesto y despreciado por todos, y por eso necesitado de conversión. De hecho, el Evangelio dice que, cuando Jesús lo llamó, “comenzaron todos a criticar a Jesús, diciendo que había ido a quedarse en casa de un pecador” (v. 7). El pueblo ve en él un villano, que se ha enriquecido a costa del prójimo. Y si Jesús hubiera dicho “baja tú, explotador, traidor del pueblo y ven a hablar conmigo para hacer cuentas’ seguro el pueblo hubiera aplaudido. Pero aquí comenzaron a murmurar. Jesús va a su casa, el pecador, el explotador. 
Pero Jesús, guiado por la misericordia, le buscaba precisamente a él. Y cuando entra en casa de Zaqueo dice: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque este hombre también es descendiente de Abraham. Pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que se había perdido” (vv. 9-10). La mirada de Jesús va más allá de los pecados y los prejuicios; y esto es importante  y debemos aprenderlo, la mirada de Jesús va más allá de los pecados y los prejuicios, ve a la persona con los ojos de Dios, que no se detiene en el mal pasado, sino que ve el bien futuro; no se resigna a la clausura, sino que se abre siempre a nuevos espacios de vida; no se detiene a las apariencias, sino que mira al corazón. Y aquí ha mirado el corazón herido de este hombre, herido del pecado, la avaricia, cosas feas que había hecho Zaqueo y mira este corazón herido y va ahí. 
A veces tratamos corregir y convertir a un pecador reprochándole, echándole en cara sus errores y su comportamiento injusto. La actitud de Jesús con Zaqueo nos indica otro camino: el de mostrar a quien se equivoca su valor, ese valor que Dios continúa viendo a pesar de todo. A pesar de todos sus errores. Esto puede provocar una sorpresa positiva, que enternece el corazón y empuja a la persona a sacar lo bueno que tiene. Es el dar confianza a las personas que le hace crecer y cambiar. Así se comporta Dios con todos nosotros: no está bloqueado por nuestro pecado, sino que lo supera con el amor y nos hace sentir la nostalgia del bien. Y esto, todos hemos sentido esta nostalgia del bien después de un error. Y así hace nuestro Padre Dios, así hace Jesús. No existe una persona que no tiene algo bueno. Esto mira Dios para sacarlo del mal. 
La Virgen María nos ayude a ver lo bueno que hay en las personas que encontramos cada día, para que todos sean animados a sacar la imagen de Dios impresa en su corazón. ¡Y así podemos alegrarnos por las sorpresas de la misericordia de Dios! Nuestro Dios, que es el Dios de las sorpresas. 

Después del ángelus:
Queridos hermanos y hermanas, ayer, en Madrid, fueron proclamados beatos José Antón Gómez, Antolín Pablos Villanueva, Juan Rafael Mariano Alcocer Martínez y Luis Vidaurrázaga, mártires, asesinados en España el siglo pasado, durante la persecución contra la Iglesia. Eran sacerdotes benedictinos. Alabamos al Señor y encomendamos a su intercesión a los hermanos y las hermanas que lamentablemente todavía hoy, en distintas partes del mundo, son perseguidos por la fe en Cristo.
Expreso mi cercanía a la población del centro de Italia afectada por el terremoto. También esta mañana ha habido un fuerte movimiento. Rezo por los heridos y por las familias que han sufrido mayores daños, como también por el personal que trabaja en las labores de socorro y asistencia. El Señor Resucitado les dé fuerza y la Virgen les cuide.
Saludo con afecto a todos los peregrinos de Italia y de distintos países, en particular a los procedentes de Ljubliana (Eslovenia) y de Sligo (Irlanda). Saludo a los participantes de la peregrinación mundial de los peluqueros y esteticistas, la Federación Nacional Procesiones y Juegos históricos, los grupos juveniles de Petosino, Pogliano Milanese, Carugate y Padua. Saludo también a los peregrinos de Unitalsi de Cerdeña. 
Los próximos dos días realizará un viaje apostólico a Suecia, con ocasión de la conmemoración de la Reforma, que verá a católicos y luteranos reunidos en el recuerdo y en la oración. Os pido a todos que recéis para que este viaje sea una nueva etapa en el camino de fraternidad hacia la plena comunión.
Os deseo un feliz domingo, hay buen sol, y una buena fiesta de Todos los Santos. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!

‘Sed dignos de la amistad de Cristo’


Queridísimos hijos míos que vais a recibir el diaconado.
Queridos hermanos y hermanas.
1. Acude a mi mente la inmensa felicidad de san Josemaría con ocasión de estas ordenaciones, y de otras en todo el mundo, y deseo que nos unamos también nosotros a su gozosa oración. Por eso hemos escuchado de nuevo, con sólida fe y afectuosa gratitud, las palabras del Señor al profeta Jeremías: Antes de plasmarte en el seno materno, te conocí; antes de que salieras de las entrañas, te consagré, te puse como profeta de las naciones ((Jr 1, 5). Son revelaciones dirigidas a cada uno de nosotros, los cristianos, porque Dios ha elegido antes de la creación del mundo, nos ha llamado a configurarnos con Cristo en el Bautismo y a seguir sus huellas, también como manifestación de correspondencia a su inmenso amor.
En el curso de los años, en la Prelatura del Opus Dei, esta llamada universal a la santidad y al apostolado ha sido una constante del trabajo de sus fieles, hombres y mujeres. Todos formamos en la Iglesia un solo Cuerpo y un solo Espíritu −es san Pablo quien nos habla−, como habéis sido llamados a una sola esperanza: la de vuestra vocación (Ef 4 ,4).
En el celibato apostólico, en el sacerdocio y en el matrimonio, los cristianos participamos de la misma y única vocación, personalizada según el designio de Dios para cada uno de nosotros; y todos estamos llamados igualmente a la santidad. Hoy, además, quiero recordar que la ordenación diaconal de estos fieles de la Prelatura −y, dentro de seis meses, la presbiteral− no modifica su pertenencia al Opus Dei. Ciertamente, el Orden sagrado les confiere un nuevo estado, mediante el carácter y la gracia del sacramento; pero la llamada a identificarse con Jesucristo es, en el camino del Opus Dei, la misma, tanto para los sacerdotes como para los laicos, quedando inalterada, lógicamente, la diferencia entre el estado clerical y el laical.
2. San Josemaría repitió sin cansarse que los fieles de la Prelatura que reciben la ordenación no lo hacen con la idea de que así podrán tender más eficazmente a la santidad. Son perfectamente conscientes de que la vocación laical es plena y completa en sí misma; es decir, es una senda bien precisa para alcanzar la santidad cristiana, para servir a la Iglesia y a las almas.
Por eso, dirigiéndome ahora a vosotros, que dentro de poco seréis diáconos, os recuerdo las recomendaciones del Apóstol de los gentiles: que viváis una vida digna de la vocación a la que habéis sido llamados, con toda humildad y mansedumbre, con longanimidad (Ef 4, 2). En cada uno de vosotros, la caridad −alma de todas las demás virtudes cristianas− adquiere la forma de caridad pastoral, ministerial. Vuestros deberes específicos −la predicación de la palabra de Dios, la administración de la Eucaristía y la participación en las ceremonias litúrgicas, el servicio a los demás− han de constituir una dedicación generosa y feliz a todos, en el Cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia.
Os recomiendo el consejo del Papa Francisco: «Leed y meditad asiduamente la Palabra del Señor para creer lo que habéis leído, enseñar lo que habéis aprendido en la fe y vivir lo que habéis enseñado» (Homilía, 26-IV-2015). Hacedlo con alegría. En definitiva, como dice san Pablo, procurad tener siempre en el corazón el propósito de conservar la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz (Ef 4, 3).
3. No olvidéis nunca que a los ministros sagrados se dirigen de modo especial las palabras de Jesús en el Evangelio de la Misa que hemos leído: vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que os mando (Jn 15, 14). ¡Qué maravillosa es esta promesa divina, dirigida a todos y dirigida a vosotros! Con su ayuda y la oración de tantas personas, seréis dignos de esta amistad, cumpliendo la promesa de Jesús: os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca (Jn 15, 16).
Naturalmente, doy las gracias con cercanía y afecto sincero a los padres y hermanos de los ordenandos, por la parte importante que habéis tenido en la respuesta de vuestros hijos a la llamada del Señor. Seguid rezando por ellos. Os lo pido también a todos los que participáis en esta celebración.
Recurramos de modo especial a la intercesión de la Virgen, en estas últimas semanas del Año de la misericordia, para que suscite en la Iglesia muchas vocaciones sacerdotales. Pidamos también que, en este año, muchísimas personas se acerquen en todo el mundo al sacramento de la Confesión. Que, además, nuestra Madre obtenga de su Hijo gracias abundantes para el Papa, para el Cardenal Vicario de Roma, para los obispos, para todos los ministros sagrados, en el cumplimiento de su ministerio, y para todos nosotros. Asía sea.
Sea alabado Jesucristo.
*  *  *
Los diáconos proceden de 16 naciones diferentes. Después de años de pertenencia a la Prelatura y de realizar los estudios pertinentes, reciben ahora el diaconado y serán ordenados sacerdotes el próximo 29 de abril.

Los nuevos diáconos son:

Alejandro Pardo Fernández (España), Etienne Montero Redondo (Bélgica), Andrés Echevarría Escribens (Perú), Giovanni Manfrini (Italia), Erwin See (Filipinas), Álvaro Ruiz Antón (España), Javier Ruiz Antón (España), Rafael Peró Baig (Líbano), Salvador Rego Bárcena (Canadá), Carlos Aníbal Valencia Ospina (Colombia), Diogo da Cunha e Lorena de Brito (Portugal), Francisco José Chapa Sancho (España), Luigi Vassallo (Italia), Pablo Rojo Mardones (España), Martin Mundia Gikonyo (Kenia), Álvaro René Villamar Rosales (Guatemala), Álvaro Javier Mira García (España), Alexander Vaz Serrano (España), Santiago Callejo Goena (España), Joseph Frederick Keefe (Estados Unidos), Daniele Guasconi (Italia), Francisco Javier Bordonaba Leiva (España), Phillip Joseph Elias (Australia), John Paul Watson (Australia), Rafael Alejandro Quintero Pérez (Venezuela), António Maria Braga Dias Alves Mendes (Portugal), Benjamín Goldenberg Ibáñez (Chile), Gerard Jiménez Clopés (España), Dante Parado Estepa Jr. (Filipinas), Adam Andrzej Sołomiewicz (Polonia) y Ricardo Guillermo Bazán Mogollón (Perú).

10/28/16

Trigésimo primer domingo del tiempo común Ciclo C

 Antonio Rivero, L.C.

Textos: Sabiduría 11, 23-12, 2 Tes 1, 11-2, 2; Lc 19, 


Idea principal: Dios nos toma la delantera siempre porque es misericordioso.

Síntesis del mensaje: Estamos acercándonos al final del año litúrgico y también terminando el año de la misericordia. Nunca más oportuno el mensaje consolador de este domingo: el perdón de Dios que nos toma la delantera, o, como dice el Papa Francisco, “nos primerea”. Ambas lecturas (1ª lectura y evangelio) nos animan a todos, que somos pecadores y que tanto necesitamos de la misericordia de Dios, a confiar en Él. “A todos perdonas, porque son tuyos, Señor, amigo de la vida” (1ª lectura), “porque el Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad” (Salmo). Dios, no sólo nos perdona, sino que quiere entrar y comer en nuestra casa, -que es nuestra alma- como hizo con Zaqueo (evangelio).

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, ¿quién era Zaqueo? ¿Por qué quería ver a Jesús? ¿Pura curiosidad? Zaqueo es una persona rica y poderosa. Jefe de publicanos. Los publicanos eran considerados pecadores por dos motivos. El primero era su falta de honradez: obligaban a la gente a pagar más de lo debido en el cobro de las tasas, a fin de obtener un beneficio. El segundo tenía su origen en que estaban al servicio de una potencia pagana: cobraban las tasas por cuenta del Imperio romano. Por eso la gente de bien nos les hablaba, no comía en las casas de esos corruptos, ni los invitaba. Ese era Zaqueo, el aduanero pagano, rico por cuenta ajena y, por definición, publicano, hombre sin ley, sin entrañas y sin Dios. Impuro legal y contagioso. Pero, ¿qué pasó? Jesús le tomó la delantera.  
En segundo lugar, ¿cómo le trató Jesús? Jesús toma la delantera y se autoinvita a la casa de Zaqueo porque sabía que ese hombre era pecador, pues ha venido al mundo para eso, para salvar al perdido. Atravesaba Jericó en olor de multitudes cuando, al pasar bajo una higuera, levantó los ojos adonde la gente apuntaba con los suyos y escuchó las risas, vio a un hombre encajado de bruces en la horquilla de las ramas. Jesús miró para arriba, su mirada sacudió la encina o la higuera y, con algunas hojas del caso, Zaqueo se cayó de maduro. Porque si hay miradas divinas que fulminan al hombre, esta vez le tocó a Zaqueo una de esas miradas. Y durante la comida, Jesús tocó definitivamente el corazón de Zaqueo y se convierte, sacando unas conclusiones muy concretas para reparar las injusticias que había cometido. Sí, Zaqueo era digno de la misericordia y del perdón de Dios. No es nuestra contrición lo que desencadena la misericordia de Dios sino, al revés, la misericordia de Dios es lo que desencadena la contrición del hombre. Luego viene la Iglesia que, con la absolución sacramental, atestigua la verdad del perdón.

Finalmente, ¿cómo terminó Zaqueo? Cristo le tomó la delantera. Y ahora es la hora de Zaqueo que también le tomó la delantera a Dios. En el momento del brindis, Zaqueo dijo: la mitad de lo que tengo será para los pobres. ¿De qué le habrá hablado Jesús para que salga con esas salidas? Apuesto que le habló del evangelio, que es cosa de pobres y de las bienaventuranzas. Y Zaqueo terminó con el fraude, la estafa y el robo. Y además, restituirá lo robado cuatro veces más. Qué habrán pensado los rabinos que “beatificaban”  cuando alguien restituía el 1/5. El derecho romano mandaba devolver cuatro veces lo robado, pero sólo tras sentencia judicial. El derecho judío mandaba devolver el doble de lo robado (cf. Ex 22, 4.7) con al excepción de la famosa oveja robada y, si sacrificaba, había que pagarle cuatro veces más (cf. Ex 21, 37 con 20, 1). Sólo así Jesús “se hospedó”  en su “casa”, es decir, entró la gracia de Cristo en el alma de Zaqueo. Pero primero hubo contrición de corazón, propósito de enmienda, confesión de boca y satisfacción de obra. Adiós, Zaqueo, te seguimos en la leyenda, que nos informa que fuiste discípulo de san Pedro, que san Pedro te consagró obispo para Cesarea, luego…Luego te perdimos de vista para siempre. Quizás descansas debajo de la higuera.

Para reflexionar: ¿pongo límites a la misericordia de Dios? Cuando he sido injusto con alguien, ¿tomo después medidas prácticas para recompensarlo? ¿Soy crítico superficial de gente de Iglesia que trata con ricos y poderosos? ¿Nos alegramos de la vuelta de los alejados y hacemos fiesta sin poner mala cara, como el hijo mayor de la parábola del hijo pródigo? ¿Soy misericordioso o intolerante fiscal y juez de los demás?

Para rezar: Jesús, piedad y misericordia. Gracias por tu perdón. Gracias por invitarme a tu mesa eucarística y permitirme entrar en comunión contigo, pues te has hecho alimento de mi vida. Que de tu Eucaristía aprenda a ser abierto de corazón y misericordioso para con los demás, a ejemplo tuyo. Que me alegre del cambio de vida de tantos Zaqueos, y que participe con ellos del Cuerpo y Sangre de Cristo, sea cual sea la raza, formación, edad y condición social.

‘Sed dignos de la amistad de Cristo’

(En la ordenación diaconal de 31 fieles de la Prelatura.)


Queridísimos hijos míos que vais a recibir el diaconado.
Queridos hermanos y hermanas.
1. Acude a mi mente la inmensa felicidad de san Josemaría con ocasión de estas ordenaciones, y de otras en todo el mundo, y deseo que nos unamos también nosotros a su gozosa oración. Por eso hemos escuchado de nuevo, con sólida fe y afectuosa gratitud, las palabras del Señor al profeta Jeremías: Antes de plasmarte en el seno materno, te conocí; antes de que salieras de las entrañas, te consagré, te puse como profeta de las naciones ((Jr 1, 5). Son revelaciones dirigidas a cada uno de nosotros, los cristianos, porque Dios ha elegido antes de la creación del mundo, nos ha llamado a configurarnos con Cristo en el Bautismo y a seguir sus huellas, también como manifestación de correspondencia a su inmenso amor.
En el curso de los años, en la Prelatura del Opus Dei, esta llamada universal a la santidad y al apostolado ha sido una constante del trabajo de sus fieles, hombres y mujeres. Todos formamos en la Iglesia un solo Cuerpo y un solo Espíritu −es san Pablo quien nos habla−, como habéis sido llamados a una sola esperanza: la de vuestra vocación (Ef 4 ,4).
En el celibato apostólico, en el sacerdocio y en el matrimonio, los cristianos participamos de la misma y única vocación, personalizada según el designio de Dios para cada uno de nosotros; y todos estamos llamados igualmente a la santidad. Hoy, además, quiero recordar que la ordenación diaconal de estos fieles de la Prelatura −y, dentro de seis meses, la presbiteral− no modifica su pertenencia al Opus Dei. Ciertamente, el Orden sagrado les confiere un nuevo estado, mediante el carácter y la gracia del sacramento; pero la llamada a identificarse con Jesucristo es, en el camino del Opus Dei, la misma, tanto para los sacerdotes como para los laicos, quedando inalterada, lógicamente, la diferencia entre el estado clerical y el laical.
2. San Josemaría repitió sin cansarse que los fieles de la Prelatura que reciben la ordenación no lo hacen con la idea de que así podrán tender más eficazmente a la santidad. Son perfectamente conscientes de que la vocación laical es plena y completa en sí misma; es decir, es una senda bien precisa para alcanzar la santidad cristiana, para servir a la Iglesia y a las almas.
Por eso, dirigiéndome ahora a vosotros, que dentro de poco seréis diáconos, os recuerdo las recomendaciones del Apóstol de los gentiles: que viváis una vida digna de la vocación a la que habéis sido llamados, con toda humildad y mansedumbre, con longanimidad (Ef 4, 2). En cada uno de vosotros, la caridad −alma de todas las demás virtudes cristianas− adquiere la forma de caridad pastoral, ministerial. Vuestros deberes específicos −la predicación de la palabra de Dios, la administración de la Eucaristía y la participación en las ceremonias litúrgicas, el servicio a los demás− han de constituir una dedicación generosa y feliz a todos, en el Cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia.
Os recomiendo el consejo del Papa Francisco: «Leed y meditad asiduamente la Palabra del Señor para creer lo que habéis leído, enseñar lo que habéis aprendido en la fe y vivir lo que habéis enseñado» (Homilía, 26-IV-2015). Hacedlo con alegría. En definitiva, como dice san Pablo, procurad tener siempre en el corazón el propósito de conservar la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz (Ef 4, 3).
3. No olvidéis nunca que a los ministros sagrados se dirigen de modo especial las palabras de Jesús en el Evangelio de la Misa que hemos leído: vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que os mando (Jn 15, 14). ¡Qué maravillosa es esta promesa divina, dirigida a todos y dirigida a vosotros! Con su ayuda y la oración de tantas personas, seréis dignos de esta amistad, cumpliendo la promesa de Jesús: os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca (Jn 15, 16).
Naturalmente, doy las gracias con cercanía y afecto sincero a los padres y hermanos de los ordenandos, por la parte importante que habéis tenido en la respuesta de vuestros hijos a la llamada del Señor. Seguid rezando por ellos. Os lo pido también a todos los que participáis en esta celebración.
Recurramos de modo especial a la intercesión de la Virgen, en estas últimas semanas del Año de la misericordia, para que suscite en la Iglesia muchas vocaciones sacerdotales. Pidamos también que, en este año, muchísimas personas se acerquen en todo el mundo al sacramento de la Confesión. Que, además, nuestra Madre obtenga de su Hijo gracias abundantes para el Papa, para el Cardenal Vicario de Roma, para los obispos, para todos los ministros sagrados, en el cumplimiento de su ministerio, y para todos nosotros. Asía sea.
Sea alabado Jesucristo.
*  *  *
Los diáconos proceden de 16 naciones diferentes. Después de años de pertenencia a la Prelatura y de realizar los estudios pertinentes, reciben ahora el diaconado y serán ordenados sacerdotes el próximo 29 de abril.

Los nuevos diáconos son:

Alejandro Pardo Fernández (España), Etienne Montero Redondo (Bélgica), Andrés Echevarría Escribens (Perú), Giovanni Manfrini (Italia), Erwin See (Filipinas), Álvaro Ruiz Antón (España), Javier Ruiz Antón (España), Rafael Peró Baig (Líbano), Salvador Rego Bárcena (Canadá), Carlos Aníbal Valencia Ospina (Colombia), Diogo da Cunha e Lorena de Brito (Portugal), Francisco José Chapa Sancho (España), Luigi Vassallo (Italia), Pablo Rojo Mardones (España), Martin Mundia Gikonyo (Kenia), Álvaro René Villamar Rosales (Guatemala), Álvaro Javier Mira García (España), Alexander Vaz Serrano (España), Santiago Callejo Goena (España), Joseph Frederick Keefe (Estados Unidos), Daniele Guasconi (Italia), Francisco Javier Bordonaba Leiva (España), Phillip Joseph Elias (Australia), John Paul Watson (Australia), Rafael Alejandro Quintero Pérez (Venezuela), António Maria Braga Dias Alves Mendes (Portugal), Benjamín Goldenberg Ibáñez (Chile), Gerard Jiménez Clopés (España), Dante Parado Estepa Jr. (Filipinas), Adam Andrzej Sołomiewicz (Polonia) y Ricardo Guillermo Bazán Mogollón (Perú).

‘Jesús reza por nosotros delante del Padre’

El Papa en Santa Marta


¿Qué es la Iglesia? A esta pregunta responden las dos lecturas de la liturgia de la palabra de hoy, que son un anuncio, y también catequesis sobre la Iglesia. Pablo (Ef 2,19-22) nos hace saber que somos conciudadanos de los santos —la Iglesia nos de esa ciudadanía— y que todos estamos en una construcción bien ordenada para ser templo santo del Señor: edificados juntos sobre el fundamento de los apóstoles, de los profetas. Y en esta fiesta de los Apóstoles Simón y Judas, el Evangelio (Lc 6,12-19) nos cuenta que Jesús, después de haber rezado larga e intensamente, elige a los discípulos para edificar la Iglesia. Y San Pablo dice que la piedra angular de esa Iglesia es el mismo Jesús.
Sin Jesús no hay Iglesia, pero el pasaje del Evangelio de San Lucas añade un detalle que nos debe hacer pensar: Jesús subió al monte a orar y pasó toda la noche rezando a Dios. Y luego viene todo lo demás: la gente, la elección de los discípulos, las curaciones, la expulsión de los demonios... La piedra angular es Cristo, sí: pero Cristo que reza. ¡Jesús reza! Rezó y sigue rezando por la Iglesia. La piedra angular de la Iglesia es el Señor delante del Padre, que intercede por nosotros, que reza por nosotros. Nosotros le rezamos a Él, pero el fundamento es Él, que reza por nosotros.
Jesús siempre rezó por los suyos, también en la Última Cena. Jesús, antes de hacer cualquier milagro, reza. Pensemos en la resurrección de Lázaro: reza al Padre. En el Monte de los Olivos Jesús reza; en la Cruz, acaba rezando: su vida acabó en oración. Y esa es nuestra seguridad, ese es nuestro fundamento, esa es nuestra piedra angular: ¡Jesús que reza por nosotros! ¡Jesús que reza por mí! Y cada uno de nosotros puede decir esto: reza por mí; está delante del Padre y me nombra. Esa es la piedra angular de la Iglesia: ¡Jesús en oración!
Pensemos en aquel pasaje, antes de la Pasión, cuando Jesús se dirige a Pedro con esta advertencia: Pedro… Satanás ha conseguido permiso para pasarte por la criba, como el grano. Pero yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca. Y lo que dice a Pedro te lo dice a ti, y a ti, y a mí, y a todos: Yo he rogado por ti, yo rezo por ti, yo ahora estoy rezando por ti, y cuando viene al altar, viene a interceder, a rezar por nosotros. Como en la Cruz. Y eso nos da una gran seguridad. Yo pertenezco a esta comunidad, sólida porque tiene como piedra angular a Jesús, pero a Jesús que reza por mí, que reza por nosotros.
Hoy nos vendrá bien pensar en la Iglesia; reflexionar sobre el misterio de la Iglesia. Somos todos como una construcción, pero el fundamento es Jesús, es Jesús que reza por nosotros. Es Jesús que reza por mí.



10/27/16

“Dios llora frente a las calamidades y las guerras”

El Papa en Santa Marta 


En el Evangelio de hoy (Lc 13,31-35), Jesús llama a Herodes zorro, después de que algunos fariseos le han dicho que quiere matarlo. Y dice lo que pasará: se prepara para morir. Jesús luego se dirige a la Jerusalén cerrada, que mata a los profetas que le fueron enviados.
Entonces cambia de tono, y comienza a hablar con ternura, la ternura de Dios. Jesús mira a su pueblo, mira a la ciudad de Jerusalén. Y aquel día lloró sobre Jerusalén. Es Dios Padre el que llora aquí en la persona de Jesús: ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como la clueca reúne a sus pollitos bajo las alas! Pero no habéis querido. Alguno ha dicho que Dios se hizo hombre para poder llorar, llorar por lo que habían hecho sus hijos. El llanto ante la tumba de Lázaro es el llanto del amigo. Este es el llanto del Padre.
Se nos va el pensamiento al padre del hijo pródigo, cuando el joven le pide la herencia y se va. Aquel padre no fue a sus vecinos a decir: “¡Mira, mira lo que me ha pasado! ¡Lo que este pobre desgraciado me ha hecho! ¡Pues yo maldigo a este hijo!”. No hizo eso. Estoy seguro de que tal vez se fuera a llorar solo. ¿Por qué digo esto? Porque el Evangelio no dice eso; dice que, cuando el hijo volvió, lo vio de lejos. Eso significa que el Padre continuamente subía a la terraza a mirar el camino para ver si el hijo volvía. Y un padre que hace eso es un padre que vive en el llanto, esperando que el hijo regrese. Ese es el llanto de Dios Padre. Y con ese llanto el Padre recrea en su Hijo toda la creación.
También pensamos en el momento en que Jesús sube al Calvario con la cruz a cuestas: a las mujeres piadosas que lloraban, les dice que lloren no por Él, sino por sus hijos. Es decir, un llanto de padre y de madre que Dios, también hoy, sigue haciendo. Hoy también ante las calamidades, las guerras que se hacen para adorar al dios dinero, ante tantos inocentes asesinados por las bombas que tiran los adoradores del ídolo dinero, también hoy el Padre llora, también hoy dice: Jerusalén, Jerusalén, hijitos míos, ¿qué estáis haciendo? Y lo dice a las víctimas —¡pobrecillas!— y también a los traficantes de armas y a todos los que venden la vida de la gente.
Nos vendrá bien pensar que nuestro Padre Dios se hizo hombre para poder llorar, y nos hará bien pensar que nuestro Padre Dios llora hoy: llora por esta humanidad que no acaba de entender la paz que Él nos ofrece, la paz del amor.

10/26/16

“Es un deber acoger al hermano que huye de la guerra, el hambre o la violencia”

El Papa en la audiencia general



Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!!
Proseguimos en la reflexión sobre las obras de misericordia corporal, que el Señor Jesús nos ha entregado para mantener siempre viva y dinámica nuestra fe. Esta obra, de hecho, hace evidente que los cristianos no están cansados ni perezosos en la espera del encuentro final con el Señor, sino que cada día van a su encuentro, reconociendo su rostro en el de tantas personas que piden ayuda. Hoy nos detenemos sobre esta palabra de Jesús: “Estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron” (Mt 25,35-36). En nuestro tiempo es más actual que nunca la obra que se refiere a los forasteros. La crisis económica, los conflictos armados y los cambios climáticos, empujan a muchas personas a emigrar. Aún así, las migraciones no son un fenómeno nuevo, sino que pertenecen a la historia de la humanidad. Pensar que sean propias de estos años es falta de memoria histórica.  
La Biblia nos ofrece muchos ejemplos concretos de migración. Basta pensar en Abrahán. La llamada de Dios lo empuja a dejar su país  para ir a otro: “Deja tu tierra natal y la casa de tu padre, y ve al país que yo te mostraré”. (Gen 12,1). Y así fue para el pueblo de Israel, que desde Egipto, donde era esclavo, caminó durante cuarenta años en el desierto hasta que llegó a la tierra prometida de Dios. La misma Sagrada Familia — María, José y el pequeño Jesús– se vio obligada a emigrar para huir de la amenaza de Herodes: “José se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se fue a Egipto. Allí permaneció hasta la muerte de Herodes” (Mt 2,14-15). La historia de la humanidad es historia de migraciones: en todas partes, no hay pueblo que no haya conocido el fenómeno migratorio.
A lo largo de los siglos hemos asistido a grandes expresiones de solidaridad, aunque no hayan faltado las tensiones sociales. Hoy, el contexto de crisis económica favorece lamentablemente el surgir de actitudes de clausura y de no acogida. En algunas partes del mundo surgen muros y barreras. Parece a veces que la obra silenciosa de muchos hombres y mujeres que, de diversas maneras, hacen todo lo posible para ayudar y asistir a los refugiados y los migrantes se vea oscurecida por el ruido de otros que dan voz a un egoísmo instintivo. Pero cerrarse no es una solución, es más, termina por favorecer los tráficos criminales. El único camino de solución es el de la solidaridad. Solidaridad con el inmigrante, el forastero.
El compromiso de los cristianos en este campo es urgente hoy como en el pasado. Mirando al siglo pasado, recordamos la estupenda figura de santa Francesca Cabrini, que dedicó su vida junto con sus compañeras a los migrantes hacia Estados Unidos. También hoy necesitamos estos testimonios para que la misericordia pueda alcanzar a muchos que están necesitados. Es un compromiso que involucra a todos, no excluye a nadie. Las diócesis, las parroquias, los institutos de vida consagrada, las asociaciones y los movimientos, como los cristianos, todos estamos llamados a acoger a los hermanos y las hermanas que huyen de la guerra, del hambre, de la violencia y de condiciones de vida deshumanas. Todos juntos tenemos una gran fuerza de apoyo para los que han perdido la patria, familia, trabajo y dignidad.
Hace algunos días sucedió una pequeña historia, una historia de ciudad. Había un refugiado que buscaba una calle, y una señora se le acercó. “¿Busca algo?” Y estaba sin zapatos este refugiado. Y él dijo: “yo quisiera ir a san Pedro para entrar por la Puerta Santa”. Y la señora pensó, no tiene zapatos. ¿Cómo va a andar? Llamó un taxi, pero el refugiado olía mal. Y el taxista casi no quería que subiera pero al final le ha permitido y la señora junto a él. La señora preguntó un poco de su historia de refugiado, de migrante. El recorrido hasta llegar aquí. Este hombre contó su historia de dolor, de guerras, de hambre, y por qué había huido de su patria para emigrar aquí.
Cuando llegaron la señora abrió el bolso para pagar y el taxista –el que al inicio no quería que este migrante subiera porque olía mal– le dijo a la señora. “No señora, soy yo que debo pagarla a usted, porque me ha hecho escuchar una historia que me ha cambiado el corazón”.
Esta señora sabía qué era el dolor de un migrante porque tenía sangre armena y conoce el sufrimiento de su pueblo. Cuando hacemos algo así, al principio rechazamos por incomodidad, huele mal. Pero al final de la historia, nos perfuma el alma y nos hace cambiar. Pensemos en esta historia y pensemos qué podemos hacer por los refugiados.
Y la otra cosa es vestir al que está desnudo. ¿Qué quiere decir si no restituir la dignidad a quien la ha perdido?  Ciertamente dando vestido a quien no tiene; pero pensemos también en las mujeres víctimas de la trata en las calles, o en los otros demasiados modos de usar el cuerpo humano como mercancía, incluso de menores. Y también así no tener un trabajo, una casa, un salario justo, o ser discriminados por la raza o por la fe. Y a todas las formas de “desnudez”, frente a las cuales como cristianos estamos llamado a estar atentos, vigilantes y preparados para actuar.
Queridos hermanos y hermanas, no caigamos en la trampa de encerrarnos en nosotros mismos, indiferentes a las necesidades de los hermanos y preocupados solo por nuestros intereses. Es precisamente en la medida en la que nos abrimos a los otros que la vida se hace fecunda, las sociedades adquieren la paz y las personas recuperan su plena dignidad. No se olviden de la señora, del migrante, del taxista.

Docilidad al Espíritu Santo

El Papa ayer en Santa Marta



Bienaventurados los que caminan en la Ley del Señor. La Ley no es solo para estudiarla, sino para “caminarla”. La Ley es para la vida, para ayudar a hacer el Reino, hacer la vida. Hoy el Señor nos dice que también el Reino está en camino.
¿Qué es el Reino de Dios? A lo mejor consideramos que el Reino de Dios es una estructura muy bien hecha, con todo ordenado, organigramas bien hechos…, y lo que no entre ahí, no está en el Reino de Dios. ¡No! Con el Reino de Dios pasa lo mismo que puede pasar con la Ley: el fijismo, la rigidez… La Ley es para caminarla, el Reino de Dios está en camino. No está quieto. Es más, el Reino de Dios se hace todos los días.
Jesús habla en sus parábolas de cosas de la vida diaria: la levadura —que no se queda en levadura, porque al final se mezcla con la harina—, está en camino y hace el pan. Y la semilla, que tampoco se queda en semilla, porque muere y da vida al árbol. Levadura y semilla están en camino para hacer otra cosa, y para hacerlo mueren. No es cuestión de pequeñez —¿es poca cosa o gran cosa?—, es un problema de camino, y en el camino sucede la transformación.
Uno que ve la Ley y no camina, tiene una postura fija, una actitud de rigidez. ¿Cuál es la actitud que el Señor nos pide para que el Reino de Dios crezca y sea pan para todos y también casa para todos? ¡La docilidad! El Reino de Dios crece con la docilidad a la fuerza del Espíritu Santo. La harina deja de ser harina y se convierte en pan, porque es dócil a la fuerza de la levadura; y la levadura se deja mezclar con la harina… No sé, la harina no tiene sentimientos, pero dejarse mezclar se puede pensar como un sufrimiento, ¿no? Y luego se deja cocinar, ¿verdad? Pues también el Reino crece así, y al final es comida para todos. La harina es dócil a la levadura y crece; pues el Reino de Dios es así: el hombre y la mujer dóciles al Espíritu Santo crecen y son don para todos. También la semilla es dócil para ser fecunda, y pierde su entidad de semilla y se convierte en otra cosa, mucho más grande: se trasforma. Así es el Reino de Dios: en camino: en camino hacia la esperanza, en camino hacia la plenitud.
El Reino de Dios se hace todos los días con la docilidad al Espíritu Santo, que es el que une nuestra pequeña levadura o la pequeña semilla con su fuerza, y los transforma para hacer crecer. En cambio, si no caminamos, nos volvemos rígidos y la rigidez nos hace huérfanos, sin Padre. El rígido solo tiene dueños, no un padre. El Reino de Dios es como una madre que crece y fecunda, se da a sí misma para que los hijos tengamos comida y casa, según el ejemplo del Señor. Hoy es un día para pedir la gracia de la docilidad al Espíritu Santo. Muchas veces somos dóciles a nuestros caprichos, a nuestros juicios: Yo hago lo que me da la gana. Así no crece el Reino, ni crecemos nosotros. Será la docilidad al Espíritu Santo la que nos hará crecer y transformar, como la levadura y la semilla. Que el Señor nos dé a todos esta gracia de la docilidad.

El odio no puede contra el océano de misericordia de Dios

El Papa escribe el prefacio de un libro


 
Vivimos en tiempos difíciles, los de una guerra mundial en trozos. Pero el río de odio y violencia nada puede contra el océano de misericordia que inunda nuestro mundo. Lo escribe el papa Francisco en el prefacio del libro “No tengan miedo de perdonar”, del sacerdote Luis Drí, confesor en Buenos Aires y gran amigo del papa Francisco cuando era allí arzobispo.
El libro realizado en colaboración con los periodistas Andrea Tornielli y Alvear Metalli estará disponible este miércoles en las librerías y es publicado por la editora editora RaiEri.
El Papa escribe que recuerda al padre Drí, cuando pasaba en Buenos Aires largas horas en el confesionario, el gesto de besar las manos de los penitentes y los escrúpulos de haber perdonado demasiado. Y que delante del Santísimo Sacramento, el padre Luis pedía perdón por haber perdonado demasiado y le decía a Jesús que Èl mismo le había dado el mal ejemplo.
Un comportamiento necesario hoy –escribe el Papa– porque al penitente que entró en el confesionario por casualidad (aunque en el plano sobrenatural nada es causal), o como etapa de un recorrido, “es necesario hacer sentir el abrazo misterioso de nuestro Dios” que es “un Dios que nos precede, nos espera y recibe”.
No es por casualidad que en el confesionario el padre Luís tiene la foto de un cuadro de Rembrandt sobre el retorno del hijo pródigo.
En el libro “No tener miedo de perdonar” el padre Drí describe los efectos del perdón para la vida colectiva. “Es una medida distinta de justicia”.
“La misericordia es el amor materno desde las entrañas que se conmueve delante de la fragilidad de su criatura y la abraza, y la gran fidelidad del Padre que siempre apoya, perdona y vuelve a colocar a sus hijos en camino”, indica.
El Papa reitera que en la “guerra mundial en etapas” que estamos viviendo, “toda señal de amistad, toda mano extendida y toda reconciliación, aunque no haga noticia está destinada a influenciar en el tejido social”, desde las familias hasta las relaciones entre los Estados. O sea, un océano de misericordia contra el río del odio en el cual sumergirse y dejarse regenerar.
En su libro el padre Luís señala que la misericordia es un acto de contestación del egoísmo, porque reconoce no el “yo” pero al “otro” el principio creador del mundo.
Aceptando la misericordia de Dios hacia el hombre e imitando su comportamiento, se adquieren beneficios también en la vida colectiva, porque “la misericordia es un comportamiento profundamente social”.

10/25/16

Instrucción Ad resurgendum cum Christo acerca de la sepultura de los difuntos y la conservación de las cenizas en caso de cremación


CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE
1. Para resucitar con Cristo, es necesario morir con Cristo, es necesario «dejar este cuerpo para ir a morar cerca del Señor»(2 Co 5, 8). Con la Instrucción Piam et constantem del 5 de julio de 1963, el entonces Santo Oficio, estableció que «la Iglesia aconseja vivamente la piadosa costumbre de sepultar el cadáver de los difuntos», pero agregó que la cremación no es «contraria a ninguna verdad natural o sobrenatural» y que no se les negaran los sacramentos y los funerales a los que habían solicitado ser cremados, siempre que esta opción no obedezca a la «negación de los dogmas cristianos o por odio contra la religión católica y la Iglesia»[1]. Este cambio de la disciplina eclesiástica ha sido incorporado en el Código de Derecho Canónico (1983) y en el Código de Cánones de las Iglesias Orientales (1990).
Mientras tanto, la práctica de la cremación se ha difundido notablemente en muchos países, pero al mismo tiempo también se han propagado nuevas ideas en desacuerdo con la fe de la Iglesia. Después de haber debidamente escuchado a la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, el Consejo Pontificio para los Textos Legislativos y muchas Conferencias Episcopales y Sínodos de los Obispos de las Iglesias Orientales, la Congregación para la Doctrina de la Fe ha considerado conveniente la publicación de una nueva Instrucción, con el fin de reafirmar las razones doctrinales y pastorales para la preferencia de la sepultura de los cuerpos y de emanar normas relativas a la conservación de las cenizas en el caso de la cremación.
2. La resurrección de Jesús es la verdad culminante de la fe cristiana, predicada como una parte esencial del Misterio pascual desde los orígenes del cristianismo: «Les he trasmitido en primer lugar, lo que yo mismo recibí: Cristo murió por nuestros pecados, conforme a la Escritura. Fue sepultado y resucitó al tercer día, de acuerdo con la Escritura. Se apareció a Pedro y después a los Doce» (1 Co 15,3-5).
Por su muerte y resurrección, Cristo nos libera del pecado y nos da acceso a una nueva vida: «a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos… también nosotros vivamos una nueva vida» (Rm 6,4). Además, el Cristo resucitado es principio y fuente de nuestra resurrección futura: «Cristo resucitó de entre los muertos, como primicia de los que durmieron… del mismo modo que en Adán mueren todos, así también todos revivirán en Cristo» (1 Co 15, 20-22).
Si es verdad que Cristo nos resucitará en el último día, también lo es, en cierto modo, que nosotros ya hemos resucitado con Cristo. En el Bautismo, de hecho, hemos sido sumergidos en la muerte y resurrección de Cristo y asimilados sacramentalmente a él: «Sepultados con él en el bautismo, con él habéis resucitado por la fe en la acción de Dios, que le resucitó de entre los muertos»(Col2, 12). Unidos a Cristo por el Bautismo, los creyentes participan ya realmente en la vida celestial de Cristo resucitado (cf. Ef 2, 6).
Gracias a Cristo, la muerte cristiana tiene un sentido positivo. La visión cristiana de la muerte se expresa de modo privilegiado en la liturgia de la Iglesia: «La vida de los que en ti creemos, Señor, no termina, se transforma: y, al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo»[2]. Por la muerte, el alma se separa del cuerpo, pero en la resurrección Dios devolverá la vida incorruptible a nuestro cuerpo transformado, reuniéndolo con nuestra alma. También en nuestros días, la Iglesia está llamada a anunciar la fe en la resurrección: «La resurrección de los muertos es esperanza de los cristianos; somos cristianos por creer en ella»[3].
3. Siguiendo la antiquísima tradición cristiana, la Iglesia recomienda insistentemente que los cuerpos de los difuntos sean sepultados en los cementerios u otros lugares sagrados[4].
En la memoria de la muerte, sepultura y resurrección del Señor, misterio a la luz del cual se manifiesta el sentido cristiano de la muerte[5], la inhumación es en primer lugar la forma más adecuada para expresar la fe y la esperanza en la resurrección corporal[6].
La Iglesia, como madre acompaña al cristiano durante su peregrinación terrena, ofrece al Padre, en Cristo, el hijo de su gracia, y entregará sus restos mortales a la tierra con la esperanza de que resucitará en la gloria[7].
Enterrando los cuerpos de los fieles difuntos, la Iglesia confirma su fe en la resurrección de la carne[8], y pone de relieve la alta dignidad del cuerpo humano como parte integrante de la persona con la cual el cuerpo comparte la historia[9]. No puede permitir, por lo tanto, actitudes y rituales que impliquen conceptos erróneos de la muerte, considerada como anulación definitiva de la persona, o como momento de fusión con la Madre naturaleza o con el universo, o como una etapa en el proceso de re-encarnación, o como la liberación definitiva de la “prisión” del cuerpo.
Además, la sepultura en los cementerios u otros lugares sagrados responde adecuadamente a la compasión y el respeto debido a los cuerpos de los fieles difuntos, que mediante el Bautismo se han convertido en templo del Espíritu Santo y de los cuales, «como herramientas y vasos, se ha servido piadosamente el Espíritu para llevar a cabo muchas obras buenas»[10].
Tobías el justo es elogiado por los méritos adquiridos ante Dios por haber sepultado a los muertos[11], y la Iglesia considera la sepultura de los muertos como una obra de misericordia corporal[12].
Por último, la sepultura de los cuerpos de los fieles difuntos en los cementerios u otros lugares sagrados favorece el recuerdo y la oración por los difuntos por parte de los familiares y de toda la comunidad cristiana, y la veneración de los mártires y santos.
Mediante la sepultura de los cuerpos en los cementerios, en las iglesias o en las áreas a ellos dedicadas, la tradición cristiana ha custodiado la comunión entre los vivos y los muertos, y se ha opuesto a la tendencia a ocultar o privatizar el evento de la muerte y el significado que tiene para los cristianos.
4. Cuando razones de tipo higiénicas, económicas o sociales lleven a optar por la cremación, ésta no debe ser contraria a la voluntad expresa o razonablemente presunta del fiel difunto, la Iglesia no ve razones doctrinales para evitar esta práctica, ya que la cremación del cadáver no toca el alma y no impide a la omnipotencia divina resucitar el cuerpo y por lo tanto no contiene la negación objetiva de la doctrina cristiana sobre la inmortalidad del alma y la resurrección del cuerpo[13].
La Iglesia sigue prefiriendo la sepultura de los cuerpos, porque con ella se demuestra un mayor aprecio por los difuntos; sin embargo, la cremación no está prohibida, «a no ser que haya sido elegida por razones contrarias a la doctrina cristiana»[14].
En ausencia de razones contrarias a la doctrina cristiana, la Iglesia, después de la celebración de las exequias, acompaña la cremación con especiales indicaciones litúrgicas y pastorales, teniendo un cuidado particular para evitar cualquier tipo de escándalo o indiferencia religiosa.
5. Si por razones legítimas se opta por la cremación del cadáver, las cenizas del difunto, por regla general, deben mantenerse en un lugar sagrado, es decir, en el cementerio o, si es el caso, en una iglesia o en un área especialmente dedicada a tal fin por la autoridad eclesiástica competente.
Desde el principio, los cristianos han deseado que sus difuntos fueran objeto de oraciones y recuerdo de parte de la comunidad cristiana. Sus tumbas se convirtieron en lugares de oración, recuerdo y reflexión. Los fieles difuntos son parte de la Iglesia, que cree en la comunión «de los que peregrinan en la tierra, de los que se purifican después de muertos y de los que gozan de la bienaventuranza celeste, y que todos se unen en una sola Iglesia»[15].
La conservación de las cenizas en un lugar sagrado puede ayudar a reducir el riesgo de sustraer a los difuntos de la oración y el recuerdo de los familiares y de la comunidad cristiana. Así, además, se evita la posibilidad de olvido, falta de respeto y malos tratos, que pueden sobrevenir sobre todo una vez pasada la primera generación, así como prácticas inconvenientes o supersticiosas.
6. Por las razones mencionadas anteriormente, no está permitida la conservación de las cenizas en el hogar. Sólo en casos de graves y excepcionales circunstancias, dependiendo de las condiciones culturales de carácter local, el Ordinario, de acuerdo con la Conferencia Episcopal o con el Sínodo de los Obispos de las Iglesias Orientales, puede conceder el permiso para conservar las cenizas en el hogar. Las cenizas, sin embargo, no pueden ser divididas entre los diferentes núcleos familiares y se les debe asegurar respeto y condiciones adecuadas de conservación.
7. Para evitar cualquier malentendido panteísta, naturalista o nihilista, no sea permitida la dispersión de las cenizas en el aire, en la tierra o en el agua o en cualquier otra forma, o la conversión de las cenizas en recuerdos conmemorativos, en piezas de joyería o en otros artículos, teniendo en cuenta que para estas formas de proceder no se pueden invocar razones higiénicas, sociales o económicas que pueden motivar la opción de la cremación.
8. En el caso de que el difunto hubiera dispuesto la cremación y la dispersión de sus cenizas en la naturaleza por razones contrarias a la fe cristiana, se le han de negar las exequias, de acuerdo con la norma del derecho[16].
El Sumo Pontífice Francisco, en audiencia concedida al infrascrito Cardenal Prefecto el 18 de marzo de 2016, ha aprobado la presente Instrucción, decidida en la Sesión Ordinaria de esta Congregación el 2 de marzo de 2016, y ha ordenado su publicación.
Roma, de la sede de la Congregación para la Doctrina de la Fe, 15 de agosto de 2016, Solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen María.
GerhardCard. MüllerPrefecto
+Luis F. Ladaria, S.I.Arzobispo titular de Thibica
Secretario

[1] Suprema Sagrada Congregación del Santo Oficio, Instrucción Piam et constantem (5 de julio de 1963): AAS 56 (1964), 822-823.
[2] Misal Romano, Prefacio de difuntos, I.
[3] Tertuliano, De resurrectione carnis, 1,1: CCL 2, 921.
[4] Cf. CIC, can. 1176, § 3; can. 1205; CCEO, can. 876, § 3; can. 868.
[7] Cf. 1 Co 15,42-44; Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1683.
[8] Cf. San Agustín, De cura pro mortuis gerenda, 3, 5: CSEL 41, 628.
[9] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, n. 14.
[10] Cf. San Agustín, De cura pro mortuis gerenda, 3, 5: CSEL 41, 627.
[11] Cf. Tb 2, 9; 12, 12.
[13] Cf. Suprema Sagrada Congregación del Santo Oficio, Instrucción Piam et constantem (5 de julio de  1963): AAS 56 (1964), 822.
[14] CIC, can. 1176, § 3; cf. CCEO, can. 876, § 3.
[16] CIC, can. 1184; CCEO, can. 876, § 3.

10/24/16

“La Ley no se ha hecho para hacernos esclavos”

El Papa en Santa Marta



Detrás de la rigidez hay siempre algo escondido, una doble vida, los rígidos no son libres, son esclavos de la Ley. Dios, sin embargo, dona la libertad, la mansedumbre, la bondad. Así lo ha indicado el papa Francisco en la homilía de la misa celebrada esta mañana en Santa Marta.
En el Evangelio del día, Jesús sana a una mujer en sábado provocando el enfado del jefe de la sinagoga porque “se ha violado la Ley del Señor”. Así, ha recordado que “no es fácil caminar en la Ley del Señor” es “una gracia que debemos pedir”. Por eso, Jesús lo acusa de ser hipócrita, una palabra que, recuerda Francisco, “repite muchas veces a los rígidos, a los que tienen una actitud de rigidez en el cumplir la Ley”, que no tienen la libertad de los hijos, “son esclavos de la Ley”. Sin embargo, “la Ley no se ha hecho para hacernos esclavos, sino para hacernos libres, para hacernos hijos”.
En esta línea, el Pontífice ha reconocido que “detrás de la rigidez hay algo escondido en la vida de una persona”. La rigidez no es un don de Dios. La mansedumbre, la bondad, la  benevolencia, el perdón, sí. “Detrás de la rigidez hay siempre algo escondido, en muchos casos una doble vida; pero hay también algo de enfermedad”. Asimismo, ha precisado que los rígidos sufren cuando son sinceros y se dan cuenta de esto. “Porque no consiguen tener la libertad de los hijos de Dios, no saben cómo se camina en la Ley del Señor y no son bienaventurados”, ha reconocido. De este modo, ha añadido que “parecen buenos porque siguen la Ley, pero detrás hay algo que no les hace buenos: o son malos, hipócritas o están enfermos”.
El papa Francisco ha recordado la parábola del hijo pródigo, en la que el hijo mayor se indigna con el padre por acoger de nuevo al hijo menor.
Esta actitud –ha explicado el Pontífice– muestra qué hay detrás de una cierta bondad: “la soberbia de creerse justo”.  Al respecto, el Santo Padre ha dicho que detrás de este hacer bien hay soberbia. El hermano mayor “era un rígido, caminaba en la Ley con rigidez”. Aún así, ha reconocido que “no es fácil caminar en la Ley del Señor sin caer en la rigidez”.
Por eso, para finalizar, el papa Francisco ha invitado a “rezar al Señor” por “nuestros hermanos y hermanas que creen que caminar en la Ley del Señor es convertirse en rígidos”. Que el Señor –ha pedido– les haga sentir que Él es Padre y que a Él le gusta la misericordia , la ternura, la bondad, la mansedumbre, la humildad. Y “nos enseñe a todos a caminar en la Ley de Señor con estas actitudes”.