12/31/18

“La familia es un tesoro, debemos protegerlo, defenderlo”

El Papa ayer en el Ángelus

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy celebramos la fiesta de la Sagrada Familia y la liturgia nos invita a reflexionar sobre la experiencia de María, José y Jesús, unidos por un intenso amor y animados por una gran confianza en Dios. El pasaje del Evangelio de hoy (cf. Lc 2,41-52 ) narra el camino de la familia de Nazaret a Jerusalén, para la fiesta de la Pascua. Pero, en el viaje de regreso, los padres se dan cuenta de que su hijo de doce años no está en la caravana. Después de tres días de búsqueda y temor, lo encuentran en el templo, sentado entre los doctores, intentando debatir con ellos. Al ver al Hijo, María y José se “maravillaron” (v. 48) y la Madre expresó su temor diciendo: “Tu padre y yo, angustiados, te buscamos” (ibid.).
Asombro y angustia son los dos elementos sobre los que me gustaría llamar su atención.
En la familia de Nazaret, no ha faltado nunca el asombro, ni siquiera en un momento dramático como el de la pérdida de Jesús: es la capacidad de maravillarse ante la manifestación gradual del Hijo de Dios. Es el mismo asombro que también afecta a los doctores del templo admirado “por su inteligencia y sus respuestas” (v.47).
Pero, ¿qué es el estupor, qué es el maravillarse? Asombrarse y maravillarse es lo contrario de dar todo por sentado, es lo contrario de interpretar la realidad que nos rodea y los acontecimientos de la historia solo según nuestros criterios. Una persona que hace esto no sabe lo que es la admiración, lo que es el estupor. Sorprenderse es abrirse a los demás, comprender las razones de los demás: esta actitud es importante para curar las relaciones comprometidas entre las personas y también es indispensable para curar heridas abiertas dentro de la familia.
Cuando hay problemas en las familias, damos por sentado que tenemos razón y cerramos la puerta a los demás, en cambio es necesario pensar qué tiene de bueno esta persona y maravillarse por eso. Si ustedes tienen problemas en la familia, piensen en las cosas buenas que tiene la persona de la familia con la cuál tienen problemas, y maravíllense de esto y esto ayudará a sanar las heridas familiares.
El segundo elemento que me gustaría tomar del Evangelio es la angustia que experimentaron María y José cuando no pudieron encontrar a Jesús. Esta angustia manifiesta la centralidad de Jesús en la Sagrada Familia. La Virgen y su esposo habían acogido a ese Hijo, lo custodiaban y lo veían crecer en edad, sabiduría y gracia en medio de ellos, pero sobre todo crecía dentro de sus corazones.
Y, poco a poco, su afecto y comprensión por él aumentaron. Por eso la familia de Nazaret es santa: porque estaba centrada en Jesús, a él se dirigían todas las atenciones y preocupaciones de María y José. Esa angustia que sintieron en los tres días de la pérdida de Jesús, también debería ser nuestra angustia cuando estamos lejos de Él. Debemos sentir angustia cuando por más de tres días nos olvidamos de Jesús, sin orar, sin leer el Evangelio, sin sentir la necesidad de su presencia y su amistad consoladora. Y muchas veces pasan los días sin que yo recuerde a Jesús, es muy feo, es muy feo. Deberíamos sentir la angustia cuando suceden estas cosas.
María y José lo buscaron y lo encontraron en el templo mientras enseñaba: nosotros también, es sobre todo en la casa de Dios que podemos encontrarnos con el divino Maestro y aceptar su mensaje de salvación. En la celebración eucarística hacemos experiencia viva de Cristo; Él nos habla, nos ofrece su Palabra que ilumina nuestro camino, nos da su Cuerpo en la Eucaristía, del cual obtenemos fuerzas para enfrentar las dificultades de cada día.
Hoy regresemos a casa con estas dos palabras, maravilla y angustia, así maravillarme cuando veo las cosas buenas de los demás y resolver así los problemas familiares yo siento angustia cuando estoy alejado de Jesús.
Recemos por todas las familias del mundo hoy, especialmente por aquellas en las que, por diversas razones, hay una falta de paz y armonía. Y los confiamos a la protección de la Sagrada Familia de Nazaret.

12/30/18

El joven rico

¿Cómo continuaría la historia de la vida del "joven rico" del Evangelio? El Maestro le invitó a dejarlo todo y a seguirle. Pero él se negó, y se fue triste
Supongo que, pasado el tiempo, a aquel chico le irían llegando noticias del Maestro. Unos decían que era un impostor, otros que hacía milagros, que era un profeta. Más adelante le llegaría la noticia de que le habían crucificado.
Podemos imaginarnos ahora −siguiendo una glosa de José Miguel Cejas− que el personaje ya es anciano. Está sentado, al atardecer, en el zaguán de su casa. Han terminado ya las faenas del campo y se oyen, a lo lejos, las risas bulliciosas de las espigadoras que regresan y los gritos de los hombres que transportan las últimas gavillas. Tiene la mirada perdida, como desvanecida en el silencio. También la vida, como el día, se va consumiendo, poco a poco, entre rumores apagados de cansancio. Y su tiempo se va llevando los recuerdos, como el viento borra las últimas huellas de las caravanas que pasan junto a su puerta.
Habla poco. De vez en cuando, le visitan los viejos conocidos y evocan juntos a amigos y parientes, casi todos ya muertos. Comentan algo sobre la próxima cosecha, sobre los viñedos o los olivos. Y mientras, en la casa, todo sigue igual: ruidos de cántaros, griterío de niños, leves pisadas femeninas. Desde hace años, este anciano contempla, en un silencio impregnado de tristeza, los juegos de los hijos de sus hijos. Vive de nostalgias y de recuerdos, asombrosamente cercanos, a pesar del tiempo. Y hay algunos instantes de su vida que pesan en su alma como si fueran decenas de años. Y otros que no acaban de pasar nunca, como la mirada profunda de aquel Rabí.
Hace muchos años, más de cincuenta, él cruzaba Palestina con un viejo criado que murió hace tiempo. Entonces era un chico joven, tenía fuerzas, no como ahora. Era rico y un tanto arrogante. ¿Feliz? Aceptablemente feliz. Y deseoso de servir a Dios. Por eso, fue corriendo al encuentro de aquel hombre extraordinario y le preguntó: "Maestro, ¿qué he de hacer...?". Y aquel Rabí, mirándole a los ojos, sonriendo, le invitó a seguirle. Pero él se negó. Y se fue triste.
Pasó el tiempo. En la aldea se comentaban cosas contradictorias. Unos decían que el Rabí era un falsario y un impostor. Otros hablaban de sus milagros. Otros estaban convencidos de que era un profeta.
Pasó más tiempo. Se casó, tuvo hijos. Las noticias de Jerusalén llegaban con retraso a su aldea. Una pascua le contaron que lo habían crucificado. Respiró hondo. "Yo tenía razón: no era más que un visionario. Hice bien en no seguirle. ¡Qué locura hubiera sido echar por la borda todos mis bienes!".
Pero, sin saber por qué, la noticia le entristeció, como aquella tarde cuando volvió la espalda a la cálida y respetuosa llamada del Maestro. En su mente seguía fija la idea de que el Señor le llamó y que, si él no quiso seguirle, fue por egoísmo, pero aquella llamada, aquella vocación seguía viva en su interior. Descubrió que su antigua ilusión de entrega, sus deseos de Dios, seguían allí, en un repliegue del alma. Porque, durante años, casi sin advertirlo, aquella mirada y aquella sonrisa de Jesús le habían seguido acompañando.
Un día quizá aparecieron los discípulos del Señor por su aldea. Hubo sus tensiones, porque la doctrina de Cristo no deja a nadie indiferente. Los ancianos discutían a la entrada del pueblo y bramaban contra ellos en la sinagoga. Lo comentaban también, acaloradas, las mujeres en la fuente. Todos se sentían interpelados por las enseñanzas de aquel Maestro, y quizá el joven rico, que ya no sería tan joven, volvió a pensar en dejarlo todo y unirse a aquellos hombres, secundando ahora la llamada que el Maestro le hizo unos años antes.
Algunos se habían hecho de los suyos. Otros los insultaban y los perseguían. Quizá entonces fue generoso y recuperó el tiempo que había perdido. Pero quizá volvió a vencerle su egoísmo y prefirió quedarse cómodamente al margen. Era rico y no quería riesgos. Se limitaba a contemplar desde lejos lo que pasaba. Pudo haber sido uno de ellos. Y seguía enriqueciéndose. Su casa se llenaba de pebeteros, de alfombras y de los pequeños lujos propios de una aldea. Tenía más y más criados, y sus campos se engrandecían.
Y unos años más tarde llegó aquella terrible guerra, la invasión romana, y la destrucción del Templo de Jerusalén. Y aquel hombre, con seguridad, lo perdió todo. Le arrebataron otros por la fuerza lo que no quiso él dar al Señor por su propia voluntad. Ahora, su cuerpo se iba combando lentamente y se ajaba el rostro de su mujer. Y en su vejez se lamentaba de su pobreza, viendo sus campos y sus ganados en mano ajena, viendo el desprecio de aquellos que antes le adulaban porque era rico, pero que ahora le ignoraban porque ya no lo era. Y él seguía allí, en el portal de su casa, imaginando lo que pudo ser y no fue. A su alrededor, veía la respuesta a lo que había sido su vida: una vida encerrada en su egoísmo, que ahora los demás le pagaban con la misma moneda. Y lloraba en silencio, pensando que su vida podía haber sido menos cómoda pero llena de esa alegría que veía en la mirada limpia de los jóvenes cristianos.
Aquel hombre pudo haber sido un gran apóstol. Recibió, como Juan, la llamada en plena juventud. ¡Cuántas almas pudo haber salvado! Jesús las veía a través de sus ojos. Y veía, detrás de esas almas, tantas y tantas otras. Pero aquel hombre dijo que no. ¿Por qué? Cuenta el Evangelio que tenía muchas riquezas. Podemos imaginarnos lo que serían: unos campos, unas casas, unos caballos, unos mulos... Y por esas riquezas miserables abandonó a Dios hecho hombre, que le buscaba en lo mejor de su vida. Se entiende que Jesús hiciera aquella dolorosa reflexión, y que comentara entonces que es más fácil que pase un camello por el ojo de una aguja a que entren en el reino de Dios quienes están apegados a las riquezas.
Este joven ha permanecido anónimo. Si hubiera respondido positivamente a la invitación de Jesús, se habría convertido en su discípulo y, probablemente, los evangelistas habrían registrado su nombre. Pero quien pone su seguridad en las riquezas de este mundo no alcanza el sentido pleno de la vida ni la verdadera alegría. Por el contrario, quien se fía de la palabra de Dios y renuncia a sí mismo y a sus bienes para buscar el reino de los cielos, aparentemente pierde mucho, pero, en realidad, lo gana todo. El santo es precisamente aquel hombre, aquella mujer, que, respondiendo con alegría y generosidad a la llamada de Cristo, lo deja todo por seguirle.
Como Pedro y los demás Apóstoles, y como innumerables personas a lo largo de la historia, cada uno de nosotros debemos recorrer el camino que Dios nos marque, que es exigente pero colma el corazón y nos hará recibir el ciento por uno ya en esta vida terrena, juntamente con pruebas y persecuciones y, después, la vida eterna.
−¿Piensas entonces que Dios nos pide siempre de lo que cuesta?
Lo hace Dios, y así es la naturaleza del hombre. Nadie considera auténtico un amor que no está dispuesto al sacrificio. "El amor, para que sea auténtico, debe costarnos", escribió la Madre Teresa de Calcuta. El sacrificio es lo que prueba el amor, y lo que da alegría de verdad. "No quiero −insistía− que me deis de lo que os sobra. Quiero que me deis de lo que necesitáis hasta realmente sentirlo. El otro día recibí quince dólares de un hombre que lleva veinte años paralítico. La parálisis solo le permite usar la mano derecha. La única compañía que tolera es la del tabaco. Me decía: ‘Solo hace una semana que he dejado de fumar. Le envío el dinero que he ahorrado de no comprar cigarrillos’. Debió de ser un terrible sacrificio para él. Con ese dinero compré pan y se lo di a personas que tenían hambre. De este modo, tanto el donante como quienes lo recibieron experimentaron alegría".
"Creo que una persona que está apegada a sus riquezas, que vive preocupada por sus riquezas, es, en realidad, muy pobre. Sin embargo, si esa persona pone su dinero al servicio de los demás, entonces se vuelve rica, muy rica. La bondad ha convertido a más personas que el celo, la ciencia o la elocuencia. La santidad aumenta más rápido cuando hay bondad. El mundo se pierde por falta de dulzura y amabilidad. No olvidemos que nos necesitamos los unos a los otros".

12/29/18

La responsabilidad de los gobernantes ante la construcción de la paz


La política puede entenderse como servicio real, sin eufemismos, porque la defensa y promoción de la dignidad de la persona y los derechos humanos forma parte de su esencia.
Entre las nostalgias típicas de la Navidad me ha venido el recuerdo de la leyenda sobre la Mujer Muerta que contaban mis abuelas segovianas: la Reina Madre sepultada por la gran nevada cuando intentaba pacificar a sus hijos en guerra…, para que nunca nos peleásemos los hermanos. De fraternidad habló el papa Francisco en Navidad, antes de la bendición urbi et orbi, una constante de su pontificado, en línea con los predecesores.
La Jornada mundial de la paz, instaurada por san Pablo VI, celebró su 50º aniversario hace dos años. En la preparación del próximo 1 de enero, Francisco muestra su deseo de paz para cada uno y para todo el mundo con las palabras del mandato de Jesús a sus discípulos cuando los envió a predicar el Evangelio: “Cuando entréis en una casa, decid primero: ‘Paz a esta casa’. Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros” (Lucas 10, 5-6). En cierto modo, es como el eco del anuncio del Nacimiento a los pastores: “Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad” (Lucas, 2, 14).
Al presentar el documento, el cardenal Turkson, Prefecto del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, recordó que todos “tenemos una idea de paz, este anhelo del corazón humano: sabemos qué es, qué caracteriza su presencia y qué la ahuyenta”. Y explicó cómo el mensaje pontificio “menciona algunas causas, como los ‘vicios de la política’: corrupción, negación del derecho, violencia, ya sea guerra activa o guerra fría, desprecio y abuso de los derechos de las personas (pobres) a la atención médica, al trabajo (seguridad laboral), a la vivienda, a la educación y a la comunicación, a la alimentación y al agua; a no verse forzado a emigrar o a buscar la paz como refugiado, xenofobia y racismo, abuso del medio ambiente y desastres naturales”.
Pertenece a la Política (con mayúscula), como función y atributo, servir a la paz en el hogar, que está, o puede estar, afligido por esos males. El secretario del dicasterio, Bruno Marie Duffé, señaló que presentar la política como un servicio de paz es otorgarle “una dignidad y una visión”, en una época en que “parece más o menos descalificada, a veces despreciada”.
Ciertamente, la clase política no es la más valorada en los tiempos que corren. Influye también la capacidad, no de resolver problemas, sino de generarlos donde no los hay. Muchas crispaciones y conflictos surgen de errores de gobernantes, desde los líderes de las grandes potencias −me siento dispensado de citar a ninguno por aquello de la "tregua de Navidad"−, a las autoridades locales del último rincón del mundo. Lejos de ser constructores de la paz y la concordia −la tranquilitas ordinis que hizo famosa Agustín de Hipona−, son con demasiada frecuencia sembradores de inquietudes y odios.
Basta ser un buen deportista −no digamos si lo suyo es el baloncesto− para proclamar, como ha hecho Javier Imbroda en El Confidencial Digital, que “para gobernar bien hay que poner sobre la mesa la cabeza, no las vísceras”. No pocos problemas en la res publicaderivan de haber sustituido la clásica ordinatio rationis por la voluntad general, que puede, incluso, convertir la democracia en autoritarismo sin apenas límite. Sin regresar al siglo pasado en Alemania, basta pensar en la que ha organizado con el Brexit una exigua mayoría de votos en un referéndum.
Las leyes, además de racionales, se dirigían al bien común, concepto diluido en el de interés general, y que muchos querrían recuperar para el lenguaje y la praxis política. Desde esa perspectiva, la política puede entenderse como servicio real, sin eufemismos, porque la defensa y promoción de la dignidad de la persona y los derechos humanos forma parte de su esencia. Escribe Francisco: "La política es un vehículo fundamental para edificar la ciudadanía y la actividad del hombre, pero cuando aquellos que se dedican a ella no la viven como un servicio a la comunidad humana, puede convertirse en un instrumento de opresión, marginación e incluso de destrucción". La auténtica política fomenta la capacidad de respeto y de escucha, descarta la imposición arbitraria en la solución de inevitables conflictos. Y construye cauces de paz, libertad y consenso.
Bien harían tantos políticos −y periodistas, empresarios, influencers− en repasar las “bienaventuranzas del político”, propuestas por el cardenal vietnamita Vãn Thuận, fallecido en 2002, y citadas por Francisco: bienaventurado el político "que tiene una alta consideración y una profunda conciencia de su papel"; aquel "cuya persona refleja credibilidad"; el "que trabaja por el bien común y no por su propio interés"; el "que permanece fielmente coherente"; el "que realiza la unidad"; el "que está comprometido en llevar a cabo un cambio radical"; el que "sabe escuchar"; el político "que no tiene miedo".
Desde esa óptica, puede abrirse una concordia superadora del mero y quizá transitorio pactismo, más o menos interesado. Porque arranca del alma de la persona y del corazón de cada familia. Ciertamente, como titula el papa Francisco su mensaje, La buena política está al servicio de la paz.

Encontrarlo en el pesebre


El pesebre refleja de una manera bastante clara, que la lógica de Dios, no es la lógica de los hombres
El 24 de diciembre, con la Misa del Gallo, inicia el tiempo litúrgico de la Navidad que ha venido precedido por varias semanas de adviento y que finalizará el 12 de enero del 2019. Si bien es cierto, el “tsunami” comercial, en algunos países, redes sociales, etc., nos trata de ahogar en la “otra navidad”, iluminado por ofertas de Black Friday, saturday, e-monday, descuentos postnavideños, etc., o lo que se les ocurre a los publicistas de los grandes comercios, la realidad es que la Navidad es un corto tiempo litúrgico (4 semanas), donde los pesebres, belenes o nacimientos, acogen las figuritas de barro, representando a la Sagrada Familia, los pastorcillos, los ángeles, el buey y la mula, los Reyes Magos y muchos etcéteras, todos enfocados, concentrados en la figura central de la Navidad, un recién nacido, un Niño envuelto en pañales.
El pesebre refleja de una manera bastante clara, que la lógica de Dios, no es la lógica de los hombres. Todos deseamos y ponemos los medios para que nuestros hijos nazcan en la mejor maternidad, luzcan los vestidos más elegantes, y sacar la mejor fotografía para el Facebook. Dios quiso hacerse hombre, en las entrañas de una jovencita en un pueblecito perdido de unas polvorientas tierras dominadas por el imperio romano. José y María ni siquiera tuvieron la oportunidad de brindarle una cunita o una habitación de su humilde casa, porque tuvieron que cumplir con su deber ciudadano de empadronarse, y ya conocemos la historia de las posadas, donde nadie en Belén les abre su casa a pesar de ver a aquella joven mujer a punto de dar a Luz.
El mismo Creador de las estrellas, los planetas, los mares, de todo, quiso nacer al lado de las bestias, tiritando de frío, con el cobijo de María y José. Tal como expresa monseñor Fernando Ocáriz recientemente: “tenemos que creer en el amor de Dios por nosotros. Dios se manifiesta haciéndose Niño inerme, que se entrega a nosotros así. La Navidad es cuestión de fe, enfocarla como tiene que ser, fe en el amor de Dios por nosotros mirando al Niño en el nacimiento”.
En palabras de monseñor Javier Echevarría, el Niño Jesús se nos presenta de esta manera, para “que le tratemos con confianza, para que nos atrevamos a hablarle, sin pensar que le molestamos, para que también queramos ponerle en la cuna de nuestra pobre alma… haciéndonos notar lo mucho que nos ama por ese salto que da desde la infinitud del cielo hasta esta pobre tierra nuestra, y se queda con nosotros queriéndonos con toda la infinitud de su amor. Jesús todo generosidad, todo entrega, siendo un Dios omnipotente, que no tiene límites, sin embargo se hace una criatura pequeña, para que las mujeres y los hombres tengamos la confianza de tratarle y de amarle. Y ¿dónde está la escuela para corresponder a ese amor? En María y José. Aunque había una ausencia de lo material, ellos se encargan de dar constantemente, gracias con su comportamiento, gracias con sus atenciones, correspondiendo a lo que han recibido”.
Que retomemos, individualmente y como familia, el significado real de tiempo de Navidad, contemplando con ojos diferentes las figuritas de los nacimientos, y que nos sirvan para tratar al Niño en el pesebre.
Monseñor Fernando Ocáriz en su mensaje de Navidad, resuelve: “El mundo está muy necesitado de paz. Cada uno de nosotros, nuestras familias, nuestros lugares de trabajo, los ambientes en los que nos movemos, necesitamos de ese Niño al que los ángeles anunciaron como el Salvador”. Este es el camino de la verdadera Navidad. Muchas felicidades! Y que sembremos paz y alegría en nuestra querida Honduras.

‘El Camino de la Cruz’

Diácono Pedro Guevara Mann

Del 22 al 27 de enero de 2019, la Ciudad de Panamá se llenará se jóvenes y fieles de todo el mundo, y el Papa Francisco llegará al país centroamericano el miércoles, 23 de enero de 2108 para encontrarse con los jóvenes peregrinos.

El Camino de la Cruz
Hoy vamos a ver otro aspecto de lo que quiere decir caminar bajo la Cruz.
En 1993 la Jornada llegó a Norteamérica: Denver, Colorado, EE.UU. Ahora, la JMJ es un evento de una semana, con tres días de Catequesis, incorporando los aspectos de peregrinaje y de reconciliación, principalmente (en el caso de Norteamérica) entre la Iglesia y los indígenas norteamericanos, y algo nuevo que se agregó ese año: el Vía Crucis.
El Camino de la Cruz era popular en los primeros siglos de la Iglesia, cuando la gente peregrinaba a Jerusalén a visitar los diferentes lugares en la pasión de Cristo: donde lo condenaron a muerte, cuando recibió la cruz, donde lo crucificaron, donde murió y donde lo enterraron. En el siglo 15, los turcos invadieron la Tierra Santa impidiendo que los cristianos peregrinaran a Jerusalén.  Así pues, la gente comenzó a rezar el Vía Crucis en cualquier lado.  A lo largo del tiempo, la cultura popular católica, desarrolló 14 “estaciones” representando varias de las etapas del camino de Cristo hacia la cruz.
Estas estaciones no son necesariamente exactamente lo que le ocurrió a Jesús camino a la Cruz. Algunas, como en la que Verónica le limpia el rostro a Jesús, no están ni en los evangelios. Pero están basadas en la tradición. Y el punto no es que es algo histórico. El punto es que tiene significado teológico Estas estaciones son parte del camino a la Cruz. Recuerden que nosotros también caminamos o peregrinamos hacia la Cruz.
En Denver, los peregrinos se reunieron dentro de un estadio mientras un grupo de actores se movían de estación a estación, en una dramatización, ayudando a los participantes a entrar en el misterio de la pasión. Eso es el motivo del Vía Crucis: Ayudarnos a entrar en el misterio de la Pasión de Cristo. El misterio de la Cruz. Recuerden también que la Cruz es un aspecto principal de la JMJ porque es un aspecto principal de nuestra fe Cristiana.
El Vía Crucis es fundamental en la JMJ porque la pasión de Jesús es fundamental en nuestra Fe. Por eso todas las JMJs desde el año 1993 incluyen el Vía Crucis. Esos tres últimos días de la JMJ, son como un triduo pascual; viernes, sábado y domingo. Viernes donde contemplamos la pasión y muerte de Jesús. Es un día más contemplativo y en el que se sugiere la reconciliación. El sábado es el día de la Vigilia – cuando estamos a la espera. Y el domingo, como todo domingo, es el Día del Señor, donde celebramos su Resurrección.
En Toronto, el viernes, para el Vía Crucis, cerramos una las avenidas principales y nos “tomamos” la ciudad, para recrear estos últimos momentos de la vida de Jesús. En Sídney, el Vía Crucis fue una dramatización a todo meter, que también se “tomó” gran parte de la ciudad.
Este es otro aspecto importante de la JMJ: No es encajonar a todos los católicos en un lugar donde nadie los ve, en un gueto, sino hacer “resonar las avenidas de la ciudad con el gozo y amor

12/28/18

La Navidad de Chesterton

El misterio de la Navidad, en el que nuestro autor dice haber creído antes de creer en Cristo, le sugiere un hilván de paradojas, que es su habitual camino hacia la verdad
«A quienes descreen de la Navidad o la consideran un mera atmósfera y no un credo, nuestro autor les pide que la conserven y respeten, porque las formas y los ritos de la Navidad están pensados para hacer celebrar la vida sobre todo a quienes temen hacerlo y porque sin ella ciertamente habría “un color menos, un olor menos, una virtud menos en el universo”»
La fe de cada hombre es un misterio, como son un misterio la pérdida de la fe o la vida sin fe. El respeto a ese misterio íntimo tal vez explique la reticencia y el pudor con el que el hombre de nuestro tiempo se refiere a ella. Incluso quien la tiene, rara vez la desvela y menos aún llega a hacer pública la cifra de su fe, es decir, las razones singulares que la animan. No fue éste, sin embargo, el caso de G.K. Chesterton, para quien su fe cristiana −no en balde la Iglesia lo ha declarado «Fidei Defensor»− constituyó el motivo central de la batalla de su vida y de su obra. En unas páginas memorables de su fulgurante ensayo «Ortodoxia», publicado, por cierto, bastantes años antes de su conversión al catolicismo, Chesterton confiesa que el germen de su fe cristiana se halla nada más y nada menos que en los cuentos de hadas que escuchaba de niño.
Mi «primera y última filosofía» −nos dice−, aquella que aprendí de mi nodriza «en la edad de la crianza» y «en la que creo con fe inquebrantable», son «los cuentos de hadas», que «me parecen lo más razonable que hay en el mundo». Porque sólo los cuentos de hadas nos dan cuenta de la sorpresa y el milagro que es la vida. «Las únicas palabras para descubrir la naturaleza, para describir la naturaleza, que me han contentado siempre, son las que se usan en los cuentos de hadas, tales como encanto, hechizo, atracción. Ellas expresan todo lo arbitrario y misterioso de los hechos. El árbol da frutos porque es mágico; el agua desliza por la pendiente porque está embrujada; el sol brilla porque está embrujado». El corolario del recorrido de nuestro autor por el jardín de los Elfos es la magna sorpresa del Cristianismo: la magia del mundo remite a la existencia de un mago y el cuento que es la vida requiere de un narrador. «Este mundo no se explica por sí mismo, o es fruto de un milagro con una explicación sobrenatural o de un sortilegio con una explicación natural. Es un mundo mágico, bello y con sentido, lo que acredita la existencia de una voluntad personal, nos obliga a dar gracias a Dios y aconseja vivamente la humildad».
Quien ha llegado a Dios de la mano de los cuentos de hadas y ve la vida como un milagro cotidiano no podía sino vivir honda y gozosamente la Navidad, y tal fue el caso de nuestro autor, que nos ha dejado un buen puñado de páginas, dispersas eso sí −es la marca de la casa−, pero deliciosas sobre el espíritu de la Navidad, algunas de las cuales han sido reunidas y publicadas en español, precisamente con este título que es también el de uno de sus ensayos.
El misterio de la Navidad, en el que nuestro autor dice haber creído antes de creer en Cristo, le sugiere un hilván de paradojas, que es su habitual camino hacia la verdad. «La emoción de la Navidad −nos dice− descansa en una paradoja antigua y reconocida»: que «lo absoluto rigió el universo desde un pesebre»; «que el poder y el centro del universo se pueden encontrar en alguna cosa aparentemente pequeña, que las estrellas en sus órbitas pueden girar como una rueda en torno al desvencijado establo de una posada»; «que cierta Esencia Eterna, cuando decidió hacerse hombre, decidió con magnífica ironía ser entre los hombres uno de los más humildes». El que el portal de Belén fuera una caverna y el cielo estuviese allí bajo tierra es otra poderosa e iluminadora paradoja: «Hay algo inexpresable, que conmueve la imaginación en la idea de que los sagrados fugitivos tuvieran que descender más debajo de la mismísima tierra; como si la tierra se los hubiera tragado: la Gloria de Dios enterrada como oro bajo el suelo». «En esta divinidad enterrada se esconde la idea de minar el mundo, de sacudir las torres y palacios desde sus cimientos, igual que Herodes el Grande sintió aquel terremoto bajo sus pies y se tambaleó con su vacilante palacio».
Para nuestro autor la palabra Belén nos afecta con una fuerza peculiar y conmovedora que no es comparable con ninguna otra historia, leyenda pagana o anécdota. Llama a la parte oculta e íntima de nuestro ser: es como si un hombre encontrara «algo en el fondo de su propio corazón que traicioneramente lo atrajera hacia el bien», «algo que no está hecho de lo que el mundo llamaría un material fuerte» sino de materiales «cuya fuerza reside en la levedad alada con que nos pasan rozando».
Chesterton celebra la Navidad y, como es de rigor, toda su parafernalia. Celebra los villancicos, que han sabido conservar como nadie el sentido de la paradoja del pesebre. Celebra el pavo, al que considera −basta observarlo un par de horas− «más misterioso y terrible que todos los ángeles y arcángeles», pero del que piensa hincharse… Celebra el pudin de Navidad, redondo como el cielo y «salpicado de cosas mejores que las estrellas». Celebra los regalos, recordando que «el propio Cristo es un regalo de Navidad» y que éstos constituyen «una defensa permanente de la costumbre de dar», que es más noble que la de compartir. Celebra la figura Papa Noël, heredero de los Reyes Magos, en el que cada día cree más y al que está seguro de reconocer aunque vaya vestido de paisano (¿se refería a sí mismo?). Y celebra al inmenso Dickens, que en sus cuentos navideños, ha hecho tangible la felicidad.
A quienes descreen de la Navidad o la consideran un mera atmósfera y no un credo, nuestro autor les pide que la conserven y respeten, porque las formas y los ritos de la Navidad están pensados para hacer celebrar la vida sobre todo a quienes temen hacerlo y porque sin ella ciertamente habría «un color menos, un olor menos, una virtud menos en el universo».

“Primero los pobres”



Mns. Felipe Arizmendi Esquivel

Obispo Emérito de San Cristóbal de Las Casas

“Dios quiso nacer pobre y vivir austeramente”
VER
Esta es una frase recurrente de nuestro nuevo primer Mandatario. Y tiene razón. Sobre todo en este tiempo de Navidad, pues Dios, por un designio explícito de su voluntad, quiso nacer pobre y vivir austeramente, aunque no ciertamente en la miseria. A quienes primero se manifestó fue a los pastores, una clase muy marginada. Escogió a sus apóstoles entre gente no rica. Esperamos que esa frase de nuestro Presidente no sea pura demagogia y que le alcancen los recursos para cumplir lo prometido en su campaña, pues el dinero no depende de un decreto presidencial, sino de múltiples factores económicos globales. Como no nació entre algodones, sino que procede de una familia sencilla, comprende las angustias de los pobres, y por ello apoyamos plenamente la prioridad que se ha comprometido a darles.
Por esta misma razón, es justificable su lucha por reducir los enormes sueldos que varios servidores públicos reciben, y que el pueblo debe pagar. ¡Qué bueno que se aumente algo el sueldo mínimo a poco más de cien pesos diarios, unos seis dólares! Desde luego que esto es lo mínimo-mínimo, sabiendo que muchos ni eso reciben, pero esto es incomparable con los ciento ocho mil pesos mensuales, unos cinco mil trescientos dólares, que recibe el mismo Presidente, y que es la cuota máxima que se intenta legislar para funcionarios. Se queda uno escandalizado cuando algunos ganan lo triple, lo cuádruple, o más, y que sale del erario público. ¿Qué harán con tanto dinero? Derrocharlo, acumular, gastar en lujos y vanidades, en total contraste con tanta gente que lucha por sobrevivir.
Los obispos y sacerdotes, por vocación, por nuestra identificación sacramental con Cristo pobre, no por restricciones legales y fiscales, libremente nos comprometimos a llevar una vida sencilla y austera, sin lujos y excentricidades. Nuestra meta no es hacernos ricos, sino vivir sólo con dignidad, dispuestos a compartir las limitaciones de una buena parte de nuestro pueblo. Yo doy testimonio, no sólo por lo que viví en Chiapas, sino también en mis diferentes servicios en mi diócesis de origen, Toluca, de que es muy satisfactorio compartir la suerte de nuestra gente. Cuando el pueblo nos percibe sin pretensiones de grandezas económicas, nos obsequian más de lo que necesitamos. Vivir la pobreza por convicción, es una plenitud. 
PENSAR
Los obispos mexicanos, en nuestro Proyecto Global de Pastoral 2031+2033,decimos al respecto:
“Hay millones de pobres que siguen clamando por lo necesario para comer dignamente, para tener una educación de calidad, una vivienda digna, un trabajo estable con salario suficiente y una  seguridad social que les haga vivir sin angustias su vida de cada día” (43).
“Jesús se ha hecho niño y ha nacido en un pesebre en Belén de Judá al no encontrar posada en la ranchería. Con ese gesto de humildad nos enseña que la pequeñez y la pobreza no son situaciones que Dios quisiera para sus hijos, pero son realidades que el hombre crea y que, desde siglos, muchos hijos de Dios han sido obligados a comenzar su vida desde ahí. Este gesto de Dios nos enseña que la pobreza que lleva hasta Él es la pobreza que uno elige, no la que el hombre sufre como consecuencia de la injusticia y de la ambición de otros. La pobreza elegida siempre será un signo de fortaleza y de esperanza, rostro de cercanía, fraternidad y de alegría. La pobreza en la que nacen muchos hermanos como consecuencia del egoísmo, siempre será signo de violencia, de tristeza y de división, rostro de muerte” (113). 
“Como Obispos, vemos con inquietud que nuestro Pueblo reclama un mayor  acompañamiento espiritual y un especial coraje profético frente a las circunstancias actuales, basado en el testimonio humilde, la vida sencilla y la cercanía habitual al Pueblo de Dios. Obispos que tengan una particular cercanía con los pobres, sepan escucharlos y ofrecerles el consuelo de Dios, especialmente quien ha sido víctima de la violencia en estos últimos años, que tanto dolor han provocado a nuestras familias” (68).
“Con firme convicción afirmamos que nuestra vocación de ser una Iglesia pobre y para los pobres, significa en el momento presente estar siempre disponibles, desde la austeridad de nuestros recursos, para servir y manifestar su solidaridad a los más necesitados… ¡Que Dios, que sale continuamente a nuestro encuentro con su misericordia, despierte en nosotros la alegría y el gusto espiritual de ser su pueblo!” (150). “La expresión del Papa Francisco de una Iglesia pobre para los pobres, no quiere ser para nosotros pastores solo una frase de propaganda o de apariencia, sino una escuela continua de aprendizaje humanístico que se viva en una actitud permanente de servicio a los más necesitados” (185).
En la opción que hicimos de ser Una Iglesia compasiva y testigo de la redención, nos comprometimos arealizar con efectividad y creatividad, en los diferentes ámbitos eclesiales, el compromiso de hacer una Iglesia pobre para los pobres” (186).
ACTUAR
Siempre, sobre todo en este tiempo de Navidad y Año Nuevo, evitemos derroches escandalosos. Si tenemos algo más de lo que estrictamente necesitamos, sepamos compartir con quienes tienen poco o nada. Y si el ejemplo de Cristo nos llega más al corazón, seamos generosos para desprendernos incluso de lo que nosotros necesitaríamos, para que otros gocen un poco de esperanza y consuelo. Nada nos hace más felices que hacer felices a otros. Sí se puede, y ¡vale la pena!

12/27/18

El vaho

Supongo que por eso le mataron, porque siempre es molesto que venga un señor con prestigio, diciéndote que mucho hablar, pero que no haces nada de lo que predicas
El apóstol Santiago no era un mindundi. Pariente de Jesucristo, Obispo de Jerusalén, un señor con mucha autoridad.
A Santiago se le ocurrió escribir una carta. Como fue martirizado hacia el año 62, la carta debe ser del año 50, más o menos.
Allí habla de la coherencia entre fe y conducta. Bastante bruto y bastante claro para que se le entendiese: “la fe, si no va acompañada de obras, está realmente muerta”. Dicho esto, por si no hubiera quedado suficientemente claro, remacha el clavo: “también los demonios creen y se estremecen”.
Un señor así, molesta. Y supongo que por eso le mataron, porque siempre es molesto que venga un señor con prestigio, diciéndote que mucho hablar, pero que no haces nada de lo que predicas.
Como la carta no es muy larga, la leí de un tirón. El buen Santiago no se reblandece. Un poco más adelante, dice que “en realidad no sabéis qué será de vuestra vida el día de mañana, porque sois un vaho que aparece un instante y en seguida se evapora”.
Lo del vaho me impresionó, no porque me pareciera nuevo, sino porque coincide con algo que se me ocurre a mí. Veo un local lleno de gente, cientos y cientos de personas y pienso: “de aquí a cien años, de todos estos no quedará NI UNO”.
No os preocupéis, que, a partir de ahora no pienso decir: “el apóstol Santiago y yo afirmamos…”. Es puro sentido común. Aunque un amigo mío dice que no hay constatación empírica de que él se vaya a morir, lo cierto es que, hasta ahora, en el mundo no queda NADIE de los que nacieron hace 200 años y más.
Veo problemas. Los vemos todos. Luchas de vahos contempladas por vahos, en las que los vahos que hacen de público opinan, se enfadan, dogmatizan y los vahos protagonistas fundamentalmente dogmatizan, opinan y hasta parece que se enfadan.
Esto es verdad, pero no hay que pasarse. Porque darse cuenta de la verdad −soy vaho y esto dura cuatro días y para qué preocuparse si dentro de cinco días vendrá otro vaho que dirá lo mismo que digo yo o dirá lo contrario y durará cuatro días y así− darse cuenta de todo eso, puede dar lugar a una imperturbabilidad negativa, que quite toda ilusión.
Hay mucho que hacer en el mundo. En lo social, en lo político, en lo económico…
Lo social incluye lo familiar. En casa celebramos Nochebuena, encendiendo todas las luces y alguna más. Nos reunimos muchos. Anteayer, 45. Las mujeres, rutilantes. Los hombres, lo más rutilantes que pueden, con chaqueta y corbata, por supuesto.
Los que faltan, llaman. Cenamos bien. A las 12 de la noche, el más pequeño pone el Niño Jesús en el Belén. Después, cantamos villancicos y estamos hasta las tantas. Cuando éramos menos íbamos a Misa del Gallo, pero ahora, con esta multitud, es más difícil. Ya iremos a Misa mañana.
Todo vahos. Pero vahos construyendo. En nuestro caso, y en miles de casos, construyendo una familia.
Acabadas las fiestas, vahos, a construir trabajando. Después de estos días, cuesta un poco volver a la normalidad. Le llaman ‘síndrome postvacacional’. Antes, le llamábamos ‘pereza’. Con un nombre u otro, es lo normal. Es lo del “ganarás el pan con el sudor de tu frente” en la parte correspondiente al ‘sudor de tu frente’.
El año que viene, por estas fechas, algunos vahos habrán desaparecido. Otros habrán ocupado sus puestos. Me gustaría que el saldo fuera positivo, porque eso de que las defunciones (desaparición de vahos) superen a los nacimientos (aparición de nuevos vahos) no me gusta nada.
Es verdad, somos vaho, pero mientras estamos aquí hay que establecer un equilibrio: por una parte, intentar construir. Por otra, darnos cuenta de que no somos eternos.
Este equilibrio dará como consecuencia una lápida en nuestro nicho: “hizo lo que pudo”.
Si, además, se pudiera poner detrás del “hizo lo que pudo” otro texto, como por ejemplo, “intentó hacerlo bien”, la cosa quedaría más redonda.
Y me gustaría que se pudiera completar la lápida poniendo “y ayudó a los demás”.
Quedaría “hizo lo que pudo, intentó hacerlo bien y ayudó a los demás”.
Un país en el que se pudieran poner 46 millones y medio de lápidas con ese texto, sería una maravilla.
¡Feliz año 2019!
¡Vahos, a por la lápida!

12/26/18

Donde Dios quiso vivir

Cuanto más capaz de amar es el ser humano, es decir, cuanto más perfecto es y más se asemeja a Dios, más necesita la familia para realizarse
Podría haber bajado de forma portentosa, con espectáculo, como cualquier hombre hubiera imaginado la manifestación de un Dios en la Historia.
Podría haber hecho su entrada triunfal en la madurez de la vida, con todas las facultades humanas en pleno apogeo.
Podría haber prescindido de padre y de madre y de familia, incluso haberse reproducido desde una primera célula aislada.
Podría haber venido de mil formas y maneras, si no fuera porque, en verdad, era un Dios el que venía.
Por eso, preguntó a una virgen si quería ser Madre y esposa de un Dios que quería hacerse niño. Y, por si aquello no fuera suficiente, quiso, para que a su humanidad nada le faltara, depender de otro sí quizás más incomprensible todavía. Y así fue cómo un joven artesano se encontró, sin pretenderlo, ante el desafío más grande de la Historia: dar a Dios una familia.
¿A qué este empeño en tener padre y madre? ¿A qué este riesgo de someter el plan divino a la humana libertad de una joven y un joven recién desposados? ¿Qué le importaba a todo un Dios dónde y cómo y con quién compartiera su aventura humana? ¿Por qué un Dios se hizo vulnerable hasta ese extremo?
Porque Dios es amor. Y un Dios que es amor no puede hacerse hombre en otro lugar que no sea el del amor, la familia, el lugar del hombre. Esta es, creo, la razón de esta rara decisión de un Dios que quiere nacer en una familia, y éste el mensaje que expresaba: cuanto más capaz de amar es el ser humano, es decir, cuanto más perfecto es y más se asemeja a Dios, más necesita la familia para realizarse. La familia: el único e insustituible lugar donde el ser humano es amado por el mero hecho de existir (y no por lo que tiene, sabe o aporta), por lo que es y también por lo que no es y nunca llegará a ser.
La familia es, sí, el lugar del hombre porque antes fue el lugar de Dios.
¡Feliz Navidad!

12/25/18

‘Navidad es fraternidad entre personas de toda nación y cultura’

Queridos hermanos y hermanas, ¡feliz Navidad!
A vosotros, fieles de Roma, a vosotros, peregrinos, y a todos los que estáis conectados desde todas las partes del mundo, renuevo el gozoso anuncio de Belén: «Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad» (Lc 2,14).
Como los pastores, que fueron los primeros en llegar a la gruta, contemplamos asombrados la señal que Dios nos ha dado: «Un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre» (Lc 2,12). En silencio, nos arrodillamos y adoramos.
¿Y qué nos dice este Niño, que nos ha nacido de la Virgen María? ¿Cuál es el mensaje universal de la Navidad? Nos dice que Dios es Padre bueno y nosotros somos todos hermanos.
Esta verdad está en la base de la visión cristiana de la humanidad. Sin la fraternidad que Jesucristo nos ha dado, nuestros esfuerzos por un mundo más justo no llegarían muy lejos, e incluso los mejores proyectos corren el riesgo de convertirse en estructuras sin espíritu.
Por eso, mi felicitación de Navidad es un deseo de fraternidad.
Fraternidad entre personas de toda nación y cultura.
Fraternidad entre personas con ideas diferentes, pero capaces de respetarse y de escuchar al otro.
Fraternidad entre personas de diversas religiones. Jesús ha venido a revelar el rostro de Dios a todos aquellos que lo buscan.
Y el rostro de Dios se ha manifestado en un rostro humano concreto. No apareció como un ángel, sino como un hombre, nacido en un tiempo y un lugar. Así, con su encarnación, el Hijo de Dios nos indica que la salvación pasa a través del amor, la acogida y el respeto de nuestra pobre humanidad, que todos compartimos en una gran variedad de etnias, de lenguas, de culturas…, pero todos hermanos en humanidad.
Entonces, nuestras diferencias no son un daño o un peligro, son una riqueza. Como para un artista que quiere hacer un mosaico: es mejor tener a disposición teselas de muchos colores, antes que de pocos.
La experiencia de la familia nos lo enseña: siendo hermanos y hermanas, somos distintos unos de otros, y no siempre estamos de acuerdo, pero hay un vínculo indisoluble que nos une, y el amor de los padres nos ayuda a querernos. Lo mismo vale para la familia humana, pero aquí Dios es el “padre”, el fundamento y la fuerza de nuestra fraternidad.
Que en esta Navidad redescubramos los nexos de fraternidad que nos unen como seres humanos y vinculan a todos los pueblos. Que haga posible que israelíes y palestinos retomen el diálogo y emprendan un camino de paz que ponga fin a un conflicto que −desde hace más de setenta años− lacera la Tierra elegida por el Señor para mostrar su rostro de amor.
Que el Niño Jesús permita a la amada y martirizada Siria que vuelva a encontrar la fraternidad después de largos años de guerra. Que la Comunidad internacional se esfuerce firmemente por hallar una solución política que deje de lado las divisiones y los intereses creados para que el pueblo sirio, especialmente quienes tuvieron que dejar las propias tierras y buscar refugio en otro lugar, pueda volver a vivir en paz en su patria.
Pienso en Yemen, con la esperanza de que la tregua alcanzada por mediación de la Comunidad internacional pueda aliviar finalmente a tantos niños y a las poblaciones, exhaustos por la guerra y el hambre.
Pienso también en África, donde millones de personas están refugiadas o desplazadas y necesitan asistencia humanitaria y seguridad alimentaria. Que el divino Niño, Rey de la paz, acalle las armas y haga surgir un nuevo amanecer de fraternidad en todo el continente, y bendiga los esfuerzos de quienes se comprometen por promover caminos de reconciliación a nivel político y social.
Que la Navidad fortalezca los vínculos fraternos que unen la Península coreana y permita que se continúe el camino de acercamiento puesto en marcha, y que se alcancen soluciones compartidas que aseguren a todos el desarrollo y el bienestar.
Que este tiempo de bendición le permita a Venezuela encontrar de nuevo la concordia y que todos los miembros de la sociedad trabajen fraternalmente por el desarrollo del país, ayudando a los sectores más débiles de la población.
Que el Señor que nace dé consuelo a la amada Ucrania, ansiosa por reconquistar una paz duradera que tarda en llegar. Solo con la paz, respetuosa de los derechos de toda nación, el país puede recuperarse de los sufrimientos padecidos y restablecer condiciones dignas para los propios ciudadanos. Me siento cercano a las comunidades cristianas de esa región, y pido que se puedan tejer relaciones de fraternidad y amistad.
Que delante del Niño Jesús, los habitantes de la querida Nicaragua se redescubran hermanos, para que no prevalezcan las divisiones y las discordias, sino que todos se esfuercen por favorecer la reconciliación y por construir juntos el futuro del país.
Deseo recordar a los pueblos que sufren las colonizaciones ideológicas, culturales y económicas viendo lacerada su libertad y su identidad, y que sufren por el hambre y la falta de servicios educativos y sanitarios.
Dirijo un recuerdo particular a nuestros hermanos y hermanas que celebran la Natividad del Señor en contextos difíciles, por no decir hostiles, especialmente allí donde la comunidad cristiana es una minoría, a menudo vulnerable o no considerada. Que el Señor les conceda −a ellos y a todas las comunidades minoritarias− vivir en paz y que vean reconocidos sus propios derechos, sobre todo a la libertad religiosa.
Que el Niño pequeño y con frío que contemplamos hoy en el pesebre proteja a todos los niños de la tierra y a toda persona frágil, indefensa y descartada. Que todos podamos recibir paz y consuelo por el nacimiento del Salvador y, sintiéndonos amados por el único Padre celestial, reencontrarnos y vivir como hermanos.
(Ángelus y Bendición “Urbi et Orbi”)

Después del Ángelus

Renuevo mi felicitación de Navidad a todos. ¡Feliz y Santa Navidad!
Queridos hermanos y hermanas venidos de Italia y de otros países, así como a cuantos están conectados a través de la radio, la televisión y los demás medios de comunicación, os agradezco vuestra presencia en este día en el cual contemplamos el amor de Dios, aparecido en el mundo con el nacimiento de Jesús. Que ese amor favorezca el espíritu de colaboración por el bien común, reavive la voluntad de ser solidarios, dé a todos la esperanza que viene de Dios.
¡Feliz y Santa Navidad!

“Jesús, Tú, recostado en un pesebre, eres el pan de mi vida”

Homilía del Papa en la Nochebuena


José, con María su esposa, subió «a la ciudad de David, que se llama Belén» (Lc 2,4). Esta noche, también nosotros subimos a Belén para descubrir el misterio de la Navidad. 
1. Belén: el nombre significa casa del pan. En esta “casa” el Señor convoca hoy a la humanidad. Él sabe que necesitamos alimentarnos para vivir. Pero sabe también que los alimentos del mundo no sacian el corazón. En la Escritura, el pecado original de la humanidad está asociado precisamente con tomar alimento: «tomó de su fruto y comió», dice el libro del Génesis (3,6). Tomó y comió. El hombre se convierte en ávido y voraz. Parece que el tener, el acumular cosas es para muchos el sentido de la vida. Una insaciable codicia atraviesa la historia humana, hasta las paradojas de hoy, cuando unos pocos banquetean espléndidamente y muchos no tienen pan para vivir.
Belén es el punto de inflexión para cambiar el curso de la historia. Allí, Dios, en la casa del pan, nace en un pesebre. Como si nos dijera: Aquí estoy para vosotros, como vuestro alimento. No toma, sino que ofrece el alimento; no da algo, sino que se da él mismo. En Belén descubrimos que Dios no es alguien que toma la vida, sino aquel que da la vida. Al hombre, acostumbrado desde los orígenes a tomar y comer, Jesús le dice: «Tomad, comed: esto es mi cuerpo» (Mt 26,26). El cuerpecito del Niño de Belén propone un modelo de vida nuevo: no devorar y acaparar, sino compartir y dar. Dios se hace pequeño para ser nuestro alimento. Nutriéndonos de él, Pan de Vida, podemos renacer en el amor y romper la espiral de la avidez y la codicia. Desde la “casa del pan”, Jesús lleva de nuevo al hombre a casa, para que se convierta en un familiar de su Dios y en un hermano de su prójimo. Ante el pesebre, comprendemos que lo que alimenta la vida no son los bienes, sino el amor; no es la voracidad, sino la caridad; no es la abundancia ostentosa, sino la sencillez que se ha de preservar. 
El Señor sabe que necesitamos alimentarnos todos los días. Por eso se ha ofrecido a nosotros todos los días de su vida, desde el pesebre de Belén al cenáculo de Jerusalén. Y todavía hoy, en el altar, se hace pan partido para nosotros: llama a nuestra puerta para entrar y cenar con nosotros (cf. Ap 3,20). En Navidad recibimos en la tierra a Jesús, Pan del cielo: es un alimento que no caduca nunca, sino que nos permite saborear ya desde ahora la vida eterna. 
En Belén descubrimos que la vida de Dios corre por las venas de la humanidad. Si la acogemos, la historia cambia a partir de cada uno de nosotros. Porque cuando Jesús cambia el corazón, el centro de la vida ya no es mi yo hambriento y egoísta, sino él, que nace y vive por amor. Al estar llamados esta noche a subir a Belén, casa del pan, preguntémonos: ¿Cuál es el alimento de mi vida, del que no puedo prescindir?, ¿es el Señor o es otro? Después, entrando en la gruta, individuando en la tierna pobreza del Niño una nueva fragancia de vida, la de la sencillez, preguntémonos: ¿Necesito verdaderamente tantas cosas, tantas recetas complicadas para vivir? ¿Soy capaz de prescindir de tantos complementos superfluos, para elegir una vida más sencilla? En Belén, junto a Jesús, vemos gente que ha caminado, como María, José y los pastores. Jesús es el Pan del camino. No le gustan las digestiones pesadas, largas y sedentarias, sino que nos pide levantarnos rápidamente de la mesa para servir, como panes partidos por los demás. Preguntémonos: En Navidad, ¿parto mi pan con el que no lo tiene? 
2. Después de Belén casa de pan, reflexionemos sobre Belén ciudad de David. Allí David, que era un joven pastor, fue elegido por Dios para ser pastor y guía de su pueblo. En Navidad, en la ciudad de David, los que acogen a Jesús son precisamente los pastores. En aquella noche —dice el Evangelio— «se llenaron de gran temor» (Lc 2,9), pero el ángel les dijo: «No temáis» (v. 10). Resuena muchas veces en el Evangelio este no temáis: parece el estribillo de Dios que busca al hombre. Porque el hombre, desde los orígenes, también a causa del pecado, tiene miedo de Dios: «me dio miedo […] y me escondí» (Gn 3,10), dice Adán después del pecado. Belén es el remedio al miedo, porque a pesar del “no” del hombre, allí Dios dice siempre “sí”: será para siempre Dios con nosotros. Y para que su presencia no inspire miedo, se hace un niño tierno. No temáis: no se lo dice a los santos, sino a los pastores, gente sencilla que en aquel tiempo no se distinguía precisamente por la finura y la devoción. El Hijo de David nace entre pastores para decirnos que nadie estará jamás solo; tenemos un Pastor que vence nuestros miedos y nos ama a todos, sin excepción. 
Los pastores de Belén nos dicen también cómo ir al encuentro del Señor. Ellos velan por la noche: no duermen, sino que hacen lo que Jesús tantas veces nos pedirá: velar (cf. Mt 25,13; Mc 13,35; Lc 21,36). Permanecen vigilantes, esperan despiertos en la oscuridad, y Dios «los envolvió de claridad» (Lc 2,9). Esto vale también para nosotros. Nuestra vida puede ser una espera, que también en las noches de los problemas se confía al Señor y lo desea; entonces recibirá su luz. Pero también puede ser una pretensión, en la que cuentan solo las propias fuerzas y los propios medios; sin embargo, en este caso el corazón permanece cerrado a la luz de Dios. Al Señor le gusta que lo esperen y no es posible esperarlo en el sofá, durmiendo. De hecho, los pastores se mueven: «fueron corriendo», dice el texto (v. 16). No se quedan quietos como quien cree que ha llegado a la meta y no necesita nada, sino que van, dejan el rebaño sin custodia, se arriesgan por Dios. Y después de haber visto a Jesús, aunque no eran expertos en el hablar, salen a anunciarlo, tanto que «todos los que lo oían se admiraban de lo que les habían dicho los pastores» (v. 18). 
Esperar despiertos, ir, arriesgar, comunicar la belleza: son gestos de amor. El buen Pastor, que en Navidad viene para dar la vida a las ovejas, en Pascua le preguntará a Pedro, y en él a todos nosotros, la cuestión final: «¿Me amas?» (Jn 21,15). De la respuesta dependerá el futuro del rebaño. Esta noche estamos llamados a responder, a decirle también nosotros: “Te amo”. La respuesta de cada uno es esencial para todo el rebaño. 
«Vayamos, pues, a Belén» (Lc 2,15): así lo dijeron y lo hicieron los pastores. También nosotros, Señor, queremos ir a Belén. El camino, también hoy, es en subida: se debe superar la cima del egoísmo, es necesario no resbalar en los barrancos de la mundanidad y del consumismo. Quiero llegar a Belén, Señor, porque es allí donde me esperas. Y darme cuenta de que tú, recostado en un pesebre, eres el pan de mi vida. Necesito la fragancia tierna de tu amor para ser, yo también, pan partido para el mundo. Tómame sobre tus hombros, buen Pastor: si me amas, yo también podré amar y tomar de la mano a los hermanos. Entonces será Navidad, cuando podré decirte: “Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te amo” (cf. Jn 21,17).