"Si abrimos bien los ojos, agudizamos nuestro oído y, sobre todo, disponemos nuestro corazón, descubriremos en estos días cómo Jesús también a nosotros nos ama hasta el fin"
Homilía del Jueves Santo, pronunciada ayer por Mons. Fernando Ocáriz, Prelado del Opus Dei, en Santa María de la Paz, advocación mariana a la que está dedicada la iglesia prelaticia del Opus Dei en Roma.
Liturgia de la Palabra: Ex 12,1-8.11-14; Sal 115; 1Cor 11,23-26; Jn 13,1-15
1. «Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin» (Jn 13, 1). Estas palabras del Evangelio de san Juan son como el pórtico de entrada del Triduo Pascual. Llegamos al centro del año litúrgico, y la Iglesia nos quiere recordar que todo lo que reviviremos en estos días −la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús− son una manifestación de ese amor inmenso de Nuestro Señor por nosotros. Si abrimos bien los ojos, agudizamos nuestro oído y, sobre todo, disponemos nuestro corazón, descubriremos en estos días cómo Jesús también a nosotros nos ama hasta el fin, hasta el extremo de dar su vida por nosotros.
Habéis venido a Roma para vivir la Semana Santa; unos días en que todos hemos de procurar contemplar y, de algún modo, revivir la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo. En estos momentos, es lógico que cada uno nos preguntemos: ¿qué lugar ocupa Jesús en mi vida? ¿Quién es Él para mí? Para responder a esas preguntas, comencemos por otra, más fundamental: ¿quién soy yo para Jesús? Él mismo nos lo dice con las palabras y gestos que contemplamos en la Última Cena. Para Él, nosotros somos sus amigos, a los que quiere como son: con defectos, y necesitados de purificación, al igual que los apóstoles mientras celebraban con Jesús la Pascua en el Cenáculo. El Señor admite en su compañía a hombres con límites, los introduce en la intimidad de su vida, y los convierte en amigos suyos.
2. Nuestra vida es tan valiosa ante los ojos de Jesucristo que, para hacernos amigos suyos, ha querido entregar su cuerpo y dejar que su sangre sea derramada. Aún más: ha querido perpetuar esta entrega en los sacramentos, de modo especial en la Eucaristía, cuya institución hoy conmemoramos. San Pablo en la segunda lectura de la Misa nos recuerda ese momento: «El Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó pan, y dando gracias, lo partió y dijo: “Esto es mi cuerpo, que se da por vosotros; haced esto en conmemoración mía”. Y de la misma manera, después de cenar, tomó el cáliz, diciendo: “Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre; cuantas veces lo bebáis, hacedlo en conmemoración mía”» (1Cor 11,23-25).
La Eucaristía es el mismo Jesucristo, realmente presente y entregado por nosotros. En este sacramento nos manifiesta de un modo especial su amistad, y su deseo de acompañarnos cada día de nuestra vida. Ojalá que, ante esta cercanía de Nuestro Señor, tengamos la reacción que nos sugiere san Josemaría: "Pásmate ante la bondad de Dios, porque Cristo quiere vivir en ti..., también cuando percibes todo el peso de la pobre miseria, de esta pobre carne, de esta vileza, de este pobre barro. −Sí, también entonces, ten presente esa llamada de Dios: Jesucristo, que es Dios, que es Hombre, me entiende y me atiende porque es mi Hermano y mi Amigo" (Forja, n. 182).
Jesús quiere hacerse presente en nuestras vidas. Pero, nosotros, ¿sabemos corresponder, ofreciéndole nuestra compañía, participando en la Santa Misa, pasando también tiempo con Él cuando se encuentra en el Sagrario o en algún momento de adoración eucarística? ¿Qué lugar ocupa la Eucaristía en nuestra existencia? Esta tarde, en la que tradicionalmente se vela a Jesús Sacramentado en los Monumentos, es también una ocasión especial para acompañarle y demostrar así nuestra amistad.
3. El Evangelio de hoy termina diciendo: «Os he dado ejemplo…» (Jn 13,15). El Señor nos ha enseñado cuál es el camino del amor, que es el camino del servicio, de la comprensión, de la ayuda a los demás para ser mejores. Él nos muestra qué quiere decir ser verdaderamente amigos, y nos da las fuerzas para que lo que Él ha hecho con nosotros, también lo hagamos con los demás (cfr. Jn 13,15). Experimentar la compañía de Jesús en la Eucaristía nos empuja a salir de nuestro egoísmo, del miedo a complicarnos la vida por los demás. Os invito, entonces, a oír esa llamada que Dios nos hace para que acompañemos a nuestros amigos: dedicándoles tiempo, escuchando sus problemas o estando simplemente a su lado cuando pasan por un momento de desánimo o de sufrimiento. El Señor también nos pedirá que estemos abiertos a dejarnos ayudar por ellos. De este modo, nos haremos capaces de amar hasta el fin a los demás, como Cristo hizo con nosotros.
La Virgen María es la Madre de Jesús, el Amigo que está siempre con nosotros. Pidámosle a Ella que sepamos reconocer su presencia en nuestras vidas, especialmente en la Eucaristía, y que animemos a quienes nos rodean a acompañarlo día a día.